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258 años…

Gustavo Garabito Ballesteros

"Ni una inteligencia sublime, ni una gran imaginación, ni las dos cosas juntas forman el genio;
amor, eso es el alma del genio."
- Mozart
-
Mozart, cumplió años. El pasado lunes 27 de enero, el mundo entero conmemoró el 258
aniversario del nacimiento de Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart, mejor
conocido como Wolfang Amadeus Mozart (él mismo firmaba así, con la versión latina de
Theophilus, es decir Amadeus). Compositor que, para bien o para mal, ha ganado el aprecio
generalizado del público por ser considerado “fácil” de escuchar y hasta adecuado para los
niños por su sencillez. Y en efecto, no es grandioso como Beethoven ni complejo como Bach,
ni pretensioso como Wagner o Mahler. No, la música de Mozart es sencilla, pero sobre todo
y por encima de todo –y de todos-, es la música más sublime en toda la historia de la música
occidental. Nadie, jamás, ha escrito música tan bella como Mozart. Y fue una decisión personal.
Mozart no aportó nada nuevo a la música (no hay por qué escandalizarse, es cierto),
es decir, se ajustó a los moldes formales de la época –la forma sonata, el rondó, tema y
variaciones- con algunos acercamientos a los ya viejos modelos barrocos (sobre todo el
canon, y la fuga) y sus exploraciones armónicas y rítmicas están dentro del lenguaje típico
del clasicismo. Pero su absoluto dominio del estilo y la forma le permitieron adentrarse en lo
único que le interesaba: alcanzar la belleza en la música. Nadie ha logrado la elevada nobleza
estética que Mozart ha monopolizado.
Mozart dominó todos los aspectos de la música, incluso aquellos que comúnmente
no se relacionan con su música, como por ejemplo el contrapunto estricto. A partir de 1781
conoce la obra de Haendel (haría una reorquestación del Mesías) pero sobre todo de Bach,
gracias al Barón Von Swieten en 1782 (transcribiría para cuarteto de cuerdas cinco fugas –
K.405- del Clave bien temperado) y de inmediato incorpora el contrapunto bachiano a su
música pero sin jamás perder su diáfano encanto.
Mozart nos da dos ejemplos para ilustrar que puede escuchar conmigo: en el
minueto de la majestuosa serenata nocturna para alientos K. 388 (la “K” es la abreviatura del
catálogo que haría Ludwig Köchel en 1862 y que ahora nos sirve encontrar la música de
Mozart en cualquier lado), el cual presenta un riguroso canon (imitación melódica entre
varias voces y/o instrumentos) a la octava y en el trío un curioso canon al rovescio (al revés).
Lo interesante es que el contrapunto sólo es visible en la partitura, difícilmente audible
debido al encantador manejo de la anacrónica forma. El otro ejemplo es el cuarto movimiento
de la sinfonía n° 41 K.551. Durante los tres primeros movimientos (allegro, andante cantábile,
minueto) encontramos el rostro familiar de Mozart: alegre, festivo, desinhibido, pero en el
último movimiento nos presenta cinco motivos principales en una serie de imitaciones
canónicas y fuguettas de todo tipo (al derecho, al revés, en sentidos opuestos y a distancias
temporales e interválicas variadas) a cinco voces distribuidos en toda la orquesta, y hacia el
final (en la coda) ¡¡arroja, simultáneamente, todos los motivos en una profusa polifonía, todo,
al mismo tiempo, en el mismo lugar!! Pero, a pesar de la terrible complejidad contrapuntística,
la música fluye con vigor, gozo y desenfado. Al término de la sinfonía, uno puede silbar todos
los temas sin mayor problema. De hecho, en la mayoría de las sinfonías, Mozart utiliza el
contrapunto a dos o tres partes con resonancias en los alientos para generar tensiones en las
secciones de desarrollo. Y así, mientras que el contrapunto de Bach ofusca, el de Mozart
cautiva.
Mozart, por otra parte, nos ofrece un manejo de la “pasión” mucho más contenida y
humana que otros compositores. Se ha dicho que Mozart, en comparación con Beethoven
era tímido y reprimido, -incluso se ha ganado el mote de “afeminado”- en cuanto a su
expresividad. Desde luego que son juicios errados. Quizá la intención de Beethoven era la de
reivindicar la música como el arte supremo y al compositor como el máximo creador, y por
ello su música se impone, deslumbra, impacta, excita, nos golpea de principio a fin. A Mozart
no le interesa el pathos dramático en sí mismo –característica del romanticismo-, sino la
integración de diferentes afectos que en su conjunto conforman las emociones humanas, como
las combinaciones de colores que producen otros colores. Lo que tenemos es el contraste,
la contraluz, juegos de luces y sombras que destacan contornos. Esto está en especial en sus
sonatas y conciertos para piano (por ejemplo, las sonatas K. 310 y K. 332, los concierto para
piano K.365, K.466, K.491, las sinfonías K. 183, K.201, K.550, la Misa K.427, etc. –entre muchas
otras obras-). Así, mientras Beethoven, Berlioz, Wagner y Mahler nos gritan y señalan con el
dedo índice exigiendo atención, Mozart simplemente nos envuelve en un cálido abrazo.
Mozart, es, sobre todo, sublime belleza. No puedo ser imparcial. Una sola nota y lo
transforma todo. ¿Cómo, en qué momento, de qué manera, y con qué precisión logra tal
perfección? Eso nadie lo sabe, Mozart no inventó nada, ni posee ninguna artimaña ni un
secreto. Este es el misterio. El lenguaje armónico de Mozart proviene de los hijos de Bach
(C.P.E y J.C. Bach) Haydn, Hummel, Salieri, Beethoven y muchos otros contemporáneos a él.
Pero cómo lo logra, con qué intuición descubre el sonido o cuál Dios le susurra al oído. Es
inútil pensar en ello y no pondré ejemplos de su música, pues implica toma de decisiones que
no puedo asumir ahora (elegir cuáles son las obras más hermosas de Mozart es como decidir
cuál es el ocaso más majestuoso).
¡¡ Mozart !! -se rumora que fue la última palabra de Mahler antes de morir-.
Mozart es… sólo Mozart…
Mozart… trazó Mozart…
Mozart…

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