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RÉDITOS
Moderadora de Traducción
NaomiiMora

Traducción
3lik@ Mary Rhysand
Aelinfirebreathing NaomiiMora
Candy27 Rimed
Gerald Sofiushca
Jasy Taywong
Krispipe Vale
Liliana Wan_TT18
Mais Yiany
Manati5b YoshiB

Recopilación y Revisión
Mais

Diseño
Evani
Sinopsis

Mapa Capítulo 16

Prólogo Capítulo 17

Capítulo 1 Capítulo 18

Capítulo 2 Capítulo 19

Capítulo 3 Capítulo 20

Capítulo 4 Capítulo 21

Capítulo 5 Capítulo 22

Capítulo 6 Capítulo 23

Capítulo 7 Capítulo 24

Capítulo 8 Capítulo 25

Capítulo 9 Capítulo 26

Capítulo 10 Capítulo 27

Capítulo 11 Capítulo 28

Capítulo 12 Capítulo 29

Capítulo 13 Capítulo 30

Capítulo 14 Capítulo 31

Capítulo 15 Capítulo 32

Agradecimientos de la autora

Próximamente
inopsis
Las estrellas más brillantes siempre nacen en las noches más
oscuras.

Serena Smith es inusual.

Al crecer en un pueblo apartado, su vida es solitaria y aburrida.


Entonces, en su décimo octavo cumpleaños, hereda una reliquia familiar
mágica solo para ser arrebatada por fae y condenada a una vida en
cadenas.

Arrastrada a Aldar, un reino fae gobernado por una tirana bruja,


Serena descubre un amor prohibido, y se encuentra con otros
marginados, cada uno con sus propios secretos oscuros.

A medida que las vidas de guerreros, rebeldes y brujos chocan,


encuentran un destino compartido. Solamente juntos, y con los dones
únicos de Serena, pueden sobrevivir el tiempo suficiente para construir
las llamas de una revolución. Solo juntos pueden ir a la guerra...

A Kingdom of Exiles (Outcast #1)


Para Dawn,

Hermana, amiga, súper fan. Nunca dejaré de estar agradecida


que a través de un sueño, encontramos nuestro camino para
estar juntas.

Y para todos aquellos que sueñan lo imposible. Esto es para


ustedes.
rólogo
MADRE
Traducido por NaomiiMora

No te contarán cuentos de hadas


de cómo chicas pueden ser peligrosas y todavía ganar.
Solo te contarán historias
donde chicas son dulces y tiernas
y rechazan cualquier pecado.
Creo que para ellos
es un pensamiento terrible,
una caperucita roja
que sabía exactamente
lo que estaba haciendo
cuando invitó a entrar al salvaje.
~ Nikita Gill ~

LA LLUVIA CAÍA al suelo de barro del bosque mientras una ligera


neblina y pétalos blancos de las Rosas de Luto diseminaban los bordes
de la tumba. Mis ojos se fijaron en el ataúd de sauce donde ahora vivía
el cuerpo de Mamá. Fuertes gruñidos llenaron el aire mientras varios
hombres del pueblo la bajaban lentamente al suelo. Estaba siendo
sepultada bajo el antiguo árbol: era nuestro lugar. Entonces las plegarias
y susurros comenzaron a mí alrededor. Tenía seis años.

Papá lo había explicado: la muerte significaba irse y nunca


regresar. Pero Mamá había sido la más brillante de todas las llamas, nada
podía evitar que volviera, así que no lloré cuando el ataúd golpeó el fondo
de ese profundo agujero oscuro.

Papá me apretó la mano. Levanté la vista para ver rastros de


lágrimas marcando su rostro. Mi corazón se retorció. Nunca lloraba. Sin
embargo, allí estaba, su mano temblando mientras la mejor amiga de mi
madre, Viola, sollozaba mientras arrojaba tierra sobre la tumba de Mamá.

¿No lo entendían? ¿No sabían que volvería?

Papá se agachó para que sus ojos acuosos estuvieran al mismo


nivel que los míos.

—Es hora de irse, Muñequita. Mamá está descansando ahora.

Metió un mechón de cabello negro suelto detrás de mi oreja. Hace


solo unos días, Mamá había nombrado un color por éste: ala de cuervo.

Negué con la cabeza y me mordí el labio.

—No quiero dejarla sola.

Papá hizo una mueca y me tomó en sus brazos—con su amplio


pecho temblando mientras me alejaba— dejando a Mamá sola en la árida
y fría tierra. Mi mirada contempló la tumba y una bestia furiosa se
despertó en mi pecho, arañando y luchando hasta llegar a la superficie.
Solté un grito estrangulado y golpeé los hombros de Papá con pequeños
puños. Pero él no se volvería. No regresaría. No tenía otra opción: tendría
que regresar y liberarla esta noche.

Cuando Papá durmiera, volvería por ella.

ESPERÉ, IMPACIENTE A que cayeran las sombras y que la lejana luz


de las estrellas cobrara vida. Una luminosa luna llena brillaba arriba,
una que ayudaría a iluminar el camino a través de los árboles. Así que,
cuando finalmente bajé las escaleras y salí por la puerta principal, no me
molesté en tomar una linterna, sabiendo que solo atraería las cosas
oscuras que merodeaban por la noche. Me abrigué con cálidos guantes
de punto, una bufanda y un sombrero. Eso fue lo primero que aprendí
aquí afuera en las partes remotas del Guantelete: el invierno podría
congelarme si no tenía cuidado.

Tan pronto como estuve a la intemperie, corrí hacia el bosque y a


ese frío mortal. Mi aliento salió lanzado en grandes bocanadas de vapor,
mi pecho se llenó de aire helado, pero no disminuí la velocidad. Mamá
había estado sola por mucho tiempo.

El dosel de los árboles se espesó lo suficiente como para que el


brillo de la luna se redujera a una luz sombría y tropecé, raspando mis
rodillas contra las raíces retorcidas. Me mordí el labio para evitar que
un sollozo saliera y me levanté. Tenía que seguir moviéndome.

La tumba no estaba lejos. Papá había roto con la tradición del


pueblo y había puesto a Mamá en su valle favorito en lugar del cementerio
local.

Ahí. Localicé el árbol antiguo donde estaba enterrada Mamá; había


sido despejado de nieve y ahora estaba desnudo y negro. Lo reconocería
en cualquier lugar. Deteniéndome, estiré la cabeza hacia la izquierda y
derecha. El agujero no estaba allí. En cambio, solo había un montículo
de tierra recién removida.

Me lancé hacia ésta, arañando el suelo helado. Hice poco progreso,


pero seguí adelante hasta que mis mejillas quedaron cubiertas de
lágrimas congeladas y mi voz se quebró con sollozo tras sollozo.

—Devuélvela —gemí—. ¡Devuélvela!

Lloré, supliqué y golpeé la dura tierra hasta que me quedé


entumecida y solo me detuve cuando no pude mantener la cabeza
erguida; mi mejilla encontró el implacable suelo. Si los viejos dioses y la
tierra no querían devolverla, me quedaría hasta que se dieran cuenta de
que la necesitaba más que ellos.

Una nevada fresca zumbó perezosamente sobre mi cabeza y besó


mi rostro.

El aire no lanzó ningún sonido.

Todo el triste mundo parecía muerto y quieto, y no peleé cuando se


desvaneció de mi vista.

Me desperté con el sonido de alguien gritando mi nombre. Mis ojos


se abrieron y desplazaron los remanentes de nieve derretida. Un haz de
luz cremoso había cubierto el valle, calentándome un poco.

—¡Serena!

Traté de gritar, pero salió como un susurro ronco.

—¿Papá?

Tosí. Mis pulmones estaban ardiendo y mi cabeza latía. Antes de


poder descifrar lo que estaba mal, volví a sumergirme en la oscuridad.

Voces alzadas me sacaron del mundo de los sueños.

Parpadeé y me di cuenta de que estaba de vuelta en mi habitación.


La puerta estaba abierta un poco, lo suficiente como para escuchar la
conversación que se desarrollaba abajo.

—¿Qué estás tratando de decirme? —Papá sonaba furioso. Él


nunca se ponía así.

—Tiene una fiebre maligna; puede que no sobreviva. Si me dejaras


sangrarla...

Era el Dr. Fagan. Reconocí su voz de cuando repartió dulces a los


otros niños en la ciudad. Mamá lo odiaba y lo llamaba más carnicero
que médico.

—No vas a tocarla—siseó Papá—. Mi esposa no aprobaba tus


métodos, y yo tampoco.

Una aspiración fuerte y aguda replicó:

—Si su esposa hubiera escuchado mi consejo, podría estar viva y


no atormentando a esa pobre chica con su espíritu.

—Sal de mi casa antes de hacer algo de lo que me arrepienta —


demandó Papá.

Traté de salir de la cama para seguir escuchando, pero mi cuerpo


no respondía a mis órdenes. Todavía estaba en las garras de la fiebre y
demasiado débil para levantar siquiera mis delgados brazos.

El Dr. Fagan continuó:

—Permíteme traer a alguien que honre a los viejos dioses a la


tumba. Él podría expulsar a los espíritus malignos que permanecen.

Una oleada de ira me inundó. Mamá no era un espíritu malvado.

—Si no se va, le echaré.

Me estremecí cuando reconocí ese tono de advertencia. Papá nunca


lo usaba conmigo, reservándolo solo para los hombres de la aldea que
habían mirado a Mamá o habían tratado de engañarlo en la fragua.

La puerta principal se cerró de golpe haciendo que el vidrio de mi


ventana se sacuda algo fuerte.

Cerré los ojos cuando escuché pasos pesados en las escaleras. El


crujido de una puerta, el sonido de pies arrastrándose, y luego un paño
frío bañando mi frente. Traté de ser fuerte, pero no pude evitar que un
gemido lastimosamente débil escapara.

—Solo somos tú y yo ahora, Retoño. Mamá se ha ido para siempre;


y tú, muerta de frío, no la traerás de vuelta, ¿me oyes? —La voz de Papá
se quebró al pronunciar la última palabra.

Vergüenza y pena se agitaron; me dolía tanto el pecho que creí que


estallaría.

—Debes vivir, Retoño... por mí.

No pude contenerlo más. Dos jadeos estremecedores, luego las


lágrimas rodaron.

—Estaremos bien —suspiró.

Papá se sentó al borde de la cama y tocó su frente gentilmente


contra la mía. Repitió aquellas dos palabras en la noche, como si fueran
un hechizo que podría hacer todo bien. ¿Cómo podrían cuando no habría
más de quedarme dormida en su regazo mientras ella tejía junto al fuego,
o lamer un cuenco después que horneara algo delicioso, o escucharla
chismear con Viola? Eso se había ido para siempre.

Y entonces me di cuenta que ella también se había ido para


siempre.
La Hija Del Herrero
Traducido por Vale

CADA AÑO EN mi cumpleaños, caminaba hacia su tumba para


arrodillarme y recordar. Siempre sola. Casi todos habían olvidado a mi
madre, mi padre incluido, pero yo no. Mi décimo octavo cumpleaños
amaneció brillante y claro en el último día de invierno. Saliendo de la
cabaña de Papá, me detuve para apretar más mi abrigo. Lo peor de la
estación fría podría haber terminado, pero el bosque todavía se aferraba
a su temible frío.

Tomando el aire fresco en mis pulmones partí, saboreando la


oportunidad de estirar las piernas. No tres pasos adelante, una vieja
inseguridad frenó mi paso. Mi madrastra, Elain, a menudo se burlaba de
mí por pavonearme como un hombre. Ignorando la miseria que tronaba
en mis venas, caminé por el sendero dorado por las heladas hacia la
hondonada.

El árbol antiguo aún seguía en pie con ramas cubiertas de nieve,


despojado de hojas y brotes. El montículo de tierra labrada que cubría a
mi madre estaba cubierto de hierba que se había congelado, dura como
el hierro.
Me arrodillé. El último año fluyó de mí en susurros en caché. Lo
malo fue lo primero: el abuso de mi madrastra, la ignorancia voluntaria
de mi padre.

Elain había tropezado en nuestras vidas siete años atrás. El


recuerdo de ese día todavía estaba fresco, todavía ardía. Había estado
arrastrando a mi padre hacia la panadería, ansiosa de comer mi peso en
pasteles, cuando mi mundo cambió irrevocablemente. Fue mi culpa.
Nacida con la gracia de un buey, embestí en una mujer con ojos de ciervo
vendiendo flores. Unos cuantos aleteos de sus pestañas y mi padre se
estaba sonrojando. Tres meses después, se casaron.

Intenté amarla, pero las bofetadas secretas, las miradas de odio y


los insultos afilados me lo impidieron. Mi padre había creído sus excusas,
y Elain pronto me callaría amenazándome con envenenarme. En balance,
esto ni siquiera era lo peor de su maldad. Los años de insultos dejaron
las marcas más profundas, despojando a mi alma una burla insensible
tras otra. Muerta por mil cortes.

Finalmente, harta de la tristeza, exhalé:

—No todo es malo, Mamá. Papá me dio permiso para pasar el día
con Viola, sin tareas. —Intenté ir por una sonrisa y fallé—. Aunque casi
no me deja ir. Qué con los niños desaparecidos... y los fae. Tuve que
mentir y decir que iría directamente a la aldea, pero no podía romper con
nuestra tradición. —Puse dos dedos en mis labios. Al presionarlos sobre
la tierra, agregué—: Debería irme, no quiero llegar tarde. Lamento no
venir con noticias más felices.

Me levanté y tomé un atajo a través del bosque, uno que me llevaría


a la aldea de Tunnock.

A pesar de los secuestros, no tenía miedo. Era un gran alivio ser


libre de la cabaña. Había pasado años alejándome de esa casa,
caminando por los senderos del bosque durante horas interminables,
nadando en el río que bordea nuestra aldea. Pero mis pies a menudo
giraban hacia los de John y Viola. Gracias a las estrellas por ellos. El
panadero local y su esposa habían sido los únicos confidentes de mi
madre en la aldea, y cuando ella murió, se convirtieron en los míos.
Dioses, había intentado hacer más amigos, pero la reputación de mi
madre por ser inusual seguía viva, y yo había heredado el manto, suerte
la mía.
Cuando doblé una esquina en el camino, una ráfaga de aire helado
se estrelló contra mí, sacándome de mi melancolía. Volví a apretar el
cuello del abrigo contra el frío y aceleré el paso ante la promesa de té
caliente. Tal vez habría magdalenas o cubos de cielo, también conocidos
como chocolate.

La brisa también transportaba olores a humo de leña y desechos


de animales, señales claras de que me acercaba rápidamente a la aldea.
Las chozas y cabañas de madera aparecieron en el horizonte; al ver la
nieve que cubría los tejados, recordé las casas de jengibre que John hacía
cada Navidad. Se me hizo agua la boca, y troté el resto del camino.

Encontré la frontera de la aldea, una valla de madera con púas que


actuaba como una fortificación endeble. Había una especie de puerta,
pero rara vez estaba prohibida. La aldea estaba demasiado al norte para
interesar a los saqueadores o salteadores, y nuestro mayor peligro venía
de los depredadores del bosque: lobos itinerantes, un oso descarriado y,
por supuesto, los fae; y si las historias eran ciertas, no había pared lo
suficientemente alta o una barricada lo suficientemente fuerte como para
mantener a raya a esos demonios alados.

Cuando pasé por la puerta abierta, el recubrimiento helado bajo


los pies se transformó en lodo, chapoteando los costados de mis botas.
Seguí caminando por la aldea y, al ver a la forja de Papá a la derecha,
doblé a la izquierda. Mi padre aún no estaba allí, pero Gus, su aprendiz,
lo estaría.

Papá había contratado a Gus en mi decimocuarto año. A primera


vista, parecíamos ser dos caras de la misma moneda: codos y ángulos.
Pero mientras yo podía comer por días, él vino a nosotros desnutrido.
Papá se compadeció de él. Yo también.

Durante meses después, lo visitaba en la fragua. Con demasiada


frecuencia entraba con un hematoma feo y su temperamento se volvía
malvado; tenía que mantenerme alejada. Las cosas solo empeoraron
después de que su propio padre murió. Cada vez que lo veía, su mirada,
entrelazada con violencia, se pegaba a la mía y sus puños se apretaban
como si quisieran estrangularme. Viola me dijo que llevaba un veneno en
su interior, que necesitaba desafilar el borde de su dolor como un cuchillo
que necesita una piedra de afilar.
Mi aversión a Gus no pasó desapercibida. Sentí los ojos de mi
madrastra mirando, calculando. Dado su odio hacia mí, sus súbitas
insinuaciones maliciosas acerca de los matrimonios ventajosos me
hicieron asumir que había escuchado a las mujeres cotilleando sobre la
notoriedad creciente de Gus: seduciendo a chicas con promesas
matrimoniales, y cuando sus reputaciones estaban en ruinas,
echándolas a un lado.

Esos rumores fueron el motivo por el que alteré mi apariencia. A


los dieciséis años, había mirado demasiado tiempo mi cabello largo así
que lo había cortado. Entonces, sus ojos recorrieron mis pechos
incipientes. Los vestidos holgados fueron mi respuesta.

Hoy, tenía suerte: Gus no estaba a la vista. Los sonidos apagados


de un martillo golpeando metal me aseguraron que estaba en la parte
posterior de la fragua. Me relajé cuando fui recibida por una puerta
pintada blanca, con ventanas de vidrio enmarcadas empañadas por el
calor que se estaba formando en el interior.

La cabaña de Viola y John era pequeña: solo unas cuantas


habitaciones añadidas al costado de la panadería, pero se sentía como
casa. Golpeé y di un golpe rápido a mis zapatos en la alfombra mientras
esperaba. Un momento después, la puerta se abrió. La cara redonda de
Viola, sus ojos azules arrugados y su cabello gris y fibroso me dieron la
bienvenida. Rápidamente me señalizó hacia un espacio combinado de
sala y comedor, del cual conocía cada centímetro. El techo estaba
sostenido por vigas oscuras, cargadas con muchos sacos de hierbas
dulces y de aroma a malva. Alfombras descoloridas cubrían el suelo, y
las paredes de madera de cerezo relucían cuando entraba el sol invernal.
Un fuego ya crepitaba y rugía en el hogar, y un sofá y un sillón color verde
botella habían sido artísticamente dispuestos a su lado. La puerta de la
derecha conducía a la panadería, pero era la gran mesa de desayuno en
el centro de la habitación lo que llamaba mi atención. Respirando
profundamente, saboreé los aromas de la torta y la taza de té fresca que
esperaban sobre un mantel a cuadros.

—Afuera las botas, jovencita —exigió Viola, frunciendo el ceño ante


el sendero de barro que fui dejando.
Sacándomelas a las patadas y colocándolas junto a la puerta, mi
mirada se concentró sobre la mesa de nuevo. No pude ocultar una mirada
de placer puerco, y Viola se rió entre dientes.

—Cariño, nunca he conocido a alguien tan enamorado de la


comida.

—Lo siento —dije, estremeciéndome.

No necesitó agregar la parte sobre mí no teniendo las curvas para


mostrar ello. Elain había agotado ese tema. La ira chispeó en los ojos de
Viola como si hubiera adivinado mis pensamientos; nada, o nadie, pero
Elain alguna vez la hacía perder los estribos de esa manera.

Cerrando la puerta de golpe, agitó una mano hacia la mesa.

—Ve, siéntate y come.

Acomodándome en una de las sillas de mimbre, tratando de no


engullir todo a la vista, esperé a que Viola se sentara a servir el té.
Entonces no pude contenerme más. Gruñí, en realidad gruñí, cuando la
primera miga tocó mis labios. Sonrojándome, incliné mi cabeza hacia lo
que esperaba fuera una mirada de disculpa.

Viola se rió.

—No seas tonta. Es tu cumpleaños. Si alguna vez hubo un tiempo


en el que se permite complacerse, es ahora. Además, sabes que a John
le encanta cuando la gente aprecia su comida.

Al mencionar su nombre, John apareció en la entrada que unía la


panadería con la casa. Obtuve un olor celestial de esa cálida delicia antes
de que cerrara la puerta y extendiera sus brazos hacia mí. Me enderecé,
un panecillo apretado entre mis dientes, y lo abracé rápidamente.
Cuando me separé y me senté para reanudar mi festín, John puso una
mano sobre mi hombro.

—Es tan bueno verte disfrutando de mis horneados.

—¿Cómo podría no hacerlo? —murmuré a través de la boca llena.

John me lanzó un guiño rápido.


—Viola, ¿quieres dárselo ahora? —preguntó, volviéndose hacia su
esposa—. ¿O debería hacerlo yo?

Mi atención despertó. Dejé el panecillo a un lado y tomé un sorbo


de té para bajarlo antes de preguntar:

—¿Darme qué?

Los ojos azules de Viola brillaron. Acercándose a la repisa de la


chimenea, cogió una pequeña caja de plata y la colocó frente a mí con
una leve sonrisa.

Mi frente se arrugó.

—No deberían haberme conseguido nada. No quiero que gasten su


dinero.

—No lo hice —exhaló Viola—. Es una reliquia de la familia de tu


madre. Lo regaló en su testamento con instrucciones de pasártelo,
cuando el momento fuera adecuado.

Mi ceño se profundizó. Por lo que sabía, mi madre no tenía otra


familia.

—¿Por qué no se lo dejó a mi padre?

La expresión de Viola parpadeó.

—No lo sabemos, cariño.

Hice una pausa.

—¿Por qué no lo pasaste cuando alcancé la mayoría de edad?

Dieciséis años marcaban el rito de iniciación a la edad adulta. No


dieciocho.

—Quería; sabía cuánto significaría para ti —dijo Viola, con una


disculpa detrás de sus ojos—. Pero tu madre nunca especificó la edad a
la que tenía que dártelo. Y pensé que Elain podría robarla una vez que
descubriera de dónde había venido.

Parpadeé. Viola sabía exactamente cuán cruel podía ser mi


madrastra.
—Entonces, deberías quedártelo. —Empujé la caja hacia atrás
sobre la mesa. Cada palabra más silenciosa que la anterior, agregué—:
Hasta que esté libre de ella, si es que alguna vez lo estoy.

Me tragué la cruda emoción que me arañaba la garganta y miré la


mesa, incapaz de encontrar sus miradas. La única forma de ser libre era
casarme, y como los muchachos de la aldea me habían evitado en gran
medida, parecía una posibilidad remota.

Viola se sentó y tomó mi barbilla; mis ojos no tenían a dónde ir,


excepto que encontrarse con los de ella. Conocía esa mirada: lástima.

—Abre tu regalo, Serena.

John se sentó a mi izquierda y cuando no me moví, empujó la caja


debajo de mi nariz. Su boca tiró hacia arriba.

—Vamos, vamos —instó—. Tengo una panadería que operar.

Un temblor reclamó mi mano cuando la estiré y deshice el broche.


Dentro había una delicada cadena de plata unida por hojas esculpidas y
flores con una gema azul pálida colgando del eslabón central, y cuando
la sostuve hacia la luz, algo se movió dentro. Una gotita.

—Hay agua dentro de esta piedra preciosa. —Bajé las manos


cuando le pregunté a Viola—: ¿Sabes por qué está allí?

Viola sonrió débilmente.

—No. Las únicas instrucciones que quedaron en el testamento de


tu madre eran que el collar debía ir a ti y que te protegería en tiempos de
gran peligro.

—Peligro —hice eco y volví a poner la cadena en la caja, de repente


cautelosa—. ¿Esto se trata de esos niños que han desaparecido? ¿Es por
eso que lo estás entregando ahora?

Todos en la aldea habían oído sobre las desapariciones. Habían


empezado hacía más de tres meses con Annie Tanner, de doce años, y
todos los meses desde entonces un niño había simplemente
desaparecido.

—Esos niños eran todos más jóvenes que yo. Ni siquiera eran
mayores de edad...
Viola intercambió una mirada furtiva con John. Estaba asustada.
Ambos lo estaban.

—Lo sabemos —dijo pesadamente—. Pero para los fae, aún eres
una niña. No sé a qué edad esos demonios inmortales marcan el final de
la infancia, pero no será a los dieciocho.

Todos los habitantes de Tunnock sabían que los fae se los llevaban.
Los cuentos que el bardo de la aldea había contado eran claros: hace
mucho tiempo, habíamos acogido a los fae en nuestras tierras y pagado
el precio. Después de años de paz, se habían vuelto contra nosotros y nos
arrojaron collares al cuello. En un movimiento desesperado, la línea real
de Undover ordenó a nuestros Sumos Sacerdotes que les pidieran a los
dioses que bloquearan el puente entre nuestros reinos, exiliando a los fae
hacia las tierras del norte. En ausencia de los fae, las tierras del sur
engordaron y se enriquecieron. Eso fue hasta que la línea Undover cayó
en la ruina cuando hijo asesinó a padre y hermano asesinó a hermano
para apoderarse de la corona. Los Sumos Sacerdotes usaron la
corrupción como una excusa para escabullirse a sus torres entre las
estrellas, prohibiendo a todos los demás practicar magia y llevándose sus
conocimientos con ellos. Durante siglos, aldeas remotas como la nuestra
habían quedado indefensas. Sin embargo, habíamos aguantado,
arañando la vida desde la tierra, por siempre a la sombra de los
monstruos del otro lado del puente. Ahora, cada persona que vivía arriba
del Lago Estari había escuchado los rumores, los fae habían regresado.
Los rumores de avistamientos y desapariciones se remontaban a diez
años atrás. Hasta ahora, nuestra aldea había permanecido ilesa, pero ya
no...

Viola continuó:

—No sé cómo un collar está destinado a ayudar, pero me sentiré


mejor contigo usándolo.

Cerré la caja. Pensando en mi madrastra, sacudí mi cabeza


ligeramente.

—Se dará cuenta si me pongo algo como esto. —Enfrenté a Viola


para ver sus ojos tristes fijos en mí—. Tendré que encontrar un lugar
para esconderlo antes de que pueda llevarlo a casa conmigo.

Ella vaciló, luego asintió una vez.


—Incluso con el collar, dudo que estés a salvo hasta que esos
trasgos despiadados sean expulsados de nuestras tierras, tu padre
también lo sabe. Es por eso que se inscribió para formar parte de la
guardia esta noche, junto con John —dijo, desaprobación marcando su
rostro.

Me tensé. Los ancianos habían restablecido la guardia en cuanto


Annie desapareció. Pero con los animales salvajes deambulando por el
bosque, sin mencionar el riesgo que implica encontrarse con un fae real,
no era sorprendente que pocos aldeanos quisieran el trabajo. Hasta el
momento, mi padre y John no habían servido porque sus trabajos
absorbían cada minuto libre. Nadie se había quejado ya que el pueblo no
podía permitirse perder a un herrero o un panadero.

—¡Ach! —John frunció el ceño y apartó su preocupación—. No me


regañes, Vi. No soy un niño. Esto es importante. No podemos permitir
que los bastardos fae se lleven a nuestros niños, nuestro futuro.

—No son nuestros hijos, John. —Viola tenía acero en su voz, pero
detecté la tristeza escondida debajo.

—No, muchacha, no son nuestros —dijo John bruscamente—. Pero


Serena prácticamente lo es.

Brillé con ese comentario.

La ira de Viola pareció desvanecerse con un suspiro.

—Lo sé... solo estoy preocupada.

Miré a John.

—¿Crees que estarás en peligro esta noche?

—Puede que haya manejado más pan que armas, pero puedo
cuidar de mí mismo. También tu padre. Es tan fuerte como un toro, ese.
—Apoyó las manos sobre la mesa y se estiró—. Además, faltan dos
semanas para la luna llena, y es cuando los fae han estado más activos.
No esperamos problemas esta noche.

Me dio una palmadita en la espalda antes de moverse para darle a


su esposa un rápido beso en la mejilla.
—Tengo que volver al trabajo, pero no quiero que ninguna de mis
chicas se preocupe.

Una advertencia y una súplica.

Viola murmuró algo evasivo. Abrí mi boca y luego la cerré. Quería


suplicarle que no fuera, pero no era mi lugar, así que no dije nada
mientras regresaba a la panadería. No importaban las garantías que
había dado, un pánico creciente me secó la boca e hizo que mi corazón
se mueva rápidamente.

Contra los guerreros fae, estarían indefensos.

LA REVELACIÓN DE John realmente arruinó mi té de cumpleaños.


Pasé la mayor parte del tiempo luego mirando el reloj y fingiendo leer
libros mientras Viola se movía alrededor. Esperé hasta que Papá hubiera
despedido a Gus por la tarde y luego arremetí hacia su forja decidida a
hacerle reconsiderar el inscribirse.

Debido a su obligación con la guardia, tuvo que terminar temprano,


así que continué con un flujo constante de súplicas desesperadas
durante todo el camino a casa. No amainé durante toda la cena, gracias
al silencio inusual de Elain.

—¿Por qué ahora? Dijiste que habrá más de ustedes yendo


mañana, ¿no puedes ir entonces? La guardia puede esperar una noche.
Es mi cumpleaños…

—No voy a negarme otra vez, Ena. —El sobrenombre de mi madre


para mí y un golpe en el estómago cada vez que lo escuchaba—. Estaré
bien —dijo, su rostro se suavizó ante mi miedo—. Por el fuego del herrero,
incluso Gus se ofreció como voluntario para la guardia de esta noche. No
puedo dejarlo vagar solo por el bosque.

—No estará solo…

—En —me interrumpió con un pequeño gruñido—. Ya te lo he


dicho. Solo cinco de ellos se inscribieron esta noche y necesitan al menos
seis para patrullar el bosque. —Una vez más, sus facciones se alojaron
ante mi boca abierta y ojos suplicantes—. Mi lugar está con ellos. Tanto
como un hombre de este pueblo... y como un padre —terminó en voz baja,
sobriamente.

Me quedé callada cuando sus cálidos ojos se encontraron con los


míos. Esa familiar mirada fija me desgastó. Los dos teníamos voluntades
de hierro, pero él tan rara vez mostraba afecto hoy en día. Quizás, lo
sabía. Tal vez esta era su forma de demostrar que todavía le importaba.

Los ojos de Papá revolotearon sobre mis palmas abiertas sobre la


mesa como si quisiera tender una mano, pero no lo hizo. En cambio, se
volvió hacia Elain y dijo:

—Ahora, ¿dónde está esa deliciosa tarta de arándanos que puedo


oler? Estoy hambriento.

O tal vez, solo quería que dejara de molestarlo.

Elain sonrió y se sentó en su regazo, prácticamente ronroneando.

Sintiéndome amargada, me escabullí a mi habitación en el piso de


arriba. La puerta se cerró detrás de mí y caí contra ésta, cerrando los ojos
y respirando pesadamente. Forcé la calma en mis venas y con un gran
esfuerzo, me enderecé y miré alrededor de mi santuario. Era todo lo que
tenía: esta pequeña habitación con su cama individual empujada hacia
la esquina, la cómoda que se doblaba como una mesita de noche, y
algunos estantes donde colocaba mis posesiones más preciadas. Las
había llenado con los libros que mi madre me había enseñado a leer; un
arco y un carcaj de flechas, que seguía siendo la única arma con la que
mi padre me había permitido entrenar; y lo más importante, varias
conchas de mi madre, que afirmó haber recogido en la playa. Todas las
noches desde que me las dio y cada vez que cerraba mis ojos, veía el
océano: una bestia viva que respiraba y que me gritaba que me uniera y
nadara y jugara entre sus olas.

Me aparté de la puerta y me acerqué para sentarme en mi cobertor


acolchado. La luz se estaba debilitando, así que encendí una vela en la
mesita de noche y esperé.

Veinte minutos más tarde y con la espalda rígida, miré por mi


ventana cuando mi padre salió de la casa. Su capucha estaba levantada
y su linterna guiaba el camino mientras caminaba hacia la línea de
árboles. Se detuvo y giró en la creciente oscuridad aterciopelada. Mi
garganta osciló cuando levantó una mano en señal de despedida. Por una
vez, supe que era para mí. No Elain. Levanté mi brazo y me obligué a
darle un pequeño saludo. Salió más como una sacudida nerviosa, pero
pareció apreciarlo, porque le devolvió el saludo antes de darse la vuelta y
desaparecer en las sombras.

Me mantuve despierta, mirando por la ventana hasta que todo lo


que pude ver fue mi cara y la llama de la vela reflejada en el vidrio. Fruncí
el ceño y le saqué la lengua a esos pómulos angulosos, piel pálida y
manchas violeta bajo mis ojos que se oscurecieron a medida que la noche
se intensificaba.

Horas después, con los párpados caídos y la vela chisporroteando


y muriendo a mi lado, respiré en los cristales de las ventanas, formando
pequeñas nubes de niebla y dibujando formas a su paso. Mientras
trazaba una estrella y una luna creciente, lo vi. Una linterna en la
distancia. Salté y corrí hacia la puerta. Corriendo por las escaleras,
tomando dos a la vez, me estrellé contra la sala de estar. Maldiciendo en
la oscuridad, me dirigí a la puerta. Conocía esta cabaña como la palma
de mi mano, así que no pasó mucho tiempo antes de que sintiera el
mango de hierro. Abriendo la puerta, una luz me cegó. Mi padre maldijo
y bajó su linterna. Pero cuando me atreví a echar otro vistazo,
parpadeando entre los dedos de mi mano extendida, una forma apareció
a la vista. Demasiado bajo y ancho para ser mi padre.

—¿Quién está allí? —pregunté cautelosamente.

—Serena —respondió una voz familiar.

—¿John? ¿Dónde está Papá?

—Lo siento mucho, Serena —tartamudeó.

—¿Qué está pasando? —Elain apareció desde la habitación de mi


padre, o debería decir "su" habitación. Envolviendo una bata alrededor
de ella, frunció el ceño a la luz—. ¿Hal? ¿Eres tú?

—No, es John Baker. Vine... vine a decirles a las dos que Halvard
se ha ido, que está muerto. Gus arrastró su cuerpo desde el bosque por
su cuenta. Lo llevé con Martha; piensa que fue un ataque al corazón. El
Dr. Fagan insistió en verlo también, y está de acuerdo con la causa.
El mundo se inclinó; la tierra se deslizó debajo de mis pies. Justo
antes de que la oscuridad me reclamara, escuché a alguien gritar.

HUBO UN DESLIZAMIENTO suave acompañado por el trabajo y los


gruñidos de los hombres que bajaban el ataúd. Ese ataúd contenía a mi
padre. Los sonidos de personas que lloraban a mi lado, los lamentos y los
olores de la tierra húmeda del cementerio. Probé bilis cuando me di
cuenta de por qué se sentía tan familiar.

No lloré.

La pena y la desesperación no se quemaron y torcieron y trituraron


como lo hicieron con mi madre. No sabía lo que eso significaba sobre mí,
más importante aún, no quería saberlo.

El funeral pasó en un borrón mientras seguía ausente en espíritu.


Entonces, una mano apareció en cada uno de mis hombros. Viola y John
se pusieron de pie, flanqueándome. Murmuraron algo, y sentí que me
alejaban.

PRONTO ME TUVIERON envuelta en su cabaña. Viola me llevó al sofá


y me envolvió en mantas hasta que apenas pude moverme. No es que
tuviera ninguna intención de hacerlo.

Después de que intentaron y no lograron que hablara, susurraron


entre ellos en la esquina de la cocina.

—John, está en shock. Tiene que quedarse. Preferiría morir antes


que dejar a esa mujer cerca de ella.

—Vi… no podemos mantener a Elain lejos de ella para siempre.


Puede que Serena sea mayor de edad, pero sigue siendo su hija por ley.
Sabes que no dejará que esto suceda.
—No me importa —siseó—. No va a volver. Recuerda mis palabras,
hay una enfermedad en esa mujer, y si el testamento no nombra a Serena
como su heredera, no se sabe qué podría llegar a hacer...

John la cortó:

—Vi, no digas esas cosas.

Sentí sus ojos en mí entonces. Pero apenas había registrado sus


palabras, prefiriendo desaparecer en el paisaje sombrío que era mi mente.

Minutos más tarde, o tal vez horas, alguien empujó una taza de té
en mis manos. La sostuve allí sin intención de beberla, sin siquiera sentir
el calor. Nada se sentía real, mi cuerpo menos aún. Mi mente se separó
y jugó con la idea de que no era yo, Serena, sentada en su sofá, sino un
cadáver en su lugar.

Manteniéndome lo más quieta posible, contuve la respiración y


miré las llamas bailar en el hogar, deseando que su calor me devolviera
a la vida. Solo había hielo cubriendo mis huesos, e incluso en la cabaña
de este panadero con un fuego encendido, no se derretía.
La Madrastra Malvada
Traducido por Vale

PASÉ CADA MOMENTO acurrucada en el sofá de John y Viola en la


semana que siguió. La única excepción ocurrió el sexto día cuando se
realizó la lectura del testamento. John me acompañó al Salón de la Aldea;
Viola se quedó atrás. No pregunté por qué, pero sospeché que tenía miedo
de lo que podría decir si mi padre le dejaba todo a mi madrastra.

Baird, el Anciano Jefe, nos condujo a su oficina en la parte trasera


del Salón. Elain ya estaba esperando y ni siquiera se molestó en alzar la
mirada cuando entramos. Entonces, los últimos deseos de mi padre
fueron leídos.

Había dejado la cabaña para que Elain y yo la compartiéramos


hasta que me casara, en ese momento la casa se transferiría a mi esposo.
La fragua se dividiría entre Elain, Gus, quien administraría el negocio, y
yo.

Mi madrastra luchó por ocultar su furia e incluso se arriesgó a


provocar a Baird al insistir en leer el testamento por sí misma. Aproveché
la oportunidad para escabullirme con John y regresar a la panadería sin
que ella me siguiera. Una vez que habíamos alcanzado a Viola, ella estaba
más aturdida que nadie. Parecía que ambas habíamos subestimado a mi
padre. Él no solo me había asegurado un ingreso a través de la forja, sino
también una casa y una dote. Mis perspectivas de conseguir un buen
partido se habían multiplicado por diez de la noche a la mañana. A pesar
de un toque de alivio que de repente no era una mendiga, sabía en mi
corazón que nada bueno podía resultar de provocar a Elain. A la mañana
siguiente, mi madrastra apareció en la puerta.

—No puede quedarse aquí por el resto de su vida. ¡Es mi hija! —


Elain le gritó a Viola, mientras bloqueaba la entrada.

—¿Por qué la quieres de regreso, Elain? —preguntó Viola,


cruzándose de brazos, negándose a moverse.

Vi la escena desarrollarse con una extraña mezcla de temor y


premonición. De alguna manera, esto se sentía inevitable.

Elain empujó a Viola, dejándola tratando de mantener el equilibrio,


y se precipitó hacia mi lugar junto al fuego.

—Ya basta de este lamento —se burló, sus ojos marrones se


arrugaron con disgusto—. Tenemos una casa de la que ocuparnos. No
puedo hacerlo sola.

Tal vez era el doloroso vacío dentro de mis entrañas, o quizás ya


había tenido suficiente, porque espeté:

—No voy a ir a ninguna parte contigo. Corta tu propia maldita


madera.

No tuve tiempo para reaccionar. Se inclinó y me dio una bofetada


en la cara. Mi mejilla ardió, y Viola rugió lo suficientemente fuerte como
para que John entrara corriendo por la puerta lateral. Harina le
manchaba las manos, había estado horneando.

—Vi... ¿qué está pasando? —tartamudeó, su mirada revoloteando


entre nosotras tres.

Golpeando la puerta principal detrás de ella, Viola marchó hacia


Elain, con el cabello para cualquier lado, los ojos desorbitados y
señalando con un dedo condenatorio.

—¡Esta zorra golpeó a nuestra niña!

Elain dejó escapar un ladrido agudo:

—Ella no es de ustedes.

John se volvió hacia Elain, el extremo de su nariz aplastada


enrojeciendo.
—Es completamente nuestra, igual que nosotros de ella. Y si
vuelves a golpearla, haré que te exilien de esta aldea —dijo, con el pecho
hinchado de emoción.

Pensé que ese podría ser el final. John tenía más poder y posición,
y ella lo sabía, pero parecía que perder a mi padre la había hecho olvidar.
Elain estaba desenmascarada.

—No te atreverías —dijo, arrastrando las palabras. Frente a mí,


continuó—: Estamos destinadas a vivir juntas. Ese fue el deseo de Hal.
—Sus ojos se cerraron como si la idea le doliera—. Si no vuelves conmigo,
iré antes que los ancianos. En ningún lugar de su testamento dijo que
me podías dejar sola con el mantenimiento de la cabaña. Continúa de
esta manera, y te veré desheredada.

—¡Tú horrible sapo viejo! —gritó Viola, con los ojos saltones.

Elain había jugado su mano, y por la felina satisfacción que


iluminaba su rostro, sabía que había ganado. Elain me miró por debajo
de su nariz.

—Dime, Serena, ¿de qué lado piensas que se pondrá el consejo de


ancianos? ¿Una chica demasiado perezosa para ayudar en la casa o una
viuda afligida?

—Fuera —gruñó Viola a su espalda.

—No, está bien. Yo iré —dije, resignada—. Solo terminaré causando


problemas para ustedes dos.

John pareció abatido y la cara de Viola se relajó.

—No lo has hecho. No lo harás.

—No te preocupes por nosotros, niña, somos más duros de lo que


parece —dijo John, colocando un brazo tranquilizador en el hombro de
su esposa.

Elain resopló.

—Sal de mi casa. —John dio un paso hacia ella, y por primera vez
le dio a Elain una pausa—. Bien. Esperaré afuera. —Me fulminó con la
mirada—. Cinco minutos, o voy a los ancianos y presento una queja.
Se fue apurada, tal vez más preocupada por la expresión
atronadora de John de lo que dejaba ver.

Tan pronto como cerró la puerta, Viola me confrontó:

—No puedes ir con esa mujer.

Suspiré y me levanté del sofá, dejando caer las mantas que me


habían cubierto.

—No es bueno. Esas no son amenazas vacías, y ustedes no pueden


cuidarme para siempre.

—¡Disparates! Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras. —


Viola se sonrojó, con lágrimas en los ojos.

—¿Y depender de ustedes para todo? No soy una niña, y no quiero


que arruinen sus vidas por esto...

—Eso no sucederá…

—Tal vez sí, tal vez no. No puedo correr ese riesgo.

Antes de que mi valor pudiera fallar, abracé a Viola y luego fue el


turno de John. Le susurré al oído:

—Si no sabes de mí en una semana, ven a verme.

Retrocedí, y aunque sombrío, asintió. El alivio me envolvió; había


entendido que no podía pedirle a Viola. Si supiera lo preocupada que
estaba, nunca me dejaría irme. Me despedí, cuadré los hombros y salí.

Solo esperaba que John no tuviera que venir a la cabaña, y que mis
temores sobre lo que Elain podría hacer ahora fueran infundados.

—¡LEVÁNTATE! —GRITÓ ELAIN mientras golpeaba la puerta de mi


habitación.

No había necesidad. Había estado despierta durante horas,


mirando al techo, dejando que la apatía me arrastrara al estupor.
Había llegado a casa hace casi una semana, y en el momento en
que crucé la puerta, Elain me había metido una larga lista de tareas
debajo de la nariz. Había de todo, desde desmalezar el huerto hasta volver
a pintar la casa. Como ya no tenía que hacer las paces por el bienestar
de Papá, había resuelto luchar.

Cuando le pregunté qué tareas domésticas desempeñaría, se


encogió de hombros y me dijo que, como la mayor, no se esperaba que
trabajara tan duro. Rápidamente me gané otra bofetada, argumentando
que solo tenía doce años más que yo. Debe haber visto mis manos
encresparse, con ganas de devolver el favor porque había sonreído como
un gato que atrapó al ratón y amenazó con ir a los ancianos con cuentos
de hijastros perezosos. Advirtiéndome de no jugar juegos que no
entendía, me había puesto a fregar suelos.

Con el sudor cayendo por mi cara, traté de pensar en una salida a


mi problema. Consideré simplemente irme, pero no podía confiar en los
ancianos para que se pusieran de mi lado. El consejo del pueblo era de
cinco hombres y solo una mujer. Y como alguien con miembros
desgarbados, líneas marcadas y torpes, y la gracia de un jabalí, no podía
esperar reproducir la forma en que el suave cabello dorado de Elain, su
amplio escote y sus ojos, influían en los corazones de los hombres.

Entonces ahora, todos los días comenzaban preguntándome qué


nuevo infierno había conjurado para el día.

Hoy fue cortar leña hasta que ella había decidido que ya teníamos
suficiente. Al mediodía, mis manos se habían ampollado y sangrado en
puntos. Perdiendo la paciencia, incapaz de soportar el dolor, volví a la
casa, revolví por un poco de queso y me serví un vaso de agua.

Me apoyé contra el mostrador de la cocina y saboreé la paz y la


tranquilidad; Elain había ido a la aldea por el día de mercado.

Al escudriñar la planta baja de la cabaña, la pena se apoderó de


mí. Debajo de mí había tablas oscuras que crujían constantemente, y
enfrente estaba el hogar. Una escalera y una desvencijada mesa de
comedor ocupaban un lugar de honor en el medio de la habitación. Y al
entrar desde el frente, una cocina en forma de L se encontraba a la
derecha. Nada lujoso, solo unos pocos armarios, un fregadero de piedra
y una estufa de leña introducida contra la pared. Los huesos de la
habitación todavía estaban allí. Incluso olía a los mismos residuos de
pino, y sin embargo... todo era diferente.

Érase una vez, la mecedora de mi madre había estado al lado del


sofá, mientras que las hierbas en macetas que había atendido salpicaban
todas las superficies. Ahora, trece años después, el abrigo de invierno de
mi padre, sus botas de piel de reno y el olor cálido y acre de su tabaco de
pipa también habían desaparecido.

Respirar se volvió difícil y mis rodillas casi cedieron. Para


distraerme, fui en busca de un ungüento para calmar mis manos.
Encontré una lata en el armario de una cocina y froté la sustancia cerosa
del ungüento en mis palmas doloridas antes de arrojarla nuevamente al
cajón.

Subí al piso de arriba y me senté, buscando debajo de la sábana el


jersey de mi padre, el único pedazo de él que pude salvar. Elain no estaba
en el mercado solo para comprar comida y encontrar "algunos lujos",
como lo llamaba. Estaba vendiendo sus posesiones y no se había
molestado en decirme. Gus había llegado con el vagón esta mañana. Los
vi amontonar sus pertenencias en la parte posterior, y corrí escaleras
abajo para agarrar lo primero que pude encontrar.

Ahora, lo puse en mi cara y respiré humo y pino: su aroma. El olor


de la fragua y el bosque que él amaba recorrer. A pesar de mis intentos
de impedirlo, un pequeño gemido escapó de mí. Rápidamente se convirtió
en un sollozo.

La voz de mi madrastra chasqueó como un látigo.

—¿Dónde estás? ¿Por qué no estás afuera cortando leña?

Me estremecí. Corriendo para esconder el jersey debajo del colchón,


miré por la ventana para ver a Gus. Ya estaba conduciendo el caballo de
vuelta al pueblo. Un pequeño consuelo.

Limpiando mis ojos y aspirando un aliento tranquilizador, caminé


hacia la puerta y bajé las escaleras tan despacio como me atreví. Me
estaba esperando en el último escalón.

—¿Qué estabas haciendo allí arriba? —preguntó Elain, sus fosas


nasales dilatadas como para olfatear una mentira.
—Ordenando mi habitación. Ya corté suficiente madera para que
dure un mes.

—Bien —dijo Elain, enseñando sus dientes—. Puedes ir a buscar


comida entonces; necesitamos más hongos para el pastel esta noche.
Regresa para las cinco.

No del todo lista para someterme a esta última demanda, me atreví


a hacer una pregunta:

—¿Cómo pudo ayudarte Gus? ¿No debería estar trabajando en la


fragua de Papá?

—Es su forja ahora —espetó—. Suya y mía.

—Papá nos la dejó a los tres —le contesté con frialdad.

—Por supuesto —dijo Elain, una sonrisa enfermiza y dulce se


extendió por su rostro. Se movió a la cocina y agarró una canasta de
mimbre de un armario—. Recoge los hongos en esto, y no te pierdas; no
querríamos que los fae te atrapen, ¿cierto?

Extendió su mano, colgando la canasta frente a mí con una sonrisa


burlona. Mi palma tembló. No dije una palabra. Simplemente me acerqué,
le arrebaté esa maldita canasta y prácticamente salí corriendo por la
puerta.

Doblando a la izquierda, caminé a grandes zancadas por el camino


trillado hacia el bosque y saboreé la brisa fresca que besaba mi rostro,
los olores terrosos y la libertad de la toxicidad de la cabina. Ancestros
ayúdenme, no podría soportar mucho más de esto, me volvería loca.

Pero para liberarme de Elain tenía que casarme, y ese curso de


acción estaba plagado de sus propios peligros particulares. Tenía la casa
para actuar como una dote. Una que podría tentar a los hombres de la
aldea a pasar por alto ciertos hechos, como mi cabello distintivamente
poco femenino, o que había recibido una educación; Viola había sido mi
maestra desde los trece años. Cualquier chico que fingiera interesarse
por mí ahora solo estaría interesado en una cosa. ¿Quería casarme con
un caza fortunas? ¿Y si canjeaba un amo cruel por otro? Necesitaba a
alguien amable y lo suficientemente fuerte como para hacerle frente a
Elain, pero esa persona no existía. Había pocos hombres jóvenes en el
pueblo, e incluso menos de los que no se hablara. Eso solo dejaba la
posibilidad de viajar a otra aldea, pero en el momento en que me fuera,
Elain tendría una excusa para reclamar la casa para ella.

Frustrada, sintiéndome derrotada, llegué a un lugar plagado de


hongos y pasé la siguiente hora recogiéndolos, contemplando mi
situación. Con mis manos cubiertas de tierra y oliendo fuertemente a
hongos, miré hacia el cielo y marqué la posición del sol a través del dosel
moteado. Mi corazón se hundió: era hora de volver a casa. Volví sobre
mis pasos, mi mente girando y tramando.

Llegué a la cabaña para encontrar las dos chimeneas inhalando


humo y las llamas de las linternas brillando a través del vidrio. En una
inhalación profunda y temblorosa, abrí la puerta y caminé a través de
ésta. Solo podía mirar a mi madrastra. Había comenzado la cena.

—¿Estás cocinando? —dije, apenas creyendo mis ojos.

Ni siquiera había levantado una sartén desde la muerte de mi


padre.

—Sí, bueno, has estado trabajando tan duro, ¡pensé que podrías
necesitar un premio!

Elain tarareaba alegremente mientras sacaba los pasteles. Los


vellos de mi nuca se erizaron y mi cuerpo se tensó como si se estuviera
preparando para la batalla. Algo estaba muy, muy mal. Al entrar en la
guarida del lobo, cerré la puerta y coloqué la cesta de mimbre sobre la
mesa del comedor.

La miré.

—Estás de buen humor...

—Sí lo estoy. Puede suceder, Frijolito —se burló Elain.

Sentí ganas de decir "desde cuándo", pero en su lugar pregunté:

—¿Necesitas ayuda?

—No, tú ve arriba y relájate. Llamaré cuando esté lista.

No me moví por un minuto completo. La conmoción parecía haber


congelado mi núcleo.

Muévete.
Subí las escaleras hasta mi habitación, solo para caminar de un
lado a otro del espacio pequeño mientras una voz dentro gritaba para
saltar por la ventana y correr hacia la panadería. Elain nunca me había
hablado con amabilidad, al menos no cuando mi padre estaba ausente.
Esta versión más agradable de mi madrastra me tenía nerviosa,
esperando que sonara el último golpe del tambor, y que el monstruo
levantara su fea cabeza. ¿Era todo un juego? ¿Otro modo de tortura para
agregar a su colección?

Aun así, nada había pasado... todavía. Si huía, no tendría más


excusa que mi madrastra siendo demasiado amable. Eso no impidió que
mi piel se arrastrara cuando Elain me llamó.

Respira, me recordé.

Cuando salí de la escalera vi la cena en la mesa en forma de pastel,


un poco de pan con mantequilla y una jarra de agua. De repente, la
amenaza que había creado años atrás para envenenar mi comida regresó
rápidamente. Algo hizo clic, y mis instintos rugieron, ¡No te lo comas!
Dioses ayúdenme, me senté de todos modos.

—Espero que te guste. —Elain me sonrió.

Eso, allí, me pareció suficiente para confirmar mis sospechas.


Todavía podría huir, pero, ¿entonces qué? Hice tiempo cortando el pastel
en mi plato en pedazos cada vez más pequeños. Finalmente, Elain dio un
mordisco a la pila de jamón y hongos que colocó en lo alto de su plato.
No pasó nada.

Pero tal vez había envenenado solo mi porción en lugar de todo el


pastel. Sí, eso tenía más sentido. Después de todo, no la había visto
servirlo.

—¿Hay algún problema con mi comida? —preguntó Elain, agitando


su tenedor en mi plato.

—No, el pastel está delicioso. Gracias.

—¿En serio? —Enarcó una ceja—. Para ahora, usualmente ya has


limpiado tu plato y estás pidiendo una segunda porción.
Forcé una risa entrecortada mientras mis mejillas ardían. Tenía
razón. Tenía que actuar y pensar rápido. Una idea se formó cuando
examiné la mesa.

Agarrando dos servilletas de lino, las puse sobre mi regazo. A


medida que avanzaba la comida, cada vez que Elain miraba hacia otro
lado, ponía más pastel en una servilleta. Para evitar que sospechara, de
vez en cuando me metía un bocado en la boca, rezando para que el
veneno no fuera lo suficientemente fuerte como para matarme allí mismo.
Y cuando surgía la oportunidad, llevaba la otra servilleta a mis labios y
depositaba la comida dentro de ésta. No toqué el pan o la mantequilla.

A mitad del pastel, me preguntaba si había perdido una comida


perfectamente buena por nada. Entonces, Elain me sirvió un vaso de
agua de una jarra y mis instintos volvieron a sonar alarmados. Fingí
tomar pequeños sorbos y esperé mi momento.

Mi madrastra llevó su plato a la cocina. Con un movimiento suave,


incliné el agua en el plato de pastel en el centro de la mesa. Seguí con la
comida recogida en las servilletas. Con las manos temblorosas, traté de
disfrazar el montón blando levantando restos de tarta sobre la parte
superior. Arrebaté mi vaso, lo incliné hacia mi boca y esperé. Ella dio
media vuelta y bajé el vaso como si acabara de tomar el líquido.

—¿Sin segunda porción? —preguntó, frunciendo el ceño mientras


se acercaba para recoger mi plato.

—Mi estómago me está molestando. —Me froté la barriga para más


efecto.

Elain sonrió fríamente y fue a apilar mi plato en el fregadero.

—Qué mal. Necesitamos hablar.

Mi estómago se sacudió.

Dio media vuelta y se acercó a la mesa para pasar la mano detrás


de la silla de enfrente.

—Acerca de la fragua.

—¿La fragua? —hice eco, sorprendida.


—Sí. —Elain hizo una mueca. Deslizándose en su silla, juntó sus
manos—. Gus tiene el poder de hacer las cosas muy difíciles para
nosotras. Ahora está solo, haciendo el trabajo de dos hombres, y nunca
tuvo el talento de Halvard. Necesitamos hacerlo feliz... mantenerlo de
nuestro lado; de lo contrario, podría dejar que la fragua caiga en la ruina
y nosotras junto con ésta. O incluso estafarnos y quedarse con las
ganancias por sí mismo —gruñó, con una mirada fea.

—Si hace cualquiera de las dos, podemos ir a los ancianos…

—¡No seas tan estúpida! —ladró—. Es un hombre y el único en el


pueblo entrenado como herrero. La aldea lo necesita mucho más de lo
que necesita a cualquiera de nosotras.

—¿Qué sugieres entonces? —Traté de estabilizar las manos e


ignorar el abismo que amenazaba abrirse bajo mis pies.

—Nada drástico —dijo muy alegremente—. Le pedí que viniera a


hablar esta noche. Quiero persuadirlo de que es lo mejor para él no
engañarnos. Debemos usar nuestros encantos femeninos...

Mi corazón estaba acelerado ahora. ¿De qué demonios estaba


hablando? Había pasado años diciéndome que no podría encantar una
zanahoria, y mucho menos a un hombre. ¿Qué cambió?

Una perspectiva enfermiza ocurrió. Pero seguramente,


seguramente, ni siquiera ella podría ser tan audaz. Elain sabía que tenía
un poco de protección en Viola y en John, y si se enteraban de que me
había forzado a prostituirme, harían bajar la ira de toda la aldea sobre
su cabeza y la de Gus.

—No, niña, no hay necesidad de parecer tan asustada. —Elain


sonrió con suficiencia, claramente disfrutando de mi miedo—. Solo quiero
ponerme de su lado bueno. Y es hora de que aprendas que, como
mujeres, no tenemos más poder que el que los hombres nos dan. No
importa lo que diga el testamento, debemos usar cualquier ventaja que
tengamos.

Sus ojos se detuvieron en mi rostro, trazando mis rasgos. Todo lo


que vio allí la hizo hacer una mueca y mi pecho se estremeció, mientras
su silencioso insulto encontraba su marca. Apartando la vista, se inclinó
hacia atrás y agregó:
—Debes confiar en mí en esto, darle compañía después de un duro
día de trabajo, agregar algunos elogios, y estará comiendo de la palma de
nuestras manos.

Asentí una vez. A medida que mi pánico subía un poco más, decidí
un enfoque directo. Ella podría dejar que se le resbalara la máscara,
dándome tiempo para vislumbrar sus verdaderas intenciones.

—No quieres que me case con él, ¿verdad?

Elain dejó escapar un graznido áspero y se enfrentó a mí.

—No se casaría contigo, incluso si eso es lo que yo deseara. Es


posible que tengas una dote adecuada ahora, pero él es un herrero. No le
faltan las chicas en la aldea.

Una parte patética y vana de mí se quemó ante eso. Me mordí el


labio, anhelando escupir una maldición o lanzar un insulto. Tal vez lo
hubiera hecho, si no fuera por el golpe. Salté un poco, y Elain se levantó
para abrir la puerta, pero no antes de que viera algo en sus ojos que me
hizo deslizar el cuchillo de pan en mi manga. Estaría desafilado, pero
mejor algo que nada.

Una ráfaga helada pasó por nuestra cabaña y mis pulmones se


tensaron.

—Sal de ese frío, pareces congelado. —Elain barrió la nieve fresca


de los hombros de Gus cuando entró sin decir palabra. La puerta se cerró
con un clic; sonó como una sentencia de muerte. La cabaña volvió a su
calor anterior, pero el frío no abandonó mis huesos.

Me quedé callada mientras sus ojos grises me encontraban. Todo


mi cuerpo se tensó, esperando que sucediera algo. Pero él caminó hacia
el horno de leña y sin mirarme dijo:

—Te ves bien, Serena.

Murmuré mi agradecimiento, pero la mirada de mi madrastra fue


suficiente para agregar:

—¿Cómo está la fragua?


—Igual que siempre —dijo, un chasquido irritado entró en su voz.
Acercó sus manos a la estufa y las frotó juntas—. Elain, ¿qué tal un vaso
de algo caliente?

—Por supuesto, siéntate —dijo, señalando a la mesa.

Él merodeó, eligiendo la silla junto a la mía. Me esforcé por reprimir


un escalofrío y fallé.

—¡Serena! —ladró Elain—. Consigue una copa de vino para nuestro


invitado.

—Ese es de Papá...

—No me hagas pedirlo de nuevo —susurró con los dientes


apretados—. Y mientras lo haces, trae la botella.

Me desinflé bajo el peso de su mirada y me puse de pie para


caminar hacia una puerta a mi izquierda. Entré en la despensa y
encontré el estante del vino, una de las pocas indulgencias de mi padre.
Las etiquetas de sus añejos favoritos me devolvieron la mirada y apreté
los dientes. Perra. La única razón por la que no le había vendido el licor
era porque le gustaba demasiado.

Después de elegir el vino más barato posible, aproveché la


oportunidad para deslizar el cuchillo de mi manga en el bolsillo de mi
vestido. Caminé hacia la sala de estar, luchando contra el impulso de
arrojarles la botella. Cogí un vaso de un armario y lo llené hasta la mitad
mientras Elain cotilleaba sobre los aldeanos, uno de sus pasatiempos.

No hubo elección; tuve que sentarme al lado de Gus otra vez. Puse
la botella sobre la mesa y empujé el vaso hacia él. Hizo un extraño
gruñido que supuse significaba gracias. Intenté esconder mi repulsión
cuando agarró el vaso, luego la botella y se atiborró del licor de Papá.

Durante cinco largos minutos dejó que mi madrastra tuviera rienda


suelta, contando cuentos y diciendo tonterías. Aun así, mantuve mis ojos
fijos en ella todo el tiempo. Cualquier cosa para evitar los ojos errantes
de Gus.

Una vez que terminó toda la maldita botella, me moví rápidamente


y me ofrecí a lavar su vaso. Lo entregó sin decir una palabra. Agarré el
plato de tarta al mismo tiempo e hice un gran espectáculo de parecer
ocupada en el fregadero.

Elain recurrió al tema de la forja y Gus se animó más. Dejé que sus
palabras revoloteen en un oído y salieran por el otro, perdiéndome a la
lenta y meditativa tarea de fregar. Fue por eso que no noté que la
conversación disminuyó a un mínimo. Estaba viendo nieve fresca caer
por la ventana cuando algo en su reflejo llamó mi atención. Elain se
detuvo frente a la puerta de su habitación; sus ojos se encontraron con
los míos, su expresión era dura e inquebrantable, su sonrisa retorcida y
triunfante.

Con el corazón en la boca, giré cuando cerró la puerta y Gus se


acercó más. Quedé paralizada, congelada en la tierra, atrapada.

Corre, corre, corre, corre, corre.

Lo había visto en la expresión de Elain, Gus me arruinaría. Ella


había arreglado esto. De un solo golpe, esperaba romper mi espíritu y
destruir mi reputación, asegurando que ningún hombre se casara
conmigo. Después, probablemente me ofrecería una opción: renunciar a
mi herencia, o quedarme y estar a merced de los dos.

Un miedo potente, sin diluir, se apresuró a entrar, envenenando


mis venas, paralizándome. Lágrimas enojadas y desesperadas picaron
mis ojos cuando el aliento caliente de Gus encontró mi cuello. Mi mente
revoloteaba de pensamiento en pensamiento como una piedra saltaría a
través de un estanque. Busqué distracción. Miré hacia el hogar, en el que
mi madre me enseñó a leer, y luego a la mesa donde había hablado con
Papá por última vez.

Este fue mi primer beso. Eso fue todo lo que pude pensar cuando
la boca de Gus encontró la mía. Su lengua avariciosa se introdujo a la
fuerza en mi boca. Sabía a vino agrio; me dio arcadas.

Gus retrocedió ante el sonido. Me miró por un momento y con un


movimiento de sus labios, sus ojos codiciosos cayeron. Mi cuerpo gritó
en protesta cuando unas manos ásperas encontraron mis pechos,
tirando y pellizcando lo suficiente como para herirlos.

—Siempre supe que estaban allí en alguna parte. —Una suave risa
pasó por sus labios—. Creo que el pequeño tónico de Elain debe haber
funcionado. Eres mucho más dócil de lo que imaginaba que serías. Tengo
que decir que estoy decepcionado, es mucho más divertido domar en un
caballo salvaje.

Sus palabras se filtraron en mis oídos, golpeando una cuerda tras


otra. Había estado en lo correcto. Mi madrastra había tratado de
drogarme, y mi padre había sido el que permitió que estos monstruos
entraran en nuestras vidas. No me había creído. No había visto. Luego se
había ido y muerto, y me dejó para ser una cierva entre lobos. Pero había
visto a través de ella, lo suficiente como para no beber ni comer su
veneno. Me había salvado a mí misma. No estaba paralizada, podía
defenderme.

Gus agarró mi entrepierna. Una cadena que no sabía que existía se


desplegó dentro de mí, despertando y desatando un animal sanguinario
y vicioso. La posesión en ese contacto me hizo morder la lengua que se
había forzado a entrar en mi boca otra vez. Probé sangre.

Bien.

Solté un gruñido y saqué el cuchillo del bolsillo, cortando. Gus se


tambaleó: el cuchillo no había hecho nada. Lo tiré para distraerlo y agarré
una sartén jabonosa del fregadero. No hubo dudas. Corrí hacia él,
balanceando salvajemente. Se desvió y se acercó, esos brazos musculosos
extendiéndose para detenerme.

Si quería un caballo salvaje en celo, le daría uno. Llevé mi rodilla


gritando entre sus piernas y aterricé un golpe salvaje.

Cayó de rodillas. En el momento preciso, gritó:

—Perra. —Bajé la sartén en su cabeza. Cayó al suelo, un peso


muerto.

Elain apareció, chillando:

—¡Muchacha estúpida! —Corrió a revisar su pulso. Un suspiro


rápido y aliviado me dijo que había sobrevivido—. Gracias a la madre —
murmuró y se volvió para fulminarme con la mirada—. ¿Qué estabas
pensando? ¡Podrías haberlo matado!

Con furia cantando en mis venas, le apunté con la sartén como una
espada.
—Si alguno de ustedes alguna vez se acerca a mí otra vez, los
acabaré, ¿me oyes?

Sus ojos se abrieron con sorpresa y la satisfacción me inundó, pero


cuando su boca se curvó en una sonrisa burlona, ya había tenido
suficiente. Aún con la sartén en la mano, fui a la puerta y salí al
turbulento blanco.

Mierda. Un viento fuerte azotó la noche, llevando remolinos de


nieve que ya se habían pegado al suelo y se alineaban en el camino hacia
la aldea. Estaba helando, y no tenía una capa. No había vuelta atrás. Solo
tendría que correr y esperar que el frío no me encontrara.

Tomando el camino correcto, dejando que mis largas piernas


trabajen para mí, corrí fuerte y no miré atrás.

Elain había ganado. Fallé en su juego. Los ancianos no me


creerían, pero eso no significaba que tuviera que irme silenciosamente.
Había estado en silencio por mucho tiempo. Suficiente. Los deseos de mi
padre ya no importaban. Había mantenido la paz por él. Siempre por él.
Ese respeto persistente murió en mis venas en el instante en que Gus me
tocó. No podía honrar la memoria de Papá cuando no podía perdonarlo.
No solo por traerlos a nuestras vidas, sino por no ver que la cabaña no
había sido un hogar en años. El único hogar que reconocía era al que
corrí.
Niño Cambiado
Traducido por 3lik@

CORRÍ HASTA QUE los músculos de mis piernas se quejaron y mi


corazón parecía que iba estallar. El tapiz estrellado y la cara pálida de la
luna eran las únicas luces que me guiaban. Con el sudor deslizándose
por mi espalda y manchando mi vestido, y mi cuerpo temblando, me
detuve y vomité en seco al costado del sendero. Afortunadamente, no
había nada en mi estómago, así que las arcadas terminaron pronto.
Comprobando que nadie me había seguido, tiré el molde al bosque y partí
de nuevo, redoblando mis esfuerzos y llegando al pueblo como un
torbellino enloquecido.

Casi allí. Con el corazón en la boca, continué por el camino lleno


de lodo hasta que vi la luz de las velas en su ventana, la única señal de
que Viola todavía podría estar levantada. John estaría en la cama, la vida
de un panadero exigía tempranas noches.

No queriendo aterrorizarla, me permití sostener mi acelerado


corazón y reponerme. Me doblé, aspiré profundamente en mis pulmones
estremecidos y usé mi manga para limpiarme el sudor de la cara.

Una última corrida y estaba llamando a su puerta. Metí mis manos


bajo mis axilas, tratando de controlar los temblores. Sabía que no era el
frío lo que hacía que mi cuerpo reaccionara de esa manera, no después
de correr durante quince minutos seguidos. La puerta se abrió, Viola me
miró y estallé en lágrimas.
DESPUÉS QUE VIOLA mecalmó lo suficiente como para escuchar lo que
había sucedido, subió las escaleras para despertar a John. Una vez que
se me unieron en la cocina, todos sosteníamos una taza humeante de
chocolate caliente, John estaba dispuesto a ir con Baird. Parecía listo
para ponerse su abrigo y arrastrarme allí.

—No creo que a los ancianos les agradezca que golpeemos en sus
puertas en medio de la noche. Esperemos al menos hasta la mañana —
dije en desacuerdo.

Viola se vio distante, pero John asintió.

—Te llevaré a la primera luz.

—Iré a buscar sábanas para el sofá —dijo Viola en voz baja antes
de salir de la habitación.

Tragando el nudo en mi garganta, me encontré con la mirada


consciente de John.

—Ella siente que te ha fallado. Es por eso que... —Se recostó en su


silla, incapaz de terminar su oración.

—No lo ha hecho —dije con voz ronca—. No podría.

Mi voz sonaba hueca, incluso para mí. Traté de invocar la ferocidad


que había sentido esa noche, pero la criatura que se había deslizado
ahora dormía. El borde afilado de mi pánico se había atenuado, dejando
atrás un hoyo negro de nada que comía mis entrañas.

Algo de esto se debe haber mostrado en mi cara, porque un temblor


entró en la voz de John cuando dijo:

—Serena… ¿puedo hacer algo?

No queriendo causarle más preocupación de la necesaria, rastré la


silla y me puse de pie.

—Estaré bien. Solo necesito dormir.


Sin detenerme para comprobar si había creído mi mentira, me
acerqué al sofá y me senté frente a un fuego agonizante.

Ahora de pie, con sus pesados párpados caídos, John preguntó:

—¿Necesitas algo antes que suba?

—No, gracias. Lamento haberte despertado.

Hizo un ruido incrédulo y murmuró:

—No seas tonta. Siempre estamos aquí para ti, Serena.

Las palabras me fallaron.

John se quedó, suspendido en la puerta de la panadería hasta que


Viola volvió corriendo y dijo:

—John, ve a la cama ahora. Me quedaré aquí con Serena.

—No es necesario. —Una débil protesta de mi parte.

Viola me silenció con una mirada, y John simplemente asintió


como si no hubiera esperado nada menos. Agachándose, besó a su
esposa en la mejilla.

—Buenas noches.

Cuando la puerta se cerró detrás de él, Viola colocó una almohada


y varias mantas de lana gruesas a mi lado en una pila. Se enderezó, solo
para que sus cejas se juntaran cuando sus ojos se encontraron con los
míos.

—Creo que dado todo lo que sucedió esta noche, deberías usar esto.

Se acercó a la repisa de la chimenea, abrió la caja de plata y sacó


el collar de mi madre. Retorciéndose de nuevo, extendió su brazo,
ofreciéndolo. Cuando no lo tomé, bajó el brazo.

—Serena, no puedes dejar que los matones dicten tu vida. Este es


tu derecho de nacimiento. Tómalo. —Sacando su mano de nuevo,
agregó—: Si no es por ti, hazlo por mí. Dormiré mejor sabiendo que tienes
su protección.

—¿Cómo podría protegerme? —dije, sintiendo mi lengua pesada.


—Porque era de tu madre.

Molesta por esta respuesta no comprometida, lo tomé de todas


formas y lo abroché alrededor de mi cuello, escondiéndolo bajo la tela de
mi áspero vestido casual. La gema encerrando la gota de agua se sintió
sorprendentemente pesada y cálida contra mi pecho.

—Estaré aquí —dijo Viola, recostándose en su silla favorita junto


al fuego. Poniendo una manta sobre su regazo y recogiendo su tejido,
continuó—: No voy a ninguna parte, así que intenta dormir, ¿de acuerdo?

Murmuré mi agradecimiento y agarré la almohada y una manta.


Acurrucándome en el sofá, temiendo las pesadillas por venir, vi las manos
de Viola bailar y escuché el suave chasquido de sus agujas. La noche
transcurrió en períodos de sueño fracturado mientras los pensamientos
y las pesadillas se confundían. Ciertas imágenes y sentimientos siguieron
resurgiendo, obligándome a probar la bilis en la parte posterior de mi
garganta al recordar la violenta lujuria en los movimientos de Gus y el
triunfo en el rostro de Elain.

Volviendo al borde del sueño otra vez, un golpeteo me hizo saltar


del sofá. Mi cuerpo entero tembló, preparándose para luchar o huir.

A través de la brumosa puerta de cristal, solo vi el más leve indicio


de rosa en el cielo. El amanecer aún no había llegado. La única luz en la
habitación venía del fuego agonizante y la extraña y pequeña vela. No fue
suficiente para distinguir la figura tocando para entrar.

Viola estaba a mi lado al instante, estabilizándome.

—Está bien, estás a salvo con nosotros —susurró—. Quiero que


vayas a buscar a John por mí.

—No es necesario. —John apareció en la puerta lateral, ya vestido


con un delantal cubierto de harina—. Estaba justo poniendo los primeros
panes.

—¿John? ¿Viola? —Una voz sonaba desde afuera—. ¿Están ahí?


Soy Timothy.

Mi corazón se estrelló contra mi pecho.

—Ya los han conseguido.


—No podemos estar seguros de si se trata de anoche —dijo John
en voz baja.

Una nota entrecortada entró en la voz de Viola cuando dijo:

—Oh, creo que podemos; ese es el nieto de Baird. —Con el rostro


tenso, se volvió hacia mí—: Serena, si quieres correr, si crees que no
obtendremos una audiencia imparcial, entonces te esconderemos y
despacharemos a Timothy.

Negué con la cabeza.

—No puedes darme amparo para siempre.

John, que había estado en silencio durante el apresurado discurso


de Viola, dio un paso adelante con los hombros rígidos y la espalda recta.

—No, pero podemos sacarte de contrabando, y puedo conseguirte


dinero, lo suficiente para comenzar de nuevo en una nueva aldea.

Mi boca se abrió de golpe.

—Los ancianos los destruirían...

—Serena, no pienses ni por un segundo que no arriesgaremos eso


y más por ti —dijo Viola, sus ojos dirigiéndose a la puerta mientras otro
golpe resonaba en la casa.

Una pausa. La oferta colgaba en el aire, y tenía que tomar una


decisión importante. Dos elecciones, dos caminos y dos destinos muy
diferentes me esperaban. Ninguna de las dos opciones se sintió bien, y
aparte de una vaga sensación de error que me atormentaba cuando
pensaba en correr, me sentía como una puñalada en la oscuridad. ¿Esto
es lo que era ser un adulto entonces? Dioses, apestaba.

Dudé, retorciéndome las manos.

—Son la única familia que me queda. —Una endeble e inarticulada


manera de describir lo mucho que significaban para mí.

John se acercó a Viola y le rodeó la cintura con un brazo.

—Eso no cambiará, hagas lo que hagas.

Viola hizo una mueca cuando sonó otro golpe.


—Cariño, está bien. Entra en la panadería —susurró, gesticulando
a su derecha.

Suspiré.

—No, tenías razón anoche. —Me encontré con su expresión


confundida, y continué—: He dejado que amenacen mi vida por mucho
tiempo. Por favor, abre la puerta, Timothy debe estar congelado.

Viola y John intercambiaron miradas furtivas.

—¿Estás segura, Serena? —preguntó.

Di un asentimiento. John me miró, su boca una línea dura. Respeto


se reflejó en sus ojos. Mi corazón se hinchó.

John le dio una palmada a Viola en el hombro y se dirigió a la


puerta para abrirla.

Vi a Timothy, de diecisiete años, saltando de un pie a otro,


frotándose las manos para calentarse. Ya era más alto que John, con el
cabello castaño desordenado y la piel bronceada por trabajar en los
campos.

—¡John! —Parecía aliviado—. Siento molestarte, pero mi abuelo me


pidió que fuera a ver si Serena estaba aquí.

—¿Qué quieres con ella?

Esa orden brutal para obtener información hizo que Timothy


murmurara:

—¿Está aquí?

John se hizo a un lado. Los ojos de Timothy encontraron los míos.

—Serena. —Un tono de sorpresa—. Y-yo no pensé —tartamudeó—


. Mi abuelo, bueno, quiero decir, los ancianos me enviaron para llevarte
al Village Hall.

—¿Se trata de Gus y Elain? —pregunté, preparándome para lo


peor.

Él asintió tímidamente.
—Te han acusado de algo...

—¿De qué? —ladró Viola, parándose delante de mí como si pudiera


protegerme de la respuesta.

Mis instintos me dijeron que todo lo que hacía que Timothy evitara
la mirada de Viola de esa manera era peor de lo que podía imaginar.

—Dicen que eres un niño cambiado. Elain está convencida de que


tú eres la razón por la que los niños están desapareciendo.

Un agudo escalofrío me recorrió.

Los mitos y cuentos que rodean a los niños cambiados eran


infames. Las canciones e historias que escuchamos desde la cuna hasta
la tumba hablaban de que las mujeres humanas eran engañadas o
forzadas a concebir faelings1. Sus creadores de pura sangre nunca los
reclamaron, y por eso los demi-fae vivían como parias. Estos niños de dos
mundos, abandonados por la sociedad fae, no tuvieron más remedio que
crecer entre los humanos, ocultando sus identidades. Este aislamiento y
rechazo volvieron locos a niños cambiados. Volviéndolos malvados,
sedientos de sangre e infinitamente hambrientos. Y si los humanos
descubrían que había uno vivo entre ellos, el castigo era a menudo la
muerte.

Mi corazón se aceleró.

Viola retrocedió un paso como si las palabras la hubieran asaltado.

—Eso es una locura —jadeó, con una mano sobre su pecho.

Timothy se retorció.

—Hay fundamentos. Algunos aldeanos parecen convencidos.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó John, su cara ahora más o menos


del color de la leche agria.

La lengua de Timothy se movió sobre su labio inferior.

—La cosa es que, Serena siempre ha sido un poco, bueno, siempre


se ve... —Se calló.

1
N.T. Hijos de fae.
Patético.

Una tempestad furiosa se hinchó y me arrastró a su paso. Mi voz


tembló, pero no con miedo.

—Sé que soy extraña, Timothy. Puedes decirlo.

—Ratas y moscas —expulsó John, usando su maldición favorita—


. No eres rara, Serena, e incluso si lo fueras, eso no te hace un niño
cambiado.

Timothy se elevó sobre John, y aun así bajó la cabeza cuando fue
sometido a su mirada fulminante.

—Es solo que todos saben que los niños cambiados comen mucho
—murmuró.

Mi estómago se retorció.

—Y Elain señaló... bueno, siempre estás aquí en la panadería. Las


chicas del pueblo dicen que no es natural que alguien coma tanto y que
nunca gane peso.

—Por supuesto —Viola soltó, cruzando los brazos—. ¿Por qué los
ancianos no escuchan el testimonio de un grupo de chicas tontas y
celosas? ¡Eso tiene sentido!

John murmuró algo pacifico, pero apenas me di cuenta. De nuevo,


esto demostró otro movimiento magistral de Elain. Era el chivo expiatorio
perfecto para un pueblo asustado y afligido. Y cuando mi padre se fue,
no había nadie con suficiente influencia para protegerme. Era presa fácil.

Un destello de calor abrasador estalló en mi garganta, y mi mano


voló hacia la gema.

—¿Serena? —Timothy me lanzó una pequeña mirada suplicante—


. Quieren mantenerte prisionera en Hall hasta que...

—¿Hasta el juicio? —terminé, mirándolo.

Al menos tuvo la decencia de parecer avergonzado.

—Sobre mi cadáver —gruñó Viola. Una fiera disfrazada.


Timothy la miró boquiabierto mientras John me miraba. Vi la oferta
detrás de su mirada. Seguiría mi ejemplo: mi decisión. Solo había un
camino que tomar. Tenía que protegerlos incluso si eso significaba
enfrentar a los lobos para hacerlo.

—Iré —le dije a Timothy, quien suspiró, aliviado.

—No. —Viola se giró para mirarme, con el rostro ceniciento—. Esto


no está bien. No lo mereces.

Me las arreglé para encogerme de hombros.

—Tal vez no, pero si las personas obtuvieran lo que merecían, Papá
aún estaría vivo y Gus y Elain estarían enterrados.

Las cejas de Timothy se dispararon hasta la línea de su cabello. Lo


ignoré y hablé con John y Viola.

—Les prometo, no me rendiré fácilmente. Les diré a los ancianos lo


que pasó. No me creerán, pero la historia se mantendrá. Suficiente para
dificultarles la vida. Y cuando más niños desaparecen después de... lo
que sea que hagan conmigo, la gente podría finalmente ver a Elain y Gus
por los monstruos que son.

Mi familia adoptiva se quedó mirando el uno al otro. Fue John


quien rompió el silencio:

—Estaríamos orgullosos de llamarte nuestra hija, Serena Smith.

—Desearía haber merecido padres como ustedes —me obligué a


decir con un nudo.

Fui a caminar junto a Viola, pero su brazo salió disparado para


detenerme. Me dio un fuerte abrazo y me susurró al oído:

—Estaremos en el juicio. No estarás sola.

Se separó y se volvió conmigo para mirar a Timothy.

—Dile a tu abuelo que lo veremos en Village Hall al mediodía.

Él se acurrucó bajo su mirada, bajando la cabeza. Con voz


entrecortada, dijo:

—Sí, señora.
Me acerqué directamente a John y Timothy con la cabeza bien alta.
Me picaron los ojos cuando se encontraron con el aire frío del amanecer,
y traté de no pensar en las horas pasadas encerradas en el Village Hall.
Timothy se movió a mi lado y después de una mirada furtiva de reojo,
como si estuviera preocupado de que pudiera huir, se puso en marcha,
abriendo el camino. No escuché la puerta cerrarse detrás de mí; supe que
John y Viola verían hasta que desapareciera.
El Juicio

Traducido por Manati5b

HALL ESTABA CENTRADO en el corazón de la aldea, como una piedra


angular de la ley y el orden, y un testimonio de los rituales que
constituían la sangre vital de sus ciudadanos: todo, desde bodas hasta
funerales, hasta mercados interiores.

En el interior, contenía una gran sala rectangular que conducía a


unos laberintos más pequeños en la parte posterior. Compuesta de
madera, su estructura estaba sostenida por pilares marcados con cientos
de tallas antiguas. Filas de bancos de roble pulido dividían la habitación
en dos, proporcionando un pasillo, y terminaban en un altar o mesa alta,
según la ocasión. Por supuesto, hoy tendrían que arrastrar la mesa alta
para sentar a los miembros del consejo.

A través de las pequeñas ventanas diseminadas en mi celda de


retención, observé el sol subir hasta su cenit. Había estado encerrada
toda la mañana, sentada en un suelo frio y duro, aterrorizada y
hambrienta. Timothy finalmente apareció para llevarme al salón
principal, donde me colocó en el centro del pasillo frente a los seis
miembros actuales que formaban la voz del pueblo.

John y Viola se sentaron detrás de mí en el lado derecho del pasillo


mientras que Gus y Elain tomaron la izquierda. Sentí una breve punzada
de alivio por el hecho de que no había más gente para presenciar mi
vergüenza. Para ahora, no habría nadie que no hubiera escuchado lo que
estaba sucediendo; muchos aldeanos probablemente esperaban
ansiosamente las noticias afuera de las puertas.

Deseé que mi pulso se estabilizara cuando Baird, el Anciano Jefe,


atrapó mi mirada. Era fácilmente la persona más anciana del pueblo: ojos
hundidos, pelo blanco tenue y la piel colgando de él cómo piel de cuero.
Mi intento de valentía se rompió, y casi vomité a sus pies cuando se
levantó, lentamente, de la mesa, hablando en un rico barítono, tan en
desacuerdo con su aspecto cansado.

—Gracias Timothy. —Despidió a su nieto de mi lado con un saludo.

Timothy se acercó para pararse en lo que parecía su posición


habitual, detrás del consejo, alejado en una esquina donde podía
observar. Baird debe estar preparando a su heredero. Suerte para él,
pensé amargamente.

Mis piernas amenazaron con doblarse mientras Baird gritaba mi


nombre.

—Serena Smith, estás acusada de ser un niño cambiado, y por lo


tanto, eres en parte responsable por el secuestro de tres niños de esta
aldea. ¿Cómo respondes a estos cargos?

Mi barbilla se alzó, pronuncié las palabras que había practicado


durante horas.

—Inocente. No soy un niño cambiado, y nunca secuestraría a uno.


Esas acusaciones son falsas, hechas por dos personas que quieren cubrir
sus propios crímenes destruyendo mi credibilidad.

Silenciosas conversaciones y risitas nerviosas se esparcieron entre


los ancianos. Miré a cada uno de ellos y sostuve sus miradas, deseando
que vieran la verdad en mis ojos. Baird estaba en medio. A su izquierda
estaba sentado Nathan—padre de Annie Tanner, una de las niñas
desaparecidas—y el Dr. Fagan, el cirujano local. Del lado derecho de
Baird estaba sentado Castiel, nuestro único albañil. Junto a él estaba un
granjero de nombre Duncan, y finalmente, Gertie la única mujer del
consejo.

Baird continúo:
—Tus acusadores están aquí. Ahora que has declarado tu
inocencia, escucharemos su afirmación de que tú eres, de hecho, un niño
cambiado, también conocido como una demi-fae. Le cedo la palabra a
Elain y Gus para que expongan sus quejas y presenten pruebas que
respalden sus afirmaciones.

Crujieron las faldas. Un escalofrío recorrió mi espalda, y supe que


Elain se había levantado primero. Me negué a mirar hacia atrás cuando
ella comenzó:

—Gracias, Jefe Baird.

El asco se deslizó bajo mi piel. Ella habló con la cantidad justa de


tentativita, pero no pudo ocultar el ligero temblor o la respiración. No
para mí; la conocía muy bien. Mi madrastra estaba emocionada. Después
de todo, humillarme mientras era el centro de atención, era el sueño de
Elain.

Mis manos se cerraron en puños ante el pensamiento.

—Por años —continuó—, he tratado de cumplir mi deber como


esposa y madre. Creo que cumplí con mi deber con Halvard, dioses lo
protejan.

Una pausa, para recordarles que estaba sufriendo la pérdida de su


marido. Nathan y el granjero, Duncan, ofrecieron miradas de
conmiseración. El primero había perdido a su hija, y el último a su esposa
durante el parto. No había sorpresa ahí, pero me enojé que los otros no
parecieran afectados. Tal vez esto no sería una farsa total de un juicio.

Elain llegó al punto de su discurso:

—Y sin embargo, hoy me duele venir ante ustedes y hablar en


contra de mi hijastra, Serena, porque significa que he fracasado como
madre.

Casi me rio a carcajadas.

—Pero los secuestros han forzado mi mano. No puedo seguir


ignorando sus… rarezas. Estoy avergonzada de no haber hablado antes,
pero dioses me ayuden, he agarrado cariño por la niña.

No pude evitarlo, se me escapó una débil carcajada.


Elain hizo una pausa. Sentí sus ojos clavados en mí, su odio llovía
como golpes en mi cabeza. Los ancianos me dieron unas cuantas miradas
en desaprobación; bajé la mirada y junté mis manos en un gesto sumiso.
No podía permitirme ganarme su mala voluntad.

—Por favor, continua Elain. Aunque podría ser conveniente


acelerar un poco las cosas —dijo Baird, frunciendo sus blancas cejas—.
¿Por qué no nos dices qué te llevó a creer que Serena es un niño
cambiado?

—Sí, Jefe —dijo Elain con firmeza. Esta vez eran nervios, no era la
emoción que la hacía respirar. Escondí una sonrisa.

—Fueron pequeñas cosas al principio. Un apetito sin fondo, su


torpeza, su mal genio y por supuesto esa pubertad nunca pareció
encontrar a la niña.

Me encogí, luchando por ocultar la rigidez de mis hombros y la


batalla que se libraba dentro. Mi impulso de darme la vuelta y volar hacia
ella—mis puños balanceándose, escupiendo y arañando—casi me
supera. A pesar de esto, quedaba una pequeña parte de mí que se
maravilló de sus habilidades de engaño. Ella estaba mintiendo con la
verdad, que era lo que hacía esto mucho más insoportable.

—Al principio, deseché los signos. Los atribuí a la pérdida de la


niña y de que estaba creciendo sin una mujer en la casa.

La rabia apretó mis entrañas. Esa bruja malvada en realidad tenía


las agallas de traer a mi madre en esto.

—Pero en los últimos meses, vi un extraño patrón en su


comportamiento. Cada vez que un niño desaparecía, Serena desaparecía
por horas. Saltaba sus quehaceres y luego regresaba del bosque, irritada
y desorientada. Cuando Annie desapareció… —Elain vaciló
magistralmente.

Mi boca se abrió de golpe. Estaba acosando a Nathan Tanner con


noticias de su amada hija, usando su pena como un arma.

Nathan se movió y se inclinó hacia adelante.

—Continua.
Mi corazón se hundió. Nathan todavía parecía que la pérdida lo
estaba comiendo vivo. Esas manchas moradas bajo sus ojos mostraban
que no estaba durmiendo. La postura encorvada, el brillo hechizado y
hambriento en sus ojos, todo apestaba a desesperación. Quería culpar a
alguien de la desaparición de su hija, y yo sería el chivo del sacrificio.

La soga se tensó alrededor de mi cuello.

—Bueno, en ese día… —Elain hizo una pausa de nuevo.

Un latido sordo comenzó detrás de mis ojos. La vacilación y la


tristeza en su voz eran perfectas. Ella los tocaría como un laúd.
Sinceramente si no hubiera sabido que eran mentiras, también le habría
creído.

—Sí —Nathan la instó.

—Serena regresó del bosque hablando en lenguas. Cuando recobró


el sentido, le expliqué lo que había sucedido… ella se volvió evasiva y me
llamó mentirosa.

Elain hizo otra dramática pausa. Casi suspiré, exasperada por la


teatralidad.

—Después de eso, me excluyó, pero mis preocupaciones no


desaparecieron. Seguí preguntándole dónde había estado y qué
recordaba, pero la única respuesta que obtuve fue que había estado
cazando. Sin embargo, recuerdo ese día con bastante claridad: no llevaba
su arco.

—¿No se te ocurrió contarnos sobre eso entonces? —espetó


Nathan.

No podía soportar mirar detrás de mí, pero en mi mente, vi a Elain


actuando intimidada, rogándole que se apiadara de ella con sus grandes
ojos.

Ugh.

—Por supuesto —murmuró—. Pero Halvard me convenció de no


hacerlo. Dijo que era un poco de la fiebre cerebral, y que sufría de eso
desde que su madre había fallecido.

—¡Eso es absurdo!
Me di la vuelta para ver a Viola saltando fuera de su silla.

—Por favor, escuchen. —Viola miró a los ancianos, con las manos
juntas, suplicándoles—. Conozco a Serena desde el día en que vino a este
mundo y la he visto casi todos los días desde entonces. Nunca ha
exhibido nada que este cerca de la locura…

—Suficiente —ordenó Baird con un corto ladrido—. Tendrás tu


momento para hablar, pero por ahora, John, busca refrenar a tu esposa.

Viola se erizó, pero John puso una mano tranquilizadora sobre ella.
Gentilmente, la bajó y Viola se sentó con un resoplido.

Baird agregó, casi perezosamente:

—Elain…continúa.

Me volví hacia los ancianos, incapaz de soportar a mi madrastra


mientras hacía girar su red de mentiras.

—Bueno, verán… —Elain tartamudeó—. Confié en la palabra de mi


esposo. Entonces, para mi vergüenza eterna, dejé pasar el asunto. Lo
siento Nathan —terminó con un pequeño sollozo.

Preciosas, venenosas mentiras, su voz incluso estaba temblando.


Traté de ahogar mi pánico y alejé los pensamientos que latían. Lo último
que necesitaba era que tuviera una crisis nerviosa cuando me acusaban
de locura. A lo mejor, debería perdonar a mi padre por haber sido
engañado por este demonio. Este juego le vino tan fácilmente como
respirar; sus palabras tenían tanto peso como convicción.

—¿Qué ha hecho que se presente y vaya en contra de los deseos de


Halvard? —preguntó Baird.

El sonido de una garganta aclarándose detrás de mí cortó el salón


como un cuchillo a través de mantequilla. Conocería ese flemático sonido
en cualquier parte, era Gus. ¿Qué fresca miseria era esta?

Gus dijo:

—La convencí de que lo hiciera. Después que Halvard murió, Elain


quería seguir protegiéndola, pero anoche Serena me atacó sin
provocación. Elain fue testigo. Si alguien revisa mi cabeza, verán un
desagradable corte por el golpe. Ella usó una sartén —terminó, su voz se
hizo más profunda: una señal segura de que sentía una verdadera ira por
lo que le había hecho.

Un impulso salvaje brotó; quería girar y reírme en su cara.

Hubo más miradas acusatorias en mi dirección. Baird, en


particular, me fijó con una dura mirada y escudriñó mi rostro, frunciendo
el ceño.

No les creas, supliqué silenciosamente.

La boca delgada de Baird se frunció en desaprobación. Miedo y


frustración casi hacen que incline la cabeza, pero mis instintos me
gritaron que no bajara la mirada; no podía permitir parecer culpable. Mi
columna se tensó en respuesta.

—Timothy, ve a revisar la cabeza de Gus —dijo Baird bruscamente.

Timothy apareció desde las sombras y caminó hacia Gus. No me


molesté en girarme y mirar porque sabía el resultado.

—Hay una herida —informó a los ancianos.

La pesadez en su voz me ofreció poco consuelo, ya que parecía


mucho más cerca de ser encontrada culpable. ¿Incluso importaría lo que
dijera ahora?

Un toque de calor besó mi garganta. La gota al final del collar


quemaba, y una suave y extraña voz entró en mi mente.

No te rindas.

Tan rápido como había llegado el calor se desvaneció, la voz junto


con éste. La alarma me inundó, y tomó toda mi fuerza y obstinación no
demostrarlo.

¿Habían sido las palabras de Elain una previsión? ¿Me estaba


volviendo loca? La única otra alternativa era que el collar contenía magia,
pero eso parecía incluso menos probable que una explosión de locura. Ya
sea que mi madre haya involuntariamente manejado un objeto mágico, o
ella lo sabía y lo había hecho de todos modos. Los Altos Sacerdotes
habían declarado la magia una blasfemia hace tiempo y habían prohibido
su uso en todo el Guantelete. Ahora, cualquier humano practicante de
brujería se quemaba en una estaca o se ahogaba. ¿Se había arriesgado
mi madre a someterme a esto? Todo ¿para hacer pasar joyería
supuestamente dotada con protección? Seguramente no.

—¿Puedes pensar en alguna razón por la cual ella pudiera


atacarte? —preguntó Baird, su voz me regresó al presente.

—No. —La mentira se deslizó de su lengua de víbora de manera tan


fácil—. Estaba visitando su cabaña, por invitación de Elain, ya que ella
quería que discutiéramos el funcionamiento de la forja. Serena se volvió
más errática a medida que avanzaba la noche. Finalmente, insistió en
salir de la cabaña después de oscurecer… era como si estuviera poseída.

Notando el inquieto arrastre de los ancianos, mi estado de ánimo


se ensombreció aún más.

—Parecía decidida a irse, pero no nos diría porqué —continuó Gus


rotundamente—. Después de lo que le pasó a su padre… nunca me
habría perdonado si los lobos o los fae la hubieran encontrado. Así que
traté de detenerla. Ahí fue cuando me atacó y corrió hacia el bosque. Una
vez que recuperé la consciencia, Elain confesó que su comportamiento
no era nada nuevo, y que sospechaba que Serena era un niño cambiado.
Por supuesto, Elain no creía que ella estuviera involucrada en las
desapariciones directamente. Cree que los fae están usando magia para
adormecer su mente.

Él vaciló, dejando que la duda en su voz hablara por él. Ahora todos
los miembros del consejo estaban mirando fijamente, con ojos cargados
de acusación. Honestamente, él podría haberle enseñado a Elain una o
dos cosas.

—Ahora no puedo decir si eso es cierto o no, pero es muy probable


que ella haya hecho un trato con los fae. Tal vez, está intercambiando
vidas inocentes por una oportunidad de vivir con los de entre su clase.

La histeria me dio un codazo en el interior. Me apreté los labios con


fuerza: estallar de risa ahora sería equivalente a la muerte.

—Incluso si ella es inocente —agregó en un silbido silencioso—. Su


sola presencia podría atraer a estos fae al pueblo. Todos hemos
escuchado los cuentos que ellos pueden sentir a los de su clase. Pero si
la enviamos lejos o se las damos a ellos, los fae podrían dejar a nuestros
hijos en paz.
La desesperación me envolvió como un manto, ahogando el aire de
mis pulmones y envolviendo mi cuerpo en hielo. Viola maldijo por lo bajo,
y el consejo simplemente se quedó estupefacto.

John de pronto se puso de pie y se giró para mirar a Gus.

—Corrígeme si me equivoco Gus, pero decir que Serena es un niño


cambiado, estás sugiriendo que es producto de una infidelidad. ¿Estás
acusando a su madre, Sarah Smith, de fornicar con un fae? Algo de lo
cual no tienes absolutamente ninguna evidencia.

—Ciertamente no quiero manchar la reputación de Sarah.

Una respuesta tan suave. Un loco impulso de clavarle los ojos me


apretó, no había estado haciendo nada más que arruinando mujeres por
años. Pero yo no había luchado lo suficiente para hacer que Papá viera
su verdadera naturaleza porque había sido demasiado orgullosa para
escuchar chismes. La vergüenza cubrió mi lengua como bilis.

Gus continuó:

—Solo los fae son famosos por engañar y forzar a mujeres al acto.
—Sin vacilación. Sin respaldo—. Todos sabemos que Sarah también era
extraña. Despreciaba la compañía de otras mujeres en el pueblo y no
llegaba en los días festivos. Imagino que estaba demasiado dañada por la
experiencia…

—Es suficiente Gus —intervino Baird—. Creo que has llegado a tu


punto. Sarah Smith no está en juicio aquí, si hay algo de verdad en tus
sospechas, sus mentiras están enterradas con ella. Incluso si es culpable
de infidelidad, procuraría que su memora no fuera manchada. Porque
incluso el más sabio de nosotros puede caer preso de esos demonios de
dientes puntiagudos.

La repulsión era clara en la voz de Baird, y el alivio surgió dentro


de mí. Gus había llegado demasiado lejos y sonaba demasiado ansioso.
Dejando a un lado las habilidades de actuación de Elain, los ancianos no
eran todos tontos, y el Jefe era tan agudo como una navaja.

—Serena, estás acusada de ser una demi-fae, un niño cambiado, y


por agredir a Gus. Puedes ahora hablar en tu defensa —dijo Baird.
Sentí un tirón alrededor de mi estómago, una necesidad
desesperada de mirar hacia atrás a John y Viola para obtener fortaleza.
Pero me di cuenta que solo parecería culpa, por lo que lo empujé hacia
atrás contra el peso de mi pecho y bajé la mirada al consejo.

—Juro por todos los dioses en el tribunal de la luz, que no soy un


niño cambiado. Sé que la gente piensa que soy extraña, pero eso no
prueba nada.

Las gruesas cejas de Baird se movieron juntas.

—Entonces, ¿cómo explicas estas ausencias en los días en que los


niños desaparecieron?

—Elain está mintiendo —dije firmemente.

—¿Por qué haría eso? —demandó Nathan a través de sus ojos fijos.

Hablé directamente a Baird:

—Porque me odia. Siempre me ha odiado. Desde el día en que llegó


a nuestra familia, se ha burlado de mí y me ha golpeado. Cuando era más
joven traté de decirle a mi padre cómo era ella pero ella me dijo que
envenenaría mi comida si no me detenía.

Castiel y Gertie intercambiaron miradas de asombro, pero el resto


de ellos solo frunció el ceño.

Baird inclinó hacia abajo su nariz aguileña.

—¿Tienes alguna evidencia? ¿Algún testigo de esos eventos?

Una pesadez se instaló en mis hombros. Elain había sido tan


cuidadosa en aparecer como una madre obediente y amorosa en público.
El sonido de susurros me hizo girarme; Viola se estaba poniendo de pie.

—Una semana después del funeral de Halvard, Elain vino a nuestra


casa. Irrumpió en la puerta sin haber sido invitada y cuando Serena se
negó a irse, le dio una bofetada en el rostro.

Elain hizo un furioso ruido y espetó:

—Difícilmente hubiera llamado a eso una bofetada.

—Así que, ¿no niegas que la golpeaste? —respondió Gertie.


Traté de ocultar una sonrisa. Elain había cometido un error.
Finalmente. Dejó salir un sonido que me recordó a un sapo.

—Estaba desconsolada; no estaba pensando bien.

—Difícilmente una respuesta —argumentó Gertie, sus envejecidos


rasgos se endurecieron.

John se levantó del banco y la tensión quedó un poco más alta.

—¿Tienes algo más que agregar John? —preguntó Baird


gravemente.

—También estaba allí cuando Elain Smith prometió mentir al


consejo de ancianos, para forzar a Serena a ir con ella. Dijo que la
denunciaría por no haber ayudado en la casa y haberla desheredado.

Casi podía ver las ruedas girando en la mente de los ancianos. John
era, después de todo, un respetado miembro de la comunidad, y más
importante, un hombre. Su palabra significaba algo.

Después de un momento de silencio, la pesada mirada de Baird se


volvió hacia Elain. Usó una voz alta y fría para decir:

—¿Qué dices de estos cargos? ¿Prometiste mentir al consejo de


ancianos?

—Nunca —dijo ella con tal convicción, que casi grito en


frustración—. Pero Hal nos dejó la casa a las dos. Él quería que
compartiéramos la responsabilidad de su gestión y conociéndolo, lo hizo
para que siempre nos tuviéramos la una a la otra. —La voz de Elain se
había vuelto triste. Estrellas, ¿cómo lo hacía? Mentía, y mentía otra vez,
y mantenía todo firme en su cabeza—. Ese día, cuando visité a Serena,
ella todavía estaba tan retraída. Se veía como la muerte misma. Y Viola y
John, a pesar de ser buenas personas, nunca han criado un hijo.

Me giré para ver la devastación encendida en los ojos de ambos


padres sustitutos. En ese momento, quería arrancar el corazón de Elain
con mis propias manos.

Elain continuó:

—He aprendido que algunas veces hay que presionarlos. Entonces,


le supliqué que regresara a casa. Cuando eso no funcionó, le dije que me
dejaba en una posición imposible, y que tenía que ir con ancianos por
consejo. Si lo hacía sonar como que la estaba amenazando, entonces es
mi vergüenza a soportar. Pensé que era mejor para ella regresar a casa
en vez de perder el tiempo, incluso si era doloroso enfrentar el recuerdo
de él. —Vaciló, dejando escapar un pequeño sollozo.

—¿Por qué nos mentiría John? —dijo Gertie fríamente.

—¿No es obvio? —intervino Nathan, sonando triste—. Ellos aman


a Serena como una hija, no están pensando correctamente.

Gertie y Castiel expresaron su desaprobación por su interrupción.


Baird los silenció con un movimiento de su mano.

—Es suficiente —dijo, su voz profunda poniendo fin a sus


disputas—. John es un hombre honorable. No creo que mintiera
directamente. Sin embargo, Gus sigue siendo el único testigo sin un
fuerte apego personal a Serena, y por lo tanto, un motivo para mentir. —
Sus ojos de acero se posaron en mí—. ¿Puedes darme alguna razón para
dudar de su palabra?

Un nudo se formó en mi garganta ante la perspectiva de revivir la


noche anterior. Pero si tuviera alguna oportunidad de sobrevivir a esto,
necesitaban ver a Gus por el depredador de sangre fría que era.

—Mintió para salvarse a sí mismo. La otra noche… —Los vellos de


la parte de atrás de mi nuca se erizaron. Tragué aire y continué—: Elain
me sorprendió haciendo la cena. Ella difícilmente me ha dicho dos
palabras amables en toda mi vida, y de pronto estaba dándome de comer
y tratando de ser amable. Había algo raro, y recordé lo que me había
dicho cuando era más joven…

—¿Sobre envenenarte? —dijo Gertie abruptamente.

Alentada por no haber pensado que mis sospechas eran


descabelladas, asentí y agregué:

—Era solo un presentimiento, pero era lo suficientemente fuerte


que no comí o bebí algo de lo que sirvió. Escondí la comida en una
servilleta y fingí beber.

Gertie resopló y murmuró su aprobación.

—Chica inteligente.
Baird, se aclaró la garganta. Una clara advertencia que la silenció.

Continué resumiendo los eventos que siguieron lo mejor que pude.


Una vez que revelé el plan de Elain de drogarme con sedantes y el asalto
de Gus, solo había una cosa por admitir.

—Así que entré en pánico y lo golpeé con el sartén, pero si no me


hubiera defendido, él hubiera seguido.

Fue entonces cuando la habitación explotó con ruido. Elain y Gus


gritaron:

—¡Mentiras! ¡Calumnias!

Viola les gritó en mi defensa, y John trató de apaciguarla en voz


baja. El resto del consejo—Dr. Fagan, Nathan y Duncan—no se
molestaron en bajar la voz mientras hablaban entre ellos. Unas cuantas
palabras se deslizaron sobre el escándalo: “Fantasías”, “Sin pruebas”,
“Mentirosa”, lo que hizo que cualquier esperanza en mí se marchitara y
muriera. Gertie y Castiel estaban demasiado callados para distinguir algo
mientras colocaban sus cabezas juntas y susurraban.

Solo Baird permaneció en silencio. Me miró fijamente, su rostro


inescrutable. Finalmente, no pude soportarlo más y grité:

—¡Por favor escuchen! No soy solo yo, muchas chicas de la aldea


saben sobre la reputación de Gus. Pregúntenles.

—No tenemos tiempo de entrevistar a cada chica de la aldea —


espetó el Dr. Fagan.

—No, no lo tenemos —Braid lo dijo de una manera firme y


pacificadora—. ¿Qué pasó después de que lo atacaras? —me preguntó.

—Ella corrió hacia el bosque, probablemente para encontrarse con


sus hermanos fae —cortó Gus con saña.

Violet lanzó un bufido de desprecio.

—Para que eso sea cierto, tendrías que acusarnos de ser fae,
porque ella no corrió hacia el bosque. Vino directamente a la panadería.

La cabeza de Baird se volvió hacia ellos.

—¿A qué hora llegó?


—Alrededor de las ocho de la tarde —contestó Viola.

—¿En qué estado se encontraba? —preguntó Baird.

—Mal —agregó John enojado—. Estaba sollozando cuando bajé las


escaleras, pero después de que Vi la tranquilizara, nos contó lo que
sucedió…

Baird lo interrumpió:

—¿Y lo que contó de esa noche coincide con lo que acaba de decir?

—En todos los sentidos —confirmó John.

Un breve asentimiento.

—Ya veo. —Algo finalmente encajó en su lugar detrás de sus ojos.


Había decidido.

Recé a las cortes—luz, oscuridad, y luna—que él estuviera de mi


lado.

Los otros miembros del consejo no eran tan difíciles de leer. Gertie
y Castiel parecían inclinados a creerme, pero el resto todavía me miraba
con dudas y sospechas nublando sus ojos. Votaban según la mayoría,
con Baird teniendo el voto decisivo. Si pudiera influir en uno de ellos,
podría ser suficiente para ser libre. Gruñí sobre mi labio, sopesando los
riesgos. Haciendo una rápida decisión, dije:

—¿Puedo hablar?

Baird no dijo nada, solo asintió.

—Si me mandan al exilio, o… me matan… —El gemido de Viola casi


me rompió, pero no había elección, solo perseverar—, Elain heredaría la
casa de mi padre. No tendría que compartirla con la niña que odia, o
tendría que irse como lo haría si hubiera encontrado un esposo. Y al igual
que Gus, mantendría los beneficios de la forja. Ambos tienen motivos
para mentir.

—Muy bien. —Baird suspiró pesadamente—. El consejo deliberará


sobre el presunto asalto y los reclamos contra ti…
—¡Espera! —exclamó Gus. Un indicio de algo hizo que mi cabeza
volviera hacia su asiento. El brillo en su frente apestaba a nervios, pero
había una curva curiosa en su labio que me retorció el estómago.

—¿Qué es Gus? —preguntó Gertie, su voz espinosa.

—Tengo un testigo que dice vio a Serena encontrarse con un fae.

La sorpresa crujió en el aire y los ancianos que habían estado


levantándose de sus asientos se desplomaron aturdidos.

No podría soportar mucho más esto.

Las siguientes palabras de Baird salieron como un suave gruñido.

—Encuentro muy extraño que no hayas llamado a este testigo


antes de ahora.

Gus se encogió de hombros.

—Me disculpo. Ella solo confesó esta mañana después de haber


escuchado los rumores sobre el juicio. Está aterrada de Serena, no
queríamos empujarla a testificar si era innecesario.

—¿Innecesario? —repitió Baird. Esa palabra llevaba una pregunta


silenciosa y un reproche.

Eché un vistazo. Elain estaba retorciéndose, Gus sudaba. Pero


Braid no dijo nada, solo continuó diseccionándolos con su dura mirada.

—Bueno, ¿quién es el testigo? —espetó Nathan.

—Rebecca Price.

—¿Qué estamos esperando? —exigió Nathan, ambos puños


golpeando la mesa—. Ve a buscar a la chica. Yo, por lo menos, quiero
escuchar su testimonio.

Observé a Elain trepar hacia la parte posterior del Hall. Un fuerte


crujido resonó cuando el pesado roble de la puerta se abrió, y una ola de
sonidos se estrelló sobre mí. Mis suposiciones habían sido correctas,
entonces, había gente reunida afuera, esperando escuchar el veredicto.
Un aumento constante que subía y bajaba de parloteo llegó hasta mis
oídos. Había algunos susurros preocupados, pero la mayoría parecía
entusiasmada.
Un malestar se revolvió en mis entrañas. ¿Querían verme arder?

El ruido murió mientras la puerta se cerraba, y apareció una


petrificada chica de dieciséis años. Evidentemente el rostro de Rebecca
se veía pálido, y su suave cabello marrón estaba cayendo en desorden
mientras Elain la apresuraba al pasillo.

—Gracias Elain, pero creo que la chica probablemente puede


caminar por sí misma —dijo Gertie, su piel desgastada arrugada con ira.

Baird asintió con ironía.

—En efecto.

Elain murmuró algo en la oreja de Rebecca y le dio un pequeño


empujón hacia los ancianos. Baird frunció los labios ante el movimiento
pero se mantuvo en silencio cuando Rebecca se acercó, con las manos
juntas y la cabeza inclinada para que cuando pasara a mi lado no hiciera
contacto visual. No se detuvo hasta que estuvo delante de la mesa alta, a
unos pasos delante de mí.

—Rebecca Price. —Baird bajó la mirada con las manos juntas y


una sonrisa sombría—. Gus y Elain nos han dicho que has sido testigo
de la reunión de Serena Smith con un fae. ¿Es cierto?

Una voz chillona contestó:

—Sí, Jefe Anciano. El mes pasado, la noche en que Henry Baddock


desapareció… yo estaba recogiendo troncos de la pila de madera fuera de
nuestra casa. Entonces, vi una luz que venia del bosque…me llamaba.

—¿Ahí es cuando la viste? —preguntó el Dr. Fagan, un poco


demasiado ansioso.

—Sí. —Parpadeando rápidamente, continuó con un aliento para


decir—: No sé cuánto tiempo la seguí, pero cuando la luz se atenuó,
escuché voces…

—¿Era el fae? —preguntó el Dr. Fagan, la luz de la conspiración en


sus ojos.

Un tonto piadoso. Un fanático y un místico. El cirujano tenía esa


reputación.
Rebecca asintió con fervor.

—Solo uno. Ella estaba hablando con Serena —dijo con


convicción—. Sin embargo, no pude escuchar lo que estaban diciendo.

—¿Estás segura que era Serena a quien viste esa noche? —


presionó Baird.

—Sí.

—¿A pesar de que la luz se había atenuado? —Nada se le pasaba a


Gertie.

Rebecca tropezó con sus palabras cuando dijo:

—Sí. La luna estaba brillante…

—Si eso fue la noche en que Henry desapareció, entonces la luna


estaría llena —intervino Nathan.

Gertie no fue disuadida.

—¿Cómo se veía el fae?

Rogué que su interrogatorio fuera un signo de escepticismo y que


al menos reconociera el natural ensayo en el testimonio de Rebecca.
Gertie tenía una feroz reputación como una anciana malhumorada, pero
si me ayudaba, la amaría por siempre.

—Hermoso —murmuró Rebecca—. Mucho más hermoso que un


humano. Tenía alas doradas. ¡Oh! Y los dientes puntiagudos.

Incapaz de detenerme por más tiempo, interrumpí:

—Así que, ¿estabas lo suficientemente cerca para ver los dientes


del fae, pero no para escuchar lo que estaba diciendo?

Gertie bufó. Los otros, sin embargo, no lucieron impresionados.

—Sí —dijo Rebecca en voz muy baja.

Persistí, a pesar de la mirada de Nathan.

—Sabías que Henry estaba desaparecido, así que, ¿por qué no les
dijiste a tus padres o al consejo sobre lo que habías visto?
Rebecca chilló, y por una fracción de segundo sus ojos se dirigieron
hacia Elain y Gus.

Pero Baird atrapó todo. Se inclinó hacia adelante y ladró:

—¡Rebecca! ¿Alguien te ha dicho que digas estas cosas? ¿Alguien


te ha amenazado? Porque si lo han hecho, nosotros podemos protegerte.
No serás castigada por tu testimonio hoy. Pero si descubrimos después
que nos mentiste, las consecuencias serán severas.

—Habla con la verdad, niña —dijo ásperamente Gertie.

Rebecca gimió y se retorció las manos.

—Por favor —le murmuré a su espalda—, lo que sea que ellos te


dijeron o prometieron hacer, no los ayudes a destruirme.

Rebecca estalló en lágrimas ruidosas y llorando dijo:

—Fui una idiota por seguir la luz… ahora lo sé. Era como si
estuviera bajo un hechizo, y no dije nada… porque… yo… —se detuvo,
haciendo fuertes sonidos de sí, sí, sí..

Elain corrió hacia adelante, colocó su brazo alrededor de ella, y la


acercó.

Todo un espectáculo.

—Aquí, calla ahora. Por favor perdónenle. —Elain alzó la mirada a


los ancianos, con una nota suplicante entrando en su voz—. Rebecca está
aterrorizada de Serena. Por eso no había dicho nada antes de ahora.

Rebecca se limpió sus ojos mientras hipaba.

—Sí… esa fue la razón.

Viola resopló algo en voz baja que sonó notablemente como “Qué
conveniente”.

Cerré los ojos con fuerza. Esto tenía que ser una pesadilla. Tenía
que ser.

—Muy bien —dijo Baird con un suspiro de exasperación—. Gracias


Rebecca.
Baird instruyó a Timothy para que llevara a Rebecca a una de las
habitaciones de atrás para que pudiera recuperar su maldito equilibrio.

Abrí mis ojos para ver a Timothy sacándola. Mi mirada viajó a los
ancianos, y el conocimiento se apoderó de mi corazón, volviéndolo inmóvil
y frio. El consejo me encontraría culpable.

Baird se puso de pie, sonando cansado cuando dijo:

—El consejo debe deliberar. Nos retiraremos a nuestras cámaras.


Todos están confinados en esta habitación hasta que volvamos con un
veredicto.

Condujo a los demás uno por uno a una habitación continua. Una
vez que se fueron, John y Viola corrieron hacia adelante y me atraparon
en un abrazo de tres personas.

—Todo estará bien —dijo Viola, frotándome la espalda.

El temblor en su voz traicionó sus verdaderos pensamientos.

—No, no lo estará —susurré.

Ambos se alejaron. Viola apenas podía mirarme. John se movió


para bloquear mi vista de Gus y Elain.

—No te desesperes —comenzó, dándome una palmada en el


hombro—. Baird es un buen hombre. Y llámame ingenuo, pero no creo
que puedan encontrarte culpable por tan poca evidencia. Un ciego pudo
ver que Rebecca había sido coaccionada.

Eran palabras vacías, y ambos lo sabíamos. El miedo me retorció y


otra chispa calentó mi garganta. Mi mano voló a la gema. Susurré:

—Viola, creí haber sentido algo antes, y simplemente sucedió de


nuevo… el collar de mi madre estaba ardiendo. Eso no puede ser normal,
¿verdad? ¿Crees que… —No me atreví a pronunciar la palabra “magia”,
con Gus y Elain en la misma habitación, así que dije—: ¿Es este el poder
protector del que hablabas? ¿Está sintiendo que estoy en peligro?

Ojos nublados por la preocupación se convirtieron en confusión.

—Tu madre nunca me advirtió sobre algo así. No lo pienses por


ahora.
Levantó su mano y alejó mi cabello de mi rostro. Un gesto calmante
que hizo que me picaran los ojos. Tragando la emoción que amenazaba
con estrangularme, me atraganté.

—Si me encuentran culpable…

—Shh, estará bien.

Viola me dio un abrazo aún más fuerte que antes, y John nos
abrazó a ambas. Nos quedamos así, congelados en una burbuja,
ignorando el extraño ruido que provenía de Elain y Gus, hasta que una
puerta se abrió. Nos separamos y alzamos la mirada para ver a los
ancianos regresando al Hall.

Pensé que volverían a sus asientos, pero en lugar de eso se


detuvieron frente a la larga mesa de roble.

—Serena Smith —comenzó Baird con gravedad, y mi corazón se


estrelló contra mis pulmones, forzando al aire salir con una exhalación
temblorosa—. Hemos sopesado la evidencia en su contra y en el asunto
del asalto, y hemos reservado una sentencia. A pesar de tu confesión, no
podemos encontrarla culpable cuando clama defensa propia. Como se
trata de tu palabra contra la de Elain y Gus, estamos dejando el asunto
por ahora.

—¿Qué? —siseó Gus—. ¡Pude haber sido asesinado! ¡Quiero ver


algún castigo!

Todo lo que obtuvo fue una mueca de Baird.

—Este es nuestro juicio, y lo respetarás si deseas permanecer en


esta aldea.

Un murmullo descontento siguió.

Baird me enfrentó otra vez.

—Sin embargo, tenemos un testigo ocular que dice haberte visto en


compañía de un fae. Rebecca no gana nada al hablar en contra tuya, y
mientras que algunos miembros del consejo se muestran escépticos
sobra la confiabilidad de la chica… —Sus fosas nasales se abrieron un
poco—. Hubo un voto, y la mayoría te ha encontrado culpable de
consorcio con los fae, y de ser un niño cambiado. La sentencia para esto
es a menudo la ejecución…
Mis rodillas casi cedieron.

—Pero no creo que esta sea la respuesta, y el consejo está de


acuerdo.

Respiré de nuevo.

—No lograría nada a largo plazo. Así que, te colocaremos en una


celda de vagones y te llevaremos al bosque. Te quedarás ahí por tres días;
esperamos que si eres un niño cambiado, te detecten y vean que ya no
puedes ayudarlos. Si el pasado es algo por lo que hay que pasar, esta
noche buscarán llevarse otro niño, pero en su lugar te llevarán, o al
menos lo tratarán como una advertencia para que se mantengan
alejados. Con algo de suerte, seguirán, dejando a los niños de esta aldea
en paz.

Me quedé boquiabierta. La incredulidad y el pánico corrieron por


mi cuerpo.

—Moriré —dije con firmeza, luchando por mantenerme de pie—. El


frio me matará antes de que cualquier fae pueda.

Baird suspiró por la nariz. Como si estuviera irritado.

—Tendrás mantas, provisiones, y un balde que te durará tres días.

¿Un balde?

La barbilla de Viola se levantó una pulgada.

—¿Qué pasara después de esos tres días? —preguntó, su voz


ardiendo con ira reprimida.

—No hemos podido ponernos de acuerdo —respondió Baird con


una voz molesta y calmada—. Pero mientras el consejo ha votado
culpable, no somos asesinos. Si todavía estás en la celda después de tres
días, te traeremos de regreso para enfrentar el juicio.

—¿Todos se han vuelto blandos? —se burló Gus.

Un pequeño surco apareció en la frente arrugada del Jefe, pero su


mirada no se movió de la mía.

—Aunque debo advertirte Serena, qué dado el ambiente en el


pueblo, puede que el exilio sea el único juicio que nos quede.
Las ruinas destrozadas de mi vida se incendiaron. Mi estómago se
revolvió de horror ante la idea de mi destino: encerrada en una celda por
tres días, y si tenía la suficiente suerte de evitar atraer a los fae,
enfrentaría la separación de la única familia que me quedaba.

Me arrastraría y rogaría evitar ese destino.

—¡Por favor, tengan misericordia! Sé que algunos de ustedes no


están de acuerdo con esto. —Los labios de Gertie se apretaron,
confirmando mis teorías—. No soy un niño cambiado. ¡Me están
arrojando al bosque a morir! ¿Y por qué? Solo porque soy una huérfana
sin padre o marido que me proteja, ¿me echan a los lobos en lugar de
otro? ¡Esto es un sacrificio, no justicia!

Nathan se inclinó un poco y siseó:

—Agradece que te estamos arrastrando hacia el bosque y no a tu


ejecución, niño cambiado.

Retrocedí. Entonces, sin sorprenderme quien había votado contra


mí.

—¡Escuchen! ¡Escuchen! —gritó Gus—. ¿Qué hay de las familias


que perdieron niños? ¿No merecen ellos justicia?

Baird le lanzó una aguda mirada en su dirección.

—Silencio.

Nadie respiró. El Jefe se giró hacia Nathan y dijo en voz baja:

—Te hago concesiones porque tienes dolor. Pero no andarás


molestando a los aldeanos, ¿me oyes? No tendré una multitud en mis
manos.

Nathan pareció amotinado. La voz fresca de Casiel, incluso sonó:

—Si Serena es un niño cambiado, ¿qué creen que ocurrirá si la


ejecutamos? Los fae pueden no admitir a los mestizos, pero ejecutar a
uno de los suyos es algo que les puede resultar difícil de ignorar. Podrían
matarnos, o los dioses lo prohíban, llevarse a todos los niños.

La boca de Nathan se cerró con fuerza ante eso, su rostro era una
imagen de resignación.
—Serena Smith —llamó Baird.

Reconociéndolo como una orden, apreté los puños y dejé que el


dolor de mis mordidas uñas tomara el montaje de mi histeria.

—Castiel y yo te llevaremos al corazón de los bosques.

Temblando, exhalé:

—¿Ahora?

—Sí, por tu propia seguridad y nada más.

—Seguridad —repitió Viola con amargura.

Gertie explicó:

—Las familias de los niños secuestrados pueden dejar que su dolor


los domine —dijo, inclinando su cuerpo hacia Nathan.

Baird asintió una vez.

—En efecto. Mientras permanezcas aquí, estarás en peligro. Ahora,


despídete.

Salió del a línea de ancianos con Castiel a su lado. Me esperaron.

Me giré y abracé a John primero, luego a Viola quien susurró en mi


oído:

—Eres más fuerte de lo que crees. Sobrevivirás, ¿me escuchas?

No había nada más que decir. Miré a ambos, tratando de dibujar


sus imágenes en mi memoria.

—Cuídense entre ustedes.

Conseguí dos muy tensas sonrisas en respuesta.

Por el rabillo del ojo, noté que Castiel se acercaba más, así que me
obligué a alejarme de ellos.

Gertie resopló y dijo bruscamente:

—Elain, como te gusta tanto recordarnos, Serena es tu hija… ¿no


tienes nada que decirle?
—Por supuesto, estoy aterrorizada de lo que pueda pasarle, pero
las mentiras que ha dicho hoy son difíciles de perdonar.

La boca de Baird se convirtió en una línea de desaprobación, y


Gertie parecía como si se hubiera tragado un limón.

—Te traicionas a ti misma. Ahora me doy cuenta de que nunca


sentiste afecto por tu hijastra. Ahí te sientas, contenta de verla exiliarse
sin más que una despedida llorosa, cuando su verdadera madre se para
a su lado. —Gertie hizo un gesto hacia Viola.

La observé mientras luchaba y fallaba en mantener la actitud de


disculpa y simulación. Ojos marrones se encontraron con los míos, y ese
rostro angelical se endureció. Con ganas de poner distancia entre
nosotras, me giré y saludé con la cabeza a Castiel para que me mostrara
el camino. Viola dejó escapar un ruido estrangulado, y las lágrimas
llenaron mi visión, pero no miré hacia atrás.

Baird se unió a Castiel y me condujo hacia el laberinto de cuartos


traseros. Mantuve mi columna derecha y hombros rígidos mientras los
seguía. Me costó toda mi fuerza dejar de lanzar agresiones o caer de
rodillas y suplicarles que lo reconsideraran. ¿Cuál sería el punto?

Castiel mantuvo la puerta abierta para mí mientras que Baird


desaparecía por la esquina. La ira me inundó: es bueno saber que todavía
mantenía las reglas de etiqueta mientras enviaba a una chica a su
destino.

Entré en un pasillo estrecho con paneles oscuros, y los sonidos de


los sollozos ahogados de Viola desaparecieron cuando la puerta se cerró
detrás de mí.

Castiel señaló al otro extremo del corredor.

—Esa es la salida.

Baird había pasado. Castiel estaba obviamente quedándose atrás


para protegerme. Casi me rio. No había a donde correr.

Salimos a un callejón lateral donde una celda de la prisión y dos


caballos pesados esperaban. Dioses, ¿cuándo habían hecho esto?
¿Habían decidido el veredicto antes de que comenzara el juicio?
La celda estaba hecha de barras de hierro oscuro, con un techo
plano. Respiré un poco mejor. Nieve y lluvia eran comunes en esta época
del año, y el techo limitaría mi exposición a los elementos.

—Creo que Timothy debería haberte conseguido todo lo que


necesitas —dijo Baird mientras agarraba las riendas de los caballos y
saltaba al asiento de la carreta.

Debería. Mi ira tembló y se apagó, dejando atrás una sensación fría


y enfermiza.

Castiel sacó una llave de su bata y caminó hacia la parte de atrás


del vagón. Abrió la puerta de mi prisión.

Adormecida, siguiendo los movimientos, me acerqué a lo que sería


mi hogar durante los próximos días. Me estremecí cuando giró la llave,
encerrándome. La celda no se había hecho pensando en la gente alta.
Queriendo evitar el inevitable calambre en mi cuello, me senté e hice un
rápido inventario: un montón de pieles apolilladas, un paquete de mantas
de lana, paquetes de alimentos envueltos en papel marrón, doce odres de
agua, y, por supuesto, el antes mencionado balde. Les lancé una mirada
de reproche.

¿Realmente esperaban que me sentara en cuclillas en eso?


Bastardos. Viejos, seniles bastardos.

Miré a través de las barras mientras Castiel saltaba junto a Baird.

—¡Caminen! —ordenó Baird.

Con un chasquido y un movimiento de muñeca, agitó las riendas


sobre los flancos de los caballos. El vagón crujió hacia adelante.

Ese movimiento brusco obtuvo las lágrimas enojadas, tristes y


desesperadas que había estado conteniendo rodando por mis mejillas,
manchándolas con sal. Me acurruqué en las mantas, escondiéndome de
las personas que, a pesar de conocerme de toda la vida, me habían
condenado a quedar atrapada en una celda apestosa en el corazón del
bosque, bajo la luna llena. Probablemente no duraría la noche. Porque si
los fae no me atrapaban, el frio o los espíritus que deambulaban por el
bosque, probablemente lo harían. Mi imaginación morbosa corría hacia
esos tres días. Alguien de la aldea vendría a ver como estaba, pero no
había nada más que huesos limpios o un cadáver congelado. El consejo
había mentido: no importaban los cargos, esto no era un castigo ni un
exilio. Yo era el cebo en el extremo de un palo, una buena y jugosa libra
de carne. Para los aldeanos convencidos de mi culpa, debe haber sido
una bendición. Salvar a los niños inocentes ofreciendo la rareza huérfana
a cambio.

La única pregunta que quedaba era si los fae me encontraban…


¿qué harían?
La jaula
Traducido por YoshiB

RESULTÓ QUE VIAJAR a través de un bosque en un vagón de


prisionero era lento, angustioso, incómodo y tedioso. El sol que se
asomaba a través del dosel marcaba una hora transcurrida sin nada que
hacer más que escuchar las agujas de pino que se quebraban bajo las
ruedas y los resoplidos de los caballos. Cada sacudida de la carreta me
arrojaba físicamente sobre la jaula. Agarrar los barrotes y apoyar los pies
contra el suelo fueron las únicas cosas que impidieron romperme en
pedazos contra el hierro duro. Sin embargo, la enfermedad resultante era
inevitable, y por primera vez, me sentí agradecida de que mi estómago
estuviera vacío. La idea de estar sentada en mi propio vómito durante
días sin alivio me provocó escalofríos.

Me debatí entre querer razonar con Baird y Castiel y gritar hasta


quedar afónica, pero la voluntad de hacerlo me había abandonado. Decidí
no rogar. No había funcionado durante el juicio; ¿por qué sería diferente
en el bosque? Y en el fondo, no quería darles la satisfacción. Esta vena
de terquedad me había ayudado a pasar años con Elain, así que tal vez
me acompañaría a través de esto también.

La despreocupación entró mientras profundizábamos en el bosque.


Observé cómo cambiaba el patrón de los árboles, y en vez de pinos
jóvenes y retoños plateados, se alzaban viejos robles y orgullosos y altos
abetos.

El vagón finalmente disminuyó la velocidad y se estremeció hasta


detenerse. Una astilla de pánico se abrió paso a través de mis sentidos
cuando Baird saltó y Castiel desató los caballos. No dijo una palabra; solo
se movió para liderar los caballos alazanes de vuelta a Tunnock. Pero
Baird se detuvo y me miró.

—Volveremos en tres días.

Había tantas cosas que podría haber dicho. Era mi oportunidad de


suplicar misericordia. Todo lo que dije fue:

—Si no lo logro, ¿puedes decirles que sigan con sus vidas? —


Esperaba que Baird supiera a quién me refería. Decir sus nombres podría
romperme—. Solo asegúrate de que sepan que los amo.

—Lo haré. —Asintió, perfectamente serio—. Buena suerte, Serena.

Se fue, cojeando por el sendero que el vagón había ampliado.


Cuando el bosque se tragó la vista de los dos hombres, mi orgullo murió
lo suficiente como para que susurrara de modo que solo el viento pudiera
oírme decir:

—Vuelve.

ME SENTÉ EN el suelo durante más de una hora, observando el


camino, deseando que regresaran. Cuando no pasó nada, el dolor me
sacó del entumecimiento y me sumió en el modo de supervivencia. Porque
mi falta de movimiento había provocado que una rigidez frágil se asentara
en mis extremidades, acompañada por un frío profundo.

Eché un vistazo a lo que me rodeaba: la primavera todavía no había


florecido en esta parte del bosque. En el momento en que el sol se
sumerge bajo el horizonte, la temperatura se desplomaría aún más.

Mi padre me había inculcado cómo sobrevivir al frío hace mucho


tiempo. Lo básico siendo comer y beber, y si no puedes moverte,
conservar el calor. Dadas las dimensiones de la celda, el ejercicio
adecuado estaba fuera de discusión. Eso no me impidió hacer
estiramientos ligeros para calentar. Extendiendo mis piernas a lo largo
de la jaula, flexioné.

Pies en punta, retrae. Pies en punta, retrae.


Después de algunas series más, pasé a masajear mis brazos y
piernas, estimulando el flujo sanguíneo. La tensión que bloqueaba mis
músculos disminuyó un poco, pero no sería suficiente para salvarme
cuando cayera la noche.

El combustible era el siguiente en mi lista. Agarré uno de los


paquetes marrones que contenían comida y lo desgarré para encontrar
avena y nueces secas. Haciendo muecas, me devoré puñados, sin
detenerme a probarlos. No estaba llenando, pero pensé solo en racionar
mis suministros, así que me fui al agua. Cogí una botella y tomé dos
sorbos. Solo lo suficiente para saciar mi sed.

Pasaron unos minutos mientras recogía todas las mantas y pieles


disponibles, y las arreglaba para hacer un nido de calor. Durante este
rebuscar, mis dedos entumecidos se encontraron con un par de mitones
y un pañuelo rojo. Pensé en Timothy y sonreí. Un pequeño acto de
amabilidad, y él nunca sabría lo mucho que significaba para mí.

Me deslicé los guantes y la bufanda y me acurruqué entre las pieles


para prepararme para una noche en el frío glacial.

El tiempo se deslizó en una corriente de goteo, goteo, goteo. El


sueño resultó difícil de alcanzar cuando la luz se atenuó. Suspiré
pesadamente. El invierno aún dominaba, lo que significaba que
probablemente solo era cinco MD o después del Mediodía. Tenía una larga
noche por delante. Por supuesto, si hubiera estado en casa, estaría
comiendo ahora.

Mi vientre rugió como en protesta. La comida plagó mis


pensamientos hasta que el crepúsculo pasó y la noche descendió. No
queriendo desgarrar otro paquete de comida, busqué algo con lo que
ocupar mi mente. Eso pronto falló, y el aburrimiento se instaló.

Cuanto más me preocupaba mi situación, más absurda parecía. Mi


impaciencia aumentó un poco, y cuando una serie de aullidos resonaron
en el bosque, tomé una decisión. Quemar a los ancianos; me rehusé a
ser su cebo de celo.

Tiré las pieles y busqué a tientas en la oscuridad los barrotes.


Empujé contra éstos, probando cualquier debilidad. Mi padre
probablemente había construido esta jaula, así que dudé de encontrarla.
Aun así, tuve que intentarlo.
El hierro no cedió a mis esfuerzos. Pero era la hija de un herrero,
sabía que mi mejor opción era apostar por la cerradura. Acostada en el
piso de la celda, extendí un brazo a cada lado. Me agarré a los barrotes y
pateé. Todos los golpes tenían la intención de reventar la cerradura.

Pasaron diez minutos y no solo me temblaban las piernas, sino que


mi cerebro se sentía como si se hubiera desprendido del cráneo. Tomé un
respiro, resolviendo volver a éste tan pronto como mis extremidades
dejasen de temblar.

Chasquido.

La adrenalina inundó mi sistema y mis músculos se tensaron


alarmados. Me senté, atenta, esperando. Otro chasquido llenó el aire.
Parecía que las ramas de los árboles se agrietaban bajo los pies. La luna
era una esfera perfecta, colgando bajo en el cielo. Lanzó un brillo
misterioso sobre el suelo del bosque, pero no lo suficiente como para
iluminar qué, o quién, estaba allí afuera.

Mi pulso latió al ritmo de mis palabras susurradas:

—Es solo un animal. Es solo un animal.

Hubo ese chasquido de nuevo.

Una luz parpadeó en la distancia. Se movió hacia mí a través de los


árboles, cada vez más brillante.

Mi boca se secó. Estaba demasiado adentro del bosque para que


nadie me oyera gritar.

—Ahí estás. —Un escalofrío recorrió mi columna vertebral.

El miedo hizo que mi pulso gritara; su pesado y frenético ritmo


resonó en mis oídos. Me encogí en la parte posterior de la jaula.

La cara de Gus apareció con la ayuda de una linterna.

—¿Pensaste que no te encontraría? Incluso un ciego podría


detectar las huellas de este vagón. —Se escabulló, disecándome con una
mirada. Como si fuera un lobo seguro de una matanza.

Las palabras me fallaron cuando la linterna bailó a poca distancia


de la celda.
Lucha. No te encojas como un conejo asustado. La voz provenía del
interior, y sin embargo conservaba tal separación, que sabía que no eran
mis pensamientos.

Sin tiempo para descifrar este enigma, dije preparada:

—Felicitaciones —me burlé; sus ojos se estrecharon en rendijas.


Con mi coraje rugiendo a la superficie, agregué—: pero lo único bueno de
ser encerrada en esta jaula es que no puedes entrar aquí conmigo.

—¿No estás olvidando algo? —murmuró, y se me heló la sangre—.


Ayudé a tu padre a construir esto.

Su cabello color ónice y su delgada cara se ensombrecieron al


sostener la linterna en alto, usándola para iluminar la cerradura. Un
tintineo inconfundible siguió. Mi corazón hizo un débil giro de terror
mientras levantaba una llave de bronce.

—Esta jaula es el diseño de Halvard; todavía tenemos el molde en


la forja. —Sus ojos se iluminaron con su característico estilo burlón,
entremezclándose con la furia. Pero con Gus, su ira nunca se presentó
como pasión. No había nada inflamado detrás de él, solo una indiferencia
de acero que venía de la nada. De alguna manera, siempre se había
sentido más peligroso por eso.

El roce del metal de la llave contra la cerradura prendió en fuego


en mis terminaciones nerviosas.

—¿Sabías que tenemos pedidos de dos más de estas jaulas? Ha


sido una pesadilla tratar de mantenerse al día con el trabajo; a menudo
me pregunto si valió la pena ayudar a Elain matar a Hal.

Mis emociones se rompieron y mis pensamientos se dispersaron.


Una mentira. Tenía que ser.

Tranquila. Piensa. Una vez que abriera esta jaula, estaría a su


merced. Me necesitaba desequilibrada; lo único que podría salvarme era
una estrategia: un plan. Sería más difícil escapar si mi corazón se
concentrara.

Una idea a medio hacer se formó justo a tiempo. La cerradura hizo


clic, y me incliné hacia delante, estrellándome contra él. Gus dejó caer la
linterna y se tambaleó. Era demasiado liviano y se recuperó más rápido
de lo que yo podía correr. Un brazo salió y me agarró por la cintura.
Después de haberme atrapado en su trampa, me giró para enfrentarlo.

Grité y forcejeé tan duro, pero no lo negarían de nuevo. Me apretó


con fuerza y apretó mi pecho hasta que jadeé por aire. Inclinándose, su
aliento besó mi mejilla. Con su voz mezclada con violencia, dijo:

—He aprendido mi lección, Serena. No te voy a subestimar de


nuevo.

Quería vomitar.

Golpeando más fuerte ahora, apunté a su ingle. Me sometió en el


suelo del bosque. Traté de morder los brazos que me inmovilizaron en el
suelo cubierto de escarcha… no hizo más que hacerlo escupir una
carcajada.

Luchó por el dobladillo de mi vestido y pateé viciosamente. Apartó


la pierna y me golpeó en el estómago. Agonía me paralizó. Mis ojos se
humedecieron, pero no grité. No hubo tiempo. Me había asestado un
golpe, pero también había aflojado su agarre. Su primer error.

Antes de que pudiera detenerme, mis dedos encontraron la linterna


caída. Balanceándolo hacia arriba, lo estrellé contra un lado de su rostro.
La linterna se hizo añicos y la luz se extinguió. Su grito resultante perforó
el aire, haciendo eco a través de los esqueletos de los árboles desnudos
de invierno. Me retorcí y me moví fuera del alcance, trepando en la
oscuridad mientras se aferraba a su rostro sangrante. La fuerza de la luz
de la luna me salvó de correr de cabeza contra los árboles, pero eso no
impidió que las raíces y ramas me hicieran tropezar. A través de una
mezcla de tropezar, volar y caer, puse distancia entre mí y la corriente de
maldiciones que Gus chilló a mi espalda.

El miedo me hizo rápida, pero no lo suficientemente rápida.

Una mano apareció y me atrapó.

Agotada, me di la vuelta y lancé un golpe salvaje. Antes de que


pudiera conectar, un brazo bloqueó el mío. Dioses, la fuerza de esos
brazos.

—No hay necesidad de eso.


Mi cuerpo se aquietó: no era Gus. Era mucho, mucho peor. Un
hombre fae. Las alas gris tormenta lo delataron, al igual que el segundo
conjunto de caninos de aspecto letal que se replegaban a sus encías.
Llevaba una mezcla de pieles verdes y marrones, forradas con pieles y
telas. Las dagas en la cadera, el arco y el carcaj en la espalda prometían
violencia.

Aturdida hasta la sumisión por la piel de melocotón dorada, las


facciones delicadas y sus ojos líquidos y oscuros, mi mente no pudo
registrar su tentativa sonrisa. Habiendo crecido con agricultores y
leñadores medio muertos de hambre, era difícil no comparar. Incluso con
niños como Timothy, era diferente. Muy diferente. Su buena apariencia
provenía de una cierta aspereza, mientras que este extraño exudaba algo
completamente diferente. Las leyendas de los fae no les hacían justicia.

Dejó que mi puño se fuera. Me balanceé, y el brazo del hombre—


del fae—se lanzó para estabilizarme.

Ese toque fue una chispa, despertándome. Le había permitido que


me distrajera. Tragué saliva. Era peligro y muerte. Esto era lo que hacían:
seducir, engañar, manipular.

—¿Dónde …?

Ni siquiera pude terminar mi maldita frase. Estaba en tantos


problemas. Se movió, su mano se posó en mi espalda baja. ¿Qué iba a
hacer? ¿Me haría daño? No se veía aterrador.

—Vamos, te llevaré a un lugar seguro.

Su brazo se deslizó hasta mi muñeca, suavemente llevándome


lejos. Ahora, tambaleante por la conmoción y la muerte de mi adrenalina,
me olvidé de luchar contra él.

Me llevó un minuto orientarme. Finalmente, volviendo a mis


sentidos, me aparté y espeté:

—¿Estás trabajando con Gus?

—¿Gus? —Un tono curioso: una pregunta.

—Me estás llevando hacia la jaula. El hombre del que huía, ¿no lo
estás ayudando?
La cabeza del extraño se inclinó hacia un lado con cortés
incredulidad.

—Nunca he trabajado con un ser humano, pero si lo hiciera, no


sería un violador.

—Si no lo conoces, ¿cómo sabes lo que... intentó hacer?

—Tus llantos me atrajeron. Si tuviera dudas sobre sus intenciones,


tu olor me habría dicho todo lo que necesitaba saber.

Dejé escapar un ruido estrangulado.

—¿Olor?

—Estás aterrada —dijo, señalando arriba y abajo de mi cuerpo—.


Pero no tienes que temerme. Yo no violo ni abuso de las mujeres. Soy un
cazador, no un monstruo.

—¿Un cazador? —dije, incómoda—. ¿Qué es exactamente lo que


cazas?

El silencio que se extendía entre nosotros llenó los espacios en


blanco. Mi cuerpo comenzó a temblar.

—Oh, estrellas, eres el que está secuestrando a los niños.

Las delicadas cejas del fae se encontraron, creando un pequeño


ceño fruncido.

—Sí, pero como dije, no hay necesidad de temerme. Siempre me he


mantenido alejado de los fugitivos y los marginados, como tú.

Mi corazón se estrelló contra mi pecho.

—¿Qué haces con ellos? —Mi voz se convirtió en un susurro—.


¿Qué harás conmigo?

—Llevarte a nuestro reino.

Perdí la cabeza. Como un ciervo asustado, giré y corrí. No lo hice


un metro antes de que me atrapara. Forcejeé, clavé los talones, pero solo
logré casi arrancarme el brazo de su zócalo. No tuvo ningún efecto en el
fae; también podría haber estado luchando contra la piedra.
El fae me hizo girar, me tomó en sus brazos y salió corriendo. Ni
siquiera parpadeó cuando golpeé mis puños contra su pecho. Hirviendo
con pánico y miedo, me concentré en su rostro, le pinché los ojos y le tiré
del pelo.

Al momento siguiente, mi dedo estaba entre sus dientes. E hice un


descubrimiento desagradable: ni siquiera necesitaba su segundo grupo
de caninos. Su primer juego era perfectamente agudo.

—Suficiente —dijo, su voz amortiguada por mi dedo aún atascado


entre sus dientes. Ni siquiera había roto las zancadas—. No quiero
hacerte daño.

—¿Cómo puedes decir eso? —pregunté, incrédula—. Me estás


secuestrando.

Tuvo la audacia de parecer solo un poco tímido.

—Si te libero, ¿prometes dejar de atacarme?

—¿Tengo opción? —Silencio. Suspiré, irritada—. Bien.

Liberó mi dedo. Antes de que pudiera pensar mejor de mi promesa,


me dijo:

—Tal vez confíes en mí cuando te diga que Gus ya había salido tras
de ti cuando yo llegué; lo detuve atrapándote.

Otra sorpresa. Si estaba diciendo la verdad, entonces él me había


salvado. Sin embargo, algo me molestaba.

—¿Qué quieres decir con que detuviste a Gus? ¿Dónde está él? ¿Lo
llevas también a tu reino?

—¿Basura como esa? —Sus facciones se arrugaron con disgusto —


. Nunca.

El fae se detuvo y me bajó.

—Mi compañero de caza podría haberlo considerado para nuestros


ejércitos, pero iría en contra de mi naturaleza permitirle cruzar. Los
machos fae protegen. Es nuestro primer instinto, incluso antes de luchar
y cazar.
—“Macho” —consulté, haciendo rodar la extrañeza en mi lengua—
. ¿No “hombre”?

—No somos hombres. —Su mandíbula se apretó, pero la línea de


su boca era suave—. Y no tienes que preocuparte de que él te lastime de
nuevo.

El fae señaló al suelo. Me volví, habíamos llegado a la jaula.

Parpadeé rápidamente, observando la escena. Allí estaba Gus, su


caja torácica en exhibición, sus órganos internos salpicados sobre la
hierba, su boca congelada en un grito silencioso.

Tal silencio llenó mi cabeza. Entonces, el olor me golpeó. Una


caldera escupiendo vapor sonó en mi cabeza. Una ola de gritos
aterrorizados y desgarradores empezó a sonar.

No era consciente de que estaba gritando hasta que el fae de cabello


oscuro se movió para bloquear mi vista. Me estaba alejando,
sacudiéndome.

De repente, había otro fae a su lado. Esta era una hembra.

Slap.

Mi voz se astilló y un rugido comenzó en mis oídos. Desorientada,


mi mano fue a frotar mi mejilla.

—Hunter, elegiste este, ¿en serio? —espetó la hembra—. Parece


conmovida.

El fae macho, llamado Hunter, se encogió de hombros y dijo:

—Está en shock. Pasará.

Solo podía mirar boquiabierta. Gus estaba acostado a menos de


seis pasos, abierto de la garganta a la ingle, destripado, y este monstruo
estaba encogiéndose de hombros.

La hembra chasqueó, mirando exasperada a su compañero.

—Tu debilidad por las damiselas en apuros te arruinará uno de


estos días.
Era alta, de piel de ébano y alas grises, más parecidas a las de los
murciélagos e incluso más mortales que las del macho. Su piel no tenía
edad, pero la severa sequedad de su boca y la confiada protuberancia de
su mandíbula la envejecían. Su ropa y armas eran idénticas a las de
Hunter. En totalidad parecía un uniforme.

Su mano salió disparada, tomando mi barbilla en su agarre de


acero. Me aparté, pero sus dedos agarraron pequeños mechones de mi
cabello. Un feroz tirón hizo que mi cabeza cayera hacia atrás. Con la otra
mano, fijó mi barbilla en su lugar. La hembra me sujetó con fuerza
suficiente como para herir. Parecía que las historias contadas en el
pueblo eran ciertas: los fae eran más fuertes que nosotros. Eso no me
impidió morderla cuando fue a separar mis labios de mis dientes. La
hembra soltó una carcajada.

—Chica, puedes cooperar, o puedo romper tu cuello. ¿Cuál


preferirías?

El instinto de supervivencia era demasiado profundo y mi orgullo


se desvaneció. Me quedé quieta y no dije nada. No lucharía, pero me
negué a responderle. Me sostuvo allí, y como un granjero que inspecciona
el ganado, me revisó el pelo y los dientes. Y luego se inclinó. Haciendo
una mueca, me alejé, temerosa de que pudiera morder, pero ella solo
aspiró rápidamente y me soltó.

—No hay piojos ni enfermedades, pero apesta a miedo, dolor y rabia


frágil. No me importan los primeros dos, pero un esclavo enojado es un
esclavo peligroso.

Mis intestinos se volvieron acuosos. Esclavo.

—Tiene fuego en ella. Eso no es algo malo —corrigió Hunter,


aliviando sus afirmaciones condenatorias—. Podríamos llevarla a los
campos de entrenamiento de Diana.

—No seas estúpido —despreció Kesha—. No tiene músculos. No


duraría un día, y mucho menos lo haría como soldado de infantería.

Hunter se acercó más. Me estremecí pero no me alejé. ¿Cuál sería


el punto?
Pero no me tocó. Solo se inclinó lo suficiente como para tomar una
profunda aspiración de mi cuello. Retrocedió, y si no lo hubiera sabido,
habría dicho que parecía casi compungido.

Hunter se enfrentó a la hembra.

—Hay fuego en su sangre. Es mejor venderla a los ejércitos de


Diana como soldado de infantería, donde puede canalizarla. No le iría
bien en los otros campos de entrenamiento o como doméstica.

La hembra inclinó su cabeza, examinándome, pesando, evaluando.

—No huelo a un macho en ella, y dada su edad, probablemente no


esté sembrada. Los burdeles pagarían más por eso.

Sembrada. La irritación y el disgusto me ahogaban.

—Kesha —gruñó Hunter.

La hembra que Hunter había llamado Kesha puso los ojos en


blanco y se cruzó de brazos.

—Bien, pero es tu responsabilidad. Y cuando los campos de


entrenamiento no la lleven porque es una debilucha, solo recuerda, te lo
advertí —gruñó y se volvió con una gracia envidiable.

Mientras aceleraba, Hunter me tomó en sus brazos y siguió sus


pasos. Incansable en su carrera, viajamos a través del bosque como una
brisa errante. Movimientos asegurados, nunca dio un paso en falso o
tropezó en la oscuridad. Si no hubiera sabido que eran fae antes, hubiera
sido demasiado obvio ahora.

A pesar de estar atrapada en el abrazo de un asesino y un esclavo,


el temor de más temprano en la noche se desvaneció. Odiaba admitirlo,
pero estar fuera de la jaula y cálida en los brazos del fae era una mejora.
Incluso podría haber estado agradecido por el rescate si no fuera por el
pequeño hecho de que planeaban venderme. Y mientras el cuerpo
mutilado de Gus perseguiría mis pesadillas, no me arrepentí que
estuviera muerto. Un oscuro instinto animal susurraba que él no se
hubiera detenido en violarme… Dudaba que hubiera visto el amanecer si
no fuera por Hunter.

Al menos con los fae, habría tiempo para escapar. Ciertamente


parecían interesados en mantenerme con vida, aunque solo fuera para
sacar provecho de mi venta. Aunque, porqué necesitaban soldados
humanos me eludió. Al igual que cómo me escabulliría con dos fae
mirando cada uno de mis movimientos.

La voz de un extraño hizo eco: Esa no es la pregunta correcta.

Mi cuerpo se contrajo con incomodidad. Las palabras se hicieron


eco como desde la distancia. No podía estar segura, pero la voz sonaba
femenina, me resultaba desconocida.

¿Quién es?

La pregunta que debes hacer es, ¿a dónde irías?

¿De qué estás hablando? ¿Quién eres tú? ¿Cómo estamos hablando
así?

Esta vez no hubo respuestas. Repitiendo las palabras para mí, la


comprensión se iluminó. Quien—o lo que sea—había hablado, había visto
lo que yo no tenía. No habría regreso al pueblo. Después de lo que les
había confesado a los ancianos sobre Gus, nunca creerían que no había
ayudado a masacrarlo. Ni siquiera me exiliarían, no es que fuera tan
atractivo: echarme a vivir en un lugar extraño, mis únicas opciones de
subsistencia el trabajo agotador o vender mi cuerpo. No, el castigo por el
asesinato era lo mismo que la brujería: quemada.

¿Dónde me dejaba eso entonces? Sin esperanza. Ahí es donde.

Acepta lo que está delante de ti.

¿Qué significa eso?

De nuevo, silencio. Me relajé un poco. Hunter debe haber notado


mi agitación porque me preguntó:

—¿Qué pasa?

—¿Sería 'todo' una buena respuesta?

No habló, ni me miró. La única señal que había oído era un débil


pliegue entre sus cejas.

Molesta por esto—olvidando que podía arrancarme la garganta con


los dientes—lo miré furiosa.
—Lo siento, ¿es de alguna manera difícil de entender que una
persona no quiera ver un cadáver mutilado y luego ser secuestrada como
esclava?

—No —murmuró—. Pero toma mi consejo. Me puede gustar tu


espíritu, humana, pero otros en mi reino, Kesha, por ejemplo, no serán
tan tolerantes. Deberías tratar de aceptar esta nueva vida. No te puedo
prometer que será fácil, pero podría ser mejor de lo que piensas. —
Bajando la voz, agregó en un susurro—: mejor que estar encerrado en
una jaula.

Abrí la boca para discutir, luego la cerré.

Esa palabra: aceptar. ¿Aceptar una vida como un esclavo? ¿Cómo


soldado? ¿Había sido eso lo que la voz significaba? Esperé por una
confirmación que nunca llegó. Frustrada y confundida, juré dejar de
escuchar las crípticas verdades de una fuente misteriosa y confiar en mis
instintos. Me habían mantenido con vida hasta ahora, y en este momento
me dijeron que mirara, aprendiera e hiciera preguntas. Dado que Hunter
había admitido que le gustaba, no estaría de más hacer un aliado. Así
que moderé mi voz y dije:

—No me llames 'humano'.

El resplandor de la luna mostró que los ángulos de su rostro se


suavizaron mientras sonreía.

—¿Cómo debería llamarte entonces?

—Serena.

—Un nombre hermoso.

No me paré a preguntarme eso. Demasiadas preguntas llenaron mi


cabeza.

—¿A dónde vamos? —Me atreví a preguntar.

—Norte, al cruce y la división entre nuestros reinos. Escuché que


los humanos se refieren a él como "el puente".

Esperando un plazo de tiempo para llegar a algún tipo de plan, le


pregunté:
—¿Cuánto falta para llegar allí?

—Dos días, tal vez. Nuestra cacería terminó con el mes, por lo que
saldremos a la luz del día.

Muy pronto. Mi curiosidad obtuvo lo mejor de mí.

—¿Por qué a primera luz? ¿Por qué no de inmediato?

Su labio se curvó ante eso.

—Los fae necesitan descansar, también.

Guardando esa información, mi atención se dirigió a la cima de sus


alas. Todos los humanos en el Guantelete sabían que el reino de los fae
estaba al norte. Los mapas de Viola y los libros de historia tenían puntos
de vista contrastantes—algunos representaban un puente infranqueable
hasta donde alcanzaba la vista, extendiéndose hacia el mar, y otros
hablaban de una puerta en el bosque o un arco iris gigante que conectaba
las tierras. Las historias coincidieron en una cosa: el puente estaba a
semanas de los asentamientos del norte.

—¿Cómo vamos a llegar tan rápido? ¿Volaremos?

Soltó una risa gentil y suave.

—No. Solo podemos transportar un humano a la vez, y hemos


tomado demasiados para volar al cruce.

Mi estómago dio vueltas, y Hunter bajó la cabeza ligeramente, como


si esperara más preguntas.

—¿Cómo entonces? —No me molesté en elaborar.

—Los humanos en el Guantelete han olvidado mucho de nosotros,


pero la tierra lo recuerda. Hay viejos caminos fae que todavía están
abiertos para nosotros. Los tomaremos.

Casi resoplo. ¿Mucha evasiva? Aun así, recogí los restos que me
había dado y los entregué a mi mente. Cuando obtuve todo lo que pude,
fui a hacer otra pregunta.

—Dices que hemos olvidado cosas de ustedes, pero las leyendas


hicieron bien algunas cosas, ¿no? Como el hecho de que son más fuertes
que nosotros.
Su labio se movió expectante.

—¿Qué más dicen las historias?

—Que pueden escuchar caer un alfiler en la habitación contigua y


ver en la oscuridad, al igual que cualquier bestia. Sus dientes... sus
dientes pueden arrancar las gargantas de sus víctimas.

—Fascinante —dijo, con la voz temblorosa de risa contenida.

—Quiero saber qué más pueden hacer.

—Tal vez en otro momento.

Probé hasta dónde podía empujarlo preguntando:

—¿Por qué no ahora?

—Porque estamos cerca del campamento.

Hunter disminuyó la velocidad y apareció una base improvisada.


Kesha había desaparecido, pero había tres humanos dormidos
acurrucados junto a una fogata. Dos parecían ser niños pequeños, y el
tercero, una mujer, parecía estar cerca de cumplir los treinta años. Dos
caballos castaños pastaban cerca.

Hunter me bajó suavemente al suelo.

Me volví hacia él. Luchando por mantener mi voz pareja, dije:

—Supongo que no los encontraste encerrados en el bosque por los


aldeanos.

Un músculo cambió en su mejilla.

—No.

Esa línea entre necesitar un aliado y querer matarlo se volvió


borrosa.

—Pareces… agradable. ¿Por qué robarías niños a las personas que


más los aman?

Frunció el ceño y señaló al más pequeño de los dos chicos.

—Un huérfano.
Bajé la vista hacia el cabello rubio arenoso que se asomaba entre
las mantas y sentí una punzada de compasión.

—Fugitivo. —Hunter hizo un gesto al chico más grande a mi


izquierda—. A juzgar por los moretones en él, tenía buenas razones para
huir.

El fugitivo tenía cabello castaño y la cara sucia. La pena me


encontró de nuevo.

—¿Y qué hay de ella? —le pregunté, mirando a la mujer de cabello


negro y piel miel durmiendo frente a mí.

—Fue acusada de brujería y sentenciada a muerte.

Consideré las palabras de Hunter. Por lo que sabía, los niños


tomados de Tunnock no habían sido abusados. Pero, ¿quién sabía lo que
sucedía detrás de puertas cerradas? Nadie había visto a través de la
fachada amorosa de Elain.

—Dijiste que solo recibías marginados. ¿Hay otros fae que


secuestren humanos?

—Sí... Y no somos muchos los que intentamos tomar solo lo no


deseado.

Me quedé sin aliento.

—¿Qué hay de Kesha? —pregunté, cautelosa.

Las alas de Hunter se movieron a su espalda.

—Ella lo acepta porque es menos peligroso tomar marginados.


Menos personas vienen a buscar… —Inclinó la cabeza, considerando—,
y como las turbas humanas que manejan horcas y cuchillos de cocina
representan una pequeña amenaza para nosotros, es mejor si tratamos
de evitar una matanza.

Hice una mueca.

—Que considerado.

El sarcasmo en mi voz no se le escapó. Parecía confundido, casi


triste, pero antes de que pudiera formar las palabras, Kesha nos
interrumpió:
—¡Hunter! —Apareció con más madera. Tirándolo al lado del fuego,
miró en nuestra dirección—. Suficiente charla.

Un parpadeo de algo apareció en los ojos de Hunter. Pensé que


podría haber sido duda, pero luego sacó un pequeño frasco de líquido de
su abrigo marrón.

—Bebe —dijo, pasándome el frasco de cristal.

Observándolo con sospecha, le pregunté:

—¿Qué es eso?

—Te enviará a dormir… como a ellos —dijo, asintiendo con la


cabeza hacia los cuerpos desplomados alrededor del fuego.

—No quiero…

—Y no nos importa lo que quieras —ladró Kesha.

Hunter frunció el ceño a Kesha.

—Solo tómalo, Serena —añadió en voz baja.

—Tómalo, o te lo haremos pasar por la garganta —espetó Kesha —


. ¿Es eso lo que quieres? —Se paró frente a mí, con las manos en las
caderas.

—Es lo mejor —exhaló Hunter.

Observé el líquido transparente, vacilando lo suficiente para que


Kesha perdiera la paciencia. Antes de que pudiera levantar una mano
para defenderme, ella se adelantó para obligarme a abrir la boca y
pellizcarme la nariz. Atrapada en un agarre como el acero, el dolor salió
de mis ojos en forma de lágrimas. El líquido cubrió mi lengua, y Kesha
cerró mi mandíbula, asegurándome de no escupirla. Me atraganté y
vomité, pero ya era demasiado tarde.

Me metí en una pesadilla: atrapada en una jaula con alas con el


desastre ensangrentado que había sido Gus, y afuera estaba Elain,
traqueteando en los barrotes, riéndose de mí.

El sueño cambió y el juicio volvió a ocurrir, excepto que esta vez


Elain y Gus se regodearon por haber asesinado a mi padre. En lugar de
castigarlos, el consejo se rió y rió.
Luego había cuervos por todas partes, rodeándome, sin tocarme
nunca; formando un círculo protector.
El Cruce
Traducido por Jasy

bergamota, menta y sal inundó mi nariz. Sacudiéndome


EL OLOR A
al despertar, mis ojos se abrieron para encontrar que la noche se había
convertido en día. Estaba recostada sobre mi espalda, cubierta por una
piel de lobo.

Hunter se encontraba a mi lado. Metió una pequeña bolsa en un


bolsillo interior de su abrigo.

—Lo siento, no te despertabas. Tuve que usar sales aromáticas —


dijo.

Mi mente, todavía nublada por la poción para dormir, luchaba por


encontrar sentido de tiempo y espacio.

—¿Hemos cruzado?

Mi lengua se sentía gruesa y pesada en mi boca.

—No.

Un suspiro de alivio.

—Necesitas sustento —dijo Hunter, posando una petaca contra mis


labios.

Muerta de sed e incapaz de oponerme, abrí mis labios resecos y me


las arreglé para dar unos pocos tragos. El resto del agua se derramó por
mi mentón. Comencé a ahogarme; Hunter me volteó hacia un costado.
—Tranquila —murmuró, palmeando mi espalda.

Tosí hacia la tierra y me estiré para recuperar la petaca de las


manos de Hunter. Tomé más tragos pequeños, esperando que calmara
las ganas de vomitar. Cuando las convulsiones disminuyeron, alcé la
mirada hacia Hunter.

—Por favor no me digas que me harán dormir otra vez.

Deslizó su mano hacia la parte de atrás de mi cabeza, acunándola,


y luego me levantó hasta quedar sentada. Dejando su mano caer,
arrodillándose frente a mí, respondió:

—Tengo que hacerlo de nuevo. No hemos alcanzado la división


todavía. Te desperté porque no podemos dejarlos deshidratarse, y pensé
que quizás necesitabas aliviarte.

Me inquieté.

—Oh.

—Kesha te llevará a un lugar donde puedas tener privacidad.


Sabemos que esas cosas son importantes para los humanos.

No había notado donde se encontraba la hembra antes, pero ante


la mención de su nombre miré detenidamente a mí alrededor por signos
de su presencia. Se encontraba a mi izquierda, colocando una olla negra
sobre un fuego encendido. Los otros prisioneros dormían y los caballos
todavía pastaban.

Luego de una rápida observaciónn del área, noté que nos habíamos
movido desde la noche anterior. Los árboles ahora estaban florecientes
con capullos y tallos, y la helada bajo los pies había dado paso a césped
de primavera.

Fruncí el ceño, perpleja. Si mis enseñanzas fueron correctas, el


clima debía ser más fresco e inhospitable, mientras más al norte nos
alejáramos. Tunnock todavía se encontraba en el agarre del invierno. Pero
donde fuera que estuviéramos, la ola implacable en el aire se había
convertido en suavidad ¿Tenía esta anomalía algo que ver con los viejos
caminos fae que Hunter había mencionado? ¿Habíamos omitido de
alguna manera los desechos del norte?
Los aromas tentadores que emanaban de la olla que Kesha revolvía
me alcanzaron, alejando todos los pensamientos de este misterio de mi
mente ¿Cuándo había sido mi última comida completa? No la bolsa de
nueces o el pastel.

Olfateé esperanzadamente, mi estómago gruñó en protesta.

—Kesha… —comenzó Hunter.

—Sí, de acuerdo —refunfuñó y dejó caer el cucharon—. Vamos


entonces. No quiero tener que limpiar tu meada.

Kesha se acercó y me levantó sobre mis pies. Me tambaleé


peligrosamente, como un recién nacido encontrando su equilibrio, y solo
me las arreglé para dar unos pocos pasos antes de que perdiera su
paciencia. Me arrastró una corta distancia, y en cuanto estuvimos fuera
del alcance de la vista de Hunter me arrojó a la tierra.

—Se rápida.

Apretando mis dientes, rehusándome a sentirme avergonzada,


levanté mi falda. Al menos ella tuvo la decencia de voltearse. Luego de
que hubiera terminado, Kesha me acarreó nuevamente a dónde la olla
descansaba sobre el fuego. Hunter colocó cucharadas llenas de estofado
caliente en un cuenco de madera y lo alcanzó sin una palabra. Me senté
sobre mi piel de lobo y llevé el estofado aguado a mis labios. Lo sorbí
ruidosamente, saboreándolo, tratando de posponer el momento en que
me hicieran dormir de nuevo.

Mi mente derivó y desarrolló diferentes planes de escape. Todos


murieron rápidamente luego de toparse con el mismo obstáculo; Si nos
encontrábamos en caminos fae, en su territorio, ¿qué pasaría con una
humana viajando sola? ¿Cómo podía esperar atravesarlos?

No puedes.

Mi espíritu se desplomó mientras la voz ponía fin a mis esperanzas.

Podrías solo ayudarme en lugar de destruir todas mis ideas.

Ya lo hice.

¡Decirme que acepte la esclavitud no es de ayuda!


Ninguna respuesta. Bien. Simplemente fantástico.

Hunter se agachó a mi lado y me dio una sonrisa tentativa.

—¿Sin apetito? —preguntó, mirando hacia mi cuenco medio vacío.

—Sí. —Apreté con más fuerza el estofado.

Su sonrisa se hizo burlesca y él inclinó su cabeza. Eso me hizo


pensar en Timothy, por quien siempre había tenido un punto débil. No
de manera romántica; lo veía como el hermano menor que siempre había
querido. Algo de su ternura vivía en Hunter… Aun así ambos ayudaron a
arruinar mi vida.

—¿Te encuentras bien? —Preocupación formó su ceño fruncido—.


Te ves… ¿Tienes dolor físico?

—No, ¿por qué lo tendría? —Tentativamente tomé otro sorbo del


estofado.

—No podemos cargarlos a todos, por lo que usamos los caballos.


Pensé que quizás estuvieras sintiendo los efectos.

Mis ojos se precipitaron a los animales.

—¿Nos ponen en sus espaldas? ¿Cómo nos mantienen arriba


siquiera?

Kesha se acercó.

—Los arrojamos sobre sus espaldas con las provisiones y


esperamos que no salgan corriendo. —Bajando la mirada hacia nosotros,
su boca se endureció en una fina línea—. Termina ese estofado. Es tiempo
de que vayas a dormir.

—¿No puedo mantenerme despierta un poco más? —dirigí mi


pregunta a Hunter, pero Kesha contestó:

—Deberías disfrutar la oportunidad de descansar. Entrenar para


ser soldado de infantería no es fácil, incluso en los campos de Diana.

El labio de Kesha se curvó y, por primera vez, sentí que su


desprecio no estaba dirigido hacia mí.

—La droga solo es para hoy y mañana —dijo suavemente Hunter.


Eso era lo que me preocupaba. La libertad parecía una opción cada
vez menos probable.

—Come —gruñó Kesha.

Me estremecí y decidí que no ganaría nada con no terminarlo. Una


vez drenado el cuenco, Kesha lo cambió por más sedantes. Sin querer
repetir lo de la última noche, vacié el vial y lo arrojé a un lado.

EL DÍA SIGUIENTE empezó como una repetición de los anteriores.


Hunter me despertó y Kesha me acompañó al interior del bosque para
aliviar mis necesidades. La decisión de usar este momento para arriesgar
un escape se había formado mientras dormía. Como si mis sueños
hubieran escogido por mí.

Esperé a que me hubiera dado la espalda, pero no di dos pasos


antes de que se abalanzara. Me cargó de nuevo a su campamento y arrojó
mi cuerpo al suelo, quitando el aire de mis pulmones.

Fue un milagro no haberme mojado.

EI segundo intento de alcanzar la libertad fue incluso más


desesperado: me negué a beber el sedante.

—Bien. —Kesha se encogió de hombros—. Hunter sostén su cabeza


en alto.

Él no vaciló. Traté suplicarle de cualquier manera.

—Por favor, no hagas esto. Déjame ir.

Ninguna respuesta. Solo inclinó mi cabeza hacia atrás y apretó mi


nariz. Podía notar que trataba de ser cuidadoso, pero no importaba. Lo
fulminé con la mirada mientras lo maldecía.

—Arderás en la corte oscura por esto.

Él se mantuvo en silencio, pero Kesha ladró en respuesta:

—No sabes nada, humana.


Abrió mi boca, derramó el veneno y la mantuvo cerrada, esperando
a que tragara. En todo momento Hunter mantuvo su mano sobre mi
nariz. Luché, pero no había esperanza. Se había acabado. La próxima vez
que despertara, sería separada de John y Viola.

Permanentemente.

Con ese conocimiento me ahogué en un sollozo y el sedante se


deslizó por mi garganta, quemando a su paso.

—SERENA. HEMOS CRUZADO.

Tomó un minuto entero para que las palabras cobraran sentido,


Mis ojos se mantuvieron cerrados; era más fácil pretender que era una
pesadilla de esa manera. No tenía idea de qué esperar una vez que los
abriera. No había mapas de las tierras fae en el Guantelete. Los libros de
historia decían que todos habían sido quemados cuando nuestros
pueblos se separaron. Sabía una cosa: no debería ser posible moverse
libremente entre nuestros reinos. Los fae lo habían conseguido de alguna
manera, pero nunca había oído de un humano que retornara de su reino
legendario. No existían descripciones de este lugar. Me inundó la
curiosidad, pero me mantuve terca y fijé la imagen de John y Viola en mi
mente en su lugar.

Kesha estaba a mi lado, empujándome con su pie.

—¡Ponte de pie!

—¿Serena? —llamó suavemente Hunter.

Dudé. El momento en que mis ojos vieran el mundo sería real: yo,
separada de mi familia adoptiva por un puente que ningún humano sabía
cómo cruzar.

—Sé que estás despierta —gruñó Kesha en advertencia.


Mi resistencia se derrumbó; no quería presionarla. Sentándome y
abriendo mis ojos, giré hacía la izquierda y la derecha para procesarlo
todo.

Un camino de césped aplanado se extendía detrás, marcando


nuestro paso por lo que era otra zona de bosque. Respiré su esencia,
dulce y unida a la tierra con un toque de filo que cortaba a través de ésta
y me hacía sentir despierta. La temperatura era placentera, quizás un
poco fresca. No invierno, entonces. Colores de otoño pintaban el bosque:
oro y rubí con salpicaduras de corteza esmeralda y plata, pero ese indicio
de decadencia se encontraba ausente. Se veía como otoño pero se sentía
como primavera.

Conos de pino, hojas caídas y dispersas agrupaciones de hongos


venenosos moteados, dedaleras, agrillas, tréboles y lavanda cubrían el
suelo. Gracias a los incansables intentos de Viola de proveerme con una
educación general, sabía lo que era comestible y lo que era venenoso.
Parecía que mis lecciones no serían un desperdicio total… Si alguna vez
lograba ser libre.

Entrecerré los ojos para alzar la mirada, notando la posición alta


del sol en el cielo. Medio día, o cerca, lo que significaba que el puente no
podía estar lejos. Incluso sin comida ni agua en mi posesión, quizás
podría sobrevivir el cruce.

Tendrías que encontrarlo primero, me recordó la voz en un susurro.

La esperanza murió. La pena inundó mi pecho, devastándome.


Había sabido la verdad durante días pero no había querido admitirla.
Ahora no había manera de escapar de ella. Mis raíces habían sido
arrancadas por debajo de mí, y el destino me había otorgado un exilio
permanente. Incluso si encontraba una forma de volver a John y Viola,
solo los pondría en una situación imposible. Esconderme y arriesgarse a
ser castigados, o irse conmigo y abandonar todo por lo que habían
trabajado. Esa repentina consciencia movió algo dentro de mí. Una
barrera se derrumbó; la aceptación esperaba del otro lado. Tunnock ya
no era mi hogar.

No dándome cuenta de que había cerrado mis ojos en el medio de


esta agitación interna, los abrí nuevamente y parpadeé. Pequeñas luces
de fuego dorado flotaban sobre mí y serpenteando entre ellas había
criaturas de rostro y cuerpo demasiado pequeños para reconocer rasgos
individualmente. Sus alas, sin embargo, eran gloriosamente visibles y
parecidas a mariposas, unas pocas llevaban brillantes salpicones de azul,
otras amarillo pálido y algunas eran tan opacas que parecían puntos de
luz bailando en el viento.

Mi boca se abrió de sorpresa.

—¿Qué son? —pregunté en voz alta.

Con el sonido de mi voz, las criaturas y bolas de luz se dispersaron.


Cuando Hunter y Kesha no reaccionaron, miré sobre mi hombro para
encontrarlos despertando a los otros humanos en nuestra compañía.

La primera en despertar fue la mujer. Observé mientras se sentaba,


entrecerrando los ojos ante la luz. Me acerqué un poco a ella mientras
Kesha y Hunter se dirigían a despertar a los dos chicos.

—¿Te encuentras bien? —murmuré bajo mi aliento.

Ella frunció el ceño en mi dirección y asintió una vez.

—¿Lo estás tú?

Me encogí de hombros.

—¿Cuál es tu nombre? —Tenía una suave cadencia en su voz que


instantáneamente me hizo sentir aliviada.

—Serena Smith. ¿Qué hay de ti… cuál es tu nombre?

Eché un vistazo a los dos fae, sintiéndome nerviosa. Hunter no


había confirmado si su audición era mejor que la de los humanos, pero
dado sus otras ventajas, parecía probable. Si habían oído, no lo
reconocieron.

—Isabel. —Su mirada atormentada se deslizó hacia los chicos—.


Deberíamos tratar de ayudarlos a… ajustarse.

No tuve tiempo de acordar antes de que el más pequeño de ellos se


sentara, alejando el sueño. Kesha se alejó de su lado para murmurar algo
a Hunter, y con sus espaldas hacia nosotros, me deslicé hacia él.

En un tono suave, me presenté:

—Soy Serena. ¿Cuál es tu nombre?


Mordía su labio inferior viciosamente. Se encontraba aterrado.

—Está bien, somos humanas. Sin alas, ¿ves? —Giré, mostrándole


mi espalda.

Sus ojos observaron y cuando estuvo satisfecho, se inclinó hacia


adelante con los ojos muy abiertos.

—Soy Brandon.

Se alejó rápidamente y su mirada se dirigió hacia Kesha y Hunter,


registrando cada movimiento mientras ellos continuaban con su
conversación en susurros. La vista de esto cavó un pozo en mi pecho. La
emoción desbordó. Él se veía como un niño esperando a ser golpeado. Mi
lamento suspiró y se transformó en pena.

Eché un vistazo hacia Isabel para chequear cómo lo estaba llevando


el otro chico. Estaban susurrando, pero capté su nombre de cualquier
manera: Billy.

—¿Definitivamente estamos en las tierras fae? —dijo Billy—. No se


ve tan diferente.

Habló directamente a los fae y no mostró miedo. Mi héroe.

Kesha recibió su interrupción con el ceño fruncido, pero Hunter


contestó:

—Sí, nos encontramos en tierras fae, pero teniendo en cuenta que


este es tu nuevo hogar, ¿quizás quieras llamarlo por su nombre real,
Aldar?

Su labio se curvó en una pequeña sonrisa. Estrellas, estaba


intentando. Quería odiarlo por esto pero de alguna manera, fallé
miserablemente.

Billy, de cualquier manera, continuó tan irreverente como antes.

—Este no es mi hogar. —Se detuvo para considerar—. ¿Por qué


habría de llamarlo Aldar?

Su curiosidad había ganado. La mía despertó cuando Hunter


frunció el ceño.

—¿Los humanos han olvidado el nombre de nuestro reino también?


Nadie en el Guantelete conocía el nombre de su reino; ese
conocimiento se había perdido hacía mucho tiempo. Cuando Billy no
contestó, Hunter observó a Isabel, que parecía perdida en sus
pensamientos, y Brandon, que se encogió bajo su escrutinio, antes de
cruzar su mirada con la mía.

Fija. Vacilante. Quizás, con un poco de pena y arrepentimiento.

El recuerdo de la noche anterior y lo que yo había dicho se


interponía entre nosotros. Con un gesto, podía ampliar la brecha o cerrar
la fisura.

Una combinación incómoda de emociones luchó para llegar a la


superficie: triunfo salvaje por haberme metido bajo su piel, mezclado con
una punzada de inquietud por haberlo maldecido.

Él había salvado mi vida. O algo así… Y aceptar el exilio no


significaba que quería convertirme en esclava. Comprender esta tierra y
su funcionamiento parecía esencial para mi supervivencia y futura
libertad. Por esto, aún necesitaba un aliado. Hecha la decisión, no le di
la espalda. Dejé que mis facciones se relajaran visiblemente.

Alivio, rápido y brillante, inundó su mirada. Incluso arriesgó una


pequeña sonrisa. Traté de devolver el favor, pero resulto más como una
mueca. Parecía que decidir perdonar a alguien y sentirlo en mi corazón
eran dos cosas muy diferentes.

Hunter no pareció notar mi vacilación; su sonrisa nacida de la


incertidumbre parecía relajada y fácil.

—¿A dónde fueron los caballos? —preguntó súbitamente Billy,


mirando a su alrededor.

La conmoción me inundó. Ni siquiera había notado la ausencia de


las bestias silenciosas.

Kesha descubrió sus dientes.

—Nos los comimos.

Brandon jadeó. Pero Billy se cruzó de brazos y puso mala cara.

—No, no lo hicieron. Puedo decir cuando alguien miente.


Isabel y yo intercambiamos miradas de preocupación. Estaba la
valentía, y luego estaba esto.

Pero pese a su actitud, Kesha se contuvo y Hunter contestó:

—Un talento útil. —Con sus ojos brillando con regocijo oculto,
continuó—: Tienes bastante razón. Los dejamos en el reino humano.

Billy dio un pequeño asentimiento con confianza y declaró:

—Tengo hambre.

—¿Por qué no cazas algo para el almuerzo entonces? —dijo Kesha,


un poco demasiado calmada para mi gusto.

El chico—un niño, ni siquiera en el pico de la pubertad—bajó la


mirada hacia la salvaje cazadora de humanos y cruzó sus brazos.

—No necesito hacerlo.

—Oh, ¿y por qué no? —Kesha se estiró con un ronroneo letal.

—Tienes alas —dijo él, señalando con su dedo concluyentemente.


Un poco redundante, considerando cómo sus alas se extendían desde lo
alto de su cabeza hasta su coxis.

Una fría diversión se extendió por el rostro de Kesha: la mirada de


un gato jugando con un ratón.

Una carcajada burbujeó dentro de mí como vino burbujeante y la


histeria amenazó. Apretar mi mandíbula y presionar mis labios
firmemente fueron mi única salvación.

Los orificios nasales de Hunter se ensancharon delicadamente y,


por un segundo, sus ojos quedaron en blanco. Dioses, ¿qué había
olfateado? La tensión se extendió pesada y gruesa en el aire, pero antes
de que rompiera la tormenta, se inclinó hacia un bolso que descansaba
en el suelo. Sacó una manzana y la lanzó hacia Billy. No deteniéndose
allí, nos lanzó una a cada uno de nosotros.

—Coman rápido —dijo, hablando hacia todos pero dirigiendo las


palabras hacia mí—. Tenemos un largo camino por delante.

Isabel giró la manzana en su palma, pensativamente.


—Me dijiste que me llevarías con otros brujos, pero nunca dijiste
hacia dónde, exactamente.

Con su pregunta implícita, no dejaba de ser amable, casual y no


amenazante.

Magistralmente hecho. Ni siquiera Kesha podía ofenderse.

—Te llevaré a la Corte de los Brujos —contestó ella a


regañadientes—. Aunque su verdadero nombre es Media Luna. La Caza
Salvaje ha accedido a no vender a los de tu clase en el mercado, por lo
que negociamos directamente con los clanes.

La mayor cantidad de palabras que la había oído usar. ¿Y Caza


Salvaje? ¿Clanes? Estrellas, había mucho que aprender sobre este reino.

—¿Qué harán conmigo? —preguntó Isabel con calma.

—No tengo idea. No es nuestro trabajo saber —contestó Kesha.

Brandon se arrastró más cerca. Envolví un brazo a su alrededor y


lo acerqué.

—¿Qué hay de mí? —preguntó Billy tenazmente.

Luego de una nerviosa mirada hacia Kesha, Hunter tomó las


riendas de la conversación:

—Los llevaremos a Brandon y a ti a los mercados de la Corte Solar.


La milicia podría comprarlos, siempre buscan por nuevos reclutas. O si
la nobleza los encuentra de su gusto, podrían tomarlos como parte de su
hacienda.

—Hunter, suficiente. —Kesha tomó uno de los dos paquetes


enormes y se lo echó al hombro—. Tenemos que cubrir una gran
distancia antes del anochecer y ya tuve suficiente conversación con estas
bolsas de carne.

Mi mano tembló, ansiosa por golpearla en esa mandíbula


sobresaliente suya.

—No quiero ser vendido —dijo Billy. Sin miedo. Solo palabras
sombrías.
Mi corazón se rompió por él. Había visto demasiado ya. Un alma
vieja atrapada en el cuerpo de un niño.

Los labios de Hunter se inclinaron hacia abajo. ¿Por pena? ¿O


irritación?

—Tendrás una mejor calidad de vida que si te hubiéramos dejado


para morir de hambre y mendigar en las calles.

El desprecio me inundó. ¿Así era como lo justificaba? ¿Creía que si


tomaba a los marginados hacía que todo estuviera bien? ¿Que era un
héroe?

Mis manos se tensaron. Idiota. Estúpido e ingenuo idiota.

Los pensamientos de Billy parecían coincidir con los míos; su


mentón se levantó un poco y sus ojos se estrecharon.

—Habría sido libre.

La mirada de Isabel se cruzó con la mía. Leí las palabras no dichas:


Este chico es demasiado listo para su propio bien.

—Libre —Kesha se burló—. ¿Para hacer qué? ¿Morir de hambre en


algún pueblo lleno de mierda mientras los humanos te ignoraban lo mejor
que podían? Es una idea interesante de libertad la que tienes. Ahora,
come tu manzana. —Un tono bajo y peligroso.

Billy inclinó su cabeza hacia un lado, considerando. Luego de un


tenso punto muerto, se dignó a dar una mordida.

Un suspiro de alivio dejó mis labios. Comencé a comer mi propia


manzana. Rezando porque no fuera nuestra única comida del día, la
devoré en cuatro grandes mordiscos. Una vez que el agua pasó por
nosotros los humanos, nos ordenaron marchar.

Una hora pasó. Los bosques y el camino bajo nuestros pies no


cambiaron mucho, más allá del extraño nuevo olor o la explosión de color.
Me mantuve alerta por si retornaban las luces doradas y las pequeñas
criaturas aladas, pero no había señal de éstas.

El hambre pronto trepó en mi barriga. Una ampolla se formó y


explotó en mi bota, provocando que gimiera de dolor cada pocos pasos.
Comencé a sentir demasiado calor para los guantes y la bufanda, pero
no soportaba la idea de hacerlos a un lado. Los cargué por un tiempo,
hasta que Hunter se volteó hacia mí y los tomó sin decir una palabra.
Pero incluso sin éstos, el sudor se aferró a mi vestido plano y raído. Hice
cuentas: cuatro días sin un baño o un cambio de ropa. El olor pronto
haría que me lloraran los ojos. Con la sensibilidad de los fae al olor, me
preguntaba cómo soportaban el estar tan cerca. Aunque en el caso de
Kesha, agradecía el causarle incomodidad.

Las cosas continuaron deteriorándose, moviéndonos a paso


caracol. Cuando la luz se suavizó en un brillo de atardecer, los calambres
me invalidaron hasta el punto en que me apoyaba sobre Isabel, saltando
por el camino. Pero mi incomodidad no era nada comparada con la de
Brandon y Billy. Mientras el sol caía, el hambre y el cansancio dejaron a
Brandon lo suficientemente miserable como para que se quejara con
Hunter. No con Kesha, sin embargo: nunca ella.

No mucho después de esto, Billy hizo dos intentos de escape. No


había visto a los fae moverse así en la luz del día y rápidamente se hizo
claro por qué no ataban nuestras manos o nos ponían grilletes. Sus alas
significaban que solo podía alejarse hasta los árboles antes de ser
atrapado. Al segundo intento de Billy, Kesha perdió su temperamento.

—¡SUFICIENTE! —Lo tomó del brazo y voló nuevamente al camino


para lanzarlo a nuestros pies. Dirigiéndose a todos nosotros, ladró—:
Claramente, les hemos dejado creer que quizás pueden escapar. Pero son
humanos. —Apuntó hacia Billy con su dedo. Cerrando el puño, lo llevó a
su pecho para golpearlo una vez—. Nosotros somos fae. Si nos ponen a
prueba nuevamente, descubrirán por qué somos los depredadores en la
cima de este grupo.

Descubrió sus dientes. Brandon se encogió de terror, pero Billy no


parpadeó, ni siquiera cuando sus caninos crecieron afilados.

—Kesha —llamó Hunter más adelante en el camino.

Allí, una advertencia, pero no la detuvo cuando empujó a Billy y lo


mordió en el hombro. Él gimió en agonía y mi sangre hirvió.

Isabel y yo nos movimos al mismo tiempo.

—¡Es solo un niño! —gritó ella.

Kesha gruñó en su garganta:


—Silencio.

Nos detuvimos. Y ni siquiera respiramos cuando ella bajó la mirada


hacia Billy.

—Intenta escapar de nuevo y quebraré tu brazo.

Luego de eso, no hubo más quejas. Todo lo que Isabel y yo


podíamos hacer era ayudar a los chicos cuando tropezaban,
murmurando palabras de ánimo. Me sentía vacía, diciendo las mismas
trivialidades una y otra vez.

—No te preocupes.

—Estaremos bien.

—Esto terminará pronto.

Mentiras. No tenía idea de cuánto tiempo llevaría. No podía


imaginar sobrevivir una semana a este paso o, los dioses no lo
permitieran, más tiempo. Pero teníamos que mantenernos en
movimiento, así que seguí mintiendo.

Llegamos a una parada mientras el sol caía bajo en el cielo,


llevando un tinte de color lila y rosado sobre los bosques.

—Necesitamos cazar antes de poder hacer más estofado. Hasta


entonces, tomen un descanso. Hagan lo que necesiten hacer —dijo
Hunter, giñando en mi dirección.

Kesha frunció el ceño hacia él, como si sus animadas palabras


fueran ofensivas.

Necesitaba hacer pipí desesperadamente, pero la idea de pasar más


tiempo con Kesha me hizo tragar mi vergüenza y pedirle a Hunter que me
acompañara en su lugar.

—Está bien, puedes ir sola si quieres. Solo quédate al alcance.


Estos bosques no son tan seguros como lo parecen.

Mi mandíbula cayó. ¿Era tan confiado? Mi pregunta fue


contestada, no por él, sino por Kesha:

—Recuerda, nuestro oído es agudo y podemos alzarnos a los cielos


en un pestañeo. No seas estúpida.
Había adivinado correctamente acerca de sus sentidos entonces.
Demasiado incómoda para que me importara, me abrí paso por un grupo
de arbustos que parecía lo suficientemente densos como para
esconderme. No fue hasta que alcancé mi falda que noté que Isabel me
había seguido. Sintiendo una oportunidad de comunicarnos sin los fae
observando, me agaché y escribí en la tierra.

¿Usar magia?

Debía ser conciso, al punto, un mensaje fácil de borrar si Kesha o


Hunter nos chequeaban. Solo esperaba que lo entendiera.

Quizás ella tenía la misma idea sobre hablar porque no esperó a


que terminara antes de ponerse de cuclillas a mi lado.

Leyó mi mensaje. Una respiración y luego una sacudida de cabeza.


No.

Mi corazón se hundió, y me dirigió una mirada de disculpa. Pero


Isabel no había terminado. Apuntó hacia los fae, juntó sus manos en
posición de rezar y descansó su cabeza sobre éstas.

Dormir, murmuré.

Asintió y luego escribió en la tierra suelta ¿Robar armas?

Mi boca se torció a un lado. Meros segundos para elegir y todo para


perder si tomaba la decisión incorrecta. Pesando las posibilidades,
balanceé la probabilidad de éxito contra la más probable oportunidad de
que despertaran y de que Kesha rompiera todos nuestros huesos, uno
por uno. No necesitaba la voz extraña en mi cabeza que chasqueara para
saber que nunca funcionaría.

Miré a Isabel y murmuré: no. Me respondió con una débil sonrisa,


como si hubiera sabido que era un mal plan y solo necesitara una
segunda opinión.

Una vez que aliviamos nuestras necesidades, caminamos de vuelta


al campamento, y fui a sentarme junto a Brandon mientras Isabel se
acomodaba cerca de Billy. Sin discutirlo, habíamos acordado de alguna
manera que los protegeríamos. No podíamos detener a Kesha de
lastimarlos, pero el instinto permanecía.
Por el momento, Kesha permanecía de piernas cruzadas, comiendo
una extraña clase de rollo de masa. Se hizo difícil no mirar fijamente y
babear. Eventualmente Hunter nos alcanzó bocadillos, ahorrándome el
horror de rogar. Me dio tres pedazos de torta de frutas y dos cortes de
pan de jengibre. Noté que ambos habían comido varios pedazos por sí
mismos.

—¿Los fae disfrutan de las cosas dulces?

Sus ojos brillaron y su boca se abrió.

—¡Hunter! —ladró Kesha desde su posición en el suelo—. No le


digas nada sobre nosotros. Puede aprender lo que necesite, una vez que
sea entregada a sus nuevos amos.

Mi temperamento se calentó.

—Soy una persona. No puedo ser poseída.

Isabel me dirigió una mirada salvaje. No me importó: Kesha había


tocado un nervio. Demasiadas personas en mi vida habían tratado de
poseerme.

Por primera vez, el fantasma de una sonrisa tocó los labios de


Kesha.

—Vive por un par de décadas más y verás que eso es increíblemente


ingenuo. Ahora, cállate y come. —Limpió restos de masa de su boca y
agregó en un tono oscuro—: tenemos millas que cubrir y no mucho
tiempo para hacerlo.

Animada por mi arrebato, Isabel murmuró:

—¿Cuánto antes de que lleguemos allí? —Sus ojos se movieron


entre los chicos.

Kesha continuó con su pastel e ignoró la pregunta.

Juré haber escuchado a Hunter suspirar de exasperación.

—Lleva alrededor de una semana viajar al mercado —dijo—. Una


vez que hayamos vendido a los chicos, Kesh y yo nos separaremos y las
llevaremos a Serena y a ti en caminos separados. Las cargaremos, por lo
que ese viaje no será tan largo.
—Cargarnos —se preguntó Isabel en voz alta—. ¿Quieres decir que
volarán con nosotras hacia allí?

Mi boca se abrió para quedarse así.

—Por supuesto. Será más rápido y cómodo para todos.

—¿No pueden llevar volando delante a un niño y luego volver por el


otro? Sería igual de rápido. —No necesitaba agregar: Y mejor para ellos.
Su verdadera razón era obvia por la manera en que observaba las
cenicientas caras de Billy y Brandon.

Él tenía una mirada desconcertada.

—Necesitamos mantenernos juntos. Es demasiado peligroso


separarse.

Como si eso fuera obvio. Los fae no podían ser todopoderosos,


entonces. Su fuerza debía de tener límites. Interesante.

—Hay forajidos y marginados escondiéndose en estos bosques.


Algunos de ellos no podrían resistir capturarlos.

Eso me hizo preguntar:

—¿Por qué? ¿Qué quieren con nosotros?

Kesha gruñó por lo bajo en su garganta. Habiendo terminado su


pastel, se volteó y sacó una piedra de afilar de un bolsillo interior. Luego
descubrió uno de los cuchillos de su cadera y comenzó a afilar.

Todos quedaron callados, con los ojos pegados a la daga.

Hunter rompió el silencio.

—Depende. Quizás quieran nuevos reclutas o, si es solo dinero lo


que buscan, los venderán en el mercado negro.

Luché con la urgencia de mirar hacia el bosque en busca de


amenazas invisibles y, en su lugar, me acerqué a Brandon.

—Vagos, deshonestos, desconfiables —murmuró Kesha mientras


su daga echaba chispas contra la piedra.
—La Caza Salvaje es la única manada que puede viajar entre los
reinos —continuó Hunter suavemente, el frío dirigido al furioso
temperamento de Kesha—. Nadie más tiene permiso, por lo que algunos
fae eligen acechar la frontera y atacar a aquellos que vuelven del
Guantelete para hacer ganancias rápidas.

Las extrañas palabras y elección de frases tropezaron en mi mente.


Manada. Permiso, ¿concedido por quién?

—Sanguijuelas —maldijo Kesha.

Intercambié otra mirada silenciosa con Isabel. Ninguna lamentaba


que sus trabajos fueran más duros, pero aun así… Viola amaba decir:
“Mejor el demonio que conoces, que los fae que no”, cuando fuera que
jugaba a las cartas con las chismosas del pueblo. No funcionaba
exactamente ahora, considerando que ambos de nuestros enemigos eran
fae, pero Hunter no estaba tan mal. Siempre podía ser peor. Gus y Elain
me habían enseñado eso.

—De cualquier manera —desvió el tema Hunter—, quizás todos


deberían intentar dormir. La cena aún demorará un poco.

Quejidos en acuerdo llevaron a Hunter a desempacar las pieles y


mantas en las que habíamos dormido. Una vez que trepé sobre la piel de
lobo nuevamente, miré hacia mis botas. Mis ampollas tenían ampollas,
pero si me las sacaba ahora, podría no recuperarlas.

Dejé escapar un suspiro y me acosté. Era demasiado esfuerzo de


cualquier manera.

Momentos antes de que me desmayara, Hunter tiró una manta


sobre mí y susurró:

—Te despertaré en unas horas para que puedas comer.

Murmuré algo y tuve el tiempo justo suficiente para sorprenderme


con su mezcla confusa de amabilidad y crueldad antes de que mi mente
derivara lejos.

Fue fiel a su palabra. Pero mi cuerpo se sentía demasiado pesado


con cansancio como para moverme una vez que me despertó. Entonces
Hunter estaba allí, poniendo un brazo detrás de mi cuello, empujándome
hacia una posición erguida.
—Vamos, necesitas esto.

Abrí mis ojos y en un parpadeo una aterciopelada manta de


oscuridad se alejó estirándose sobre mi cabeza, el fuego ardía en el centro
del campamento y un cuenco era empujado bajo mi nariz. Mi estómago
se tensó dolorosamente y le agradecí antes de pensarlo mejor.

Hunter me dirigió rápidamente una sonrisa brillante y colocó el


cuenco en mis manos expectantes. Levanté el cuenco hacia mis labios,
sorbiendo con gula.

—No te encariñes —regañó Kesha por detrás de nosotros—. No es


una mascota; es un objeto que vamos a vender.

Hunter puso sus ojos en blanco hacia mí. Casi me reí.

Me controlé. Monstruo o no, era un secuestrador: un asesino.

Hunter se enderezó y fue a llenar otro cuenco para ofrecerle a


Isabel, que todavía dormía.

Prometía ser una noche fría pese al calor de primavera que había
bendecido el día. Disfruté el sabor del estofado con mucha carne,
rodándolo en mi lengua. Era insípido, pero caliente, por lo que estaba
delicioso. Observé mientras Billy, Brandon e Isabel recibían su propia
comida.

—Esto de nuevo —refunfuñó Billy.

—Alégrate de que los alimentamos siquiera —dijo Kesha,


pinchando el fuego con un palo.

Mordí mi lengua.

Si lo que Hunter nos había dicho probaba ser verdad, tomaríamos


caminos separados con Kesha rápidamente. Otra semana no era nada;
había soportado a Elain por años.

Habiendo terminado con el estofado, dejé el cuenco a un lado. Tenía


todas las razones para creer que mañana sería más de lo mismo, así que
no quería malgastar un segundo sin dormir. Recostándome, dejé que el
ruido del fuego y los susurros actuaran como una canción de cuna. Fue
al borde de una neblina inducida por el sueño que noté que los susurros
tomaban un tono más entrecortado.
Algún instinto grabado, ahora sensible a toda clase de horrores,
forzó a mis ojos a abrirse. Hunter estaba parado, observando hacia el
bosque. Kesha hacía lo mismo mientras estiraba su arco lentamente.

Isabel, aún despierta, miraba duramente hacia los dos fae. Ondeé
mi mano hacia arriba y abajo violentamente y capté su mirada. Ella se
encogió de hombros: no sabía lo que sucedía. Por suerte, Billy y Brandon
no habían notado nada y parecían estar dormidos, habiendo devorado su
comida en minutos.

—¿Qué…?

Kesha interrumpió a Isabel siseando.

Me apoyé sobre mis rodillas.

Hunter corrió hacia mí, inclinándose para susurrar:

—Despierta a Brandon, pero mantenlo en silencio. Tenemos


compañía.

Se alejó para dirigirme una mirada esperando mi respuesta. Asentí


para demostrarle que había entendido y luego se fue para hablar con
Isabel.

Me moví junto a Brandon y me arrodillé para sacudirlo


suavemente. Sus ojos revolotearon y murmuró:

—¿Qué…?

Presioné mi mano sobre su boca y susurré a su oído:

—Es Serena. Necesitas mantenerte en silencio. Hunter dice que


estamos siendo observados.

Los brazos de Brandon me alcanzaron instantáneamente y se


apretaron a mí alrededor. Lo levanté en un abrazo y acaricié su cabello,
tanto para su confort como para el mío. Tenía vagos recuerdos de mi
madre haciendo lo mismo, aún soñaba con ello.

Mis ojos se desviaron hacia Isabel y luego a Billy, que se encontraba


muy despierto, viéndose solemne. El espacio entre nosotros me
molestaba; algo me decía que estaríamos más seguros juntos.
—¿Deberíamos acercarnos a Isabel y Billy? —dije contra el oído de
Brandon.

Asintió con la cabeza sobre mi hombro. Así, con él aferrado a mí,


nos arrastramos alrededor del fuego parpadeante. Isabel y Billy nos
observaban con rostros sombríos. Mientras nos movíamos a una
distancia donde nos alcanzaran, Isabel se estiró por mi mano y Billy
acercó a Brandon. No estaba segura de si lo habíamos hecho
intencionalmente, pero terminamos apiñados juntos, envolviendo a
Brandon.

Silbidos inundaban el aire, Hunter tomó una posición protectora


frente a nosotros. Advertencias sobre manadas merodeadoras de fae
llenaban mis oídos.

Kesha siseó, pero esta vez a Hunter. Una señal.

Apuntó su arco hacia el cielo. Sus ojos debieron de haber detectado


algo en la penumbra, porque lanzó una flecha.

Una carcajada burlona fue la respuesta. Y el infierno se liberó.


Los Demonios Alados
Traducido por Manati5b

UN MOMENTO PARA admirar, un segundo de confusión, luego bolas


de fuego rojas y azules aparecieron a la vista.

Hunter se giró hacia nosotros.

—¡Abajo! —gritó.

Kesha se movió como un torbellino, encadenando flecha tras


flecha. Pero nada pudo detener el aterrizaje de los misiles. Nuestro
pequeño e insignificante grupo de cuatro humanos se hundió cuando las
bolas de calor y llamas explotaron al impacto. Calor abrasó mi mejilla.
Isabel y yo tratamos de proteger a los niños mientras se aferraban a
nosotros.

Alguien gritó. Isabel agarró mi sudorosa palma más fuerte.

Esperé el dolor que estaba segura seguiría… solo que no lo hizo.

El caos goteaba a nuestro alrededor. A la izquierda en la estela de


los proyectiles había humeantes parches de tierra chamuscada. Estos
estaban centrados a la derecha de mí. Apuntaron a Kesha y la volaron
hacia atrás. Ahora, Hunter gritó en desafío. Una serie de aullidos
respondieron en respuesta.
Desde fuera del bosque, volaron media docena de enmascarados
fae, vestidos de cuero marrón, sus máscaras se asemejaban a criaturas
del cielo y la madera.

Hunter fue por su arco. Acordonándolo, se desplegó. Su puntería


era mortal. Perforó dos juegos de alas y envió a los fae enmascarados a
caer antes de que sus arqueros pudieran siquiera atacar.

Entonces sus arcos respondieron y llovieron flechas. Hunter se


lanzó de esta manera, bailando, jugando con su enemigo. Ninguna de las
flechas encontró su objetivo. Todas sobrepasadas o enterradas en el suelo
delante de él.

Los fae enmascarados flotaban. Un silbato sonó. Hunter se detuvo


y me miró con un miedo que era simple y salvaje en su intensidad.

Un segundo silbato sonó y varias cosas sucedieron a la vez. Los


cuatro fae que seguían en lo alto se separaron. Tres se lanzaron hacia
nosotros, mientras el cuarto permanecía detrás. Sus alas batiendo en su
lugar, sacó algo brillante y reluciente de entre sus ropas de cuero. Lo
arrojó, y Hunter vaciló un poco más justo lo suficiente para verlo
desenredarse en el aire, girando, desenvolviéndose en una gigante red de
plata.

Con una última mirada agonizante en mi dirección, desplegó sus


alas, acelerando a lo largo del suelo hacia Kesha. Una vez que estuvo en
sus brazos, voló, desapareciendo en la noche. Abandonándonos a merced
de los fae extraños.

—Está dejándonos —chilló Brandon.

—Buen viaje —escupió Billy.

Las risas ásperas sacudieron a los tres fae que habían aterrizado y
rodearon a nuestro grupo, atrapándonos en el lugar.

El macho que había arrojado la red tocó tierra.

—Ahora esa es mi clase de humano.

El fuego detrás de nosotros iluminó su máscara facial, que estaba


modelada con la apariencia de un halcón. Él era alto y delgado, con
cabello plateado. No me atreví a moverme mientras silbaba de nuevo, casi
esperaba que otra red apareciera y fuera arrojada sobre nuestras
cabezas. En su lugar, luces brillaron a la vida e iluminaron la oscuridad.
Mi primer pensamiento fue luciérnagas, pero a medida que se acercaban,
sus formas doradas se hicieron familiares. Como abejas a la miel, este
enjambre se centró en el tirador de redes, bailando sobre su cabeza
mientras se inclinaba para recoger un hilo de la red. Con un gracioso
golpe de muñeca, hizo girar la malla de plata de nuevo en una bola y la
metió en un bolsillo interior.

Silbó bajo y dirigiendo al enjambre sobre las dos fae heridas que
estaban en el borde del bosque. Las luces obedecieron. Ellas volaban
sobre ellos para bañar a los machos heridos en un brillo misterioso
mientras luchaban por levantarse. No pude ver ninguna flecha
sobresaliendo de ellos, pero sus alas estaban llenas de sangre y sus caras
se habían vuelto blancas como el hueso.

El halcón se giró hacia nuestro grupo y gritó instrucciones:

—Stag, toma a Badger y a Lobo de regreso. Oso, Zorro, mantengan


vigilancia. Esos astutos bastardos todavía están ahí afuera.

Uno de los fae que nos protegían saltó hacia adelante, levantó al
que llevaba la máscara de Lobo y se retiró a las profundidades del bosque.
Mientras tanto, el que se llamaba Badger, quien apenas podía pararse,
cojeaba detrás de ellos, luchando por mantener el paso. Y así como así,
tres de su grupo se habían ido. Como no nos habíamos liberado de ni
siquiera dos fae, los tres restantes también podrían haber sumado cien.

El tirador de redes se acercó a nosotros y se inclinó profundamente.

—Mis disculpas. No hemos sido formalmente presentados. Yo soy


Halcón.

Saludó con la mano a los demás, indicándoles que se agregaran.

—Yo soy Oso.

Y luego:

—Zorro.

Se inclinaron uno tras otro, puños clavados sobre sus corazones.


Los nombres les iban: Oso tenía tupido cabello negro y era grande y
peludo, mientras que Zorro era pequeño y tenía una melena de pelo rojo.
—Por favor de pie —dijo Halcón—. Ya no necesitan cubrirse de
tierra más. Los Demonios Alados los han liberado.

Fae vestidos como criaturas del bosque que se inclinaba ante


nosotros, las luces brillando sobre nosotros… Todo tenía una calidad
distintiva de ensueño, a diferencia de la pesadilla que había sido hace
unos momentos. Confundida y aturdida, me puse de pie. Isabel todavía
sostenía mi mano mientras Brandon me acariciaba el otro brazo. Agarré
su muñeca y enfrenté a Halcón.

—¿Liberarnos? —Isabel dijo a mi lado. Ya había un tono de


esperanza en su voz.

—Correcto, mi señora —respondió Halcón con otra solemne


inclinación—. Su libertad las espera. Tomaremos a los dos chicos a
nuestro cargo, pero ustedes mujeres pueden irse a donde quieran que
deseen. Aunque, si me lo permiten, recomiendo esperar a que sus dos
captores los encuentren de nuevo, por retorcidos y malvados que pueda
ser. Este no es lugar para que los humanos estén sin protectores fae.

Algo se rompió. La ira se construyó y construyó hasta que era una


torre de rabia ardiente.

—¿Cómo nos libera eso? —Cerca de gritar, continué—: ¡Están


llevándose a dos niños contra su voluntad y dejando a las mujeres para
que sean re capturadas!

—Mi señora —dijo Halcón con un jadeo audible. En realidad tenía


las bolas para parecer ofendido—. Les estamos dando una oportunidad
de libertad —continuó, gesticulando perezosamente por el sendero del
bosque—. Depende de ustedes si huyen. Y para los chicos, nunca los
tomaríamos contra su voluntad. A diferencia del resto de nuestros
hermanos, no podemos soportar la esclavitud. Sin embargo, les haré una
oferta que no podrán rechazar. A menos que… ¿los detengas de escuchar
una simple petición?

Rechiné mis dientes. Porque tú, resbaladizo, viscoso…

Halcón miró a Billy y a Brandon. El primero lo estaba mirando con


una actitud pensativa, y el último se estremeció y se apoyó en mí.

—Ambos parecen buenos tipos, y odio ser el portador de malas


noticias, pero el honor me obliga a ser honesto, y si no vienen con
nosotros, tendrán que desafiar a los mercados, donde los arrojarán a
merced de un comprador privado. La mayoría de los cuales tratan a sus
humanos como mierda en la parte inferior de sus zapatos, y ese en el
mejor de los escenarios.

Quería intervenir, ¿pero que si él tenía razón? ¿Cómo podía


negarles la oportunidad de escapar de una vida de cadenas?

—Si son seleccionados y arrojados a la Armada de la Corte Solar,


estarán probablemente muertos en un mes. Ahora, digamos por un
momento que sobreviven…entonces su destino será morir en el campo de
batalla al servicio de esa hechicera fae, Morgan.

Oso y Zorro sisearon en disgusto. Aparentemente, el nombre era


familiar.

—¿Cuál es la alternativa? —exigió Billy.

Halcón sonrió ante sus rasgos severos y se cruzó de brazos.

—Vengan con nosotros; hagan del bosque su hogar. —Señaló los


árboles—. Tenemos algunos humanos que viven con nosotros.
Proporcionan trabajo honesto a cambio de nuestra protección.

—¿Cómo eso es diferente de ser un esclavo en otro lugar? —


cuestiono Billy.

Luché contra una sonrisa.

La risa de Oso sonó como rocas cayendo.

—Él te tiene ahí.

Halcón solo sonrió.

—Porque, a diferencia de los fae que encontrarías en las cortes, no


nos llamarías maestros, y son libres de dejarnos. Aunque muchos no
eligen esa opción. ¿Qué mejor aventura podría haber que dormir en las
copas de los arboles con un manto de estrellas sobre ti? Porque esa es la
verdadera libertad. ¿No están de acuerdo muchachos?

El guiño que siguió casi me hace tirar detrás de mí a Brandon.


Había visto a los de su tipo en mi aldea. Cada semana, durante el día del
mercado, vendría un curioso vendedor ambicioso que vendía curas
milagrosas o que afirmaba ver el futuro. Hacían girar sus mentiras en
redes malvadas y esperaban a que sus presas se atraparan.

Miré a los dos chicos. Billy fruncía el ceño, pero Brandon había
dejado de inquietarse. Incluso se veía un poco melancólico.

—¿Por qué no pueden Serena e Isabel venir con nosotros? —insistió


Billy—. Ellas son buenas personas y no serían una carga.

Mi pecho se calentó.

El que era llamado Oso se agachó y se encontró con el ceño


fruncido de Billy.

—Estoy seguro que lo son —dijo con una voz ronca—. Pero no
podemos quedarnos con cada humano que nos encontramos, y ya
tenemos muchas mujeres. No tenemos el espacio, o la comida para
alimentarlas.

—Entonces deja que vayamos con ustedes esta noche, y


separaremos nuestros caminos mañana —razonó Isabel.

Oso se enderezo y se calló. No era su elección por lo que se veía.

—Lo siento —dijo Halcón con voz dura. Esta sonaba como el
verdadero macho detrás de la máscara, no el encantador y galante que
pretendía ser—. Tenemos que dejarlas. Hay menos posibilidades de que
nos sigan si lo hacemos. Zorro, toma cualquier cosa de valor y vámonos.

Zorro fue directo a las mochilas de Hunter y Kesha para revisar su


contenido. Luego, oí un alegre sonido discordante y lo observé guardando
dos monederos.

—No les importa nuestra libertad. —Apreté la mano de Brandon


más fuerte—. Solo quieren robarnos.

—Mi querida —comenzó Halcón con burla indignación—. Si yo


fuera tan cruel como me haces sonar, cortaría sus gargantas solo para
molestar a esos cobardes sin alas.

Él había tratado de ocultarlo, pero la verdadera ira hervía a fuego


lento ahí. Interesante.
Brandon se inquietó. Preocupada que las palabras de Halcón
fueran atractivas para él, agregué:

—Y si los chicos fueran con ustedes, ¿qué los detiene de venderlos


en el mercado negro?

Se acercó un poco más. Fue tan deliberado, tan cuidadoso, sabía


que era una amenaza. Todo lo que podía ver eran las cuencas oculares
de la máscara de Halcón cuando dijo:

—Antes moriría de hambre con mi gente antes de venderlos a


alguien que los viera como nada más que un conjunto de partes del
cuerpo o agujeros para abusar.

El color de sus irises eran del color de su cabello: la plata del acero,
Y sin embargo, de alguna manera estaban en llamas.

—¡Detente, los estás asustando! —siseó Isabel.

Halcón no la tomó en cuenta. Mantuvo su atención fija en mí. No


aparté la mirada.

—Si no puedes tomar mi palabra, usa tu cabeza. ¿Por qué no


derribé al macho?

—Fallaste.

Zorro resopló con fuerza, y sus llameantes cabellos rojos giraron


salvajemente mientras sacudía la cabeza en señal de desprecio. Lo ignoré.

Halcón continúo un susurro bajo y letal:

—Nuestros arqueros son mejores que la mayoría. Las primeras


veces que tuvimos estas incursiones, llovieron a muerte sobre ellos, pero
no antes de que la Caza Salvaje hubiera usado a los humanos que
estaban transportando como escudos. Incluso nosotros no fuimos lo
suficientemente rápidos para evitar que murieran.

Reprimí un escalofrió cuando una nube pasó sobre los ojos de


Halcón, sofocando el fuego que había estado ardiendo por dentro.

Halcón dio un paso atrás y se miró las uñas. Sacó una daga de su
cinturón y recogió la tierra debajo de sus uñas. Otra piel, otra máscara
para deslizarse: aburrimiento, irreverencia.
—Puede ser que no estemos arriesgando nuestro cuello para
salvarlas de la esclavitud. Pero cada segundo que perdonamos a un
miembro de Caza Salvaje es un segundo que estamos poniendo en peligro
todo lo que apreciamos.

—No esperen gratitud —exhaló Isabel con una exhalación feroz.

Bear gruñó, haciendo que Brandon se estremeciera.

—Suficiente. —Halcón dio la orden en voz baja, pero aun así


provocó que el silencio descendiera. Su cabeza ladeada—. Necesitamos
irnos. Puedo escuchar esas dos pesadillas sin alas preparándose para
otro ataque. Así que, ¿qué será chicos? —preguntó, mirando a Brandon
y a Billy—. ¿Vienen con nosotros, o se quedan y tiran los dados con sus
nuevos maestros?

Era un maestro de la manipulación. Tal vez debería llevar la


máscara de Zorro. Un momento de silencio siguió. Halcón se dio la vuelta,
y eso fue todo lo que tomó.

—¡Espera! —Billy dio un paso hacia él.

Isabel se agarró a su burla de abrigo. Era la ropa más pobre, sucia,


deshilachada y que se deshacía en las costuras.

—No puedes confiar en ellos —le susurró ella—. Son fae.

Halcón soltó una carcajada mientras Zorro y Oso soltaban


sensibles risitas.

—Lo sé —admitió Billy con un encogimiento de hombros tristes—.


Pero tampoco puedo confiar en los otros dos.

—Bien dicho —cantó Halcón.

Billy le dirigió una aguda mirada en su dirección.

—¿Realmente lo decías en serio? ¿Seré libre de irme si yo quiero?

Halcón asintió bruscamente.

—Lo harás, pero para ser claros, si esperas regresar, no lo lograrás.


Solo los Cazadores conocen cómo cruzar el puente entre los reinos, y
confía en mí, otros lo han intentado. Los más despiadados entre nosotros
incluso han intentado cazar a los cazadores, arriesgando la ira de
Morgan, solo para obligarlos a que nos muestren cómo hacerlo. Así que
a menos que puedas hacer lo que el resto de la familia de fae ha fallado
en hacer, no hay esperanza en ello.

Quienquiera que fuera Morgan, no dio más detalles, y me negaba


a admitir más ignorancia para que pudiera burlarse. Esperé a escuchar
los pensamientos de Billy sobre eso, esperando que hiciera la pregunta
de la que estaba muy orgullosa para hacer.

—Incluso si hubiera una posibilidad, no querrías que un humano


regresara, ¿verdad? No querrían que salgan secretos fae —dijo él, usando
su ceño característico.

Zorro dio un resoplido apreciativo, aunque Oso permaneció estoico.

El labio de Halcón se curvó.

—Eres un tipo inteligente. Serás una buena adición a nuestra


compañía. ¿Si eso es lo que quieres?

Un tono ligero, inquisitivo. Como si ya no supiera la respuesta.

Billy asintió, pareciendo resignado a su destino.

—No tengo nada que perder.

Por primera vez, escuché una nota de pena. Mi corazón dolía por
él. Sería demasiado fácil olvidar que era solo un niño.

Billy caminó hacia adelante uniéndose a la izquierda de Oso.


Brandon se movió a mi lado otra vez, haciendo que lo jalara más cerca.

—Excelente. —Halcón le acarició la mejilla—. Bueno, ahora que


hemos llenado nuestros bolsos y hemos reunido a un recluta, yo lo
llamaría una redada exitosa. ¿No están de acuerdo damas?

Zorro graznó, pero Oso gruñó:

—Vámonos. Necesito un trago de cerveza y un fuego para


descansar mis alas.

—¡Lo tendrás mi amigo!

Halcón le dio una palmada a Oso en la espalda y se volvió hacia el


bosque.
—Adiós —dijo sin mirar atrás.

Zorro se inclinó una vez más en nuestra dirección. Oso tomó a Billy
en sus brazos y preparó sus alas marrones para el vuelo. Antes de que la
compañía pudiera tomar vuelo, Brandon se soltó de mis manos y corrió
hacia ellos.

—¡Esperen, llévenme!

Halcón giró y extendió sus alas hacia afuera. Se parecían a las de


Hunter y Kesha en lo que eran tipo murciélago, solo que sus alas eran de
una inmoral obsidiana. Pero Brandon ni siquiera se detuvo, solo extendió
sus brazos, expectante.

Halcón le dirigió una mirada paternal y lo alcanzó, envolviéndolo


en un abrazo.

Isabel gimió, y yo fui a tomarle la mano en solidaridad.

—Cuida de ellos —murmuré. Quería advertir, amenazar, pero


serian palabras vacías.

—No soy tan bruja, pero lastímalos y despertarás en fuego —agregó


Isabel.

Entonces, se hizo cargo de eso.

Halcón no se veía remotamente enojado.

—No esperaría nada menos. ¡Buena suerte!

Batió sus alas, y Oso y Zorro siguieron su ejemplo. Las ráfagas de


viento que crearon lanzaron aire frio contra mi rostro y casi apagaron las
llamas que bailaban detrás de nosotras.

Las luces de fuego regresaron al bosque, y observamos hasta que


los Demonios Alados desaparecieron en la sombra de la noche.

—¿Ahora qué? —maldijo Isabel.

Mis ojos se fijaron en la áspera pista forestal que habíamos estado


siguiendo.

—Deberíamos correr.
Soltó mi mano y miró con anhelo el camino. Girando su cabeza con
una sacudida triste, agregó:

—No podemos solo correr en la oscuridad sin suministros.

Incitada, corrí hacia los saquitos saqueados y revolví uno.

—Este todavía tiene comida dentro, Los Demonios solo tomaron la


moneda. Puede que no dure mucho, pero, ¿no deberíamos intentarlo?

Isabel juntó las manos, girándolas. Un segundo de duda fue


demasiado largo.

—No lo haría si fuera tú —sonó la voz de Kesha desde arriba.

Estaba flotando arriba con Hunter a su lado, sus alas batían en


silencio. Tan pronto sus pies tocaron el suelo, me enderecé.

Kesha resopló en mi dirección.

—No tiene sentido tratar de ocultarlo.

Levanté mi barbilla.

—No lo estaba.

—Es mejor que no hayan huido —contestó Hunter suavemente—.


Tendríamos que cazarlas, y…

—Mis instintos depredadores pueden sacar lo mejor de mí —agregó


Kesha con una sonrisa de suficiencia.

Monstruo.

—Ahora que tienen a los niños, deberíamos separarnos —dijo


Hunter enfáticamente.

—¡Saludos Freyta! —Kesha sonaba genuinamente complacida por


una vez—. Finalmente habrá un fin a este escándalo sin sentido.

Miré a Isabel, y su expresión armonizaba con la mía:


desesperación.

Kesha continuó, claramente ansiosa.


—Entonces, deberíamos salir ahora. No queremos darle más
oportunidad a una manada de vagos de robar a estas dos también.

Ella nunca nos miró. Hunter gruñó en aprobación, y Kesha fue a


recoger su bolso. Buscó dentro e hizo un bajo gruñido en su garganta.

—El oro se ha ido, no es ninguna sorpresa.

Un flujo constante de maldiciones fluyó de su boca mientras ataba


su carcaj y arco a su mochila. Se colgó todo sobre su hombro para que
se asentara bien entre las articulaciones de sus alas, y luego levantó a
Isabel para prepararse para su vuelo. Mientras tanto, Hunter se puso la
otra mochila, pateó tierra sobre el fuego, y antes de que pudiera protestar,
me había enganchado un brazo debajo de mis rodillas, aseguró mi
espalda y me levantó, sujetándome contra su pecho.

—¡Espera! —intervino Isabel—. ¿Estarán bien los chicos?

El labio de Kesha se curvó.

—Ni idea. De cualquier manera, ya no es nuestro problema. Ellos


hicieron su elección.

La boca de Isabel formó una línea enojada. ¿Quién podría culparla?

—Te veré en el punto de encuentro la próxima semana —Kesha le


dijo a Hunter.

—Nos vemos entonces.

Los ojos de Isabel se clavaron con los míos. Estaba despidiéndose.

—Si alguna vez estás en la Media Luna, ven a buscarme.

Kesha se disparó hacia el cielo. No tenía idea de dónde era Media


Luna, pero grité ante sus formas retrocediendo:

—¡Buena suerte! Fue un placer conocerte… —Me detuve


débilmente.

Observé a Isabel siendo tragada por la noche y un gran peso cayó


sobre mi pecho de nuevo. Ya debería estar acostumbrada a la pérdida y
a la soledad, pero no puedo decir que acepté esos sentimientos mientras
se asentaban como dos invitados no deseados.
—Qué bueno que nos vamos. Gritar al viento es suficiente para
traer a todas las manadas en el área corriendo directamente hacia
nosotros —comentó Hunter.

No se veía remotamente enojado; estaba sonriendo.

No estando de ánimos, murmuré:

—Me complace haberte divertido.

Mi estado de ánimo dio un giro brusco hacia el miedo cuando


Hunter reveló sus alas de color gris-tormenta y se dirigió al cielo.

Jadeé cuando mi estómago cayó bruscamente y el suelo se derritió.


La fuerza del viento rompiendo contra mi rostro hizo a mis ojos llorar.
Los cerré y me incliné sobre el pecho de Hunter, empapándome del calor
de sus capas de cuero y tela. Aceleró y no puede evitar gemir:

—Me siento enferma.

—Te acostumbrarás —dijo Hunter con una carcajada en su voz.

—Lo dudo.

Grité cuando nos quedamos atrapados en una corriente


ascendente, y la risa suave de Hunter me hizo cosquillas en la oreja
mientras subíamos más y más alto. Estaba disfrutando esto. Imbécil.
Abrazo
Traducido por Rimed & NaomiiMora

MI MAREO SE acabó tan pronto comenzó. Nos nivelamos, así que me


atreví a abrir mis ojos y bajar la mirada. No había nada salvo líquido
oscuro; no había luces brillantes de aldeas o pueblos, no más luces de
fuego, solo sombras más oscuras que el resto. Mi suposición es que eran
árboles. Intenté usar mis otros sentidos, pero solo percibía el aleteo,
aleteo, aleteo de las alas y la presión del aire golpeando contra mis oídos.
Luego de unas cuantas regulares inhalaciones, el frío se asentó
profundamente e hizo que mis pulmones se sintieran como si estuvieran
siendo apuñalados con trozos de cristal. Tosiendo, jadeé:

—Si volar siempre es así de incómodo, no estoy celosa de ti ni un


poco. —Lo decía enserio.

Hunter dejó salir una risita.

—Alza la mirada.

Lo hice. Mi respiración se tranquilizó y un nudo se aflojó en algún


lugar cerca de mi diafragma, haciendo cabida al asombro y regocijo. El
cielo nocturno estaba vivo; la luna, llena, resplandeciente y envuelta en
su habitual túnica plateada; incontables estrellas ardían y brillaban en
su usual luz blanca helada, pero a diferencia de casa, había también
constelaciones completas pintadas en rosado, amarillo y celeste. Un
fuerte sentimiento de deseo surgió; quería alcanzarlas y tocarlas. Color,
movimiento y luz en perfecta armonía, eso es lo que era.

¿Cómo funcionaba eso? ¿Eran nuestros mundos tan diferentes? ¿O


era esto magia fae, algún tipo de truco bajo? No se sentía de ese modo.
Por el contrario, me sorprendió el hecho de que había estado viendo las
cosas por un lente empañado toda mi vida. Ese pensamiento me perturbó
y una astilla de vergüenza se instaló en mi interior. El mundo era mucho
más grande, más grandioso, más mágico que cualquier cosa que hubiese
imaginado desde mi pequeña cabaña en el bosque.

—¿Te gusta?

—Es indescriptible. —Realmente lo era.

Mis ojos cayeron y encontraron una sonrisa radiante. Mi


respiración se detuvo, él se olvidaba tan fácilmente. Pero yo no podía
olvidar. No podía bajar mi guardia. Él había huido de los Demonios
Alados, dejándonos para defendernos por nosotros mismos. Sin
mencionar que ayudó a empujar esa poción para dormir por mi garganta.

Su sonrisa se suavizó en una seria expresión.

—Ya puedes relajarte. Estás a salvo conmigo.

Era como si él hubiese entrado en mi cabeza y extraído las palabras


exactas que necesitaba oír. Y las cuales sin duda antagonizarían
conmigo. Mi agarre alrededor de su cuello se apretó y mi columna se
tensó.

—¿Oh?

—En serio. —Hunter observó y observó y no parpadeó ni una vez


como si quisiera que yo viera dentro de su alma.

Un destello de calor calentó mi garganta y con eso, mis


pensamientos reprimidos salieron uno tras otro.

—¿Entonces por qué huir cuando Halcón apareció? ¿Valemos tan


poco que nos abandonaste? Ahora, Billy y Brandon no están, ¡y quién
sabe si los Demonios cumplirán su palabra!

—¡No lo hice! ¡Ustedes no lo son! Eso no fue lo que pasó. —La


frustración estaba ahí, y quizás incluso algo cercano al pánico.
—¿Explícate? —Quería darle una oportunidad, quizás tan solo
hacer que lidiar con la idea de convertirlo en un aliado fuera más fácil.

—Serena, ¿qué es lo que quieres de mí? ¿Quieres que sea


capturado y torturado? —Un tono. Demandante. Creo que había algo más
también; un indicio de necesidad o exasperación. Era difícil de decir.

—No, pero lo estabas haciendo bien hasta que él sacó la red…

—Esas redes tienen corrientes eléctricas corriendo por ellas.

Lo miré boquiabierta. ¿Eso era posible? Estrellas, no sabía nada. Y


Billy y Brandon vivirían luego entre fae así.

—¿Cómo? —Mi voz sonó débil e infantil.

—Magia —pronunció—. No todos los clanes de brujos libran la


guerra y adoran a los dioses todo el día. Algunos son de hecho útiles. —
La luz celestial que provenía de arriba reveló sus ojos buscando mi cara,
buscando mi reacción—. Esas redes existen gracias a la manufactura de
los brujos, pero sus armas y lealtades son difícilmente ganadas ya que
son usualmente cruciales en tiempos de guerra. Por eso es tan
perturbador ver a un forajido como Halcón con una. —Un pliegue
apareció entre sus cejas y sus manos se apretaron contra mi cuerpo.

Su mención casual de la guerra me detuvo en seco. No había


habido una guerra en Guantelete… bueno, desde que habíamos luchado
y expulsado a los fae, supuestamente. Claro, había habido un par de
levantamientos aquí y allá, ¿pero guerra?

Mi silencio no pasó desapercibido para Hunter.

—Lamento haberte dejado, Serena —susurró mi nombre—. Por


favor, créeme que, si solo hubiese sido sobre ser sobrepasado en número,
me habría arriesgado. Pero cuando vi esa red… simplemente entré en
pánico —Dio un aleteo violento con sus alas—. Tenía una alternativa:
podía agarrar a Kesha o a ti. Y los de su tipo son despreciados en aquellos
lados. La habrían matado. Quizás hasta la habrían torturado por
información.

Mi atención fue atraída con eso.


—Mira, incluso si ellos te hubieran llevado también, eras muy
valiosa para que te mataran. Te habríamos rastreado… yo te habría
rastreado.

Su creciente agitación me hizo apoyar mi mano contra su pecho.


Solo fue un reflejo, pero hizo que todo el cuerpo de Hunter se tensara;
afortunadamente, sus alas nunca flaquearon.

La quité instantáneamente. No tenía deseos de que se hiciera una


idea equivocada.

—¿Para que fue eso? —Sonó como si estuviera resfriado.

—Estabas divagando. Quería que fueras más lento por un


momento.

—Oh. —Decepción.

Me retorcí ante las palabras que se formaban solas en mi lengua.

—Hunter… no te culpo por elegir a Kesha sobre mí. Casi no nos


conocemos y ella es una de los tuyos.

El vibrante cielo nocturno me mostró su boca abrirse para


protestar o darme la razón. Nunca lo supe, porque proseguí:

—Supongo que ahora que te has explicado respecto a la red,


entiendo por qué huiste.

Dejó escapar un fuerte suspiro, cargado con alivio, pero yo no había


terminado.

—Y pareces agradable, bueno, suficientemente agradable para un


fae.

Se rio ante eso.

—Es por eso que estaba tan molesta cuando ayudaste a Kesha a
poner esos sedantes en mi garganta.

Su siguiente aleteo fue cortado y caímos unos pocos pies. Por puro
instinto, levanté mi brazo libre y lo envolví alrededor de su cuello.

—Lo siento, lo siento —balbuceó Hunter.


No dije nada. La sorpresa mantuvo mis brazos fijos en el lugar. Eso,
hasta que alcanzó y gentilmente retiró mi mano.

—Está bien, solo perdí el control…

—Bueno, ¡no lo hagas!

Bajó su vista hacia mí. Su labio se contrajo. Quizás fue la sorpresa,


pero cuando se largó a reír, también lo hice.

La sombra viviendo en mi corazón, la pesadilla que aún estaba


viviendo, se desvanecieron. Solo por un momento.

Entonces, la risa desapareció y un doloroso silencio se extendió…

Yo me rompí primero.

—Pareces ser… eres mejor que esto. Tienes compasión. Así que,
¿por qué hacerlo? —Quería, necesitaba, una respuesta seria; ninguna
otra cosa sería suficiente—. ¿Tienes que saber que está mal? No importa
si somos marginados. Si no venimos aquí voluntariamente…

Odiaba la manipulación, pero necesitaba aprovechar esos instintos


protectores de él. Así que fui por la yugular.

—¿Cómo eso te hace diferente de hombres como Gus? Él violó mi


sentido de seguridad, mi libertad, mi cuerpo.

Un bajo gruñido reverberó en su pecho y garganta. Estaba


funcionando. Un indicio de culpa. Continué de todos modos:

—No seas como él —agregué, en un tono de súplica bien medido.—


. Sé que un humano no puede regresar al Guantelete por sí mismo, pero
tú mismo lo dijiste, los Demonios Alados también; la Caza Salvaje es la
única manda que puede cruzar.

Un plan se formaba en el fondo de mi mente. No tenía un juego


final, no podía regresar donde Viola y John, ¿pero no era la vida,
cualquier tipo de vida en Guantelete mejor que la esclavitud y probable
muerte aquí? Al menos la vida en el reino humano tendría sentido para
mí.

Hunter se apresuró a decir:


—Sé lo que estás por pedirme, pero incluso si me diera la vuelta,
no lograría nada. El puente no es algo que pueda cruzar en un capricho.
El único modo de hacerlo es yendo por ciertos canales que nos impiden
volvernos pillos y hacer exactamente lo que sugieres. Sé que oíste lo que
dijo Halcón, sobre cómo unos forajidos intentaron capturarnos. Eso es
una subestimación. No dejes que sus lindos discursos te engañen: son
brutales cuando se trata de obtener lo que quieren. Y aun sí, nunca lo
obtienen. No porque no pudiéramos romper… —Se calló, ya sea por
tristeza o incertidumbre. No sabría decirlo.

Intenté terminar su pensamiento.

—No te rompiste porque… —Mi mente dio vueltas, haciendo calzar


sus palabras en un escenario que hiciera sentido.

Temer un castigo peor no se sentía correcto.

Han sido obligados al silencio. Hechizados. O eso, o simplemente


son ignorantes del proceso.

La voz femenina sonó más clara. Mientras sus palabras se


asentaban, mi boca caía abierta.

—¿Algo te detiene de decirlo? ¿O no sabes cómo estás cruzando


hacia el Guantelete?

El ritmo suave de vuelo de Hunter fue interrumpido por una ráfaga


de velocidad. Mi estómago se retorció. Cuando bajó nuevamente la
velocidad, gruñí:

—A menos que quieras que me enferme, no hagas eso nuevamente.

Inclinó su cabeza hacia mí y me observó fijamente.

—Lo siento. Simplemente me sorprendiste.

Creo que se debió más a que lo había puesto nervioso, pero no lo


desafié.

—Mira… no puedo hablar más sobre esto. —Su mirada tomó una
deslumbrante intensidad—. ¿Entiendes?

Asentí sin pensar, demasiada frustrada y miserable para encontrar


palabras.
Hunter continuó:

—Estoy seguro de que querrás arrancarme la cabeza por decirlo,


pero realmente no entiendo por qué quieres volver…

—No estaba planeando volver a casa. Nunca creerían que no maté


a Gus, o que al menos te ayudé a hacerlo. Si me atraparan… —Hice una
pausa para tragar y mojar mi ahora seca boca—, me quemarían.

La cruda verdad me hizo querer gritar, llorar y enfurecerme.

—¿Por qué pensarían que nos ayudaste? ¿O que asesinarías a


alguien en tal caso? —preguntó Hunter suavemente, pensativamente.

No tenía respuesta para él.

Interpretó esto como culpa.

—Cualquiera que fuesen tus crímenes, dejaron de importar.


Nuestras tierras no reconocen las leyes humanas, puedes decirme…

Me ruboricé.

—¡No soy una criminal!

—Si eres inocente, ¿Por qué te pusieron en una jaula?

Cabrón astuto. Ciertamente sabía cómo interrogar. El silencio se


extendió entre nosotros. Expectante. Esperando.

—Serena, por favor. Dime.

No quería su lástima, pero la súplica en su voz me quebró. Quizás


una parte de mí necesitaba decirlo. Viola siempre decía que confesar
aliviaba el alma.

Le conté todo lo que pude soportar. La muerte de mi padre, la


crueldad de Elain, el primer ataque de Gus. Esquematicé lo básico del
juicio y mi encarcelamiento en la jaula, sin querer dilatarlo. Finalmente,
continué con lo que Gus había intentado hacer y lo que había confesado.
Que él había ayudado a mi madrastra a asesinar a mi padre. No lo había
dicho en voz alta antes, lo había descartado como una mentira. Pero luego
de contarle todo de corrido, se volvió dolorosamente obvio: no había nada
que no fueran capaces de hacer.
Esa verdad… era demasiado para soportar. Elain, mi
atormentadora, me había convertido en huérfana. Y yo no me había
esforzado más para hacer que mi padre la viera por lo que era. ¿Por qué
no me había esforzado más? ¿Por qué? La respuesta vino rápidamente,
despedazando cada correa y vínculo con mi dolor. Había sentido que, si
seguía presionándolo, la habría elegido a ella. Le habría creído a ella por
sobre mí. Y si yo hubiese sido más valiente, más fuerte… quizás él
seguiría vivo. Todas mis emociones salieron gritando, rugiendo hacia la
superficie.

Algo debió haberse mostrado en mi esencia, porque Hunter me


sujetó un poco más fuerte.

—¿Serena? —Un tinte de pánico.

No podía responderle. No podía pensar. Su cuerpo estaba


demasiado cálido, demasiado cerca. El aire quemaba y rasgaba mi
garganta. Lágrimas surgieron bajo mis pestañas. Una, dos, y luego el
recuerdo de su ataúd hundiéndose en la tierra como mi madre, años
antes, me destrozó de tal forma que sollozos de enojo y culpa explotaron
y atravesaron la noche. Era demasiado, demasiado abrumador: colapsé
en mí misma. Con mi cuerpo temblando, hundí mis uñas en mi cabello,
tirando de él, queriendo que esto acabara. Me ahogaría en esto, quería
ahogarme en esto.

Hunter bajó en picada.

Mis afligidos huesos gritaron de miedo. Y el instinto tomó el control.


Extendí mi mano, acercándome a él y enterrando mi cara en su cuello,
sin importar cuan cerca nos ponía eso. Caímos libremente por más de lo
que podía soportar. Cuando abrió de golpe sus alas, la sacudida
resultante me generó un ataque de tos. Enferma con la adrenalina, ahora
era un hipante, sollozante y nauseabundo desastre.

Hunter aterrizó en el bosque y anidó entre las nudosas raíces de


un árbol. Su bolso, sus alas, su carcaj y arcos ahora presionados en su
espalda, pero no me dejó caer en el suelo ni me lanzó del modo que lo
había hecho Kesha. Me mantuvo en sus brazos.

—Lo sé. —Su voz fuerte, repitió—: Lo sé.


Le creí. Hunter había sentido esto, una pena tan intensa que me
hacía querer rasgar mi salida de mi cuerpo para escapar de su peso. Y
simplemente así, estaba demasiado cansada para enfurecerme con el
mundo. Mi cabeza se desplomó contra su pecho y mi cuerpo cedió,
sacudiéndose ocasionalmente con otro hipo. Las lágrimas aun fluían
cuando los recuerdos se hacían camino hacía el muro en mi mente, el
muro que eventualmente había borrado mis emociones, dejando que un
bendito entumecimiento se hiciera cargo.

No nos movimos ni hablamos por un largo tiempo. Simplemente


nos sentamos acurrucados juntos en la oscuridad. Si solo John y Viola
pudieran verme ahora… ¿Qué pensarían? ¿Me juzgarían, odiarían, por
no aborrecer a un fae? ¿Por buscar consuelo? Algo me dijo… no. No si
ellos hubieran pasado por lo mismo que yo en los últimos días.

—Lo siento —finalmente grazné.

—No tienes nada por qué disculparte. No debí haberte presionado


para que me dijeras esas cosas. —Sonaba tan triste—. De todos modos,
me alegra que lo hicieras. Puedo dormir tranquilo sabiendo que cuando
dejé a Gus fuera de combate y dejé a Kesha para acabar con él, no podría
haberle pasado a un humano más digno.

—Tú… tú no fuiste —comencé, perpleja—, Kesha le hizo eso, ¿no?

—Si yo lo hubiera matado, le habría roto el cuello.

Otra pieza de él se colocó en su lugar.

—Nunca agradecí —suspiré.

Su barbilla se hundió un poco, esperando.

—Me salvaste la vida esa noche.

—De nada. —Su voz se volvió ronca cuando añadió—: Sé que para
los humanos somos los monstruos, pero debo ser honesto; los de tu tipo
no parecen mucho mejores.

—No lo son —admití, pensando en mi hogar.

—Pero no impide que quieras irte. —Estaba titubeante, inquisitivo.


Antes de que pudiera decir algo, continuó con deliberada lentitud—:
Después de todo por lo que has pasado, ¿a la larga no serías más feliz
aquí?

Dioses, hablando de retorcer mis palabras. Me solté de su agarre y


me dejó. Poniéndome de pie de un salto, caminé unos pocos pasos antes
de volverme para mirarlo.

—¿No puedes ver lo que estás haciendo?

Nada. Ni siquiera podía ver su rostro en la oscuridad. Solo el


contorno vago de un cuerpo. Dirigí mis palabras y enojo a eso:

—Estás tratando de justificar tus acciones. ¡Sigues haciendo esto!


Fingiendo que está bien secuestrar a alguien basándose sobre cuán
terribles eran las cosas en el Guantelete. Y esto probablemente no te
importe, pero no fue del todo malo para mí. Tenía personas que me
amaban. Dos personas que me tomaron como si fuera suya. —Me
tambaleé, pero seguí—. Si me hubiera quedado, podría haberlos visto de
nuevo. Cuando me tomaste y me obligaste a beber una poción para
dormir, me robaste eso. Tomaste la última pizca de esperanza: lo único
bueno que me quedaba.

Hunter suspiró pesadamente. El crujido de la maleza me hizo echar


un vistazo. ¿Qué estaba haciendo? Seguí su contorno mientras se movía
fuera de la sombra del árbol.

—¿Qué estás…?

—Encendiendo un fuego. Es primavera en Aldar, pero las noches


todavía son frías, y sin mi calor, comenzarás a sentirlo en ese vestido
tuyo.

Mi estómago cayó.

—¿Después de todo eso, solo estás haciendo un fuego?

No respondió. Tal vez me había equivocado al decir que tenía un


poco de decencia. Tenía razón sobre una cosa. Ahora que no tenía de su
calor corporal para apoyarme, el aire de la noche comenzaba a calar. Me
froté los brazos y troté en el lugar para mantener la sangre fluyendo.

Un fuego se encendió frente a mis ojos. Dejé de moverme y me


acerqué, respirando el olor ahumado.
Hunter metió un fragmento de pedernal en su mochila, que ahora
yacía junto a él junto con su carcaj y arco. Luego, comenzó a alimentar
el fuego, golpeándolo ferozmente con un palo abandonado.
Sorprendentemente, parecía más pensativo que enojado, lo que supuse
era una pequeña bendición.

Sacudió su barbilla hacia la mochila.

—Tu sombrero, guantes y la piel de lobo están allí.

Un asentimiento. No me molesté en decir nada; parecía que mis


palabras no tenían ningún efecto sobre él. Así que di un paso alrededor
del fuego, me incliné y me puse la bufanda roja y los mitones. La piel de
lobo salió a continuación. La extendí a su lado y tan cerca del fuego como
me atreví antes de sentarme. Cruzando las piernas, vi bailar las llamas
rubí y ámbar, deleitándome con el calor que empapaba y bañaba mi
cuerpo.

Lo sentía mirándome.

—Serena... —Oh, dioses—. No puedo devolvértelos.

Suave, contemplativo.

Suspiré y encontré su mirada.

—Me doy cuenta.

Una arruga se formó entre sus cejas, y rompió nuestra competencia


de miradas para examinar las llamas mientras se movían como ondas en
un estanque. El silencio continuó por un minuto más o menos antes de
que hablara:

—Pero te lo juro, la próxima vez que me llamen al reino de los


humanos, dejaré que las personas que amas sepan que estás a salvo.

Mi corazón saltó dolorosamente.

—No puedes simplemente entrar a una aldea humana y tocar a la


puerta. —Sin embargo, fue difícil evitar que la esperanza se apoderara de
mí.
—Encontraré la manera. —Se encogió de hombros, tan casual—.
Una nota en la puerta, o algo parecido. No tengo papel o pluma, pero si
me dejas saber qué decir...

No era ideal, pero era mejor que nada. Asentí.

Hunter inclinó la cabeza. Sus hombros caídos. Parecía aliviado y


así de fácil, mi frustración regresó.

—Hunter, esto no quita lo malo o compensa lo que estás haciendo.


Todavía me estás vendiendo: negándome la libertad de elegir qué
sucederá después.

Sus alas se movieron y se extendieron como si estuvieran inquietas


o agitadas.

—¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Dejarte aquí? —Señaló con la


mano al bosque oscurecido—. ¿Dejarte indefensa en un reino del que no
sabes nada?

—¡Suena mejor que ser vendida como un becerro para ser


degollado!

Hizo un ruido de disgusto en la parte posterior de su garganta.

—Estás hablando a partir de la ira, no de la razón. Lo que sea que


pienses de mí, no soy cruel. Elegí los campos de entrenamiento de Diana
porque era el mejor lugar para ti.

Negué con la cabeza, desesperada.

—Tú elegiste. Lo que tú piensas es mejor. No soy un objeto, Hunter.


No soy tu propiedad. No tienes que decidir, o al menos no deberías. —
Apreté los dientes—. Estrellas, ni siquiera me has dicho nada sobre este
lugar. Dices que es el mejor lugar, pero mírame. —Mi voz subió una
octava mientras pasaba una mano por mi cuerpo en un movimiento
suave—. ¿Cómo puedo ser un soldado? Escuchaste a Kesha. No tengo
músculos, ¡soy piel y huesos!

—Serena —comenzó Hunter ligeramente, inclinándose—. Los


campos de entrenamiento pueden ser duros, incluso brutales. —Mi
estómago se revolvió—. Pero si lo logras, obtendrás las habilidades para
defenderte, y algo me dice que lo anhelas más que nada: no estar a
merced de otros. ¿O estoy equivocado?
Me quedé en silencio. Por supuesto que no estaba equivocado, pero
no le estaba diciendo que el deseo más secreto y desesperado de mi
corazón era ser libre, nunca más estar a los caprichos de los agresores y
los salvajes otra vez.

Pudo haberlo adivinado, porque usaba una mirada triste, como si


entendiera ese deseo. ¿Cómo podría? Era fae.

—Mira, si la elección significa mucho para ti, no te arrastraré a


ningún lado pateando y gritando.

Parpadeé.

—¿Qué cambió tu opinión?

—Tú lo hiciste —dijo como si ya se arrepintiera de su decisión.


Hunter se pasó una mano por el pelo corto mientras se mordía el labio—
. Pero no dudo que terminarás estando de acuerdo conmigo.

Resistí el impulso de poner los ojos en blanco. No quería irritarlo.


No si estaba dispuesto a darme una elección... ¿Pero qué opciones eran
esas, exactamente?

Me mordí el labio, buscando la forma correcta de persuadirlo para


que me las dijera.

—Kesha no quería que supiéramos nada, pero tú no eres ella. —


Alzó las cejas ante eso. No quería detenerme: continué—. Ya me has
contado muchas cosas que no deberías. Y lo aprecio, pero necesito más.
Necesito que me cuentes más sobre este reino; de lo contrario, estoy
buscando a tientas en la oscuridad por la decisión correcta.

Hunter frunció el ceño. Mi corazón latió dolorosamente.

—Haré… lo mejor que pueda.

Un chisporroteo de alivio.

—Déjame pensar las cosas. Hay tanto que podría decirte, pero no
tenemos años. —Se puso de rodillas y rebuscó en su mochila—. Y
deberías comer. No lo has hecho desde... —No se molestó en terminar. El
ataque de los Demonios Alados ya se sentía como hace una vida—.
También hace frío. Eres humana, deberías abrigarte.
Me pasó un bollo pegajoso en forma de anillo y luego arrojó una
gruesa manta de lana alrededor de mis hombros. Presioné mis labios
juntos. El movimiento se sintió protector, cuidado. Mi cuerpo se tensó; la
idea era tan extraña para mí, casi incómoda. Aparté mi cuerpo,
necesitaba algo de distancia.

Hunter lo notó. Pude ver la forma de una pregunta en sus labios,


así que rápidamente expliqué:

—Lo siento. Es solo que si me hubieras dicho hace una semana


que un fae macho me estaría cuidando, una humana... —Negué con la
cabeza. Era demasiado extraño para las palabras.

—Ah. —Su labio se curvó hacia arriba—. Bueno, es una experiencia


nueva para mí también.

No sabía qué pensar acerca de eso. Así que le di un gran mordisco


al bollo y me deleité con la oleada de dulzura en mi lengua. Casi me
asfixio cuando Hunter saltó como un resorte apretado.

—¿Qué estás haciendo? —Moví la cabeza hacia la izquierda y hacia


la derecha. ¿Había otra manada fae a punto de atacar?

Pero él no estaba ensartando su arco. En cambio, tomó un palo del


suelo y dibujó en la tierra junto al fuego.

—Te estoy dando una lección de geografía muy abreviada. —Un


ceño meditabundo arrugó su frente mientras dibujaba el Guantelete
hacia el sur, un vasto paisaje sobre él y un puente que los unía.

Apreté el resto del bollo en mi boca y lo observé mientras trazaba


líneas en la tierra, intrigada.

—Ahí está tu aldea —dijo, marcando el suelo del bosque con su


palo.

Me acerqué para ver su tosco mapa.

—No me di cuenta de que Tunnock estaba tan cerca de la división


—le dije mientras me lamía el glaseado de azúcar de los dedos.

Ignorando mi observación, continuó:


—En este momento, estamos en lo que los fae llaman Hollen, o el
intermedio. Sobre nosotros están los cuatro reinos fae. Al este lejano está
la Corte de la Tierra de los Ríos, gobernada por la Reina Diana. Ahí es
donde había planeado llevarte. —Tocó una sección del mapa con su palo
antes de continuar—. En el centro, en el mismo corazón de Aldar está
Solar, y en el extremo oeste está la Corte de la Media Luna. Ese es el
territorio de los brujos, y donde Kesha se ha llevado a Isabel.

Asentí vagamente.

—¿Cómo se llama la región en la parte superior?

—Aurora.

—¿Qué puedes decirme sobre las cortes? ¿Cuáles son los más
amigables para los humanos?

—La Tierra de los Ríos es la más tolerante.

Me mordí el labio.

—¿Qué pasa con los demás?

Levanté la vista a tiempo para verlo tirar el palo y sus alas caídas.

—Hunter... necesito saber estas cosas.

Obtuve un lento y cuidadoso asentimiento en respuesta.

—Solar, Aurora, y en menor medida, la Media Luna, son


gobernados por un bruja-fae llamada Morgan. La Caza Salvaje trabaja
para ella.

Se congeló. Todo en su cuerpo gritaba que no era algo por lo que


estuviera feliz. Interesante.

Hunter parecía haberse estancado, como si hubiera pensado mejor


de decirme más. Me puse de pie para ponerme de pie junto a él y
rápidamente le di un empujón a su mano. Se movió ligeramente, bajando
la mirada, donde había estado mi mano. Me dio una punzada de
inquietud, pero necesitaba mantenerlo hablando.

—Continua.
Algo se aflojó en su interior, y el hielo en el que se había sido
encerrado se derritió.

—Morgan conquistó tres de las cuatro cortes hace apenas dieciocho


años. Una tras otra. —Tales tonos sombríos. De nuevo, interesante—.
Creó la Caza Salvaje con el único propósito de localizar a la antigua reina
de Solar. Sefra estaba destinada a ser poderosa, una de las pocas que
podía hacerle frente a Morgan, pero huyó de su propia corte para evitar
una confrontación. Eso debería darte una idea de lo temida que es la
bruja.

Hunter parecía miserable cuando agregó:

—Morgan eventualmente la declaró muerta, y diez años después de


sus conquistas, hizo lo imposible. Encontró una manera para que la Caza
cruzara la línea divisoria y trajera humanos. Abrió mercados de esclavos
en Solar y Aurora. ¿Así que ves ahora, por qué no te quiero cerca de esas
tierras? Es la responsable de las desapariciones, de la esclavitud de tu
especie.

Fruncí el ceño. Se sentía como si estuviera transfiriendo la culpa.

—¿No ibas a enviar a Brandon y Billy a la Corte Solar?

Hunter parecía inquieto.

—No había otra opción. Debes tener más de dieciséis para entrenar
en uno de los campamentos de Diana en la Tierra de los Ríos, y no tenían
magia. No había otro lugar para ellos.

Mordí la diatriba que deseaba lanzar en su dirección.

—¿Por qué tu jefa odia tanto a los humanos?

Hunter se estremeció pero respondió con voz firme:

—Su razón oficial para cazarlos es que necesitábamos números y


ustedes producen más rápido que nosotros.

Traté de mantener mi voz uniforme mientras preguntaba:

—¿Por qué necesitaría los números si ya había conquistado la


mayor parte de Aldar?

Suspiró.
—Hay reinos fae vecinos al otro lado de los mares hacia el este.
Piensa que el conflicto con ellos es inevitable. Desde que ha estado en el
poder, ha estado presionando para que los humanos eleven nuestros
números y llenen las filas, ya sea como sirvientes o soldados de a pie.
Cualquier cosa para mantener a raya a un ejército invasor.

Un hormigueo helado recorrió a lo largo de mi columna.

—¿Cómo podrían los humanos trabajar en tus ejércitos? ¿De qué


serviríamos contra una horda de fae?

Se movió, echando una mirada de soslayo a mi dirección.

—La mayoría de las peleas entre fae suceden en el aire, pero los
humanos pueden ser utilizados para eliminar a nuestros enemigos que
caen al suelo. O si nuestro enemigo también tiene soldados humanos,
entonces esos dos ejércitos se enfrentarían en el campo de batalla. La
cantidad de humanos que cada lado tiene a menudo puede ser el factor
decisivo en una guerra: así es como los fae de Aldar fueron expulsadas
de nuestra tierra natal —agregó con tristeza—. Tuvimos poder puro de
nuestro lado, pero al final, fuimos abrumados por el ejército humano
contrario y sus vastos números.

Estaba perdida de nuevo.

—¿Tu tierra natal?

Hunter parpadeó. Luego agregó:

—Lo siento, olvidé con quién estaba hablando. Los fae de Aldar
solían vivir en esos reinos al este con nuestros hermanos, pero había
interminables conflictos y guerras, así que huimos. —La línea de su
mandíbula se tensó.

Absorbiendo sus palabras, luché por alinearlas con mi


conocimiento mortal. No tenía ninguna razón para creer que Hunter
mentiría, pero si los humanos alguna vez habían gobernado estas tierras
por su cuenta, nadie en el Guantelete lo había sabido. Ningún libro de
historia o erudito lo había sugerido.

Una idea aterradora interrumpió este hilo de pensamiento y me


hizo soltar:
—Entonces, estos otros fae, con los que solías vivir y de los que
huías, si atacaran a Aldar, ¿tienen suficientes humanos y fae para
derrotarlos?

Hunter me miró.

—Honestamente, no sé. Porque a pesar de los esfuerzos de la Caza,


todavía no hay tantos humanos en Aldar, y la mayoría de ellos son brujos
que viven en Media Luna. Morgan tiene la posición de Bruja Superior en
sus tierras, pero el apoyo de los clanes se basa en las condiciones. Una
de ellas es que Morgan no toma esclavos de la Media Luna, por lo que no
puede obligarlos a luchar si llega el momento.

—¿Y no hay manera de que me puedas llevar allí? ¿Para estar con
Isabel?

—Los clanes de brujos no te protegerán a menos que tengas magia


en tu sangre. ¿Crees que hay alguna posibilidad de que la tengas? —Me
examinó dubitativamente.

—No. —Mi estómago cayó en decepción—. Lo sabría, ¿no?

—No necesariamente. Dame tu mano. —Hunter tendió la palma de


la mano, expectante.

No me moví.

—¿Por qué?

Su mano bajó.

—Si tienes magia en tu sangre, podré saborearla.

—¿Quieres beber mi sangre? —Traté de ocultar mi disgusto pero


fallé, aparentemente.

La boca de Hunter se adelgazó y bajó en desaprobación.

—Si tu magia es particularmente débil, entonces es posible que no


sepas que tienes alguna. Esta es la única manera en que puedo estar
seguro.

Eso tenía sentido, algo así. Miré mi mano y me detuve en busca de


tiempo.
—¿Me tomarían si mi magia fuera débil?

—Sí. —Sin dudarlo.

Manejar la magia sonaba más atractivo que convertirse en un


soldado. ¿Podría confiar en Hunter para hacer esto? ¿Tenía una opción?

—Tómala. —Sostuve mi palma hacia afuera.

Sus caninos crecieron, y mi estómago se revolvió. Había una


ternura en la forma en que envolvió mi mano con la suya y llevó mi palma
a sus labios. Se detuvo justo antes de morderme y mirarme. Asentí, y
hundió sus dientes en la almohadilla carnosa debajo de mi pulgar.

Un escalofrío de disgusto y un estremecimiento de dolor me


recorrieron mientras su lengua lamía la sangre de mi corazón. De
repente, se quedó quieto, sus fosas nasales se ensancharon y su espalda
se puso rígida. Introdujo sus dientes y soltó mi palma. No pude leer su
expresión.

—¿Qué es? —Presioné las heridas de pinchazos en mi palma para


detener el flujo de sangre.

—No siento la magia. —La decepción golpeó en mi estómago—. Pero


tu sabor es inusual. Hay un calor en tu sangre, y es más salado que... —
Los ojos de Hunter sobresalieron y se agarró la garganta.

—¿Qué está mal? —gemí, enervada.

Vomitó, alejándose del fuego para meterse los dedos en la boca.


Corrí a su lado justo cuando el vómito salpicaba el suelo. Arrugué mi
nariz, tratando de evitar que el hedor agrio llenara mis fosas nasales.

—Agua —gritó, todavía agarrando su garganta.

Me acerqué a su bolso y busqué una botella de agua. Tomando


una, me apresuré a colocársela debajo de la nariz. La tomó, se enderezó
y tomó dos tragos profundos. Una vez que terminó, tosió para aclararse
la garganta un par de veces y se limpió la boca con la manga.

—¿Qué fue eso? —pregunté temblorosamente—. Sé que no me he


bañado en mucho tiempo, pero no podría haber sido tan malo.

Se humedeció los labios de nuevo.


—No era el olor, era el sabor de la sal y el hierro. —Se estremeció y
volvió a poner la tapa en el termo—. Nunca he conocido a un humano
que lleve tanto en su sangre que pueda enfermar a un fae.

Le di la vuelta a lo que había dejado escapar. Los fae tenían una


debilidad entonces. La sal y el hierro podrían ser mis nuevos mejores
amigos en un mundo que veía a mi clase como cosas.

—¿Los fae a menudo prueban a los humanos?

Hunter se movió, arrojando el cuero sobre la mochila. Dirigiéndose


a mí, dijo:

—Morder es una forma en que sometemos a nuestra presa o


establecemos el dominio sobre los demás. También se usa con los jóvenes
fae si se portan mal

Arrugué mi nariz.

—Eso es bárbaro.

Hunter se encogió de hombros.

—Nuestras vidas son largas. Las palabras duras y el dolor se


desvanecen, pero nuestras cicatrices nos dejan un recordatorio
permanente, una vez que nuestros recuerdos fallan.

Parpadeé. Esa forma de pensar era tan extraña, tan antigua, y sin
embargo tenía sentido. Cuando sus mentes no recordaban los siglos de
recuerdos, sus cuerpos podían actuar como mapas para anclarlos a su
pasado.

Bajé la mirada y tracé las marcas de punción con mi dedo. Él tenía


razón, el dolor ya se estaba desvaneciendo.

Atrapé a Hunter mirándome.

—Así que, ¿no hay magia entonces?

Con un pequeño movimiento de su cabeza, mi estómago pareció


caerse. ¿Dónde me dejaba eso? La Media Luna estaba fuera de límites.
Aurora y Solar estaban dirigidas por alguien que veía a mi especie como
forraje para un ejército. Una verdad se asentó en mis huesos. Solo
quedaba un lugar, pero no estaba lista para rendirme por completo.
—Si me llevaras a la Tierra de los Ríos, ¿me dejarías en un pueblo?

Hunter se acercó a mi piel de lobo y cayó al suelo como una piedra.


Cruzando los brazos sobre sus largas piernas, miró a las llamas.

—No puedo hacer eso —susurró—. No durarías una semana.

Sin explicación. Me dejé caer junto a él.

—¿Por qué?

Su garganta se agitó visiblemente.

—No puedo aparecer sin dinero o registro de tu venta. Hay aquellos


en la Caza, Kesha entre ellos, que ya piensan que soy suave. No tomarían
mi palabra si les dijera que moriste o escapaste. Enviarían otros
rastreadores, y cuando te encuentren, te matarían.

Me senté en silencio mudo. Mi futuro se deshizo delante de mí.


Supuse que ya debería estar acostumbrada a eso, una vida sin opciones.
Pero antes de poder aceptar mi destino, necesitaba algo de Hunter.

—Nunca respondiste mi pregunta de antes.

Hunter me miró, molesto y desconcertado.

—Así que hazlo ahora, Hunter. ¿Por qué alguna vez serías parte de
esto? Demuestra que puedo confiar en tu juicio... por favor.

Rompió el contacto visual. El aire se precipitó fuera de él, dejando


jirones de niebla blanca.

—Mi historia no justificará nada.

—Te conté la mía. —Me ajusté la manta a mí alrededor y esperé.

Le tomó un tiempo antes de decir:

—No tenía nada cuando crecí —comenzó.

Eso inmediatamente me dio una pausa. De alguna manera, nunca


había imaginado a ninguno de los fae siendo pobres.

—Tuve que cazar para seguir vivo, y eventualmente se convirtió en


algo natural. Trabajar para Morgan, unirme a la manada: me pareció un
buen ajuste. —Rodó los hombros—. No pensé en lo que estaríamos
haciendo. No realmente.

Esa no era una excusa, pensé.

—¿Y ahora?

—Pienso en ello todo el tiempo.

—Entonces, ¿por qué no te vas?

—Una vez que entras, es para toda la vida —dijo, viéndose


demacrado. Una larga pausa siguió a esta revelación en la que su rostro
se endureció inexplicablemente en líneas de granito—. Mira, he estado en
el Guantelete. He visto la pobreza y la desesperación. Pero en Aldar, mi
historia es rara. No hay muchos que se acuesten por la noche con
hambre. Y si bien hay crueldades ocasionales, los esclavos no se mueren
de hambre. Si se enferman, sus dueños se aseguran de que se curen. No
es perfecto, pero por lo que he visto, sigue siendo un mejor tipo de vida.

Su boca se ajustó en una línea delgada de nuevo. Siempre


obstinado. Siempre inventando excusas.

No sabía qué decir. Al menos su historia me hizo entenderlo un


poco mejor.

—¿Serena?

—Mmm.

—Puedes…

Santo fuego, se veía tan vulnerable que casi me acerqué para


consolarlo.

—¿Puedes perdonarme?

Maldita sea. Mi boca se curvó en una media sonrisa.

Hunter respondió con su propia sonrisa vacilante.

—¿Qué?

—Esta debe ser otra primera vez: un fae pidiendo el perdón de un


humano.
Su sonrisa cayó. Suspiré.

—Hunter, si crees que alguna vez aprobaré lo que estás haciendo,


te equivocas.

Su postura y rostro se tornaron frágiles y tristes.

Algo cambió dentro de mí, lo suficiente como para admitir:

—Pero hoy me diste una opción. No muchas, pero no lo olvidaré.


Sé que era un riesgo.

Hunter no respondió, solo juntó las manos y frunció el ceño,


pensativo.

—Entonces, ¿cuál es tu elección? ¿Tu decisión?

Un escalofrío entró en mi voz.

—Supongo que puedes llevarme a la Tierra de los Ríos, a uno de


los campamentos de Diana. Sin embargo, todavía no veo cómo va a
funcionar. No soy un soldado.

Movió su mano para que descansara sobre la mía, y bajé la mirada


con una especie de conmoción distante, observando cómo la sombra y la
llama del fuego se movían sobre ellos.

—Dudo que esto signifique mucho, pero desearía que las cosas
fueran diferentes. Te mereces algo mejor. —Mis ojos encontraron los
suyos. Estaba sonriendo, pero parecía triste. Resignado—. Si puedo
hacer algo...

—¿Excepto darme mi libertad, quieres decir?

Parecía apabullado. Maldita sea.

Me drogó, me secuestró y estaba a punto de venderme, ¿pero sentía


pena por él? Locura. Una voz astuta que me pertenecía por completo se
deslizó dentro de mi confusión. Ah, pero también te salvó, cantó en tono
burlón.

Embotellé esa voz y aparté mi mano. Estuvimos en silencio durante


mucho tiempo. Finalmente, no pude soportarlo más.
Independientemente de lo que había hecho o estaba a punto de hacer,
romperlo en pedazos aún más pequeños no lograría nada.
—Solo prométeme que entregarás ese mensaje a John y Viola.

Había estado observando las llamas; ahora me estaba mirando.

—Por supuesto. Cualquier cosa.

Le di un pequeño asentimiento.

—Diles... gracias. Que nunca olvidaré lo que hicieron por mí. Se


llevaron a una chica solitaria y rota y le lanzaron un salvavidas. Y diles
que estoy a salvo... —Mi garganta se apretó con la mentira. Continué con
voz ronca—. Diles que no me busquen, y que no volveré. Que los amo. Y
adiós.

Parpadeando rápidamente, intenté y no pude detener las lágrimas.


La mano de Hunter se contrajo como si quisiera extenderla para
consolarme otra vez. Ese pensamiento provocó una punzada de inquietud
y me hizo limpiar rápidamente las gotas saladas de ambas mejillas.

—Escucharán cada palabra —juró.

Me mordí el labio, asintiendo. Una brisa errante hacía olerme a mí


misma; no fue agradable. Con una mirada triste a mi vestido estropeado,
le pregunté:

—¿Crees que podrías encontrarme un arroyo para bañarme


mañana?

Un susurro de una risita. Levanté la vista, estaba conteniendo una


carcajada.

—Es tu culpa el que apeste.

Se echó a reír. Incliné la cabeza, contemplando. Había algo tan


infantil en él. Casi me dolió recordarme lo que era. Un esclavista.

Sin embargo, se puso serio rápidamente, lo suficiente como para


decir:

—Por supuesto, te llevaré a un lugar para lavarte. Pero ahora


mismo, deberíamos tratar de dormir. Todavía tenemos un viaje por
delante, y hoy ha sido...

—¿Una pesadilla? —le ofrecí.


Me dio una pequeña sonrisa. Sin darle la oportunidad de estar de
acuerdo, me acosté y extendí la manta sobre mi cuerpo; no estaría
caliente, pero tampoco me congelaría. Sin embargo, eso no parecía lo
suficientemente bueno para Hunter. Antes de que pudiera protestar, se
había recostado detrás de mí y extendido su ala sobre nosotros.

—¿Qué crees que estás haciendo? —Miré por encima de mi


hombro, incrédula.

—Calor corporal —respondió.

Tal aire de inocencia. Pfft.

La luz del fuego desapareció cuando su ala coriácea nos pasó por
encima y nos envolvió. Estaba a punto de apartarla cuando Hunter dijo:

—Duerme ahora.

Su aliento me hizo cosquillas en el pelo. Fruncí el ceño y decidí que,


como no podía forzarlo a moverse, sería mejor tan solo sufrir. No me
estaba tocando, no exactamente. Y yo estaba muy, muy cansada. Él
tarareó por lo bajo, su cuerpo enviando vibraciones a mi espalda. De
alguna manera, sus zumbidos calmaron los bordes irregulares y el horror
de las últimas horas, lo suficiente para que me relajara y me alejara.
El Ogro y La Guerrera
Traducido por Yiany & Aelinfirebreathing

NOS LEVANTAMOS AL amanecer, apagando el fuego y llenando


nuestros vientres con comida y agua. Fiel a su promesa, nos demoramos
lo suficiente como para encontrar un arroyo para que me lave. No evitó
que el vestido apestara, pero al menos mi cara y mis manos estaban
limpias.

Con el corazón palpitante, extendí mis brazos hacia Hunter. Se


disparó al cielo con el brillo y la velocidad de una estrella fugaz, pero
estaba demasiado agotada para sentir la emoción. No ayudó que el
susurro de sus alas, mezclado con el calor de su cuerpo, creara un
poderoso efecto soporífero. Entonces, estaba dormitando.

Siguieron dos días de viajes alucinantes. Hunter se volvía furtivo y


evasivo si mencionaba algo remotamente interesante, como detalles sobre
Morgan o los fae. En cambio, él me bombardeaba con preguntas sobre mi
vida en el Guantelete. En el tercer día, con el sol alto en el cielo, me moví
en los brazos de Hunter. Había estado entrando y saliendo del sueño toda
la mañana. Ahora, mis ojos se abrieron y se deslizaron más allá de su
rostro hacia el cielo azul detrás, y hacia sus alas. Todavía me hacían
jadear. Extendidas en todo su esplendor, el sol iluminaba la delicada piel,
revelando los frágiles huesos y el tapiz de venas vitales.

Lo miré con la boca abierta y antes de que pudiera pensarlo mejor,


dije:

—Son realmente increíbles.


Sonrió dulcemente. La confusión se sentó en mi corazón. Algo
había cambiado en los últimos días: ya no éramos enemigos, pero, ¿en
qué nos habíamos convertido?

Necesitaba un momento para pensar con claridad. Sin embargo, no


había posibilidad de poner distancia física entre nosotros; era evitando el
contacto visual. Dejé que mi mirada vagara hacia abajo, y mi estómago
rodó cuando Aldar se extendió debajo de nosotros.

Era un paisaje nuevo. El bosque se había dividido para convertirse


en un mosaico de hilos de rubí y oro que se extendían por colinas
ondulantes y pastos, ríos y arroyos. Sin indicios de ningún edificio ni
nada cercano a un campo de entrenamiento, pero la cantidad de cintas
de agua formando el campo me llevó a adivinar.

—Esta es la Tierra de los Ríos, ¿verdad?

Sentí que los músculos de los brazos de Hunter se tensaban.

—No estamos lejos del campo de entrenamiento.

Mi estómago saltó.

—¿Ya decidiste a cuál me llevarás? —Le miré con el ceño fruncido—


. Pensé que querías que tuviera opciones.

—Pensé que habríamos construido confianza. —Sonaba


exasperado, tal vez incluso molesto—. Kasi es uno de los mejores, si no
el mejor campo de entrenamiento en la Corte de la Tierra de los Ríos. No
separan a los fae de los humanos y, lo que es más importante, los tratan
de manera justa.

Eso no evitó que mi pánico subiera. Necesitaba información,


rápido.

—¿Qué ocurrirá cuando lleguemos allí?

—Te llevaré con Bert.

De repente, Hunter se desvió a la derecha. La delicada membrana


gris se extendió, y sus alas atraparon una brisa envuelta en salmón y el
sabor de la sal. Saltó hacia adelante y montó el viento.
Cerré los ojos contra la repugnante sacudida y grité sobre las
corrientes de aire que aullaban.

—¿Quién es él?

—Bert dirige las operaciones diarias de Kasi —gritó Hunter—. Será


mejor si lo vemos primero. Es uno de los pocos con acceso directo a Hilda;
de lo contrario, estaríamos esperando por horas.

—¿Hilda?

El viento disminuyó, lo suficiente para que Hunter respondiera de


manera uniforme.

—Ella está a cargo. Uno de sus trabajos es evaluar a todos los


nuevos reclutas. Una vez que te haya visto, no tendrás mucho contacto
con ella.

Evaluar. ¿Cómo en una prueba? Respirar se volvió difícil.

—No dijiste nada acerca de una evaluación. —Las palabras


sonaban nerviosas, incluso a mis oídos.

—No es nada —aseguró—. Hilda rara vez rechaza a alguien. Le


gusta darles a todos una oportunidad justa.

—Pero a veces rechaza a la gente. —Mi lengua salió a mojar mis


labios—. ¿Qué pasa si fracaso? ¿Me llevarás a otro campamento?

Un cabeceo y una promesa.

—No me rendiré.

No me impidió cambiar a través de varios escenarios, cada uno más


horrible y agotador que el anterior. ¿Qué esperaría ella? ¿Alguien fuerte,
en forma, rápido; remotamente competente? Estaba segura de
decepcionar en todos los sentidos. La única arma con la que había
practicado era el arco.

—¿Qué haré en el entrenamiento? —La confianza en un punto bajo,


tuve que agregar—: Si me dejan quedarme.

—La rutina de entrenamiento exacta no es conocida por los


forasteros, pero puedo decirte que Kasi está dedicada a entrenar reclutas
al rango de Iko. —Antes que pudiera preguntar, aclaró—. Iko significa
‘soldado de infantería’ en Kaeli, así que imagino que te someterás a
entrenamiento con armas y ejercicios de fortalecimiento de la resistencia.

—¿Kaeli? —pregunté.

—La antigua lengua fae.

Ah. Había mucho—demasiado—para aprender sobre esta nueva


tierra. Esta nueva vida.

Volvimos a guardar silencio. El sol se sonrojó con la luz de la tarde,


y pasé el tiempo empapándome del paisaje. Eso fue hasta que una línea
azul brillante se iluminó debajo de las columnas, orbes y agujas de
nubes. Llenó el horizonte y envolvió todo el lado derecho de la tierra. Me
tensé, y mi corazón dio un vuelco.

—¿Qué es eso?

—¿Qué quieres decir? —dijo, desconcertado—. Son los Mares del


Este.

La emoción explotó dentro de mí. Luché contra el impulso de


lanzarme hacia adelante, pero el tramo de agua me llamaba con su canto
de sirena. Esa masa inquieta y agitada, de azul cobalto y blanco.

Hunter me apretó más fuerte.

—¿Estás bien? Parece que estás a punto de saltar al aire.

—Nunca he visto el mar. —Demasiadas emociones me reclamaron


a la vez, reduciendo mi discurso a un murmullo—. Mi madre... prometió
que lo veríamos juntas.

—Si eso significa mucho para ti, podríamos desviarnos.

Giré mi cabeza y lo miré fijamente. Lo había dicho en serio, cada


palabra.

Una ola de gratitud me inundó.

—Gracias... —No pude terminar la oración.

Había tenido pocas aspiraciones en mi vida. Las únicas dos


constantes eran ser libre de Elain, y ver el mar. El primero había sido
otorgado, y me estaba ofreciendo el segundo como si no fuera nada. La
tentación fue casi abrumadora, pero algo me detuvo. Busqué en mi
corazón, tratando de adivinarlo.

Entonces vino a mí. No quería vivir sin un deseo no correspondido


y arriesgar el vacío que podría seguir. Esa realización me llenó de horror,
cortando profundamente. ¿Realmente había vivido en un lugar tan
desesperado que nunca me había atrevido a soñar un poco más grande?

—No quiero ir —me encontré diciendo—. Se siente mal verlo sin


ella. —¿Verdad o mentira? no estaba segura.

—Por supuesto. Debes extrañarla mucho.

—Mmm. —Me quedé en silencio, guardando mis pensamientos y


recuerdos para mí.

Debajo, el mundo se desvaneció y cambió. Hunter pronto viró a la


izquierda y se disparó derecho, dejando atrás esa mancha azul y delgada:
ese sueño mío.

No queriendo lamentar mi decisión, no miré hacia atrás por encima


del hombro de Hunter. En cambio, me centré en observar y crear un
mapa en mi cabeza de lo que se convertiría en mi nuevo entorno. Todavía
no era un soldado, pero eso no significaba que no pudiera actuar como
tal.

Noté las corrientes apresuradas que fluían por la tierra, cortando


los prados y valles de colores en segmentos, y las montañas de color
púrpura que se elevaban a mi izquierda. Con el tiempo, un delgado
borrón plateado se mostró en el horizonte con el bosque ubicado a ambos
lados, y cuando nos acercamos, se transformó en un gran río
serpenteante. Y allí, un poco más allá, edificios individuales del tamaño
de cerillas.

No tenía que preguntar, pero sí necesitaba escuchar la respuesta.

—Eso es todo, ¿no? —Miré de nuevo a Hunter.

Solo un asentimiento y una mueca. Como si no estuviera lo


suficientemente nerviosa.

—¿Estás seguro?

—Positivo. Puedo ver a los guardias de servicio.


—¿En serio? —Entrecerré los ojos. Mi vista mortal captó los
edificios, pero estaban borrosos en el mejor de los casos. Chasqueé la
lengua, molesta—. ¿Es tu especie mejor en todo?

—No. Los seres humanos nos ganan en el acto de amor —respondió


Hunter.

Eso fue inesperado. Lo miré, estupefacta por un momento, antes


que un susurro de una risita saliera de mí.

—No lo hubiera adivinado. No con todas sus ventajas físicas.

Me sonrojé. No se hizo mejor cuando Hunter dejó escapar una risa


suave.

—No quise decir sexo.

Mi cara estaba en llamas.

—Oh.

—Quería decir amar a otro y expresarlo. —Frunció el ceño, sus ojos


color café tierra arrugándose—. Sus vidas pueden ser más cortas, pero
aman más ferozmente por ello. Se dice que los fae eran así hace mucho,
mucho tiempo: esclavos de nuestras emociones, tal vez más que los
humanos.

Intenté y fracasé en tragar ese insulto con buena gracia.

—¿Qué cambió?

Hunter continuó.

—Hemos evolucionado. Teníamos que hacerlo si queríamos


sobrevivir. Para los fae es difícil concebir —explicó—, por lo que no
podemos dejarnos gobernar por la pasión, librando una guerra cada dos
semanas. No sé cuándo ni cómo, pero los antiguos fae dicen que nuestra
sociedad se adaptó y se volvió más refinada: más rígida. Más fría.

—Entonces, ¿es posible que un fae sea amigo de un humano? —


Las palabras se derramaron antes de que pudiera reprimirlas y
empujarlas al agujero oscuro donde pertenecían.

Hunter miró al frente, fijado en Kasi.


—No lo sabría. Nunca he tenido ninguno, y ciertamente ninguno
humano.

Su voz era un murmullo. Y tal vez fue eso, o los ojos tristes que me
hicieron decir:

—Entonces podrías necesitar un poco de práctica. ¿Por qué no


intentamos ser amigos?

Me encogí ante mi patético intento de forjar una conexión, pero al


menos no se rió en mi cara. Parpadeó lentamente, y luego me miró.

—¿Quieres serlo? Conmigo... ¿Después de lo que te hice? Sus


palabras transmitieron tal vacilación y esperanza.

Las cosas se sentían demasiado serias, demasiado abrumadoras.

—Solo si no te importa ser amigo de una humana emocional.

Mi labio se contrajo. Necesitaba que sonriera conmigo.

Afortunadamente, Hunter sonrió y sus ojos brillaron.

—Me gustaría eso.

—Bien. —Sus ojos revolotearon detrás de mí, y mi estómago dio un


giro extraño.

—Estamos aquí, ¿verdad?

Un asentimiento aceleró mi pulso. Hunter dio la vuelta para


aterrizar. Bajé la mirada y ahí estaba: Kasi Camp. Una empalizada de
roble oscuro formaba las paredes exteriores, que tenían
aproximadamente veinte pies de altura. Dos torres de vigilancia y una
pasarela contenían a los guardias en patrulla. Dentro de los muros, se
habían construido estructuras de madera y piedra de diferentes tamaños,
cada una conectada a un camino. Los puntos de referencia incluían un
pequeño lago con quietas aguas medianoche. Por encima de este había
un gran anillo circular de arena, con un establo coronándolo y dos
edificios adyacentes. Una estructura de piedra con pilas de armas
enfrente descansaba sobre la izquierda, mientras que a la derecha estaba
una arena sin techo, y filas de bancos ascendentes dentro.

Una llamada vino de una torre de vigilancia.


—¡Hunter! ¿Eres tú?

Mis ojos siguieron a un fae de piel oscura con alas de pino verde
que ascendió para encontrarnos.

—Elías. —Hunter asintió en reconocimiento—. Te he traído otro


recluta.

El hombre escudriñó mi cara y mi cuerpo. Una línea se formó entre


sus cejas, y su boca se adelgazó en silenciosa decepción. Marchitándome
bajo el escrutinio, luchando por mantener su mirada, esperé su juicio.

—Llegas un poco tarde con esta. —Su boca se hundió cuando


agregó—: Los otros reclutas están casi a la mitad del ciclo de
entrenamiento.

Mi respiración fue atrapada en mi pecho. ¿Qué significaría eso para


mí?

—Hilda ha tomado gente tarde antes —señaló Hunter.

—Cierto. —Elías me miró de nuevo como si buscara un potencial


oculto, una razón por la que estuviera aquí.

Lo miré fijamente, todo mientras no respiraba.

—Muy bien. Bert está en el lugar habitual.

Respiré de nuevo.

Elías no se detuvo a decir adiós antes de volver a su puesto. Y con


unos cuantos aleteos de las alas de Hunter, pasamos por encima de la
pared y comenzamos el descenso.

Muy consciente de la audición sensible del fae, me incliné para


susurrar:

—¿Todavía estás seguro que este es el lugar correcto? Si los otros


están a medio camino, ¿cómo voy a ponerme al día? Apenas tengo
músculos como soy.

—Hilda es una guerrera honorable; valora el coraje y un corazón


dispuesto. No te rechazará porque no tengas el aspecto adecuado. Solo
muéstrale respeto, haz lo que te pida y estarás bien.
Algo en mí se negaba a creer que fuera tan fácil.

El aterrizaje de Hunter fue suave, sus pies rozaron transitado el


camino y sus alas colapsaron en la articulación. Me dejó, pero mantuvo
su mano en mi espalda baja mientras me ajustaba a tierra firme de
nuevo. Sacudí mis piernas y tomé una respiración profunda. Luego otra,
que luego fue expulsada en un grito ahogado cuando un ogro de piel verde
salió delante de mí.

El ogro, Bert, gruñó ante el sonido.

—¿Qué es esto? ¿Otro recluta?

Detrás de los ojos amarillentos, creí ver signos de inteligencia


aguda, que nos pesaban y nos evaluaban, algo que nunca hubiera creído
de un ogro. Las historias de Guantelete los pintaban como enormes
bestias sedientas de sangre, pero este ogro no era mucho más alto que
yo y su naturaleza violenta fue puesta en seria duda por el delantal a
rayas que llevaba, con las palabras "Orgulloso de ser verde".

Sacó un par de gafas del bolsillo delantero de su delantal y las


colocó en el extremo de su nariz aplastada. Definitivamente no un animal
sin mente, entonces.

Dando un paso hacia mí, su nariz se elevó en el aire para oler.

—Escuálida, pero dura. También necesita desesperadamente un


baño. —Mi cara ardía de vergüenza—. La encontraste en el reino
humano.

No era una pregunta, pero Hunter respondió de todos modos.

—La encontré en el Guantelete hace unos días. La encerraron en


una jaula y la dejaron para morir.

Un nudo se levantó en mi garganta.

—¿Qué hizo? —se quejó Bert.

—Los humanos sospechaban que era un niño cambiado.

Hunter sonaba gutural, incluso salvaje, pero las emociones que


había escuchado en su voz no habían llegado a su cara. Su máscara
favorita todavía estaba en juego, suave y distante.
—Niño cambiado, ciertamente. —Bert resopló—. La estupidez
humana nunca deja de sorprenderme. —Pisoteó un par de veces como
para mostrar su enojo—. Vamos, jovencita —dijo en voz baja, casi con
cariño—. Esperarás en mis habitaciones mientras busco a Hildy.

Me guió hacia una cabaña de piedra de un piso construida junto a


la pared exterior. Tenía solo dos ventanas arqueadas divididas en el
centro por una columna, una puerta de color azul y una chimenea que
arrojaba humo verde. El ogro no esperó antes de irse con sus pies
descalzos y rechonchos.

La mano de Hunter se movió hacia mi codo. Desde afuera, debe


haber parecido que me estaba escoltando, pero la suavidad en su toque
me dijo que era para consolarme. Mientras seguía al ogro, Hunter
susurró:

—Ahora que conoces a Bert, ¿supongo que es diferente de lo que


esperabas?

Le lancé una sonrisa torcida. No, no es lo que esperaba en absoluto.


Llegamos a la cabaña para encontrar al ogro que nos abría la puerta.

—Pasa. Siéntate donde quieras.

Señaló con uno de sus cuatro dedos como salchichas. Caminé por
el umbral para encontrar una habitación con forma de caja. Un fregadero
desconchado y un solo armario adornaban la pared derecha, una silla
grande y cómoda y un fuego abierto cubrían la izquierda. Dos puertas en
la pared del fondo, esteras de paja en el piso y una mesa circular con dos
sillas colocadas en el centro conformaban el resto de la habitación. Sin
embargo, se escapó de la etiqueta "simple" debido a varias decoraciones
quisquillosas. Mantas coloridas, cortinas alegres, y montones y montones
de cojines de lana salpicaban la habitación. Y dadas las enormes agujas
y bolas de hilos multicolores esparcidos por todas partes, supuse que
también hacía su propio tejido.

El ogro no se molestó en decir adiós o cerrar la puerta. Se alejó con


sus largos brazos colgando de los costados. Sin embargo, Hunter cerró la
puerta y la casa se calentó instantáneamente gracias a las llamas verdes
que lamían la chimenea. No pude resistirme a acercarme a este fuego,
porque durante horas de vuelo y viento, casi había congelado cada
centímetro de piel. Hunter hizo un gesto hacia el sillón que estaba a mi
lado y me dijo:

—También puedes sentarte.

Una oferta tentadora. Especialmente dado que la ansiedad que


crecía en cada vena y músculo hacía que mis piernas se debilitaran
debajo de mí. Me acomodé en sus pliegues aterciopelados.

—Espero que Bert no note que su silla de repente apesta —le dije,
mirando hacia la monstruosidad de lana marrón que era mi vestido.

—Te darán un uniforme. Es una práctica estándar en un lugar


como este.

—Si Hilda incluso me toma —no pude evitar responder.

Hunter no respondió. Genial. Como si ya no me sintiera lo


suficientemente mal. Cuando el silencio se prolongó a minutos, mis
ansiedades presionaron con fuerza mi pecho, sofocándome.

—Si dice que no, si todos dicen que no, ¿puedo quedarme contigo?
—me quebré.

Los ojos francos de Hunter se suavizaron, y su boca se hundió a


los lados. Eso me dijo todo lo que necesitaba saber.

—No te abandonaré… amiga —fue su única respuesta.

Una pequeña sonrisa tocó sus labios, y el peso en mi pecho se


aligeró. Abrí la boca, para decir qué, no tenía ni idea. Y nunca me enteré,
porque Bert eligió ese momento para reaparecer. Esta vez en compañía
de una mujer de aspecto formidable. Su altura significaba que tenía que
agacharse mientras caminaba, y sus anchos hombros y alas rojizas
parecían llenar la habitación. Tenía aspecto de ser una verdadera
guerrera, aunque no llevaba armas visibles.

Salté de la silla y titubeé, esperando nerviosamente.

—Hunter. —Fue un pequeño reconocimiento con poco


sentimiento—. ¿Esta es la recluta? —No esperó por una respuesta antes
de que estuviera ladrándome en una voz grave—. ¿Nombre?

Nada intimidante en absoluto, pensé retorcidamente.


—Serena… Serena Smith.

—Mmm. —Me frunció el ceño. Mis instintos me dijeron que me


mantuviera en silencio y quieta.

—¿Bert me dijo que tu gente te lanzó a una jaula? —dijo en tono


áspero mientras sus alas dieron un tirón.

—Sí, lo hicieron —dije inmediatamente. Esta fae no parecía para


nada paciente.

—¿No tienes ninguna familia que responda por ti?

Su mirada fija de ojos azules era penetrante, y parecía taladrar a


través de mí. ¿Era esto un interrogatorio?

—No. Mis padres están muertos. Y mis amigos… no pudieron


ayudar.

—¿Quieres estar aquí?

Algo sobre la dura línea de su boca hizo que me detuviera y me


girara hacia Hunter. Pero eso fue la cosa incorrecta para hacer, ya que
ella espetó de repente:

—Déjame aclarar, no tengo interés en irrumpir en otro humano


indispuesto. No estamos entrenando caballos aquí, ¿sabes? —Hilda
dirigió su ira solamente a Hunter, quien se rehusaba a encontrar su
mirada siniestra—. Tomo los esclavos que traes porque necesito llenar mi
cuota, pero he hecho eso. No tengo interés en llenar los bolsillos de la
Caza Salvaje más de lo necesario.

Bueno, eso fue inesperado. Esperé para que Hunter dijera algo,
solo que no lo hizo. Bert estaba frunciendo el ceño, y Hilda parecía a un
segundo de marchar fuera. No podía decir nada, pero si su disgusto o
esclavitud era algo por lo que ir, este definitivamente parecía el mejor
lugar para mí.

—Hunter me dio una opción; estoy aquí por mi propia y libre


voluntad.

Las cejas de Hilda se dispararon hacia la línea de su cabello. Se


volvió hacia Hunter, sus ojos estrechándose.
—¿Es esto cierto?

Un músculo se movió como una pluma en su mejilla, pero encontró


su mirada de nuevo y asintió.

Bert cacareó junto a Hilda.

—Estoy suponiendo que Kesha no sabe eso. ¿Dónde está ella de


todas formas?

Vi un latido pulsar en la mandíbula de Hunter.

—Los Demonios Alados nos atacaron en la carretera. Nos


separamos después de eso. Ella estaba tomando a una bruja que trajimos
a Media Luna.

—Muy bien —Hilda frunció el ceño y se volvió hacia mí de nuevo—


. ¿Por qué quieres estar aquí entonces? —demandó.

La respuesta rodó fuera de mi lengua. Era mejor ser honesta.

—Hunter dijo que ustedes no discriminan a los humanos.

—¿Lo hizo? —Hilda frunció el ceño.

Oh, dioses. ¿Se habría equivocado?

—Bueno, supongo que ustedes dos mejor me siguen.

Hilda no esperó. Salió por la puerta. Hunter fue detrás de ella, pero
yo me quedé atrás un poco.

—No dejes que te intimide. —Bert sacó una pipa del bolsillo de su
delantal y mordió el final—. Aun así, probablemente es mejor no
mantenerla esperando tampoco —sugirió con una sacudida de su mano.

Eso me puso en movimiento. Permaneciendo solo otro momento


para agradecerle, comencé a irme. Alcancé a ver a Hunter y doblé a la
derecha, apresurándome por el camino trillado. No parecía haber muchos
humanos o fae alrededor, aparte de los extraños guardias caminando o
volando entre las paredes. Un golpe de suerte; no deseaba ser el objeto
de curiosidad de las personas.

Alcancé a Hunter, pero Hilda se había ido adelante, de alguna


forma arreglándoselas para poner una distancia entre ellos. El camino
tenía muchas curvas y extraños grupos de árboles para ver el destino
propuesto.

—¿Sabes a dónde vamos? —pregunté a Hunter.

—La fosa de entrenamiento. Es donde lleva a todos los nuevos


reclutas. Algunas veces pone una espada en sus manos o les hace usar
un arco. Otras veces son vueltas.

Mis entrañas hicieron un movimiento retorcido enfermizo.

—No he tocado una espada en años. —A Papá nunca le gustó que


tocara las armas en su forja. Luego, Gus había venido y casi no había
puesto un pie allí—. Y no soy brillante con un arco.

—No hay necesidad de entrar en pánico. Solo quiere una base de


tus habilidades físicas.

Me dio un golpecito con su codo y trató de sacarme una sonrisa.


Pero una mirada a mis brazos flacuchos hizo que mi confianza se
desplomara incluso más.

El camino se enderezó y se abrió a la arena. Hilda aquí fue a la


izquierda, y siguió la cerca que encerraba en un círculo a un foso de arena
gigante. Se giró y sacudió su mano hacia nosotros. No era una mujer
paciente, en absoluto.

Nos apresuramos. Mientras nos acercábamos, me dijo:

—Voy a la armería. Quiero verte con una espada en la mano.


Mientras tanto, tienes que dar varias vueltas alrededor del campo de
entrenamiento. Cada vez que completes una, has diez embestidas de cada
pierna. Sigue así hasta que diga lo contrario. —Terminó golpeando una
pesada mano sobre la cerca.

Un gran pueblo—mi pueblo—podría caber dentro de los límites del


aro de entrenamiento. Mi labio inferior casi tiembla y los músculos de
mis piernas se apretaron. ¿Qué si se negaba a detenerme? ¿Tendría que
seguir dando vueltas hasta que colapsara? ¿Era este el modo de Hilda de
mostrarme que no merecía quedarme?

—Bien, comienza con ello —ladró Hilda.


Me quité mis mitones y bufanda que no combinaban, se los lancé
a Hunter y me moví.

Giré a la izquierda y corrí en el sentido de las manecillas del reloj,


manteniéndome cerca de la verja y a mi marcha. Hilda ya estaba delante
de mí, desapareciendo dentro de un edificio de piedra. Las estanterías de
armas en la pared confirmaron mis sospechas. Era la armería. Como la
hija de un herrero, podía identificar unos cuantos de los tipos de armas
que se mostraban: sables, arcos largos ingleses, bracamartes, ballestas,
y lanzas aladas. Otras, sin embargo, eran tan extrañas y mucho más allá
de lo que mi padre pudo haber creado, que me maravillaron. De repente
sentí esa pérdida otra vez, como un golpe en el estómago; mi padre
hubiera estado rebosando con entusiasmo de ver tal arsenal.

Seguí la curva del aro de entrenamiento, dejando atrás el edificio,


y concentrándome en la tarea. Mi visión se hizo borrosa y mi cuerpo se
deslizó en un ritmo familiar y confortante. No era una extraña a esto:
había ido a correr seguido por los senderos del bosque en mi pueblo. Algo
sobre el implacable crujido y el estado meditativo siempre había ayudado
a escurrir las palabras venenosas de Elain fuera de mi mente.

Mis pies golpeaban la hierba arenosa, y con cada movimiento había


una acompañada inhalación y exhalación. Solo respira.

Llegando al final de la vuelta, noté que Hunter se había movido.


Ahora estaba parado fuera de la armería, con Hilda y el macho fae que
tenía alas azul pálido y piel sedosa, marrón como una nuez. Caí a
posición de embestida, manteniendo una cuenta en mi cabeza mientras
tomaba el momento para mirarlos fijamente. Afortunadamente, no me
estaban mirando. Hilda y Hunter hablaban entre ellos, mientras el
extraño macho se sentaba en un banquillo junto a los estantes, puliendo
una espada. Estaba comiéndomelo con la mirada ahora. Había
escuchado de la supuesta inmortalidad de los fae de canciones e historias
mientras crecía, pero nunca había pensado ver a uno viejo. Aun así, con
esos movimientos lentos, cuidadosos, el macho se movía y lucía como los
ancianos en mi pueblo. Debe ser anciano. Terminando las estocadas,
comencé de nuevo.

Siete vueltas después, estaba sufriendo. Los músculos de mis


piernas quemaban, y dolores disparados torturaban la longitud de mi
columna, pero seguí corriendo. Dos series más de estocadas y circuitos,
secaron cualquier esperanza de pasar esta prueba. Cada maldita pulgada
de mí estaba pegajosa con apestoso sudor bajo mi vestido, y pensé que
iba a desmayarme solo por el olor.

Después de arrastrarme al final de mi décima vuelta, Hilda gritó:

—¡Recluta! Deténgase.

Mi pecho se estremeció con cansancio y alivio.

—Únase a nosotros.

Caminé hasta allá. Hunter tenía una sonrisa escurridiza, pero


Hilda golpeaba el piso con su pie y estaba cruzada de brazos. Aun así, los
mismos dioses no podrían haberme convencido de correr. Con las rodillas
temblando, los muslos acalambrados, llegué a descansar frente a ellos.

—¿Colt, si pudieras? —Hilda no quitó sus ojos fuera de mí, pero a


su voluntad, el macho anciano se levantó de su banquillo con un crujido
y un gemido—. Este es nuestro armero. Él te estará examinando.

Se tambaleó con la espada nueva pulida y cuanto apenas un pie


nos separaba, se detuvo y me observó a través de ojos pesados. Sin
advertencia, agarró mi brazo izquierdo en la mano que no llevaba la
espada y examinó mis palmas, pasó un dedo por mis articulaciones y los
movió arriba para sentir mi bíceps inexistente.

No podía adivinar para qué lo estaba probando; su rostro no


delataba nada.

Cambió al otro brazo y repitió el proceso. Estaba segura que sus


pulgares dejarían moretones, pero apreté los dientes y esperé a que
terminara. Finalmente me dejó ir, solo para dejar una espada en mi mano
derecha.

Dio un paso atrás y levantó su mano.

—¡Arriba!

Usé ambas manos y levanté la cuchilla delgada y recta. No era


exactamente una espada larga, pero era pesada. Hilda y Colt se movieron
más atrás, pero Hunter se unió a mi lado.

—¡Un brazo! —gruñó Colt a mi derecha.


Mi mandíbula se apretó. Maldita sea.

Despegué mi mano izquierda de la empuñadura y la espada cayó


una pulgada o dos.

—Mantén el nivel de la espada —gruñó.

Sudor goteó en mi labio superior con el esfuerzo de sostenerla


arriba. Mientras el dolor empeoraba, apreté mis dientes, embotellando
un grito. Mi cuerpo me traicionó de todas formas, y los músculos de mi
brazo convulsionaron. Temblores me sacudieron.

—No es terrible —refunfuñó Colt—. Alta, delgada, en forma para la


acción, pero si no puede sostener una espada sin temblar, entonces su
resistencia no es lo que necesita ser.

Hilda gruñó estando de acuerdo y mis mejillas se convirtieron en


una tormenta de fuego.

—La resistencia se toma un tiempo en construirse —añadió Hunter


en mi defensa.

—Ella no la tiene —murmuró Hilda—. Los otros tienen un adelanto


de dos meses.

Al menos no parecía satisfecha con mi fallo. Tal vez todavía había


una posibilidad.

—Sería diferente si estuviera comenzando con los otros. No estaría


en tanta desventaja entonces.

Como para demostrar un punto, mi brazo tembló de nuevo y casi


me doblo. No necesitaba mirar a Hunter para saber que estaba
decepcionado. Su silencio lo era todo.

Pero no estaba lista para rendirme. Sin molestarme en gastar


energía con palabras, mi vista se estrechó al ojo de una aguja mientras
observé el hierro y libré una guerra contra la espada.

Concentración. Mantén tu brazo recto. No la dejes caer.

Canté esas palabras como un mantra.

Alguien—tal vez Hunter—hizo un zumbido detrás. Pero no lo tomé


en cuenta. En cambio, cambié mi peso y deslicé mi pie izquierdo tras de
mí. No me detuve en el dolor ardiente en mi bíceps, pero impidió que
colapsara. Apreté los músculos de mi estómago y me concentré en tomar
respiraciones profundas entre dientes apretados. La desesperación se
ahogó cuando mi brazo se apretó.

A segundos de soltarla, mi cuello se encendió y calentó mi piel. Un


surgimiento de nueva fuerza inundó mis músculos, mi espalda se
enderezó, y los temblores disminuyeron.

Salí de mi lucha silenciosa con la espada y miré en dirección a Colt.


Todos me estaban mirando fijamente ahora.

Asintió una vez.

—Eres testaruda, te concedo eso.

Lo reconocí como una liberación, una orden silenciosa. Mi brazo


bajó. Jadeé mientras la sangre se agitó en músculos hambrientos,
pulsantes, y la fuerza entera del dolor me golpeó; tuve que tragar un
bocado de bilis.

—Servirás —declaró Hilda.

Colt me arrebató la espada y desapareció en las profundidades de


la armería.

—¿Puedo quedarme? —pregunté, mareada.

—Sí. —Hilda frunció el ceño—. Pero deberás trabajar el doble de


fuerte para ponerte al día: recuerda eso.

Mi nueva ola de alivio se aplastó.

—Recoge tu dinero de Bert —dijo Hilda a Hunter, su boca


curvándose al lado—. Serena, ve con él y pregunta por Liora Verona. Es
una de las favoritas de Bert y de las pocas humanas en tu ciclo de
entrenamiento. Te dirá cómo funciona todo y te enseñará tus cuarteles.
Te estoy poniendo en la clase de Wilder; por suerte para ti, tiene un sitio
libre.

Asentí y le agradecí.

Hilda desechó las palabras con un encogimiento despreocupado y


sacudió la mano como diciendo que no era nada.
—Deberías saber que los reclutas pasarán por una fase de
eliminación en tiempo de un mes. Y no podemos ofrecer segundas
oportunidades. Los otros campos tampoco te acogerán si fallas, así que
no falles.

Mi tripa se revolvió en horror ante el pensamiento.

Hunter se movió. Noté un balanceo en su garganta.

—¿No hay segundas oportunidades?

—No. —La boca de Hilda se convirtió en una línea dura—. Nueva


política. —Y con eso, me dio un asentimiento superficial y salió a los
cielos en una carrera. Con unos pocos batidos de sus alas, estaba arriba
y se hubo ido.

Giré hacia Hunter y dije en una respiración temerosa:

—No mencionaste una eliminación, y juraste llevarme a otro


campamento si no lo conseguía. ¿Ahora eso no es una opción?

Las líneas en su frente se profundizaron.

—La escuchaste, Serena, es una nueva regla. No sabía que las


cosas habían cambiado. Y con respecto a la eliminación, todos los
campamentos hacen pruebas durante el entrenamiento, pero no sé el
funcionamiento exacto. Nadie de fuera lo sabe.

Medias verdades. Abrí mi boca para decirlo, pero Hunter continuó:

—Si no funciona... —Sus ojos se llenaron de intención—. Aun


regresaré por ti. Bert siempre puede conseguir un mensaje para mí si es
necesario.

—Me dijiste que no había ningún otro lugar al que ir, además de
los mercados. —Me crispé ante el pensamiento de ser vendida en una
subasta como ganado.

—Encontraremos algo qué hacer.

Hubo un tirón alrededor de mi diafragma, y cualquier respuesta se


desvaneció y murió en mi lengua.
—Vamos. Esperaré contigo hasta que conozcas a esta Liora, pero
después de eso me debería ir yendo. —Dobló hacia la cabaña del ogro y
me buscó como para tomarme de la muñeca.

Me moví fuera de su alcance. Su mandíbula trabajó furiosamente


y las líneas alrededor de sus ojos se apretaron. No tenía deseo de herirlo,
pero pronto me dejaría a arreglármelas por mí misma. Necesitaba
prepararme, reconstruir mis defensas.

Su brazo cayó de vuelta a su lado y comenzó a caminar sin tocarme.

—De vuelta a lo de Bert, entonces. —Su voz tenía una alegría falsa
horrible.

Mantuve el paso con él, y caímos en silencio. Colgaba pesado en el


aire, separándonos a nuestros respectivos mundos de nuevo. Una mezcla
de emociones rugió a través de mí. En el espacio de una semana mi
mundo había sido arrebatado de mí: literalmente. Hunter era una gran
parte del por qué, y aun sin él, pronto estaría sola, a la deriva en un mar
de rarezas. Más que eso… no le había dicho—no había querido ser así de
vulnerable—pero él era mi único amigo también. Tal vez incluso
extrañaría su compañía. Un pensamiento extraño, de hecho.

Ruidos altos, roncos, interrumpieron mi pensamiento profundo y


parecieron venir de uno de los edificios cercanos más grandes. Tenía
puertas dobles, tres chimeneas de piedra, y ventanas que se habían
empañado, evitando que pudiera ver dentro.

Levanté mi barbilla a la izquierda.

—¿Qué es ese edificio?

—El comedor —dijo Hunter, distante; no como era usualmente.

Ahora que lo había mencionado, podía haber jurado que el aire


llevaba un soplo de pan horneado y cosas dulces. Mi estómago rugió en
apreciación. No había comido desde el desayuno. En otro latido, el olor
levantó algo más: nostalgia, producida por recuerdos de la panadería de
John.

Mi corazón dolía violentamente. No respiré de nuevo hasta que el


comedor quedó detrás de nosotros. La cabaña de Bert apareció a la
izquierda, y vi las puertas, abiertas de par en par en bienvenida.
Llegamos a la entrada para encontrar a Bert tejiendo y soplando su
pipa maloliente. Sin mirar arriba, y con la pipa agarrada entre sus
dientes, dijo:

—¿Lo conseguiste, entonces?

—Mmm. —No pude juntar nada más articulado.

—¿Hilda dijo que nos dirigirías a una recluta llamada Liora? Se


supone que ella nos enseñe a mí y a Serena los alrededores. —Hunter
entró y fue tras él.

—Sí. —Bert contó puntos, y añadió—: Mandé a buscarla en el


momento que se fueron. Ya está en el closet de recursos consiguiéndote
algunas togas nuevas.

Huh.

—¿Cómo supiste que me sería permitido quedarme?

Bert miró por encima de sus agujas de tejer y me dio una sonrisa
torcida.

—Tengo un don para oler los huevos podridos, y tú no eres una


apestosa.

Extrañamente orgullosa, respondí:

—Gracias, Bert.

—¿Te dijo Hildy con cuál instructor estarías trabajando?

—Err…

—Wilder —respondió Hunter por mí.

Bert asintió.

—Bueno, dile a Liora para que pueda llevarte a los cuarteles


correctos.

—¿Está bien que esperemos aquí? —preguntó Hunter.

Bert gruñó. Tomé eso como un sí.


Por la esquina de mi ojo, noté a Hunter cambiar su peso y correr
una mano por su cabello como si estuviera incómodo. Algo hizo clic, y
dije:

—Hilda también dijo que podrías pagarle por traerme aquí.

Hunter me lanzó una mirada de disculpa.

Bert suspiró y dejó caer la manta que había estado tejiendo.


Balbuceando para sí mismo, se puso de pie y alcanzó el bolsillo de su
delantal para sacar un juego de llaves. Pisoteó hasta el armario en la
esquina derecha, metió la llave en la ranura, y abrió la gaveta. Un tintineo
de monedas le siguió.

Bert se volteó y cerró la gaveta con su cadera. Balanceando los


brazos, caminó y le entregó a Hunter una bolsa de dinero.

—Eso debe ser todo. Por allí hay un libro rojo. —Pinchó su dedo
como una salchicha en la mesa debajo de él—. Firma tu nombre y la
cantidad recibida. —Bert caminó pesadamente de regreso a su sillón.

Hunter rápidamente guardó el dinero en algún bolsillo interno de


sus cueros y se inclinó sobre la mesa para poner firmar el papel. Sus
hombros se apretaron y se jorobaron. No por primera vez, me pregunté
qué estaba pasando dentro de su cabeza.

Alguien gritó detrás de mí, distrayéndome:

—¡Feliz encuentro!

Era una voz musical con notas suaves debajo. Me volteé para ver a
una chica más o menos de mi edad con un montón de flamantes rizos
color fresa. Era más bajita que yo, pero tenía curvas como había días.
Una rápida punzada de envidia perforó mi tripa, pero se derritió tan
rápido como sus ojos verdes se encendieron con una sonrisa. Mientras
se movió hacia mí, una cálida brisa se precipitó, una que hizo que mi piel
hormigueara en reconocimiento. Olía a hierba, rosas, y algo dulce, como
fresas azucaradas.

Primavera conoce al invierno, murmuró la voz incorpórea.

Pestañeé. ¿Qué diablos significa eso?


No hubo respuesta, y me pregunté… Tal vez esto no era alguna
magia protectora extraña, desconocida después de todo. Tal vez solo me
había vuelto loca por el trauma.

La chica pelirroja se detuvo frente a mí y sostuvo una cartera de


cuero. Un tatuaje floral que se arremolinaba decoraba su mano izquierda.
No había visto nada como eso antes. Seguro, las chicas en Tunnock
algunas veces usaban maquillaje, ¿pero tatuajes? Nunca.

—Tú debes ser Serena. Bert me dijo que necesitabas suministros.

—Aparentemente —balbuceé.

El rostro en forma de corazón de Liora brilló con otra sonrisa


rápida.

—Bueno, he anotado todo lo que necesitarás. Incluyendo dos


conjuntos de nuestro uniforme súper estilístico.

Hizo un gesto a su cuerpo. Usaba unas gruesas polainas negras


metidas en unas pesadas botas de trabajo, un top de mangas largas, y
una fina chaqueta negra.

—¿Cómo supiste mi talla? —pregunté.

—Bert dijo que eras alta y delgada, y no hay muchas tallas de


donde escoger —dijo inteligentemente—. También traje conmigo unos
diferentes pares de botas para probar. Usaremos el cuarto de atrás de
Bert para que puedas cambiarte.

—Oh, ¿lo van a usar? —gruñó Bert.

Miré alrededor para ver sus párpados cayendo. Mis instintos me


dijeron que habíamos interrumpido su siesta de la tarde. El sonido de
alas revolviéndose precipitó mi atención de regreso a Hunter, quien se
había movido junto a mi hombro.

—Este es Hunter. —Me moví hacia él.

—Ah. —La calidez en la voz de Liora bajó—. ¿Eres de la Caza


Salvaje?

Hunter no tuvo que responder, porque Bert escogió ese momento


para gruñir.
—Liora, comiencen a moverse. Me gustaría tener mi casa de regreso
hoy en algún momento.

—Por supuesto, Bertie. —Su voz rebosante de regocijo, añadió—:


Por aquí, Serena.

Me guio por de una de las puertas traseras. Caminé a través de


ésta para encontrar un revoltijo de trastos agrupados; un marco de cama
de latón en la esquina; pilas de libros en el suelo; y muchísimos baúles
abiertos para revelar cabos de velas, tarros de mermelada, e incontables
envoltorios de dulces que estaban amorosamente agrupados juntos de
acuerdo a su color.

No tenía palabras.

La risa de Liora era como un río desbordándose en el mar,


espiritual y musical.

—¿Estoy suponiendo que no sabes mucho sobre ogros?

Sacudí mi cabeza lentamente, mi boca ligeramente abierta.

—Son acumuladores consumados —dijo con una amplia sonrisa—


. Bert incluso tiene libros apilados en su bañera.

No pude evitar sonreír.

—No estaba al tanto de que los ogros tenían baños.

—¡Ja! Bueno, no he conocido muchos, pero Bert es uno en un


millón. De cualquier forma, ¿querrías cambiarte ese vestido? Si lo dejas,
puedo regresar luego y dejarlo en la lavandería.

—No me molestaría. —Toqué la capa de lana cuidadosamente—.


Solo quémalo. Nada se va a poder deshacer de estas manchas.

Mi rostro quemó por la vergüenza, pero no había juicio en su voz


cuando Liora dijo:

—Seguro, si eso es lo que quieres.

Desesperada por esconder mi sonrojo progresivo, me agaché y abrí


la cartera que había traído para mí. Liora habló mientras yo echaba un
vistazo dentro.
—He empacado todo lo que los reclutas reciben cuando llegan.
Toallas, jabón, un tarro de pasta para tus dientes, un kit médico, un
termo de agua, y tu uniforme. Además, un conjunto de repuesto de todo,
algunos guantes, y una capa. También, trata de no perder ninguna de tu
ropa. Si lo haces, el castigo es horrendo.

Alarmada, mis ojos encontraron los suyos.

—¿Por qué? ¿Qué es?

Imágenes de aparatos de tortura corrieron por mi cabeza.

—Labor de cocina. —Hizo un mohín.

Dejé salir una respiración, una nota de histeria persistiendo. Eso


no era nada.

—También empaqué ropa interior. Lo siento si querías hacer eso tú


misma.

—Está bien. —Y aun, me sonrojé más.

Saqué las ropas que se parecían a las de Liora, junto con tres pares
de botas. Me enderecé, pero dudé antes de levantar mis faldas. Liora
instantáneamente se volteó de espalda, dándome privacidad.

Respiré un suspiro de alivio. Nadie me había visto desnuda desde


que era un bebé, y no quería comenzar ahora. Aunque, las cosas eran
obviamente diferentes para las mujeres aquí. Ellas usaban pantalones y
entrenaban junto a los hombres para el campo de batalla. No tendría el
lujo de ser aprehensiva acerca de esas cosas. Me tendría que adaptar.

No hoy, sin embargo. Empezaría mañana.

El vestido manchado salió por mi cabeza, y mi piel cantó cuando


se liberó de la lana pesada y apestosa. Lo lancé a la esquina de la
habitación, feliz de haberme desecho de éste. Mis botas, mudas y ropa
interior desgastadas siguieron. Me estaba despojando a mí misma de
cada hebra de mi vieja vida. Aun así, se volvió dolorosamente obvio
mientas me ponía nuevos pantalones negros y un sujetador como una
banda, que un cambio de ropa no ayudaría con la delgada capa de mugre
cubriendo mi piel.
—¿Crees que sería posible limpiarme pronto en algún lugar? No he
tenido un baño decente en… bueno, ha sido un rato.

Mi rostro quemó mientras me ponía las polainas.

—Por supuesto. Me atrevo a decir que no has tenido mucha


oportunidad; la Caza no es famosa por su amabilidad —murmuró Liora.

Pena, y tal vez incluso disgusto, sonó en su voz. Me pregunté si


Hunter podría escucharla. Probablemente. No veía el punto en
contradecirla por su seguridad, no cuando estaba en lo cierto.

Los calcetines vinieron luego, y luego el top con cuello en forma de


V y la chaqueta que tenía un recorte de tela con mi nombre
precipitadamente cosido dentro.

—Estas etiquetas de identificación, ¿son para que no perdamos


nada?

—Sip. —La cabeza de Liora asintió, y sentí otro retorcijón bajo en


mi tripa mientras sus brillantes bucles color fresa se balancearon a la
vez—. Sin las etiquetas, no tendríamos nada de regreso de la lavandería.

—Puedes voltearte ahora.

Ella giró justo mientras trataba de meter mi pie en un par de botas


mal ajustadas. Las pateé lejos y fui por una talla más grande. Quedaban
lo suficientemente bien, así que até los cordones y los apreté.

Liora me dio un asentimiento de aprobación veloz.

—Dejaremos el vestido y los zapatos. A Bert no le importará. Te


llevaré a los baños ahora, y luego podemos ir al comedor. Probablemente
llegaremos tarde, pero ya inventaré algo. No deberías irte a la cama
hambrienta en un lugar como este.

Mi estómago se apretó; dioses, estaba muriendo de hambre.

—Además, mi hermano ha estado muriendo por conocerte. ¿A


menos que no quieras que te presente?

Una pausa preocupada. El instinto me dijo que no le importaría si


lo rechazaba.

Jugué por tiempo.


—¿Por qué quisiera conocerme?

—Es un coqueto sinvergüenza y un cotilla. —Lanzó su cabeza en


una desesperación burlona—. Estaba conmigo cuando Bert apareció en
nuestros cuarteles. Me ayudó a juntar estas cosas para ti —añadió
rápidamente—. Excepto por la ropa interior, obviamente.

Aguantó una sonrisa como si estuviera insegura de cómo


reaccionaría. Estaría maldecida si regresaba a ser esa chica que ponía a
los otros tan intranquilos, así que le di una sonrisa y me sentí aliviada de
obtener una de regreso.

Liora se movió alrededor de mí hasta la puerta.

—Mejor no mantener a la Caza Salvaje esperando. —Ahí estaba esa


desaprobación de nuevo.

Me puse la cartera al hombro la cual estaba por suerte más ligera


ahora que había sido desprovista de los conjuntos de botas. Liora abrió
la puerta para encontrar a Hunter acechando afuera.

—No fuiste muy lejos, por lo que veo —dijo ella, con diversión viva
en su voz.

Caminó alrededor de él y fue a revisar a Bert quien, por los altos


ronquidos viniendo de su sillón, finalmente había conseguido su tiempo
para una siesta.

—Tienes todo —dijo Hunter, acercándose.

No era realmente una pregunta, lo cual me hizo pensar que estaba


haciendo tiempo. Le di un asentimiento y una sonrisa forzada.

—Voy a llevar a Serena a los baños y al comedor ahora —dijo Liora


en la puerta. Su atención vaciló entre los dos, descansando en Hunter al
final. —Si necesitas comer…

—No. —Los ojos de Hunter no habían dejado mi rostro—. No me


gusta volar con el estómago lleno. Antes de irme, Serena, ¿puedo hablar
contigo afuera?

Tomada por sorpresa, balbuceé:

—Claro. —Y lo seguí fuera a un cielo iluminado por el crepúsculo.


Liora cerró la puerta de Bert bruscamente detrás de nosotros, pero
mantuvo su distancia, esperando pacientemente mientras Hunter me
llevaba lejos de la cabaña.

—Quería darte algo —dijo, volviéndose para enfrentarme.

—¿Qué cosa?

Abrió sus alas y las trajo cerca, bloqueándonos de la vista.

—Toma esto. —Abrió su palma y metió dos monedas de oro en mi


mano—. Lo siento si no es mucho. Si pensara que podría haberme salido
con la mía, te hubiera dado toda la maldita cantidad.

Tomé un segundo para juntarlo.

—Si este es el dinero que conseguiste por mí, no lo quiero.

Traté de empujar las monedas de vuelta, pero él era muy rápido.


Cerró mis dedos, haciéndolos un puño, y lo sostuvo contra su pecho.

—Por favor, solo tómalas, por mí.

Saqué mis manos de su agarre.

—¿Por qué estás haciendo esto? ¿Ofreces una parte a todos los
humanos que tomas? —Mi voz se rompió con emoción.

La expresión de Hunter se volvió intranquila.

—Es diferente contigo, Serena.

—¿Por qué? —Una demanda.

—Porque me ofreciste amistad, a pesar de todo lo que había hecho.


Esto es lo mínimo que puedo hacer. Por favor.

Estaba cerca de la desesperación: esto era acerca de aliviar su


culpa. En ese solo pensamiento, quería lanzar el oro a sus pies, pero
podría necesitarlo algún día. Renuente, metí las monedas en lo profundo
de mi bolsa. Su sonrisa se había desvanecido cuando lo miré de nuevo.

—Todavía tengo tu bufanda y tus guantes.

Echó el paquete sobre sus hombros, atrayendo mi mirada.


—Quédatelos. Nunca pareces tener frío, pero tal vez harás algún
otro amigo humano que lo tendrá.

Dejé mi boca curvarse solo un poco.

Sonrió, y la tímida duda se batió contra mi resistencia. Casi lo


atraigo en un abrazo, pero las partes más testarudas de mí no pudieron
olvidar qué se estaba yendo a hacer.

—Es hora.

—Cierto. —Asentí, sintiéndome incómoda.

¿Qué decías exactamente a alguien que te acababa de vender?

Hunter aclaró su garganta. Como si estuviera nervioso. Graznó:

—Nos veremos de nuevo; puedo prometerte eso.

Encontré su mirada.

—¿Recordarás tu otra promesa? —Su frente se arrugó—. La de


darle mi mensaje a Viola y John. ¿Necesitas que te lo repita?

—No he olvidado una simple palabra. Adiós. —Asintió y curvó su


puño sobre su pecho.

Dio un paso atrás. El mundo se abrió de un bostezo a nuestro


alrededor; sin la privacidad de sus alas, me sentí expuesta y consciente
de la mirada fija de Liora. Así que cuando sus alas se batieron, y se
disparó hacia arriba, susurré las palabras en lugar de gritarlas:

—Adiós, amigo.

Él rotó a medio vuelo, y miró abajo. Pisando aire, sostuvo arriba


una mano en un adiós. Le di una sonrisa. El oído fae realmente era mejor
que el humano.
Aliados, Amigos, Enemigos
Traducido por Wan_TT18 & Jasy

HUNTER ERA UNA mancha entre las estrellas florecientes cuando


Liora se acercó a mi lado.

—Nunca pensé que vería a un miembro de la Caza vinculado a un


humano.

Parecía que las alas de Hunter no lo habían escondido tan bien


después de todo, pero ella había hablado con amabilidad,
pensativamente. Si me juzgó, no fue obvio. Consideré mentir o reírme,
pero algo me dijo que esta chica lo sabría. Así que fui honesta.

—No esperaba dejar de odiarlo.

Liora miró hacia el cielo.

—Me imagino que ha sido una pesadilla tratar de averiguar qué


pensar o cómo sentirte.

Resoplé una risa incómoda.

—No tienes ni idea.

—Vamos. —Se enganchó a mi brazo—. Te llevaré a la casa de


baños. Todo el mundo debería estar en la cena ahora, así que tendrás
algo de privacidad.

Me guió por el camino, de vuelta hacia la arena. Mi mente yendo


por delante, no pude evitar preguntar:
—¿Tienen los hombres y las mujeres baños separados?

Liora dejó escapar una carcajada.

—Ojalá.

Mis entrañas hicieron un baile nervioso. De alguna manera, Liora


sintió mi ansiedad porque agregó:

—No es tan malo como suena. No estamos separados por género,


pero los fae no se bañan con nosotros. La mayoría de los reclutas son fae,
lo que significa que solo tenemos que compartir la casa de baños con
otros ocho.

Supuse que eso no era tan terrible.

—¿Cuántos reclutas hay en general?

—Bueno, eran veintinueve, pero ahora que estás aquí, treinta —


dijo, dirigiéndome a la derecha.

Muchas, muchas preguntas me asaltaron en la cabeza, pero


parecía que tendrían que esperar. Liora se detuvo frente a un edificio de
pizarra negra.

—Los baños están ahí. Toma tu mochila; puedes usar las toallas
que te di. Esperaré aquí y haré guardia.

Fruncí el ceño.

—¿Harías eso?

—Por supuesto. —Liora empujó mi brazo antes de soltarlo—.


Aunque, sé lo más rápida que puedas. Al personal de la cocina no le
gustan los recién llegados.

Prometí ser rápida y fui a buscar dos piscinas grandes y


humeantes. El interior era básico, sin decoraciones ni adornos, pero el
agua estaba deliciosamente caliente. Usando el jabón de mi mochila, me
froté y juagué mi cabello y mi cuerpo hasta que el horror y la mugre de
los últimos días desaparecieron. Envolví mi cuerpo en la toalla, pero no
mi cabello. Demasiado hambrienta para preocuparme, lo tomé con mis
dedos y me puse el uniforme. Me demoré solamente para empacar las
toallas y el jabón, y luego salí.
Liora se volvió hacia mí con las cejas levantadas.

—No esperaba que fueras tan rápida.

Me encogí de hombros.

—No he comido desde esta mañana.

Con un gesto de asentimiento, sacudió la barbilla hacia la derecha.

—El salón de comidas está arriba en los dos edificios.

Caminamos en fila una al lado de la otra, y cuando nos acercamos


al pasillo, noté que la cacofonía de antes había desaparecido.

Liora tiró del pomo de la pesada puerta, que se abrió con un crujido
todopoderoso, y me hizo pasar. Fui a recibida por una ráfaga de aire
cálido lleno de deliciosos olores. Mis ojos se vieron inmediatamente
atraídos por una enorme chimenea de piedra a la izquierda, que
sobresalía entre los paneles de madera oscura. El centro del espacio
estaba dominado por seis mesas largas ubicadas en filas a lo largo de la
sala, con una mesa más pequeña en el extremo opuesto. A diferencia de
los demás, esta mesa alta era horizontal y estaba tripulada por una mujer
joven con un cucharón en la mano, de pie sobre varias macetas negras.
Solo había dos fae y otro humano cerca, y todos estaban sentados en los
bancos, comiendo tranquilamente.

Liora suspiró.

—Gracias a las hermanas, todavía están sirviendo.

Exactamente mis sentimientos.

Liora subió por la habitación. La seguí, pero bajé la cabeza tan


pronto como los rezagados me lanzaron miradas hostiles.

Cuando nos acercamos a la mesa de servicio, Liora dijo a la


servidora de cabello rubio:

—Hola Patti.

—Lo —murmuró ella—. ¿Quién es? —Patti apuntó el cucharón


hacia mí. Parecía dispuesta a destrozarme con el final.

—Esta es Serena. Es nueva.


—¡Bah! Nunca. Es demasiado tarde en la temporada —dijo y
continuó mirándome.

Liora la ignoró y se volvió hacia mí.

—¿Qué quieres, Serena? Recomiendo el pastel.

Asintió hacia la olla del medio expuesta en exhibición. Había cinco


en total. Para mi sorpresa, eran de hierro y tenían pequeñas piedras
brillantes debajo de ellas. Supuse que esto debía ser para mantener la
comida caliente, aunque no teníamos tales innovaciones en Tunnock. El
pastel me trajo recuerdos repugnantes de la cabaña, así que murmuré:

—Creo que prefiero la cazuela.

—Genial. Patti, ¿te importaría servir? —Liora era educada, pero


había un toque de otra cosa, ¿irritación, tal vez?

La niña pecosa resopló y tomó un cuenco de la pila apilada sobre


la mesa. Cogió una cucharada de cazuela, la arrojó sin ceremonias en el
tazón, la arrojó en un tenedor y la deslizó hacia mí.

—Oh, vamos, no seas tacaña. —Liora se agitó y empujó el tazón de


vuelta a la rubia ceñuda.

Patti se encogió de hombros.

—Las reglas son las reglas.

Un fuerte deseo de golpearla en la cabeza con su propio cucharón


me atrapó.

—¿Oh? Eso no es lo que le dijiste a Cai el fin de semana pasado...

Mi boca se movió hacia un lado. Liora había mantenido su voz


ligera y aireada, pero como las mejillas de Patti ahora estaban brillando
de color rosa, aposté a que había una amenaza oculta en alguna parte.

—Bien —se quejó y amontonó dos cucharadas más adentro.

Me aseguré de darle las gracias. No quería enemigos en este lugar,


menos los que me servían comida. Patti gruñó, pero parecía menos
amargada. Complacida, tomé mi tazón y caminé con Liora hacia uno de
los bancos vacíos. Cuando dejé caer mi mochila al suelo y me senté, ella
se deslizó a mi lado y murmuró:
—No te preocupes por Patti. Ella solo está amargada porque
nuestro mentor la puso en la cocina.

—Está bien. —Realmente era porque mis pensamientos estaban en


otra parte. ¿Debía preguntar por las ollas?—. Liora —dije, fingiendo una
actitud casual—, ¿es cierto que los fae odian el hierro y la sal?

Con miedo de mirarla, me quedé con la mirada fija en mi plato.

Si adivinó mis motivos, no lo demostró.

—Bueno, los envenenará si ingieren lo suficiente. O si entra en su


sangre a través de armas de sal o hierro, entonces su curación acelerada
no puede activarse, y son más fáciles de matar. ¿Por qué lo preguntas?

Mi pulso se agitó. ¿Aceleración de la curación? Otra ventaja que


tenían sobre los humanos entonces. Aun así, al menos tenían algunas
debilidades. Y tenía un medio de defensa.

—Solo curiosidad —le dije, desviando su pregunta.

Sin poder esperar más, me metí en mi cazuela de carne. Fue


dolorosamente bueno. Después de mis primeros bocados, Liora gimió.

—¿Qué es? —pregunté, levantando la vista de mi plato.

Liora miraba hacia las puertas dobles.

—¿Recuerdas que te hablé de mi hermano? Bueno, nos ha visto.


Solamente puedo disculparme.

Girando alrededor, vi a un humano de cabello dorado moviéndose


hacia nosotros. Se detuvo a mi izquierda, sentándose de modo que su
espalda descansaba contra la mesa. Con voz suave, dijo:

—Soy Cai, el hermano de Liora. Tú debes ser la chica nueva.

Parpadeé, pero resistí la tentación de volver a hacerlo. Su sonrisa


dentuda se extendía de oreja a oreja y claramente invitaba a hacer
travesuras. De cerca, las similitudes entre los hermanos eran obvias: ojos
verdes, piel bañada por el sol, una boca en forma de arco de cupido y un
tatuaje en la mano, aunque el aspecto de Cai era más tribal. Y donde
Liora tenía el pelo en llamas, el de Cai era una melena de león rubio claro.
También era alto y flaco, lo que se hizo aún más evidente al estirar sus
largas piernas desde el banco.

Su confianza desarmaba en extremo. Me di cuenta de que mi boca


estaba abierta, así que la cerré de golpe.

—Encantada de conocerte.

Liora chasqueó la lengua.

—Te prohíbo coquetear con ella, Cai. Tienes suficientes problemas


femeninos. Patti todavía está esperando que la lleves de nuevo al lago.

Cai frunció el ceño. Aunque, parecía más un puchero juguetón en


ciertas luces.

—La última vez que revisé, Li, no puedes prohibirme hacer nada.

—Bien —dijo Liora airosamente—. No me culpes cuando nuestra


comida sea envenenada.

Cai mostró sus dientes.

—Cosa segura.

Mi estómago clamó por más comida, así que tomé otro bocado.

—Ignora a mi hermana —persuadió Cai—. No soy realmente de los


que coquetean.

Liora resopló ruidosamente.

Cai levantó la voz y agregó:

—Pero es difícil ignorar a un recluta que viene a entrenar tan lejos.

Se movió a horcajadas sobre el banco y me enfrentó. Como si


quisiera cambiar a un tono más serio. Esta impresión fue atenuada por
su manera relajada; sacando un rollo de pan del bolsillo de su chaqueta,
dio un gran mordisco y su discurso se vio afectado al masticar.

—No me importaría hacer una aliada de ti.

Movió sus cejas hacia mí. Fue tan ridículo que casi me atraganto
con mi boca llena de zanahorias y carne.
—Eso es, si nos cuentas todo sobre cómo llegaste a estar con
nosotros a mitad de temporada. —Cai me lanzó otra sonrisa llena de
dientes.

Me tensé, pero Liora dijo:

—Ignóralo. —Se inclinó hacia adelante y miró más allá de mí. Por
suerte, dirigió su ira hacia su hermano—: Ella no tiene que contarnos
nada.

—Sin ofender —dijo, arrastrando las palabras, mientras levantaba


sus manos en rendición—. Me conoces, hermanita. Amo resolver
misterios.

Ella arrugó la nariz.

—Ugh. Estás como Patti, buscando algún chisme antiguo en el cual


hundir tus dientes.

Cai hizo una mueca de burla.

—Eso fue cruel, Li. Además, estoy seguro de que Serena perdona
mi curiosidad, ¿verdad?

Me lanzó otra deslumbrante sonrisa. Mis ojos se estrecharon.

—¿Eso suele funcionar?

Liora se rió con ganas.

—Supongo que sus encantos no funcionarán esta vez, querido


hermano. —Se levantó y se dirigió a mí—: Voy a conseguirnos un poco de
agua. No dejes que te intimide mientras tanto.

Liora le lanzó una mirada de advertencia, pero tan pronto como


estuvo fuera del alcance del oído, Cai arrojó el panecillo a medio comer
sobre la mesa y se agachó, inclinándose.

—Lo siento —dijo en voz baja—. Estoy siendo un asno curioso, pero
puedo decir que le gustas a mi hermana.

Miró por encima de mi hombro. Seguí su mirada hacia Liora.


Parecía preocupado por ella. Tal vez este interrogatorio tenía más que
una búsqueda de chismes ociosos.
Cai continuó:

—Realmente podríamos hacer uso de un aliado.

Me volví hacia él.

—Los fae reclutas piensan que está por debajo de ellos ser
amigables con los humanos, y a los humanos no les gustamos porque
somos de la Media Luna.

Eso me hizo pensar. ¿Eso significaba que eran brujos?

—Pensé que ya que eres del Guantelete y has llegado tan tarde, no
te importaría tanto. —A pesar de sus palabras, no parecía tan
convencido—. La pregunta era una forma de sentirte, ver si podíamos
confiar en ti.

—¿Estás pidiendo que seamos aliados o que responda preguntas?

Cai dejó escapar una carcajada.

—¿No pueden ser ambas cosas?

—Deberías saber que soy inútil. Apenas pasé la prueba de Hilda.

Cai se encogió de hombros como para decir que no importaba.

—Fue igual con Li. Todavía preferiría tenerte de nuestro lado. ¿Qué
dices?

Estaba a punto de responder cuando Liora apareció. Puso dos


vasos y una jarra de agua sobre la mesa y se sentó.

—Bueno, eso tomó más tiempo de lo que esperaba —murmuró,


vertiéndola—. Patti se negó a quitarme los lentes de la espalda.

—Parece que la persuadiste. —Cai tiró su barbilla hacia el vaso del


que ella estaba bebiendo.

—Le dije que estarías enojado si fuera mala con tu hermana —dijo
alegremente.

Cai dejó escapar un silbido bajo.

—Brutal. No sabía que lo tenías en ti, Li.


Liora sonrió con suficiencia y tomó un trago.

Terminé mi plato, me serví un vaso de agua y reflexioné sobre la


oferta de Cai. Estaba tomando sorbos cuando se formó una idea.

—Estaba pensando; para satisfacer la curiosidad de Cai y la mía,


¿podríamos hacer un trato?

—Estoy intrigado —dijo Cai, levantando una ceja y sonriendo


ampliamente.

Liora arrastró sus pies y se movió para sentarse a horcajadas en el


banco.

—Continua.

Dejé el vaso en la mesa.

—Hilda dijo que me dirías cómo funciona este lugar, pero no creo
que sea suficiente. Necesito a alguien que me cuide la espalda. —Liora
me dirigió una sonrisa sombría, confirmando mis peores sospechas. Mi
estómago saltó un poco—. Y si también quieres un aliado, entonces
necesitamos confianza. Entonces, ¿qué tal una respuesta para una
respuesta? Podemos seguir así hasta que toda nuestra curiosidad se haya
agotado.

Cai hizo un resoplido apreciativo y Liora sonrió.

—La subestimaste, Cai. Ella es tan buena como tú a la hora de


obtener información de las personas.

La examiné, preocupada porque la pregunta la había molestado.


Pero en todo caso, ella parecía contenta.

—Sabía que mi hermano se entrometería en el momento en que me


hubiera ido. Me alegro de que reciba su propia medicina.

—Li, tu falta de fe en mi autocontrol me sorprende —dijo Cai,


fingiendo tristeza.

Liora no lo honró con una respuesta. Ella me contestó:

—Has conseguido un trato, pero podría ser una idea tener esa
conversación con más privacidad que la que tenemos ahora. —Lanzó una
mirada significativa a los que quedaban en el salón y luego a Patti.
—¿Deberíamos ir a otro lugar? —Levanté mis piernas sobre el
banco y me aparté de la mesa.

—No, eso no es lo que quise decir. ¿Cai? —Liora dedicó a su


hermano una mirada de complicidad.

Esperé una explicación pero no la recibí. Cai cerró los ojos y


murmuró algo. A continuación, una brisa resplandeciente sopló a mi
lado, causando que mi piel zumbe de placer.

Levanté una ceja a Liora.

—Barrera de sonido —dijo—. Nadie además de nosotros tres podrá


escuchar nada de lo que hablemos.

—He tenido que usarlo cada maldito día, gracias a tener alrededor
a tantos fae que espían —dijo Cai, con la voz más ronca que antes.

Había usado magia.

Mi aldea, como la mayoría del Guantelete, temía a los brujos. Pero


no Viola, John o yo. Siempre me había preguntado si su único crimen era
simplemente el ser muy diferente. Muy raro. Eran las anomalías,
marginales de la sociedad, y sus vidas enteras debían ser dirigidas a un
estado de aislamiento, condenadas para siempre a esconder la misma
esencia de su ser. Todo para escapar a un final brutal sobre una pira. El
miedo que debía cazarles día tras día… En mi mente se forjó una unión
en común; algo que me ligaba a su clase. Conocer a Isabel solo había
fortalecido esa idea.

—Entonces… ¿Ambos son brujos?

Sus rostros se ensombrecieron.

—Sí, pero Cai es el que tiene magia. —Liora mantuvo su voz


neutral, pero el dolor ardió en sus ojos, brillante y verdadero. Antes de
que pudiera preguntar más, continuó—: Ahora que estamos cubiertos,
¿qué quieres saber primero?

Consideré cerca de una docena de preguntas diferentes antes de


conformarme con dos.

—¿Cómo es un día de entrenamiento? Y Hilda mencionó un periodo


de eliminación, ¿qué involucra eso?
Cai silbó por lo bajo.

Liora comenzó:

—Entrenamos todos los días en nuestra manada. Hay una


campana que suena a las 7:30. Nos dan una hora para desayunar, luego
la campana suena nuevamente a las 8:30. Esa es la señal para
encontrarnos en el campo de entrenamiento.

—¿El que está junto a la arena y la armería?

Me dio un rápido asentimiento.

—¿Por cuánto tiempo entrenamos? —Esperé a que cayera el golpe


del martillo.

—No paramos hasta el mediodía. Tenemos media hora para


almorzar y luego volvemos directamente a ello hasta las 6 AN.

Palidecí. Dioses.

—Y… —Jugó con la palabra, extendiéndola—, cuan doloroso sea


depende de tu instructor. La nuestra, Goldwyn, es genial ¿Ya has
averiguado a quien te han asignado?

—Estoy en la clase de Wilder.

—Ah —dijo quedamente Cai.

—¿Qué?

Cai encontró mi mirada.

—Su manada tiene reputación.

Cuando no dijo nada más, miré hacia Liora.

—No hay nada malo con Wilder. No es cruel como Dimitri —dijo
suavemente.

—¿Pero…?

—Sus reclutas no son muy agradables.

Cai chasqueó la lengua y continuó.


—No la protejas, Li. Su clase tiene por lejos la mejor colección de
luchadores, pero también sucede que son los mayores idiotas.

Liora lanzó un suspiro impaciente.

—No es tan malo. Adrianna y Frazer están bien. Simplemente no


les gusta hablar con nadie.

Cai bufó una risa.

—Frazer no ha dicho una palabra desde que llegó a aquí, y no tiene


alas, lo que en su mundo significa usualmente que está deshonrado.
Luego tenemos a Tysion, Cole y Dustin –continuó Cai implacablemente—
. Son pequeñas mierdas sucias, así que ten cuidado con ellos.

Mis entrañas se hicieron acuosas.

—¿Me lastimarán?

—¿Honestamente? —Cai se enderezó—. No estoy seguro.

Liora debe de haber sentido mi creciente temor, porque dijo:

—Si te molestan, dínoslo. Cai es uno de los mejores luchadores


aquí, para su placer.

Su labio se curvó, pero también puso los ojos en blanco. Presentí


que hacía mucho eso cuando estaba relacionado a su hermano.

—Estás en lo cierto, me da placer. —Sonrió burlonamente Cai. Pero


cuando su rostro me enfrentó, sus ojos verdes se arrugaban con
verdadera preocupación—. Evita los cuarteles y mantente cerca de
nosotros. Te protegeremos tanto como podamos.

Traté de sonreír, pero dado su estremecimiento supongo que fallé


estrepitosamente. Necesitando una distracción, proseguí.

—Entonces, ¿qué saben sobre las eliminaciones?

Liora gimió y Cai rió por lo bajo.

—Es la nube bajo la que todos vivimos —dijo—. En


aproximadamente un mes nos darán siete pruebas. Si pasamos,
calificamos como soldados. Si no… —Rodó sus hombros, relajándolos.
Mi pulso se aceleró.

—Nos echarán —terminé.

Las facciones de Cai se endurecieron mientras Liora asentía


sombríamente.

Y ellos ya llevaban la mitad de su entrenamiento. Estrellas, ¿qué


significaba eso para mí? Hunter había prometido volver, ¿pero hacia
dónde me podría llevar? ¿El mercado de esclavos? No, eso no podía
pasar… no pasaría.

—¿Qué son las pruebas?

—No nos dirán. —Liora descansó su codo en la mesa, suspirando.

Los hombros de Cai se tensaron.

—Podemos adivinar, de cualquier manera, y la teoría más popular


es que tendremos que pelear unos contra otros. —Hizo una mueca—. Esa
es la razón por la que muchos reclutas no se molestan con aliados; hay
mucha paranoia con ser acuchillado por la espalda.

La duda me carcomía. No había considerado que habría buenas


razones para no amigarme con ellos.

—¿Pero quieren arriesgar ser los míos?

—Si —dijo Liora sin vacilación.

Cai me dio una media sonrisa vaga y dijo:

—Ahora que hemos contestado algunas de nuestras preguntas,


¿quizás puedas responder las nuestras? Por ejemplo, ¿cómo te capturó
Hunter? ¿Y por qué no te llevaron a los mercados? Encuentro difícil creer
que quién manejaba tu destino no fuera consciente de que estábamos a
la mitad del ciclo de entrenamiento.

Eso me detuvo en seco. ¿Lo había sabido Hunter y me había traído,


esperando que Hilda tuviera pena de mí? Definitivamente era lo suficiente
cabeza de cerdo.

Liora interrumpió mis pensamientos.


—No tenemos que hablar sobre estas cosas, Serena. Podemos ser
aliados de cualquier manera.

Aliados, pero no amigos, pensé. Y, siendo honesta conmigo misma,


había una parte de mí que quería compartir mi pasado con ellos. Quizás,
entonces, no quedaría perdida en medio de esta nueva vida. Algunas
cosas estaba agradecida de dejar atrás, como el recuerdo de Elain y Gus
¿Pero de verdad quería que John y Viola se convirtieran en un recuerdo
distante?

Mientras Cai no había dicho nada para contradecirla, no parecía


convencido por el optimismo de su hermana. Abrí mi boca, esperando no
lamentar esta decisión.

—Les diré. —Fijé mis ojos en el piso del comedor, incapaz de mirar
a ninguno—. Aunque quizás cambien de opinión sobre ser aliados una
vez que hayan oído. La historia es larga y horrible, pero esta es la versión
corta: Mi madrastra era… —Busqué palabras más amables, pero no
había ninguna—. Una perra malvada.

Con eso, resumí los eventos que me habían llevado a la jaula y lo


que había pasado directamente después de eso. Los Demonios Alados,
perder a Brandon y Billy, y luego a Isabel. Luego de que confesé que
Hunter había sido salvador y secuestrador, esclavizador y amigo, Liora
tenía la boca abierta y Cai el ceño fruncido. Terminé por decirles que me
había dado una opción, una de mierda, pero una opción al fin y al cabo.

Liora respiró profundamente.

—Al resto de la Caza no le gustaría eso. Han matado a los suyos


por menos.

Mi estómago se retorció. Maldición. Sabía que había sido peligroso,


¿pero ejecución? Y ahora eran cuatro las personas a las que se lo había
contado. Debía ser más cuidadosa.

—Si no te importa que pregunte una cosa más —comenzó Cai—,


¿por qué venir aquí? No pareces muy confiada de que la milicia sea para
ti.

Con el rostro en llamas, bajé los ojos.


—No lo soy, pero él me contó sobre Solar y Aurora y sonaba
malditamente horrible. Y no podía ir a Media Luna porque probó mi
sangre en búsqueda de magia y no encontró nada.

Cai pasó una mano por su cabello desordenado.

—Eso tiene sentido, supongo.

Liora lo interrumpió:

—Supongo que es nuestro turno de corresponder tu honestidad.

—Li. —Un tono de advertencia. Cai se inclinó hacia delante para


poder mirar hacia su hermana.

—Ella tomó un riesgo, deberíamos hacer lo mismo. —Liora pareció


calmarse a sí misma con una respiración y comenzó—. Venimos de Media
Luna, de uno de los clanes del aquelarre de curadores.

Una pausa. Miré hacia los dos. La expresión de Cai era tormentosa
y los ojos de Liora se tensaron como si estuviera en agonía.

¿En qué nido de avispas me había metido con estos dos?

Liora continuó:

—Tuvimos que dejar nuestro clan. Mi padre insistió en ello.

Cai dio un jadeo que se convirtió en una risa amarga.

—Te dije que ambos éramos brujos, pero que Cai es el único con
poder activo. Eso es cualquier cosa más allá de poder hacer pociones.

Ya me estaba ahogando en un mar de mi propia ignorancia ¿Había


tipos de magia?

Un tono oculto de pena muy profunda sonaba en la voz de Liora


mientras decía:

—Pero ese no fue siempre el caso. Ocho meses atrás mi magia


bruta, mis dones, fueron bloqueados. No puedo acceder a ellos, pero los
instintos siguen allí.

Se veía enferma. No sabía qué pensar de ello; no sabía que bloquear


la magia era siquiera posible.
—¿Por qué la bloquearon? —Tuve que preguntar.

Cai rió ásperamente.

—Se estaba haciendo tan poderosa que no podíamos ocultar más


su magia. Y si hubiéramos continuado normalmente, la palabra sobre
sus habilidades se habría corrido y los rastreadores de brujos habrían
sido enviados a buscarla.

Mis ojos se abrieron. Mirando hacia Liora por debajo de mis


pestañas, no encontré orgullo o placer en sus declaraciones. Solo tristeza
y quizás un poco de enojo.

Liora retomó la historia.

—Si hubiera sido solo yo, me habría arriesgado, pero a nuestro


padre le preocupaba que atrajera la atención sobre nuestra familia,
nuestro clan entero, por ello.

—¿Atraer la atención de quién? —pregunté a Liora con nerviosa


suavidad.

—Hay una bruja–fae llamada Morgan…

Un recuerdo brilló.

—Hunter me habló sobre ella.

Liora parpadeó, sorprendida y Cai forzó una carcajada sin alegría.

—¿Sabes que trabaja para ella, verdad?

Di un asentimiento.

Cai fue el que dijo:

—No le digas eso a nadie en quien no confíes —dijo Cai.

Froté mi nuca, tratando de obligar a mi estómago a calmarse.


Sobrevivir a este lugar de pronto parecía una tarea imposible.

Liora continuó:

—De cualquier manera, a Morgan le gusta reclutar a otros brujos


poderosas para su corte. Como a marionetas glorificadas. —Su boca se
torció—. Si me hubiera quedado, habría llegado para reclutarme. Y
muchas veces, la familia de las personas tomadas desaparece
misteriosamente. Así que nuestro padre insistió en el bloqueo y nos
desterró, para impedir a nuestro clan empezar a hacer preguntas.

Eso despertó y revolvió un recuerdo de mi tiempo con Hunter.

—Pensé que ella no tenía permitido llevarse a nadie de Media Luna.


—Temí lo peor por Isabel.

Cai resopló burlonamente.

Liora siguió, más triste que antes.

—Convence a los clanes insistiendo en que no se convertirán en


esclavos, si no huéspedes honorables de su corte.

—Los clanes son cobardes —gruñó Cai.

Con los ojos abiertos, pregunté:

—¿Por qué venir a este lugar, sin embargo?

Cai parecía no querer encontrar mis ojos, pero Liora dejó escapar
un suspiro tembloroso.

—Bueno, la verdad es que el bloqueo viene con un costo. Luego del


destierro, comencé a tener dolores de cabeza. Pesadillas. Luego, una
noche, algo liberó su agarre y desperté con una bestia trepando en mi
interior. Cai me encontró arrancando mi cabello…

Cai interrumpió:

—Nuestro inútil padre olvidó decirnos que podría haber efectos


colaterales.

Sus ojos se oscurecieron, atormentados y sentí una corriente de


aire caliente pasar. Los vellos de mi nuca se erizaron y me estremecí.

Liora se tensó.

—Contrólate, Cai.

El viento murió, pero Cai no dijo nada; solo quedó mirando


fijamente hacia delante.
Supuse que acababa de presenciar magia, pero su historia me tenía
ahora en sus garras, así que lo ignoré y giré hacia Liora para preguntar.

—Pareces estar bien ahora… ¿Todavía estás enferma?

Continuó con un tono restringido.

—Sí y no. Cai me llevó con un familiar distante, alguien en quien


confiamos. Nos dijo que mi magia no podía ser contenida. No
completamente. Lo único que podía detenerle de destrozarme o volverme
loca era el esfuerzo físico. La vida como un soldado garantiza eso.

Su pasión resonó en sus palabras y su cuerpo emanaba energía,


pero sus ojos, demacrados y arrugados, contaban una historia diferente.

Debía saber.

—¿Puedes recuperar tu magia? ¿Lo estás tratando?

Liora me dirigió una sonrisa débil.

—Es posible, pero mucho más complejo que el bloqueo en sí. Pocos
brujos lo intentarían. Y no tendría sentido. No con Morgan.

Parecía querer decir más, pero Cai interrumpió.

—¿Espero que hayamos probado que puedes confiar en nosotros?


—Sus palabras salieron afiladas; quería asegurarse.

—No les traicionaré.

—Bien. —Una incómoda sonrisa apareció en el rostro de Cai—.


¿Accederías a ser hechizada para que no puedas repetir nada de lo que
hemos contado?

Hechizada. Había un precio, entonces.

Liora gimió como si estuviera avergonzada.

Los ojos de Cai indagaron en los míos. Estiró su mano,


ofreciéndomela.

—Por favor. Me ayudará a dormir en la noche. Y, sin esto, estamos


vulnerables.
Estudié su mano por un latido. Era otra prueba. Una que si
rehusaba destruiría la confianza frágil que habíamos construido.

—¿Qué pasará conmigo?

—No serás capaz de decirle a nadie lo que te hemos contado, no sin


nuestro permiso.

Le ofrecí mi mano y asentí en consentimiento. Suspiró con alivio y


entrelazó sus dedos con los míos.

—Repite conmigo. —Su agarre se apretó—. Nunca hablaré de, o


traicionaré los secretos que Liora y Cai han compartido conmigo hoy.

Repetí las palabras, con cuidado de no entorpecer la frase. Mi


palma se calentó y luego se enfrió. Él se separó de mí y quedé mirando
hacia mi mano que hormigueaba. Nada había cambiado.

Nuestro trío quedó en silencio hasta que me atreví a hablar.

—¿Así que ahora somos aliados?

—Amigos —me corrigió Liora.

Una sensación embriagadora de alivio y alegría—una burbuja de


mareo—estalló en mi pecho y creció rápido y fuerte. Me quebré en una
sonrisa que llegaba hasta mis ojos.

—Jem, Jem.

El hechizo de silenciar de Cai debía funcionar en una sola


dirección, porque el sonido de golpeteo me hizo mirar por encima de mi
hombro. Patti estaba recogiendo los cuencos y muy sutilmente
aclarándose la garganta. En medio de nuestra conversación, no había
notado que el comedor se había vaciado.

—Ese es nuestro llamado. —Liora me dirigió una rápida sonrisa y


se levantó—. El toque de queda no debería ser por otra hora, pero no les
gusta que merodees.

Rodé fuera del banco.

—¿A dónde vamos ahora?


—Te llevaré a tu cuartel. —Liora esperó a que terminara con el
bolso de nuevo y luego dirigió el camino hacia la salida.

—Caminaré con ustedes hasta que lleguemos a nuestro cuartel. —


Cai abrió la puerta para nosotras.

Salimos hacia el aire libre de la noche. Había cristales como


linternas, colgando de los edificios y salpicando el paso, iluminando
nuestro camino.

—Un segundo —dijo Cai.

Levantó su mano tatuada y sentí la magia tirar de mí como una


corriente en un arroyo. Asumí que acababa de romper el hechizo del
silencio porque dejó escapar un silbido extremadamente alto. Como si
estuviera convocando algo.

Luces familiares aparecieron desde todas las direcciones, volando


hacia nosotros y llenando mi visión. Se reunieron arriba, formando una
unidad compacta. Unas pocas de las pequeñas maravillas cayeron
alrededor de nuestros oídos como lluvia dorada y una se liberó para
inclinarse frente a mi nariz, dejando detrás patrones y un camino
brillante al pasar.

Sobrecogida, dije:

—Los Demonios Alados usaron estos cuando nos atacaron.

—Luces de fuego —las nombró Cai con una sonrisa traviesa—. Se


las encuentra por todo Aldar. No tengo idea de cómo funcionan, pero
dirígeles un silbido y un pensamiento y, si están lo suficientemente cerca
como para oír, vendrán.

Marchó delante hacia el camino. Liora y yo seguimos su camino y


las luces de fuego nos siguieron.

Liora señaló dos edificios a la derecha. Un armario de provisiones,


los baños fae y luego apuntó a un edificio largo dividido en dos
secciones—los Cuarteles. La manada de Wilder, me dijo, estaba al final.

Mi cuerpo se tensó al pensar en los fae que me esperaban allí.

—¿Saben si… alguno de los fae en mi manada tiene magia?


Cai miró hacia atrás y frunció el ceño hacia mí, pero Liora
murmuró:

—¿Por qué preguntas?

—Bueno, ya es lo suficientemente malo que sean fae, pero si


pueden usar magia contra mí…

—Hasta dónde sabemos no hay otros brujos entre los reclutas, pero
incluso si tuvieran afinidad con la magia, no les sería de utilidad en la
arena de entrenamiento. La magia está prohibida allí.

No hubo alivio. Eran fae; no me daba una ventaja.

Cai bufó.

—Una lástima. Me encantaría usar magia para noquear a Tysion


sobre su trasero.

—¿El fae en mi manada?

Él se detuvo.

—Es el peor. A dónde vaya, Dustin y Cole van. Una pequeña


pandilla de horrores. —Mis hombros se alzaron hasta mis oídos—. De
cualquier manera, aquí me quedo. —Señaló a una sección de los
cuarteles—. Así que diré buenas noches.

Liora rió.

—Déjame adivinar, ¿estás dispuesto a apostar si Serena logra


pasar?

Mi corazón saltó.

—¿Es eso verdad?

—No sé de qué hablas —dijo, fingiendo ignorancia—. Pero si


apostara, sería que lo haría. Después de todo, con nosotros como amigos,
¿cómo podría posiblemente hacerlo mal?

Me guiñó, giró sobre sus talones, y se deslizó en un paso largo,


perezoso.
Liora observó a su hermano por unos pocos segundos. Miró sobre
su hombro hacia mí.

—No siempre es así de idiota, lo prometo.

Susurré una risa.

—He conocido peores.

—Espero que sientas lo mismo en un mes.

No dije nada. Dudaba durar una semana.

Liora debía de haber sentido mi humor, porque no presionó por


conversación. Solo me empujó hacia delante.

Con el corazón en la boca, nos acercamos a la puerta de mi cuartel.


Un pequeño gravado de un murciélago me recibió.

Nos detuvimos.

Liora debió darse cuenta de que miraba fijamente la puerta, porque


explicó:

—El murciélago es el emblema de tu manada.

Cuan acorde. Una fea criatura nocturna carente de carisma.

—¿Cuál es el símbolo de tu manada?

—Un Tigre Blanco.

Gemí para mi interior. Sí, por supuesto, Cai y Liora con sus
sonrisas brillantes y su cabello rojo y dorado. Una criatura noble y
majestuosa era acorde.

Liora tomó mi mano, apretándola.

—¿Lista?

Asentí para decir sí, mientras el resto de mi cuerpo gritaba no. Dejó
ir mi mano para abrir la puerta y me hizo señas para que entrara. Luz
emitida por las linternas de cristal colgaba de las paredes de madera. Los
únicos muebles, seis camas individuales, se encontraban una junto a la
otra del lado izquierdo. Al final de la habitación había una puerta abierta
que daba a un baño y lavadero. Era sombrío y expuesto. Había también
una persona—un fae sin alas—descansando en una de las camas
individuales del medio.

—Frazer —habló fuerte Liora.

Pensé detectar una nota de vacilación, pero se dirigió hacia él con


la confianza suficiente. Decidiéndome a no solo acobardarme en el fondo,
me uní a ella a los pies de la cama. Él se encontraba estirado, mirando
por encima de un libro. Sus ojos tiraron de mí—oscuros, azul oscuro,
como una tormenta de medianoche—parpadearon primero hacia Liora
con suave irritación y luego se fijaron en mí. Sus gruesas cejas se
juntaron para dirigirme una severa expresión.

Mis entrañas temblaron.

Sus pálidas fosas nasales se ensancharon delicadamente y mi


estómago se hundió. Quizá olía el miedo en mí… Continuó frunciendo el
ceño, como si yo presentara un acertijo que no podía resolver.

—Ella es Serena —dijo Liora—, se unirá a tu manada.

Frazer dejó el libro a un lado y se paró. Sus movimientos gritaban


depredador: los hombros encorvados, la felina inclinación de cabeza.
Retrocedí un paso. Luego otro. No necesitaba hablar para expresar su
confusión.

¿Por qué? Parecían decir sus ojos.

Incluso sin alas, no lo habría confundido por un humano. No era


como Hunter, con todas sus superficies suaves y ángulos perfectos.
Dónde la visión de Hunter confortaba e invitaba, la belleza de Frazer
hacía todo lo contrario. Estaba cerca de ser aterradora. Una fría máscara,
de ángulos filosos y mejillas ahuecadas.

Una pesadilla hecha realidad. Otro murciélago.

Pero aun así… La manera en que su cabello, que llegaba a la altura


de los hombres, se alineaba con los lados de su rostro, me hizo pensar
que lo usaba como yo lo hacía: para esconderse, para convertirse en una
sombra en la esquina de la habitación.

Con un salto marcado de mi estómago, el resto de sus facciones


cayeron en su lugar. Podría haber sido mi contraparte masculina fae,
aunque su expresión lo hacía parecer un hombre atormentado.
Liora estaba hablando. Su voz me sacó de mi ensimismamiento.

—La Caza Salvaje trajo a Serena aquí.

Ella había leído la pregunta en el silencio de Frazer también.

Liora miró de reojo la habitación rápidamente antes de enfrentar el


escrutinio de Frazer nuevamente.

—¿Supongo que no podrás cuidar de ella? Cuando Cai y yo no


podamos.

Mi rostro se calentó. Frazer me recorrió con la mirada e inclinó su


cabeza como si dijera ¿Por qué haría eso?

Liora pareció interpretarlo de la misma manera, porque respondió.

—No abusas de otros reclutas, aunque eres el mejor luchador aquí.

Creí captar el asomo de una sonrisa, pero debieron ser las sombras
aferrándose a su rostro, porque cuando miré otra vez todavía fruncía el
ceño.

—Entonces —continuó Liora con tranquilidad—, voy a arriesgarme


y decir que no eres como los bastardos con los que compartes techo.

Los ojos de Frazer se estrecharon. Esto podría salir seriamente mal.

—Todo lo que tendrías que hacer es dar un paso adelante si la


escogen como objetivo.

La punta de mis orejas quemaba en este punto. Casi podía oír sus
pensamientos cuando sostuvo mi mirada por un latido. No es mi
problema.

—Puedo hacer valer tu tiempo —presionó Liora—. Hago las tareas


incómodas para Bert, y él es generoso con su dinero.

Sentí una puñalada de gratitud, pero mi orgullo—mi maldito,


estúpido orgullo—se interpuso.

—No lo hagas. Estaré bien.

Los ojos de ella lanzaron dardos hacia los míos. La inclinación de


su boca me indicó que ciertamente no estaría bien.
Liora miró hacia Frazer de nuevo con sus manos ahora apoyadas
sobre sus caderas.

—¿Bien?

Si me hubiera mirado a mí de esa manera, habría retrocedido. Un


destello de calor proveniente de mi collar parecía funcionar como una
señal de advertencia. Liora podría estar bloqueada, pero había algo que
emanaba de ella. Un suave ronroneo, un ruido sordo, como si una bestia
se revolviera.

Pero inmutó a Frazer. Con una sacudida de su cabeza, toda


esperanza de tener un aliado en mi manada desapareció. Se recostó en
su cama y desapareció detrás de su libro. Liora se mantuvo desafiante,
esperando. Luego de un minuto tenso, hizo un sonido disgustado con la
parte de atrás de su garganta y giró sobre sus talones.

La seguí hasta una cama en el rincón más alejado a la izquierda.


Era la única que no tenía las pertenencias de nadie desparramadas o
debajo de ella. Tiré mi bolsa a los pies de la cama.

—Gracias por tratar con él —susurré, lanzando una mirada


disimulada a Frazer.

Ella no se molestó en susurrar para responder.

—Lamento que no funcionara. Pero así son los fae para ti. No hacen
amigos fácilmente.

Dejó escapar una sonrisa. Ambas sabíamos que Frazer podía oír.

—Es lo que hace la reacción de Hunter hacia ti tan sorprendente.


—Liora se acercó.

Crucé mis brazos y miré hacia mis botas, preocupada. Había un


rincón oscuro en mi mente que se enorgullecía de ganar una amistad,
incluso si el fae en cuestión resultaba ser un esclavizador.

—Entonces… —Bajó la voz a un susurro—. ¿Debería dejar que te


acomodes o quieres que me quede?

Vi la oferta por lo que era. Liora se quedaría para enfrentar a los


otros conmigo. Pero no podía sostener mi mano todo el tiempo, por
mucho que la pequeña parte cobarde dentro de mí quisiera que lo hiciera.
Le ofrecí una sonrisa valiente.

—Gracias por ofrecer quedarte, pero estaré bien si puedo dormir.

Casi cambié mi opinión cuando Liora asintió.

—No lo olvides, la primera campana significa que debes ir al


comedor. Te veré allí, 7:30.

Tragué saliva.

—Lo tengo —dije.

Sin advertirme, Liora me atrajo en un rápido abrazo.

—Esperaremos diez minutes y, si no estás en el comedor,


vendremos a buscarte —susurró en mi oído.

Mi coraje chisporroteó como una llama enfrentando al viento.

Liora se alejó y me dirigió una sonrisa tranquilizadora al partir.

—Te veré pronto. —Giró sobre sus talones y caminó hacia afuera,
lanzando hacia Frazer una fría mirada de acero a su paso.

Si lo notó, no reaccionó. Lo observé por un minuto entero, retándole


a encontrar mi mirada. Sin ser cuando volteó la página, se encontraba
imposiblemente quieto, una estatua.

Admitiendo la derrota, me senté en la cama y revolví mi bolso. Los


cuarteles no eran fríos exactamente, pero quien sabía lo que traería la
noche. Abrigarme parecía la mejor elección. Me coloqué mi chaqueta de
repuesto mientras retiraba mis botas y las guardaba, solo en caso de que
alguien pensara que era una buena idea robarme. Luego de colocarme
una segunda capa de calcetines y enterrar mi bolso bajo las sábanas y
trepé a la cama junto a éste, apretujándolo contra mi cuerpo. No tomó
demasiado tiempo para que me calentara. No me saqué nada, de
cualquier manera: cada capa se sentía como una armadura, aunque no
podría decir porqué.

Cerré mis párpados y la oscuridad debajo de mis pestañas me


reconfortó; ciertamente más que una pared blanca, extraña.

Mi mente derivó, primero a John y Viola, ¿estaban saliendo


adelante? ¿Cuánto tardaría Hunter en llevarles mi mensaje?
En algún lugar entre el sueño y la consciencia, mis pensamientos
se dirigieron hacia mi madre. El olor a lavanda y naranja; el suave y
delicado sonido de su voz; la sensación de sus dedos trenzando mi
cabello.

Otra imagen interrumpió esta cadena de sueños y recuerdos: la


visión de alas grises en vuelo…

—¡OYE!
Unas manos tiraron de mis sábanas. Mi corazón chocó contra mi
pecho; la adrenalina inundó mi sistema. Llevé mis brazos frente a mí,
cubriendo mi cuerpo instintivamente.

—¿Quién le dio permiso a una bola de carne para dormir aquí?

—Soy Serena…Soy parte de tu Manada. —Solo pude balbucear.

El macho sobre mí bufó.

—¿Quién dice?

Tenía la misma piel de almendra y pómulos definidos que Hunter,


solo que su boca era un cruel tajo, sin ninguna amabilidad que la
suavizara. Añadiéndole a esto su corto cabello negro y sus alas oscuras,
parecía un enviado de la Muerte.

Un segundo fae uniformado apareció a su hombro. Luego otro,


hasta que una pared sólida de músculo me rodeaba. Y con tres fae de pie
lado a lado, no me tomó demasiado descubrir quiénes eran: Tysion, Cole
y Dustin. Estos matones eran lo que crecí creyendo que eran los fae. Una
imagen de pesadilla que había aceptado como verdad, hasta Hunter. El
miedo se desató en mi interior. Como si se derramara por mis venas, sus
fosas nasales se ampliaron.

Mierda.

No lo muestres. Ponte de pie. Ahora.

La extraña voz femenina alejó el miedo paralizante. Empujándome


fuera de la cama, casi quedé nariz a nariz con el fae de las alas de tinta.
Trató y falló mirar por debajo de su nariz hacia mí. Súbitamente agradecí
a cada estrella el ser alta. Elain podía joderse.

—Hilda lo dice. —Mi mentón se alzó un centímetro—. Solo empecé


a entrenar tarde, eso es todo. —Me encogí en mi interior. Gran idea:
recordarles que tienen la ventaja. Como si necesitaran de otra.

—¿Es eso verdad? Bueno, ¿dónde están nuestros modales? Soy


Tysion —dijo el subordinado de la Muerte—. Este es Cole. —Señaló al fae
bestial junto a él, quien estaba bronceado y era fácilmente el más grande
de los tres con enormes brazos y un cuello grueso. Cabello color ónix caía
por su nuca y una sombra oscura cubría su mandíbula.

La voz murmuró: Es el músculo.

Tysion señaló casualmente al fae pelirrojo.

—Ese es Dustin detrás.

Era el más alto, con cabello de cobre, vino y hebras de fuego, con
alas de ámbar para combinar. Algo acerca de sus ojos grises profundos
hizo que la voz susurrara nuevamente: Él es el cuchillo en tu espalda. El
veneno en tu copa. No lo subestimes.

No dije nada, mientras el silencio se estiraba, el rostro del pelirrojo


se rompió en una sonrisa de araña. Y yo era la mosca atrapada en su
telaraña.

Ten valor.

—Encantada de conocerlos. —Mi respuesta salió en tonos


cortados—. ¿Puedes devolverme mis sábanas? —Señalé hacia la mano de
Tysion.

—No lo creo —gruñó Cole.

—¿Por qué no?

Tragué mientras un segundo par de caninos salían de las encías de


Cole.

—Porque eres humana —dijo con una inclinación sarcástica en sus


labios.
Mis palmas quemaban por palmear lentamente, pero un dejo de
auto conservación me sostenía por el cuello.

Tysion palmeó el brazo de su lacayo.

—No sería sabio antagonizar con él. Cole no es muy bueno


controlando sus urgencias.

—No estaba tratando de molestarlo. Me gustaría volver a dormir…

Un súbito golpe casi me derribó a mis pies. Mi cabeza giró,


temblando mientras un sabor salado y metálico inundaba mi lengua.
Sangre.

—Fuiste advertida —dijo Tysion con frío entretenimiento.

Mantente fuerte, querida.

Molesta con el consejo inútil de la voz, mis puños se cerraron en


pequeñas bolas de furia.

No estás ayudando.

Forzándome a enfrentar a los fae nuevamente, escondí la urgencia


de encogerme y acobardarme frente a la mirada asesina de Cole. Dustin
rió; le lancé una mirada.

—Actúa tan atrevida como quieras —se burló Tysion—. Pronto


verás que Kasi no es lugar para humanos, especialmente mujeres. Una
ramita como tú no durará mucho antes de ser rota en dos.

Cole interrumpió con un gruñido.

—Esta es nuestra manada y no dejaremos que una perra engreída


nos avergüence. Esa es nuestra cama a partir de ahora. —Señaló con un
dedo carnoso detrás de mí—. Tu lugar es en el suelo.

Mi respuesta fue corta, rápida y temeraria.

—No necesitan otra cama.

No vi el segundo golpe venir. Mis oídos tronaron y mi boca se llenó


nuevamente de sabor a sal.
—No es tu asunto el por qué la necesitamos. —Tysion quedó justo
frente a mi rostro—. Dormirás en el piso, o haremos algo peor que
abofetearte.

Una furia temeraria se me apoderó de mí. Suficiente. Descubrí mis


dientes hacia Tysion.

—¿Crees que eres el primero de mis torturadores? No eres siquiera


el peor. Y la última persona que me eligió como objetivo murió con su
pecho abierto y sus entrañas destrozadas.

Llené mis palabras con tanto veneno como era posible. Dustin y
Tysion parecieron vacilar, pero nada podía hacer razonar a Cole.

El tercer golpe llegó. Un dolor afilado y ardiente rompió mi cabeza


en dos. Me doblé hacia delante, cayendo sobre mis rodillas con un ruido
de huesos discordantes. En el borde del desmayo, el dolor estalló en mi
costado. El hierro llenó mis fosas nasales y el olvido me reclamó.
UN DURO COMIENZO
Traducido por Rimed, Yiany & Mary Rhysand

REVOLOTEANDO EN LA oscuridad, mi silenciado gruñido se convirtió


en un gemido de pánico. ¿Me habían cegado? Entrecerrando los ojos,
tomó un momento, pero mi visión se adaptó lo suficiente para detectar el
bajo parpadeo de las linternas. Mi audición identificó los apagados
sonidos de cuerpos durmiendo. Un suspiro escapó de mí.

Me senté cuidadosamente, evaluando el daño. Un dolor punzante


azotó todo mi lado derecho. Esperando que las costillas solo estuvieran
magulladas, mi mano viajó a mi mandíbula, la fuente de otro dolor
pulsátil. Trazando la suave hinchazón, hice una mueca y mordí mi labio.

Poniéndome en cuatro patas, gateé lentamente hacia el sombrío


contorno de mi cama. Busqué a tientas y casi lloro del alivio cuando
encontré mi bolso. Desatando el nudo, revisé el interior.
Sorprendentemente, no parecía faltar nada. Sin querer arriesgarme,
saqué las botas del interior y metí mis pies en éstas, necesitaba estar
preparada para cualquier cosa.

Usando la cama como apoyo, escalé por el borde y me senté,


pensando. Podía arriesgarme a dormir en el colchón y esperar que no se
molestaran en venir en la mañana. No me tomó mucho tiempo descartar
esa idea. Gus y Elain me habían enseñado la naturaleza de los matones:
no habría fin a esto.
No había nada que hacer. Dormiría en el piso, al menos por esta
noche. Los dejaría pensar que habían ganado y decidiría qué hacer luego.
Necesitaría la ayuda de Cai y Liora, a la mierda el orgullo. Entonces,
estaba mi instructor, Wilder. Pero si habían marcado mi rostro, estaban
seguros que escaparían del castigo. No había esperanzas allí.

Bostecé, y mi mente colapsó bajo el peso del agotamiento. Bajando


la mirada, temblé solo de pensar en dormir en el suelo. Una estúpida y
desafiante parte de mí me hizo coger las sábanas y una delgada
almohada. El trio del terror obviamente pensó que el miedo sería
suficiente para evitar que las tomara.

Bajándome, tiré de mi bolso bajándolo de la cama y me retiré al


único lugar en el cuarto que se sentía remotamente seguro: bajo mi cama,
con polvo, pelusas y todo.

Luego de algo así como un minuto, el dolor sordo y punzante tenía


mis ojos con lágrimas apareciendo por las esquinas. Me concentré en
tranquilizar mi respiración. Inhalando por la nariz, exhalando por la
boca. Una y otra vez.

Mis párpados se hicieron pesados.

ALGUIEN ME ESTABA sacudiendo. Mis ojos se abrieron de golpe.


Esperaba ver a Tysion y sus secuaces, pero no eran ellos.

Un rostro femenino me devolvía la mirada. Un dedo en sus labios,


me hizo salir de debajo de la cama. Apreté mis dientes por el dolor en mi
costado y me deslicé fuera. La hembra estaba de pie, ofreciéndome una
mano. La tomé y me levanté. Señaló hacia la puerta y tiró un poco de mi
mano.

Con cautela, escudriñé el cuarto durante medio latido de corazón,


buscando por qué razón la fae me habría despertado. La alarma no había
sonado; cada cama estaba ocupada, todas excepto una. Y había solo una
hembra en mi manada, ella debía ser Adrianna.

Tiró nuevamente. Sin estar más cerca de obtener una respuesta,


decidí ir con ella por ahora. Asentí y seguí sus pisadas mientras mi
mirada se deslizaba sobre las formas dormidas de los otros fae. Mi
corazón casi se escapa de mi pecho cuando un par de ojos se encontró
con los míos. Las linternas emitían suficiente luz para revelar a Frazer,
observando fijamente. No hizo nada. Respiré nuevamente.

Una vez que alcanzamos la salida, Adrianna abrió la puerta y me


señaló para que cruzara. Salí hacia un cielo azul real con un leve toque
de índigo.

Un clic detrás de mí me hizo darme vuelta. Adrianna cerró la corta


distancia entre nosotras y silbó suavemente. Esperé por su llegada. Como
suponía, las luces de fuego aparecieron e iluminaron a la hembra y la
oscuridad con su fiero brillo.

—¿Sabes quién soy?

Asentí, aun suspicaz.

—Adrianna.

Alcanzó mi mirada con sus ojos. Ninguna señal de una sonrisa.


Una inclinación de cabeza, evaluando.

Ancestros ayúdenme.

Teníamos la misma altura, pero a diferencia de mí, ella no era


desgarbada. Sus largas extremidades eran fuertes y seguras. Una
constitución atlética le daba suficientes curvas para marcar una
llamativa figura en su uniforme. Una gruesa y negra trenza serpenteaba
entre agraciadas y escamadas alas de marina. Me tomaron por sorpresa
dado que eran tan distintas a las pieles de cuero que me había
acostumbrado. Casi como un lagarto. Su piel era color bronce y sus ojos
de un aplastante azul cielo. Pero fue la hilera de aretes en sus orejas y
los delicados tatuajes plateados que marcaban su frente y sus clavículas
los que llamaron mi atención. En resumen, esta ridículamente elegante
hembra personificaba todo lo que significaba ser un fae. Así que, ¿qué en
las estrellas podía querer de mí?

Obtuve mi respuesta en el siguiente latido de corazón.

—Y tú eres Serena. —Mi nombre salió de su lengua. Su voz era


aterciopelada, con rastros de un acento—. Hoy, voy a extender un ala y
ayudarte, pero solo tendrás un día. Luego de eso, estarás por tu cuenta.
Estudié su postura; su tiesa espalda y la dureza de su rostro.
Parecía incómoda, como si lo estuviera haciendo contra su buen juicio.

—¿Cómo me ayudarás?

—Soy una de las mejores luchadoras aquí.

No lo dudaba.

—Y es algo pequeño, pero te mostraré mi rutina matutina. —Se


volteó y miró hacia el cielo—. Puede que sea mucho para un humano. —
Me puse en guardia ante eso—. Ya que el único modo en que sobrevivirás
aquí es entrenando más duro y por más tiempo que todo el resto, incluso
estando herida. —Sus ojos se dirigieron a mis costillas, como si supiera
el dolor que moraba allí—. Y cuando los otros descansen, ahí es cuando
tomas un arma.

Mantuvo un aire distante, haciendo que me preguntara porqué se


molestaba conmigo en primer lugar. Suspiró suavemente por su nariz.

—Y supongo que haré que Tysion y los otros dos te dejen en paz.

—¿Puedes hacer eso?

Adrianna enarcó una ceja. Uh-oh.

—Sera un placer. He estado buscando un motivo para aplastar sus


alas en el lodo. —Y con una sonrisa cruel, agregó—: Logré que dejaran
tus cosas en paz, ¿no?

—Mis… —Algo encajó en su lugar—. Los detuviste de robar mis


cosas, ¿cómo?

Estaba impresionada.

Se encogió de hombros, como si no fuera nada.

—Hay más de una forma de despellejar un korgan.

Parpadeé. ¿Korgan?

—Los mantendré alejados de tu espalda, pero eso es todo. —


Adrianna puso sus manos en sus caderas—. No vengas llorando hacia mí
cada vez que te golpees el dedo del pie, ¿Entendido?
No me detuve a pensar. Asentí rápidamente.

—Bien. Sígueme.

Se volteó y se dirigió a la izquierda. Tenía que dar dos pasos por


cada paso de Adrianna, a pesar de que nuestras piernas tenían la misma
longitud. Y el dolor en mi costado significaba que cada respiración
golpeaba mis pulmones como un látigo ardiente. Me mordí el labio por la
incomodidad y no me quejé ni pregunté a dónde íbamos. Adrianna no
parecía el tipo que acogiera preguntas o excusas.

Pero cuando nos desviamos del camino, casi me detuve. La única


cosa por delante parecía ser el lago. Ella debió haber notado mi vacilación
porque dijo:

—Vamos allí a trotar alrededor del lago y luego a nadar.

Me apresuré.

—¿No nos congelaremos?

No era tan frío como en Guantelete, pero aun había frío en el aire.

—Yo no… tú podrías.

Santo infierno.

Adrianna asintió hacia el lago.

—Hay una plataforma hacia la que nado, pero está en el centro del
lago. Tus costillas están magulladas, así que cuando el dolor sea
demasiado, devuélvete.

—¿Cuánto es demasiado?

—Después de que vomitas y antes de que te desmayes.

Sentí cómo me encogía.

—¿Qué hay de nuestras ropas? ¿Cómo las secamos a tiempo para


el entrenamiento?

Adrianna me miró de reojo con una expresión que reconocí de mis


días en Tunnock. Era la mirada de qué-está-mal-contigo.
—No nos quedamos con las ropas puestas —dijo, perpleja—. Las
dejaremos en la costa y las recogeremos después. Entrarás en calor una
vez que corramos alrededor del lago. No cogerás un resfriado.

El terror se deslizó por mis venas mientras daba un vistazo a la


letal y negra masa de agua congelada. Los nervios lanzaron chispas en
mi estómago. Amaba nadar en los ríos y estanques poco profundos de
Tunnock, pero parecían meros charcos comparados con esto.

Adrianna se detuvo junto al lago y se volteó hacia mí.

—Solo diré esto una vez porque no quiero que protestes: tienes muy
poco músculo.

Como si no lo supiera.

—Correr y nadar debería aumentar tu resistencia y fuerza sin


poner demasiado esfuerzo en tu cuerpo. Quieres tonificarlo y
acondicionarlo, no romperlo. Recuerda eso. Además, el frío te enseñara
cómo controlar las respuestas al estrés, pero hay otra ventaja obvia.

—Mmm.

—No perderás tiempo bañándote en los baños de los cuarteles.

No había dudas que esta mujer—hembra—era una de las mejores


si nunca aflojaba ni siquiera para lavarse. Recé para que no pensara que
la comida era un inconveniente también.

—Vamos.

Comenzó a correr. Yo lloré por dentro.

Por cinco minutos intenté seguir el ritmo y fallé. Por los siguientes
veinte minutos, estuve en blanco. Mi concentración se enfocó en
mantener mi cuerpo funcionando, un pie frente al otro, inhalando aire
con mis magullados pulmones y limpiando el ardiente sudor de mis ojos.

Finalmente, finalmente, vi a Adrianna detenerse adelante. Jadeaba


y mi costado gritaba cuando la alcancé y colapsé sobre mis rodillas. Mis
hambrientos pulmones bebieron el aire como si fuera néctar. Las arcadas
secas le siguieron. Gracias a las estrellas mi estómago estaba vacío.
—Suenas como si te estuvieras muriendo. —Adrianna me extendió
una mano.

—Creo que lo estoy.

Ella me levantó y comenzó a caminar. Mis músculos eran gelatina.

Guiándome cerca de la orilla del agua, Adrianna me soltó y


comenzó a desvestirse. Mi cara comenzó a arder cuando desnudó sus
pechos; desvié la mirada, avergonzada.

—¿Te gustan las hembras?

Una pregunta directa pero inocente.

Sorprendida, mi mirada encontró la suya. Estaba de pie sin nada


encima y sin embargo era dueña de cada centímetro. No tenía un marco
de referencia además de mí misma, pero me sentía como una pálida y
boquiabierta mortal mirando a una diosa de bronce. Dolía comparar. Se
podía decir que Adrianna sacaba a relucir mi lado inseguro.

—Tu sangre está caliente —dijo ella a modo de explicación.

—Oh… no es por ese motivo.

Su cabeza se inclinó, así que añadí:

—Los humanos en el Guantelete no están acostumbrados a ver a


nadie desnudo, no hasta que se casan.

Adrianna soltó una ronca carcajada.

—Los humanos siempre fueron lentos.

No estaba segura si sentirme ofendida o divertida.

Su rostro volvió a su máscara distante y huraña, mientras su


postura mostraba aburrimiento.

—Voy a entrar. Sígueme cuando estés lista.

Observé cómo silenciosamente se deslizaba en el lago y nadaba


hacia la plataforma. Sus brazadas eran suaves, rápidas y poderosas,
nada que pudiera igualar.
Con dedos torpes, me quité capa por capa hasta que solo quedaron
mi ropa interior y calcetines. Vi un tronco de árbol ahuecado y pisando
cautelosamente para evitar piedras afiladas, dejé todo en el tronco en
caso de que un errante fae decidiera jugar una broma. Deteniéndome solo
para quitarme rápidamente mi ropa interior, hice mi camino hacia la
orilla del agua.

Cuando el agua alcanzó mi estómago, el dolor en mi costado se


volvió una agonía. Si no me movía ahora, nunca lo haría. Sumergí mi
cabeza y mis músculos gritaron en protesta, y mientras salía a la
superficie el frio se metió profundamente en mis pulmones, apretándome.
Mi respiración se transformó en bruscos jadeos y mi cuello quemaba con
fuego helado. Pateando desesperadamente, hice el nado de mariposa.
Pero mi jadeo se volvió tan violento que tomé agua, tragando y
ahogándome.

—En tu espalda, ahora —escuché a Adrianna gritar.

Me di vuelta. El dolor en mis costillas y mandíbula disminuyó un


poco. Y mi siguiente inhalación no estuvo por ahogarme. Mantuve un
paso calmado; el movimiento y el observar el cielo estrellado convertirse
en un amanecer en ciernes me distrajo. El tiempo se detuvo. Entonces,
Adrianna estaba allí, nadando a mi lado, haciéndolo parecer tan fácil.
Una pequeña parte de mí la odió por eso.

—Terminaste.

Sorprendida, me puse de frente y miré a la plataforma. No estaba


tan lejos. Atrapada entre la voluntad de hierro y la parte cobarde que
quería enrollarse en una bola, exhalé:

—Puedo ir más lejos, me estoy comenzando a acostumbrar.

—Porque tu cuerpo se está aclimatando, pero está agotando tus


reservas de energía. Tendrás calambres luego y aun tienes horas de
ejercicio por delante.

Quería llorar.

—Regresa, ahora. —No era una solicitud.

De vuelta en la orilla del lago y temblando violentamente, me


tambaleé hacia el tronco del árbol. Adrianna había venido a la orilla
conmigo y mientras me ponía la ropa, se cambió en silencio. Mis
extremidades estaban pesadas y temblorosas, pero todavía inclinaba mi
cuerpo y mantenía mi espalda hacia ella. Cuando solo faltaban mis botas,
Adrianna se acercó y preguntó:

—¿Te avergüenzas de tu cuerpo? —Sin filtro. Una demanda


contundente.

Demasiado cansada para mentir, me puse las botas y luego la


enfrenté. Dije la verdad, por horrible que fuera.

—Sí.

Me dio un breve asentimiento.

—Si soy la primera hembra que has visto desnuda, ¿cómo sabes lo
que es normal?

—Los humanos encuentran otras maneras de decirte lo que es


normal. En el Guantelete... había gente que pensaba que me veía tan
rara, que me exiliaron como un niño cambiado.

Adrianna me miró.

—¿Por qué? ¿Qué sucede contigo?

De alguna manera su sinceridad no me molestó. El hecho que


incluso lo preguntara hizo que la apertura fuera más fácil y el pasado
pareciera más lejano.

Me separé un poco cuando las palabras salieron.

—Mi madrastra dijo que me veía como un niño. —Me pasé una
mano por el pelo corto y mojado—. Y me dijo que estaba condenada
porque a los hombres no les parecían atractivas ese tipo de cosas.

Adrianna ladeó la cabeza, observando mi cuerpo.

—No te ves como un niño, y además, los machos no encuentran


una cosa atractiva. A algunos les gustan curvilíneas y chiquitas, a otros
les gustan delgadas y altas. —Sacudió la cabeza hacia mí—. ¿No has
considerado que sea bueno ser cómo eres? Por un lado, no tienes que
arrastrar estos... —Agarró sus pechos y los sacudió—, contigo durante tu
entrenamiento.
No pude evitarlo. Me reí libremente.

Una campana sonó en la distancia. La cabeza de Adrianna se volvió


hacia el ruido, su rostro se convirtió en un ceño fruncido. El tiempo de
juego había terminado.

—Suficiente autocompasión. Vamos al comedor. Siéntate cerca del


fuego. Elije alimentos que te den la mayor cantidad de energía, no los que
te llenen. No querrás vomitarlo delante de los instructores, ya tenemos
demasiados reclutas haciendo eso todos los días.

¿Una broma? No podría decirlo con ella.

Adrianna hizo un silbido y las luciérnagas se dispersaron. El sol


ahora iluminaba nuestro camino. Se alejó en una zancada.

Corrí tras ella, mi mente vagando, soñando con comida caliente y


el fuego que esperaba. Mi ropa se me había pegado con la humedad, y el
aire fresco de la mañana causaba escalofríos en mi cuerpo.

Golpeamos los suaves pavimentos del camino de Kasi, y levanté la


nariz para atraer el olor, así como la panadería de John, profundamente
en mis pulmones. Allí, un tinte amargo de pan creciendo, y ese cálido
encanto, derritiéndose en la garganta, indicando que la torta se había
enfriado.

A pesar de la rigidez que se apoderaba de mis extremidades, me


mantuve a la par de Adrianna esta vez y, cuando entramos al comedor,
mi estómago retumbó de agradecimiento. Nadie estaba sirviendo en la
mesa principal, pero eso no me impidió volar por el pasillo para tomar un
tazón.

Los calderos gigantes de ayer habían desaparecido, reemplazados


por platos de comida caliente y fría para el desayuno. Me mantuve alejada
de cualquier cosa frondosa y verde y fui directo a la alta energía. Avena
llena de miel y azúcar, un delicioso plato lleno de donas, pastelitos y
garras de oso2. El toque final, un vaso de leche. Adrianna se sirvió frutas
y varios bollos dulces a mi lado.

2
N.T. Es un dulce de desayuno popular principalmente en los Estados Unidos. Es un
pastel con levadura aromatizado con almendra cuyas piezas son semicírculos grandes
e irregulares con cortes en los bordes que recuerdan a la forma de la garra de un oso.
Absorta en la comida, no noté la llegada de Cai y Liora hasta que
una voz familiar sonó:

—Ahórranos, ¿quedará algo de comida una vez que termines?

Me di la vuelta para encontrar la sonrisa dentuda de Cai y la suave


sonrisa de Liora, que se desvanecieron en el momento en que vieron mi
cara.

—¡Madre luna!

—¿Qué te hicieron? —Liora se quedó boquiabierta.

Mi mano revoloteó a mi mandíbula.

—No estaban contentos con que me hubiera unido al equipo.

La boca de Liora se abrió con horror. Cai, por otro lado, parecía
asesino.

—No se saldrán con la suya.

—Algo me dice que se han salido con la suya con cosa mucho
peores —dije, intentando parecer indiferente.

Ninguno dijo nada, pero el rostro de Liora se convirtió en una


imagen de pena, y Cai simplemente se quedó mirando mi mandíbula,
frunciendo el ceño.

Adrianna se movió a mi lado y no hizo ninguna señal de bienvenida.

—¿Vienes conmigo? —Con las manos llenas, levantó la barbilla


hacia el banco más cercano al fuego.

—Por supuesto, que iremos contigo —interrumpió Cai.

Mostró sus dientes en una sonrisa burlona, pero Adrianna era más
que un reto para él. Ella lo observó durante medio segundo y marchó
hacia el banco, despidiéndolo tan fácilmente como podría hacerlo con
una mota de polvo.

La garganta de Cai subió y bajó, podría haberlo llamado


intimidado. Me sorprendió mirando y se inclinó para susurrar:

—Tienes algo que explicar.


Se alejó con una sonrisa. Le di una a cambio, el tipo que prometía
respuestas. Los dejé para llenar sus propios platos y fui a reunirme con
Adrianna.

Cerca de babear, me centré en mi comida. Pero después que Cai y


Liora se deslizaran en el lado opuesto con una colección de frutas y
cereales, fue imposible no distraerme de mi atracón por la implacable
mirada de Cai. Excepto, no era a mí a quien estaba estudiando. Adrianna,
por supuesto, continuó devorando su desayuno sin mirar en su dirección.

Los ojos de Liora pronto encontraron los míos, fue la primera en


romper el silencio.

—Al menos no tendrás que vivir con lo que esos bastardos te


hicieron. —Le dio un codazo a su hermano mientras cuchareaba fruta en
su boca.

Cai rompió su vigilancia para volverse hacia mí.

—Mierda, lo siento. No estaba pensando. —Metió la mano en el


bolsillo de la chaqueta y sacó una lata—. Esto es un ungüento. Bajará la
hinchazón y aliviará el dolor. Es posible que se nos prohíba usar magia
durante el combate, pero curar cortes y rasguños no está en contra de
las reglas.

Guiñó. Adrianna dejó de comer para lanzar una mirada gélida en


su dirección. Tal vez pensaba que las costillas magulladas y una
mandíbula hinchada te hacían un mejor soldado. Tal vez esto probaba
que fallaría—que era una cobarde—pero tomé el ungüento con un
asentimiento de agradecimiento y lo froté en las áreas afectadas. El dolor
disminuyó cuando el agudo olor a pino y lavanda picó en mi nariz, y la
aguda punzada que acompañaba a cada maldito aliento se desvaneció.

Dejé que mi alivio y sorpresa brillara a través.

—Eso es increíble.

Le entregué la lata a Cai. La guardó, su expresión volviéndose


sombría.

—¿Qué quieres que yo… nosotros… —Torció una muñeca hacia


Liora—, hagamos aquí, Serena? Podríamos intentar amenazar a esos
bastardos.
Adrianna resopló con desprecio.

—¿Sí? —Cai dijo ligeramente, levantando una ceja.

Ella le mostró los dientes..

—Adrianna se ofreció a advertir a Tysion y a las otras dos —


intervine.

Liora había cambiado a comer cereal; su cuchara se detuvo de


camino a su boca.

—Parece que no necesitábamos a Frazer después de todo.

Me dio una sonrisa peculiar, una que hablaba de una diversión


tranquila y seca.

—Y Adrianna se ofreció a mostrarme su régimen de entrenamiento.


Pensó que podría ayudar.

—Qué lindo —agregó Liora.

El sarcasmo en su voz era muy sutil. Adrianna no pareció darse


cuenta, o simplemente no le importó.

El silencio cayó. Liora había terminado su comida, así que pasó su


tiempo empujando comida frente a Cai, que apenas había tocado nada.
Parecía demasiado interesado en mirar furtivamente a Adrianna cada dos
minutos. Casi podía oírlo decir: Vamos. Nótame. ¡Háblame, maldita sea!

Estaba bebiendo avena con un trago de agua cuando un pinchazo


de calor floreció entre mis omóplatos. Los hice rodar, ignorándolo, pero
la presión siguió creciendo. Masajeando mi cuello y espalda, pude ver a
Liora mirando por encima de mi hombro, una imagen de irritación y
desconfianza.

Me giré en el banco y un par de ojos azul noche se encontraron con


los míos. Frazer se había sentado a la mesa más cercana a la pared del
fondo. El comedor se había llenado lentamente desde que habíamos
llegado, pero todavía había suficientes lugares disponibles. Una
corazonada me dijo que había elegido la más alejada de nosotros por una
razón.
Su mirada dejó la mía y bajó a su plato. Su pelo negro cayó hacia
adelante, cubriendo su rostro. Sentí como si un gancho agarrara en mi
pecho y tirara. Ese extraño tirón me hizo querer sentarme con él. ¿Qué
estaba mal conmigo? Él no quería compañía, era obvio por sus acciones.

—¿Te gusta?

Por supuesto, había sido Adrianna hablando. Debe haberme visto


mirar fijamente.

Una sensación de hormigueo recorrió mis huesos. Reconocí su


canción única de ayer: magia. Mi enfoque cambió a Cai.

—Pensé que no querrías que el macho escuchara —explicó.

Dioses, no.

—¿Qué hiciste? —preguntó Adrianna.

Cruzando los brazos, dijo:

—Es un hechizo que nos protege de fae curiosos.

La sonrisa marca registrada de Cai, notablemente ausente, fue


reemplazada por una mirada muy resentida. Supuse que no tenía nada
que ver conmigo y todo que ver con Adrianna ignorándolo. Algo me dijo
que no estaba acostumbrado al rechazo de hermosas mujeres… hembras.

Adrianna metió fruta en su boca y lo miró fijamente. Un adversario


digno.

Atrapé la mirada de Liora. Ambos apartamos la mirada al mismo


tiempo, cerca de la risa. Eso desapareció bastante rápido cuando
Adrianna agregó:

—Entonces, ¿estás interesada en él? —Su espalda se puso rígida—


. Deberías saber que los fae sin alas a menudo son peligrosos. Solo un
consejo amistoso, tómalo o déjalo.

—No es así. —Negué con la cabeza lentamente—. Él sólo es...

Extraño. Aterrador. Un enigma.

—Creo que es fascinante, incluso si tiene los modales de una bruja


—dijo Liora, viniendo a mí rescate.
Adrianna frunció el ceño.

—No tiene alas y es silencioso, ¿y eso es atractivo para ti?

No estaba picando esa carnada.

La barbilla de Liora subió una fracción.

—No es mi tipo. Pero no diría que no a aliarme con él.

Adrianna gruñó suavemente.

—No me haría ilusiones. La última vez que alguien trató de intimar


con él, los estalló, literalmente.

Liora se encogió de hombros y tomó un sorbo de agua, pero Cai


continuó:

—Oh, no lo sé. —Me sonrió con suficiencia—. Nuestra Serena


podría ser capaz de convencerlo. Obviamente, tiene talento para entablar
amistad con fae solitarios.

—¿Qué significa eso? —preguntó Adrianna, su voz cortándome


como una hoja afilada.

—Nada. —Cai tomó un puñado de pasas y las comió de una sola


vez.

Su intento de imitar su comportamiento desinteresado no pasó


desapercibido. Adrianna dejó escapar un suspiro por su nariz, en parte
exasperación, en parte diversión. Tal vez él la estaba cansando.

—Entonces —dijo Cai, masticando lentamente—, ya que has


perdido todo el ángulo solitario... —Podría haber jurado que un gruñido
salió de Adrianna, pero Cai continuó como si no hubiera escuchado—, y
como nosotros también somos aliados de Serena, ¿tal vez te gustaría
extender esa cortesía a nosotros?

Liora se tensó.

Adrianna se cruzó de brazos.

—No somos aliadas. —Su rostro estaba perfectamente sereno y


agregó—: Le dije que le mostraría lo que tenía que hacer para sobrevivir,
un contrato de una sola vez. Después de eso, está sola. No creo en mimar,
solo intervengo ahora para evitar que Tysion la rompa en pedazos.

Mis hombros se desplomaron, y mi desayuno se revolvió en mi


estómago.

La atención de Cai permaneció enraizada en Adrianna.

—No finjas que ayudarla no es lo mejor para ti.

—¿Qué? —jadeé.

Liora se quedó completamente quieta, mirando a la mesa.

Cai comenzó a hablar con rigidez.

—Muchos reclutas piensan que una de las pruebas será probar a


las manadas en conjunto. Tal vez, te quiere lo suficientemente fuerte para
que no seas el eslabón débil, pero no lo suficientemente hábil para ser
una amenaza.

Asqueroso infierno. Era una idea fea, pero tenía sentido. Observé a
Adrianna, esperando su reacción. Hubo un destello de una furia helada
formándose y luego, nada. Sus rasgos se suavizaron y se deslizó de nuevo
en su piel altiva de sangre fría. Inclinando su cabeza con una especie de
gracia casual que era tanto despectiva como divertida, le mostró los
dientes, como si fuera un depredador que se apoderara de su presa.
Como si estuviera a punto de comérselo vivo.

—Piensa lo que quieras. —Cada nota teñida de hielo, dijo—: Si


Serena no quiere mi ayuda, puede quedarse aquí mientras me dirijo a los
campos de entrenamiento temprano.

Apoyó los brazos sobre la mesa, preparándose para ponerse de pie,


cuando Liora interrumpió.

—Nadie en esta mesa es una amenaza para ti. Eso no cambiará en


el corto plazo, así que, ¿por qué tratarnos como rivales cuando somos
más fuertes juntos?

A diferencia de su hermano, no había rastro de arrogancia u


hostilidad, solo un razonamiento genial. Pareció resonar con Adrianna
porque vaciló.
—¿Qué podrías ofrecer como aliados?

Supuse que tomaría un duro razonamiento, no una oportunidad


de amistad, para convencerla.

—Cai es poderoso. Es un brujo, y aunque no tenemos


clasificaciones oficiales, todos saben que está en la cima —dijo Liora,
argumentando su caso.

Adrianna no parpadeó.

—¿Que hay contigo?

—Soy una luchadora decente. —Con un encogimiento de hombros


y curvando el labio, continuó—. Y tengo un talento para leer a la gente.

Adrianna volvió su atención hacia mí. Intenté no marchitarme bajo


el escrutinio de esos celestes. Ni siquiera se molestó en preguntar. Era
obvio: yo no tenía nada. Me había encontrado maltratada y durmiendo
debajo de la cama. Si eso no decía inútil, no sabría lo que haría.

—¿Mi hermana querida te ha convencido entonces?

Cai parecía listo para explotar mientras sus mejillas y orejas se


enrojecían.

Adrianna enarcó una ceja imperiosamente.

—Lo pensaré. —Se puso de pie y espetó—: Serena, siempre entreno


en la cantera antes que nadie. ¿Vienes?

—Oh... sí —murmuré.

—Excelente idea. —Cai se levantó de su silla.

Liora gimió audiblemente, y Adrianna no dijo una palabra. Desalojó


la habitación sin una segunda mirada.

Compartí una breve mirada de angustia con Liora antes que


nuestro trío la siguiera, despejando el comedor y girando a la derecha en
el camino, juntos.

—¿Es realmente necesario seguir cultivándola? —Liora le susurró


a Cai—. No cada hembra en el mundo te va a encontrar atractivo, ¿sabes?
—No tengo idea de lo que hablas —dijo sin mirarla.

De repente aceleró el paso para caminar junto a Adrianna.

Liora murmuró una maldición bajo su aliento.

—Sin sutileza.

Torcí la boca ante eso.

—Bien hecho, por cierto. Ella se rehusó a siquiera ser mi aliada.

Liora me disparó una sonrisa ladeada.

—Dudo que funcionara. Y te subestimas a ti misma, si alguien


puede cambiar su mente, eres tú.

Reprimí el impulso de resoplar en voz alta, no queriendo romper


sus ilusiones. Había suficientes personas viéndome como incompetente,
incluyéndome a mí misma. Yo tampoco lo necesitaba de Liora.

Llegamos a las tierras de entrenamiento para encontrarlas


desiertas. Adrianna sacó un guardapelo del bolsillo de su chaqueta y lo
abrió. Vi plata líquida de los números 8:02BN debajo de una cara de
cristal. Guardó el reloj y dijo:

—No pasará tanto tiempo antes de que suene la campana, y me


gusta hacer ejercicios de calentamiento antes de eso. Así que, primero,
correremos desde un lado de la pista a otro, dos veces. Si sientes que vas
a vomitar, no lo hagas.

Ugh. Más trote.

—Cierto.

Adrianna me dio una mirada de advertencia, como si sospechara


que me iba a quejar; como si fuera a darle más excusas para dudar de
mí.

—¿Lista? —preguntó Adrianna, su atención centrada en mí.

—Sí.

Adrianna giró a la izquierda y apuntó hacia la valla. Cai ya estaba


trotando para unirse a ella. Ella había puesto su mano sobre la cerca
pero no se movió. Parecía estar esperándonos. Dioses, ¿cómo seguía así
todos los días?

Orgullo y entrenamiento, contestó la voz. En efecto.

Liora me dio una mirada de conmiseración. Mi pulso se intensificó


otra vez cuando fuimos a poner nuestras manos al lado de las suyas. Tan
pronto como Adrianna saltó hacia adelante, saltamos detrás de ella y
corrimos dos vueltas. Cai ganó, para irritación de Adrianna. Pero la
sorpresa real fue que llegué en un tercer lugar muy cercano. Necesitaba
trabajar en mi resistencia, sin embargo. Mi respiración era superficial y
rápida, y mi pecho dolía con cada libra salvaje. Al menos el efecto del
ungüento de Cai no se estaba disipando. El dolor de mi costado y
mandíbula casi se había ido.

Adrianna se alejó de la cerca.

—Sigue mi ejemplo.

Había dirigido la orden hacia mí, pero Cai y Liora prestaron


atención. De espaldas a nosotras, imitamos sus movimientos. Pasamos
de piernas a flexionas a sentadillas.

Inventé cada pintoresca palabrota para ella mientras mis


extremidades se sacudían. Pero no me detuve. Elain había tenido razón
en decir que era intencional. Lo había querido decir como un insulto. Que
me había hecho fría y remota, como una estrella en el cielo invernal. Pero
en este momento, era lo único que me mantenía activa.

Finalmente, piadosamente, Adrianna se dio la vuelta hacia mí.

—Es suficiente. Necesitas un respiro antes que aparezca Wilder y


empiece el entrenamiento verdadero.

¿Estaba llorando? Me llevé una mano al rostro; no, solo sudada.


Me limpié la cara con la manga de mi chaqueta, froté la arena de mis
manos, y colapsé en la cerca. Liora y Cai se tumbaron junto a mí.

Adrianna se rehusó a reducir la velocidad y caminó hacia los cinco


bastidores de armas presionados contra la valla. Tomó una espada y se
movió a través de diferentes posiciones. Fue agotador solo mirarla. La
cabeza de Liora cayó sobre mi hombro. Y cuando el olor a rosas me hizo
cosquillas en la nariz, una sonrisa tocó mis labios. Tal vez esto era
amistad entonces: tener a alguien en quien apoyarse cuando el mundo te
ha vencido sin sentido.

Por los próximos diez minutos, las tres observamos a Adrianna


bailar con una espada en la mano.

—¿De dónde saca la energía? —preguntó Liora en una voz rasposa.

—Pura voluntad —respondió Cai con una sonrisa torcida.

Mantuve la boca cerrada.

La campana sonó, y nos levantamos del suelo mientras Adrianna


regresaba su espada de práctica al estante. Ansiedad y miedo corrieron
a través de mis venas. Suponía que el entrenamiento real estaba a punto
de empezar. Lo que pasó a continuación no calmó mis nervios. Cinco fae
volaron dentro del pozo: dos hembras y tres machos. Cada uno se veía
fiero y guerrero. Llevaban varias armas cada uno. Estaban todos vestidos
con capas de la misma tela y cuero negro plateado, con botas hasta la
rodilla para que coincidieran. Pero su color variaba, al igual que el
tamaño, ya que solo dos de los machos eran grandes o musculosos.

—Son los instructores —explicó Liora sin necesidad.

Señaló a la hembra más alta.

—Esa es nuestra: Goldwyn.

—Y por lejos la más bonita —agregó Cai.

Ella también era dolorosamente hermosa con cabello corto dorado,


y una espalda esbelta soportando alas amarillas.

Cai me codeó en el brazo.

—Debemos ir a conocerla. Te veremos al almuerzo.

Mi corazón cayó en un latido nervioso. Él me guiñó el ojo y se fue


con Liora, quien me dio una sonrisa de ánimo, por sobre su hombro.

—Te veo al almuerzo.

Mi garganta se cerró, así que asentí.


Adrianna se paró junto a mí y señaló con su barbilla al macho fae
más alto.

—Ese es Wilder —susurró.

Ante eso, él se giró y miró en nuestra dirección como si hubiera


escuchado desde más allá de la mitad del campo. Echó a andar hacia
delante, luciendo poderoso, con una pequeña espada y una larga daga
apoyada en sus caderas. Mi pulso saltó y barrió mi cuerpo, llevando una
vibración baja: un zumbido.

Se detuvo frente a nosotras. Maldije el sentido de los fae, esperando


que no escuchara o los dioses prohibieran oler mi cuerpo reaccionando.

—¿Pensé que no te gustaba entrenar con otras personas,


Adrianna?

Su voz retumbó, profunda y áspera. El sonido me picó en la piel y


me prendió fuego en el estómago. Alarmada, luché por el control.

—Solo una vez. —Adrianna le dio un encogimiento de hombros


casual.

—¿Tú debes ser mi nueva recluta? —El peso de su mirada se posó


en mí y me recorrió de pie a cabeza. Como si viera cada debilidad, cada
falla—. Soy tu instructor, Wilder.

Necesitaba decir algo. Él estaba esperando, pero mi cuerpo hervía.


Había olvidado mi propio nombre.

Su cabello atado, un oro caramelo, combinaba con su piel


bronceada. Sus ojos eran de un verde bosque. Las cicatrices que
combinaban con sus mejillas sonrosadas, los músculos y los anchos
hombros, lo marcaron como un verdadero guerrero y acosador de los
campos de batalla. Junto a este macho, los otros parecían muchachos en
juego, y estaba haciendo cosas graciosas en mi interior.

—Sere…

Antes que Adrianna pudiera terminar, solté:

—Ese es mi nombre. Serena.


Mis mejillas ardieron. Esto más allá de visceral. Como ser golpeado
en el estómago, casi cincuenta veces. ¿Qué en la corte oscura estaba mal
conmigo?

Sus labios se torcieron. Por un glorioso momento, pensé que estaba


a punto de sonreír.

No tenía tanta suerte.

—Bien, Serena… —dijo, rodando la “r”.

Me preguntaba qué me podía hacer esa lengua… Maldición. ¡Para


ya!

—Espero que te hayas dado cuenta que no puedo retrasar a los


otros por tu tardía llegada. Entrenaré esta manada al mismo nivel y paso
que antes. Debes hacer lo mejor que puedas para mantener el paso.

—Por supuesto —gemí. Muy bien podría haber sido una oveja.

—No he terminado —gruñó en voz baja.

Mis rodillas chocaron juntas. Se hacía más difícil mirarlo a los ojos.

—Hilda y yo hemos acordado que debo darte lecciones adicionales.


¿Debes volver todas las tardes al aro de entrenamiento, 8 AN entendido?

No sabía si era emoción o miedo lo que se asentó en mi vientre.


Todo lo que podía hacer era asentir en acuerdo.

—No será fácil —dijo Wilder con una sonrisa en su boca—. Incluso
los fae consideran nuestro entrenamiento demandante, y tienes la
desventaja de venir en esto en pobre forma, con solo un mes antes que
empiecen las pruebas.

Algo se rompió en mi pecho. Pobre forma. Esas palabras se


quedarían conmigo por un tiempo.

Wilder continuó:

—Estás aquí porque a Hilda le gusta tu espíritu. Ahora, debes


probar que eres digna del desafío. Los otros reclutas están de camino. —
Inclinó su cabeza como si escuchara—. Serena, sigue el ejemplo de
Adrianna, ella conoce los ejercicios de fortalecimiento de memoria. No
tiene sentido esperar por el resto de la manada.
—¿Cuál será la de hoy, Maestro?

Era la primera vez que la escuchaba sonar remotamente humilde.

—Nivel dos, cuatro series. Continúa con los ejercicios de agarre y


empareja con Serena. Me gustaría que continuaras con tu papel de
mentor.

Me atreví a mirar a Adrianna; si estaba molesta, no lo mostraba.


Simplemente caminó hacia un espacio más cercano al medio. Wilder
agarró mi brazo antes de que pudiera seguirlo.

—No espero que sigas el ritmo, pero eso no es una excusa para
relajarte. ¿Me oyes?

No confiaba en mí para hablar, así que asentí.

Sus ojos se quedaron en mi mandíbula.

—Te mantendré emparejada con Adrianna desde ahora. —Se


acercó más, bajando su voz, lo cual sospecha tenía algo que ver con los
reclutas ahora patrullando a través del portón—. No esperes que le
agrade. Ella solía ser mi compañera. Solo lo hago porque tus heridas me
dicen que no puedo arriesgarme poniéndote con alguien más.

—Frazer está bien. —No sabía por qué sentía la necesidad de


defenderlo—. Y el entrenamiento de Adrianna no debería sufrirlo. Ponme
con quien sea.

Alcé la barbilla. Había hablado con fuego, pero mi interior era hielo.

Wilder me dio una mirada de apreciación.

—Adrianna puede emparejarse con Frazer mañana. Tú estarás


conmigo. Lo haremos por turnos. —Soltó su agarre de mi brazo y
continuó—. Ten en cuenta que mis otros alumnos me llaman Maestro,
pero no eres fae y, por lo tanto, no estás obligada por nuestras reglas.
Puedes llamarme Maestro o Wilder, si lo deseas.

¿Era una prueba?

Inclinó su barbilla a donde Adrianna esperaba.

—Ve.
El comando fue insensible y absoluto. Como si estuviera
acostumbrado a completar la obediencia. Una chispa de desafío se
encendió cuando recuerdos de Elain ordenándome como un perro
inundaron mi consciencia. Pero entonces, la visión de esas cicatrices
gemelas rápidamente extinguió mi veta rebelde.

—Sí… Wilder.

Sus ojos destellaron. Diversión contenida, no podía decirlo.

Troté hacia Adrianna, quien estaba pasando por una serie de


poses. Parecían diabólicamente complicadas y agotadoras.

Sería un milagro si sobrevivía hasta el almuerzo.


LA RUTINA
Traducido por Wan_TT18 & Jasy

MI PRIMER DÍA en Kasi estableció el patrón que ordenó las semanas


que siguieron, con dos notables excepciones. Adrianna cumplió sus
promesas, lo que significa que Tysion, Cole y Dustin no me tocaron: sí,
hubo innumerables burlas e insultos, pero nada que no pudiera manejar.
No estaba tan emocionada cuando su otro voto se mantuvo fiel; Adrianna
se negó a buscarme fuera del aro de entrenamiento. El único signo de esa
amabilidad inicial fue que nunca dejó de despertarme antes de que
sonara la campana. Después de eso, siempre seguía su propio camino.
Su negativa a hablar con nosotros incluso había llevado a Cai a la
sumisión.

Afortunadamente, Cai y Liora compensaron su ausencia. Se


reunirían conmigo todas las mañanas sin falta, y se unirían a mí para
nuestro propio régimen previo al aro de entrenamiento. Irónicamente,
estos momentos fuera de los pozos de entrenamiento con Cai y Liora
fueron mi único consuelo por la implacable rutina y mi constante fracaso
por mejorar. Escuchando sus historias sobre sus vidas antes del
campamento, escuchándolos bromeando y hablando; nunca había
hablado tanto en toda mi vida. Sin embargo, me quedé en silencio cuando
se trataba del collar y de la voz sin cuerpo. No quería que pensaran lo
peor. Probablemente era estúpido. Eran brujos; podrían haber sido
capaces de resolver sus misterios. Sin embargo, desde la golpiza de Cole
se había vuelto frío y silencioso, a pesar de las preguntas que había
lanzado en las horas oscuras de la noche. Estaba empezando a sospechar
que la magia que la sostenía había muerto. Prefería esa idea a la
alternativa de que la voz no era más que un destello temporal de locura,
una forma de consolarme durante el horror del exilio.

Sin embargo, a pesar de esa compañía, una vez que la cuarta


semana llegó, estaba al borde de un colapso. Entonces, durante una
comida de la tarde a mitad de semana, me rompí. Me había devorado la
comida y estaba postergando mi sesión de entrenamiento con Wilder,
cuando Cai pidió sal. Agarré la coctelera... y no pude levantarla. Mis
músculos eran pesos muertos.

Una cosa tan pequeña. Pero quebró mi voluntad de hierro y rompió


mi autocontrol en un millón de pedazos. Me cubrí la cara con las manos,
luchando para sofocar los sollozos. Un apuro familiar me recorrió la piel.
Barrera de sonido.

—Madre, ten piedad, ¿qué te pasa? —Cai dejó caer su tenedor junto
a la pila de papas que estaba consumiendo para mirarme, con los ojos
muy abiertos.

—¿Serena? —Liora puso su mano en mi espalda.

Un encogimiento de hombros y luego salió derramándose.

—Me estoy despertando exhausta. Estoy torturando mi cuerpo


cada minuto. Wilder no intensificará mi entrenamiento hasta que haya
dominado los conceptos básicos. La prueba está a tres días a partir de
ahora, ¿cuánto más puedo hacer? —Una vibración de histeria hizo eco
en mi voz.

Siguió una implacable corriente de aliento. Eso significaba que Cai


empleaba chistes malos y meneaba las cejas, mientras que Liora usaba
una compasión inquebrantable. La pesadez y la ansiedad disminuyeron,
y cuando dejé de respirar con dificultad, Cai se inclinó de manera
conspirativa. Oh-oh.

—Esto te animará —comenzó—. He escuchado algunos rumores


fascinantes sobre cierto macho que todos conocemos.

Me guiñó un ojo y mi garganta se agitó. No les había contado a


ninguno de ellos acerca de mis sentimientos por Wilder. Era demasiado
patético y totalmente absurdo, especialmente cuando me pateaba el
trasero todos los malditos días. Me preparé, deseando que mi cara
mostrara solo una curiosidad insulsa.
—¿Quién?

—Frazer. Aparentemente, no solo está fingiendo todo ese acto de


tipo fuerte pero silencioso para que las hembras salgan volando en su
dirección. —Se apresuró, con los ojos brillantes—: La gente dice que solía
ser un Sami.

Solté un suspiro tembloroso. Fae incorrecto. Y gracias a los


incesantes esfuerzos de mis amigos por educarme, reconocí la palabra.
Sami era el rango de élite en los niveles del ejército fae.

Liora chasqueó la lengua ruidosamente.

—¿Es este aburrido chisme del mismo tonto que te dijo que una de
las pruebas involucraría luchar contra los leones con nuestras propias
manos?

Dejé escapar una risita sofocada. Esa debió ser una de mis teorías
favoritas. Cai definitivamente tuvo un toque teatral.

—Podría haber sido, y todavía no sabemos si la historia del león no


es cierta —agregó, tan afable como solía ser.

Liora puso los ojos en blanco.

—Oh, por favor. Es tan probable como aquello que nos contaste
acerca de pelear con nuestros instructores uno a uno.

Estaba programada para hacer precisamente eso. Y la última vez


que había llegado tarde, Wilder me había ordenado que hiciera cincuenta
flexiones. Casi vomité a sus pies después de los treinta. No queriendo
otra repetición de esa humillación, salí de detrás del banco.

—Tengo que irme.

Cai se despidió, Liora me deseó buena suerte y volvieron a discutir


sobre las pruebas. Salí a la noche, silbé en busca de luz y me dirigí de
vuelta al aro de entrenamiento a la carrera, con una poderosa oleada de
pavor que me pisaba los talones.
WILDER ME HABÍA encerrado en un agarre. Había intentado arrojar
mi peso hacia atrás, deshacerme de él y retirarlo. Todo en vano. Estrellas,
en este punto me conformaría con hacerlo sudar un poco.

Me estaba enseñando cómo combatir un ataque por detrás, pero


había estado en su agarre por tanto tiempo, estaba convencida de que
simplemente disfrutaba verme retorciéndome. Cada onza de astucia y
rabia, cada maniobra que había usado, él la había igualado.

No importaba lo duro que entrenaba, no podía cambiar.


Comparada con la fuerza de Wilder, yo era un gatito. Peor aún, un
insecto. Un insecto que podría aplastar. Podía ser rápida y ágil, pero un
fae podría atropellarme en unos momentos, gracias a sus alas. Tal vez
me hacía infantil, pero se quedó atorado en la garganta. Era tan
deslumbrante injusto.

—Baja la barbilla, Serena.

—Lo estoy intentando —jadeé.

—Esfuérzate más.

Apreté los puños. Dioses, quería golpearlo, tan mal.

Con un empujón gigante y furioso, mi barbilla se hundió lo


suficiente para que la presión en mi garganta disminuyera.

—Bien. Ahora…

Aproveché el momento y levanté el pie, con el objetivo de golpearlo.


Él había movido su pierna hacia atrás antes de que pudiera parpadear.

—Esto no tiene remedio. —Me quedé sin fuerzas.

Los caninos en erupción de Wilder me rozaron el cuello. Mientras


luchaba por inclinarme lo más lejos posible de esos puntos fríos, gruñó:

—¿Vas a obligarme a disciplinarte como lo haría con un fae?

Un momento de pura imprudencia, estimulado por el agotamiento


y la desesperación, me hizo gruñir.

—Adelante. He tenido peores.

Su segundo gruñido resonó en mi espalda, golpeando mis costillas.


—No sabes de lo que estás hablando. Apenas has pasado la
infancia.

Un rubor caliente quemó mi piel. Wilder no se veía mucho más viejo


que yo, pero dada su habilidad, no era difícil creer que era viejo. Debía
parecerle un infante. Una niña, de hecho. Me sentí como una tonta por
no poder controlar mi cuerpo cuando él estaba cerca.

—Serena —ladró—, ¿me estás escuchando? Si estás dispuesta a


rendirte, Kasi no es el lugar para ti.

Sus brazos se convirtieron en una jaula, una prisión, chupando mi


voluntad. Esperé por un estallido de desafío pero nunca llegó. Busqué, a
tientas, un parpadeo, un deseo de luchar y ser libre, pero solamente
había un pozo lleno de sombras y cenizas.

De repente, el collar se estaba quemando y quemando. Ardiendo en


mi carne. A un latido de corazón de gritar y arrancarlo de mi garganta,
llegó la voz extraña que de alguna manera era parte de mí y separada.

No puedes rendirte. Lucha con uñas y dientes y alas. No puedes


medir el sufrimiento en años. Él está equivocado. Ahora, demuéstralo.

Ahí fue cuando llegó la ira. Una marea de llamas, una tormenta de
perfecta claridad. Él no había hecho nada más que criticar y negarme a
reconocer las ventajas de los fae desde que comenzó nuestro
entrenamiento. No le presté atención a que era probablemente antiguo, o
mi maestro, o que para él siempre sería una niña estúpida. Ella—la voz—
tenía razón. Él había presumido que no había sufrido, porque era joven.

Mi temperamento llegó a hervir. Quería hacerle daño.

Deja de rabiar. Empieza a pensar, siseó dentro de mi cabeza.

¿Cómo? Es fae.

Aprende a jugar con sus reglas. Ve por su punto débil.

El calor en mi garganta se elevó a niveles insoportables. La fuerza


aumentó, cubriendo mis huesos e inundando mis venas. Inclinando mi
cabeza, mordí su muñeca. No me contuve. No fue suficiente para extraer
sangre, pero Wilder todavía gruñó y su agarre se deslizó una pulgada.

Bien, pensé salvajemente.


Golpeé mi pie otra vez, usando mi lado izquierdo, mi lado más débil
para sorprenderlo. Al mismo tiempo, metí mi barbilla más lejos y clavé
mi codo en su plexo solar, arrojando mi peso detrás de él. Las tres
maniobras funcionaron. Su agarre se deslizó otra pulgada. Torciéndome,
agachándome bajo su brazo derecho y abrazándome contra su cuerpo,
salí de su agarre.

Hice lo único que pude para mantener el control: fui por sus alas.
Sus magníficas alas verdes, coriáceas. Era un truco sucio, realmente
imperdonable, pero el fuego en mi garganta cantaba en mi sangre. No
retrocedas. No retrocedas.

De alguna manera vio venir el ataque. Sus alas estallaron,


extendiéndose ampliamente.

Una de ellas me apretó la mandíbula; ni siquiera me inmuté.

Apunté a las articulaciones, agarré con ambas manos y tiré hacia


atrás con crueldad. Wilder rugió, golpeando con locura, luchando contra
mi agarre. Dos segundos después de ser lanzado de par en par, coloqué
una rodilla despiadada en la parte baja de su espalda.

Wilder gruñó, pero de alguna manera el bastardo seguía en pie.


Una imagen brilló en el ojo de mi mente. Anticipando su próxima acción,
me moví justo a tiempo. Se catapultó a sí mismo hacia atrás. Giré
alrededor de su cuerpo, con una mano aferrada a un ala, y me lancé
sobre su frente.

Claro, solamente funcionó porque perdió el equilibrio, pero bajó,


dándome la fracción de segundo que necesitaba para atascar mis rodillas
en su pecho y recuperar un agarre de estrangulamiento en sus alas.

Soltó un gemido. Algo me dijo que era un acto para hacerme vacilar.

—Ríndete.

Un gruñido lo atravesó. Era lo suficientemente fuerte como para


alejar mis rodillas.

Hazlo, dijo ella sin piedad.

No me detuve a pensar. Le di a sus alas un tirón salvaje.

—Has hecho un punto —murmuró.


—Dilo —ladré.

—Cosa malévola —dijo. Podría haber jurado que su voz tomó un


timbre más suave y seductor.

Otro truco, me susurró.

Esa voz se había apoderado. Acepté su observación sin


cuestionarla. Cavando mis uñas—garras—en sus alas, raspé la delgada
membrana. Él era fae. Sobreviviría De todos modos, dejó escapar un
pequeño jadeo.

—Dilo —le advertí.

—Admito la derrota. —Su voz sonaba oscura, siniestra.

Lentamente solté mi agarre sobre sus alas. Por supuesto, no podía


simplemente dejarlo ser. Al segundo en que mi dominio se debilitó, se
levantó de golpe y me sujetó los brazos a los costados. Mis piernas se
desprendieron de su pecho, estaba a horcajadas sobre él mientras se
acercaba, de modo que estábamos nariz contra nariz. Apenas lo escuché
por encima de los latidos de mi corazón mientras me gruñía en la cara.

—Eso fue muy, muy estúpido. Atacando las alas de los fae de esa
manera nos puede volver locos, lo suficiente como para matar primero y
hacer preguntas más tarde... Y para hacerme someter, eso es
simplemente cruel.

Sonaba tan serio como de costumbre, pero sus ojos bailaban, y


había un puchero malhumorado en sus labios. Una risa histérica teñida
brotó de mí. Desató un gruñido vicioso.

Poner los ojos en blanco y chasquear la lengua me pareció una


respuesta tentadora. Él no lo entendió. ¿Pero quién lo corregiría? ¿Quién
sería tan estúpido?

Tú lo serías. Una cálida risa sonó.

Ah. Cierto.

Mi barbilla se levantó.

—No me importa. Has estado explotando tus ventajas todo este


tiempo. Necesitaba hacer algo.
Manos fuertes me soltaron los brazos y me afianzaron la cintura.
Sus ojos bajaron a mis caderas, a ese punto de contacto. Una emoción
corrió a través de mi sangre, acumulándose en mi núcleo. No había
pensado, no había considerado que estaba encima de él, a horcajadas.
No pude evitarlo. El deseo hizo un agujero en mis entrañas.

Su mirada se encontró con la mía; las luces del fuego iluminaban


sus pupilas dilatadas.

—Lo sé —dijo, su voz evocando imágenes de sábanas de seda y


miembros enredados—. Es por eso que no te mataré.

—Qué generoso —le espeté.

Sus ojos se volvieron fríos y sus caninos salieron disparados.

—Ya que pareces decidida a actuar como un salvaje, debería


castigarte como un fae.

Mi garganta se onduló de miedo, y tal vez algo más. Sus ojos fueron
allí.

Oh, mierda.

Luché para poner mis antebrazos delante de mi pecho para evitar


que golpeara. Aplastó mi resistencia como si no fuera nada—una
telaraña—y ahuecó la parte posterior de mi cuello, aplastándome contra
su cuerpo. No nos separó ni una pulgada de espacio. Grité de rabia
cuando sus dientes mordieron la carne tan sensible en la nuca de mi
cuello. Era poco profundo, pero todavía dolía.

—Bastardo —siseé.

Su risa viajó a través de mis huesos.

Debía de haberme sentido molesta. Lo hacía…

Debería empujarle lejos y me encontraba… débil.

Pero había otras emociones, otras cosas a considerar. El calor de


su cuerpo colándose por mi piel, el fuego ardiendo en mi interior, el gentil
roce de su lengua, como si intentara compensar el pinchazo.

La presión en mi cuello se detuvo súbitamente y se transformó por


completo en otra cosa: una presión suave, como una mariposa.
—Hay una tormenta eléctrica en tu sangre —susurró. Sin aliento,
incluso quizás sobrecogido.

Las palabras fueron murmuradas contra mi piel. Liberadoramente.


Me relajé, acomodándome a su cuerpo y descansé mi cabeza contra la
suya. Ansiaba su toque, por más. Su cuerpo se tensó y se endureció
debajo de mí.

El agarre en mi cuello se había desvanecido. Esperé a que me


alejara pero, en cambio, recorrió con un roce gentil mi espalda. Podría
haberme ahogado en el alivio; muerto por ello.

Estaba volando alto. Tomé una decisión arriesgada y moví mis


brazos hacia su espalda, tratando de corresponder.

Eso provocó algo; él retrocedió y me alejó de sí. Caí unos pies más
lejos, enfadada pero no herida. Me levanté y lo vi revolverse, parado,
apretando su estómago. Las luces de fuego lo mostraron doblándose y
lanzar sus tripas.

Me mantuve parada, sin moverme. ¿Debería ir hacia él? ¿Tratar de


explicar? ¿Disculparme?

Una vez que retomó el control sobre su estómago, miró hacia mí,
con sudor cubriendo su frente.

—¿Qué me pasa? —dijo Wilder, con voz ahogada.

Di un paso hacia delante. Luego otro. No se movió.

—Lo lamento… es mi sangre. Alguien me dijo aparentemente tiene


más sal y hierro de lo normal, pero…

¿La lujuria me hizo olvidar? Elegí no agregar esa parte.

Wilder limpió su boca con la manga, quitando todo rastro de


sangre. Abrazando sus rodillas, se estiró. Cuando se enderezó, me miraba
de manera diferente: sospechosamente. El espacio entre nosotros parecía
ampliarse, volverse más frío.

—¿Has visto antes esta reacción?

Me decanté por la verdad.


—Uno de los fae que me capturó, me mordió. Quería ir a Media
Luna y era la única manera de probar…

Wilder estaba asintiendo.

—Tu sangre —terminó.

—Tu reacción fue mucho más lenta, sin embargo. Él vomitó justo
luego de probarla. Es por lo que me olvidé —balbuceé.

Frunció el ceño y rompió el contacto visual. Sentí una pinzada de


algo. Deseo, pérdida, no tenía idea.

—Nunca me he cruzado con nada parecido. De repente estaba allí,


quemando un agujero en mi garganta.

Mordí mi labio.

—Aunque mi sangre no tuvo ese sabor enseguida ¿verdad?

Traté de que sonara como una pregunta inocente, como si su


respuesta no significara nada. Wilder no fue engañado. Miró hacia mis
ojos—hacia mí—y la fuerza de su mirada me hizo querer hundir mi rostro.
Luché contra el impulso.

—No, no lo hizo —dijo, con hielo aferrado a cada palabra—.


Serena…

Oh, allí estaba ese tono nuevamente. Lo había oído durante el


entrenamiento numerosas veces. Una advertencia, una reprimenda. Ugh.
Tomó una profunda bocanada como si quisiera limpiar sus fosas nasales
de mi esencia y dijo:

—No debes confundir esa mordida con una proclamación.

Estrellas, ¿cómo lograba siempre meterse bajo mi piel?

—No lo hice. Porque no sé lo que eso significa.

Imitando su frialdad, crucé mis brazos y dejé caer un lado de mi


cadera.

Nuevamente, una mirada de advertencia.


—Sabes exactamente lo que significa —dijo, girando sus hombros
y haciendo una mueca—. Soy lo suficientemente viejo como para ser tu
ancestro, y mientras la diferencia de edad no suele importar en las
parejas fae, sí lo hace cuando uno de ellos es humano. También soy tu
instructor…

Suficiente. Había terminado. Terminado.

—¿Crees que no sé eso?

Wilder tensó su mandíbula.

—Pero lo que acaba de pasar… —Casi me atraganto con las


palabras, en lo que me costaba pronunciarlas—. No fue nada.

—Eres humana —dijo, más alto de lo necesario—. Y claramente no


sabes nada sobre los fae. —Mi pecho se quebró—. Cuando mordemos,
podemos perdernos a nosotros mismos. Eso fue todo lo que pasó aquí
esta noche; sentido abrumado de mi parte, un enamoramiento ingenuo
de la tuya.

Eso hizo un hueco en mí.

—Jódete, Wilder.

Comencé a girar; me atrapó por el brazo, apretando lo


suficientemente fuerte como para dejar un moretón. Tiró de mí hacia él,
sus dientes fuera. Solo que no mordió esta vez. Solo se acercó a mi rostro,
gruñendo. Gran bebé.

—No tienes idea de lo peligroso que es para un humano hablarle


así a un fae. Hemos roto huesos por menos. Si no puedes controlarte,
serás castigada.

Furia pura, sin complicaciones, me atravesó. Fuego creció en mi


garganta nuevamente. Lo saboreé y lo acepté, luego liberando la fuerza
con la que me alimentó. Me alejé, fuerte. De alguna manera funcionó y
me liberó, pasmado. No habiendo terminado, me enfrenté nariz a nariz
con él y le di mi mejor imitación de un fae, descubriendo mis dientes y
gruñendo bajo desde mi garganta.

—No me amenaces. Quizás sea una humana inferior para ti. —


Podría haber jurado que se estremeció por un segundo—. Pero si rompes
cualquier parte de mi cuerpo, entonces que me ayude…
—Sí —dijo, estirando una sonrisa lobuna—. ¿Qué es lo que harás?
No soy ningún tonto. Ese tipo de ataque no funcionará otra vez.

Mis entrañas gritaban que me alejara, pero algo me empujaba.


Bufando una risa, dije:

—No soy estúpida. No iré por tus alas nuevamente, pero los fae
tienen otras debilidades: sal y hierro, por ejemplo.

Dejé que la amenaza colgara en el aire. Parecía cerca de arrancar


mi cabeza, pero en su lugar murmuró:

—¿Acabas de amenazar con envenenarme?

Estrellas, ¿sonaba impresionado?

Había pensado, de hecho, en usar un arma de hierro para luchar


contra él, para igualar las posibilidades, no para envenenarle. La mera
idea me llenaba de vergüenza. Luego de las amenazas de Elain, ¿cómo
podría? ¿Qué pasaba conmigo? Todavía me observaba. Podría retroceder,
disculparme. Pero mi maldito orgullo se interpuso. Mantuve mi espalda
recta, escudándome. Así que me encogí de hombros. Oh, tan casual.

—Tú me amenazaste primero.

Respondió con una risa suave y reluctante.

—De verdad eres una perfecta pequeña salvaje.

Cambié mi peso, tragando. Eso golpeó fuerte, incluso si lo hacía


sonar como un cumplido.

No dejes que te afecte, querida, dijo la voz cantarina.

Parpadeé frente al raro consuelo que ofrecía.

Retrocedió, inclinando su cabeza. Habíamos vuelto a la fría


distancia, entonces.

—Si hubieras escuchado propiamente, habrías notado que no


estaba amenazando. Te estaba advirtiendo sobre lo que otros fae podrían
hacer.

Estiró sus alas sutilmente.


—Por tu propia seguridad, debes mantener un leguaje civilizado en
tu cabeza. Y sobre lo que acaba de pasar, soy primero y más importante,
tu instructor. —Enfatizó esa última parte—, Volverás a adoptar una
actitud respetuosa y a tratarme como a nada más y nada menos que tu
mayor y tu entrenador. Este… —Señaló arriba y abajo hacia mi cuerpo—
, torrente de sangre debe detenerse esta noche.

—¿Torrente de sangre?

—La furia, la ira en tu corazón. Debes mantenerla alejada para


cuando el tiempo sea el correcto y puedas usarla para sobrevivir.

Una parte de mí se avergonzó de mis acciones. Y como no sabía


casi nada sobre el collar, el fuego, o la fuerza que me había otorgado, era
una promesa fácil de hacer.

—De acuerdo.

—Bien —dijo Wilder sin rodeos—. Te veré mañana.

Wilder desplegó sus alas y se lanzó hacia los cielos.

Caminé hacia los cuarteles, limpiando la sangre de mi cuello con


mi manga. En retrospectiva, noté que me había pedido lo imposible. Podía
borrar la evidencia de lo que había pasado, pero yo no podía pretender
que no significaba nada. No había vuelta atrás. No para mí.

EN LOS DÍAS que precedieron a la primera prueba, Wilder retomó su


comportamiento anterior a la mordida. Así que era, básicamente, el
profesor imposible que empujaba y empujaba y nunca decía nada
amable. De cualquier manera, hubo una pequeña mejora. Tenía menos
razones para criticar, porque había empezado a mejorar. No era suficiente
como para convertirme en una amenaza real, pero detuvo a mis
extremidades de temblar luego de cada ejercicio. Wilder introdujo incluso
formas más avanzadas de combate, pero mientras los instructores se
reunían lado a lado para anunciar la prueba a la clase, esos logros se
sentían patéticamente vacíos. Todavía me superaban.
Los mentores: Cecile, Goldwyn, Wilder, Dimitri, y Mikael habían
esperado al final del día de entrenamiento. Todos se encontraban al
borde; malditos bastardos crueles.

Dimitri dio un paso hacia delante. Mi mano se dirigió hacia mi


garganta, un reflejo. Era el más delgado de los instructores machos. Su
piel era de albaricoque, sus rasgos oscuros y sus ojos cubiertos. Sentí un
cosquilleo de calor reconfortante calentar la piel de mi garganta.

—¡RECLUTAS! —gritó la voz grave de Dimitri—. Hoy marca el fin


del entrenamiento regular. Mañana comienza la fase de pruebas.

Murmullos de emoción y gemidos aterrorizados siguieron a su


declaración.

—¡Silencio! —rompió la voz de Dimitri como un látigo.

Cada recluta quedó en silencio y miró hacia él… Excepto yo. No


podía dejar de mirar a Wilder. Si el entrenamiento regular había
terminado, entonces hoy marcaría el final de nuestras lecciones privadas.
Mi estómago se dio vuelta frente a la idea.

Dimitri continuó, observando a la multitud con una expresión


amenazante.

—Mañana, deben reportarse en la entrada detrás de los establos.


—Se estiró para alcanzar su máxima estatura, dejando pasar una pausa
larga antes de proseguir—. Tienen una hora para desayunar.
Comenzamos a las 8:30 BN. La prueba en cuestión pondrá a prueba sus
niveles individuales de resistencia y resistencia. Los resultados de su
manada no significarán nada. —Suspiré con alivio—. Todo lo que deben
hacer es sobrepasar a los demás reclutas. Los dos primeros en rendirse
por su propia voluntad, se desmayan o muestran cualquier señal de
necesitar ayuda médica urgente serán los primeros en irse. Esto no es
negociable.

Dimitri dejó esto asentarse mientras echaba un vistazo a la


multitud con una sonrisa de satisfacción.

Cai dirigió su mirada hacia Liora, que se encontraba a mi lado, y


hacia mí.

—No se rompan nada, entonces —susurró.


Estrellas…

—Este es un mensaje para los fae en el grupo.

Mi cabeza se volvió hacia delante con el sonido de la voz de Wilder.

—Hemos decidido una nueva regla. Una que hace que cada fae lleve
una mochila con peso. Esta prueba es para presionar a cada uno a su
límite y, dadas sus ventajas frente a los humanos, esta es la única
manera de evaluarles como grupo. Volar también estará estrictamente
prohibido durante la primera prueba.

Murmullos furiosos escaparon de algunos fae. Pero yo, yo sonreía


hacia él.

—¡Silencio! —gritó Dimitri, con su leonada piel enrojeciéndose—.


Pese a este nuevo desarrollo, los reclutas humanos deben ser advertidos
de que no aplicaremos esta regla nuevamente, así que no se acostumbren
al tratamiento especial. Y no serán capaces de hacer trampa ni usar
magia tampoco —dijo, mirando hacia Cai.

—Sí, Dimitri —dijo Goldwyn, entretenida—. Creo que todos hemos


entendido tu punto.

Wilder agregó rápidamente:

—Solo recuerden que si cualquiera, humano o fae, trata de


sabotear a otro recluta, serán descalificados inmediatamente.

—Pueden retirarse. —Goldwyn palmeó sus manos.

Dimitri le lanzó una mirada sucia, claramente molesto por haberle


negado la oportunidad de dirigir más amenazas nefastas. La mayoría de
los reclutas se dispersaron pero un puñado se agrupó para hablar entre
ellos. Cai, Liora y yo incluidos.

Un cosquilleo familiar en el aire precedió a Cai diciendo:

—No puedo creerlo. Una prueba de resistencia, qué aburrido.


Cuando hago una apuesta sobre enfrentar a un león come-hombres,
espero conseguir un león come-hombres.

Correspondí su humor con una suave risa y Liora sonrió


débilmente.
Cai pareció notar nuestra falta de entusiasmo.

—Estaremos bien —dijo en un susurro—. ¿Saben eso, verdad?

Compartí una mirada con Liora. Parecía tan nerviosa como yo.
Nada era seguro.

—Li, tus niveles de energía están por encima de lo normal luego del
bloqueo —razonó Cai. Luego volteó hacia mí—. Tú no te rendirás. Eres
demasiado testaruda.

Dejé escapar una risa insegura y observé su rostro. Ni rastro de


duda.

—Serena, creo que Wilder quiere hablar contigo —murmuró Liora,


por la esquina de su boca.

Se había quedado parado en el centro de la arena; los demás


instructores habían levantado vuelo. Wilder capturó mi mirada y me hizo
señas para que me uniera a su lado.

—Te encontraremos en el comedor. —Liora tomó el brazo da Cai y


tiró de él en una rápida retirada.

Caminé hacia donde Wilder estaba parado.

—¿Qué…?

Levantó una mano, silenciándome.

—Reclutas —gritó a los rezagados—. Dejen los chismes para el


comedor o sus cuarteles. Vayan, ¡ahora!

Los pocos miembros restantes de mi clase se retiraron corriendo.


Wilder deslizó sus ojos hacia mí.

—Necesitaba comprobar que estuvieras al tanto de que debes


continuar asistiendo a nuestras sesiones.

Parpadeé.

—El entrenamiento ha terminado…

—Sí —arrastró la palabra—. Las lecciones programadas han


terminado, pero todavía tienes un mes de entrenamiento para ponerte al
día. ¿Cómo esperas mantenerte por ti misma si no mantienes un régimen
de entrenamiento?

—Estoy segura de que Cai y Liora…

Se tensó.

—¿Prefieres aprender de ellos?

Me encontraba en terreno peligroso.

—No, solo creí que no querrías continuar, conmigo siendo un dolor


en el trasero y todo eso.

La sorpresa brilló en sus ojos y me dirigió una rara sonrisa. Eso se


había convertido en nuestra despedida de costumbre desde el incidente
de la mordida. Me llamaba un dolor en el trasero y yo le agradecía. Parecía
disminuir algo de la tensión y agresión derramada durante nuestra
lucha.

Pero la sonrisa desapareció muy rápido.

—Vamos a mantener el entrenamiento porque necesitas la


práctica.

Me estremecí mientras mi confianza disminuía.

—Dos horas adicionales de entrenamiento no me salvarán mañana.

Las alas de Wilder crujieron en su espalda. Como si estuviera


incómodo.

—No. No lo hará.

Mi sangre se tornó hielo en mis venas. No era lo que necesitaba oír.


Especialmente de él.

—Quizás debería perdonar a mi cuerpo maltratado y rendirme


ahora, entonces.

Traté de reír, salió sonando débil. Odiaba la autocompasión en mi


voz. La falta de fe. No había nada más que decir, así que volteé para irme.
—Serena Smith. —El tono de Wilder estaba impregnado de
preponderancia; me detuvo en mi camino—. No eres una cobarde, así que
no actúes como una. Voltea y mírame.

Mi cuerpo estúpido, traidor y bueno para nada le obedeció.

Su mirada era fría pero intensa.

—Escúchame, Kovaysi.

Mi mente tambaleó frente a la última palabra. Quería preguntar su


significado, pero la manera en que se acercó me urgió a guardar mi
lengua.

—No creo que te rindas. —Su espalda se puso rígida mientras


continuaba—. Pero tampoco lo harán los demás. Los humanos están muy
desesperados y los fae son demasiado orgullosos. Los reclutas que han
fallado en el pasado lo hicieron porque sufrieron heridas o colapsaron. A
los instructores no les gusta apartar gente, pero no tenemos opción si no
pueden continuar. Así que, mientras quizás no te rindas…

Inclinó la cabeza como buscando por las palabras correctas. Se las


proveí.

—¿Mi cuerpo quizás tenga ideas diferentes? —Rompí el contacto


visual mientras la desesperación apretujaba mi corazón.

—Mírame, Kovaysi —dijo en un susurro.

Continué observando los establos a la derecha.

—¿Qué significa eso?

—Pasa las siete pruebas y te lo diré.

Mi mirada se encontró con la suya y mi respiración tambaleó un


poco.

—¿Crees que eso es posible?

—Si no lo creyera, no insistiría en continuar entrenándote. —Su


mirada se inundó de una emoción que no podía identificar, mientras
decía—: No habría luchado tanto para que los fae usaran mochilas con
peso.
—¿Por qué harías eso? —Una pregunta cuidadosa.

Se encogió de hombros, como si dijera que no era nada.

—Nunca me ha caído bien que los fae posean ventajas en las


pruebas. Pero siempre ha existido oposición a hacer las cosas más justas.
—Sus fosas nasales se ampliaron—. A decir verdad, me había rendido.
Me recordaste que todavía hay algo por lo que vale la pena luchar.

La emoción saltó dentro de mi pecho.

—Gracias.

Una pequeña curva en sus labios hizo que me derritiera. Maldito


sea.

El guerrero sombrío retornó; sus manos se aferraron detrás de su


cuerpo en una posición de soldado.

—Ahora, seré generoso y te dejaré tener la noche libre. Aunque,


deberías saber, el cansancio no será tu peor batalla mañana. Será la
deshidratación. No permitimos a los reclutas utilizar sus cantimploras,
así que bebe agua en cantidades con anterioridad.

—¿Qué tal si la prueba dura por horas? Beber mucha agua puede
salir mal bastante rápido.

Wilder alzó una ceja.

—Entonces actúa como lo haría un guerrero en el campo de batalla,


méate encima y espera que nadie lo note.

Una risa nerviosa se escapó de mi boca.

Wilder cruzó sus brazos.

—¿Crees que bromeo?

Empujé la carcajada que quemaba por salir.

—No. Está bien, lo entiendo. Mearte encima es preferible a


desmayarte de sed.

Los ojos de Wilder se abrieron con sorpresa.

—De acuerdo, está bien.


—¿Algún otro consejo? —Un pedido sincero. Necesitaba toda la
ayuda que pudiera conseguir.

Su mirada penetrante sostuvo la mía. Como si buscara respuestas.

—Primero, debo hacerte una pregunta sobre la noche en que nos


dejamos llevar.

Nos. Yo no había sido la que drenó sangre.

Cerró la distancia hasta que compartimos respiración. Su mirada


furtiva me hizo creer que esto tenía que ver con evitar a fae escuchando
a escondidas, y nada relacionado a querer estar cerca de mí.

—He repasado esa noche en mi cabeza y la verdad es que no


deberías de haber sido capaz de derribarme. Pocos fae pueden reclamar
haber hecho lo que hiciste y ciertamente ningún humano.

¿Seguro su orgullo no estaba tan lastimado que no podía aceptar


que un humano le había vencido?

Sus cejas se alzaron y su expresión se oscureció.

—Necesito que me digas si has guardado algo durante el


entrenamiento. Un secreto quizás.

Le respondí con alarma creciente.

—¿De qué hablas? Me has visto luchar.

—Exacto. —Me dirigió una mirada dura—. He memorizado tus


movimientos y la manera en la que peleaste esa noche fue algo que no
había visto antes. No debería ser posible.

Tragué el pánico que surgía a la superficie. Sólo estaba adivinando.

—Lo dijiste tú mismo. Jugué sucio.

Sacudió su cabeza y exhaló un suspiro tenso. Evidentemente


frustrado.

—Serena, si hay algo… No es nada que debas ocultar. No en este


reino, por lo menos.

Huh.
—¿De qué hablas?

Los ojos de Wilder se entrecerraron.

—No sentí magia en tu sangre, es verdad. Pero… —Frotó su nuca


y bufó, irritado—. Debo de haberme perdido algo, porque es lo único que
tiene sentido.

—¿Lo es? ¿O es el hecho de que soy humana? —Traté de honrar


sus reglas sobre un tono respetuoso. No era fácil.

Frunció el ceño.

—Serena, si tienes magia, quiero que la uses.

—¿Cómo? No tenemos permitido usar magia en el entrenamiento o


las pruebas.

—Eso no es verdad —corrigió—. Permitiremos magia en algunas


pruebas y por el resto… —Señaló hacia la arena—, no puedes usar magia
ofensiva, pero lo que hiciste esa noche, era como si usaras la magia sobre
ti misma. Eso no es contrario a las reglas.

—Oh.

Guardé ese pedazo de información. Una punzada de miedo y quizás


un poco de alivio se estiraron por mi pecho. Si pensaba que la magia era
la única explicación, quizás la voz y el collar no fueran un hechizo de
locura. Quería decirle; quería respuestas, ¿pero qué pasaba si me
traicionaba? ¿Si se llevaba el collar?

—Debes saber que todo lo que digas quedará entre nosotros…


puedes confiar en que seré discreto —murmuró Wilder.

Me estremecí. Justo como Liora, capaz de ver a través de mí. Por


supuesto que siempre tenía la opción de decir la verdad a medias. En
susurros, conté mi experiencia con la voz de la extraña, dejando fuera el
collar.

Si estaba sorprendido, no lo demostró.

—¿Crees que ella te dio la fuerza para luchar contra mí?

Asentí una vez.


Parecía perdido en sus pensamientos cuando agregó:

—¿De dónde crees que proviene la voz?

—Es difícil de decir. —Mentira o verdad, no estaba segura.

—Si no crees que la magia provenga de ti y te presta fuerzas,


entonces debería haber un conductor. —Su boca se inclinó hacia abajo—
. Cuándo primero oíste la voz, ¿comenzaste a usar algo? ¿Alguien te dio
algo?

Mi boca se abrió. Dioses.

Una sonrisa conocedora se extendió por su rostro.

—Hay algo, entonces.

Está bien, Serena. Confía en tus instintos.

Mis músculos se contrajeron pero algo se rompió en mi interior.


Decidí allí y entonces dejar de llamarla una voz. Si esto era magia—si era
real—debería tener un nombre.

Ella canturreó como si estuviera alegre por mi elección. Por un


momento consideré a Viola, pero se sentía mal. Me quedé con Tita. Era
como los jóvenes en mi pueblo solían llamar a las mujeres mayores.
Nunca lo había usado con Viola—me había dicho que era demasiado
formal—pero parecía adecuado para este fantasma en mi mente. El
canturreo creció más alto. Sonaba complacida.

—Vas a decirme o… —Wilder arrastró las palabras.

Por primera vez, parecía menos que seguro de sí mismo.

Con una decisión tomada, alcancé mi garganta y saqué el collar de


debajo de mi chaqueta. Cubriendo la gota, escondiéndola de ojos
entrometidos, dije:

—Creo que proviene de esto. Ha desprendido estallidos raros de


calor y la voz apareció sólo luego de empezar a usarlo.

Su mano se dirigió a mi cuello y luego se detuvo, dudando. Sus


ojos encontraron a los míos y pidió permiso silenciosamente.
Asentí. Tomó la cuenta hueca y observó.
—¿Quién te lo dio?

—Viola, una amiga de mi pueblo. —La pena torció mis entrañas,


pero me había acostumbrado. Siempre extrañaría a John y Viola—. Pero
ella solo me lo pasó. Perteneció a la familia de mi madre, originalmente.

No había razones para explicar lo demás. Demasiados recuerdos


dolorosos.

Wilder parecía dispuesto a hacer otra pregunta, pero podría


haberlo imaginado.

—Bueno, no puedo sentir nada. Me alegro de que me contaras.

—¿Oh?

—Las pruebas son duras. Es bueno saber que tienes a alguien


cuidando de ti.

Soltó el collar y se alejó. La súbita pérdida de su esencia y su calor


era como si mi cabeza fuera sumergida en agua con hielo. El deseo de
mantenerle cerca tiró de mí. Inhalé de manera entrecortada, despejando
mis fosas nasales de almizcle, sudor y pino terroso.

—Recuerda lo que dije sobre el agua. Y mañana, sacia tu estómago


pero no te pases. Ahora ve. —Señaló la entrada con su cabeza—. Únete a
tus amigos.

Giró, sus alas extendiéndose. Y estúpidamente balbuceé:

—Podrías unirte.

Wilder volteó lentamente. Viendo las profundas líneas marcando


su rostro, me retracté.

—No importa. Lo entiendo, nada de socializar con los


subordinados.

Caminé lejos antes de que pudiera ver el ardor quemando en mis


mejillas. Tracé la mitad del camino cuando creí que le oí decir:

—Gracias, de cualquier manera.

No sabía qué hacer con ello.


Resistir
Traducido por Aelinfirebreathing

LA MAÑANA SIGUIENTE, Cai, Liora y yo, dejamos el comedor para


dirigirnos a las afueras del campo. Habíamos encontrado el salón cargado
con nervios pre-pruebas. Los reclutas se habían inclinado a susurrarse
unos a otros, o se habían sentado mirando fijamente a la nada mientras
su comida se enfriaba. No era una vista acogedora.

Ahora, caminábamos por el camino de tierra y Cai tomó la


delantera con su paso a zancadas.

—Buen día para esto —observó, mirando fijamente el cielo


despejado—. No muy frío, no muy cálido.

Liora balbuceó en un vago asentimiento.

Mi desayuno azucarado y los acompañantes vasos llenos de agua


se agitaron en mi estómago. Habíamos escuchado de otros reclutas que
un curso de obstáculos había sido hecho de la noche a la mañana. Había
otros rumores, incluso más perturbadores.

—¿Crees que en verdad construyeron una pared de fuego?

La piel pecosa tocada por el sol de Liora se había desvanecido hasta


ser parcialmente blanca.

—Estamos a punto de enterarnos.


—Estaremos bien —dijo Cai vigorosamente—. Además de
probablemente hacernos pis encima. Ya me estoy arrepintiendo de haber
tomado el consejo de Wilder.

Hice el intento de hacer una sonrisa débil. No estaba equivocado.


Casi me arrepiento de repetir sus palabras sobre mantenernos
hidratados. También me había asegurado de decírselo a Adrianna. No se
había molestado en agradecerme.

Después de pasar por el aro de entrenamiento, rodeamos el margen


de los establos y tuvimos la primera vista del portón. Las puertas dobles
estaban abiertas de par en par para revelar una vasta expansión de
campo con bosques más allá. Cai se tropezó, deteniéndose de repente.
Liora dejó salir un pequeño jadeo mientras alcanzábamos su lado.

Una sección de césped había sido transformada en un circuito de


obstáculos. Había cuatro barreras de madera, dos escaleras de quince
pies, una pared entablada, y plataformas aéreas gemelas con líneas de
cuerdas suspendidas entre éstas. El rumor de la pared de fuego demostró
ser cierto, y el siguiente obstáculo era una cuerda floja suspendida sobre
un foso de agua. Qué considerado. Una risa forzada bordeada por latidos
pulsantes de miedo explotó en mí.

—Al menos si nos encendemos en fuego, no será por mucho.

Cai encuadró sus hombros.

—Estaremos bien. Vamos.

Nos movimos a través del portón y nos unimos a la creciente


multitud de reclutas. Mientras toda la gloria del circuito me golpeaba,
casi me arrodillo y lloro. Sacos de harina y troncos de leña también
estaban cerca, sin duda otra forma de tortura.

Cai se alzó sobre las puntas de sus pies para escanear la multitud.

—No hay señal de los instructores.

—Así que, ¿cuánto crees que aguantarás, Palo3?

La voz de Tysion me obligó a darme la vuelta.

3
N.T. Hace referencia a que es débil.
—Hazme un favor —dijo, emanando satisfacción—. Aguanta hasta
que alguien más renuncie. Hice la apuesta de que serías la segunda.

Arreglé mis facciones a una máscara sin sentimientos.

—Qué agradable. No sabía que creías tanto en mí.

—Oh, no lo hago. Puedo hacer más dinero si eres la segunda en


rajarse, porque casi cada recluta cree que serás la primera. —Enseñó sus
dientes en diversión, y añadió—: Cortes, vi a Cai con Harmish solo ayer.
¿Por qué no le preguntamos qué apuesta hizo?

El fondo de mi estómago cayó.

—Bastardo. Cortaría mi propio brazo antes que apostar contra un


amigo. No que espere que tú o tus gruñidos estúpidos entiendan eso —
gruñó Cai.

Cole y Dustin instantáneamente volaron junto a Tysion, crujiendo


sus nudillos y lanzando dagas con la vista. Unas cuantas cabezas se
giraron hacia nosotros, pero solo de paso. A nadie le importaba mucho
alguna disputa común entre reclutas. Sucedía muy seguido. Frazer, sin
embargo, no estaba entre el grupo. Mientras nuestros ojos se
encontraron, una arruga se formó entre sus cejas. La mayor
preocupación que ha mostrado, bueno, alguna vez.

—¿Por qué no nos insultas de nuevo y ves qué pasa? —Los ojos de
Dustin se estrecharon con una sombra.

Cai parecía listo para comenzar a repartir golpes. Liora agarró su


brazo con fuerza.

—No tenemos tiempo para esto. Vamos. —Tomó mi mano y nos


alejó a ambos de un tirón.

—Por cierto, Liora, eres una de las favoritas para fallar también —
gritó Tysion tras nosotros.

Liora se estremeció, pero fue rápida para esconder la duda de sí


misma.

—Maldito bastardo —murmuró Cai.


Mis sentimientos eran los mismos. Me liberé de Liora para
voltearme y enseñarles un gesto sucio. Se sintió bien por un segundo,
luego sus muecas y sonrisas crueles me hicieron sentir que perdía mi
desayuno. Pagaría por eso luego.

Fuimos a descansar cerca del campo de obstáculos, y Cai desahogó


su ira quejándose de Tysion. Se silenció de repente mientras la campana
sonaba. Un retorcijón en mi estómago causó que mi cuello se calentara.
Prepárate, susurró Tita.

Los cinco instructores aterrizaron en el campo, no a diez pies de


nosotros. Mi corazón saltó al ver a Wilder, pero su mirada nunca encontró
la mía. Llevaban su usual uniforme negro y plateado; algo sobre eso me
confortó.

—¡Reclutas, adelántense! No tengo ganas de gritar para que los


humanos oigan —ladró Dimitri.

Ugh.

Una vez que estuvimos de pie en un semicírculo cerrado, Wilder


dijo:

—Encuentren al resto de su manada y únanse a ellos: ahora.

Los reclutas se movieron y cambiaron lugares. Mis ojos viajaron a


Frazer como si estuvieran jalados por un hilo invisible. Ayudó que su
cabello como la tinta y su falta de alas destacaban en una multitud.
Susurré a Cai y Liora:

—Los veo del otro lado —susurré a Cai y Liora.

Intercambiamos sonrisas tensas y fuimos por caminos separados.

Llegando a descansar junto a Frazer, me hizo un breve escudriño


de arriba abajo antes de regresar a ignorar mi existencia. No estaba
segura por qué su rechazo descarado me molestaba. Sorprendentemente,
Adrianna vino hacia nosotros e incluso se dignó a darme un pequeño
asentimiento en reconocimiento. Luego, busqué al horrible trío que
completaba el resto de nuestra manada: los Murciélagos. Se hicieron
visibles mientras la multitud escaseó y se fundió en grupos. Los tres fae
nos encontraron con labios curvados y máscaras de piedra.

Irritación arañó mis adentros.


—Deberíamos ir a ellos —les dije a Frazer y a Adrianna—. De otra
forma estaremos esperando para siempre.

Adrianna frunció el ceño, pero cabeceó de acuerdo, y Frazer solo


pestañeó. Dioses, ¿por qué me tenía que tocar la manada disfuncional?
Liderando el camino hacia los fae, me posicioné junto a Dustin, dejando
un considerable espacio entre nosotros.

Afortunadamente no tuvieron tiempo para insultarme porque


Wilder vociferó:

—Comenzarán el circuito de obstáculos con su manada, pero no


tienen que terminarla con ésta. Solo recuerden, esto no es una carrera
para ver cuántas vueltas pueden hacer.

Dimitri lo cortó con suavidad:

—Así que, no se molesten en tratar de impresionarnos.

—Creo que a lo que Dimitri se refiere es que vayan a su paso —


gritó Goldwyn con una sonrisa traviesa. Hizo un gesto al circuito de
obstáculos detrás de ella y añadió—: No habrá descansos hasta que uno
de ustedes se haya ido. Una vez que eso ocurra, nos moveremos hasta la
siguiente fase de la prueba.

Siguiente fase. ¿Había más de una? Mis piernas se debilitaron.

—Mikael, ¿quieres empezar? —preguntó Wilder.

Silenciosamente, Mikael guió a sus seis reclutas a una de las


escaleras de quince pies.

—Todos los fae, recuerden recoger sus mochilas cargadas antes del
inicio del circuito —gritó Wilder a la multitud—. Los encontrarán a los
pies del primer obstáculo.

Goldwyn dejó salir una risa.

—Estoy segura que no lo han olvidado, pobres bastardos.

Dimitri la miró.

—Los Tigres Blancos de Goldwyn pueden ir de segundos.

Goldwyn les lanzó una sonrisa burlona.


Mi ansiedad se intensificó mientras miraba a Cai y Liora alinearse
con su manada. Los Gatos Fantasma liderados por Cecile fueron
después, y luego los Jabalíes de Dimitri. Nuestro grupo fue de último,
terminando la cola detrás de las otras manadas frente a la escalera. Me
posicioné junto a Wilder, sin atreverme a mirarlo.

—Reclutas —Mikael ladró junto a la escalera—, si uno de ustedes


desea renunciar, vayan directamente a su instructor. —Se volvió a su
propia manada—. Serpientes, ¡comenzarán en uno, dos, tres!

No pude soportar mirar. Las otras manadas fueron llamadas


delante de una en una, hasta que finalmente fue nuestro turno.

Wilder se dirigió a nuestro grupo:

—Quiero que ustedes tres vayan primero. —Señaló a Tysion, Cole


y Dustin y continuó—: El resto de ustedes, esperen que ellos despejen los
primeros escalones. ¿Entendido?

Asentí distante.

—Ustedes tres, comiencen. —Wilder movió su barbilla a la


escalera.

Tysion y sus dos secuaces se movieron. Después de que despejaron


cuatro tablones, Adrianna y Frazer se impacientaron y fueron a recoger
sus mochilas cargadas.

Esa fue mi señal. Mi pulso ahora galopando por mis venas, marché
a la escalera. Adrianna ya estaba escalando, pero dudé. Fue solo por un
momento, pero fue suficiente para notar a Frazer reflejando mis
movimientos.

Pestañeé, perpleja. ¿De qué tenía que preocuparse?

Puse mi pie en la tabla de abajo y alcancé el peldaño de arriba.


Comparada con los cuatro fae sobre mí, quienes ahora se acercaban a la
cima, era dolorosamente lenta. Aun así, Frazer se quedó junto a mí. No
tenía idea de por qué; él no era más que capaz de adelantar mi paso.

Aparte de un momento que me detuvo el corazón cuando alcancé


la cima y tuve que cambiarme al otro lado, no tuve ningún problema.
Gracias a los dioses, no me importaban mucho las alturas.
Mis pies pronto tocaron tierra sólida. Respiré un poco más fácil y
me seguí moviendo; no me molesté en correr.

El próximo obstáculo amenazaba más. La pared. No había cuerda;


había necesitado saltar y jalarme a mí misma, lo cual era una acción que
requería mayor fuerza corporal. Algo que mis delgados brazos se negaron
a ofrecer.

Traté de todas formas, aferrándome por un momento, pero no


sirvió. Mis brazos se sacudieron, y mis manos estaban resbaladizas con
el sudor. Me bajé, y de repente Tita estaba ahí, en mi cabeza. Las piernas
son más fuertes que los brazos; úsalas.

Eso significa, ¿qué?

Ella hizo un chasquido alto con la lengua. Tienes piernas largas.


Tan rápido como estén al alcance de la cima, impulsa tus rodillas hacia
arriba y engánchate con una. Jálate a ti misma de esa forma.

Frazer ahora estaba moviéndose sobre la cima y, aun así, para mis
ojos, seguía pareciendo que iba demasiado lento para un fae. Debe ser
una estrategia. Razoné.

Sin detenerme a pensar, hice un salto corriendo y mis piernas


extrañamente largas me llevaron sobre la pared. Me bajé del otro lado;
Frazer seguía cerca, caminando al paso de una babosa. El próximo
obstáculo era otra escalera. Me tomó menos tiempo esta vez, pero lo que
me esperaba luego me llenó de temor.

El circuito hacía un bucle y del otro lado, estaba la pared de fuego.


Respirando superficialmente, caminé al frente, despacio.

Vas a hacer esto rápido, ¿me escuchas?

Tragué el bulto creciente en mi garganta.

Pon tu chaqueta arriba para cubrir tu boca y toma la pared de fuego


en una corrida.

Las flamas no eran altas, pero cubrían un buen estrecho del suelo
frente a mí. Cinco pies, tal vez más.

Hice como Tita sugirió y me preparé.


¡Ve ahora!

Corre, corre, corre. Salta.

Golpeé contra la pared de calor; humo ácido picó en mis fosas


nasales. Aterricé y continué corriendo unos cuantos pasos, la adrenalina
clavada en mi sangre. Una vez que volví en mí, me detuve. No me estaba
quemando y tampoco Frazer, quien se había ido un segundo antes que
yo. Respirando un poco más fácil, llegué a la cuerda floja que se
estrechaba sobre un profundo foso de barro y agua. Por supuesto, Frazer
se había prácticamente saltado la maldita cosa. Mirando fijamente el
agua, una parte de mí quería evitarse el drama y solo nadar a través de
ésta.

Estará fría, advirtió Tita.

Me arrodillé, metí una mano en ella y siseé entre dientes. Cerca de


la congelación. Maldición. Solté un suspiro pesado y me enderecé.

—A la mierda —murmuré para mí misma y caminé por la cuerda


floja.

Hubo unos cuantos balanceos que torcieron mi estómago, pero no


me caí. Un pequeño milagro.

Ah, el próximo obstáculo: dos líneas tensas de cuerda suspendidas


entre dos plataformas. El diseño hacía claro que uno debía cruzar de un
lugar a otro, todo el tiempo balanceándose de una cuerda, suspendida
sobre una caída. Mis brazos se drenaron de fuerza solo de mirarlo.

Subí una escalera en espiral para alcanzar la cima de una


plataforma de aterrizaje cerrada. Frazer estaba ahí, holgazaneando. ¿Qué
diablos estaba haciendo?

Está esperando por ti.

Pestañeé. ¿Qué?

Tita estaba en silencio. ¿Estaba tratando de sacarme fuera de la


competencia? Mantuve una distancia cuidadosa y le di una mirada de
reojo. Estaba solo parado, mirando fijamente hacia adelante.

Un acertijo y un dolor de cabeza.


Volví mi atención a la plataforma opuesta y el espacio entre ellas.
Succioné una respiración afilada. No era la caída de diez pies lo que me
molestaba tanto como los fragmentos de cristal roto en el suelo.

—Mierda —susurré para mí misma.

Frazer tosió a mi lado. Lo enfrenté cautelosamente.

Alcanzó una de las cuerdas encima de nosotros. Aferrándose, subió


sus piernas y las enganchó alrededor. Disparándome una mirada
indicativa, se arrastró a sí mismo por ésta, su mochila tirando de su peso.

Estaba ayudándome. Dioses, esto era confuso.

Es más listo de lo que parece, cantó Tita.

No había tiempo para responder, no con el sonido de reclutas


precipitándose a nuestros talones. Era agotador hacer mi camino hasta
la plataforma adyacente, pero misericordiosamente ejecutable. Frazer
estaba esperando por mí en el otro final. Me bajé al suelo de tablones y
antes de que pudiera moverse, llamé su atención para decir, “gracias”. Se
encogió de hombros, pero también no dejó mi lado.

Nos movimos, bajando otra escalera, golpeamos el suelo, y el


primer obstáculo amenazaba bastante de nuevo. Mi segundo circuito
tenía una sorpresa desagradable: los mentores casualmente lanzaban
proyectiles de humo a nosotros. Malditamente por supuesto, quedé
atrapada en una nube de eso yendo por la cuerda floja. Me resbalé y me
vine abajo sobre agua congelada y gateé por una torta de barro. Las
siguientes pocas amenazas fueron incluso más miserables, y caí en el
foso tres veces más. Al menos no me había quemado…

Cuando Goldwyn gritó a los reclutas que se detuvieran y se unieran


a los mentores, pensé que podría llorar. No había forma de saber cuánto
tiempo había estado ahí, pero horas no parecían una extensión. Frazer
estaba a mi lado mientras cojeaba por la primera escalera. Todavía no
tenía idea de por qué había escogido mantenerse cerca, pero estaba
infinitamente feliz de que lo hiciera.

Una vez que cada recluta manchado de sudor y moteado de barro


se había reunido cerca de los mentores con miradas siniestras, Dimitri
retumbó:
—La siguiente fase no comenzará inmediatamente.

Mi corazón saltó.

—Porque todavía no hemos terminado con la primera —terminó.

Casi colapsé justo entonces y allí.

—Como nadie ha renunciado... o muerto.... —El frío demostrado


en su voz no dijo más que pesar por ese hecho—. Hemos decidido que
debemos estar poniéndoselo fácil.

Me tambaleé y casi traté de alcanzar a Frazer para que me


estabilizara.

—Primero que todo, necesitarán un compañero. Escojan


sabiamente. No quieren a alguien débil a su lado. —Dimitri miró a los
ojos a unos cuantos de los reclutas humanos, incluyéndome a mí.

Mis mejillas se sonrojaron. Cai escogería a Liora. No había duda de


ello. Me volví hacia Frazer y sostuve mi palma fuera. Si su lenguaje era
silencioso, tendría que aprender a hablarlo.

Frazer bajó la mirada a mi mano, frunciendo el ceño. Cuando sus


ojos se levantaron hacia los míos parecían decir, ¿Por qué debería?

Levanté mi barbilla y lo miré fijamente. Somos inadaptados;


deberíamos mantenernos juntos.

Sus ojos se ensancharon como si me entendiera. Una pausa, y


luego un pequeño asentimiento. Tomó mi mano en la suya, pero no antes
de dispararme una mirada que decía simplemente, Mejor que no me
arrepienta de esto.

Juntos, nos volvimos hacia los mentores, esperando por más


instrucciones. Como imanes, Wilder enfocó sus ojos con los míos. Su
mirada viajó a Frazer y finalmente, descansó en nuestras manos
estrechadas. Sorpresa, y puede que un rugido de algo más oscuro cruzó
su rostro. Su expresión se volvió de piedra, y luego lo dejó para observar
a la multitud. En el mismo segundo lo resentí por su indiferencia y me
odié por querer inspirar envidia en él, que las estrellas me ayudaran.

Frazer hizo un ruido resoplando divertido en algún lugar entre un


gruñido, una toz y un estornudo. Mis ojos encontraron los suyos. Sentí
una sacudida alrededor de mi diafragma y un tirón. Instantáneamente,
me sentí expuesta e intranquila, pero también despejada. Como si
hubiera navegado a través de la oscuridad y resistido incontables
tormentas solo para ver un faro desde los acantilados. Excepto que mi
luz vino en la forma de un ceño arrogante y mirada sin expresión.

No me mires así. No puedo evitarlo si encuentro tu drama divertido.

Pestañeé. Sus palabras se habían sentido más cerca esa vez, más
íntimas. Como si las escuchara siendo habladas.

Goldwyn gritó:

—La primera tarea que estarán llevando a cabo con sus


compañeros será lanzar un saco de harina de ida y vuelta. Sin descansos.
Estaremos observando. De alguna forma, se las arregló para hacer ese
sonido como una amenaza y una broma.

La clase se movió frente a las bolsas. Estaba a punto de seguirlos


cuando Frazer apretó mi codo, deteniéndome.

Quédate. Yo lo traeré.

Se fue y mi estómago se volteó. Ni siquiera me había mirado. Esto


ya no era solo adivinar su silencio. Era suficiente. Había solo una sola
persona—cosa—que podría darme respuestas.

¿Qué ratas podridas está pasando? ¿Realmente estoy escuchando


sus pensamientos?

Algo así, dijo Tita, claramente entretenida. Si estoy en lo cierto, él


debe ser capaz de escucharte también. Visualiza una conexión, un hilo o
vínculo, uniéndolos, y luego trata de comunicarte con él. Pero sé cuidadosa.
Si piensa que estás invadiendo su mente, puede que ataque.

Antes de que tenga tiempo de preguntar más, Frazer tomó la


posición opuesta a mí y me lanzó un pequeño saco de harina.

Esto era loco. Completamente loco. Mientras nos lanzábamos el


saco de ida y vuelta, seguí el consejo de Tita e imaginé un delgado hilo
dorado conectándonos. Parcialmente por curiosidad, pero también para
distraerme del dolor llevando mi cuerpo.

Comencé por susurrar por el vínculo, ¿Hola? ¿Frazer?


Y lo observé, pensando que no haría daño tener la expresión facial
para combinar. El rostro de Frazer se arrugó en un ceño fruncido y
sondeó la captura.

Sudor se deslizó por mi frente. ¿Hola? Creo que puedo escuchar tus
pensamientos….

Sus fosas nasales se dilataron y sus ojos se estrecharon. No debería


ser capaz de escucharte o viceversa. He sido entrenado contra los lectores
de mentes. Mis escudos están arriba.

Casi podía sentir la agresión rodar fuera de él, los resortes


apretándose en su cuerpo mientras se preparaba para saltar. Temiendo
que estuviera a punto de desgarrarme a la mitad, divagué, No leo mentes.
Ni siquiera soy una bruja. Pensé que tal vez tú lo eras.

Un quejido de alguna risa medio olvidada viajó por el hilo mientras


me lanzaba el saco de vuelta. Definitivamente no.

¿Estás seguro?

No quería que esto fuera sobre mí.

Soy un fae crecido. Si poseyera tal don, se hubiera manifestado


antes de ahora, especialmente desde que no he hablado con nadie en
años, proyectó. Aunque, seguido me imagino haciéndolo.

Algo hizo clic. ¿Y estabas haciendo eso hace unos momentos,


cuando me dijiste que me quedara mientras traías la harina?

Una pausa.

Supongo que quería que me entendieras, sí. Pero nadie nunca me


había escuchado antes en verdad. No deberían ser capaces de hacerlo. La
magia para activar esto debe venir de ti.

¿El collar? Poniendo eso a un lado por un momento, tenía que


preguntarle.

¿Puedes hablar… o…

Escojo no hacerlo.

Pero, ¿por qué?


Si quisiera explicarles a los extraños, no tendría un problema
hablando con las personas, ¿o sí?

Idiota sarcástico.

Escuché eso, su voz mental chasqueó como un látigo.

Mierda. Genial, ¿así que ahora puedes escuchar cosas que no quiero
que escuches?

Había muchísimos pensamientos atrozmente embarazosos que no


quería compartir, la mayoría involucrado a cierto fae musculoso.

Los hombros de Frazer rodaron. No es como que estoy tratando. Tus


pensamientos solo explotaron esa vez.

Perturbador.

Así que, ¿por qué ayudarme en el circuito de obstáculos? Te has


negado antes de ahora. Estaba desesperada por una razón, no menos
porque quería ignorar el calor abrasador construyéndose en mis brazos.

Lanzó la harina hacia mí con más fuerza. Tu suposición es tan


buena como la mía.

Atrapándolo, añadí, Esa no es una respuesta.

Es la única respuesta que vas a conseguir.

Imaginando el hilo dorado de nuevo, avancé lentamente por él


hasta que alcancé algo que se sintió distintivamente diferente. Algo que
era sólido y distante, y triste, como un susurro de medianoche, o un pozo
silencioso.

No vas a ser capaz de leer su mente así. No deberías tratar. Sus


pensamientos son suyos para compartir, castigó Tita.

Sintiéndome culpable y grosera, respondí, Él me lo hizo a mí


primero.

No, no lo hizo. Piensa en su conexión como dos espejos reflejando los


pensamientos escogidos por el otro. Cuando quieran entenderse el uno al
otro, pueden. Justo como una conversación normal.
Pero me escuchó incluso cuando no estaba tratando de hablar con
él.

Eso es porque eres un canal abierto. Una mente indisciplinada.


Frazer ha sido enseñado a resguardar sus pensamientos y emociones…
Aunque, mientras no puedes saquear su mente a tu voluntad, sus barreras
mentales no te mantendrán fuera. Podrías hablarle y no sería capaz de
detenerte, a menos que se separen lo suficiente del otro. Entonces la
conexión se rompería.

Si estoy tan abierta, ¿eso significa que él puede oírnos?

Estoy escudando nuestra conversación de él, y esconderé cualquier


pensamiento que tengas sobre el collar. En cuanto al resto, necesitarás
aprender disciplina mental. Empezar a construir tu propia pared.

Un pequeño problema: no tengo conocimiento de cómo hacer eso.

¿Por qué no puedes esconder todos mis pensamientos?

Ninguna respuesta.

Dimitri nos gritó para que dejáramos el ejercicio de la harina.


Frazer dejó caer la bolsa como una piedra.

—Creo que pasaremos a otro ejercicio torcedor de estómago. Esto


no los está probando lo suficiente —gritó Dimitri.

Como en indicación, Patti de la manada de Cai y Liora, vomitó y


sus rodillas se doblaron. Goldwyn estaba inmediatamente a su lado,
sosteniendo su cuerpo débil.

Dimitri realmente sonrío, la sonrisa de una víbora.

—Entonces, ¿tenemos nuestro primer abandono?

—Denle una oportunidad —Cecile dijo calladamente.

Dimitri observó a la hembra, su expresión asesina.

Silencio cayó sobre los reclutas mientras Goldwyn murmuraba algo


a Patti. No era exactamente la recluta más amigable, pero era como yo.
Una humana en un mundo fae. Quería tenerla de vuelta. Para que
sobreviviera esto conmigo.
¿Puedes escuchar lo que están diciendo? Pregunté a Frazer.

No. Están susurrando.

El oído fae tenía sus límites entonces.

No tuvimos que esperar mucho por un veredicto. Goldwyn asintió


tristemente a Cecile, quien era la más pequeña de los mentores. Si los
rumores eran ciertos, ella también era la compañera de Goldwyn. Cecile
se giró a los reclutas para confirmar.

—Patti de los Tigres Blancos es ahora la primera recluta en fallar


este circuito.

Susurros se esparcieron por los reclutas como un rayo, muchos de


ellos tintinearon con alivio. No podía culparlos. No realmente.

Cecile continuó:

—Ahora podemos entrar en la siguiente fase. Esta involucrará que


se dirijan al bosque como una manada. —Hizo un gesto a las colinas—.
Seguirán un sendero guiados por su mentor. Después del primer paso,
los dejarán para que corran un circuito de bucle. Sin detenerse de nuevo.
No hasta que alguien renuncie. —Habló suavemente, pero de alguna
forma sus palabras transmitieron.

Mordí mi labio. Nunca había estado fuera de los confines del


campamento, no había parecido seguro para un humano. Ahora, junto
con el resto de la clase, mi cabeza se levantó para revisar el área. Ante
nosotros había un estrecho de hierba de olor dulce, polvoreada con
maleza y flores salvajes por igual, y ondulando en una gentil brisa. La
dominación del campo continuó hasta que el terreno daba pie a laderas
densas de bosques. En el oeste, un río que corría rápido surgía bajando
por estas tierras altas, marcando una clara línea límite entre la pradera
y el laberinto de árboles. La tarea a realizar estaba comenzando a lucir
imposible.

Goldwyn se levantó con Patti en sus brazos. La chica tenía sus ojos
cerrados, tal vez por vergüenza, tal vez por haberse desmayado.

—Como Goldwyn perdió una recluta, será la primera en liderar sus


reclutas al bosque —añadió Dimitri en una voz alta y fría.
—Por supuesto. —Goldwyn inclinó su cabeza hacia Dimitri.
Pareció más un insulto que cualquier cosa—. Pero necesito llevar a Patti
a la enfermería y notificar a Bert. Supongo que tendrás que esperar a que
regrese. —Con una dulce, dulce sonrisa, gritó—: Reclutas, tomen un
descanso.

Hubo algunos vítores estrangulados, pero la mayoría de los


entrenados solo colapsaron al suelo como pesos muertos. Goldwyn se fue
volando, y de repente Frazer estaba a mi lado, hablando por nuestro
vínculo: nuestros espejos gemelos. Deberías sentarte.

No estoy segura que vuelva a ponerme de pie.

Lágrimas amenazaron. Giré lejos para poner un poco de distancia


entre nosotros. No me siguió, pero había un toque tentativo en el borde
de mis pensamientos. Casi como si estuviera palmeando mi espalda,
mostrando comodidad de la única forma que sabía. No estaba segura qué
pensar de eso.

Crucé los brazos y consideré lo que estaba frente a mí. Una ladera
y un bosque. Todo lo que tenía que hacer era seguir caminando al paso.
Aun así, la cáscara exhausta y sucia que tenía por cuerpo me gritó una
simple verdad: no iba a sobrevivir mucho más. Estaba sosteniéndome
junta por puntadas desgastadas. El pánico tocó su fiel melodía.

Frazer tiró de nuestro vínculo. Sostente a esto entonces.

Me volteé para encontrarlo mirando fijamente. Esa era la segunda


vez que había sentido algo que no había querido compartir. Así que,
aparentemente, no tengo disciplina mental, pero tú sí. ¿Puedes ponerme a
tono?

Frazer debe haber sentido el estallido de irritación en mis


pensamientos porque su rostro se nubló.

Yo no pedí esto. Además, no puedo escuchar todo. Al menos, no creo


que pueda. Debes solo estar perdiendo la concentración cuando tus
emociones son particularmente intensas.

Tita había dicho una cosa bastante igual.

¿Cómo aprendiste a escudarte? ¿Podrías enseñarme?


Se tensó. Por un momento, pensé que no iba a responder, pero
entonces estaba diciendo con una agudeza seca, Tuve un maestro
molestamente persistente que me hizo practicar. Un montón. Pero nuestra
conexión, ser capaz de oír y hablar contigo a pesar de tener mis escudos
arriba, es algo que nunca había encontrado. No tengo noción de cómo
controlarlo. Ni siquiera sé si visualizar una barrera mental funcionaría
contigo. Pareces muy… expresiva.

Sentí un escalofrío de intranquilidad. Solo tendría que construir


una pared. Imaginé piedra negra rodeando mi mente.

Sigue practicando.

Envié un gruñido ondulatorio para él y recibí el susurro de una risa


por mi dificultad. Era vacía y rasposa, como si su voz se hubiera olvidado
de cómo hacerla. Dioses, ¿qué lo había hecho escoger vivir así? ¿Perder
sus alas?

Mis divagaciones fueron cortadas a medias por el regreso de


Goldwyn. Los mentores nos llamaron para que los siguiéramos, y caminé
penosamente por el curso de obstáculos para terminar descansando en
el medio del área de hierba. Si la mitad de mi mente no hubiera estado
fatigada y adolorida, hubiera podido apreciar el espacio y la belleza.

Una vez los reclutas se hubieron reunido, los instructores hablaron


entre ellos hasta que Goldwyn rompió y habló.

—Quiero a mi manada detrás de mí, lista para marchar a mi


mando.

Vi a Cai y Liora yendo a reunirse con ella, y envié una plegaria a la


corte de la luz para que ellos lo lograran.

Wilder nos sacudió la mano.

—Murciélagos, somos los siguientes. Reúnanse.

Cojeé y me detuve al lado de Wilder. Casi instantáneamente, ladró


un comando de una palabra:

—Quédense.
Y se volteó lejos. Nos dejó y le murmuró algo a Goldwyn. Le dio una
rápida vista de sus brillantes dientes en respuesta. Algo oscuro y vicioso
se despertó en mi pecho y le rugió a ella.

Pestañeé. Tal vez Wilder estaba en lo correcto: era una salvaje.


Reprendiéndome a mí misma, me esforcé para calmar a la bestia. No era
sencillo: Los rasgos fae perfectos de Goldwyn se mofaron de mí. Mis
manos se cerraron en puños, y mis uñas escozaron para convertirse en
garras.

El retumbo de una risa distante hizo eco por el hilo conectándome


a Frazer. Proteger mis pensamientos tras una pared de piedra negra falló
espectacularmente. Él veía a través de mí.

Deberías repensar tus afectos, Matea. Los humanos usualmente nos


encuentran fríos porque somos conocidos por retener afecto por años hasta
que estamos seguros de alguien. Es una de las razones por las que las
relaciones entre nuestras dos gentes son tan cargadas con dificultades.

¿Qué pasa cuando están seguros?

Depende del fae. O los excluimos o los sostenemos con fuerza y


nunca los dejamos ir.

Mi corazón trastabilló.

Necesitas mantener tu cabeza clara. Piensa en nada menos en


sobrevivir.

¿Como si ya no supiera eso? Luché por endurecer mis defensas


inexistentes contra él.

—¡Muévanse! —gritó Goldwyn a sus reclutas.

Observé su progreso. Giraron a la derecha, dirigiéndose hacia el río


y los árboles. Esperamos cinco minutos, tal vez más.

Wilder llamó nuestra manada hacia delante mientras los Tigres


Blancos alcanzaban el bosque.

—Manténganse juntos, pero no sientan que están pegados a la


cadera. —Fue su único consejo entes de liderarnos hasta el circuito en
un paso rápido.
Me quedé al final, dejando a mi manada adelantarme. Frazer iba
frente a mí, pero se mantuvo a un fácil alcance.

Después de unos minutos, el ritmo de sacudida de rodillas


constante causó que un dolor como tela de araña arruinara mis piernas.
Un músculo se apretó en mi espalda. La sed se convirtió en un problema:
hubiera vendido mi alma por una gota de agua. Luego estaba este líquido
cálido llenando mis botas.

Estaba con los nudillos blancos, apenas sosteniéndome entera.


Cada músculo pulsaba más allá de límites normales y con ningún fin a
la vista. Frazer tiró del hilo conectándonos, pero no fue suficiente. Me
sentí lenta. Trastabillando, en lugar de trotando.

No te rindas, Tita animó.

Un destello familiar en mi cuello tenía a una gota de fuerza


fluyendo a los músculos de mis muslos, aliviando lo suficiente el dolor
para mantenerme en marcha. Mi visión se aclaró un poco, y mi cabeza se
levantó una fracción más arriba.

No puedo seguir haciendo eso, advirtió Tita.

Quería interrogarla, preguntarle por qué y cómo, pero no me


quedaba energía. Ni curiosidad. Así que, en cambio, proyecté, Gracias,
pero sabes que un día necesitaré que me expliques qué estás haciendo, y
quién eres.

Estoy usando magia.

Mi humor se oscureció. Eso era obvio ahora, y ella lo sabía.

Una imagen de una mujer vieja en un sillón apareció en la vista.


Tenía un rostro lineal, largo, cabello blanco y largo, y sonreía como si
estuviera satisfecha por lo que mi imaginación había conjurado. En
cuanto al resto, un día te contaré. Pero no hoy, mi amor.

¿Qué hay de mi conexión con Frazer? ¿Vas a decirme cómo nos estás
ayudando a comunicarnos? O, diablos, me conformo con por qué. El collar
se supone que me proteja. ¿Cómo hablar con él hace eso?

Silencio. Ugh. Está bien.


Desterré la imagen y usé el respiro momentáneo de cansancio para
acelerar y flanquear a Frazer. ¿Cómo lo estás soportando?

Probablemente no mucho mejor que tú, dijo enfadado.

¿En serio?

Nos dan peso por una razón, ¿recuerdas?

Interesante. Pensé que su resistencia y fuerza alcanzaba los niveles


de un dios, pero eso no podía ser cierto.

Nuestro paso se relajó.

—Bien —gritó Wilder al viento—, estamos a punto de cruzar el río


Cutlass. Si se rehúsan, contará como abandono voluntario.

Miré la rápida corriente; recé porque no fuera profundo también.


Wilder se detuvo junto a la orilla de río mohosa. Me estremecí mientras
paraba.

—Si se resbalan, dejen que la corriente los lleve y no luchen. Si


quieren evitar cruzar de nuevo, alcancen la orilla opuesta. Caminen hasta
que alcancen el sendero. —Wilder apuntó a un punto directamente al
frente de donde estábamos—. Cole, puedes ir primero.

Wilder asintió con su barbilla hacia el río. Una orden. Para su


crédito, el macho no dudó.

—Dustin, eres el siguiente.

El delgado macho usó la velocidad para su ventaja. Tysion fue el


siguiente, con Adrianna y Frazer siguiendo sus pasos. De pie, sola con
Wilder, deseé decir algo, pelear con él verbalmente como lo habíamos
hecho en nuestras sesiones. Pero ahora mismo no era el mismo fae. Esa
vena de fría amabilidad y el indicio de humor negro no estaban. En su
lugar estaba la máscara del Guerrero.

Pregunta si puedes beber agua del río, dijo Tita.

Podría haber jurado que sonaba… juguetona.

A la mierda.

—¿Podemos beber agua del río?


No me miró.

—No te detendré.

Frazer y Adrianna, quienes estaban a medio camino por el Cutlass,


inmediatamente se doblaron y tomaron agua entre sus manos unidas.
Estallé en una sonrisa.

Wilder alcanzó mis ojos.

—Tu turno.

Vadeé en él. Al menos mi régimen de mañanas había hecho una


cosa buena: el agua fría ya no me molestaba de la forma que lo había
hecho el primer día. Un cuarto del camino adelante, el río daba por mis
caderas, me detuve para succionar mis manos llenas de agua. Con la sed
saciada, quité el sudor fuera de mi rostro.

Me enderecé para encontrar a Wilder de pie junto a mí. No me


miraba, pero tampoco se estaba moviendo. Adrianna y Frazer ya estaban
del otro lado de la ribera, entrando al bosque. No había nadie más a la
vista ahora mientras la orilla del río nos cubría de ser observados. Mi
cuerpo instantáneamente se calentó. Maldición. Sumergí mi cabeza y
continué, pisando cuidadosamente.

—Lo estás haciendo bien —murmuró Wilder.

—Casi he colapsados unas cien veces —solté, sorprendida.

—Pero no lo has hecho —dijo, estoico—. Y no lo harás. Solo no te


retrases luego de que completes el primer circuito.

—No creo que pueda seguir este ritmo por horas —dije, con un
pequeña voz.

Wilder continuó vadeando lentamente, susurrando por la esquina


de su boca:

—Así es como los reclutas fallan. Usan nuestra ausencia como una
excusa para ralentizarse, y en el segundo que eso pasa, su adrenalina
muere. En el pasado, hemos hecho a los reclutas que se detienen y se
quedan dormidos. Solo toma un momento. Necesitas alguien que te
cuide. Frazer se ha mantenido pegado a ti; úsalo.
No esperó por una respuesta. Wilder se empujó adelante.
Escalando la orilla llena de guijarros, trotó por el camino sinuoso. Hice
mi mejor esfuerzo para seguir el paso, pero al llegar a tierra seca de
nuevo, mis polainas empapadas y mis botas llenas de agua me causaron
incomodidad al escalar. Dejé salir un suspiro pesado, imaginando a mi
cansancio irse con él, y seguí la disposición del sendero del bosque que
forzó memorias que no eran bienvenidas de casa. El camino a casa de
John y Viola era bastante parecido. Como lo era el del ataúd de mi madre,
y el del cementerio en el que mi padre descansaba. No junto a mi madre,
Elain se había asegurado de eso. Ahora nunca estaría frente a ellos de
nuevo. Nunca vería a John y Viola de nuevo. La ola de aflicción rodó y me
inundó.

No pares, no pares, no pares.

Si paras, fallas.

Wilder había desaparecido por el camino retorcido, pero fue un


vistazo de Frazer cojeando lo que me salvó. ¿Estás bien?

Podía sentir el cansancio haciendo eco por el vínculo mientras lo


alcanzaba. Una pregunta estúpida, entonces.

Sobreviviendo, proyectó. Solo esperando que cojas el ritmo.

Me sentí resoplando de incredulidad, pero en cambio repetí las


palabras de Wilder.

Había un pálpito de diversión, pero también algo más, algo forzado.


Qué consejo de mierda. Creo que prefiero solo destrozar a Tysion para que
esta pesadilla pueda acabar ahora.

Una risita áspera salió flotando de mí.

Frazer siguió el paso de todas formas, y me mantuve a su lado. Nos


encontramos a Adrianna primero, y sin una palabra caímos en
formación. Wilder vino después y eventualmente toda la manada estaba
reunida y moviéndose junta por el camino. Notando que los movimientos
lentos y agarrotados de los fae reflejaban los míos, sentí una punzada
viciosa de satisfacción. El peso adicional realmente había emparejado las
posibilidades.
Por supuesto, mientras el camino se empinaba, estaba sufriendo
tanto como cualquiera. El agua chapoteando en mis botas y la ropa
mojada frotándose contra mi piel saturó mis pensamientos. Una
irritación constante.

Finalmente llegamos a un plató de piedra—una plataforma de


observación—donde los árboles se aligeraron, la hierba crecía bajo los
pies, y el campo yacía a nuestros pies, Wilder se detuvo y se volvió hacia
nosotros.

—Los dejaré ahora.

—Pensé que era el final… Maestro —gruñó Cole.

—Técnicamente, sí —dijo Wilder duramente—. Pero este es el


último trecho del circuito. Es todo colina abajo desde aquí hasta Kasi, y
es más fácil cuando los reclutas lo recorren a su propio paso. Les dará
bombeo de sangre y el regocijo debería ayudarlos a impulsarse por el
segundo circuito.

—¿Cómo sabemos cuándo alguien renuncie, Maestro? —Tysion


arrastró las palabras.

—Les dirán cuando se acerquen al campamento y estén a punto de


comenzar un nuevo circuito —respondió Wilder—. Ahora, haremos esto
escalonado, así que, ¿quién quiere ir primero?

—Yo lo haré —chilló Adrianna.

Wilder asintió.

—Bien. Puedes irte.

Se fue cogiendo impulso; algo me dijo que era por el beneficio de


Wilder. Traté de no pensar cosas feas y fallé. Dustin fue el siguiente y los
otros le siguieron uno por uno hasta que solo estábamos Frazer y yo.
Luego, mientras él desaparecía alrededor de una curva en el bosque, lo
sentí jalar del vínculo como para llamar mi atención.

No iré rápido. Déjame saber cuándo te acerques.

Lo haré, le dije.

Wilder aclaró su garganta.


—Tomaré una ruta diferente al final del circuito. —Sonaba tenso,
preocupado incluso—. Los instructores tienen unos cuantos… ayudantes
vigilando los movimientos de nuestros reclutas. Recuerda lo que dije: no
te detengas a descansar y... —Sus se soportaron en los míos—, no estés
tentada de sabotear a los otros, porque nos enteraremos.

Mi boca se endureció con irritación.

—No puedes seriamente creer que haría eso…

Sus labios a penas se movieron mientras murmuraba:

—No, pero otros podrían.

Con eso echó a correr, convirtiéndose en una mancha en el camino


detrás de mí.

¿Qué en las malditas cortes había sido eso? ¿Una advertencia?

Sacudiendo mi cabeza para que se aclarara, corrí por la dirección


opuesta. El camino se convirtió en una suave pendiente colina abajo;
incrementé mi velocidad. Mi paso era a trompicones, pero el camino de
hierba pisoteada era suave y regular. El viento me golpeaba al pasar y el
regocijo llenó mi centro, endureciendo mis piernas.

Mientras me unía al lado de Frazer, una risa salvaje se liberó.

Sus pensamientos empujaron los míos. ¿Quieres ir más rápido?

Le mostré los dientes con entretenimiento malévolo. Juntos,


corrimos como rayos hacia adelante y nos mantuvimos en sincronización.
Con el pulso cantando en mis venas, la brisa refrescando mis mejillas,
me sentí desatada. Libre.

Una risa salvaje como un graznido que vino de mi lado, de Frazer,


hizo que mi cara se rompiera en dos con una sonrisa. Eso murió en el
momento que Tysion apareció adelante en el camino. Frazer se movió a
mi derecha, agarrando mi mano, y me sacó fuera del camino. No fuimos
lejos, pero mantuvimos una distancia saludable del macho. Frazer no me
soltó hasta que lo habíamos pasado. En el segundo que lo habíamos
hecho, nos separamos, y en un acuerdo silencioso, no nos molestamos
en regresar al camino. Casi no noté cuando pasamos a Cole, quien estaba
corriendo también por el sendero designado. Doblamos nuestra velocidad
de nuevo, y el circuito pasó. Minutos, tal vez segundos, transcurrieron.
No podíamos ver más el camino.

Frazer desahogó sus sentimientos con otra risa salvaje y volteó un


leño caído.

Presumido.

Su respuesta por el vínculo fue un rayo de alegría desbocada.


Luego, la siguiente emoción lanzada hacia mí fue pánico. Frazer giró y
corrió directo hacia mí.

¿Qué está mal? dije lentamente. Miedo apretó la alegría fuera de


mí.

Dustin nos está rastreando.

Me detuve. ¿Por qué?

No lo sé. Lo pasamos hace un minuto.

Frazer llegó a mi lado justo mientras Dustin apareció desde atrás.


Sus mejillas estaban tan rojas como el cabello sobre su cabeza. Vagó
hasta nosotros, su espalda jorobada, sus fosas nasales dilatadas. El
instinto se abrió paso dentro de mí, desbordando más adrenalina a mi
sistema. La respuesta de una presa.

Dustin olfateó el aire, bebiendo de mi miedo. Pero Wilder me había


dado algo, una forma de amenazarlo. ¿Lo había sabido?

—Te expulsarán si tratas de sabotear a otro recluta.

—¿Quién va a decirles? ¿Tú? Nunca le creerían a un humano antes


que un fae, y en cuanto a esa monstruosidad…

El gruñido de Frazer vibró al final de su garganta.

Dustin respondió con enojo satisfecho.

—Cai tenía razón sobre ti —dije.

Eso hizo que sus ojos se estrecharan. Bien.

—Eres un estúpido trol si crees que los instructores no tienen el


circuito cubierto con fae. Lo verán, sabrán…
Las palabras murieron en mis labios mientras Dustin enseñó sus
dientes.

—Si hubiera algún fae extraño cerca, lo olería y lo escucharía, tú


perra estúpida —se mofó.

Mi corazón dio tumbos y se hundió.

Dustin dio un paso cerca.

—¿Seguro no te has conseguido otro guardaespaldas? Primero


Adrianna y ahora este gusano sin alas.

Frazer no se movió. Una calma fría emanó de él. Su lenguaje


corporal gritaba confianza con su cabeza alzada, casi divertido, y sus
brazos colgaban sueltos a sus lados.

Dustin lo debe haber notado también porque sus ojos repararon en


mi fae protector, la amenaza real.

—Algo me dice que este solo está interesado en una puesta fácil.
Realmente no levantará un dedo para detenerme de hacer lo que es
necesario. —Sus ojos centellaron y su espalda se arqueó—. Porque si te
noqueo, un golpe, sin marca, este infierno se acaba. Y solo eres la perra
que se quedó dormida.

Quería golpear los dientes de Dustin por su garganta, pero sabía


que las palabras eran destinadas a Frazer. Todo para convencerlo de que
no valía la pena buscar problemas por mí. Preocupada de que pudieran
estar funcionando, traté de sentir las intenciones de Frazer. O proyectó
sus sentimientos o sus barreras estaban abajo porque todo estaba ahí:
un vórtice ondulante de ira negra y sin piedad. Una tormenta de rabia
sangrienta.

Me giré hacia Dustin, sonriendo.

Saltó. El cuerpo de Frazer se hizo borroso.

Chocaron el uno con el otro, la fuerza me noqueó atrás.


Revolviéndome, me alejé de ellos, mientras daban trompicones hacia el
aire. Uno, dos… cuatro segundos más tarde, Frazer tenía a Dustin sujeto
y mordió su garganta. La preocupación hizo un nudo en mi estómago
mientras sacudía su cabeza, como un lobo chasqueando el cuello de su
presa.
¿Frazer?

Gruñó. Dudé. ¿Se volvería en mi contra en este estado?

No te lastimará, me dijo Tita. De nuevo, de forma críptica. Sin


embargo, tomé coraje de eso.

—Frazer. Suficiente. Cole y Tysion pasarán por aquí pronto.


Tenemos que irnos. Dustin captó el mensaje. ¿O no? —demandé.

Silencio. Frazer gruñó y mordió más fuerte.

—¡Sí! Capté el jodido mensaje —soltó Dustin—. Ella es tu perra. No


la tocaré.

¿En serio? ¿Eso es lo que pensaba?

Frazer guardó sus colmillos y siseó en advertencia antes de soltarlo


y alejarse. Dustin se levantó, presionando una mano sobre la mordida
para detener el sangrado.

—Te arrepentirás de esto —dijo curvando sus labios con


arrogancia—. Ambos lo harán.

Un latido de rabia enfurecida pulsó del otro lado del hilo. Algo me
dijo que esto era en realidad parte de Frazer, algo constantemente
hirviendo bajo la superficie, lista para saltar y devorarse al mundo.

No me asustaba. Con preocupación, se sentía—sabía—familiar.

Fui a tocar el codo de Frazer. Solo un ligero toque para traerlo de


vuelta al momento.

—Vamos.

—Esto no se ha acabado —gruñó Dustin con veneno fresco—. Todo


lo que tengo que hacer es enseñarle a Wilder esta mordida…

Una línea caliente de furia cortó a través de mí.

—Haz eso, y vamos a ver a quién le cree. Solo recuerda, no soy yo


la que desprecia. —Un engaño.

Dustin expulsó una risa afilada.


—¿Crees que un fae renombrado le creería a una humana sobre un
fae? ¿Qué hiciste, le abriste tus piernas?

Eso golpeó un nervio.

—Hay un fae parado justo frente a ti.

—¿Él? —Dustin escupió a los pies de Frazer—. Es mudo. ¿Qué va


a hacer? ¿Mímicas? ¿Actuar lo que pasó? Es una broma.

—Todo lo que tiene que hacer es asentir para confirmar mi historia.


Así que, por favor, ve a llorarles a los instructores. Me alegraría el día si
eres expulsado.

Me volví de espaldas. La máxima señal de confianza de que Frazer


la protegería.

Corrí por el camino y él se unió a mi lado un momento después.


Eso fue peligroso. No insultes a un fae dándoles tu espalda si no estoy ahí.

Mis labios se presionaron juntos en un esfuerzo de reprimir la risa


y quedarme callada. Como si estuviera en posición de dar consejos. Dado
que había estado a punto de romper el cuello de alguien solo hace unos
momentos.

La emoción de nuestra carrera se había ido. Trotamos en silencio


hasta que los árboles escasearon, dando lugar a un prado y una vista
clara del valle debajo. Nos detuvimos con naturalidad cuando el camino
adelante descendía abruptamente, bajando todo el camino por la ladera
hacia el campamento.

Frazer agarró mi brazo. Estaba bizqueando.

—¿Qué pasa? —pregunté en voz alta.

Un movimiento de su barbilla. Seguí su mirada hacia el pequeño


grupo congregándose cerca del inicio del circuito. Estaba muy lejos para
distinguirlos individualmente, pero la excitación explotó dentro de mí de
todas formas. Eché un vistazo a Frazer, con dificultad para atreverme a
creerlo. Su pequeña media sonrisa triunfal me tenía pestañeando para
evitar las lágrimas.

—¿Lo conseguimos? —grazné.


Hizo un asentimiento para confirmarlo.

Abrumada, grité y lo atraje en un abrazo. Se tensó tanto que era


como abrazar una estatua, pero estaba muy ocupada sollozando en su
hombro para dejarlo ir. Eso hasta que se dignó a darme un golpecito en
la cabeza. Una clara señal de que mi tiempo se había acabado.

—Lo siento. —Me alejé, secando mis ojos con mi manga—. Solo no
creí que lo lograría.

Me dio una sonrisa apretada. Lo sé, pero es mejor que la gente no


vea afecto como ese. Su voz mental era un susurro.

No cuestioné su lógica. Sería muy fácil para la gente llevarse la idea


equivocada. Maldición, tampoco entendía nuestra conexión. Solo que se
sentía natural y pura. Un entendimiento mutuo. Aunque, también sentía
que solo estaba muy cómodo siendo tocado. Tenía que respetar eso.
Recordar.

Una vez al final de la ladera, caminamos juntos el último trecho del


circuito. Frazer se escabulló al mismo tiempo que dos personas salieron
de la multitud para envolverme en un abrazo. Ahogándome en cabello
rojo y dorado, la risa de alivio de mis amigos sonó en mis oídos.

—¡Gracias a la luna! —Liora se alejó de golpe—. No sabíamos qué


había pasado...

Cai se alejó.

—Un guardabosque voló y apartó a Goldwyn. Luego anunció que


la prueba se había terminado, solo así. —Chasqueó los dedos.

—¿Guardabosque? —cuestioné.

Liora respondió dirigiendo mi atención a Goldwyn y un extraño


macho en una conversación profunda. Una capa gris cubría el rostro del
macho, pero estaba armado hasta los dientes y sus alas eran
emplumadas, algo que nunca había visto antes.

Cai fue el que respondió:

—Aparentemente, nuestros instructores olvidaron mencionar que


tenían un grupo de guerreros Sami vigilándonos.
Pestañeé. Wilder me había advertido que habría “ayudantes”
monitoreándonos, ¿pero Sami? Eran una raza diferente de guerrero,
capaz de matar en tres golpes y moverse sin ser detectado entre los fae.
Aun así, no habían detenido el intento de Dustin de sabotearme.
Ayudantes, de hecho.

—De cualquier forma, deberíamos ir a comer mientras tenemos la


oportunidad. Goldwyn nos pidió que regresáramos en una hora —añadió
Cai.

Oh, dioses.

—No es nada por lo que preocuparse —dijo Liora rápidamente,


leyendo mi consternación—. Solo nos van a decir cuál es la siguiente
prueba.

—Oh. —No llamaría a eso nada.

Cai deslizó su brazo por la curva de mi codo.

—Mientras estamos caminando, deberías decirnos por qué Frazer


ha tomado interés en ti de repente.

Me empujó hacia Kasi, y Liora fue junto a nosotros.

Me encogí de hombros.

—Nos entendemos el uno al otro, eso es todo. —Había tiempo para


las explicaciones más tarde. Después de la comida.

Liora lucía curiosa, y Cai sonrió, mostrando sus hoyuelos.

—Fascinante —dijo.

—Mmm.

No insistió por una aclaración. Aunque claramente estaba


matándolo no hacerlo. Mientras nos movimos por el portón que marcaba
el límite de Kasi, Cai dijo en un raro momento de humildad:

—No puedo creer que lo conseguí.

Asentí atontada.

—Va una, faltan seis más —murmuró Liora.


Podridamente fantástico.
Elegida
Traducido por Aelinfirebreathing & Yiany

CAI, LIORA Y yo graznamos en gozo ante la vista del festín


esperándonos en el comedor. No muchos reclutas regresaron, así que
teníamos el mando del lugar. Y mientras comíamos y bebíamos hasta
llenarnos dentro de una burbuja a prueba de sonido, compartimos
historias del circuito. Cai y Liora fueron primero. Bastante tranquilo. Y
entonces fue mi turno.

Comencé contándoles sobre Dustin. Después de que habían


terminado de maldecir al macho hasta el olvido, la involucración de
Frazer y su voluntad de protegerme solo llevó a más preguntas. Confesé
sobre la conexión mental que habíamos forjado, pero dejé fuera la
explicación de Tita. Esperaba que como brujos pudieran tener sus
propias respuestas. Parecían más desconcertados que otra cosa.

Cai frotó el rastrojo de su barbilla.

—Leer la mente es un don raro. ¿Realmente negó tener la


habilidad?

Asentí.

—A lo mejor estaba mintiendo —se preguntó Liora.

—No lo creo —murmuré.

—Pero para que dijera que sus escudos mentales estaban arriba,
eso tiene que ser una mentira, o… —presionó Cai.
Una nota de inseguridad obstruyó mis oídos. Podía adivinar por
qué.

—No mentí. —Acero entró en mi voz. Luego me ablandé. Parecía


equivocado mantenerlo oculto por más tiempo—. Pero...

—¿Hay un ‘pero’? —Cai levantó una ceja.

Liora lo acalló.

Le di una sonrisa de agradecimiento y me forcé a decirles sobre el


collar y la voz. Una vez había terminado, Cai dejó salir en una exhalación.

—Santamierdaimpresionante.

Liora pasó una mano por su rostro con una risita áspera.

—Lo que él dijo.

—Nunca había escuchado de un objeto mágico actuando así.


Malditas cortes… Y tu conexión con Frazer. Que él pueda escucharte y
hablarte tras sus barreras mentales... —Cai sacudió su cabeza—. No lo
había escuchado.

Traté de convocar el coraje para hacer preguntas, pero todo lo que


pude gestionar sin respiración fue un “Oh”.

—Un brujo del clan artesano podría saber más sobre el collar —
añadió Liora, frunciendo el ceño a la mesa—. Pero para que haga todas
las cosas que estás diciendo, darte su fuerza y hablarte; hacer posible
que tú y Frazer se comuniquen; esas no son acciones de un amuleto de
protección sin mente. Lo que sea, o quien sea…

—Tita —la corté—. Así es como la llamo.

Cai ahogó una risa. Un calor punzante inundó mis mejillas.

—Bueno, esta Tita suena animada —continuó Liora.

—¿Podría echarle un vistazo? —Cai enseñó su palma, expectante.

Mi mano voló hacia la gotita; un instinto protector que no entendía.

—No tendrías que quitártelo —dijo, más amable que usualmente—


. Solo quiero sostenerlo.
—Quiere ver si puede sentir algo —Liora explicó.

Traté de hablar, pero mi boca me había secado y reducido a un


silencio anudado. Había permitido que Wilder tocara la gotita. Esto no
debería ser diferente. Hice un rápido escudriño del salón para revisar si
había algún ojo sobre nosotros. Había más personas ahora. El comedor
se había llenado continuamente durante mi historia, sin embargo, los
reclutas que habían regresado estaban quedándose dormido en sus
asientos o demasiado ocupados consumiendo vastas cantidades de
comida y bebida para molestarse en nosotros. Saqué el collar fuera de mi
chaqueta y le di el visto bueno. Cai palmeó la gotita y cerró sus ojos. No
tenía idea de qué estaba haciendo, pero lo sostuvo por un rato.

Finalmente, lo dejó caer de vuelta contra mi piel.

—No me responde.

Podría haber jurado que estaba cantando. Una risa sonó en mi


cabeza. Y no provino de mí.

Él quería hablar contigo.

Lo sé, respondió Tita, claramente entretenida.

—¿Dijiste que tu madre te lo dejó en su testamento? —preguntó


Cai, mirando fijamente al collar hasta que lo escondí de vuelta bajo mi
chaqueta.

—Mmm. —No me gustaba hablar de mi madre. Abría demasiadas


puertas en mi mente, puertas que necesitaban mantenerse cerradas.

—¿Era una bruja, Serena? —preguntó Liora oh tan gentilmente.

—No lo creo —susurré de vuelta.

—Siento otro ‘pero’ viniendo. —El labio superior de Cai se torció en


broma.

Una risa entre dientes desganada rodó fuera de mí.

—Ella me escondía secretos. A mi padre. No se suponía que tuviera


familia alguna, pero esto es una reliquia. Una reliquia mágica que se
supone que me proteja. Y sabía eso. Tiene que haber sabido que tenía
magia. —Mi corazón sangró ante la idea—. A lo mejor era una bruja. A
las personas en mi pueblo les gustaba chismear acerca de cómo no era
normal; que era inusual. Imaginé que era porque no siempre hacía las
cosas a su manera. Porque peleaba contra la tradición.

Dudas circularon como una banda de buitres, ansiosos por


picarme a mí y a mis recuerdos.

Cai sonrió ampliamente.

—Bueno, suena como mi clase de hembra.

—No crees... —Liora se detuvo y mordió su labio.

Quería decir algo. Lo que sea que fuera, un foso hueco en mi


estómago me dijo que no querría escucharlo.

Liora terminó su pensamiento diciendo:

—La voz… ¿podría ser la de tu madre?

El mundo se volvió nebuloso, y le di vueltas a la posibilidad. A la


idea. Pero ese bulto de esperanza se aplastó en el minuto que Tita susurró
tristemente, Cariño…

—Lo sé —dije en voz alta, cortándola.

No necesitaba escucharlo. Solo dolería más.

Mi garganta se atascó con lágrimas tragadas mientras mis ojos


encontraban los de Liora.

—Todavía puedo recordar la voz de mi madre... No es ella.

Podía sentir la emoción inflándose, amenazando con derramarse.


Afortunadamente, el sonido de una campana me salvó de más preguntas
y suposiciones.

—Esa es la señal —dijo Liora, suspirando—. ¿Cuánto crees que nos


den antes de la próxima prueba?

Cai se puso de pie y un susurro, un beso frío, acarició mi piel.


Había levantado la barrera de sonido.

—Bueno, mientras no sea ahora mismo, me las arreglaré.


Desearía tener su confianza. Mi estómago se agitó mientras nos
uníamos a la multitud medio caminando, medio dando tumbos, de
regreso al circuito. Había bastantes caras y extremidades marcadas con
cansancio, y ropas salpicadas de barro. Unos cuantos llevaban miembros
vendados y quemaduras de mal aspecto. Parecía que lo había tenido fácil.

Nuestro paso se ralentizó a un gateo luego de pasar el curso de


obstáculos. Adelante había una docena de reclutas que habían esperado
por el anuncio antes que ir a comer. Adrianna y Frazer estaban entre
ellos. Mientras tanto, los instructores estaban agrupados, susurrándose
el uno al otro; qué, me pregunté.

Antes de que pudiera mirar fijamente por mucho tiempo a cierto


fae de largas extremidades y hombros anchos, volví mi atención a Frazer.

¿A dónde desapareciste? Proyecté por nuestro hilo.

Estaba por ahí, disparó de vuelta.

Si no quieres decirme, solo puedes decirlo.

Silencio.

Una chica perteneciente a la manada de Cecile corrió hacia Cai.

—¡Gracias a las cortes! Lo conseguiste —dijo emocionada, su rostro


de duendecillo explotando en una sonrisa.

—Annie. —Cai la reconoció en una voz cálida—. ¿No tienes


confianza en mí?

Ella prácticamente se derritió en el lugar. Dioses, esperaba que así


no fuera como lucía yo con Wilder.

Él colgó un brazo sobre sus hombros y la alejó, pero no antes de


darnos un guiño sobre su hombro. Liora chasqueó la lengua.

—¿Por qué en la verruga de una bruja quedé atrapada con tal


coqueto insufrible por hermano?

—Solo buena suerte, supongo. —Junté mis brazos con los suyos.

Una quietud susurrada descendió, y nuestras cabezas se voltearon


hacia los instructores. Estaban separándose y moviéndose hacia
nosotros.
—Necesitamos un conteo —dijo Dimitri con su típico ceño fruncido.

Goldwyn le siguió la corriente, añadiendo:

—Gracias por ofrecerte voluntario.

Dimitri le enseñó los dientes. Ella respondió con una sonrisa.


Maldición, ¿cómo se contenía a sí misma?

Las manos de Dimitri se cerraron tras su espalda mientras nos


contemplaba.

—Quiero a cada recluta en una línea, ¡ahora!

Liora y yo nos posicionamos al final de la izquierda. Dimitri


comenzó a contar cabezas. Estaba echando un vistazo por encima de la
línea, tratando de adivinar qué reclutaba había fallado, cuando Liora tiró
de mi chaqueta.

—Alguien te está mirando —exhaló.

Pestañeé.

—¿Quién?

Me dio una sonrisa felina, satisfecha y presumida.

—Adivina.

Su mirada cambió para descansar en los instructores. Una


observación por mí misma me dijo que se refería a Wilder. Él estaba
mirando fijamente.

Un tirón de su labio y luego se había ido, sus ojos vagabundeando.


No estaba segura de qué pensar. Liora debe haber visto mi confusión
porque susurró:

—Está feliz de que lo consiguieras.

Casi lo niego, pero esta era Liora, no Cai. Nunca le había dicho
sobre mis sentimientos por Wilder, pero los había visto de todas formas.

—¿Cuánto tiempo? —susurró. No había rastro de su sonrisa ahora,


solo ojos curiosos mirándome fijamente.
Era obvio a lo que se refería. Con muchos fae con oído amplificado
alrededor para dar una respuesta apropiada, susurré:

—Un tiempo.

Un asentimiento, como si hubiera sabido todo el tiempo.

Dimitri terminó de contar y caminó hasta el resto de los mentores,


asintiendo.

—Ahora que los tenemos a todos aquí, podemos anunciar que el


segundo recluta en fallar el circuito fue Dustin Rover —gritó Wilder.

Mi corazón golpeó contra mi caja torácica. Y los ojos de Wilder


encontraron a los míos.

—Fue atrapado saboteando a otro recluta. —Miró a otro lugar y


gritó—: La próxima prueba comienza en tres días y dependerá en su
habilidad para trabajar en equipo.

Permitió unos cuantos segundos de susurros excitados, justo el


tiempo suficiente para que Dimitri interviniera.

—Pero no se quedarán en sus viejas manadas. —Obviamente,


regocijándose en la ola de conmoción que había desatado, agregó—: Cada
mentor escogerá ahora un líder para encabezar un nuevo grupo. Todos
excepto Wilder. Las reglas de la primera prueba dicen que como su
recluta falló de último, no puede escoger un líder. En palabras simples,
será dejado con los que no sean escogidos. Los débiles. Y solo cinco, a
eso.

Sus palabras me golpearon como un puñado de piedras. Golpe tras


golpe. Dejar a Tysion y Cole sería un alivio, pero, ¿Frazer? ¿Adrianna?

Afortunadamente, Goldwyn interrumpió:

—Para aclarar, debido a los números y como un castigo por los


reclutas que perdimos, la manada de Wilder y la mía deberán enfrentar
las próximas pruebas con cinco miembros, opuestos a los seis en los
equipos de Cecile, Dimitri y Mikael. En tres días desde ahora, estas
nuevas manadas serán enviadas en una prueba que comienza con
nosotros dándoles un mapa. Detrás estará escrito un objeto que
esperamos que recuperen. Tendrán nueve días, y no completarán la
prueba hasta que un miembro de su manada entregue el objeto a su
instructor. Si un grupo falla en regresar el objeto de su prueba...

Una pausa siguió, la cual Dimitri llenó:

—La manada completa será expulsada.

Dejé de respirar. La manada completa.

Las alas de Goldwyn crujieron en molestia.

—Sí. Creo que deberíamos pasar a escoger los líderes.

Dimitri bufó burlonamente.

—Un momento.

La cabeza de Goldwyn se giró a su derecha como un látigo. Cecile,


como Mikael, raramente hablaban, así que era fácil de pasar por alto.
Especialmente cuando ella era pequeña y bajita, con alas y cabello
blancos como la nieve y que parecía destinado a desvanecerse en el fondo.
Gato Fantasma, de hecho. Algo me dijo que eso la hacía más—no
menos—peligrosa.

—¿No deberíamos decirles qué pasa si más de un grupo falla?

—Por supuesto, Ceecee. —Goldwyn le dio una sonrisa cálida que


hablaba de una intimidad mucho más profunda. Sus ojos fueron arriba
y abajo por la línea de reclutas—. Si más de una manada falla, pelearán
en el aro de entrenamiento. El ganador se queda, el perdedor se va a casa.

Los murmullos comenzaron con ese anuncio, y una sentencia


pesada se asentó en mis hombros. Mi destino se sintió decidido. Nadie
me escogería. Estaría en la manada de los rechazados, la más propensa
a fallar.

Tita hizo un chasquido alto. No cuentes tu salida tan pronto. ¿O


estás esperando secretamente que nadie te escoja?

¿Por qué haría eso?

Estoy en tu cabeza, niña. Veo la forma en que miras a tu instructor.

Mis mejillas hirvieron.


—Ahora, comencemos con la selección —dijo Goldwyn a la ligera—
. Comenzaré yo. Escojo a Caiden Verona para ser el líder de los Tigres
Blancos.

Cai se separó de la línea y fue a pararse junto a Goldwyn. Nos vio


a Liora y a mí sonriéndole e hizo un guiño en nuestra dirección.

—Escojo a Tysion Kato —declaró Dimitri.

El macho corpulento se pavoneó hacia su nuevo instructor y algo


se hundió en mi pecho.

—Myla Peron será la líder de los Gatos Fantasmas —dijo Cecile


suavemente.

Silenciosamente animé mientras la primera hembra era escogida.


Myla también resultaba ser una de las fae más amables en Kasi, y
fácilmente la más vibrante con su cabello azul trenzado y alegres alas
rosadas.

—Escojo a Moso Yumi —dijo Mikael en su usual timbre profundo.

Moso se asemejaba a su instructor en apariencia; musculoso con


piel ébano y alas negras.

—Ahora que hemos escogido —Dimitri arrastró las palabras—, les


dejaremos a los líderes escoger al primer recluta. Pero esperamos que
cada uno de ustedes escoja sabiamente porque su segundo escogerá al
tercer miembro de su manada. Justo como el tercero escogerá al cuarto
y así sucesivamente. Lo hacemos de esta forma para que ningún recluta
pueda volverse y culparnos por sus malas decisiones…

—Sí —espetó Goldwyn, golpeando sus alas amarillas en una


muestra de impaciencia—. No alarguemos esto. Cai, puedes escoger
primero, pero recuerda que nuestra manada solo tiene permitido cinco
reclutas, así que hazlo bien.

Miré de reojo a Liora para encontrarla tensa, preocupada. No era lo


mejor de lo mejor, pero seguramente la familia significaría más…

—Li.

Mi rostro se separó en una sonrisa. Él ni siquiera se había


molestado con su nombre completo. ¿Por qué lo haría? Todo el mundo
sabía a quién se refería. Dimitri demostró esto haciendo un ruido de
disgusto.

—Sin sorpresas ahí, entonces.

Un poderoso impulso me golpeó. Realmente quería morder las


cortes de ese gusano sin alas.

Liora no se estaba moviendo, así que le di un pequeño empujoncito


en la base de su columna.

—Ve.

Trastabilló hacia adelante; lucía casi avergonzada. Goldwyn sonrió


mientras Liora llegó a detenerse junto a su hermano.

—Buena elección.

Dimitri miró fijamente a Goldwyn en abierta satisfacción.

—Tysion, confío que harás tu decisión basada en mérito antes que


en vínculo de pariente.

—Por supuesto —Tysion arrastró las palabras—. Escojo a Cole


Vysan.

Mis adentros se congelaron mientras su familiar masa se movió


para unirse a Dimitri. El pensamiento de esos dos juntos mandó a mi
estómago a dar vueltas.

Los ojos de Tysion encontraron los míos. Su rostro lo dijo todo.


Vamos a por ti, perra.

¿Sabía lo que había pasado con Dustin? ¿Se arriesgaría Cole a


escoger a un recluta más débil solo para poder torturarme? Mi pánico
aumentó mientras el resplandor oscuro de Cole se volvió hacia mí
mientras los últimos segundos eran escogidos. Tuve que luchar contra
un impulso de echarme a correr.

—Serena Smith.

Pestañeé. Cole no había hablado.

—Serena —llamó Liora suavemente.


Mi cabeza se giró para encontrar a mis amigos sonriéndome. Liora
tenía su palma extendida, atrayéndome. Una precipitación gloriosa,
maravillosa de alivio pasó a través de mí.

Dimitri resopló de nuevo. No me detuvo de ir a abrazarla. Cai puso


sus brazos alrededor de nuestros hombros y se quedó, resplandeciendo
frente a la clase.

Es un bastardo presumido, ¿o no? Reflexionó Tita.

Dejé que una sonrisa se deslizara fuera de mis defensas. Pero


pronto sería tiempo de que escogiera al cuarto miembro de nuestro
equipo, y tenía que escoger un gran guerrero para compensarlos. Me
habían escogido por amistad. No los dejaría sufrir por eso.

Tita suspiró. Ya sabes a quién escoger. Sigue a tu corazón.

Algo encajó. Ugh. Obviamente.

Cuando Goldwyn me dio el visto bueno, esperé justo el tiempo


suficiente para decir, Sorpresa, a través de nuestro vínculo.

—Frazer.

Miré a Goldwyn, y ella me dio una sonrisa rara y admitió:

—Yo tampoco sé su segundo nombre.

Mi cabeza cambió de regreso a los reclutas alineados al frente.


Nadie parecía sorprendido que hubiera dicho su nombre. Era
rebatiblemente el mejor. Supuse que la única razón por la que no había
sido escogido todavía era porque no tenía alas y era mudo.

Rompió formación y se acercó, mostrando ninguna emoción. Y, aun


así, sabía mejor que eso. No había habido ningún pensamiento; sus
escudos, su disciplina mental, era demasiado fuerte para eso. Aun así,
creí que detecté un débil tirón de gratitud por su lado. Tal vez no era tan
bueno escondiendo sus emociones tampoco. O a lo mejor nuestra
conexión era simplemente muy íntima, muy cruda, para que se
escondiera detrás de esas paredes gruesas y oscuras para siempre.

¿Feliz? Proyecté mientras se detenía en posición a mi izquierda.

Estático. Un débil entretenimiento cantó por nuestro hilo.


Sabes que tendrás que escoger un recluta increíble para compensar
por mí.

Frunció el ceño. ¿Tienes a alguien en mente?

Barrí la multitud. Y mi mirada se detuvo de golpe sobre Adrianna.


¿Por qué en las estrellas no había sido escogida?

Frazer debe haber sentido mi confusión porque su voz se escurrió.


Tiene una reputación de ser difícil.

Casi reí. Entiendes la ironía de que digas eso, ¿cierto? Y te escogí a


ti.

Es diferente con nosotros, yatävä.

Nunca entendí por qué porque Goldwyn interrumpió, anunciando


que era el turno de Frazer. Él marchó a la multitud. Sostuve mi
respiración.

Se detuvo, extendiendo su mano. Adrianna frunció el ceño a su


palma abierta como si estuviera considerando su oferta. Asintió una vez,
pasó a su lado, y se detuvo junto a mí.

Frazer se volvió positivamente letal. Furioso de que ella había


tomado su posición, caminó hacia nosotros, ira hinchándose por nuestro
vínculo como un viento con la fuerza de una tempestad. Lo sentí luchar
con un loco deseo de morder y mostrar dominación. No entendía esos
impulsos, o por qué era importante para él. Pero eran ambos mis elegidos;
me sentía responsable.

Frazer llegó a mi alcance, extendí mi mano por Frazer. Sin derrames


de sangre.

Su boca se curvó, y me permitió jalarlo en el espacio entre Liora y


yo. No me molesté en buscar la reacción de Adrianna. Este choque de
voluntades no me había llenado exactamente con confianza para los días
por venir.

El proceso de selección llegó a su fin, y tres humanos y dos fae


quedaron. Wilder les hizo un gesto con un grácil giro de su muñeca.
Mientras reunía su nueva manada hacia él, había un vicioso
retorcimiento en mi corazón. Lo único malo en todo esto: había perdido
la oportunidad de hablar y entrenar con él durante el día.
—Cada manada se reunirá en este lugar a las 9 BN en tres días, y
traigan sus propios suministros —Dimitri gritó sobre las cabezas de los
reclutas—. No les estaremos equipándolos con una lista, así que usen el
sentido común, tan difícil como es eso para algunos de ustedes.

Goldwyn se giró hacia nosotros: su manada.

—Tigres Blancos, síganme.

No me permití voltear a ver a Wilder. Goldwyn era mi instructora


ahora. Nunca había habido una oportunidad para nada real entre
nosotros de cualquier forma.

Goldwyn nos guio al comedor vacío. Se detuvo a la cabeza de una


mesa y nos hizo un gesto para que nos sentáramos. Cai y Liora tomaron
posición a mi derecha, y Frazer y Adrianna se movieron para sentarse en
el banco opuesto.

—Este es el único momento que tienen para hacer preguntas, así


que háganlas bien —dijo Goldwyn mientras miraba fijamente a Cai.

Adrianna llegó primero.

—¿Qué suministros tenemos permitidos llevar con nosotros?

Me encogí, esperando que no molestara a Cai—nuestro líder—que


ella hubiera tomado el mando. Escogerla había sido mi idea. Pero una
mirada me dijo que Adrianna podría haberle asestado un golpe en la
cabeza y declarado a sí misma reina del mundo, y a Cai aún no le hubiera
importado.

Goldwyn contempló a Adrianna con una fresca franqueza.

—La cocina le dará a su manada raciones de comida y agua. Y


necesitarán ir al closet de suministros y tomar bolsas de dormir. Luego,
visiten a Colt en la armería. Una advertencia, solo serán autorizados a
llevar un arma cada uno y no serán desafiladas como en las prácticas. —
Su atención cambió a Cai—. Si quieres mi consejo, ten a tus fae llevando
arcos. Tú y tu hermana deberían tomar espadas.

Cuando no fue a decir nada sobre mí, miré fijamente la mesa, mi


rostro quemando en vergüenza.
—¿Y qué hay de Serena? —preguntó Liora. Como si Goldwyn
simplemente hubiera cometido un error en olvidarme.

—Bueno, aparentemente puede hacer que un Guerrero Sabu se


someta con nada más que sus garras y gruñido, así que claramente no
necesita un arma —cacareó.

Mi cabeza se levantó. Encontrando ojos manchados de oro, la


diversión en ellos derritió mis reservas. Wilder tiene que haberle dicho lo
que había sucedido entre nosotros. Y… ¿qué había dicho, Guerrero
Sabu? Las lecciones de Cai y Liora me vinieron a la mente. La clase Sabu
estaba reservada para los líderes de los ejércitos fae.

Líder, bueno, eso explicaba mucho. Tristeza partió mi corazón en


dos mientras me daba cuenta de que esto solo lo ponía más lejos de mi
alcance.

—Serena, ¿Goldwyn sabe algo que nosotros no? —Cai levantó una
ceja.

—No es importante —desvié el tema—. Y tomaré una espada, ¿si


eso está bien?

Había estado más familiarizada con el arco a mi llegada, pero desde


entonces me había acostumbrado a las espadas largas y delgadas que los
fae llamaban Utemä.

—Por supuesto. —Los ojos de Goldwyn danzaron—. Pero no


necesitarías ser tan modesta. Si hubiera apuntado a Wilder, estaría
croándolo desde los tejados. Muy pocos fae, mucho menos humanos,
pueden clamar haber hecho lo mismo.

La conmoción en sus rostros estaba casi bordeando lo insultante.


Liora ganó de vuelta su compostura primero.

—Bueno, estoy feliz de que nunca haya dicho nada; de otra forma,
puede que no hubiera tenido la posibilidad de escogerla.

Cai resopló y golpeó la mesa con júbilo.

—Su pérdida es nuestra ganancia.

Avergonzada, vi la posibilidad de cambiar el tema y aclarar algo.


—Goldwyn, ¿sabes que sucede con mis sesiones nocturnas de
entrenamiento? Wilder me dijo ayer que estaríamos continuándolas, pero
visto que no es más mi instructor...

Recé porque nadie sintiera la emoción tras la pregunta.

Solo yo. La voz de Frazer flotó por el vínculo.

Le lancé de regreso una maldición.

—Wilder sabía lo que podía suceder hoy —comenzó Goldwyn—.


Obviamente quería entrenarte sin importar eso, y no veo un problema
con eso. Obviamente, tendrás la noche de hoy libre. Pero mañana,
repórtate en el terreno de entrenamiento como siempre.

—¿Dónde dormimos? Nuestros viejos cuarteles, o… —preguntó


Liora.

Goldwyn sacudió su cabeza.

—No, tomen los cuarteles de los Murciélagos. Estoy segura de que


a Tysion y a Cole no les importará mudarse. —Una pista de travesura
destelló—. Cai, Liora, transfieran sus cosas esta noche. Eso debería
darme tiempo de hablar con Wilder sobre ello.

Cai hizo una última pregunta: ¿podría usar su magia durante la


prueba? Goldwyn le dijo que sí y se excusó, deseándonos suerte. La
observé irse. Un latido de alivio que hace que se doblen las rodillas corrió
a través de mí. El prospecto de ver a Wilder mañana me emocionaba más
de lo que debería. Nada podría pasar entre nosotros, así que, ¿por qué
no podía dejarlo ir? ¿Por qué no podía apagar estos sentimientos?

No funciona de esa forma, querida, dijo Tita con un toque de pena.

No jodas.

DESPUÉS QUE GOLDWYN se fue, nuestra manada comenzó una


conversación que tuvimos en repetición por los dos días siguientes. Dos
días largos, tediosos.

¿Cuánta comida deberíamos llevar?


¿Qué será el objeto de la prueba?

¿Qué deberíamos hacer si nos separamos?

Estas preguntas, entre otras, fueron debatidas tan profundamente,


que parecía inevitable que nos volviéramos locos los unos a los otros. Solo
que no lo hicimos. Adrianna ocasionalmente presionaba contra las
decisiones de Cai, pero nunca se volvía como si estuviera amenazado.
Maldición, lo disfrutaba. Claramente Goldwyn no había solo escogido a
Cai por su superioridad física. Él era un líder, nacido y criado.

Mientras que yo era inútil, con ningún conocimiento estratégico o


geográfico que pudiera ayudar. Durante nuestras reuniones diarias,
actuaba como una intérprete para Frazer, quien rápidamente se probó a
sí mismo como el guerrero más experimentado. Y después de unas
cuantas preguntas de prueba de Adrianna, aceptó que la naturaleza
bizarra de nuestra conexión por apariencia, tenía que ser un don mágico
latente. No le dije sobre el collar. No cuando Frazer ni siquiera sabía sobre
él. Por supuesto, merecía saber, pero el miedo me retenía. Liora y Cai
parecían convencidos de que era poderoso—peligroso, incluso—lo
suficiente para ser codiciado. ¿Qué si Frazer se resentía a ser arrastrado
hacia eso? Solo eso me había dudar, pero también estaba su rechazo de
compartir cualquier cosa sobre sí mismo. Creaba una pared—una
barrera entre nosotros—a pesar de estar íntimamente conectados cada
latido. Porque mientras su mente permanecía suya, nuestro vínculo era
más que pensamientos compartidos, eso se había hecho claro. Incluso
cuando nuestras mentes no estaban conectadas, nuestras emociones
más intensas se filtraban por las cuerdas que estaban trenzadas tan
fuerte que me preguntaba se desenredarían alguna vez. Eso no me
asustaba tanto como los destellos de oscuridad, el dolor que desafiaba
palabras, existiendo en las profundidades de su alma. Y no tenía poder
para ayudar en tanto actuara como un animal asustado de mostrarle su
bajo vientre al mundo.

No fue hasta la noche antes que tuviéramos que partir que el efecto
de estar callada y alineada como la boca de Frazer me alcanzó.

—Serena —ladró Wilder, desarmándome por décima vez en esa


sesión—. ¿Qué en el fuego de Zola está mal contigo? Normalmente
estarías danzando alrededor demasiado; ahora estás tan tiesa como una
tabla de madera.
Mi espada de práctica cayó a mi lado, colgando floja.

—¿Es la nueva manada? ¿Eres infeliz?

Debería haber estado miserable si la preocupación marcando el


rostro de Wilder no podía levantar mi espíritu.

—No es nada, en realidad.

Con un giro de su muñeca, guardó la espada sin filo que había


estado balanceando.

—Di lo que necesites.

—¿Cómo puedo hacerlo? —Las palabras se atoraron en mi


garganta. Tragué con fuerza—. Eres mi instructor. No estás aquí para
quejarme contigo.

—Ex instructor —corrigió Wilder.

Fue un esfuerzo no sonreír.

—Aun así, no puedes culparme por estar resguardada.

—Por los cielos —raspó—. Si esta eres tú resguardada, odiaría


pensar cómo eres normalmente.

Vergüenza y rabia calentaron mi sangre, manchando mi piel. Dejé


caer la espada al suelo.

Sus ojos revolotearon hacia donde la espada yacía.

—Serena Smith —rugió, su mirada clavándome—. Nunca debes


tratar armas de esa forma de nuevo, ¿me escuchaste? Recógela.

No me moví. Una bruma de niebla azul estaba descendiendo por


mi mente. Y un siseo débil de advertencia sonó. Agua estaba hirviendo
en algún lugar.

Cuidado, niña.

—¿Serena? —Wilder me enseñó sus palmas—. Solo dime qué está


mal. Quiero ayudar. —Tomó un paso en mi dirección.

Ahí, preocupación obvia.


Pestañeé. Y la rabia cavó adentro, dejando atrás nada sino un foso
negro de inseguridad y duda. Sacudí mi cabeza para aclararla, soltando
la niebla que nublaba mi mente.

Wilder se agachó para agarrar la empuñadura de mi espada de


práctica. La deslizó de regreso a la funda en mi cadera. Estábamos tan
cerca; luché contra el impulso de moverme hacia su esencia. Sus ojos
encontraron los míos.

—Ex instructor —exhalé.

No sabía qué me hizo decirlo, pero los pliegues alrededor de sus


ojos se suavizaron y sus manos se movieron. Apenas una pulgada, pero
era la diferencia entre él tocando la empuñadura y la punta de mis dedos.

Estaba quieta, congelada. Piensa. ¡Haz algo!

Cualquier plan atrevido de seducirlo murió cuando su mirada se


movió hacia donde estaba la gotita.

—¿Puedo? —Hizo el gesto con su mano.

Di un asentimiento y sus dedos rozaron la línea de mi cuello, junto


con la cadena. El más ligero toque, una rozadura. Pero aun así hizo que
mis nervios se encendieran, secando mi boca. Wilder buscó bajo mi
chaqueta y sostuvo la gotita por un latido, y entonces sus ojos se agitaron
hacia arriba.

—¿Es esto lo que quema la timidez y la inseguridad? —meditó.

Mi respiración se dificultó y mi corazón estaba yendo tan rápido;


muy, muy rápido. No era solo el deseo, sin embargo. Era la incomodidad
de que mis fallos me sean repetidos de vuelta.

—Deseo que no me hubieran escogido —solté.

Con los ojos abriéndose, metió la gotita de vuelta bajo mi top y sus
manos cayeron de mi cuello.

—Los amo, quiero decir, amo a Cai y a Liora y a Frazer. Y aunque


me ignoró por semanas, me gustó Adrianna en el momento que se ofreció
a ayudarme en el primer día.

—Y aun así… —indujo Wilder.


—Veo su valor.

La mandíbula de Wilder se apretó; su boca en una desaprobación


silenciosa.

—Pero no el tuyo.

Un asentimiento.

—Liora me escogió porque somos amigas. Ahora estoy en una


manada con dos de los mejores guerreros fae aquí, y dos brujos…

—Liora no es poderosa, sin embargo. Nunca he sentido magia en


ella —reflexionó, frunciendo el ceño.

No cierto, por supuesto, pero el hechizo de Cai me prohibió de decir


mucho en su defensa.

—No importa. Ella es el centro, el corazón.

—¿Y qué eres tú, Serena? —dijo Wilder ligeramente, buscando mi


rostro.

—Eso es lo que estoy diciendo, no contribuyo para nada.

No pude aguantar su mirada. Mis ojos cayeron a las amenazadoras


dagas en sus caderas.

—Tal vez —comenzó despacio—, deberías tratar de ver tu propio


valor antes de poner a todos los demás en un pedestal.

Esas palabras cortaron profundo.

—¿Qué te hace pensar que si miro encontraré algo?

Un intento de una broma de auto-desprecio. Un total engaño, fue


encontrado con silencio.

Echándole un vistazo entre mis pestañas, el brillo en sus ojos me


dijo que había visto a través de mí.

—Hay de todo para encontrar, pero necesitas aprender a verlo; de


otra forma, no importa cuántas veces tus amigos de elogien, o cuántos
amantes te muestren afecto... —Ojos verdes se movieron con agitación a
mi labio. Olvidé mi propio nombre—, nunca les creerás. Y todos los
cumplidos en el mundo no significarán una maldita cosa.

Me odiaba por necesitar escuchar su aprobación. Suspiró y dio un


paso atrás. Casi lo alcanzo para detenerlo.

—Si te hace sentir mejor, Kovaysi, hablo por experiencia personal.

Me quedé boquiabierta.

—¿De qué te tienes que sentir inseguro?

Pestañeó; realmente parecía sorprendido por la pregunta.

—Soy un macho adulto. Tengo las cicatrices de docenas de


batallas. Y… —Se detuvo de golpe, su exhalación salió en un silbido—.
Olvídalo.

—No te detengas.

Reparó en mí con una mirada dura.

—Solía ser un Sabu…

Asentí.

—¿Sabías eso?

—Goldwyn —dije a modo de explicación.

Resopló.

—Por supuesto. Bueno, una vez tuve ese honor, y ahora mírame,
entrenando soldados de infantería en una corte en sus últimas piernas.

Una sonrisa triste, cruda.

Cambié mi peso, apoyándome en mi otra cadera.

—¿Una corte en sus últimas piernas?

Wilder inclinó su cabeza.

—Contestaré esa pregunta cuando termines estas pruebas y no


estés atada por mi posición como mentor.
Cerrando el espacio que había creado, me atreví a intentar con una
voz ronca, sofocante:

—Lo dijiste tú mismo, ya no eres mi profesor.

Tuvo la peor reacción posible: se partió de la risa. Retrocedí,


preparándome para huir, pero me detuvo llevando sus manos a los lados
de mi rostro. Trazando sus dedos por mi cabello, alcanzó atrás su brazo
para tomar la parte de atrás de mi cabeza e inclinarse, susurrando:

—¿Cómo puedes ser atrevida como el sol un momento, y tranquila


y tímida como la luna nueva el siguiente?

Una sonrisa abierta me mareó. Echó mi cabeza hacia adelante y


nuestras frentes se tocaron, iniciando un fuego en mi estómago. Cerré
los ojos, cada sentido estrechándose al punto que nos conectaba.

—Nimän telo, Tästien Valo.

Abrí la boca para preguntar qué había dicho, cuando una voz alta
y cruel interrumpió.

—¿Qué es esto?

Salté hacia atrás. No podía haber lucido más culpable su lo hubiera


intentado.

—¿Está el infame fae de piedra rajándose? ¿Seguramente tu gusto


en hembras no se extiende a humanas flacas apenas capaces de sostener
una espada? —continuó Dimitri.

Me afiancé a la diatriba de abuso amenazando con derramarse


fuera de mi traicionera boca. No es que pensara que decirle que era tan
parecido a una mierda de perro realmente lo fuera a herir.

—Dimitri. —Wilder inclinó su cabeza un poco. Adoptando un tono


enérgico y amable, añadió—: ¿Haciendo un paseo nocturno?

Una sacudida de su cabeza, pero fue lenta, cuidadosa.

—De camino a ver a Hilda.

—Por supuesto —remarcó Wilder—. Puede que te vea allí. Goldwyn


y yo tenemos que reunirnos con ella más tarde esta noche.
—No tenía planeado quedarme tanto, aunque tal vez tengamos más
cosas que discutir esta noche. —Me sonrió con suficiencia, sus ojos
rodando, juzgando—. Una humana, Wilder, ¿en serio?

—¿Qué puedo decir? Todos tenemos nuestros pupilos favoritos, ¿o


no?

Ese comentario golpeó su objetivo. La cara de Dimitri palideció y se


tensó; no podía imaginar lo que significaba.

—Y eso es todo lo que es. —Su mano agitó entre nosotros.

Las luces de fuego flotantes iluminaron la expresión en blanco de


Wilder.

—No hemos hecho nada de lo que avergonzarnos.

Una débil y burlona sonrisa marcó el rostro de Dimitri cuando


respondió:

—Me alegra oír eso. —Dio un paso hacia nosotros. Una clara
amenaza—. Porque si estuvieran haciendo algo, me sentiría obligado a
decirle a ciertas... partes interesadas que te has estado contaminando
con suciedad humana.

Wilder arqueó un poco las cejas.

—Estoy sorprendido de ti, Dimitri. Pensé que tu mayor objeción


sería que es mi estudiante —dijo a la ligera. Un acto, jugando casual.

Dimitri ladeó la cabeza. Una burla jugando alrededor de su boca,


dijo:

—Como bien sabes, lo que sea que hagas no será nada comparado
con la forma en que Goldwyn actuó antes de Cecile, o la cantidad de
reclutas que atraviesa Mikael.

Guau. Interesante.

—Parece que soy el único que le queda algo de decencia —resopló


Dimitri.

Tita se rió. Pfft! Él simplemente no puede encontrar un alma pobre e


inocente, dispuesta a dejar que la meta donde quiere.
Una burbuja de risa histérica explotó. Me contuve en el último
momento convirtiéndola en una tos explosiva.

Dimitri arrugó la cara de disgusto.

—Tendría que revisar eso si fuera tú. Ella parece estar en las garras
de una enfermedad.

Wilder me puso bajo su ala.

—La llevaré al curandero de inmediato.

—Y solo un consejo amistoso...

Contuve un resoplido de risa.

—Detengan estas acogedoras sesiones de entrenamiento —finalizó


Dimitri.

—Serena tiene un mes de entrenamiento con el que ponerse al


día —recordó Wilder cortésmente.

—Esa tarea ahora debería caer en Goldwyn. Por supuesto, la


situación podría haberse pasado por alto si tu interés en este ser humano
no fuera tan evidente. Pero no quieres que te acusen de favoritismo,
¿verdad?

Wilder se tensó a mi lado.

—Discutiré el asunto con Goldwyn, pero creo que podrías tener


razón.

Grité internamente.

—¿Hay algo más, Dimitri? No quisiéramos demorar tu encuentro


con Hilda. —Una sonrisa superficial.

Dimitri le mostró los dientes y le hizo una reverencia burlona.

—Tu preocupación es conmovedora, Wilder.

Salió disparado al cielo sin despedirse. Me volví hacia Wilder, lista


para pelear con él en las sesiones de entrenamiento, cuando presionó un
dedo en su labio. Miró hacia arriba, buscando en el cielo azul marino,
escuchando algo más allá de mi oído mortal.
Luego se movió, arrastrándome hacia los establos. Acechando a
través del pozo, me preparé para lo peor.

Entramos en los establos, y nos saludó el dulce aroma del heno y


los relinchos de los caballos. Las luces de fuego que acompañaron
nuestro combate habían viajado con nosotros. Iluminaron a Wilder
cuando se giró para mirarme. No hizo contacto visual, estaba demasiado
ocupado escaneando cada centímetro del bloque de establos.

—¿Estamos solos?

Me atreví a preguntar. Una pausa, y luego un breve asentimiento.

—¿Estás en problemas? ¿Lo estamos?

—No, todavía no.

—Estás siendo evasivo.

Wilder hizo una mueca. Vi sus manos apretadas, luego aflojando.

—Tenía razón, ¿sabes?

—¿Sobre qué? —Sentí una guadaña en mi cabeza.

—A lo largo de los años, los mentores han tomado amantes de entre


los estudiantes.

Mi sangre se heló.

—¿Estás con alguien en este momento? ¿Es lo que estás tratando


de decirme? —Mi voz temblaba. Y no me importaba. No estaba en mí
pretender que la respuesta no importaba.

—No. Estoy diciendo todo lo contrario —dijo Wilder


rotundamente—. Nunca he buscado compañía de reclutas. No soy libre
de actuar según esos deseos, Serena.

Un silencio incómodo, en el que el calor y la tensión se acumulaban


en el aire entre nosotros, crepitaban como un rayo.

—¿Me estás diciendo que estás casado?

Realmente sonrió ante eso. Sonrió, cuando me estaba rompiendo y


sangrando por dentro.
—No es nada de eso.

No dio más detalles, y mi paciencia se quebró.

—¿Por qué me trajiste aquí?

—Para disculparme.

—¿Por qué? —espeté.

Continuó suavemente, sin perder el ritmo.

—Si no te hubiera mostrado afecto, podríamos haber continuado


con nuestra capacitación. Me odiaré por eso en los próximos días.

Mi corazón se desplomó, abajo y más abajo.

Continuó.

—Quería ver tu progreso. Has sido una de mis más... sorprendentes


estudiantes. —Su boca se curvó hacia un lado, arrugando sus
cicatrices—. En un segundo te tengo calculada, y al siguiente cambias
todo tu cuerpo, cambia tu estilo de lucha y estás mostrando destellos de
brillantez raros en humanos y fae. Quería verte usar los movimientos que
te enseñé y demostrarles a todos, especialmente a los fae, de lo que eres
capaz.

Tuve que empujar hacia abajo el impulso de correr y lanzar mis


brazos alrededor de él. Eso, o golpearlo, no podría decidir cuál.

La amargura y el pánico me arañaban la garganta.

—Todavía podemos vernos fuera de las clases.

—¿Y por qué razón tendríamos que vernos?

Mantuvo su tono ligero; me encogí dentro.

—¿Necesitamos una razón? —exhalé.

Coraje, susurró Tita.

Antes que pudiera contestar, respiré hondo para combatir mi


corazón acelerado y continué.
—No estoy sugiriendo que seamos... íntimos, pero hay algo aquí,
¿no?

La emoción cruda retumbó por mis venas. No estaba mirándolo a


los ojos. Me puse a mirar a un semental cercano, rezando, suplicando.
Se estaba moviendo, acercándome y envolviéndome en un abrazo. Su
amplio pecho se expandió contra el mío.

—Hay tantas razones para que nunca nos volvamos a ver; ni


siquiera puedes imaginarte la mitad de ellas. Casi envidio tu ignorancia.

Mi orgullo se quebró ante eso.

—No sé cómo alejarme. Pretender. Ayúdame a entender —susurré


contra su pecho.

Se apartó para darme una mirada evaluadora.

—Número uno, los emparejamientos oficiales entre fae y humanos


están prohibidos. Podemos tomarlos como amantes, pero un fae no puede
casarse o producir faelings con humanos. A los descendientes, demi-fae,
se les niegan los derechos que cualquier fae de sangre completa puede
esperar en la sociedad. Eso es si no los matan en el acto.

—No quiero hacer ninguna de esas cosas —solté—. Al menos no


todavía.

Wilder resopló y cerró los ojos, haciendo una mueca.

—No te culpo, pero eso solo debería decirte cuántos fae en Aldar
ven cómo se mezclan nuestros tipos.

—No me importa lo que piense la gente —dije desafiante.

—No es solo que eres humana —graznó—. Incluso si solo quisieras


una amistad...

—Eso sería suficiente. —Mentira.

Sus fosas nasales se ensancharon, no una, sino dos veces.

—Los dos sabemos que eso no es cierto.

Podridos sentidos fae.


—¿Puedes conocer mis pensamientos con solo olerme? —Soné
áspera, distante. Y, sin embargo, en realidad, solo era un desastre
caliente y lloroso por dentro.

Eligiendo ignorarme, continuó.

—Serena, no entiendes, Dimitri tiene en la cabeza que ahora somos


algo más. Eso te pone en peligro. Y la única forma en que puedo sacarte
es a través de cesar el contacto contigo.

—¿Qué peligro?

Las cicatrices de Wilder se tensaron.

—Hay cosas sobre mi pasado que no estoy listo para compartir


contigo. Todo lo que puedo decir es que, si continuamos por este camino,
habrá algunos fae muy poderosos que se interesarán en ti. Si
sospecharan por un momento que siento algo por ti, te usarían para
llegar a mí. Y no puedo tener eso en mi consciencia.

—¿Estás hablando de Dimitri? —Busqué respuestas.

—No es sólo él —respondió.

Maldita sea él.

—Sé que no quieres dejar pasar esto. —Su mirada me clavó en mi


lugar—. Pero debes hacerlo, por el bien de ambos.

Abrí y cerré la boca. Un pez sin mente, eso es en lo que me había


convertido. ¿Qué podía decir? ¿Cómo peleaba contra algo que no
entendía?

—Serena. —Un tono de advertencia.

Me estremecí.

—De ahora en adelante, no podemos hablar. Cuanto menos


contacto tengamos, mejor será para ti.

Di un paso atrás, envolviendo mis brazos alrededor de mi cuerpo.


Como si solo ellos pudieran evitar que me desmoronara.

—Correcto.
Date la vuelta y no mires atrás, dijo Tita, con voz de hierro. Asentí
distante.

—Adiós, entonces.

Sus ojos brillaron con algo. No importaba qué, ya no.

—Buena suerte con el resto de las pruebas —dijo. Frío y tan seguro
de sí mismo.

Mi corazón dolía. Realmente dolía. Había escuchado la expresión


‘con el corazón roto’, pero no sabía, no había adivinado, que podía
sentirse así.

Salí de los establos y regresé a mis cuarteles sin ningún recuerdo


de haber caminado allí. Examiné brevemente la habitación vacía. Todavía
debían estar comiendo. Bien.

Me hundí en el suelo y no volví a levantarme.

MI MADRE.

Mi padre.

John y Viola.

Wilder.

Cada dolorosa pérdida, desgarradora del alma, de diferentes


maneras.

Un dolor desgraciado. Un entumecimiento frío. Una ira ardiente.


Ahora esto.

Realmente se estaban sumando.

Oh, por supuesto. Wilder no era pariente. Nunca me había


prometido nada. Nunca me había reclamado. No nos debíamos nada.

Y no se había muerto. No lo conocía desde hace años. Una barrera


impenetrable no nos había separado para siempre. De alguna manera,
inexplicablemente, todavía sentía la pérdida tan agudamente, tan
bruscamente. De alguna manera, se sentía mal, porque este dolor
rivalizaba con la verdadera pérdida, que podía ser similar a una muerte.

¿Cuándo terminaría?

¿Era este mi destino?

Un recuerdo flotó a la superficie. Hace unos años, después que


llegara mi primer periodo, corrí hacia Viola en estado de pánico. Después
de tranquilizarme y darse cuenta que mi padre también había descuidado
mi educación en esta área, Viola llenó los espacios en blanco sobre el
cambio y sobre el sexo. Desde ese día en adelante, me hizo sangrar los
oídos con las advertencias de enamorarse de los chicos equivocados.
Había dicho que la mayoría de las chicas jóvenes tenían un gusto de
mierda, y esa era la razón por la que era mejor esperar para buscar el
correcto.

Parecía que no había escuchado. Dioses, la extrañaba.

Liora me encontró allí más tarde, todavía desplomada contra la


pared. Se sentó a mi lado y deslizó sus dedos por los míos. No necesitaba
mucha provocación para derramar mis entrañas. No hubo lágrimas, pero
mi voz sonaba sin aliento, inconexa, incluso para mis oídos. Me sentía
completamente adormecida, como si estuviera flotando, aun así, conservé
suficiente presencia para darme cuenta que esto era un shock. Estaba
en shock.

Liora no interrumpió, no juzgó. Sin sorpresas allí; la amabilidad


siempre se le daba fácilmente. Cuando terminé de divagar, dijo:

—Él suena asustado. Se preocupa por ti.

Me quedé en silencio. La esperanza se sintió más como una


maldición.

—No sabía que te sentías así. —Liora apretó mi mano con más
fuerza.

Levantando mi cabeza de su posición caída, la enfrenté y fruncí el


ceño.

—Pensé que lo habías adivinado.

Confusión, entonces sus ojos se iluminaron.


—Oh, sabía acerca de tus sentimientos por él. Pero lo que dijiste
sobre pensar que eras una extraña, como si fueras inútil para la manada.
No sabía que sentías eso tan profundamente. Ni siquiera crees que seas
lo suficientemente buena para Wilder.

No era una pregunta. Era una afirmación, y dolía.

—Tal vez no lo vi porque tenemos el mismo problema. —Liora


intentó sonreír, pero sus ojos permanecieron tristes.

Fui a formular una pregunta, pero ya estaba explicando:

—Me he sentido inútil. Como una carga, durante mucho tiempo. Y


en caso de que te lo perdieras, la única razón por la que me eligieron fue
porque mi hermano se compadeció de mí. Eso es todo lo que ha hecho,
protegerme. Y a cambio, conseguí que nos exiliaran de nuestro clan.

Sus palabras fueron vacías, y los pedazos de mi corazón se


desangraron un poco más.

—Pero en tu caso, no te elegí solo porque somos amigas, aunque


hubo una parte de eso —admitió Liora—. Pero desde que nos conocimos,
has desafiado todas las expectativas. Una cautiva que se hizo amiga de
su carcelero, una chica sin dones mágicos capaz de dar voz a otra
persona, y ahora, alguien que puede derretir el corazón de un fae
endurecido por la batalla. Por mi escoba, incluso te has ganado el respeto
de Adrianna.

Dejé escapar una risita débil. Imposible.

—Te critica mucho menos que al resto de nosotros —dijo Liora, con
risa en su voz—. Creo que para ella eso significa que le agradas. Ahora…
—Apoyó sus palmas en sus muslos—, te quiero fuera de este piso
congelado. El resto de la manada está en el comedor. Me mandaron a ver
si habías terminado de entrenar. Adrianna quiere repasar las cosas para
mañana. De nuevo. —Dejó escapar un pequeño suspiro.

—Hemos discutido todo cerca de veinte veces. ¿Cuál es el punto?


—pregunté, medio exasperada, medio divertida.

—Creo que le gusta pasar tiempo con nosotros.

Sus ondulantes cejas y su gran sonrisa me recordaron tanto a su


hermano que una carcajada me sacudió. Se sintió bien.
Liora se levantó del suelo en un solo movimiento.

—No es que me queje.

Me levanté de la pared y me puse de pie, frente a ella. Liora se veía


extraña, contemplativa, y me atreví a preguntar:

—¿Tú... la encuentras atractiva?

Sus cejas se alzaron.

Cielos. Tal vez me había excedido, Liora no me había dicho que le


gustaban las hembras, pero Cai había dejado caer suficientes pistas para
adivinar la verdad. En Guantelete, las relaciones entre personas del
mismo sexo no estaban prohibidas, pero no se consideraba normal;
seguía siendo un tabú. Las percepciones de sentido común de Viola
habían formado mis propias opiniones. Y quedaban suficientes recuerdos
de la compasión de mi madre para que supiera que podía confiar en mí,
si era necesario que permaneciera en secreto. Aunque, dudaba que los
Ribereños4 pudieran ser tan estrictos con tales cosas. No si la relación
de Goldwyn y Cecile era algo a seguir.

—Creo que un Verona enamorado de ella es suficiente por ahora,


¿no crees? —dijo con voz suave.

Me eché a reír aliviada.

—Tal vez.

Liora me sacó. Había hecho un milagro; no pensé en Wilder por el


resto de la noche. Bueno, tal vez solo un poco...

4
´N.T. Nativos de la Tierra de los Ríos.
Cazada
Traducido por Krispipe

LA SEGUNDA PRUEBA comenzó con los grupos esperando afuera del


muro de Kasi. Sin obstáculos a la vista. Solo un cielo nublado, prados
azotados por el viento y bosques de pinos. Esperé entre Frazer y Liora,
que como yo, estaban tan tensos como las cuerdas de un arco y aún
helados por la tensión. Cai y Adrianna, por otro lado, se esforzaron por
parecer aburridos y fracasaron. Hubo tres nuevas adiciones a mi
uniforme: un manto negro de piel, una mochila y una espada Utemä.

Los instructores se alinearon frente a nosotros una vez más.


Mantuve mi mirada fija en Goldwyn y el mapa que sostenía en sus manos.
Wilder ya no podía existir para mí.

No mires, no mires, no mires.

—Bien. Sin discursos largos y aburridos esta vez —anunció


Goldwyn, aplaudiendo.

Dimitri frunció el ceño. Ja.

Goldwyn continuó, ajena a la situación:

—Cada instructor tiene un mapa para dar a su manada. En la parte


posterior está escrito un objeto de la misión. Y una advertencia justa: hay
un grupo de ustedes que tendrá la tarea de capturar un recluta de su
elección de una manada de la competencia. Estarán cazando a los
cazadores. Sin embargo, en ningún momento se permite a ese grupo usar
armas y poner en peligro vidas o sabotear la misión de las manadas. Y
para ser claros, si un recluta es tomado, no serán expulsados. Mientras
los miembros de su equipo completen su búsqueda.

Santas cortes.

—Hemos marcado con un círculo el área general donde podrán


encontrar las cosas de su manada. Hemos sido generosos con ustedes;
no lo desperdicien —intervino Wilder.

—Además, no sientan la necesidad de volver demasiado pronto.


Nos gusta tener el lugar para nosotros —añadió Goldwyn a una
salpicadura de risa apreciativa.

Dimitri la interrumpió, frunciendo el ceño.

—Vamos a continuar con esto entonces.

—Excelente idea —dijo Goldwyn con una sonrisa descarada.

Los mentores rompieron la formación y fueron a entregar un mapa


al líder de su manada. Goldwyn nos dio los nuestros a Cai y retrocedió
rápidamente.

—Buena suerte.

Sus alas amarillas se extendieron y silbaron mientras se elevaba.


El resto de los instructores la siguieron.

A continuación se produjo una explosión de actividad frenética.


Tres manadas se dispersaron al instante, volando o corriendo, los
humanos, para las laderas cercanas. En cuanto a nosotros, Cai le pasó
el mapa a Liora y se puso delante de ella. Adrianna colocó una flecha.
Con repentina violencia, Frazer me agarró del brazo, haciéndome girar
detrás de él y se hundió gruñendo. Todo esto sucedió en el espacio de un
suspiro. Tambaleándome, miré alrededor de Frazer. La manada de
Tysion, que comprendía a Cole y otros cuatro fae de aspecto mortal se
movían, tambaleándose. Como si quisieran atraparnos. No fue difícil
adivinar qué misión les había sido dada: capturar un rehén. Y habían
elegido nuestra manada. Gran sorpresa.

Risa burlona llenó el aire. Tysion.

—No te preocupes. No tomaremos a tus dos débiles aún. ¿Dónde


estaría la diversión en eso?
—Ni siquiera pienses en cazarnos. No a menos que quieras que te
desgarre en pedazos. —La voz de Cai era gutural, viciosa. En desacuerdo
con su personaje.

Quédate detrás de mí, Matea. La voz mental de Frazer sonó lo


suficientemente fría como para llenar mi vientre de hielo.

—Tus amenazas están vacías, Caiden. Tú lo sabes; yo lo sé. Tu


manada lo sabe. Tienes dos guerreros decentes, una pelirroja que puede
empuñar una espada y un palo que es tan útil como una puta borracha
—se burló Tysion.

Frazer gruñó y me empujó hacia atrás otro paso.

Los ojos negros de Tysion se enfocaron en mí, estrechándose en


rendijas.

—Eres muy protector con la chica, Frazer. Dime, ¿qué se siente


follar con una humana?

Me dio una sonrisa malévola. Frazer solo gruñó más profundo.

—Parece que te has olvidado de mí —dijo Cai, compuesto.

Cole se rió entre dientes. Tysion lo despidió con un resoplido y un


movimiento de cabeza.

—Deja tu espada y cualquier fae aquí podría aplastarte con su dedo


pequeño del pie.

—Lo dudo. —La voz de Cai se había profundizado, ahora más


afónico y ronco.

Sus manadas se aquietaron mientras las expresiones de sus líderes


se endurecieron.

—Algún truco sucio de brujo no te salvará —replicó Tysion.

—Estás seguro de eso, ¿verdad? —Sin risas. Sin burlas. Solo ira.
Un Cai muy diferente.

Levantando su entintada mano y mostrando la palma de su mano,


evocó un gemido, aullidos de viento detrás de él. Una pausa y silencio.
Movió su muñeca. Un torbellino estalló y se deslizó por el prado,
haciendo que sus alas se abrieran, enviando su manada a toda velocidad
hacia atrás. Antes de que pudieran recuperarse, Cai se volvió hacia
nosotros, chasqueando órdenes.

—Adrianna, toma a mi hermana. Vuela al bosque. Frazer, ¿puedes


correr con Serena?

Un cabeceo brusco.

—Bien.

—¿Qué hay de ti? —preguntó Adrianna mientras levantaba a Liora


en sus brazos.

—Los encontraré; solo vayan.

—Cai… —gimió suavemente Liora.

—Sin argumentos.

Adrianna no dudó. Extendiendo sus alas, saltó al cielo acerado.


Metiéndome entre sus brazos, Frazer corrió hacia el refugio de los
árboles. Sus largas piernas se comían la hierba de las praderas mientras
yo observaba a Cai sobre su hombro.

¿Está corriendo? Proyectó Frazer.

Sí, pero no es tan rápido como tú.

Resopló. Obviamente. ¿Están los otros en la persecución?

No, todavía parecen un poco aturdidos.

Bien.

Sentí una explosión de alivio estremecerse a lo largo de nuestro


vínculo. Sorpresa me reclamó. ¿Les tienes miedo?

No. Pero pueden volar; yo no, lo que significa que siempre estaré en
desventaja.

La tentación de preguntar sobre sus alas fue casi demasiado.

Ahora no es el momento, recordó Tita.


Eso era obvio. Él nunca me lo diría de todos modos. ¿Cuánto
tardaremos en alcanzar un refugio?

Lo siento, ¿debería dejarte y tú me llevas?

Jo, jo. Definitivamente gruñón. No, solo estaba preocupada. Cai


está agotado y creo…

Entrecerré los ojos, con fuerza.

¿Qué pasa? Preguntó Frazer.

Creo que la manada de Tysion se está moviendo; tal vez


levantándose. ¿Crees que Cai puede detenerlos de nuevo?

Depende de lo poderoso que sea. La magia tiene límites. Frazer envió


una rápida ráfaga de velocidad que nos acercó a la línea de árboles.
¿Todavía puedes verlos? ¿Están en el cielo ya?

No. ¿Qué pasará cuando lo hagan?

Comenzará la caza.

Entramos en el bosque; el grueso toldo atenuó la luz de la mañana


al otro lado. Frazer pasó de largo árboles, aplastando agujas de pino y
batiendo hojas en su estela. Cai no estaba en ninguna parte a la vista.

—Tenemos que regresar. Déjame…

Mi líder me dio una orden.

—¿Y? —Lo fulminé con la mirada.

Resopló por la nariz. Déjalo. No hay absolutamente ningún


escenario que me haga abandonarte por él. Estarías tan indefensa como
un recién nacido contra seis fae.

Eso puso fin a mi objeción. Lo odié por señalarlo. Incluso si tenía


razón.

Frazer olfateó el aire. Liora y Adrianna están cerca.

¿Dónde? Estaba desesperada por cualquier señal de nuestra


manada fracturada.

Pronto.
Casi le enseño los dientes. Dioses, había pasado demasiado tiempo
alrededor de fae.

Un minuto más y apareció Liora en un claro. Al vernos, se apresuró


con sus rizos rubios movidos por el viento y ojos muy abiertos. Sin
señales de Adrianna.

—¿Dónde está; dónde está Cai? —exigió Liora, su mirada


revoloteando entre nosotros.

Frazer se detuvo y me bajó.

—La última vez que lo vi se dirigía hacia el bosque —respondí.

La garganta de Liora se agitó.

Dile que probablemente esté tomando una ruta más larga para
deshacerse de ellos y dividir sus fuerzas, proyectó Frazer.

Parpadeé. ¿Cómo puedes saber eso?

Me miró fijamente. Bien. Lo que sea.

Transmití lo que él dijo. Liora se giró, sus párpados revoloteando.


Pude ver lágrimas y me forcé a poner una mano en su espalda. Vergüenza
y culpa se retorcieron en mis entrañas.

—¿Puedo hacer algo? —pregunté, sintiéndome impotente.

Sacudió la cabeza y rápidamente quitó las lágrimas de sus mejillas.

—¿Dónde está Adi? —susurré en su oreja.

Liora se alejó y se volvió para enfrentarme. Apuntó con la cabeza


hacia el dosel de árboles.

—Actuando como un vigilante. —Su expresión se suavizó mientras


miraba a Frazer—. Debes de sentarte. Recuperar el aliento. Serena y yo
podemos seguir vigilando.

A estas alturas, el vínculo me había hecho afinar perfectamente su


estado de ánimo. Una mirada fue todo lo que tomó.

—Él querrá vigilar.

Liora asintió como si lo hubiera adivinado.


—Entonces deberíamos mirar el mapa. Ni siquiera sabemos qué
tarea nos dieron.

—¿Dónde está?

Liora sacó el pergamino ahora destrozado del bolsillo de su


chaqueta. Y Frazer se dirigió hacia el bosque, su cabeza ladeada,
escuchando.

Liora le dio la vuelta al mapa.

—¿Qué tenemos que conseguir? —pregunté tentativamente.

Ella estaba en silencio, sin parpadear. Me moví a su lado,


agarrando mi espada Utemä.

—Un mechón de pelo de un brujo del pantano —leí en voz alta.

Frazer rodeó el claro mientras Liora se congeló y dejó escapar un


suspiro tembloroso. Guardó el mapa una vez más.

—No sé mucho sobre los brujos en esta área, pero dudo que nos
den el pelo voluntariamente. Podrían pensar que queremos maldecirlas.
—Me lanzó una mirada llena de ansiedad—. Y ahora, hemos conseguido
a todos esos chacales cazándonos.

—Encontraremos una manera.

Maldita sea. ¿Creía eso?

Los ojos de Liora se agitaron con tristeza y las llamas de la ira.

—Si no me hubieran debilitado, podría detenerlos, Serena. Cai no


debería de tener que jugar al protector cada maldita vez —dijo sin aliento.
Debía de haber estado cerca de perderlo si estaba dispuesta a hacer
alusión a su vínculo con dos cercanos fae entrometidos.

Sintiéndome débil, necesitando contribuir, queriendo proteger:


todos eran hilos ejecutándose en mi vida. Y apestaba.

—Lo entiendo…

Liora asintió distante.

—Lo sé.
—No fue tu culpa lo que pasó allí. —Mis manos se volvieron
pegajosas pensando en Cai—. Encontraremos una manera, Li. No
seremos los débiles siempre.

—Podemos esperar —dijo en voz baja.

Ese pequeño sonido perforó un agujero gigante a través de mi


pecho.

Un crujido familiar y un golpe suave anunciaron que Adrianna


había aterrizada en el claro. Con un chasquido guardó sus alas.

—Ninguno de ustedes es débil, y podrían ser fuertes si dejaran de


esconderse detrás de los machos y desarrollarais sus propios dones.

Bueno, maldita sea.

Mis ojos se dirigieron naturalmente a Liora, esperando que se viera


confundida. Si acaso tenía una mirada observadora.

—¿Qué dones?

Adrianna cruzó sus brazos, desafiándonos.

—Bueno, para empezar, Serena puede escuchar los pensamientos


de los fae. —Me miró desafiante—. Puede que no te haya interrogado al
respecto, pero no soy estúpida. El poder de forjar la conexión entre tú y
Frazer debe de ser inmenso. Otros brujos bendecidos por el aire,
bendecidos con habilidades para conectarse a través de los
pensamientos, entrenan durante años para sostener lo que parece que a
ti te resulta natural.

Tuve problemas para tragar mientras Adrianna profundizaba su


ceño.

—También está el misterio de cómo intimidaste a uno de los


mayores comandantes de batalla en la historia fae.

De los mayores. Santo infierno.

Adrianna parecía desconcertada cuando agregó:

—Cuando nos enfrentamos, vi potencial. Serías un soldado


decente.
Un gran elogio, de hecho.

El sarcasmo no puede sustituir al ingenio, querida, me cantó Tita.

—Pero… ¿Wilder? —La voz de Adrianna sonó una octava más alta—
. Es algo más. No solo lo venciste; hiciste que se sometiera. Ahora, no he
sentido que usaras magia, pero debe de haber algo, algún gran potencial
o habilidad que mantienes oculto.

Mis mejillas se enrojecieron cuando Tita y el collar vino a la mente.

—Entonces, ¿por qué no te estás presionando? ¿Usando todo ese


potencial?

Sopesando su postura, su tono, supuse que estaba exigiendo una


explicación.

—No estoy segura de cuán útil sea esto, Adi —argumentó Liora—.
Mi hermano está por ahí en alguna parte. Deberíamos estar pensando
qué hacer ahora, no dando sermones.

La espalda de Adrianna se levantó.

—Ustedes son las que se están quejando de que no quieren ser


débiles. Así es cómo: usen lo que tienen.

Los ojos de Liora se estrecharon en las esquinas. Una tormenta se


estaba gestando.

—¿Cuál es tu sugerencia para mí? ¿Qué es lo que tengo yo? Porque


entreno tanto como tú…

—Eres una bruja —dijo Adrianna sin rodeos, sus fosas nasales
como si lo olieran—. ¿Por qué no usaste la magia que sea que tengas para
ayudar a Cai? Incluso si no eres tan poderosa como él…

—Puedes callarte ahora.

Liora estaba muy, muy quieta. Se puso rígida, su pelo crepitando


con estática. El aire circundante cambió, produciendo olas de calor, y mi
nuca se erizó. Frazer se materializó a mi lado. Sentí que sus sentidos
protectores se activaban; él también debió de haberlo sentido. Un
depredador enjaulado traqueteando en sus rejas. Un dragón ansioso por
deshacerse del disfraz de cordero.
Cuando ella habló, no era del todo Liora.

—No los uso porque no puedo acceder a ellos.

—¿Eres una bruja atada? —adivinó Adrianna.

Solo con curiosidad, sin miedo. Tuve que admirar su coraje


mientras miraba a la bestia.

—Sí —siseó Liora—, No es que sea de tu incumbencia.

—No, ciertamente no lo es —dijo la voz de Cai a través del claro.

La ira de Liora se separó y se dispersó. Giró y corrió hacia su


hermano, ahogando sollozos. Echó los brazos alrededor de su cuello. Él
le frotó la espalda y disparó sobre su hombro:

—No tomó demasiado tiempo para que las cosas se desmoronen sin
mí.

Me reí, el sonido sombrío y tenso.

—No te escuchamos… —comenzó Adrianna. Alarma, alerta, y


escaneando el área.

—No, no lo habrías hecho.

—¿Magia? —pregunté.

Un asentimiento para confirmar.

—Amortigüé los sonidos de mis movimientos y luego me quedé


atrás para alejar nuestras esencias. Tysion y su manada de gusanos
están volando en la dirección opuesta. —Tomó la mano de su hermana y
la atrajo hacia nosotros hasta que estuvimos en un círculo—. No sé
cuánto tiempo funcionará, sin embargo, así que cualquiera que fuera la
conversación que acabo de interrumpir, debemos de seguir.

Cai sonaba simplista, pero sentí el borde de su voz; estaba enojado.

Adrianna continuó tranquilamente:

—Tal vez decir esto me convierte en una perra, pero si ayuda a


Serena y Liora, estoy preparada para decir lo que nadie más dirá.

—¿Y eso qué es? —preguntó Cai, su voz áspera.


Adrianna me miró.

—Durante los últimos tres días, todo lo que has hecho es actuar
como portavoz de un fae macho: un fae que no te ha devuelto el favor
ayudándote a entrenar. A pesar de que él es claramente el mejor recluta
—dijo con los dientes ligeramente apretados—. Y ahora ha decidido
actuar como tu perro guardián oficial.

Los dientes de Frazer se encajaron. Oh, dioses.

Adrianna continuó, intencionalmente ajena:

—Liora, tienes la diplomacia y la comunicación, habilidades de un


líder. Pero por lo que he visto, siempre te refieres a tu hermano cuando
una gran decisión necesita ser tomada. No sé por qué; francamente, no
me importa…

—¿Entonces por qué sigues hablando? —espetó Cai.

Me quedé boquiabierta.

Supuse que ese potencial amor podría estar llegando a su fin.

La barbilla de Adrianna se elevó.

—Porque si quieren lo que dicen que quieren, necesitan dar un


paso adelante.

—¿Qué quieres que hagamos? —Las palabras de Liora eran


distantes.

—Lo que sea necesario.

—Excelente —comenzó Cai secamente—. Así que ahora que todos


hemos recibido una buena reprimenda, ¿podemos seguir adelante con la
competición?

—Bien —dijo Adrianna, sus ojos como trozos de hielo.

Liora le estaba dando a Adrianna una mirada calculada.

—Voy a pensar en lo que has dicho porque hay verdad en ello. Pero
en algún momento, deberías de poner esa mirada perceptiva sobre ti
misma y preguntar por qué no fuiste la primera elección como líder
cuando eres una luchadora de primera clase.
Adrianna se quedó estupefacta.

Intenté sofocar un guiño de suficiencia.

Liora le entregó el trozo de pergamino a Cai.

—Tenemos que conseguir el pelo de un brujo del pantano.

Cai se quedó mirando el mapa y murmuró:

—Mierda.

—Los brujos más cercanas a nosotros son las de los pantanos de


Nola —dijo Adrianna, deslizándose detrás de la máscara altiva—.
Deberíamos ir allí. No necesitaremos el mapa.

—¿Has tratado con ellas antes? —Cai enarcó una ceja.

Adrianna aflojó sus alas.

—Algo así. Se encuentran en el noreste. Podemos estar allí en


cuatro días.

Él asintió, sus hombros se tensaron.

—Mejor empezar entonces. Ya que tienes alas, puedes volar por


encima y explorar el terreno. Solo mantente a la vista para que podamos
seguirte.

Adrianna apretó los labios pero no se opuso, sorprendentemente.


Extendiendo sus escamosas alas azules, se disparó hacia arriba. Apenas
podía espiar su forma flotante a través de las ramas de pino.

Liora me miró con cansancio.

—Odio admitir esto, pero Adrianna tenía razón en algo más.

—¿Oh?

—Hemos estado ignorando la conexión entre los dos. —Hizo un


gesto entre Frazer y yo—. Es un misterio, que más adelante podría ser
problemático, incluso peligroso. O podría ayudaros a ambos.

Le dio a mi collar una mirada furtiva. Solo el tiempo suficiente para


que adivinara su significado. Mi respiración se volvió superficial. Tita
sintió pánico. ¿Tal vez es hora de que le cuentes?
Un abismo se abrió ante mí. Miedo se arrastró, retorciéndose en mi
vientre. ¿Y si él me rechazaba? ¿Y si también se apartaba de mí?

—¿Serena? —Liora sonaba cautelosa.

Su llamaba me sacó de mi conflicto interno.

—¿Mmm?

—Tal vez sea el momento.

Mi sangre se heló al reconocer las palabras de Tita haciéndose eco


a través de las suyas.

—¿El momento de qué?

Liora abrió la boca pero parecía perdida. Cai recogió la


conversación infundiendo cada palabra con significado.

—De empezar a explorar sus limitaciones.

Sabía que se refería al collar.

Frazer se movió. Como si estuviera incómodo. ¿De qué está


hablando?

—¿Cómo hago eso? —le pregunté a Cai.

¿Serena? La voz mental de Frazer era insistente.

Mi temperamento se encendió.

—Frazer, solo dame un maldito minuto.

Estrellas, no le gustó eso. Por un insoportable momento nos


miramos el uno al otro. Su voluntad se dobló primero y miró hacia otro
lado, su mandíbula palpitando, sus manos temblando.

Cai nos miró con cuidado.

—Un buen lugar para comenzar sería averiguar si lo que compartes


con Frazer es único, o si puedes comunicarte con otros de la misma
manera.

—¿Cómo?

—Preguntando.
Era obvio que se refería a hablando con el collar, con Tita. No haría
ningún bien. Ella nunca respondía a mis interrogatorios.

Ira tembló en nuestro hilo, palpitante, insistente. Frazer había


adivinado que Cai sabía algo que él no sabía. Que le estaba escondiendo
algo. Y Frazer lo odiaba. No lo culpaba.

Cai miró hacia el dosel y más allá.

—De todos modos, deberíamos irnos. Adrianna probablemente se


enfadará si nos tomamos mucho tiempo. Iré delante.

Se dio la vuelta y caminó hacia el bosque, guiándonos, confiando


en que nos alineáramos. Liora vaciló, mirando entre Frazer y yo. Luego,
con la mano en la empuñadura, fue tras Cai. Frazer dio un paso atrás y
me hizo un gesto para que lo siguiera. Su rostro era de piedra.

Mierda. Podría contarle ahora, pero…

Hablaremos de esto.

Él solo se quedó mirando. No convencido. Me moví sin otra palabra.


El Pasado
Traducido por Aelinfirebreathing

EL TIEMPO PASÓ. Aunque en el bosque eternamente iluminado por


el crepúsculo era imposible decir cuánto. Se sentían como horas. No
aflojamos nuestro paso ni una vez, y además de la orden extraña de
Adrianna de ajustar nuestra dirección, nadie hablaba. Mi humor
descendía continuamente mientras pasaba mucho de ese tiempo
tratando de rezarle respuestas a Tita, quien no me dio nada. Solo la
seguridad extraña de que me contaría todo, un día. Traté de pasar de ella
y hablarle a Liora, mente a mente. Un dolor de cabeza fue mi única
recompensa.

Mi paciencia eventualmente se rompió. Cualquier magia que


contenía el collar, no podía controlarla más de lo que podría cambiar el
clima. Una maldita pena, porque el bosque sin aire se había vuelto
pesado con los olores empalagosos de pino afilado y tierra húmeda. Gotas
cálidas comenzaron a llover, y el destructor y seco sonido de un trueno
sonó, haciendo que me pusiera la capucha de mi capa y mirara al cielo.
Adrianna era solo una mancha; parecía estar bien. Tal vez era más fresco
allá arriba, sobre el peso sofocante del toldo. Me inundó la envidia. ¿Cómo
deberá ser tener esa clase de libertad? Dejar todo atrás, incluso si es solo
por un momento.

Es glorioso.

La amargura rodando por las palabras de Frazer hizo que mi piel


picara. Ralenticé, y él irrumpió. Nunca una buena señal.
¿Frazer?

No lo hagas, fue su única respuesta.

Lo observé retroceder de vuelta, tratando de sentir ecos, susurros,


en el vínculo. Era la única forma de saber qué le estaba pasando: la única
forma de leerlo si sus pensamientos estaban cerca de mí. Una soledad
dolorosa sonó de regreso. Un lugar distante, oscuro, como si su alma se
hubiera vuelto del tono de las pesadillas.

Caminé rápido y lo alcancé. Flanqueando su lado, tratando de


agarrar su brazo, dije:

—Estás enojado y quieres respuestas, pero no me dirás una simple


cosa sobre tu pasado. Ni siquiera sé tu segundo nombre. ¿Cómo es eso
justo? He compartido cosas contigo…

Su brazo se anchó, rompiendo mi agarre. Y la mayoría de esas


cosas las he sentido a través de esta conexión primero. Hizo un gesto entre
nosotros. Quién sabe si las has compartido voluntariamente. Y en cuanto
a mi pasado, es mío para compartir si y cuándo quiera. Pero estás
escondiendo cosas, cosas que nos afectan a los dos, así que, ¿qué te hace
creer que tienes el derecho de escuchar mi historia?

Sus ojos estaban sangrando ira. Preparándome, moví mi mano a la


suya. Frazer se alejó de un tirón y trató de salir molesto de nuevo.
Bloqueé su camino y le enseñé mis palmas. Su juego mortífero de caninos
explotó.

Un gruñido se escapó de su garganta. Una advertencia viciosa.

Hacer fuerza en esto, cuando estábamos vulnerables, era de


lunáticos. Pero no podía aguantar el silencio ensordecedor. No podía
aguantar estar callada. No más.

—Sé que debería haberte dicho. —Hice un gesto a su cuerpo de


arriba abajo—. Pero esta oscuridad, lo que sea que es, te está comiendo.
Hablar podría ayudar.

¿Qué sabrías tú? ¿Qué sabes sobre cualquier cosa? Eres una niña.

Mi pecho se ahuecó.
Adrianna aterrizó junto a nosotros, batiendo sus alas escamosas
para secarlas de la lluvia.

—Aléjate de él, Serena. No es él mismo.

—¿Qué está mal?

Liora obviamente se había doblado. Pero no escuché; no me moví.


Frazer estaba en un profundo, profundo dolor. Sombras atormentaban
sus ojos, y su pechó se agitó con una respiración superficial.

Cai apareció.

—Serena, déjalo.

La demanda—la orden—en su voz puso mis dientes al borde.

—No puedes presionarlo para que esté listo. Si no quiere dejarte


entrar… —comenzó Adrianna.

—Aunque quieres dejarme entrar, ¿no? Una parte de ti lo hace. —


Le estaba hablando solo a Frazer.

No sabes nada. Chasqueó los dientes hacia mí y se encorvó


amenazadoramente.

—¡Serena! —gritó Liora, alarmada.

—No me lastimará. —Una certeza.

—¿Segura? Porque ira y agresión están saliendo de él en olas ahora


mismo. Puedo olerlo —dijo Adrianna con precaución.

—Suficiente. —Un comando claro porque era mi elección—.


Querían que explorara este supuesto poder. —Mis ojos se lanzaron
primero a Cai, luego a Liora y finalmente a Adrianna—. Pero ella no me
dejará conectar con nadie más. Solo él. —Mi mirada se concentró de
vuelta a Frazer—. Solo tú.

Otro chasquido de un trueno retumbó sobre nuestras cabezas. Y


Frazer parecía listo para atacar o huir. No podía decir cuál.

—¿Qué quieres decir con ‘ella’? —Adrianna sonaba intrigada.

La ignoré y añadí:
—No quiero que ninguno de ustedes intervenga.

Ahora, concentré toda mi atención en Frazer; el instinto me hizo


tirar de nuestro vínculo. Un tirón salvaje, afilado para sujetarlo. Luego,
arrojé todo mi ser hacia ese escudo oscuro, brillante, como una ola
coronando la costa.

El rostro de Frazer se relajó. Lanzó una mano frente a su cara,


siseando, Si tratas de... ¿Qué estás haciendo?

Su brazo bajó; una expresión confusa apareció mientras inundaba


el exterior de esas altas, altas paredes, dejando que mis recuerdos, mi
esencia, se elevaran alrededor de él y brillaran..

Mi madre sosteniéndome, peinando mi cabello con sus dedos.

Papá barriéndome hacia sus brazos—sus brazos fuertes, como los


de un oso—manteniéndome a salvo de una tormenta en el exterior.

Llorando en la tumba de mi madre.

Viola tejiéndome una bufanda, sus manos borrosas mientras hacía


a las agujas golpetear arriba y abajo.

Elain gritando. Abofeteándome fuerte.

John enseñándome a hornear una tarta.

Oliendo las páginas de un libro que Viola me acababa de comprar.

Los recuerdos vinieron ahora sin ser invitados. Una tempestad sin
timón. Mi historia: una colección de pensamientos y sentimientos
fluyendo fuera de un pozo tan vasto que temía que nos ahogaran a
ambos.

La lengua caliente y pegajosa de Gus. La enfermiza posesión en sus


ojos.

Los insultos de Elain. Su alegría cuando pensó que me había


arruinado.

Quería echarme atrás y agacharme en una esquina distante de mi


mente. Estaba confiando a Frazer con todo, tal vez demasiado. Pero el
hilo me cantó su temor y rabia y tristeza mientras procesaba mis
recuerdos. Así que me sostuve, y me dejé ir.
El torrente fue incluso más rápido.

El pecho de Gus yaciendo abierto en la tierra congelada.

Hunter ayudando a forzar una poción para dormir por mi garganta.


El ala de Hunter dándome refugio.

Mis dudas, mis miedos de venir a Kasi.

Luchando con Wilder. El deseo resultante desenredándose a sí


mismo en mi estómago como una bestia durmiente medio hambrienta.

El collar vino después. Luego, la voz de Tita.

Conmoción irradió en Frazer. Mis recuerdos de él vinieron luego.


Sus ojos observándome desde lejos, yo cuestionándome si estaba solitario
o buscando por una debilidad para explotar. El extraño tirón que había
sentido hacia él. Y finalmente, la corriente de conciencia se aminoró a un
goteo. Como si nos hubiéramos acercado al fondo del pozo.

La última pieza de mí salió: mi miedo de que pudiera rechazarme,


que pudiera resentir nuestra conexión. También, la esperanza y consuelo
que trajo mientras ofreció un punto de luz en una larga historia de
soledad y pérdida. Una estrella en un cielo oscuro.

Me sentía drenada, pero clara. ¿Ves? He estado fuera buscando


toda mi vida. Y vivir en un reino fae no cambió eso. Conocer a Cai y a Liora
no cambió eso. Tú, nosotros, conectando de esta forma, lo cambiaste. Me
haces sentir que pertenezco. Excepto cuando me alejas.

No estaba solo sorprendido; estaba impresionado.

Te he enseñado todo. No me contuve. Y no espero que hagas lo


mismo. Sé que lo que sea que esté al otro lado de este hilo debe hacer a
mis pesadillas lucir como arcoíris y rayos de sol en comparación. Pero
enséñame algo, Frazer, porque continuar viviendo en este silencio no es la
respuesta.

¿Cómo enseñarte mis pesadillas me va a ayudar? Dime, Serena,


¿cómo?

Pestañeé para contener las lágrimas. No nos habíamos conocido


por mucho tiempo. Podía alejarme, ignorar el hilo. Dolería menos. Pero si
lo dejaba en este silencio, pudriéndose tras esa pared, sin duda se
volvería loco. O se volvería tan retorcido que no valdría la pena salvarlo.

Creo que te ayudaría compartir lo que sea que estás cargando. Puedo
soportar el peso. Pero, no puedo forzarte a hacer nada. Enséñame, o no lo
hagas, es tú decisión. Te amaré, con lo que sea que decidas.

No había planeado decirlo, el único hombre al que le pronuncié


esas palabras era mi padre. Y eso se había vuelto más difícil de decir con
los años.

Frazer no me podía haber mirado más impresionado si lo hubiera


disparado en el corazón. El hilo tembló con miedo, sospecha, incluso
horror, por mi declaración. Pero finalmente, ahí estaba: un destello de
una alegría tan pura, que envió una rajadura por el escudo. ¿Por qué?

Era claro a qué se refería. Por qué necesitaba que lo explicara. Sé


que nuestro vínculo solo se forjó hace unos cuantos días, pero desde el
momento en que nos conocimos, me he sentido conectada a ti. Y para ser
honesta, simplemente es fácil amarte.

Su intranquilidad me urgió por aclarar. No me refiero a amor


romántico. Eres… eres como mi hermano, Frazer. Lo siento si eso te
molesta, pero…

Mis pensamientos se separaron mientras imágenes me inundaron


y unas alas enormes, emplumadas de color índigo entraron de golpe en
la vista de mi mente.

Yo era Frazer, de pie sobre un acantilado negro con el sol


calentando mis alas. Echando un vistazo abajo, viendo un mar agitado
con sus grandes olas blancas, y respirando las profundas notas de sal y
piélago de mar. Una floja emoción y terror cubrieron mi lengua, pero
sabía en mis huesos—en las partes más primitivas de mí misma—que
estaba lista.

Di un salto corriendo. Dejando mi estómago atrás, descendí en


picado hacia las rocas y las olas golpeando contra ellas. Miedo se revolvió
en mi tripa y luego, alivio: éxtasis mientras mis alas se abrieron de golpe.
Las batí furiosamente. Por unos cuantos latidos mi centro falló en
sostenerme; los músculos en mis hombros se acalambraron y mis alas
se sintieron como si se fueran a desprender de mi espalda. Me nivelé justo
a tiempo por una corriente ascendente para llevarme y lanzarme
alrededor tan fácilmente como a un poco de pelusa. Eventualmente,
encontré el ritmo. Planeando dentro y fuera de las nubes, persiguiendo
cortinas de lluvia, rozando sobre las olas, dejando la sal rociar mi rostro.
Esto era libertad, esto era todo. Las partes de mi mente que todavía me
pertenecían dolieron al experimentarlo por mí misma.

Pena me golpeó. Sin fin, implacable. El océano chillón y el cielo


abierto se desvanecieron, reemplazados por una habitación. Una de fría
piedra blanca, grandes columnas, telas finas y sedosas, y un balcón que
tenía vista a tres lagos. El agua era tan tranquila, tan pura y prístina,
que reflejaba las montañas y la oscuridad con estrellas como lentejuelas
arriba. Un retrato perfecto.

Las partes que permanecían siendo mías jadearon de terror.

—¿No tienes nada que decir en tu defensa, Frazer?

Era una voz profunda, imperativa, que hablaba de siglos de


sabiduría y aburrimiento. Un enorme macho se movió para detenerse
frente a mí, a nosotros. Una corona, decorada con estrellas negras y una
cola plateada destellante, estaba sobre su cabello como la tinta. Servía
para iluminar sus alas blancas emplumadas, su piel sin sangre, y ojos
grises plateados. Un relámpago. Una tormenta de invierno. Eso es lo que
este macho era.

El reconocimiento de Frazer brilló, diciéndome que este era el


anterior—y ahora bastante muerto—Rey de Aurora, Linus Johana.

—No —dije como Frazer.

La esquina de mi mente que pertenecía a Serena dolió al escuchar


su voz por primera vez.

—Entonces no me dejas elección.

Linus hizo un pequeño gesto y dos fae machos aparecieron a mi


lado mientras seis custodiaban mi espalda. Eran extraños; eso era una
misericordia, al menos. Pero cada uno venía armado hasta la
empuñadura, y uno sostenía una cimitarra fae de aspecto malévolo. Una
espada curvada que tenía al terror juntándose en el fondo de mi
estómago.
Arropé mis alas más cerca de mi cuerpo.

—¿Por qué estás haciendo esto? —Mi voz salió temblando, me odié
por eso.

—¿Por qué crees? —preguntó, tan frío como el hielo revistiendo su


corte—. Porque si no lo hago, ella lo hará, y hará tu dolor eterno.

—Entonces lucha contra ella. —Un gruñido se escapó de mi


control. Me dije a mí mismo: este era mi rey aún. Tenía que recordar eso.

—Morgan es muy poderosa. Tiene un ejército de portadores de


magia a su espalda —dijo Linus en tono cortado—. No hay nada que
ganar de luchar cuando podemos trabajar con ella y salvar vidas fae.

—¡No puedes trabajar con ella! ¡Está loca! Mató a Dain…

—Suficiente, Frazer —Linus ladró, sus ojos centelleando con ira y


una advertencia.

Asintió a los dos bloques de piedra sin sentimientos a mi lado. Los


machos me llevaron al suelo, clavando mis brazos a ambos lados. Me
mantuve concentrado en el rey, mi rey.

—Castígame, pero deja que me quede. Quiero servir.

—Si te quedas, ella insistirá en tu ejecución.

Linus—un macho que me había dado una posición, un hogar—


ahora me observaba como si fuera nada, nadie.

—O peor, te encarcelará y usará tu vida como una vara para pegar


a mi hijo y heredero en su cabeza. Nuestra corte no puede permitirse que
Lynx se distraiga.

—¿Dónde está él? —Ni siquiera podía decir su nombre.

—El Corazón de León está seguro. Lo envié a la frontera sur. Está


actuando como un escolta a la corte de Morgan. Estarán aquí por la
quincena.

—¿Qué le dirás? Sobre lo que hiciste. —Resentimiento sin diluir


estaba goteando de mi lengua, nublando mi visión.
Los ojos de Linus se deslizaron fuera. Lo reconocí por el gesto sin
misericordia que era.

—La verdad. Que saboteaste la misión. Nos traicionaste. Que tuve


que enviarte al exilio antes que Morgan pudiera destruirte.

—Él vendrá tras de mí. Querrá escucharlo de mí.

No era una amenaza. Ambos sabíamos que la gente de Lynx lo


había nombrado bien. El Corazón de León no abandonaba a sus
soldados, especialmente aquellos que llamaba amigos.

—Tal vez. —La cabeza de Linus se levantó en fría contemplación—


. Pero si te preocupas por él en absoluto, irás al exilio y nunca
oscurecerás nuestra corte de nuevo.

Ahogándome en una ola creciente de terror, forcé:

—¿Por qué no solo me matas?

Un encogimiento de hombros.

—Lynx nunca me perdonaría. Esto será mejor a la larga. Hazlo.

Linus movió su barbilla a los fae con la cuchilla y se volvió en sus


talones, enseñándome su espalda. Estaba alejándose. Ni siquiera tenía el
estómago para llevar a cabo la sentencia él mismo.

Un poderoso odio agarró mi corazón, retorciéndolo. Palabras


envenenadas se escaparon.

—Tenían razón. Tu gente tenía razón al llamarte el Rey de Corazón


de Hierro.

Linus se detuvo en seco. Sin moverse y rígido, no miró atrás


mientras exhaló:

—Adiós, Frazer Novak.

Mi rey llegó al balcón opuesto y voló a los cielos. Cobarde.

El fae a mi derecha agarró la espada curva en ambas manos


mientras el otro me sostuvo rápido. Con el honor y la dignidad olvidados,
comencé a forcejear. Más fae se apresuraron desde mi espalda. Me
sostuvieron abajo, sacando mis alas en su amplitud.
Haciéndome pis encima, gritando, suplicando, llorando; ninguno
detuvo una cimitarra de venir. Luego abajo. Mis alas. Mis hermosas alas
cayeron, y un dolor que detuvo mi corazón se coló, barriendo todo lo
demás. Oscuridad vino, consumiéndome. Le di la bienvenida con los
brazos abiertos.

YO, SERENA, DESPERTÉ en un saco de dormir desenrollado cerca de


un fuego crujiente. Mi mochila descansaba junto a mí y la noche había
llegado. La lluvia y los truenos habían acabado. Me senté y toqué mis
brazos, piernas y mi cara. Tenía que asegurarme de que era yo, solo yo.
La humana—la chica de Tunnock sin alas—quien nunca había conocido
al Rey de Aurora.

Liora se movió a mi lado y pasó una palma por mi espalda.

—¡Gracias a la luz! ¿Estás bien?

Al mismo tiempo, Cai estaba diciendo:

—¿Qué sucedió?

Estudié el claro. Adrianna no estaba, pero Cai y Liora estaban


arrodillados en sacos de dormir a ambos lados de mí. Frazer estaba
sentado opuesto a mí en un tronco de un árbol muerto, tratando sus
flechas. Las flamas del fuego parpadearon entre nosotros, proyectando
sombras fantasmas por su rostro.

¿No vas a mirarme?

Sus manos temblaron; no se encontraría con mis ojos.

—¿Serena? —Liora exhaló.

—Estoy bien.

—¿No vas a darnos más que eso? —preguntó Cai, su voz manchada
con cansancio—. Nos haces cagarnos encima con miedo y…

—Le enseñé mis recuerdos. Todos ellos.


Liora murmuró algo como, ‘Por las lunas’, y Cai presionó sus labios
juntos.

—Eso fue… estúpido. —Parecía estar mordiendo su lengua,


bastante literal. Mis instintos me dijeron que quería decir algo mucho
más hiriente.

—¿Ayudó? —preguntó Liora, estudiando a Frazer. Duda estaba


escrita por todo su rostro.

¿Qué podía decir?

Frazer se detuvo de preocuparse por las plumas de la flecha para


echarme un vistazo desde debajo de sus pestañas negras como el hollín.

—Aquí estábamos pensando que estabas teniendo un ataque —dijo


Adrianna mientras llegaba a la tierra.

—Qué la madre tenga misericordia, ¿por qué siquiera me molesto?


—Cai se estresó—. ¡Se supone que estés haciendo guardia!

Sus hombros rodaron en un encogimiento despreocupado.

—Podría escuchar a alguien antes de verlo en esta luz. Y mi oído


funciona bastante bien desde aquí. —Chasqueó sus alas en su lugar y se
arrodilló entre Liora y Frazer.

—¿Por qué accediste a ir arriba entonces? —preguntó Liora,


mirándola fijamente.

—Prefiero estar sola.

Cai bufo una risa a medias. Y Adrianna pretendió no escuchar.


Levantó sus manos al fuego para calentarlas.

—¿Por qué todos pensaron que estaba teniendo un ataque?

Me volví al par de ojos más amable, la apuesta más segura por una
simple respuesta. Liora.

—Ustedes dos estaban en una especie de trance —dijo, sonando


asustada—. No podíamos hacer que respondieran, y luego tú comenzaste
a gritar.
—Sonabas como si estuvieras siendo asesinada —dijo Adrianna,
francamente—. Y Frazer solo se quedó de pie, luciendo como si estuviera
siendo obligado a alimentar veneno mientras estos dos cacareaban sobre
ustedes como gallinas. —Le disparó a Cai y a Liora una mirada.

Dioses, ¿qué había pasado entre ellos?

—Así que, hice la única cosa que pude pensar y te noqueé antes de
que tuvieras un ataque o destrozaras tu voz —continuó Adrianna.

—Bien.

Adrianna pestañeó.

—Fue lo correcto a hacer —le dije—. Y lo siento. No sabía que eso


pasaría. Pero valió la pena. Estoy agradecida de que pasara.

Miré fijamente a Frazer, esperando que me creyera. Sus ojos se


habían vuelto a fijar en el flamante fuego mientras su cuerpo permaneció
tieso, sin vida. Sobreviví, tú lo sobreviviste, y estamos juntos. Estamos
enteros.

El brillo ardiente de Frazer encontró el mío.

—¿Cómo puedes decir eso? —dijo en tono áspero y en voz alta.

Liora jadeó, Cai maldijo, y Adrianna craqueó una risa dura.

—Supongo que no era mudo después de todo —dijo, arrastrando


las palabras.

Frazer no respondió. Solo me observó, sin pestañear.

Me preparé y dije:

—Lo que sea que pasó entonces... No tiene que arruinar el resto de
tu vida.

Su rostro estaba apático.

—No sabes lo que hice para merecer la sentencia.

Cai, Liora y Adrianna se tensaron mientras su atención picaba.

—Eso no importa. —No me importaba por qué Linus lo había


hecho. Había herido a Frazer en la peor forma posible. Estaba agradecida
que su rey no era nada más que polvo y hueso—. Lo que sea que hicieras,
has pagado por eso un millón de veces.

Adrianna le frunció el ceño a Frazer.

—Bueno, Serena puede no necesitar saber lo que has hecho, pero


si eres un criminal, nosotros merecemos saberlo.

La necesidad de protegerlo rodó por mis venas, disparando mis


palabras:

—No, no lo necesitan.

Las siguientes palabras de Frazer fueron tan silenciosas, que eran


apenas audibles sobre el cacareo de las llamas.

—Soy un exiliado de la corte caída, de Aurora. El rey arrancó mis


alas porque me rehusé a trabajar para Morgan.

Bueno, eso respondía algunas de mis preguntas.

Los ojos y bocas abiertas de Cai y Liora dijeron todo.

La reacción de Adrianna fue la más extrema. El color se drenó de


su rostro, dejando atrás una máscara severa.

—¿Cuándo? —Un afilado tono áspero.

—Dieciocho años atrás, cerca de un mes antes que el Rey Linus


fuera asesinado y el Príncipe Lynx fuera tomado.

Frazer sonaba como si hubiera sido reducido a humo y cenizas. Mi


corazón sangró.

—Tomado. —Adrianna se encendió a la vida de nuevo—. Una


bonita palabra para ello. Convertido en un traidor debe ser más acertado.

—Lo que sucedió no fue su culpa —gruñó Frazer—. Lynx se habría


matado antes que convertirse en una marioneta de esa perra malvada.
Morgan debe haberle hecho algo, embrujado…

—No me importa —siseó Adrianna, su rostro retorciéndose—. Tiene


océanos de sangre de fae y hada en sus manos. Fue por causa de su
fuerza que ella fue tan exitosa.
Rabia cegadora golpeó por nuestro hilo. Una urgencia de morder y
mutilar. Me levanté y fui alrededor del fuego en un intento en vano de
contenerlo. El impulso murió tan rápido como había nacido; lo encontré
acunando su rostro en sus manos. Me agaché y puse mi palma plana en
su rodilla. Era todo lo que tenía para ofrecer, un toque confortante.

Estaba revolviéndome en la oscuridad. Había tanto que no entendía


de este reino.

—¿Por qué él era tan importante? —pregunté ligeramente.

Dirigí la pregunta hacia Frazer. Una pesadez que hablaba de años


de angustia hizo eco en cada palabra de su respuesta.

—Lynx está bendecido con la magia antigua. —Notando la


confusión en mis ojos, aclaró—: Los fae de Aldar eran conocidos por su
magia de luz, pero con los siglos, los dones se volvieron raros. Pero Lynx,
su poder era… vasto, sin diluir. Y de alguna forma Morgan lo convirtió.
No estaba ahí para protegerlo. La pérdida de vidas, la matanza, está todo
sobre mi.

—No trates de limpiarlo. —La nariz de Adrianna se arrugó en


disgusto plano.

Algo explotó en mí.

—¡No le hables así!

Las manos de Frazer cayeron, revelando sus ojos demacrados con


la luz del fuego.

—Matea —dijo suavemente. Una llamada para retroceder.


Enderezando su espalda un poco, miró a Cai—. ¿Puedes escudar nuestra
conversación?

Cai dio un pequeño asentimiento. El aire brilló.

Frazer liberó una respiración, entrando en su explicación.

—Mi rey quería aliarse con Morgan, pero eso venía con un precio.
Uno pesado. Ya que una de las demandas que ella hacía en el tratado era
que los afamados Guerreros Sami de nuestra corte mataran a sus
enemigos por ella, lo que significaba asesinar a cualquiera lo
suficientemente valiente para hacerle frente. Fui puesto a cargo de esa
misión.

El gruñido bajo de Adrianna atravesó el aire.

El pequeño silbido de apreciación vino de Cai.

—Supongo que los rumores eran ciertos por una vez. ¿Por qué
siquiera entrenarías como un soldado de infantería? ¿Seguramente
convertirse en un Iko está por debajo de ti?

La respuesta de Frazer fue brusca.

—No era un Guerrero Sami. No realmente. Entrenaba con ellos,


pero permanecí siendo parte de la guardia personal del rey. Pero cuando
me pusieron a cargo…

—No pudiste hacerlo —supuse.

La pena en sus ojos hizo que mi pecho se estrujara.

—Conocía a esos fae. Eran leales, pero convertirse en los asesinos


de Morgan los hubiera destrozado. Los llevé fuera de las murallas de la
ciudad y les di una opción. Desaparecer o someterse a los deseos de
Morgan.

La espalda de Adrianna se tensó.

—Los Samite de Aurora fueron masacrados junto con el resto de la


corte…

Frazer sacudió la cabeza.

—Santo infierno —Cai jadeó—. ¿Siguen ahí fuera?

Frazer continuó, sonando apagado.

—Sí. Y por mi acto de desafío, escuché que la furia de los brujos


fue algo para observar. Eso la hizo sorda a todo tratado, toda súplica, y
las negociaciones cayeron. —Lucía tan enfermo como me sentía—. Mi rey
fue encarcelado, humillado públicamente, y finalmente, ejecutado. Toda
la corte lo siguió a la tumba y el alma de mi amigo fue destruida por eso.
Todo por lo que yo había hecho. Porque estaba tan podridamente seguro
de que Morgan mintió cuando le dijo al Rey Linus que podía mantener su
corte y su corona. Pero Morgan se alió con la Tierra de los Ríos no mucho
después, y ha mantenido su palabra a Diana, nunca ha sido invadida.

Sus hombros se desplomaron. Completa derrota y años de culpa,


esto fue lo que hicieron.

Dioses. Él podía haber trabajado para—ser esclavizado por—esa


bruja demonio. Sacudí mi cabeza para aclararla de esos pensamientos y
dije:

—Estás tomando mucho de ello.

La mirada que me dio hizo que mi garganta se tensara. Como si


nunca pudiera entender.

—Serena tiene razón —añadió Liora suavemente—. Esa carga no


es solo tuya para llevar. Había un montón de gente responsable por la
caída.

Cai hizo un ruido de acuerdo.

—Además, ‘podía’, ‘tenía’, ‘debía’, no ayuda a nadie. Si me


preguntas, mostraste misericordia y salvaste a una cantidad de gente
malditamente enorme el día que dejaste ir a esos guerreros.

Adrianna no podía vernos a ninguno de nosotros a los ojos; estaba


tan tranquila cuando habló.

—Y no cometas el error de pensar que Morgan no destruyó la Tierra


de los Ríos. Nuestro reino, lo que una vez fue, es cenizas. Nuestra corte
cometió el mayor error de todos. Y nuestra Reina no luchó cuando toda
la maltita Corte Solar nos suplicó hacerlo. En cambio, Diana desamparó
a la Reina Sefra y firmó una alianza pobre con Morgan, cediendo a todas
sus demandas. Por los siete mares, podríamos también habernos puesto
de rodillas y succionado sus tetas. —Disgusto calentó su voz de nuevo.

Frazer frunció el ceño, asintiendo como si aceptara que ella podría


tener un punto.

—Pero todos saben que la Reina Diana odia a Morgan. —La falta
de aire de Liora me hizo mirarla fijamente.

Adrianna bufó.
—Por supuesto que lo hace, ¿pero ¿quién no? Ella es una perra del
infierno.

—Entonces todavía hay esperanza, mientras la Tierra de los Ríos


esté luchando… —interrumpió Cai.

—¿No has estado escuchando? —preguntó Adrianna, molesta—.


No estamos luchando. Estamos mendigando y en quiebra por los
impuestos de Morgan.

—¿Qué hay de los ejércitos de la Tierra de los Ríos? —farfulló Liora.

¿Por qué en las estrellas parecía tan aterrorizada? No era solo ella
tampoco. Cai tenía los nudillos blancos, mirando fijamente al fuego.

—¿Qué hay de ellos? —preguntó Adrianna, frunciendo el ceño.

—Responden a Diana. Ha estado incrementando la toma de


reclutas por casi un año, construyendo su milicia.

—Li… —El susurro de Cai sonó con una advertencia.

Adrianna los observó a ambos cuidadosamente.

—Así que, ¿por eso es que estás en Kasi? —preguntó, sus ojos
estrechándose—. Me preguntaba por qué dos brujas viajarían de la Media
Luna para convertirse en soldados de infantería para la Tierra de los Ríos.

Mis ojos repararon en Liora. Su expresión era enigmática con pena


e incredulidad.

—Pensé que te fuiste porque estabas…

El hechizo de Cai me previno de decir otra palabra; me ahogó.

Los rasgos de Liora parpadearon con intranquilidad. Se volvió y le


susurró algo a su hermano.

—Deshazlo. Deshaz el hechizo. Serena se ha más que ganado


nuestra confianza, y Frazer está dispuesto a compartir secretos que, en
las manos equivocadas, podrían significar la muerte. Deberíamos
devolver el favor.

Compartí una mirada con Cai. Hubo un latido de duda que esperé
que tuviera todo que ver con la seguridad de Liora y nada que ver
conmigo. Luego sus labios se movieron, sus ojos se agitaron, y algo se
aflojó en mi pecho mientras la liberación de mi juramento de nunca
contar sus secretos se rompió.

—¿Alguien quiere decirme a qué vino eso? —Adrianna levantó una


ceja, arrogante. No estaba engañando a nadie. La curiosidad quemaba
profundo en sus ojos.

No era la única con preguntas; los pensamientos de Frazer


interrumpieron los míos. ¿Serena? ¿Algo que te has olvidado de decirme?

A pesar del apretado agarre del hechizo, los secretos de mis amigos
eran la única cosa que había sido incapaz de revelar, incluso en
memorias compartidas. Pero no fue a él a quien respondí. Mi atención
era únicamente para Liora.

—Dijiste que fuiste exiliada de la Media Luna porque tu padre temía


a Morgan. Porque ella podía venir tras de ti... —Traté de no sonar
acusatoria.

—Es cierto —Cai respondió por Liora. Un poco demasiado a la


defensiva.

Me ericé. Mi columna se tensó.

—Tal vez por eso se fueron, pero no es por lo que vinieron a Kasi,
¿o sí? —presionó Adrianna—. Creyeron los rumores que esos tontos
esparcieron sobre Diana liderándonos contra Morgan cuando sea el
momento correcto.

Adrianna no lucía satisfecha, solo triste. Liora dejó caer todas las
pretensiones a este punto. Su voz se elevó, más insistente.

—Si Diana no estaba planeando nada, ¿por qué reclutar más


soldados? ¿Por qué romper su regla sobre entrenar a esclavos humanos?

Interesante.

Liora parecía tan desesperada porque una pizca de simpatía


entrara en la voz de Adrianna.

—Porque Morgan persuadió a nuestra reina de que era el curso


correcto de acción.
Liora se rebajó, sus hombros cavando hacia adentro. Pero Cai no
parecía listo para rendirse.

—¿Cómo sabes esto?

Adrianna encontró a su tono desafiante.

—Tengo amigos en la Corte de la Tierra de los Ríos.

Casi podía sentir la discusión mezclándose.

—Los rumores debieron haber empezado de alguna forma…

Adrianna lo cortó en seco.

—Hay algunos que creen que Morgan comenzó esos rumores para
deshacerse de los rebeldes. Además, ¿no crees que, si ustedes dos
escucharon esos rumores al otro lado de Aldar, la corte de Morgan no
sabría de ellos también? Si hubiera siquiera un fragmento de verdad en
ellos, la perra fae hubiera reunido a sus fuerzas contra Diana hace mucho
tiempo.

No podía soportar las miradas pesadas que Cai y Liora


compartieron. Apestaban a desesperación.

—¿Vinieron aquí a unirse a una rebelión?

Liora fue la primera en asentir.

—Siento que no te dijimos. Quería hacerlo.

—Es mi culpa. Yo le dije que no lo hiciera —confesó Cai—. No


quería que fueras arrastrada a nuestros problemas, tenemos suficientes
con las pruebas.

Asentí. Era un esfuerzo no parecer herida.

—Debimos haberte dicho —balbuceó Liora, mirando fijamente al


toldo que hacían los árboles con lágrimas en sus ojos—. También mereces
saber que mis razones para querer ser parte de una rebelión no son
desinteresadas. Quiero que Morgan desaparezca, pero es más que eso.
Necesito que desaparezca. El vínculo está comenzando a tomar su
derecho.

El miedo me ahogó. Respirar se hizo difícil.


—Pensé que me dijiste que los efectos secundarios eran manejables
con ejercicio.

—Eso fue lo que nos dijeron —respondió Cai, como si toda la


emoción hubiera sido drenada de él—. Pero cuando se refiere a Liora... —
Una pausa y un suspiro—. Creemos que su poder debe ser muy crudo,
muy salvaje para ser contenido para siempre.

Las lágrimas de Liora se habían secado. Estaba empequeñecida,


contenida, mirando fijamente las llamas en el centro de nuestro círculo.

—Me he estado haciendo más débil desde hace un rato. El ejercicio


calmaba a la bestia, pero últimamente… Parece que preferiría morir y
tomarme con lo que se mantiene enjaulado.

—Hablas como si fuera una cosa viviente —respiró Frazer.

Un asentimiento.

—Lo es, en la forma que toda magia está viva —dijo Liora.

Una pausa embarazosa. Nadie parecía saber qué decir o hacer.


Liora estaba muriendo; su magia la estaba desgarrando a pedazos desde
adentro. Eso no podía pasar. Teníamos que liberarla. ¿Pero qué sería de
ella con Morgan gobernando estas tierras? ¿Capturada para ser un
esclavo? ¿Un trofeo?

No. Eso. No. Podía. Pasar.

—Así que, si la rebelión es un camino sin salida, ¿cómo podemos


vencer a Morgan?

Adrianna exhaló una risa afilada.

Mis puños se convirtieron en pelotas, y fuego quemaba en mi


garganta. Mi fuego. Calor onduló por mis nervios como un rayo, haciendo
a mi corazón latir.

—Estaba hablando en serio.

Adrianna solo sacudió su cabeza, sonriendo. Liora y Cai me


observaron con algo parecido a la pena. Solo Frazer se volvió cauteloso,
tenso. La gotita en mi garganta se encendió, brillando. Miré abajo y
entonces fue cuando lo vi: una ceniza encerrada en agua. Un brillo que,
hasta ahora, había permanecido escondido. Parecía correr sobre mi
cuerpo y una tensa brisa nació, haciendo cosquillas en mi cuello.

—Serena —llamó Frazer, tirando del vínculo.

Me hiló como si fuera un pez atrapado en una línea. Ojos azules


plateados encontraron los míos, calmándome, ahogándome en agua. El
fuego se extinguió, un torrente de cansancio siguió.

—¿Te importa explicar qué fue eso? —Adrianna me miró fijamente,


su baqueta trasera, derecha.

—No ahora —respondió Frazer por mí.

La mandíbula de Adrianna tembló, pero no dijo nada.

Cai manejó una distracción.

—Morgan puede no tener magia como Lynx, pero sigue siendo la


bruja-fae más poderosa desde, bueno… siempre. —Quemando con el
fuego de la corte oscura sus ojos sostuvieron los míos—. Una bruja que
ha violado el reino humano y puesto una correa en un fae como el
Príncipe Oscuro…

Frazer hizo un sonido de desaprobación.

—No lo llames así.

Cai no rompió su paso.

—El punto es que necesitaríamos una legión para hacerla caer.

—Necesitaríamos más que eso —Adrianna dijo enfadada con


aflicción.

Le lancé una mirada cortante.

—No estaba sugiriendo que la tomáramos con nuestras propias


manos.

—Bien. Porque no sobreviviríamos mucho si lo hiciéramos —


respondió Adrianna.

Sin molestarme en responder, me giré hacia Liora.


—Pero ella no es invencible. Hunter me dijo que estaba preocupada
por ser vecina de reinos fae. ¿Podrías encontrar refugio allí?

Cai miró a Liora.

—Hemos considerado huir a Asitar o Mokara, pero el cruce....

—Puede ser fatal —terminó Liora, sus ojos llenándose de


preocupación.

—Es suicida —interrumpió Adrianna—. ¿Qué saben de nuestros


hermanos del este? —Su atención cambió hacia mí, su boca era una línea
dura.

Escarbé para recordar todo lo que Hunter había revelado.


Lentamente, sus palabras se escurrieron al frente de mi mente.

—Solo que solía ser nuestro hogar, pero había un conflicto con los
otros fae, así que huyeron y vinieron aquí. Y que Morgan piensa que la
guerra puede estar viniendo.

Frazer se movió un poco mientras que Adrianna se tensó y dijo:

—Todo cierto, excepto la última parte. Morgan puede decir que la


guerra es inminente, pero solo hemos escuchado su palabra sobre ello.

—¿Oh? —vociferé cuidadosamente.

Frazer rápidamente, silenciosamente me informó:

—Los fae de Aldar y la Alianza del Este firmaron una tregua luego
de trescientos años de guerra. Ambos lados sufrieron pérdidas no dichas.
Estábamos rotos, sangrando, y cansados, así que nuestra gente accedió
al exilio con condiciones. —La línea de su mandíbula se apretó.

Adrianna dejó salir un bufido seco de una risa.

Frazer torció su cabeza.

—El tratado impidió que fae extranjeros pusieran un pie en nuestro


suelo, pero nosotros podíamos viajar a sus tierras. Hacía el tratado
complicado, pero posible…

—Eso fue antes del reino de paranoia y autoritarismo de Morgan —


dijo Adrianna apasionadamente—. Ella prohibió todo tratado y cruce con
esos países. —Su voz endureció mientras miraba a Liora—. Incluso si
pudieras pasar los gatillos y las fuerzas fronterizas, una vez que llegaras
a Asitar o Mokara, ¿entonces qué? No hay un humano vivo que no esté
en un arresto.

Los ojos de Liora viajaron a Cai, quien estaba mirando fijamente—


frunciéndole el ceño—a Adrianna. No parecía convencido.

—Todo lo que tenemos ahora son rumores, parcialmente


inspirados por los engaños de Morgan. Las cosas pueden haber
cambiado.

Liora fue la que añadió:

—Pero pueden no haberlo hecho. No me arriesgaré que seas


lanzado a unas cadenas, Cai.

—Y yo no me quedaré a un lado y te miraré morir —contratacó.

La expresión de Liora se arrugó mientas que la de su hermano se


volvió feroz.

Nadie habló.

El único sonido ahora eran el siseo y el cacareo del fuego y


Adrianna sacando una manzana de su mochila. Esto hizo que Frazer
alcanzara su mochila a su lado. Deberías comer algo también. Estabas
fuera cuando todos los demás tuvieron sus raciones nocturnas.

Bien, pero no voy a comer tu comida.

Frazer no escuchó y sacó unas cuantas rebanadas gruesas de


hogazas de fruta envueltas. Cuando no tomé los rollitos, suspiró por su
nariz. Puedes darme algo de tu comida mañana si crees que es necesario.

Lo hago.

Me dio una pequeña sonrisa. Trato.

Bajé las rebanadas de hogazas en tres bocados grandes, pero no se


llevó el borde de mi hambre. Frazer simplemente me dio más de sus
raciones. Me maldije por ser una canalla codiciosa y egoísta, pero tomé
el saco de frutas secas de todas formas.
Adrianna lanzó el corazón de una manzana sobre su hombro y me
echó un vistazo.

—¿Dices que un macho llamado Hunter te dijo sobre los otros


reinos fae?

Le di un asentimiento.

—No hay muchos reclutas con ese nombre —dijo, su boca


frunciéndose ligeramente.

—Era un macho de la Caza. El que la capturó. —Liora me estaba


sonriendo.

—El río y el cielo nos protegen —balbuceó Adrianna, sus ojos


rodaron—. ¿Qué hay contigo? Pareces inducir a todo macho fae que
conoces a adularte.

Una risa como un graznido salió de mí.

—Difícilmente.

—Espero que esa pulla no estuviera dirigida a mí —gruñó Frazer.

—Tú, en particular —dijo Adrianna, dándole una sonrisa torcida.

Las muñecas de Frazer se levantaron y se sacudieron en un


gruñido malhumorado.

Difícilmente escondiendo la exasperación en mi voz, repliqué:

—Adi, Frazer es como mi hermano. —Sus cejas se arrugaron


juntas—. En cuanto a Hunter, he pensado en eso desde entonces, y creo
que fue amable conmigo porque quería, tal vez necesitaba, que un
humano calmara su culpa.

No era una mentira. Tristemente.

Liora atrapó mi visión.

—Creo que fue más que eso —dijo gentilmente.

Adrianna chasqueó la lengua.

—Primero, un miembro de la retorcida Caza Salvaje y luego un


Guerrero fae legendario.
Mi boca se secó.

—¿De qué estás hablando?

Adrianna no pestañeó.

—He visto la forma en que se miran fijamente el uno al otro.

Mis mejillas quemaron.

Cai levantó una ceja muy divertida en mi dirección. Cuestionando.


Liora no le había dicho entonces.

Frazer lanzó su cabeza hacia el sedoso cielo color alquitrán y dijo:

—Tal vez deberíamos dormir un poco.

Cai sonrió ampliamente.

—Buena distracción.

Frazer enseñó sus dientes en respuesta.

Suspiré y guardé el saco de frutas de vuelta en la mochila de Frazer.

—No estoy segura que pueda dormir.

—Entonces no lo hagas —dijo Adrianna planamente—. Actúa como


nuestra vigía. La parte sur de la Tierra de los Ríos es el hogar de menos
peligros que el norte, pero tenemos que permanecer alerta.
Especialmente con la manada de Tysion a la caza. —Señaló con su
barbilla el bosque y luego miró de regreso a mí—. Tomaremos turnos para
mantener la guardia. Necesitarás dormir algo. Tenemos una gran marcha
por delante mañana, y tal vez todos se hayan olvidado entre charlas de
comenzar rebeliones y reinas conquistadoras, pero aún necesitamos
terminar estas malditas pruebas.

Cai se movió a su hermana casualmente.

—Y qué, ¿se supone que ignore lo que le está pasando a mi


hermana pequeña?

Pensé que alcancé a ver los ojos de Liora brillando solo un toque
más claro. Lucía machacada.
Adrianna sacó el saco de dormir enrollado de su mochila.
Sacudiéndolo, continuó.

—Bueno, puedes irte y tomar tus riesgos en otra parte, pero de la


forma en que lo veo, tu mejor oportunidad de ayudar a tu hermana está
justo aquí con nosotros.

—¿Por qué dirías eso? —Liora miró fijamente a Adrianna como si


ya sospechara la respuesta.

Adrianna se movió para sentarse en su saco de dormir. Cruzó sus


piernas y dijo:

—Cualquier guerrero fae sabe que una manada que se mantiene


unida es la más fuerte por ello.

—¿Qué estás diciendo? —dijo Cai con una expresión encantada y


juguetona.

—Ya lo dije; confiamos en nuestra manada, cuidamos las espaldas


del otro. Y tal vez, en algún lugar por el camino hemos sido capaces de
ayudarnos el uno al otro. Pero para hacer eso, necesitamos completar
esta prueba. Necesitamos sobrevivir mañana y a lo que sea que nos
lancen.

—¿Nos ayudarás? ¿Te alzarás con nosotros cuando llegue el


momento? —preguntó Cai. Como si estuviera desesperado por saber.

Adrianna le lanzó una mirada como una cuchilla.

—Soy parte de esta manada, ¿o no?

—Sí —admitió él—. Pero todos hemos sido desterrados de nuestros


hogares o estamos huyendo de algo. Todos nosotros, excepto tú. Eso no
nos hacen los mejores aliados o la mejor compañía para mantener. ¿Así
que por qué aliarte con nosotros? ¿Qué ganas con esto?

Estaba segura de que Adrianna golpearía sus dientes por su


garganta, pero solo lo consideró por un momento.

—A diferencia de todos los demás aquí, no estoy lista para enseñar


mi corazón. —Su voz era firma—. Si quieren trabajar conmigo, tendrán
que aceptar eso. Ahora, realmente me voy a dormir. Serena, puedes
despertarme en unas cuantas horas para el próximo turno.
—No, despiértame a mí —dijo Frazer—. Tomaré su turno.

Mis ojos se precipitaron a él. Qué…

Sus pensamientos estaban haciendo eco antes de que pudiera


terminar los míos. Puedes sentirte despierta ahora, pero sigues exhausta
mentalmente después de compartir tus recuerdos. Necesitas descansar.

Estaba a punto de protestar, pero fui interrumpida por Adrianna.

—Bien. Despiértame tú entonces. —Atrajo sus alas en un descanso


apretado y se giró contraria a nosotros. Cai no dejó de mirar fijamente a
su espalda por un buen largo rato.
EL EERIE
Traducido por Jasy & Liliana

DESPERTÉ DE REPENTE, de manera violenta, para encontrar a


Frazer sobre mí, con su mano sobre mi boca.

No luches.

¿Qué está mal?

Frazer tiró de mí para sentarme. El fuego todavía ardía y no


amanecía aún.

Algo no está bien. Voy a despertar a Adrianna. Has lo mismo con


Cai y Liora.

Espera. Intenté agarrar su mano. Dime.

Me dirigió una mirada. Una que confirmaba mis peores miedos.


Puedo oler algo.

Un escalofrío recorrió mi espalda. ¿Qué?

Un eerie podría estar cerca.

No tenía idea de lo que era aquello, pero definitivamente no sonaba


bueno.

Volveré. Se alejó, apenas moviendo el aire a su alrededor. Miré


mientras se arrodillaba y sacudía a Adrianna. Estuvo despierta y de pie
en un momento. Sus labios se movieron, pero no oí nada. Ni siquiera un
susurro.

Mi garganta se cerró. Giré primero hacia Liora, un toque fue todo


lo que tomó para que se estirara. Me incliné, susurrando en su oído:

—Frazer cree que algo va mal.

Su rostro se llenó de alarma y sus ojos fueron directo hacia su


hermano durmiendo a mi otro lado. Me arrastré hacia él y repetí la misma
advertencia en su oído. Instantáneamente rodó hasta quedar sentado. Su
mirada recorrió el claro, descansando sobre Adrianna y Frazer que
todavía hablaban fuera del rango de la audición humana. Cai miró hacia
mí, demandando información.

—Frazer cree que olió un eerie —susurré.

Las fosas nasales de Cai se ampliaron y se inclinó más cerca.

—¿Qué dijiste? —preguntó en un susurro violento.

—Un eerie.

Cai saltó, sus brazos barrieron el aire frente a él. Una barrera de
sonido surgió. Adrianna y Frazer se detuvieron y observaron.

—¿De verdad es un eerie? —siseó.

Frazer asintió.

La boca de Liora se abrió en una mueca silenciosa de horror.

—¿Eso es lo que hay allí fuera? ¿No se supone que son imposibles
de matar?

—Todo puede ser matado —contestó Adrianna. Estaba demasiado


quieta, demasiado silenciosa: Adrianna estaba aterrada.

Liora se levantó. La seguí. Cai ondeó una mano violentamente.

—¿Qué mierda estamos haciendo? Deberíamos estar corriendo.

Adrianna levantó más alto su cabeza. Sus ojos brillaban de manera


peligrosa.
—La eerie captó nuestras esencias. No podemos marchar hacia la
noche. Necesitamos un plan.

—Llevaré nuestras esencias lejos… —interrumpió Cai.

—Eso no funcionará —cortó Adrianna—. Las eeries son aire


encarnado; no puedes engañarles de esa manera.

Mis rodillas chocaron entre sí.

—¿Qué pasa si nos atrapa?

Liora y Cai intercambiaron una mirada oscura. Frazer se movió


rápidamente, guardando su petate en su bolso, echándoselo al hombro y
moviéndose a mi lado para hacer lo mismo por mí. Como había estado
haciendo de guardia no había guardado su arco o el carcaj. Cai y Liora
siguieron su ejemplo inmediatamente y comenzaron a empacar,
colocando sus espadas a sus lados.

No era tranquilizador, exactamente.

Solo Adrianna contestó mi súplica por información.

—Los eeries sacan el aire de los pulmones de sus presas. Lo que


hacen luego, es mejor que no lo sepas.

Mi corazón tembló. El miedo que inundaba el aire caló en mis


huesos y el collar comenzó a arder.

—Entonces, ¿qué hacemos?

Frazer colocó mi Utemä sobre mi cadera rápidamente mientras


Adrianna replicaba:

—No podemos huir para siempre y nuestras armas no funcionarán


contra esto. Tenemos que mantenerlo a raya lo suficiente como para
atraparlo. —Observó hacia las sombras del bosque, con los puños en sus
caderas. Algo me dijo que los colocó así para ocultar sus manos
temblorosas.

—¿Cómo? —preguntó Cai, de pie con su bolso seguro ahora sobre


su espalda.
—No le gusta el fuego. —La mirada de Adrianna se dirigió hacia sus
propias pertenencias. Se movió y en dos parpadeos tenía su bolso, arco
y carcaj descansando entre sus alas.

Un parpadeó de luz brilló al nacer. Cai había encendido un fuego


con unas ramas caídas. Adrianna señaló hacia la improvisada antorcha
y frunció el ceño.

—Ese pequeño palo no hará más que molestarlo.

—Soy un brujo bendecido con el aire —replicó Cai, levantando su


mano tatuada hacia su pecho—. Embraveceré las llamas.

Fui la única que notó la duda en la mirada de Liora.

—El fuego solo le impedirá matarnos rápidamente —dijo Frazer


mientras colocaba mi bolso sobre mi espalda. Ni siquiera me molesté en
luchar contra él—. Solo la tierra puede neutralizar un espíritu de aire.
Un pozo o una cueva sellados funcionarían.

El rostro de Liora se drenó de todo color, pero su voz era firme.

—Adi, conoces el terreno. ¿Podemos llegar a alguno de estos a


tiempo?

—No hay ninguna montaña a millas de distancia —señaló


Adrianna—, pero estamos cerca de una aldea fae…

El aullido y gruñidos del viento la interrumpieron. Frazer me tomó


por la nuca y me empujó hacia el suelo. Mantuvo mi cabeza presionada
contra la tierra, se cernió sobre mí, escudando mi cuerpo. Traté de
moverme, de ver algo, pero su agarre era demasiado firme.

—¡Adrianna, toma a mi hermana, vete! —rugió Cai.

El sonido de alas aleteando me dijo que Adrianna había remontado


vuelo.

—¡Bájame! —gritó Liora.

El batido de alas continuó. Un grito que le desgarró la garganta


salió de Liora.

—¡Cai!
Su desesperación me impulsó para luchar contra Frazer.

—Deja que me levante.

—No. —Su voz tembló levemente.

—Frazer —repliqué entre dientes—. No es tu elección.

Un momento de vacilación. Relajó su agarre y me ayudó a pararme,


pero colocó su cuerpo frente al mío. El eerie flotaba a no más de diez
pasos. Dejé escapar un grito sordo.

El eerie se había camuflado en un traje de carne, una hembra fae.


Solo una niña. Huecos vacíos y podridos, que solían contener ojos, se
dirigían hacia nosotros. Un delantal salpicado de sangre colgaba suelto
sobre la piel gris que se había marchitado y caído. Fragmentos de hueso
sobresalían en ángulos incómodos. No quedaba nada de sus alas, excepto
las articulaciones, visibles por encima de sus hombros. Como los radios
rotos de una rueda. Su cabello oscuro caía sobre su espalda, ondulando
con corrientes de viento invisible.

Mis intestinos se hicieron agua mientras el eerie forzó la muñeca


rota de la fae en un saludo. Tirando de sus cuerdas como si fuera una
muñeca. Los sonidos de huesos crujiendo el uno contra el otro me
hicieron doblarme y vomitar.

Rápidamente me limpié la boca con la mano, me enderecé y miré a


Cai. Él sostenía su antorcha en el aire, deslizándola hacia adelante y
hacia atrás. Las llamas ardían más fuertes, dirigidas por un viento
danzante que convocaba y alimentaba. Su rostro estaba contorsionado;
el sudor corría por su frente. No podía seguir así por mucho tiempo.

No éramos más que una presa ahora. Ratones para el águila.

El eerie forzó una sonrisa en su caparazón maniático.

—Pequeñas cosas hermosas… ¿Quieren jugar? —No había


emociones en su voz rasposa y chirriante.

—Vete ya, demonio cobarde —siseó Frazer.

Un agudo sonido burlón respondió. El hedor de su carne podrida


flotó hacia mí. Sujetando una mano sobre mi boca, peleé
desesperadamente el impulso de tener arcadas.
—Vete ahora y te dejaremos vivir —dijo Frazer, con su mirada
dirigiéndose a la criatura y luego a Cai.

—¿Dejarme vivir? —se rió, encantado—. Pelusa y moscas. Mentiras


tan bonitas. Eso es todo lo que tienes antes de morir —cantó el eerie,
acompañando con sus brazos destrozados.

Mi mente era un caos. Teníamos que alcanzar a Cai. Teníamos que


correr.

El eerie se retorció con una brisa de su propia creación para


mirarme.

—Me gustas más tú. —Aspiró entrecortadamente entre dientes


podridos y pulmones desgarrados—. Hueles a especia y todo lo bueno,
como copos de nieve y lagos congelados.

—Tócala, y te destruyo. —La voz de Frazer mantenía una calma


violenta. Una tormenta en un frasco de vidrio.

Entrechocó sus dientes ennegrecidos.

—No es bueno hacer amenazas. Te mataré por último. Puedes


mirar mientras el alma de tu chica es arrancada de su cuerpo y destruida.
Me gusta vestir chicas lindas. Ella está casi agotada. —Señaló
ampliamente hacia la piel de la fae con un puchero perverso.

Frazer dio un paso atrás, llevándome con él. Una risa fría y salvaje
se deslizó de los labios arrugados del eerie. Se inclinó hacia un lado,
apresurándose hacia nosotros, pero Cai lanzó llamas a su rostro. El eerie
retrocedió unos pasos, siseando, chillando y maldiciendo. Pero no se fue;
no funcionaría.

Cai hizo un ruido mitad arcada, mitad de gemido que detuvo mi


corazón. Estaba cerca de agotarse y, sin su magia, estaríamos indefensos.

Un sonido familiar me obligó a mirar hacia el cielo. Adrianna


apareció entre la sombra de los árboles. Liora no estaba con ella.

Bueno. Alguien debería vivir para ver la mañana.

—Desgraciada sin espina. No eres más que aire hinchado —cantó


Adrianna, burlándose—. ¿Por qué no escoges un desafío real? Una fae
guerrera con fuerza en sus huesos y poder en sus venas. Ven, vamos a
bailar tú y yo.

Se elevó a través de las ramas y desapareció. El eerie hizo un


aullido impío y corrió tras ella, siguiendo el cebo.

Cai se desplomó de rodillas al instante. Frazer agarró la rama


ardiente que aún sostenía. Yo me agaché frente a Cai, tomando su rostro
ardiente entre mis manos. Realicé una evaluación rápida: tenía pelo
pegado al rostro, el cuerpo empapado en sudor y sus ojos habían rodado
hacia la parte posterior de su cabeza.

Dale una bofetada, gritó Tita.

—Perdóname —susurré, y lo golpeé con fuerza en la mejilla.

Se sacudió y sus ojos se enfocaron.

—Mantente despierto, te necesitamos.

—Estoy listo —arrastró las palabras, pero su mirada no se nubló.

Lo dudaba. Todo su maldito cuerpo temblaba bajo mi toque.

Frazer se colocó a mi lado.

—Serena, toma la antorcha. Yo llevaré a Cai.

No hubo oposición de mi parte. Tomé cautelosamente la rama en


llamas mientras Frazer levantaba a Cai en sus brazos.

Corre, Serena, susurró Tita, frenética.

Mis piernas comenzaron a moverse antes de que mi mente se diera


cuenta.

—¡Vamos! Adi no puede alejarla para siempre.

—¿A dónde vas? —Frazer me siguió.

Mi instinto me había dirigido hacia la derecha.

—No tengo idea, pero no podemos quedarnos aquí.

Me sumergí en el bosque, sosteniendo la antorcha en alto, saltando


sobre las nudosas raíces y las piedras irregulares. Y comencé a pensar...
Frazer no necesitaría la luz. Estaría mejor sin mí, duraría más. Tal vez el
tiempo suficiente como para atrapar a la cosa podrida.

—Ni siquiera lo pienses —gruñó detrás de mí.

—Puedes encontrar un área poblada más rápido sin mí. Puedes ver
en la oscuridad...

—No.

Sentí que su voluntad se endurecía. Una fuerza inquebrantable. Él


no escucharía.

—¿Puedes oler algo? ¿Escuchas a alguien? ¿Hay algún


asentamiento cerca? —pregunté frenéticamente.

No hay nada. Sabía que no podía soportar el pronunciar las


palabras en voz alta.

Continúa moviéndote. La voz mental de Tita era un sonido


estrangulado y asustado.

Un sollozo escapó de mi boca, ahogándome. El miedo era tan


violento que se filtraba en cada poro, consumiendo mi cuerpo y mi mente.

No quería morir. No aquí. No ahora.

Pasaron unos segundos, o tal vez minutos, y nosotros—yo—no nos


detuvimos. Aunque Frazer no oyó ni olió nada más que el bosque. Aunque
estábamos perdidos, corriendo sin rumbo.

Serena. Nuestro vínculo se tensó. Lo escucho. El eerie se está


volviendo hacia nosotros.

El terror y la bilis inundaron mi lengua. Me giré, sosteniendo la


antorcha en alto. Frazer se detuvo justo delante de mí.

—Bájame —ordenó Cai.

Frazer frunció el ceño, pero volvió a ponerlo de pie.

—Ustedes necesitan seguir adelante —dijo Cai doblándose,


apoyando las manos en sus muslos—. Lo mantendré ocupado. Solo
atrapen al bastardo.
—Cai, ven con nosotros —supliqué.

Se enderezó y me dirigió una mirada dura.

—No tenemos más opciones. Ve. Dile a Liora que fue mi elección...
Y que no me odie demasiado.

—Te matará —dijo Frazer.

—Mejor yo que todos nosotros. —Cai se encogió de hombros.

Valiente hombre estúpido.

Frazer inclinó su cabeza. Conocía las señales.

—¿Qué escuchas?

—Adrianna está gritando... —Se interrumpió y dirigió una mirada


hacia Cai. Era de pena, y mi vientre se apretó con miedo.

Cai solo asintió.

—Vayan.

Frazer me agarró del brazo. Luché, pero ya era demasiado tarde.


Un silbido astilló el aire.

La voz de Adrianna nos alcanzó.

—¡Corran!

Una brisa tocó mi espalda. Adrianna aterrizó, y Frazer no tuvo


tiempo de arrastrarme a ninguna parte.

Un torbellino arrojó a Adrianna y Frazer a un lado como hojas. Cai


extendió su mano entintada, pero ya era demasiado tarde y estaba
demasiado cansado. Fue arrojado al suelo del bosque. Me quedé parada,
congelada, con la antorcha apagada. La fae muerta se materializó delante
de mí. Garras invisibles arañaron mis brazos. Dejé caer la rama y mi
voluntad me abandonó cuando mi mirada se encontró con esa carne
podrida y apestosa. Sudor frío me cubrió.

No es real, no es real, no es real.

Eso se inclinó y su aliento serpenteó alrededor de mi oreja mientras


susurraba hacia mí:
—Mmm. Estaré cómoda y abrigada usando tu carne.

La oleada de pánico fue tan violenta que me lanzó a la acción. Mis


piernas seguían libres. Pateé, pero no golpeé nada. El eerie había
abandonado su caparazón. Todo lo que había sobrevivido—la piel podrida
y los huesos astillados—cayeron al suelo.

Mi cuerpo explotó en agonía. Mis rodillas se hubieran doblado si


no fuera por la cosa que actualmente se deslizaba dentro de mí. Arañó
mis entrañas, ganó control, prendió fuego a mi piel y me hirvió la sangre.
Algo caliente y húmedo me hizo cosquillas en el labio superior y en los
lóbulos de las orejas. Sangre, tal vez.

Oí un silbido en mis oídos: se estaba riendo de mi agonía.

Un agarre helado se apoderó de mis pulmones, apretando y


apretando. Me encerraría para asfixiarme dentro de mi propio cuerpo.

Es hora niña, susurró Tita.

¿Es hora de morir?

Mis ojos saltaron. Chispas blancas nublaron mi visión, dejándome


ciega, sin ver a mi manada. Y allí estaban. Los gritos de Frazer hicieron
un agujero en mi corazón como ninguna otra cosa podría.

Serena. Mantengo al eerie fuera de tu mente, pero no puedo evitar


que te asfixie. Tengo una fuerza limitada, pero tú puedes matar al eerie.
Hay una brasa, una chispa en tu collar. Es magia: tu magia. He estado
devolviéndotela lentamente, dándote fuerza, pero no puedo usarla. Para
matar al eerie, la necesitarás toda.

Mi mente sobrepasó la conmoción inicial y se encogió,


profundizando en un instinto primario y animal. La supervivencia era
todo lo que importaba.

¿Qué estás esperando?

Tristeza y miedo emanaban de Tita. Devolvértela ahora, toda de una


vez... tendrá consecuencias.

Hazlo.

Mi garganta ardía y ardía y ardía.


Un rugido inundó mis oídos, y el dolor se movió como un rayo,
llenando cada nervio. Me consumió. Oré por la muerte. Fue entonces
cuando vi lo que pasaba a través de mí. Un fuego líquido dorado,
salpicado de estrellas plateadas, bombeaba a través de mi sangre,
limpiándola, expulsando la segunda piel aceitosa del eerie. El agarre de
hierro en mis pulmones se desvaneció. Aspiré en grandes jadeos: glorioso,
hermoso aire. Un olor metálico llenó mis fosas nasales, chamuscándolos.
Olvido.

EL AIRE ROZÓ contra mis mejillas.

Finalmente. Un suspiro de alivio.

¿Tita? Abrí la boca para hablar, pero mi lengua se sentía ampollada


e hinchada. Como humo ardiente y arena.

Tómalo con calma, susurró.

¿Qué es eso?

Una niebla nublaba mis pensamientos, pero algo relacionado a la


brisa constante que golpeaba mis mejillas hacía que la bilis subiera de
mi estómago.

¿Es el eerie?

La adrenalina aceleró mi corazón con tanta fuerza que pese al


agotamiento que hacía que me dolieran los huesos, mis párpados se
abrieron y mis músculos se agarrotaron, esperando una pelea. Mientras
mis ojos se adaptaban a la luz, no fue al eerie a quien encontré. Adrianna
flotaba sobre mí, con los ojos arrugados en una amplia sonrisa.
Estábamos volando.

—Gracias a los ríos —murmuró—. Cai me dijo que volverías con


nosotros, pero no estaba segura de creerle.

No comprendí sus palabras. Me humedecí los labios y me obligué


a hablar.

—¿Qué está pasando? ¿Dónde está mi bolso… mi espada?


El esfuerzo por decir algo provocó una punzada en la parte
posterior de mi garganta y llenó mis ojos de lágrimas.

—Cai puede explicarlo una vez que aterricemos. Y Frazer ha estado


llevando tus cosas por ti.

Mi estómago cayó una pulgada mientras sus se deslizaban


suavemente hacia el bosque debajo.

—Deberías saber que has estado fuera de combate durante dos


días. El eerie está muerto. Lo mataste.

Sonaba rara. ¿Había incomodidad o miedo en su voz? ¿Cómo maté


esa cosa? Las palabras de Tita se filtraron. Magia, mi magia. No de ella.
¿Estaba contenida, y ahora había sido liberada? ¿Ahora estaba dentro de
mí?

Consecuencias.

Esa palabra resonó a través de mis huesos, haciendo temblar mis


entrañas. Ella había dicho que habría repercusiones por hacerlo en ese
momento y de esa manera.

Las preguntas me inundaron y se mezclaron en la confusión.


¿CuándoQuéCómo?

Me estremecí.

—Todo estará bien —dijo Adrianna con suavidad.

La miré por debajo de mis pestañas.

—Las cosas deben de estar mal para que seas tan suave conmigo.

Lo quise decir como una broma, pero Adrianna se encogió.

—Lo siento. —Mi voz era delgada como el papel, apenas más que
un susurro.

—No lo digas. Me lo merecía.

No dio más detalles. Yo no pregunté. El sueño me llamó y un sonido


cálido me hizo volver a dormir. El susurro de las hojas contra las alas y
el olor a pino llenaron mis sentidos. Me pellizqué y abrí mis párpados.
El aterrizaje de Adrianna sacudió mis huesos. Siseé entre dientes.
Los remedios para el dolor de Viola ahora parecían un regalo bendecido
por la luz.

—Está despierta.

—¿Lo está? —Liora se atragantó.

—Gracias a las hermanas —dijo Cai, con voz ronca.

Estiré mi cuello y los vi correr hacia mí para rodearme. Frazer se


contuvo, viéndose como un espectro. Como si lo hubiera consumido su
propio dolor.

¿Qué pasa?

Ninguna respuesta.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Liora.

—Viva —murmuré. ¿Qué más había para decir?

—Hay cosas que necesitas saber —continuó Cai.

El miedo inundó mis venas, dejándome alerta y cautelosa.

—¿Cómo qué?

—Le he hablado del eerie, y de que ha estado dormida por un


tiempo... —interrumpió Adrianna.

Cai levantó la mano.

—Eso no es lo que iba a decir. —Me miró—. Serena, después de


que te desmayaste, tuve que tomar una decisión. Podríamos hacer que
Adrianna te llevara de vuelta y arriesgarnos a fallar.

Una náusea, feroz y sombría, me golpeó.

—No hiciste eso, ¿verdad?

Liora negó con la cabeza, haciendo que sus rizos rojos atraparan el
sol.
—No, pero solo porque tan pronto como hicimos algunas pruebas
básicas, era obvio que no estabas herida; estabas sufriendo de un
agotamiento...

—No 'nosotros'. Liora descubrió lo que estaba mal —dijo Cai,


mirando a su hermana. Una mezcla de orgullo y temor se apoderó de sus
facciones. Miró de nuevo hacia mí—. El cuerpo a menudo entra en estado
de hibernación si usas demasiada magia. Es un problema común entre
los brujos jóvenes, pero no pensé buscarlo en ti. —Su cabeza se inclinó
hacia un lado.

Casi suspiré. Mi cuerpo y mi mente se sentían cerca del colapso,


pero sabía que tendríamos que tener esa conversación pronto. De
ninguna manera podría matar a un eerie y no explicar cómo.

—Ahora que estás despierta, tu cuerpo se sanará a sí mismo.


Tendrás que beber mucho —continuó Liora.

—Y mear —dijo Cai con una sonrisa.

Liora puso los ojos en blanco.

—La llevaré —dijo Adrianna.

Antes de que pudiera protestar, ella había tomado vuelo y marcado


una distancia saludable de los demás.

Me ericé.

—Quería hablar con Frazer.

Adrianna se encogió de hombros.

—Bueno, tal vez puedas sacarle algo. No hemos podido. Se ha


retirado a su silencio auto-impuesto otra vez.

Habría sido fácil ver solo la irritación en sus palabras. Pero había
algo más. Algo totalmente fuera de lo común para Adrianna.

—¿Estás preocupado por él?

Parpadeó. Maldita sea. ¿De qué me había perdido estos últimos dos
días?
Los ojos azules de Adrianna me observaron. Calculando. Pero no vi
a alguien insensible. No esta vez. Se sentía más como si estuviera
sopesando cómo y qué debería decir.

Comenzó lentamente:

—Cuando esa cosa vino a por ti, Cai ya había colapsado, y Liora
estaba escondida en un árbol, a pesar de sus serios intentos de
arrancarme los ojos. —El fantasma de una sonrisa, se desvaneció en el
momento en que añadió—: Pero Frazer y yo debimos observar mientras
te arrancaba la vida. No podíamos movernos. Y sus gritos... —Sus ojos se
cerraron; parecía dolida—. Deberías intentar hablar con él.

Un eco del ataque resonó en mi interior. Recordé su miedo. No por


él, sino por mí. Con el corazón en boca, le respondí:

—Lo haré.

Me dirigió un breve asentimiento.

—Entonces, ¿necesitas ayuda para orinar o...?

—¡No! —Ese grito áspero hizo que me doliera la garganta.

Los ojos de Adrianna bailaban con diversión y me bajó sin decir


una palabra.

Me tambaleé, pero mis piernas no cedieron. Escogiendo un árbol,


me escondí detrás de su grueso tronco y bajé mis polainas. Cai tenía
razón. Mi cuerpo necesitaba ponerse al día; estuve detrás de ese árbol
por un tiempo. Cuando terminé, me dirigí hacia Adrianna. Con mi cuerpo
rígido y dolorido, no me resistí cuando me levantó y voló de nuevo. Los
otros se sentaron ahora, apoyados contra un tronco muerto con sus bolos
y armas a un lado. Liora y Cai sonrieron en cuanto me vieron. Frazer, sin
embargo, no se movió. Cuando sus ojos se encontraron con los míos, fue
un lento y cansado movimiento.

Una mirada en blanco.

Me atraganté. Toqué el hombro de Adrianna. Ella no necesitaba


que lo explicara. Caminando hacia Frazer, me bajó y se sentó frente a mí,
estirando las piernas.

Dejé que mi cabeza cayera sobre su hombro. Estamos vivos.


Su respuesta hizo eco. Como si fuera a la distancia. Apenas.

No tenía una respuesta. Estaba en lo correcto.

No podía llegar a ti. No me podía mover. Era un susurro, uno lleno


de culpa y miedo.

Asentí con la cabeza en su hombro.

Tu mente ha estado cerrada para mí mientras dormías. No podía


alcanzarte.

Mi corazón dolía con furia. Lo habían dejado solo de nuevo, lo


habían dejado en silencio. Extendí la mano y entrelacé nuestros brazos.
No había palabras.

—Serena. —Liora estaba allí, agazapada frente a nosotros con un


frasco—. Necesitas agua.

Frazer se movió. Suavemente, desenredó su brazo del mío.

—Toma con calma. Solo sorbos por ahora. —Sonaba tan mal como
yo. Nada más que susurros roncos y gruñidos. Al menos estaba
hablando.

Agradeciendo a Liora, extendí la mano y acerqué la cantimplora a


mis labios secos. Dolía tragar, pero el toque del agua pronto se volvió
calmante, y una terrible sed se apoderó de mí. Pero en lugar de tragar
con avidez, hice lo que Frazer sugirió. Tomé un sorbo y otro hasta que
dejé la cantimplora vacía.

Eventualmente, Cai se deslizó junto a Liora y me entregó su botella.


No dudé. Devolviéndole a Liora su cantimplora, tomé la de Cai y repetí el
proceso. Después de eso, mi lengua ya no se sentía tan hinchada, y
respiraba un poco más fácil.

Cai apareció a mi lado y tomó la cantimplora de vuelta. La colocó a


su lado y la miró por un momento, perdido en sus pensamientos. Podía
sentir que algo venía. Se volvió hacia mí.

—Serena —comenzó con un tono.

Oh, ratas.
Para mi sorpresa, no fue una demanda para que me explicara con
lo que continuó.

—Te debo una disculpa —declaró sombríamente—. Debería


haberla contenido…

—Para. —Levanté una mano—. No me debes nada. El eerie... —


Respiré lenta y calculadamente—. Nadie podría haber hecho más. Nadie
lo arruinó.

Dirigí lo último hacia Frazer y Cai. No parecía hacer mucha


diferencia. Los dos todavía se veían demacrados y con náuseas.

—Pude haber hecho más —replicó Liora.

Por primera vez desde que desperté, vi la rabia allí, hirviendo bajo
un rostro tranquilo. Adrianna se puso rígida. Uh oh. Liora no dirigió una
mirada en su dirección, sino hacia su hermano. Eso era nuevo.

Cai habló con los dientes apretados:

—Li, hemos pasado por esto. Bloqueada o no, no podrías haber


derrotado al eerie.

—Supongo que nunca lo sabremos. —La mirada de Liora se volvió


glacial.

Hizo que mi columna doliera con inquietud. Liora nunca me había


dicho exactamente qué forma había tomado su magia. Oh, sabía que ella
había sido un prodigio curativa en su clan, pero había algo más. Estaba
segura. Algo más oscuro e infinitamente más salvaje. Sin embargo, ¿Cai
no creía que hubiera sido suficiente contra el eerie? ¿Qué decía eso de
mí, entonces?

—Tenemos que superar esto. —Adrianna acercó sus piernas,


cruzándolas. Sus hombros se desplomaron cuando sus ojos se
encontraron con los míos—. Serena está despierta y estamos vivos. Sabes
que tengo que preguntarte por eso, ¿verdad? ¿Cómo es eso posible?

Parecía que una explicación no podía esperar unas horas. Y nadie


estaba interviniendo para darme más tiempo. Mi pulso se volvió errático,
y mi boca se secó.

Vamos. Te sentirás mejor una vez que les hayas dicho.


Tita tenía razón, por supuesto. Pero... todo estaba a punto de
cambiar. Frotándome la cara un par de veces, me apoyé en Frazer,
tomando consuelo y fuerza de él. De su calidez y robustez.

—Necesito decirte algo primero. Algo que los otros ya saben —


comencé.

Sacando mi collar fuera de mi abrigo, dejé que la gota colgase para


que Adrianna la viera. Inclinó la cabeza y sus fosas nasales se
ensancharon cuando sus ojos se fijaron en ésta. Un cosquilleo de magia
ondeó en el aire. Reconocí nuestra confiable barrera de sonido.

Con voz ronca, resumí la magia que parecía poseer y mi conexión


con Tita. Adrianna mantuvo el silencio en todo momento. Con temor de
detenerme y no poder comenzar de nuevo, llené los espacios en blanco
del ataque del eerie y transmití las palabras de Tita.

Un silencio atontado siguió. Estirándose una y otra vez.

Liora lo rompió.

—Supongo que sabemos por qué Hunter nunca sintió magia en ti.
Porque en realidad no estaba dentro de ti en ese momento.

Tenía el ceño fruncido. Pensativa. Todos tenían expresiones


similares. El alivio me inundó: no se estaban alejando.

—Y Wilder —comentó Frazer.

Todos los demás parecían confundidos. M e sonrojé. Frazer había


visto a Wilder atragantarse con mi sangre en medio de los otros
recuerdos, pero nadie más lo sabía.

Adrianna resopló de repente y adivinó.

—Él te ha probado también.

Mi garganta se cerró. Di un fuerte asentimiento para confirmar.


Liora y Cai parecían estar tratando de no sonreír, pero Adrianna estaba
sonriendo abiertamente.

La vergüenza calentó mi cuerpo. Cambié de tema rápidamente.

—Lo que no puedo entender es cómo mi magia entró en el collar.


—En realidad, diría que eso es lo menos confuso de todo esto —
interrumpió Adrianna.

Adrianna, siempre la portadora de buenas noticias.

—¿Cómo es eso? —disparó Cai.

Adoptando su actitud activa, respondió:

—¿No es el Guantelete anti-brujos, anti-magia, anti-nada que no


entiendan?

—Supongo —contesté, frunciendo el ceño.

Adrianna asintió.

—Bueno, me parece que tu madre quería evitarte eso.

—Es una teoría interesante —admitió Cai.

Me resigné a lo inevitable.

—Eso habría hecho de mi madre una bruja. —Era un pensamiento


inquietante.

—¿Eso sería tan malo? —Liora inclinó su cabeza.

Respiré hondo. Había un leve olor a sudor rancio y suciedad, pero


debajo de eso estaba Frazer, como cedro, nieve y cítricos. Me aferré a los
olores, como si solos pudieran mantenerme a flote en un mar inquieto.

—No sé lo que es porque no puedo pedirle que se explique.

La cabeza de Frazer giró hasta que su nariz se enterró en mi


cabello. El único consuelo que podía darme. Las palabras no la traerían
de vuelta.

Adrianna se veía extraña. Casi simpática.

—Es completamente posible que tu madre haya encontrado a


alguien que transfiriera tu magia. De cualquier manera, quien te haya
hecho esto debe de haber sido increíblemente poderoso.

Levanté la cabeza, alejándome de Frazer y miré hacia Cai y Liora


en busca de confirmación.
Liora se dio cuenta primero y asintió.

—No creía que era posible ocultar tu magia sin unirla a ti.

Sus palabras y su significado me golpearon.

—Lo siento, Li.

Ambas sabíamos lo que ese conocimiento habría valido para ella.


Los ojos de Liora brillaron un poco más.

—No lo hagas. Me da esperanza.

Parpadeé y me mordí el labio. Tita, ¿hay alguna forma para que ella
pueda replicar lo que me hicieron?

La respuesta tardó en llegar. No creo que sea la respuesta que Liora


está buscando, no.

¿Qué significa eso?

Silencio.

Mi mandíbula se tensó dolorosamente. ¡Tienes que estar


bromeando! ¡Es su vida de la que estamos hablando!

Hay otra manera, otro camino para Liora. Lo que te pasó no es algo
que ella pueda imitar.

Mi corazón se hundió. No me atreví a mirar a Liora a los ojos y


robar esa esperanza. Tita estaba equivocada, tenía que estarlo.

Las fosas nasales de Adrianna se ensancharon.

—Sin embargo, todavía no puedo oler ninguna magia en ella.

—Tal vez con el tiempo lo hagas —sugirió Cai, frunciendo el ceño.

—Hay algo más —dijo Adrianna, mirándome.

Intenté no suspirar. ¿Ahora qué?

—Si eres capaz de matar a un eerie, tu magia también debe ser


poderosa. Lo que significa que si Morgan te huele... —continuó Adrianna.

Frazer la interrumpió con un gruñido. Sus pelos se habían erizado


ante la mención de nuestra enemiga invisible.
—¿Crees que esas son las consecuencias de las que habló la voz?

No me estaba mirando a mí, sino a Adrianna. Sentí una rápida


punzada de molestia.

—Tal vez. —Adrianna se frotó la frente, alisando los tatuajes de


plata y arrugas grabados allí.

Nadie dijo nada por un momento. Me dejaron absorber en la idea


de ser atrapada por un fae una segunda vez. Una mórbida sucesión de
imágenes apareció en mi mente.

Tita interrumpió estas pesadillas. Céntrate en las pruebas por


delante. No te preocupes por si Morgan te encontrara. No todavía, de todos
modos.

No me molesté en responder. Estaba demasiado enojada. Con los


dientes apretados, le dije a mi manada lo que había dicho. Fue recibido
con un silencio mortal.

Un momento pasó. Luego otro. Finalmente, Adrianna habló.

—Solo la opinión de un fae, pero esta Tita suena como una imbécil
burlona.

Una risa febril se derramó dentro de mí. Los otros forzaron algunas
sonrisas, pero estaban claramente demasiado perturbados como para
encontrarlo tan gracioso.

Una vez que me asenté, Liora dijo:

—Deberías comer.

Frazer alcanzó de inmediato el paquete a su lado. Mi paquete. Sacó


un bollo, aún en sus envolturas de lino.

—Toma esto.

Era uno de mis favoritos. Una deliciosa y azucarada delicia con un


relleno oculto de miel en el centro. Mi boca se hizo agua ante la
perspectiva, y lo rompí con entusiasmo. Un poco rancio, pero bueno.

Cai escudriñó las ramas de arriba.


—Deberíamos acampar aquí —dijo, con la mirada fija en
Adrianna—. Probablemente solo quedan un par de horas de luz del día.

Adrianna frunció el ceño, sin convencimiento.

—¿No deberíamos...?

—Nos quedamos. —La expresión de Cai se volvió insípida.

Los labios de Adrianna se apretaron en un esfuerzo, obvio pero


valiente, para no responder a nuestro líder.

—No me mires así —respondió Cai—. Todos estamos agotados,


especialmente tú ¿Cómo podrías no estarlo, volando con una pasajera
todo este tiempo?

Su expresión se oscureció.

—No me mimes.

—No soñaría con hacerlo —respondió, tan alegre como pudo—.


¿Puedes llevar a Liora y explorar el área en busca de una fuente de agua?
Puede que no tengamos otra oportunidad mañana.

Casi podía sentir el orgullo de Adrianna atacando su control. La


moderación ganó al final. Se levantó, sacó su cantimplora de su bolso y
desplegó las alas.

Con esa concesión, Cai se enderezó y estiró las piernas. Extendió


el brazo y se lo ofreció a su hermana. Liora se levantó y agarró los dos
frascos vacíos del suelo del bosque.

—¿Puedes llevar los nuestros contigo? —Frazer buscó en su propia


mochila y en la mía, sacando nuestras botellas medio vacías.

Liora se puso dos a los hombros usando las correas de las


cantimploras. Luego, tomó las nuestras con un asentimiento y me lanzó
una pequeña sonrisa. Adrianna la recogió, se elevaron y se alejaron.

—Voy a recoger un poco de leña —informó Ca—. ¿Estarán ustedes


dos bien quedándose atrás?

Asentí. Cai se alejó y cayó un cómodo silencio. Terminé el panecillo


azucarado y me lamí los dedos.
Sentí que los ojos de Frazer se dirigían hacia mí de vez en cuando.
El hilo que brillaba entre nosotros me decía el resto. Necesitaba distraerlo
de su persistente culpa y miedo por mí.

—¿Supongo que no se les ocurrió un plan sobre cómo quitarle un


mechón de pelo a un brujo?

—¿Por qué molestarse? Nuestros planes no funcionan de todos


modos.

Los círculos oscuros bajo sus ojos me dijeron el resto.

Tragué saliva. El recuerdo de esa cosa que se arrastraba debajo de


mi piel retornó. No queriendo que lo sintiera en el vínculo, lo bloqueé. Mi
pecho se apretó, contrayéndose con terror congelante.

Mis esfuerzos por ocultarle mi miedo eran inútiles. Frazer agarró


mi barbilla, forzándome a mirarle.

—Escapaste. Gracias a esto.

Sus dedos fuertes soltaron mi cara y bajaron para rozar la gotita.


La sostuvo por unos segundos, el tiempo suficiente para que sus ojos se
ensancharan y sus fosas nasales se expandieran. Parpadeó y la dejó caer
como si le hubiera quemado.

—¿Ella te…?

Un breve asentimiento. Miró hacia otro lado, con su cuerpo rígido.


Lo que sea que le hubiera dicho Tita, había hecho que se pusiera
nervioso. Tenso.

Frazer no parecía dispuesto a decir más. No presioné. Apoyándome


en su hombro, dije:

—Lo siento.

—¿Por qué tienes que lamentarte? —preguntó incrédulo.

Casi sonrío.

—No es mi culpa, lo sé. Pero si las cosas se hubieran invertido allí...


—Reprimí un estremecimiento—. Y hubiera debido de ver cómo el eerie
te hacía eso, una parte de mí te habría odiado por eso. Te odiaría por
asustarme tanto; por hacerme preocupar tanto. Tal vez no sea lo mismo
para ti, pero si es así, lamento haberte hecho pasar por eso.

Era estúpido e irracional, pero eso no impedía que fuera verdad.

Presionó su nariz en mi pelo otra vez, suspirando.

—Nunca podría odiarte, no en realidad. Pero…

Ah, el ‘pero’.

—Cuando te vi... muriendo, fue... nunca pensé sentir ese miedo así
otra vez. Pero me has dado mucho de ti, todos tus recuerdos, todos ellos.
Ha sido como absorber a otra persona. Así que cuando ese extraño eerie
aplastó el aire de tus pulmones, sentí como si mi corazón se detuviera.
Como si se detuviera al segundo que lo hizo el tuyo.

El mundo se inclinó, se desvió. Me atreví a pronunciar:

—Eso es algo malo, ¿verdad?

Se movió, por otra parte. Tenía que mirarlo a los ojos o ser
calificada como cobarde.

—No —comenzó suavemente—. Pero tienes que entender la


magnitud de lo que hiciste, Matea. Me diste toda tu vida en un instante.
Pusiste un nivel de confianza en mí que... —Se detuvo, su rostro
demacrado.

Mi corazón se sentía demasiado grande en mi pecho. Me contuve


de nuevo. Y fallé. El dolor de Frazer era lo opuesto a lo que yo quería.

—Nos has enlazado, Serena.

Una interferencia de pánico aleteó en mi pecho.

—¿Qué tipo de enlace?

Frazer soltó una carcajada.

—No te preocupes. No he desarrollado sentimientos románticos por


ti. Soy consciente que tu corazón pertenece a Wilder, o al menos lo hacen
tus lujuriosas entrañas.

—Lujuriosas entrañas... —hice eco.


Frazer y yo soltamos carcajadas. Su risa era un ronroneo bajo,
mientras que la mía murió en la garganta, pero se sentía tan bien.

Frazer se detuvo primero, su sonrisa se volvió tensa. Eso me


tranquilizó rápidamente.

—Continua.

—Los enlaces fae no son lo mismo que los humanos. Son más
intensos. Y es precisamente debido a ello nuestra resistencia a las
relaciones que cuando uno se desarrolla, los apreciamos y los protegemos
por encima de todo lo demás.

Se quedó en silencio. Tenía ganas de morderme la lengua pero no


lo hice. Lo que sea que estuviera tratando de decir, debía ser difícil por
una razón.

—¿Frazer? —Fue el único indicio y señal de impaciencia que di.

Frazer parecía nervioso mientras pasaba los dedos por su cabello


negro, dejándolo desordenado a su paso. La imagen causó un dolor sordo
en mi pecho. Así debería lucir después de volar.

—Cuando me dijiste que me considerabas como tu hermano, ¿lo


decías en serio?

—Por supuesto.

Asintió, distante.

—¿Pasa algo malo? —Mis defensas se elevaron.

Su frente se arrugó en pensamiento.

—Hay tres tipos de enlace fae. Apareamiento, parentesco y


guardián. Y para un fae, siempre que esas conexiones están ahí, las
fortalecemos a través de un proceso llamado myena, que es un
juramento. No los tomamos a la ligera. De hecho, solo he sentido la
inclinación a decir las palabras una vez antes.

Hice una suposición alocada.

—¡Lynx?
Sus ojos se apagaron. La angustia cantaba a través de éstos,
apretando mi corazón.

—¿Qué vínculo compartiste? —pregunté.

Curvó su labio.

—No éramos compañeros, si eso es lo que estás insinuando. Al


principio, quería jurarle como campeón y guardián de su corte, pero
nuestra amistad creció y se convirtió en otra cosa. Sin embargo, no
pudimos oficialmente convertirnos en parientes. Un príncipe y la
descendencia de un soldado no son iguales. Yo no tenía nada que ofrecer
en ese momento, y ahora aún menos.

Vacilante, ojos perdidos... Oh, estrellas.

—Frazer... —Me detuve para enrollarme de nuevo—. Tienes todo


para ofrecer.

—¿Tú lo harás? —Su voz sonaba tensa, incrédula.

Asentí y sonreí.

Frazer me devolvió la sonrisa libremente.

—¿Qué necesitas que haga?

—Refleja mis acciones. Te diré cuándo. —Desenvainó mi Utemä y


arrastró el borde a través de su palma.

Me estremecí cuando la sangre brotó. Levantó su palma delante de


mí.

—Necesito poner mi mano en tu frente, ¿está bien?

Asentí. Colocó su mano allí, marcándome. Se apartó, cortando su


otra mano con la Utemä. Esta vez no la llevó a la frente; me apretó la
mano.

—Serena Smith —comenzó muy serio—. Desde este latido del


corazón hasta el último, comparto tu sangre y hueso, alegría y dolor. No
hay palabras ni actos que me hagan alejarme de ti. Tú eres mi manada,
mi parentela, mi hogar.
Mi visión se volvió borrosa. Luché contra el peso que se asentaba
en mi pecho.

—Ovet perheen nyx, ihuseti jai aina —recitó.

No tenía idea de lo que dijo, pero la sinceridad que emanaba era


suficiente para que cayera una lágrima.

Me tomó por la muñeca.

—¿Puedo?

Asentí rápidamente y resistí la tentación de mirar hacia otro lado


mientras acunaba mi palma y pasaba la espada rápidamente. Un dolor
agudo, luego un dolor sordo siguió.

Frazer se marcó con mi sangre y soltó esa mano solo para pinchar
mi otra palma. Rodeando nuestras manos, dijo:

—Repite después de mí. Frazer Novak...

Repetí el voto que me hizo e incluso me salió en la lengua fae sin


vacilar. Eso hasta que llegué a "aina", y un calor abrasador me asó.
Arañando hacia mi collar, mis dedos agarraron la gotita. No había calor.
El ardor venía de dentro. Como si mis costillas hubieran sido marcadas
con el juramento.

Los ojos de Frazer se agrandaron, y se aferró a su propio pecho,


ahogándose un poco.

El dolor se deslizó lo suficiente para que pudiera rodearlo.

—No me dijiste que eso pasaría.

—Eso es porque no lo sabía —jadeó, con la mano cayendo a su


lado—. Si lo hubiera hecho, te habría advertido. Lo siento.

Frotándome el pecho, respiré y dije:

—De acuerdo, pero no hagamos eso de nuevo por un tiempo.

Una lenta pero pura sonrisa irradió de él.

—No lo necesitaremos. Somos oficialmente parientes, siska.


Tomó su manga en su palma y frotó la sangre de mi frente, y luego
la de él. Una vez hecho esto, dije:

—¿Siska?

—Significa hermana —respondió—. Aunque, solo te llamaré así en


privado y a través de nuestro vínculo.

Me puse contra el tronco muerto detrás de mí.

—¿Cómo?

—Bueno, no hay ninguna ley fae en contra de hacer que los


parientes se unan a un humano... —Hubo un destello de miedo en su
voz. Era obvio lo que venía.

—¿Pero? —Esperé a que cayera el golpe.

—Sin embargo no deberíamos ir gritando sobre el hecho de que lo


hemos hecho.

—¿Por qué? —La impaciencia estalló hacia mis talones.

Frazer se encogió de hombros, pero sentí su incomodidad a través


del hilo.

—Algunos fae odian a los humanos por principio. Si se enteran de


que un fae se unió a uno, es posible que quieran dar un ejemplo.

Dejé que mi expresión se oscurezca.

—¿Me dices esto ahora?

Hizo un movimiento de manos entre nosotros y dijo:

—El vínculo está aquí, ya sea que lo hagamos oficial o no. Y el


vínculo de pariente tiene sus ventajas. Dicen que los parientes se pueden
sentir a través de grandes distancias. Que seremos capaces de
encontrarnos uno al otro. Siempre.

Me estudió el pecho como si imaginara que ahí estuviera el enlace


que nos conectaba.
La magnitud de lo que hicimos me golpeó entonces. Porque todo
intento de desvanecer nuestra conexión se estaba alejando demasiado.
Este vínculo familiar podría haberlo arreglado y atado aún más fuerte.

Me mordí el labio en angustia. ¿Habíamos hecho lo correcto?


Esperé a que Tita dijera algo, pero solo hubo silencio. Sombras y dudas
se reunieron en mi mente. Afortunadamente, mi retumbante estómago
proporcionó la distracción perfecta.

—No has comido lo suficiente. —Frazer se giró en su posición


sentada y me entregó mi paquete, colocándolo en mi regazo.

Desabroché el broche y rebusqué. Pensé largo y duro y después de


terminar mi octava galleta de avena, Adrianna aterrizó frente a nosotros,
con su botella colgada sobre su hombro. Liora salió de sus brazos con
cuatro pieles y nos devolvió nuestras dos botellas.

—¿Dónde está Cai? —Liora se agachó, guardando las otras dos


botellas.

—Recogiendo leña —le dije.

Adrianna chasqueó sus alas y olfateó el aire.

—¿Por qué huelo la sangre?

Sus ojos se estrecharon, sus labios formaron una línea dura; mi


parte cobarde ganó y cedió la explicación a Frazer. Una vez que él
terminó, Liora se desplomó en el suelo cercano del bosque.

—¿Ni siquiera pensé que el parentesco entre un fae y un humano


fuera posible? —Todavía estaba estupefacta.

El color brotó de la piel de bronce de Adrianna, pero sus ojos ardían


con el fuego de la corte oscura. No pude evitar sentirme aliviada cuando
dirigió su ira hacia Frazer.

—¿Estás loco? ¿Hiciste un vínculo de parentesco con un humano?

Frazer la fulminó con la mirada.

—No eliges el enlace. Lo sabes. —Un poco a la defensiva.

Adrianna negó con la cabeza como si intentara librarse de un


mosquito zumbador. Tomando otro delicado resoplido, dijo:
—Te das cuenta, por supuesto, de que has fusionado sus esencias.
Ella olerá menos humana. Otros fae pueden ser curiosos en cuanto al
por qué.

Las facciones de Frazer se tensaron.

—También la he hecho más difícil de rastrear.

—Cierto —admitió Adrianna—. Pero no creo que su admirador se


emocione una vez que te huela en ella.

No pude evitar que un rubor floreciera.

—¿Admirador? —La voz de Cai zumbó con interés detrás de


nosotros—. ¿De quién estamos hablando?

Me di la vuelta para ver que Cai traía un montón de leña, que dejó
caer sin ceremonias en medio de lo que sería nuestro campamento por la
noche.

—Estábamos hablando de Wilder —respondió Adrianna,


sentándose frente a nosotros.

—Por supuesto. —Me guiñó un ojo Cai.

Liora hizo un ruido de impaciencia.

Adrianna continuó, un hilo de acero bajo la voz cantarina.

—Y el hecho de que Serena y Frazer acababan de hacer un


irreversible voto de sangre declarándose parientes.

—Ni siquiera nos fuimos por una hora —maldijo Cai en voz alta,
cruelmente.

—Supongo que eso fue todo lo que tomó —mi respuesta fue agria.

Un fantasma de una sonrisa juguetona.

—Claramente.

Después de otros diez minutos, durante los cuales Adrianna hizo


más comentarios espinosos y Cai provocó un fuego, el impacto de lo que
hicimos disminuyó. Suficiente para que Liora dijera que debería haberlo
visto venir. Y para que Cai se interesara en desarrollar su propio vínculo
especial.

—Supongo que no te gustaría compartir un vínculo conmigo,


¿verdad? —le preguntó a Adrianna, quien de repente se atragantó con las
raciones que estaba comiendo—. Parece que haría que todas las otras
hembras se volvieran locas de curiosidad. Me estarías haciendo un gran
favor.

Él agitó las cejas. Adrianna se rió, aunque de mala gana.

Increíble. Obviamente no era inmune a los encantos de él después


de todo.

Este hilo en la conversación despertó mi curiosidad. Tenía que


preguntar.

—Adrianna, ¿es cierto que han prohibido los acoplamientos entre


fae y humanos en todo Aldar?

Dejó a un lado su paquete de fruta seca y me enfrentó


completamente.

—Tomar a un humano como amante no lo es, pero una verdadera


unión lo es. Siempre ha sido un tema de división porque muchos creen
que estar con humanos diluye nuestra sangre. Pero al final, fue Morgan
y sus fanáticos quienes lograron que se cambiara la ley.

Mis ojos se movieron hacia Cai. Luego de vuelta a Adrianna. No


debería entrometerme. Y sin embargo...

—¿Incluso con brujos?

Liora fue la que respondió, tranquilamente.

—Ser un brujo le da a un humano cierto estatus en Aldar, pero no


lo suficiente como para permitirnos amar a quien queremos.

Esas últimas palabras sonaron en mis oídos.

Cai estaba agachado, arrojando algunos palos sobre el fuego


ardiendo mientras él continuó.

—Cuando Morgan tomó el poder, los acoplamientos entre fae y


humanos en Media Luna se desvanecieron en medio de la noche.
Tragué saliva.

—Morgan podría querer humanos en nuestras tierras, pero solo


para verlos en cadenas, sirviéndonos, mientras actuamos como sus
malditos señores de los fae —gruñó Frazer.

Cai resopló de risa. El rostro de Liora se retorció de disgusto


mientras mordía una manzana.

—Es igual de malo en la Tierra de los Ríos —dijo Adrianna sin


rodeos—. Diana aceptó adoptar la misma estúpida ley en las
negociaciones. —Me clavó con una mirada—. Entonces no, no es una
buena idea perseguir a ningún fae. No importa cuán... excepcional puede
ser que lo encuentres. —Un tono agudo. Aun así, su expresión tenía una
suavidad. ¿Tal vez lástima?

Miré hacia otro lado, tragando con fuerza.

—¿Crees que es un encaprichamiento?

Inclinó la cabeza un poco.

—Lo fue para mí.

Mis ojos se fijaron en los de ella.

—¿Tú y Wilder? —Casi de inmediato, una punzada de posesividad


no deseada se desplegó en mi estómago. Una feroz y celosa necesidad de
reclamarlo surgió de la nada, mi mente racional estaba perdiendo la
pelea.

Adrianna se echó a reír. Un sonido suave y autoconsciente.

—Nunca hubo nada entre nosotros. Nada que no haya inventado


en mi cabeza. Me lo dejó claro después de que lo invité a pasar la noche
conmigo.

—Lunas, eso fue audaz —dijo Cai. Sin juicio. Algo digno de
admiración.

Liora murmuró algo acerca de alejarla de la especie masculina.


Adrianna simplemente se encogió de hombros.

—Más bien como estúpido.


Tomé aliento.

—Déjame adivinar, ¿te dio una línea sobre cómo estarías en peligro
si estuvieran juntos? —Lo intenté en un tono ligero pero terminé con
amargura.

Las cejas de Adrianna se juntaron.

—No, dijo que no estaba interesado. Y si no dejaba de perseguirlo,


me echaría.

—Oh.

Un poderoso golpe de sorpresa me reclamó.

Adrianna solo ladeó la cabeza.

—¿Te dijo que estarías en peligro?

En beneficio de Cai y Adrianna, di un resumen rápido de lo que él


dijo la última vez que hablamos. Con la historia completa, Cai dejó
escapar un silbido bajo.

—Suena como que Wilder tiene secretos. No es de extrañar que


todas las hembras estén locas por él.

Frunció un poco el ceño e hizo un puchero. Liora y yo


intercambiamos sonrisas.

—Podría haber estado mintiéndote, para no herir tus sentimientos


—dijo Adrianna—. Recibe mucha atención de los reclutas femeninos y
masculinos. Difícil de ignorar a un hombre hermoso y con cicatrices que
apesta a poder.

Cuan cierto.

—Aun así, no te habló como si no le hubieras dicho nada. —Podría


haberla besado—. Es mejor escondiéndolo que la mayoría, pero es
diferente contigo. El hecho de que nunca se haya sorprendido por nadie
más, no significa que se abstiene. ¿Por qué no darle la oportunidad de
seducirlo? Muéstrale lo que está perdiendo. —Me dio una sonrisa torcida.

Liora se echó a reír, encantado, mientras que Cai la miró fijamente.


Un hombre perdidamente enamorado, eso es lo que parecía, de todos
modos.
—Parecía convencido de que Dimitri usaría nuestra conexión con
él —le dije.

Adrianna inclinó la cabeza haciendo que su brillante trenza se


moviera libremente. Me miro cuidadosamente.

—Bueno, mientras no te quedes embarazada ni te cases, Dimitri


no puede hacer ni mierda. Al menos no públicamente. Puede ser un
traidor y la perra de Morgan, pero si tomar un amante humano es ilegal,
tendría que arrestar a la mitad de los fae en Aldar.

¿Traidor? Interesante.

—¿Cómo sabes que es la perra de Morgan? —sondeó Frazer.

—He vivido en la corte de la Tierra de los Ríos toda mi vida. Las


lealtades de Dimitri son bien conocidas en esos círculos —dijo con
ligereza.

Frazer me miró de reojo.

—Entonces ella debería ser aún más cuidadosa. Los traidores son
capaces de cualquier cosa.

Adrianna solo frunció el ceño.

Los ojos de Cai se dirigieron a Liora.

—De cualquier manera, deberíamos vigilarlo. Por el bien de todos.

Un murmullo general de consentimiento.

No quiero que vayas a ningún lado a solas en Kasi. Ya no.


¿Entendido?

Encontré la intensa mirada de Frazer. Era tentador replicar. Para


insistir en que él podría meterse sus órdenes. Pero estaba en mi cabeza,
mi corazón, mi sangre; sabía que su naturaleza protectora no había
surgido de la nada.

Aun así, tenía que haber límites. Tenía que haber una maldita línea
en alguna parte. Por supuesto, él vio directamente a través de mí.
Dibuja una línea algún otro día. Este no es el momento. Acabas de
tener magia en tus venas. Ya tenemos demasiadas preguntas sin
responder sobre eso y otras cosas. Eres vulnerable...

Sus pensamientos se rompieron y dispersaron en la última


palabra. Mi corazón salió hacia él. Asentí, derrumbándome. Entonces nos
quedamos juntos... ¿briska?

Frazer sonrió ante mi patético intento de hablar Kaeli. Hermano es


brata.

Brata.

Su labio se contrajo. Inclinó la cabeza. Siska.


La Bruja
Traducido por NaomiiMora

NOS DESPERTAMOS CON un desayuno frío y triste de bayas y nueces,


seguido de un largo estallido en la penumbra. Con cada milla que pasaba
notaba el adelgazamiento de los pinos, reemplazado por arces rojos y
robles salpicados de líquenes peludos. El aire creció espeso, rancio y
pesado con humedad. Moverse era como nadar a través de la miel.

La tarde rodó y un informe de Adrianna nos dijo que llegaríamos


pronto. Después de horas de caminar sobre ampollas, era un regalo. El
suelo del bosque comenzó a descender cuesta abajo; me concentré en
navegar por los helechos, piedras sueltas y musgo resbaladizo. Ni
siquiera un susurro de brisa agitaba las hojas en los árboles, y sin
embargo, los ricos aromas de agua turbia y vegetación en descomposición
me golpeaban de todos modos, sofocándome.

Frazer agarró la parte superior de mi brazo, tirándome hacia atrás.

—Cuidado.

Parpadeé estúpidamente. El pantano había llegado, silencioso e


invisible. La tierra cedió repentinamente, revelando un terreno pantanoso
cobrizo cubierto de maleza, marcado por plantas trepadoras, nenúfares
morados y árboles nudosos que se alzaban del agua, erguidos como
pilares. Como guardianes vigilantes.

Un camino lleno de baches y bastante estrecho comenzó a mi


derecha, cortando y serpenteando a través del pantano. Nuestro camino
hacia adelante. Una sensación de presentimiento se arrastró cuando no
pude rastrear la dirección de la pista; su destino estaba oculto debido a
las ráfagas de humo que salían del agua y se extendían hacia nosotros
como dedos fantasmas extendidos.

—Bueno, he visto lugares peores y he vivido para contar la historia


—dijo Frazer con seco regocijo.

Siempre optimista.

Cai se dirigió hacia el borde del pantano, asomándose, con la mano


en la empuñadura, evaluando. Se giró hacia nosotros y dijo:

—Bueno, todavía preferiría enfrentar lo que haya por ahí que


luchar contra otro eerie.

Mi estómago se sacudió, recordando la sensación cuando el eerie


se deslizó bajo mi piel, tomando posesión. Frazer inclinó su cuerpo hacia
el mío mientras sentía mi incomodidad. No fue un abrazo, pues ese no
era su estilo. Tomé consuelo de este de todas maneras.

Con un aleteo y un golpe, Adrianna aterrizó junto a nosotros. Las


manos de Cai se aflojaron a los costados mientras la miraba.

—Esta es tu corte. ¿Algún consejo antes de que vayamos?

Los hombros de Adrianna se arquearon y rodaron mientras


flexionaba sus alas. Como si los aflojara de alguna tensión
profundamente encerrada en su cuerpo.

—Los brujos aquí no son como los de Media Luna. Son solitarios.
No forman clanes ni combinan su magia, lo que los hace sospechar de
los forasteros. Pero aún necesitan ganarse la vida, y algunos individuos
venden su magia —dijo, sonando frágil—. También protegen sus puertas,
por lo que no podemos colarnos. Nuestra mejor opción podría ser visitar
a un brujo que tiene clientes regulares fuera del pantano. Hay una bruja
que vive cerca. Ella podría dejarnos entrar a alguno de nosotros.

No había mucha seguridad allí.

Cai obviamente pensó lo mismo que yo.

—¿Lo hará o no lo hará?

Una pausa y un ceño fruncido. Adrianna comenzó:


—Es una hechicera fuerte y solitaria que vive en los pantanos. Será
cautelosa. Especialmente con extraños brujos o un fae sin alas. Tal vez
si entro sola...

—De ninguna manera —interrumpió Cai.

Sonaba absoluto, inflexible. Como un general emitiendo órdenes a


un soldado. Las facciones de Adrianna se oscurecieron. Abrió la boca, sin
duda con la intención de darle una réplica enojada. Liora cerró eso
rápidamente.

—¿Cuál es el nombre de la bruja?

Algo distante y agudo brilló en los ojos de Adrianna.

—La llaman Maggie UnOjo.

—¿Maggie UnOjo? —Liora exhaló, mientras miraba a su hermano—


. Hemos oído hablar de ella en Media Luna.

La mano de Adrianna se agitó para agarrar con fuerza el mango de


su arco.

—¿Qué dicen de ella?

Las palabras de Cai reflejaron asombro:

—Que está bendecida con la visión. Dicen que incluso predijo la


ascensión de Morgan.

Adrianna resopló. Un pobre intento de indiferencia.

—Sí, lo predijo, no que le sirviera de mucho. Solo la menciono


porque, aparte de adivinar nuestras muertes como castigo, no puede
hacer mucho si necesitamos usar la fuerza.

Una risa áspera pasó por los labios de Cai.

— ¿Y adivinar nuestras muertes no es suficiente para disuadirte?

Adrianna chasqueó la lengua.

—Solo quise decir que no puede enviar a la gente volando con un


gesto de la mano, como tú.

Una sonrisa tímida fue su respuesta.


—Lo notaste.

Su expresión invitó a un combate verbal, pero Adrianna no


pestañeó.

—Si quieres elegir otro objetivo...

Cai negó con la cabeza.

—Solo tenemos que decidir sobre un enfoque. Si es una vidente,


entonces la mejor manera de entrar es pedir una lectura. En cuanto a
robarle el pelo, preferiría evitar una pelea, y tampoco quiero intercambiar.
No cuando algunas brujas pedirían un dedo en pago antes que una bolsa
de plata.

Me estremecí ante eso.

—Eso deja el engaño —dijo Frazer en voz baja.

Cai asintió una vez. Y miró a Adrianna.

—Si puedo hacer un polvo para dormir inodoro para tumbarla


sobre su trasero, ¿crees que podrías acercarte lo suficiente para darle
una dosis?

La expresión de Adrianna se tensó.

—Sí.

Pensar que iba a ir sola me molestaba más de lo debido. Era más


que capaz.

En el siguiente segundo, Cai se quitó la mochila de los hombros,


sacó un pequeño diario rojo de la parte inferior y lo abrió. Sus ojos
escaneando, su dedo siguiendo una línea de texto, dijo:

—Creo que tengo los ingredientes básicos.

Cai se arrodilló junto a su bolsa, colocó el diario boca abajo y sacó


bolsas de lino llenas de hierbas y un mortero de madera.

—¿Por qué llevar eso contigo? —preguntó Frazer, frunciéndole el


ceño.

Aplastando unos pocos pellizcos de una hierba amarilla, respondió:


—Hábito.

—A un brujo se le enseña desde temprana edad a llevar


suministros —aclaró Liora.

—¿Será lo suficientemente fuerte como para dormir a una bruja?


—preguntó Frazer.

Cai estaba demasiado ocupado mezclando ingredientes y


murmurando para responder. A Liora le correspondió asegurarnos que lo
haría, pero sus ojos se desviaron hacia Adrianna cuando lo dijo. Entonces
supe que Liora estaba tan preocupada por su encuentro a solas con
Maggie como yo.

Se formó una idea; le hice a Adrianna una oferta tranquila:

—Voy a entrar contigo. No soy fae, y si no puedes sentir ninguna


magia en mí, tampoco ella lo hará.

Los caninos de Frazer salieron.

—Absolutamente no —dijo, su voz se agravándose en alarma.

Mis cejas saltaron a mi cabello.

—Esta no es tu decisión...

—No estoy de acuerdo —dijo bruscamente.

Me estremecí. Maldita sea, ¿qué estaba mal con él?

Adrianna interrumpió, la diversión tiñendo su voz:

—Bienvenida al mundo de los machos fae.

Frazer le lanzó una mirada aguda.

—Serena es mi familiar, y tiene una magia poderosa. No creo que


sea irrazonable no querer que esté cerca de una vidente que, por lo que
sabemos, simpatiza con la causa de esa perra.

Adrianna se erizó.

—Su magia no es rastreable. Y ya la ha usado para matar a un


eerie.
—Escuchaste cómo lo hizo. Fue una casualidad. No ha aprendido
a controlarlo todavía —replicó Frazer.

Mula obstinada.

Le di a Liora una mirada suplicante. Entendió la insinuación.

—Cai puede enmascarar nuestras esencias con bastante facilidad,


por lo que seguiremos y nos mantendremos cerca en caso de que algo
salga mal.

—Deberías poder sentir si algo sale mal... ¿verdad? —dije.

Eso hizo que Frazer murmurase, pero sus dientes se hundieron en


sus encías.

Una victoria.

La conversación se detuvo, y aproveché la oportunidad para tomar


un trago de agua. A pesar de lo que había dicho, mi boca se había secado
ante la posibilidad de encontrarme y mentirle a una bruja de un solo ojo.

Estaba poniendo mi botella devuelta en mi bolsa cuando Cai se


cubrió la nariz con la parte superior de su chaqueta, transfirió el polvo
terminado a una bolsa de lino y apretó las cuerdas. Guardó su equipo,
se puso de pie y colocó la bolsa en la palma de la mano de Adrianna.

—Todo lo que necesitas es un pellizco. Sóplalo en su cara, pero no


lo inhales tú.

Adrianna se guardó el polvo. Levantó los ojos y miró hacia el


pantano.

—La cabaña de Maggie es la primera con la que nos encontraremos.


Hay un viejo sauce que no está muy lejos de la casa, sería un buen lugar
para esperar y escuchar —dijo con una pequeña inclinación de la barbilla
hacia Frazer.

Inclinó su cabeza, causando que el cabello oscuro y sedoso cayera


sobre sus ojos.

Deja de amargarte, murmuré por el hilo.

Silencio. Silencio gruñón.


—Vamos a seguir con eso entonces —sugirió Cai.

Adrianna frunció sus labios y soltó un silbido penetrante.


Esperamos.

Luces de fuego aparecieron a lo largo del camino, brillando,


iluminando el camino. Se balancearon, bailando como si estuvieran
ansiosos de que nos uniéramos a ellos.

Adrianna guío el camino. Me deslicé detrás de ella cuando el


sendero solo era lo suficientemente ancho para que uno de nosotros
caminara por éste a la vez. Formamos una línea, nuestro ritmo lento.

La nebulosa quemadura de las luces de arriba impidió que


estuviéramos cegados, pero la niebla con líneas grises todavía impedía la
visión de los humanos y de los fae por igual. Bastaba con que las
siniestras aguas oscuras, los árboles sembrados de telarañas y las
ondulaciones en el agua me hicieran cosquillas en el cuero cabelludo y
mi imaginación zumbara, preguntándome qué podría surgir de esa
penumbra.

Tomó unos minutos, quizás más, antes de que viéramos el sauce y


más allá, una casa. Aunque, una cabaña de troncos sobre pilotes hubiera
sido una descripción más acertada. El musgo, el liquen y las enredaderas
colgantes moteaban el exterior, dándole un aspecto moteado verde y
marrón. Por un momento, parecía que el techo estaba en llamas; no era
más que un enjambre de luces de fuego que se habían instalado allí.
Fascinante: cuando una brisa los agitaba, el suave aleteo de sus formas
se parecía a las olas que rompían contra la orilla del lago.

Nos detuvimos a descansar junto al antiguo sauce nudoso, con sus


suaves pendientes como algodón colgando tan bajos que rozaban mis
mejillas, haciéndome cosquillas. Nuestro camino se había ampliado y
dividido, por lo que ahora había suficiente espacio para que nos
agrupáramos. Adrianna les indicó a los demás que se quedaran quietos,
luego me hizo señas para que avanzara. El camino de la izquierda nos
llevaría directamente hasta la puerta de la bruja, mientras que la derecha
continuaba hacia el pantano.

Los ojos de Frazer se encontraron con los míos por un momento.


Susurré adiós a través de nuestro hilo, pero fue recibido por un silencio
frío. Bien. Si quería actuar como un mocoso malhumorado, que así sea.
Adrianna y yo caminamos lado a lado hasta la casa. Me agarró del
codo y se inclinó un poco.

—Si estás de acuerdo con esto, le diré a Maggie que tú eres la que
busca la lectura.

Mi frente se frunció mientras le susurraba:

—¿Alguna razón?

—Maggie sabe lo que pienso de su profesión. ¿Lo harás?

Una emoción ansiosa sacudió los vellos de mis brazos, pero aun así
asentí.

La respiración de Adrianna me hizo cosquillas en la oreja otra vez.

—Pediremos una lectura general para ti, pero si te pregunta,


apégate a la verdad todo lo que puedas. Mentir bajo presión es más difícil
de lo que piensas. Solo debes saber que si no puedo darle una dosis antes
del comienzo... prepárate para escuchar cosas que quizás no quieras.

Mi cuerpo se puso tenso. Un revoltijo de nervios.

—No espero que me pronostique un final feliz. —Estaba tan


callada.

No había juicio ni pena en la expresión de Adrianna. Solo sombrío


entendimiento.

Llegamos al final del camino y tomamos nuestro primer paso hacia


un pórtico envolvente. Estaba lleno de hierbas secas, cintas, muñecas y
algo que, en una inspección más cercana parecía como patas de pollo
colgantes.

Intenté tragar mi miedo y disgusto. Y fracasé.

Adrianna levantó la mano para tocar. La puerta se abrió, revelando


lo que solo podía ser Maggie UnOjo. Esperaba una vieja bruja con dientes
amarillentos y cabello gris salvaje. En realidad, nos paramos frente a una
hembra que parecía tener unos treinta años humanos, con una cara
cuidadosamente pintada y un cabello trenzado que caía hasta su cintura.
Un ojo era de un rico ámbar, el otro plateado brillante. Sus alas eran
escamosas como las de Adrianna. Y de un pálido, azul hielo.
—Maggie UnOjo —Adrianna comenzó rígidamente—. He venido a
pedirte que le des una lectura a mi amiga.

Ordené calma en mis venas cuando el ojo plateado de la bruja se


posó en mí, y el ojo dorado siguió mirando a Adrianna. Ella asintió,
satisfecha.

—Bueno. Estaba empezando a pensar que llegarían tarde. No


puedo decirles cuánto me irritan las tardanzas.

Maggie mostró sus dientes. Podría haber sido una sonrisa o una
amenaza. De cualquier manera, hizo que mi corazón tropezara.

Adrianna se quedó quieta.

—¿Nos estabas esperando?

Su tono era ligero, pero creí detectar una verdadera preocupación.

El ojo dorado de Maggie se ensanchó, mientras que el plateado se


estrechó. El efecto fue desorientador.

—Sabes de mis habilidades, y sin embargo, dudas de mí. Siempre


fuiste sensata, sin la apreciación por la sutileza. Por las hermanas,
habrías sido una bruja terrible. Ahora, entra. No quiero estar parada en
la puerta todo el día. —Se hizo a un lado y nos hizo pasar.

Adrianna me miró por encima del hombro. Su expresión gritaba,


cuidado.

Se dio la vuelta y fue a cruzar el umbral. Maggie estiró un brazo,


bloqueándola.

—Conoces las reglas: deja tus armas afuera. Eso significa que tú
también, jovencita —dijo mirándome.

¿Jovencita? Sonaba como Viola. Una versión enojada, de todos


modos.

Adrianna no dudó. Puso su arco y carcaj contra la pared exterior.

Desabroché la Utemä de mi cinturón y la apoyé junto al arco y el


carcaj, luego alce la mirada para ver símbolos extraños pero hermosos
que adornaban el umbral. Parecían inocentes, simplemente decorativos,
pero eso lo dudaba mucho. Mi pecho se encogió cuando entré en un
espacio con olor a hierba y humo. Nada pasó. Liberando una respiración
contenida, entré al espació frente a mí.

Los huesos de la habitación eran una madera gris suave, y sus


muebles incluían dos estanterías que gemían bajo el peso de velas,
cristales y poderosos tomos. Justo en el centro había una pequeña mesa
rectangular con seis sillas abarrotadas a su alrededor, y un taburete de
terciopelo golpeado que descansaba junto a un hogar de ladrillos. Maggie
cerró la puerta detrás de mí, inundando el espacio con el calor del fuego
rugiente. Mis músculos tensos y anudados se relajaron en ese calor
celestial. Los mismos músculos que aún me dolían por mi encuentro con
el eerie y la marcha del día aquí.

Maggie agitó una mano en la parte trasera de la puerta.

—Cuelguen sus capas y bolsas.

Adrianna me dio una mirada. Mis propias reservas estaban


reflejadas allí. Quería que esto terminara lo antes posible, pero teníamos
que representar nuestras partes. Nos quitamos las bolsas y las capas.
Cuando los colgamos, Maggie giró a la izquierda.

—Me haré una taza de té de hierbas. La Doncella sabe que lo


necesitaremos.

Rio una vez y se dispuso a llenar un hervidor, sacando el agua


bombeando un mango negro sobre un gran fregadero de piedra. La cocina
de Maggie no era mucho más que eso. Unos cuantos armarios y frasco
sobre frasco de hierbas y fluidos espeluznantes esparcidos sobre las
encimeras.

Con la tetera llena, Maggie la puso a un lado y sacó un cofre de té.


Estaba buscando su colador cuando Adrianna buscó el polvo en el
bolsillo de su chaqueta.

Mi pulso saltó. Un movimiento equivocado...

Maggie se giró hacia nosotros en un gracioso movimiento.

—Tu polvo no funcionará...

Adrianna se nubló; el sedante impregnó el aire como un brillante


polvo de oro rubí. Tirando de mi manga sobre mi boca, esperé a que
tuviera efecto. Nunca lo hizo.
Maggie estornudó. Sus dedos casualmente cepillaron el polvo de su
cabello.

—Eso fue arriesgado.

Totalmente imperturbable, la bruja agarró el hervidor y caminó a


través de la habitación para colocarla en un soporte en el fuego abierto.
Avivó las llamas con un atizador, con las alas metidas detrás de ella.
Parecía completamente a gusto.

Ante el fracaso de nuestro plan, el suelo debajo de mí se sentía


como si estuviera cambiando—una capa de hielo que lloraba y se
agrietaba—y me encontré congelada. ¿Qué podridos infiernos hacíamos
ahora? Mis instintos se alzaron y busqué el hilo que me unía a Frazer.
Excepto que no había nada. Un vacío se precipitó en mi interior,
conteniendo el aliento.

Tita estaba allí, diciendo: No te asustes. Sus guardas están


poniendo un amortiguador en su conexión. Eso es todo.

¿Eso es todo? ¿Iba en serio?

La falta total de él causó una sensación de sacudida alrededor de


mi vientre. Como si hubiera fallado un paso y tropezado por un tramo de
escaleras

—Serena, vete —gruñó Adrianna, moviéndose frente a mí.

Casi lo hice.

Maggie enderezó y blandió el atizador hacia nosotros, diciendo:

—No tienen nada que temer de mí. Y tampoco tus amigos


esperando afuera. Podría ser mejor si los invitas a salir de la niebla. El
pantano no es el mejor lugar para estar después de la puesta del sol.

Dejó a un lado el atizador y palmeó su larga túnica azul marino,


derramando más polvo sobre el suelo. Y solo miré. ¿Cómo? ¿Su don
realmente le había advertido de nuestra llegada? Supuse que eso era lo
único que podía ser.

Mi espalda me picó.

Maggie frunció el ceño mientras miraba detrás de mí.


—Abriría esa puerta si fuera tú.

—¡Serena! —Una llamada distante. Era Frazer, entrando en pánico.

—¿Serena? ¿Adi? —Ahora Liora.

Adrianna se movió hacia la puerta, pero yo llegué primero.

Tiré del asa y solo logré apartarme cuando Frazer irrumpió,


respirando frenético, sus ojos salvajes. Se fijaron en mí y se quedó
inmóvil. Sentí una gran oleada de alivio y luego una furia brillante en el
otro extremo del hilo, ahora que había vuelto a despertar. Su cuerpo
tembloroso prometió destrucción y violencia mientras su enfoque
cambiaba a Maggie.

Liora se apresuró a entrar por la entrada y divagó:

—¿Están bien? Frazer dijo que no podía sentirte.

Asentí con la cabeza entumecida.

—Estamos bien —dijo Adrianna.

Cai fue el último en entrar. Cerró la puerta detrás de él y dijo en


tono de broma:

—Lo siento, ¿interrumpimos? Tú debes ser Maggie. —Le dirigió una


sonrisa arrogante—. Soy Cai. Ella es Liora… —Señaló con la mano hacia
su hermana—, y el fae que te gruñe se llama Frazer.

—Encantada de conocerlos —dijo Maggie. Calmada y un poco


divertida—. Y realmente no hay necesidad de las hostilidades. Acababa
de terminar de sugerir que también los invitaran a entrar, cuando Frazer
obviamente notó que su vínculo con Serena había sido sofocado por mi
protección.

—¿Cómo sabes que ella es mi familiar? —Frazer preguntó


amenazadoramente.

Maggie señaló su ojo plateado, claramente irritada.

—Esto no es de adorno.

Frazer no parecía estar dispuesto a relajarse, así que fui a apretar


la parte superior de su brazo. Solo un toque para calmarlo. Ojos
atormentados revolotearon hacia mí. No pude sentirte... Hice contacto. No
había nada allí.

Esas palabras envolvieron un puño alrededor de mi corazón y


apretaron.

Esa es la segunda vez esta semana. Sus ojos se cerraron; ni


siquiera pudo terminar su pensamiento. Era obvio lo que había querido
decir. Pensó que mi vida había estado en riesgo otra vez.

Lo siento…

Mientras estés segura, eso es todo lo que importa. Frazer olfateó el


aire.

—¿Usaste el polvo?

Un cambio no tan sutil en el tema.

—No funcionó —dijo Cai. No era una pregunta; su atención se


había centrado en las túnicas de Maggie y los relucientes restos del polvo
de rubí-oro que se aferraban allí.

Adrianna levantó una ceja.

—Se podría decir.

Liora fue la que le preguntó a la bruja de un ojo:

—¿Sabes por qué estamos aquí?

Maggie la miró por un momento antes de mirar a Adrianna.

—No necesito mi vista para eso. Tu madre, makena, me ha dicho


que estás entrenando en Kasi.

—¿Qué más te dijo ella? —replicó Adrianna. Esa tensión en su voz


hablaba por sí sola.

—¿Por qué es tan difícil para ti perdonar sus defectos, pequeña


Ana? —Maggie suspiró.

Adrianna se paró un poco más alta. Una cuchilla de acero, rígida y


sin disculpas.
—Porque encuentro algunas fallas más difíciles de aceptar que
otras.

Maggie se limitó a mirar.

—¿Tengo razón al suponer que estás en medio de una prueba?

Adrianna le dio un pequeño asentimiento.

—¿Qué es lo que quieren de mí?

Adrianna me recordó a una torre de hielo.

—Un mechón de tu pelo.

Maggie no parecía sorprendida.

—Ya veo. Bueno, puedes tenerlo, pero solo si haces algo por mí a
cambio.

Adrianna se cruzó de brazos y dejó caer una cadera como si eso


pudiera calmar la tensión.

—¿No puedes considerarlo un favor para mi madre?

Maggie no parpadeó. Miró el hervidor silbante, ignorando a


Adrianna por completo. Mi boca se convirtió en arena mientras la bruja
daba vueltas. Observé, con los nervios disparando adrenalina, mientras
usaba una toalla para cubrir su mano y agarrar el asa de la olla. Nadie
se movió cuando fue a ponerla sobre la mesa en el centro de la habitación
junto con seis tazas, un carrito, una tetera y un colador.

Mientras se preparaba y servía, finalmente dio una respuesta.

—Un mechón de mi pelo en las manos equivocadas podría causar


un daño incalculable. No lo daré a la ligera, no por cualquier favor. Pero,
lo que propongo para el pago es simple. —Detuvo el flujo de té en la última
taza con un gesto elegante—. Quiero leerte las cartas y los huesos a
cambio.

Los hombros de Adrianna se tensaron.

—¿Por qué en los siete mares querrías leer mi fortuna?

Una arrogante ceja se alzó en desafío.


—¿Quién dijo algo sobre leer la tuya? —El ojo plateado de Maggie
se posó en mí.

Mi estómago se revolvió. Adrianna me miró sorprendida y preguntó:

—¿Por qué la de Serena?

La respuesta de Maggie fue sujetar a Cai, Liora y Frazer con duras


miradas y decir:

—Primero, ustedes tres necesitan tomar sus armas y ponerlas


fuera de mi puerta. Esa es la regla en esta casa. Luego, todos nos
sentaremos y nos serviremos un poco de té.

Liora fue la única que obedeció de inmediato. Cai y Frazer


compartieron una mirada oscura, hablando de su alarma compartida
antes de seguirla afuera.

Maggie se sentó a la cabecera de la mesa, juntando las manos,


esperando. Una vez que los otros regresaron y colgaron sus capas y sacos,
ella señaló las sillas y dijo:

—Siéntese. No morderé.

Adrianna se acercó a la mesa.

—No, pero podrías haber envenenado el té.

Maggie tomó un sorbo muy deliberado de su taza. Hizo una mueca:


el té debía estar hirviendo.

—No tengo ninguna razón para lastimarlos.

Elegí la silla frente a la bruja. Frazer y Cai se deslizaron a mi


izquierda, mientras que Adrianna se sentó a la izquierda de Maggie y
Liora se unió a su lado.

Adrianna y Frazer se inclinaron y olfatearon delicadamente los


humos que se alzaban de las copas, probablemente en busca de veneno.
La bruja frunció los labios pero no dijo nada.

No toqué el té. Estaba más interesada en obtener algunas


respuestas.
—Entonces, ¿por qué cambiarías una lectura de mi futuro por tu
pelo?

Ahora los dos ojos de la bruja se fijaron en mí. Resistí la tentación


de encogerme, de mostrar miedo. Crucé los brazos y los apoyé en la mesa.
Inclinándome en ésta.

Eso la hizo decir:

—Porque hace dieciocho años, nos vi reuniéndonos. Por lo general,


mis visiones están fragmentadas, pero esta llegó tan clara como el vidrio.
Vi a Adrianna tratando de administrarme el polvo y luego me escuché
ofreciéndome una lectura a cambio de mi pelo. —Sopló su té, pensativa.
Y tomó un pequeño sorbo—. Traté de ver más, de adivinar, pero nada
funcionó… —Chasqueó la lengua y dejó su taza para mirarnos—.
Realmente no he envenenado ese té, ya sabes. Es grosero no beberlo.

Aturdida y nerviosa, levanté la taza a mis labios y respiré


manzanilla. Frazer me atrapó bebiendo y frunció el ceño. Pero cuando no
me desmayé, consintió en tomar un pequeño sorbo de su propia bebida.
Los otros hicieron lo mismo, probablemente solo para ser educados.

—¿Decías? —le pedí, bajando mi taza.

Maggie tamborileó sus uñas contra la mesa.

—Bueno, no todas mis visiones se cumplen. Lo olvido casi al final.


Aunque, al ver a Adrianna por primera vez, sin duda me dio un descanso.
Pero todavía no pasó nada. Es decir, hasta hace una semana... —Me
observó atentamente mientras añadía—. Te vi luchando contra un eerie.
Matándolo. Una hazaña aún más impresionante ahora que te conozco y
no puedo detectar la magia en tus venas.

Volví mi rostro a una expresión neutral. Un retrato en blanco.

Maggie estudió cada centímetro de mi cara, su concentración casi


salvaje en su intensidad.

—Tu contorno está todo empañado. —Se pellizcó el puente de la


nariz y continuó—. Vas a ser un dolor entre las orejas. Puedo sentirlo.

Irritación se construyó en mi pecho, exigiendo ser liberado.

—¿Por qué molestarse con una lectura entonces?


La mano de Maggie volvió a caer sobre la mesa, y me miró por
debajo de una ceja ceñuda.

—No puedes ignorar las visiones, niña.

Niña. Bruja condescendiente, pensé maliciosamente.

—¿Tenemos un trato? ¿Qué dices, Serena? —Maggie pronunció mi


nombre en voz baja. Casi con reverencia.

Tomé otro sorbo de té dulce para ganar tiempo. Podría verme


fallando en las pruebas... Los ancestros me ayuden, podría predecir mi
muerte. Nadie debería tener eso colgando sobre ellos. Pero corriendo por
las opciones, esta parecía la mejor manera. La única forma de evitar un
posible derramamiento de sangre o ser víctima de una maldición impía.

—Bien. —Tomé un trago de manzanilla, tratando de calmar mis


nervios.

Maggie se incorporó de golpe y entró en una habitación de atrás


junto a la cocina.

Liora inclinó su cabeza hacia mí, susurrando:

—¿Estás segura?

Quería decir que no, por supuesto que no. Me encogí de hombros
y busqué el consejo de Adrianna al otro lado de la mesa.

—¿Cumplirá su palabra?

Las fosas nasales de Adrianna se ensancharon.

—Sí.

Sonaba molesta por el hecho. Tenían una historia, obviamente.


Algo que no había estado dispuesta a compartir. Elegí ignorarlo.

—Entonces sí. Estoy segura.

Alrededor de la mesa había expresiones nerviosas y lenguaje


corporal tenso. Definitivamente nada tranquilizador. La ansiedad tomó lo
mejor de mí, enviando mi pie a un ritmo de golpeteo debajo de la mesa.
Algo acechó y arañó mis entrañas, queriendo huir. Pero se sentía
demasiado tarde para retroceder ahora. Maggie estaba regresando con
nosotros desde la habitación de atrás, murmurando para sí misma.
Llevaba algunos artículos. Uno, un manojo de hierbas envuelto en una
cinta plateada que fue arrojada al fuego. Después, se dispuso a poner la
mesa con un espejo negro, una baraja de cartas y una bolsa de terciopelo
que contenía lo que parecían ser huesos pequeños.

Maggie seguía hablando sola, no podía entender ni una palabra.

De repente, las llamas que crujían en el hogar destellaban de color


púrpura. Me estremecí y observé cómo se convertía en un infierno,
lamiendo los lados de la chimenea, emitiendo olores penetrantes. Astillas
de madera, romero y canela saturan el aire.

Maggie se acomodó en su silla sin respaldo frente a mí. El


murmullo se detuvo, pero su ojo plateado comenzó a temblar. El ámbar
se desvió. Mirando a la nada.

—Dame tu nombre: tu nombre completo —dijo con voz ronca.


Como si las palabras que había dicho hubieran tenido un costo.

Un caliente, enfermo giro en mi estómago siguió.

—Serena Smith.

Sudor goteó en el labio superior de Maggie.

—Smith no suena bien. ¿Vas por algún otro nombre?

Las paredes de la cabaña, los humos del fuego—el mismo aire—


parecían cerrarse, atrapándome.

—Soy una Smith. Ese es mi apellido.

Maggie me dio una suave sonrisa y esperó.

Algo picó bajo mi piel. Una oleada de calor siguió. Podía saborear
la quemazón. Lo que fuera que estuviera dentro—mi magia—se estaba
poniendo inquieta.

La mano de Frazer se movió sobre la mesa. Como si quisiera


extenderse y agarrar la mía. Mis ojos se movieron hacia los suyos, y miró
hacia la puerta. No tienes que hacer esto. No puede tomarla contra todos
nosotros.
También lo decía en serio. Esa oleada de ansiedad, la picazón... Se
asentó cuando su presencia se ancló y me abrigó. Como una sombra en
el sol del mediodía, me detuvo de encenderme; de ser arrastrada por mi
propia magia.

Me dio coraje.

Mis ojos fueron a los de Maggie.

—No sé exactamente lo que estás buscando, pero mi madre solía


llamarme Ena. Y recientemente, me han llamado Kovaysi, Matea y...
siska.

Un susurro de placer al escuchar la palabra a través de nuestro


vínculo.

Maggie tarareó, satisfecha.

—Eso es más así: Feroz, Dulce y hermana. Un día, tendrás muchos


nombres más, pero por ahora, tendrán que bastar.

Wilder me había llamado feroz. Una parte vana y patética de mí


deseaba haber sido Hermosa.

Maggie barajó las cartas de plata. Todos la seguimos en cada


movimiento, paralizados. Liora extendió la mano y la estreché. Estaba
agradecida.

El tarot se posó boca abajo sobre la mesa. El patrón, un semicírculo


de seis cartas sobre una cruz. Maggie recogió el fragmento de espejo negro
en su mano derecha, y su ojo plateado lo miró fijamente mientras el ojo
ámbar permanecía fijo en la inmensidad.

La bruja suspiró pesadamente, inclinándose, estudiando las cartas


mientras se mordía el labio.

—Esta cruz me ancla en tu pasado. —Trazó la línea de las cuatro


cartas y se movió hasta la media luna para decir—. Y esto me muestra tu
trayectoria actual. Dejaré esparciendo los huesos para el final.

Al encontrar mi garganta como arena ardiente, vacié mi taza de


manzanilla en seco. Maggie no parecía respirar mientras volteaba las
tarjetas una a una.
—La Parca, la Torre, el Seis de Espadas y el Mundo —Maggie recitó
sin levantar la vista de la cruz—. La muerte te ha traído gran tristeza.
Has conocido la pérdida de ambos padres. Y, sin embargo, una muerte
reciente también te ha traído la libertad. —Golpeó la Torre con una uña
afilada.

¿Gus? Su cuerpo destrozado flotó en el ojo de mi mente. Intenté


apartarlo, pero se quedó allí, marcado en el interior de mis párpados.

Maggie asintió como si viera las pesadillas.

—Quienquiera que sea, no derrames lágrimas por él. Estaba


podrido. Si no lo hubieran detenido, te habría mutilado y, por si fuera
poco, cortado la garganta.

Sentí una repentina e inesperada avalancha de gratitud por


Hunter. Una cosa era pensar que me había salvado la vida, y otra muy
distinta saber que lo había hecho.

Maggie sostuvo el vaso negro con una mano mientras usaba la otra
para llevar una taza a sus labios. Bebió el resto del té. Solo una vez que
lo había terminado continuó con una voz tranquila y áspera:

—Mmm... El Mundo y los Seis me dicen que el viaje que hiciste


desde Guantelete a Aldar es permanente. —Mi corazón se estrelló contra
mis costillas cuando tocó la carta del Mundo. Maggie debe ser poderosa.
¿De qué otra manera sabría que era originaria del Guantelete?

—Si alguna vez regresas, será porque la división ya no es lo que es


ahora.

Adrianna no pudo contenerse, exclamando:

—¿Qué en los ríos ardientes significa eso? Nunca puedes ser más
específica, ¿verdad?

Maggie silenció a Adrianna con una mirada y un chasquido de


dientes. Su atención se centró en mí y agregó:

—Tu vida en el reino humano ha muerto. Debes enfocarte en lo que


está frente a ti.
Un agujero ardía en mis entrañas, la ira y el dolor se mezclaban.
Yo lo sabía. Algo así. Todavía me dolía, profundamente, pensar que John
y Viola eran ahora parte de mi pasado.

Con dedos hábiles, Maggie volcó las cartas en la extensión de la


media luna. Allí yacían la Reina de las Varitas, la Suma Sacerdotisa, la
Maga, el As de Copas, el As de las Caritas y la Rueda.

La bruja estaba frunciendo el ceño, mordiéndose el labio,


frotándose los ojos. Dejó caer el espejo para servirse otra taza de té y
limpiarse el sudor de la frente.

Pasó otro podrido minuto. Mi impaciencia y mis cólicos


estomacales aumentaron. Las miradas y la inquietud de Adrianna y Cai
tampoco ayudaban. El resto de nosotros permaneció inmóvil. Frazer y
Liora eran como yo, propensos a convertirse en piedra cuando los nervios
verdaderamente terribles surtían efecto.

Maggie simplemente bebió su té, mirando las cartas.

Finalmente, dejó la taza agotada a un lado y alcanzó los huesos.

La correa de mi ira se quebró.

—Después de todo eso, ¿no vas a explicar las cartas?

Maggie se negó a responder. Cerró los ojos, recogió la bolsa de


huesos y graznó:

—Auta mina oh vilsa, ole soka ja olet vilsa. Naytä mien Serena
tulavasus.

Sus ojos se abrieron de golpe; esta vez ambos eran plateado pálido.
Liora soltó mi mano en conmoción. Cai y Adrianna se echaron hacia
atrás, haciendo una mueca. Frazer parecía listo para saltar.

Maggie estaba ajena. Dispersó los diminutos huesos blancuzcos


sobre las cartas y parpadeó. Su ojo ámbar reapareció, y miró las cartas
con él, mientras que su ojo plateado reanudó su vigilia en el espejo.

Maggie de repente aspiró profundamente y se estremeció.

Mis palmas se llenaron de sudor.

—¿Qué está pasando? —exigió Frazer.


Maggie no habló. Así que Adrianna dijo bruscamente:

—Deja los teatros. Ahora. O lo juro por Indrina, no me detendré en


un mechón de pelo. Te afeitaré toda tu maldita cabeza.

La bruja sonrió levemente.

—No lo dudo.

Pero mi atención se enganchó en otra persona: Liora estaba


mirando la mesa con la boca abierta. A los huesos.

Me atreví a preguntarle:

—¿Puedes leerlo?

Liora me miró fijamente.

—Un poco —dijo sin aliento.

—Suficiente para ver que es una lectura poderosa —dijo Cai,


terminando mi pensamiento.

Podrido infierno.

Frazer sirvió más té y lo deslizó hacia mí. Tal vez sintió que mis
nervios se debilitaban. Dudaba que una taza de manzanilla me ayudara
ahora.

Maggie se humedeció los labios con un movimiento nervioso de su


lengua.

—El tarot de media luna y los huesos se combinan para decirme


que hay una mujer, una hembra, atada a tu futuro. Es esencial que la
encuentres.

—¿Quién es ella? —preguntó Frazer intensamente. Miró la lectura


como si estuviera a punto de romperla en pedazos. Como si fuera una
amenaza—. ¿Dónde la encontramos?

—Tendría que buscar para encontrar su ubicación. Pero en cuanto


a quién es ella...

Su voz se quebró.
Le ofrecí mi taza, y ella la tomó con un asentimiento. Después de
unos pocos tragos, lo dejó a un lado y se aclaró la garganta.

—Es la que puede darte respuestas. Hay algo que llevas... Un objeto
de gran poder.

Casi alcancé mi collar, pero detuve mi mano en el último segundo.

El ojo plateado de Maggie se clavó en el espejo. Lo que sea que vio


la hizo apuntar su dedo hacia mi garganta con tanta fuerza, Frazer gruñó
salvajemente.

La bruja lo ignoró.

—Sea lo que sea eso, debes presentarlo a la Sacerdotisa. Te


reconocerá si lo llevas. No esperes: búscala lo antes posible.

Chillonas, caóticas emociones se inflaron dentro de mí. Terror y


confusión y pánico.

—¿Qué pasa con las pruebas? ¿Debo dejar Kasi?

—No puedes simplemente huir. Los desertores son rastreados y...


—interrumpió Adrianna-

Maggie la silenció con la palma abierta. Sus dos ojos se movieron


hacia mí.

—Hay dos misiones delante de ti. El primero está en terminar las


pruebas. El segundo será encontrar a esta Sacerdotisa. Estos senderos
caminan lado a lado y se entrelazan. No puedes hacer una sin la otra.

Algo sobre eso hizo que un frío escalofrío me tocara la espalda,


obligando a mi columna vertebral a enderezarse.

—¿Qué pasa si no puedo hacer las dos cosas?

Una parte de mí lo sabía, pero tenía que escuchar las palabras.

La expresión de Maggie se suavizó.

—Si fallas, mueres. Esa cosa alrededor de tu cuello: de lo que sea


que esté hecho, terminará matándote.
Frazer se lanzó hacia adelante. Estaba en mi garganta, buscando
la cadena.

—¡Para! —Maggie golpeó la mesa, causando que los huesos


saltaran.

Dejé de respirar y Frazer se quedó inmóvil. Como todos los demás.

La mandíbula y los hombros de Maggie estaban demasiado tensos;


una vena hinchada en su cuello.

—Quitarlo no detendrá lo que le está sucediendo, y no la salvará:


todo lo contrario. Creo que la ha estado protegiendo.

Frazer volvió a sentarse lentamente. Mi mano se extendió sobre mi


pecho, protegiendo la gota debajo. Estaba hablando antes de que pudiera
detenerme:

—Lo ha hecho. Me protegió cuando apareció el eerie. Había esta


voz... —No quería compartir más, pero esta era mi oportunidad para
obtener respuestas. Algo que Tita se había negado a darme—. Me dijo que
había magia dentro. Mi magia. Entonces apareció esa cosa, y se la
devolvió, pero...

Maggie estaba asintiendo, su ojo plateado rodando.

—Habrán consecuencias. Te ha dado algo... puro. La más pura de


todas las magias.

Cai contuvo el aliento. Los nudillos de Adrianna se blanquearon


cuando sus manos se curvaron, y Frazer y Liora se convirtieron en
bloques de piedra petrificados.

—Qué es eso…

—Eso no es posible —pronunció Frazer. No parpadeó mientras


miraba a Maggie—. Ningún humano ha sido dotado nunca con magia de
luz. Es demasiado cruda, demasiado volátil.

Maggie no se inmutó, incluso cuando su mirada se intensificó.

Magia de luz... ¿Magia de luz?

Cualquier intento de mantener la calma se destrozó, y la histeria


surcó mi voz.
—¿Qué me sucederá?

Nadie parecía capaz de hablar. Nadie excepto Maggie.

—La segunda vez que la magia entró en tu sistema, deberías


haberlo quemado desde adentro hacia fuera.

El mundo se volcó. Una caída era inminente.

—Pero no lo hiciste. Sobreviviste. —Maggie bajó el espejo para


quitarse el sudor de su frente. Ambos ojos se posaron en mí mientras
continuaba—. Aun así, incluso si tu cuerpo puede soportarlo por ahora,
la magia en tus venas te matará. Finalmente. Porque no puedes acceder
a ella, y si no puedes canalizar tu poder, se acumulará y te desgarrará de
adentro hacia fuera.

Mierda, mierda, mierda. Intenté recomponerme. Pero resultó


imposible.

—Entonces, ¿es como si hubiera sido atada? —Liora exhaló.

Mi corazón se tambaleó al ver la cara de mi mejor amiga, el dolor y


el pánico grabados en cada línea.

—No exactamente —respondió Maggie con cansancio—. No


entiendo completamente qué está bloqueando su magia. Pero Serena es
un caso único... Nunca me he encontrado con otra bruja a la que se le
ha devuelto su magia después de que fuera despojada.

Eso no sonaba agradable.

Maggie miró a Cai y Liora.

—Ambos son brujos. ¿No lo han adivinado?

Parecían enfermos. Como si acabaran de ver a alguien desollado


vivo.

Cai se apresuró a exhalar.

—Despojar a un brujo de su magia rara vez se hace, es tan extremo.


Ni siquiera sabía que era posible mantener algo de la magia. Pensé que
solamente se iba, perdido en el aire.

—¿Puede por favor alguien explicarme…?


—Despojar a un brujo es como cortar las alas de un fae —explicó
Liora.

El vínculo se tensó. Detecté un temblor y anhelé tomar la mano de


Frazer. Pero sus ojos encapuchados llevaban una advertencia. No quería
ser tocado.

Liora se volvió hacia Maggie. Con la ira sonando en su voz,


preguntó:

—¿Quién le haría eso a ella?

La mirada fija pero agotada de Maggie se posó en mí.

—La Sacerdotisa. Lo extraño es que la lectura la muestra como su


protectora, un guardián. No creo que su objetivo fuera separar a Serena
de su magia para siempre; de lo contrario, no la habría conservado. En
cuanto a por qué eliminó su magia, tu magia, solo ella puede responder
esa pregunta. Debes encontrarla; es la única que puede ayudarte.

Un pulso palpitaba entre mis ojos. Una red de pensamientos, todos


enredados y anudados, se afianzó.

Nada de esto tenía sentido. Nada de eso…

No había recuerdos. No había nada que pudiera explicar esto. ¿Lo


había sabido mi padre? ¿Mi madre? Seguramente, ella debía tener que
pasar el collar, para advertirme de sus cualidades protectoras. ¿Cómo se
conocieron esta Sacerdotisa y mi madre? ¿En algún lugar de Tunnock?
Eso sacó otro problema. Mirando a Maggie, dije:

—Mi madre me regaló esto después de morir. Viene del Guantelete.


—Mostré el dije por encima de la chaqueta por un momento antes de
ocultarla de nuevo—. Sabes que ahí es donde nací, en el reino humano,
pero dijiste que nunca regresaría. Entonces, ¿cómo encajan esas dos
cosas? ¿Cómo llego a esta Sacerdotisa?

La frente de Maggie se arrugó; recogió el espejo negro de nuevo.

Silencio muerto.

La bruja parpadeó un par de veces y murmuró algo. Me dieron


ganas de gritar. La mano de Maggie cayó y descansó contra la mesa.
—La Sacerdotisa no está en el Guantelete.

Mi estómago se hundió en profundidades heladas. Boca abierta, le


pregunté:

—¿Está en Aldar?

Solo un cabeceo. Y mi mundo se derrumbó. Mis pensamientos


atados en nudos desordenados, divagué:

—Así que, ¿esta Sacerdotisa cruzó la división? Pensé que solo la


Caza Salvaje podría hacer eso.

Pero Maggie solo dijo:

—No puedo responder a esa pregunta.

¿Quecomocuando?

Frazer extendió la mano y me agarró del hombro. Como si pudiera


evitar que me derrumbara de esa manera.

Ninguna manera.

Mi cabeza rodó hacia adelante, cayendo en mis palmas abiertas.


Un peso presionado sobre mis hombros.

—Hay algo más. —Maggie se frotó los ojos.

Adrianna resopló irritada.

Quería estallar y morder y llorar y rabiar. Basta ya con las


revelaciones que cambian vidas.

La mirada de Maggie nos apuntó a cada uno de nosotros.

—Los dioses, y sus cortes, reunieron a tu manada por una razón.

Nos dejó con eso por un momento.

El hilo vibró, temblando. La mano de Frazer se sacudió de mi


hombro. Estaba aturdido. Incluso asustado. Las alas de Adrianna
temblaron un poco.

—¿Qué significa eso?

Maggie continuó, gesticulando alrededor de la mesa.


—Todos lo han sentido. Su manada se está uniendo.
Convirtiéndose en una unidad. Una familia. Así que no puedo decirlo de
forma simple, trabajen juntos. Cuídense las espaldas. Es cómo
sobrevivirán a los próximos años.

Adrianna parpadeó. Y otra vez. Al menos no parecía enojada, solo


desconcertada.

Liora cruzó los brazos sobre la mesa, mirando una taza de té sin
tocar.

—No te refieres como soldados Iko, ¿verdad?

Parecía vulnerable. Como si se preparara.

Maggie la miró. Casi compasiva.

—Las pruebas son importantes, pero lo que viene después...


Convertirse en un soldado en la guerra de otra persona no es el futuro de
Serena. Como todos ustedes están unidos por el destino, dudo que sea
alguno de los suyos, tampoco. —Extendió una mano sobre los huesos—.
Mis visiones han estado volviéndose más sangrientas, más violentas, por
un tiempo. El cambio está en camino. Una guerra para acabar con todas
las guerras. Y dejando de lado esta lectura, parece que tu manada estará
justo en el centro de esas batallas.

Cai levantó su palma, cortándola.

—Espera, espera. ¿Con quién diablos vamos a la guerra?

—¿Realmente no lo sabes? —La ceja de Maggie se alzó con


incredulidad.

Adrianna fue la primera en murmurar:

—¿Morgan?

Maggie se estremeció un poco.

—Esto es más grande que ella. Pero sí, es ciertamente parte de eso.

—¿Por qué no le has dicho todo esto a la Corte de la Tierra de los


Ríos? —Adrianna se inclinó, demandante.
El ojo ámbar de Maggie brilló, y su ojo plateado giró cuando
respondió:

—Les dije hace meses.

Un músculo se tensó en la mejilla de Adrianna cuando se dejó caer


de nuevo en su silla. Como si estuviera menguando, desvaneciéndose.

Frazer me lanzó una mirada de alarma.

—¿Cuál es el papel de Serena en todo eso?

Maggie suspiró. Era pesado, resignado.

—Hay límites, incluso a mi vista...

—No es lo suficientemente bueno —espetó Frazer y sacudió la


barbilla hacia el espejo—. Trata.

Grosero. Abrupto. Pero no pude evitar estar de acuerdo con él, así
que me quedé en silencio.

La bruja vaciló y luego volvió a mirar el cristal negro. Una cascada


de trenzas de ónix cayó para ensombrecer su rostro cuando entrecerró
los ojos. Como si tratara de ver algo desde la distancia.

Un zumbido enojado comenzó bajo mi piel. Estaba desesperado por


ser liberado. Escapar. Una mano fresca y amorosa se extendió,
recorriendo mi mente, calmando la creciente e hinchada emoción. Puedes
manejar esto, querida. Naciste para ello.

Tita, yo…

¿Te sientes como si estuvieras rompiéndote en mil pedazos? Eso


pasará.

El peso aplastante mi pecho disminuyó, solo un poco.

La voz de Maggie se quebró y cambió. Cada vez más ronca, más


profunda.

—Tú eres Luz. La Oscuridad será un aliado y un enemigo. Viajarás


lejos, más lejos que nadie antes que tú. La carga de lo que eres, lo que
serás, no será fácil. El costo será alto...
Una espada esperaba sobre mi cabeza, lista para caer.

—Pero tu pariente, tu manada y tu compañero te ayudarán a


soportar esta carga.

No pude detenerme.

—¿Compañero?

—Eso es posible, ¿con un humano? —preguntó Frazer, con voz


aguda y cortante.

Maggie parpadeó. Y sonrió. Era débil; se veía demacrada.

—Si no fuera así, no se hubieran emparentado.

—El vínculo de apareamiento es diferente. Es más —Adrianna


terminó abruptamente.

Una explicación inútil.

Frazer gruñó, mostrando sus dientes.

Adrianna solo levantó una ceja imperiosa.

—No empieces. Sabes que es diferente. —Me enfrentó—. Solo tienes


un compañero. Uno. No lo eliges, no dices palabras. Solo pasa. Y el
vínculo es raro: único. Un fae puede pasar milenios sin conocer su
destino.

—Suena bien. —Cai le sonrió.

Adrianna chasqueó la lengua.

—No lo entiendes. Nuestra especie valora ese enlace por encima de


todos los demás porque casi siempre produce faelings. Para que un fae
encuentre esa conexión con un humano... Bueno, ya conoces las políticas
de Morgan sobre el matrimonio y el mestizaje. ¿Qué crees que le haría a
una pareja de compañeros?

Sip. Mi corazón se detuvo.

Cai se encogió de hombros.

—Todavía creo que suena bien.


Liora gimió un poco. Y Frazer se había convertido en una estatua.
Pero de alguna manera rompió el hielo que me encerraba. Pude haber
besado a Cai. Un susurro de risa retumbó en mi pecho.

—De acuerdo.

Adrianna sacudió la cabeza molesta pero no dijo una palabra.

Reuniendo mi coraje, me dirigí a Maggie:

—¿Sabes quién es él? ¿Quién es mi compañero?

Esa palabra—compañero—encerró mi corazón en un agarre de


hierro y apretó.

Maggie gimió mientras presionaba sus palmas en sus ojos,


masajeando.

—Tu futuro es difícil. Enredado y borroso, y algo, o alguien, no


quiere que lo vea. —Bajó las manos, su atención se fijó en mi pecho, en
el collar, en Tita—. Pero el vínculo de apareamiento tiene un punto blando
en todos los corazones fae. Toma mi mano.

Maggie puso su palma sobre la mesa hacia mí.

No dudé; me acerqué a ella. La cálida mano de Maggie envolvió la


mía, y miró fijamente las profundidades del espejo, respirando profundo.
Uno, dos, tres latidos del corazón fue todo lo que se necesitó antes de que
dijera:

—Está lejos de ti. Su corazón y su alma están muriendo. Envuelto


en la oscuridad. Tú eres el ojo, el centro, mientras que él es la tormenta
que ruge.

Maggie apartó su mano de la mía y dejó caer el espejo negro.


Cayendo hacia atrás, sus ojos revolotearon. Entonces, su nariz comenzó
a sangrar. Se escucharon maldiciones violentas alrededor de la mesa
cuando Cai corrió hacia ella, colocando su mano en su antebrazo.

—Estoy bien. No te preocupes. —Maggie se apartó de él.

—Deja que te ayude. Estamos entrenados por el aquelarre de


curación —dijo Liora, con voz tranquilizadora.
—Soy consciente —dijo, limpiando el goteo de rojo con una
manga—. Pero su entrenamiento no se completó, ¿verdad?

Cai se enderezó, con las manos rígidas a los lados.

—No —respondió Liora por él. Sonaba triste.

Hice una nota. Tal vez, cuando mi mundo dejara de girar, lo


preguntaría. Pero ahora mismo, me temblaban las manos.

Tormentas y oscuridad y muerte.

Tener un compañero no era tan romántico después de todo.

Maggie se puso de pie, apoyando las manos contra la mesa con un


suspiro y una pausa. Su espalda se enderezó, hizo un barrido de nuestras
caras.

—Tengo una última tarea que realizar antes de que podamos


terminar con este día. Para buscar a esta bruja y darte su ubicación. Pero
para hacer eso, Serena, necesitaré una gota de tu sangre para que
funcione.

Todos hablaron a la vez.

—¿Estás lo suficientemente fuerte para eso? Podríamos esperar


hasta la mañana —dijo Liora.

—¿Por qué necesitas su sangre? —gruñó Frazer.

—Nunca antes había escuchado que un vidente necesitara la


sangre de alguien —agregó Cai.

Maggie suspiró como si contuviera una réplica. Se volvió hacia


Adrianna, evitando las preguntas.

—El té estará frío como la piedra, y me encuentro en la necesidad


de un brebaje restaurativo. ¿Podrías hervir más agua?

Adrianna solo asintió, inusualmente silenciosa. Se puso a limpiar


las tazas y la tetera de la mesa.

Frazer se quebró y preguntó:

—¿Por qué sangre?


No había nada de reproche o de cálculo en la mirada que Maggie le
dirigió, solo fatiga fría.

—Porque esta Sacerdotisa no es una bruja normal. Sus barreras


son tan potentes que no puedo encontrarla de la manera tradicional. Pero
desnudar la magia de Serena habría dejado una conexión, un canal
abierto entre ellas. Puedo usar eso para localizarla.

Nadie discutió.

Maggie volvió a meter los huesos en la bolsa. Un temblor se apoderó


de una de sus manos. Me puse de pie con la intención de ayudar, pero
Liora llegó primero y recogió las cartas.

Necesitaba aire.

Girando sobre mis talones, me dirigí a la puerta y la abrí una


pulgada. Las luces de fuego iluminaban la noche, bailando sobre el agua
en medio de la niebla espectral. Tomé una respiración. Luego otra.
Siempre había imaginado que un pantano apestaría, pero aparte de una
tenue nota almizclada, era agradable, incluso reconfortante.

Una mano agarró mi hombro. Me di la vuelta, esperando a Frazer.

—Pregunta estúpida, pero, ¿cómo estás? —preguntó Liora con ojos


preocupados.

Cerré la puerta y me desplomé contra ésta.

—Ni idea. Aterrorizada, eufórica, cansada. ¿Tú?

Parecía perdida.

—Yo tampoco estoy segura. Tomará un tiempo el que se asiente. —


Su garganta se movió mientras continuaba—. Lo más molesto es que no
tenemos una línea de tiempo. Las cosas que nos dijo, esta guerra: podría
comenzar en un mes o un año. —Parpadeó—. O podría haber comenzado
ya.

Me aparté de la puerta y crucé los brazos.

—Cuando nos dijeron que las pruebas serían difíciles, no creo que
tuvieran esto en mente.

—Podría haber sido peor. —Liora logró una media sonrisa.


Le di una mirada incrédula.

—Podríamos haber ido por otra bruja y haber sido maldecidos —


finalizó.

Eso me tranquilizó.

—No sé sobre eso. Todo esto se siente un poco como una maldición
para mí.

Liora se movió para abrazarme. Fui lenta y rígida al devolverlo.

—No estás sola —susurró Liora en mi oído y se alejó.

—Al menos tengo una buena taza de té.

Palabras vacías y estúpidas que hicieron que Liora resoplara con


una risa triste.

Maggie murmuró algo sobre la necesidad de herramientas de


escrutinio y volvió a desaparecer en la habitación trasera. La tetera
comenzó a silbar, y Liora se acercó para ayudar a Adrianna. Volví a la
mesa, y Frazer y Cai se movieron para colocarse a ambos lados de mí.

Liora trajo tazas limpias y Adrianna la siguió con la tetera.

Cai olfateó mientras lo vertían, frunciendo el ceño con disgusto.

—No soporto el té de hierbas. Nuestros familiares siempre lo hacían


y forzaban sus mezclas de mal olor por nuestras gargantas.

Adrianna tomó una taza llena frente a nosotros, soplando en la


superficie.

—Bien. Pero al menos deberíamos rellenar nuestras cantimploras


antes de que nos vayamos. Cuantas menos paradas hagamos en el
camino de vuelta, mejor. Una vez que tengamos el cabello, no me sentiré
segura hasta que lo pongamos en las manos de Goldwyn.

Cai frunció el ceño hacia ella.

—Estás preocupada por Tysion.

Sus hombros subieron hasta sus orejas. Un intento de encogerse


de hombros descuidadamente.
—No se habrá rendido.

—Es posible que ya hayan atrapado a alguien —razonó Liora—. No


sabemos que nos perseguirán.

La boca de Adrianna se torció.

—No lo conoces. Querrá venganza por lo que hizo Cai. Supongo que
colocará una trampa en el único lugar en el que sabe que estaremos,
cerca del campamento.

Cai gritó con aprecio.

—Maldita sea. Tal vez deberías haber sido el líder.

Adrianna le mostró los dientes.

—Definitivamente.

—Vamos a discutir esto más tarde. Una cosa a la vez. —Liora me


dio una taza humeante de encima de la mesa.

Le di una sonrisa fina y dejé el té. Mi vientre ya estaba revuelto, y


ninguna cantidad de té de hierbas podía calmar esos nervios.

Maggie regresó con un cuchillo de plata, un mapa enrollado y un


collar de cuarzo. Dejó los artículos en la mesa y se colocó a la cabeza. Al
ver la tetera, inmediatamente se sirvió una taza. Tomó toda la taza en
una sentada. Me estremecí. Tenía que estar hirviendo.

Maggie bajó la taza, golpeando sus labios.

—Serena, ven y únete a mí.

Hizo una seña pero no levantó la vista. Su concentración estaba en


el mapa que estaba desplegando.

Me uní a su lado izquierdo mientras me ofrecía la empuñadura del


cuchillo.

—¿Quieres hacerlo? —preguntó Maggie.

Renuente a tomar el cuchillo, gané tiempo preguntando:

—¿Qué hago después de cortarme?


Maggie señaló el cuarzo.

—Pon una gota de tu sangre en el cristal.

—Primero, un mechón de tu pelo —interrumpió Frazer.

Maggie chasqueó y tomó el cuchillo. Sin piedad, cortó un mechón


y lo empujó contra la palma abierta de Frazer. Él fue a ponerlo en su
bolsa junto a la puerta. Una vez que regresó con nosotros, Maggie me
ofreció la hoja de nuevo.

Preparándome, apretando mis dientes, barrí su borde frío a través


de una de las líneas rojas arrugadas que Frazer me había hecho ayer. La
picadura me hizo silbar un poco cuando cambié el cuchillo por el cuarzo,
sosteniéndolo contra la sangre manando.

Maggie arrebató el cristal en el momento en que tocó una gota de


rojo. Colgándolo sobre el mapa, comenzó a balancearlo en grandes
círculos. El cuarzo pronto se ralentizó.

La bruja aspiró un aliento entrecortado.

—Ahí.

El cristal cayó sobre el mapa.

Todos se inclinaron. Estaba al suroeste de aquí y descansaba en la


frontera entre La Tierra de los Ríos y la Corte Solar.

Maggie confirmó la ubicación.

—Pueblo de Sapor. Ahí es donde encontrarás a la Sacerdotisa.

Un pliegue revelador se formó en su frente. Mierda.

Tuve que preguntar:

—¿Qué es?

—Hay una bruja con el nombre de Hazel Greysand que vive en esas
partes, pero no pretende ser nada más que una vendedora de cervezas
curativas y el encanto antiguo.

—¿Crees que ella es a quién nosotros estamos buscando? —


preguntó Cai.
Nosotros. Esa pequeña palabra era un regalo y un bálsamo para el
miedo que me retorcía las entrañas.

Un músculo se contrajo debajo del ojo plateado de Maggie.

—No creo en las coincidencias. Incluso si no es la Sacerdotisa,


podría apuntarte en la dirección correcta. Y toma, también puedes tomar
el mapa.

Enrolló el pergamino y me lo pasó. Me acerqué a mi bolso junto a


la puerta y lo empujé hasta el fondo.

La voz de Maggie sonó fuerte y clara:

—Estoy segura de que están ansiosos por ir, pero el pantano no es


un lugar para los amantes de la tierra, especialmente de noche. Así que,
todos descansarán aquí hasta el amanecer. ¿Entendido?

—Eso es generoso. Estaríamos agradecidos por el refugio —dijo


Liora cortésmente.

Cuando me di la vuelta, noté una mirada entre Adrianna y Frazer,


pero ninguno se opuso.

—Bien. Los invito a compartir mi comida de peces gordos, tan


humilde como es.

—Suena delicioso —dijo Cai. Con gracia y encanto.

No tuvimos que esperar mucho antes de que unos pocos pescados


se hubieran frito sobre el fuego; algo por lo que mi estómago estaba
sumamente complacido. Maggie comió su porción directamente de la
sartén. El resto de nosotros lo hizo con cuencos de madera y dedos. Todos
nos sentamos en el suelo en nuestras bolsas de dormir mientras Maggie
tenía el taburete junto al fuego. Parecía decidida a que no habría más
discusión de profecías. En cambio, nos contó historias de su vida en el
pantano.

Inmediatamente después de la comida, Maggie tiró nuestros platos


en el fregadero, apagó las linternas y se fue a la habitación de atrás,
murmurando "buenas noches" en el camino.
Mis ojos se cerraron tan pronto como subí a mi petate. El crepitar
y el asalto del fuego inmediatamente me hicieron caer en una callada y
dormida neblina...

El ojo plateado de Maggie estaba allí, girando en su cuenca,


mirándome desde un sueño.

Sus palabras haciendo eco, compañero.

Compañero.
Siguiendo Migajas de Pan
Traducido por Yiany & NaomiiMora

DIOSES, ADRIANNA DEFINITIVAMENTE tenía una alarma incorporada,


porque nos despertó al amanecer cuando la cabaña se había enfriado y
nada más que brasas parpadeaban en el hogar. Cai quería escaparse
rápida y silenciosamente sin despertar a Maggie. Debatí discutiendo que
la bruja era la única con algunas respuestas, después de todo. Mucho
había cambiado la noche anterior, se había dicho tanto.

Tenía magia ligera en mis venas, algo que se supone era imposible.

Tenía que encontrar a la Sacerdotisa. O morir.

La guerra era inminente.

En algún lugar por ahí estaba mi compañero.

Pero, al final, no peleé. Maggie había estado cerca de consumirse,


tratando de ver mi futuro. Incluso, si hiciera otra lectura, podría dañarla
permanentemente.

Adrianna dejó una nota, agradeciéndole, y luego nos fuimos.

Un denso banco de niebla que flotaba sobre aguas tranquilas nos


recibió afuera, junto con un cielo teñido de melocotón y rosa, apenas
visible a través de las ramas de los árboles de ciprés. Nos tomamos un
momento para agarrar nuestras armas y asegurarlas. Abroché todo con
fuerza; quién sabía a qué nos enfrentaríamos en el viaje de regreso. Pero
tirar de las correas de mi mochila con más fuerza solo causó que los
dolores punzantes se abrieran paso por mis hombros y espalda, como
una marca. El clima húmedo y caminar por horas no se mezclaban, la
piel estaba en carne viva.

Maldita sea. Lo que realmente necesitaba era un baño. Nadar en


cualquier cosa. Frazer y Adrianna deben haber estado enfermos del
estómago con tantos cuerpos sin lavar flotando alrededor.

Una vez listo, nuestra manada trazó el mismo camino que ayer.
Pasamos el viejo sauce y cruzamos el pantano, a través del velo de niebla,
volvimos a tierra seca y caímos en una línea familiar. Cai a la cabeza,
Liora y yo en el medio, Frazer cuidando nuestras espaldas y Adrianna
como nuestros ojos en el cielo. Pero algo había cambiado entre nosotros.
Algo que se profundizó en los huesos, una afinidad que no existía antes.
Maggie tenía razón. Estábamos vinculándonos.

LA MISMA CAMINATA tediosa siguió durante tres días. Horas de


caminata, interrumpidas por el extraño descanso de cinco minutos y
algunas explosiones de nubes. Nuestras conversaciones giraban en
círculos. Desde la posibilidad de que la manada de Tysion podría estarnos
tendiendo una emboscada, a las revelaciones de Maggie. El hambre que
roía mi vientre todo el día hasta la cena no ayudaba, tampoco. Me puso
de mal humor. Demonios, me molestó mucho.

Pero lo que vino después fue mucho peor.

El cuarto día de nuestra marcha comenzó con una tensión frágil


que se estaba gestando. Cuando salimos del bosque, se volvió cada vez
más difícil ignorar el nudo retorcido en mi estómago.

Alrededor del mediodía, Cai nos indicó que paráramos. Habíamos


acordado de antemano que Adrianna volaría por delante y exploraría el
área en busca de emboscadas. No era una garantía, pero aun así, mejor
que nada. La vimos desaparecer en un borroso azul marino.

Cai continuó mirando hacia el cielo, incluso después que


desapareció. Su expresión era ilegible.

Liora se acercó al lado de su hermano.


—No la encontrarán. Adi es demasiado buena para eso.

Un comentario completamente innecesario.

La expresión de Liora se tensó cuando Cai bajó la mirada para


mostrar una rápida sonrisa. Era dolorosamente obvio que estaba
fingiendo.

—Lo sé. Solo estoy molesto que estemos atrapados aquí hasta que
regrese.

Había estado cubriendo activamente nuestra esencia, nuestros


sonidos, y ahora teníamos que quedarnos quietos para que Adrianna nos
encontrara o arriesgarnos a que nos descubrieran esos desagradables
sentidos fae.

Cai se pasó las manos por el pelo, que en los últimos días se había
convertido en un lío ingobernable con mechones rizados que sobresalían
en todas direcciones.

—He estado pensando. Si la manada de Tysion está esperando,


parece razonable suponer que estará junto a la línea de árboles.

Se encontró con los ojos de Frazer, y una línea de entendimiento


pasó entre ellos. Su camaradería parecía estar floreciendo. Tal vez incluso
la amistad.

Cai comenzó:

—Es más probable que nos ataque cuando la manada salga a


campo abierto, pero si Adrianna tiene razón, y se ha abstenido de
completar la prueba solo por un poco de rencor, entonces es posible que
no se detenga en tomar a uno de nosotros como rehén. Incluso si es
contra las reglas.

—Crees que tratará de impedir que terminemos la búsqueda —dijo


Liora, pareciendo sorprendida.

Cai se chupó los dientes pensativamente.

—No sabemos cuánta información se le dio a Tysion. Su manada


podría saber cuál es nuestro objeto de búsqueda, y si encuentra el pelo,
podría destruirlo. Es un resultado para el que tenemos que prepararnos.
—Definitivamente suena como algo que él haría —murmuré.

—¿Cuál es tu estrategia? —preguntó Frazer a Cai. Un soldado a su


líder.

Un momento de vacilación. Cai parecía estar tomando valor para


decir algo. Algo me dijo que no me gustaría lo que vendría después.

—Ninguno de nosotros quiere convertirse en el rehén de Tysion,


pero no seremos expulsados si lo somos. Y llevar el pelo a Goldwyn y
pasar la prueba es nuestro objetivo final. Entonces, nos separamos. No
sabrán a quién perseguir.

Liora cruzó los brazos, frunciendo el ceño pensativamente.

—Pero, ¿qué pasa si la persona que lleva el pelo queda atrapada


con éste?

Cai respondió con una perezosa sonrisa:

—Podrían esconderlo en sus traseros.

Un fuerte resoplido de risa estalló cuando Liora puso los ojos en


blanco en respuesta.

—Que te cuelguen —gruñó Frazer—. Aunque…

—Genial. Estás llegando a la idea —contribuyó Cai.

Frazer le dirigió una mirada altiva.

—¿Alguna vez te has cansado de oírte hablar? —Cai abrió la boca,


pero Frazer rápidamente agregó—: No importa. Solo escucha.
Dividiremos el pelo en tres secciones y nos dividiremos en pares. De esa
manera, nos dará más oportunidades de salir adelante, pero seguiremos
teniendo a alguien cuidándonos la espalda.

Me lanzó una mirada de soslayo no tan sutil, así que terminé su


pensamiento.

—Para aquellos que lo necesitan, como yo.

Su mandíbula se apretó. Frazer comenzó, una advertencia


implícita:
—Sí. Porque dada tu historia con ellos, no podemos estar seguros
que no te harán daño. —Se levantó con el ceño fruncido—. Es posible que
me haya negado a protegerte al principio, pero me condenarán si te fallaré
ahora.

Eso era culpa en sus ojos. Mi corazón se movió un poco. Menos ira,
más amor.

La espalda de Liora se enderezó y sus manos se aflojaron a los


costados.

—Mientras me des un poco.

Cai se puso rígido, pero Liora solo continuó, más fuerte, más firme
que antes.

—No he tenido tantos problemas con ellos, y no esperarán que se


lo hayas dado a uno de tus guerreros más débiles. Solo tiene sentido.

En efecto. Cai seguía siendo lento para asentir su aprobación.

Al sonido de zumbidos desde arriba, fuimos por nuestras armas,


pero solo era Adrianna. Tan pronto como tocó el suelo, dijo:

—No vi una emboscada, pero tuve que mantenerme alta para usar
la cubierta de nubes.

Frazer llenó los espacios en blanco.

—Entonces, ¿hay alguna posibilidad de que te hayas perdido algo?

Un breve asentimiento de cabeza.

—Bueno, creo que tenemos un plan sólido si todo se convierte en


mierda. —Cai relajó su agarre sobre su espada.

Adrianna escuchó nuestra idea.

—Bien. Aunque, si me lo dieras todo, estoy segura que podría


sobrepasar a esos bastardos.

Los ojos de Cai bailaron.

—Ya, ya, no te pongas engreída.

Su expresión se volvió letal.


—No me subestimes.

—No hay peligro de eso —respondió Cai con una sonrisa coqueta.

Adrianna miró hacia otro lado primero. Resoplando.

Cai agregó más seriamente esta vez:

—Adi, ¿a qué distancia está el campamento?

—A pie, tal vez quince minutos.

—No hay punto de demora entonces. ¿Frazer? —Cai le dio un


pequeño asentimiento.

Mi pariente se encogió de hombros y se inclinó para llegar a su


mochila. Sacó el pelo de lo profundo, le dio un tercio a Liora, y dividió el
resto entre él y Adrianna.

Todos encontraron diferentes lugares para esconder el mechón de


pelo; nadie eligió el trasero, como era de esperar.

Cai dio sus órdenes, un general en proceso.

—Liora se queda conmigo. Frazer con Serena. Pero


nos mantendremos a la vista el uno del otro. Adrianna, obviamente las
mismas reglas no aplican. Tendrás que hacerlo sola.

Una ligera rigidez entró en la postura del cuerpo de Adrianna.


Como si lo desafiara a preguntarle si le importaba. Pero Cai solo continuó,
ajeno:

—Entonces, cuando el campamento se vea, Liora, Serena, quiero


que salgan primero. Voy a señalar con un silbato para aves. Las
seguiremos y los sorprenderemos por detrás.

—¿Qué? —gruñó Frazer, sus rasgos se nublaron.

—La barrera del sonido se romperá, y estarán a la vista. Podrían


atraer a Tysion y sus secuaces.

Adrianna interrumpió, la duda tiñendo su voz:

—No son tan estúpidos.


—Estás parcializada —argumentó Cai. Aunque con calma—.
Cuando un fae está enojado, pueden perder todo sentido y razón. Lo he
visto una y otra vez. Es una debilidad, una que podemos explotar.

Tan verdadero. Intenté esconder una sonrisa.

Cai miró hacia el cielo.

—Adi, ¿quieres guiarnos hacia afuera?

Adrianna no se molestó en despedirse o desear buena suerte. Sus


alas se hincharon, y se elevó, dando vueltas por encima. Nos dividimos
en parejas con Cai y Liora caminando treinta pasos hacia la izquierda,
manteniéndonos a la vista y al alcance de la barrera del sonido. El bosque
se diluyó pronto, y luego lo vimos. Kasi.

Estaré justo detrás de ti, susurró Frazer.

Asentí y esperé la señal de Cai.

Sonó un pitido. Mis entrañas se revolvieron.

Frazer me dio un empujón en la parte baja de la espalda. Ve.

Me moví. Liora estaba en el frente, corriendo. Ahora estábamos al


aire libre, corriendo por la colina, el prado abierto todo lo que se
interponía entre nosotros y la victoria.

Sonó un silbido agudo, y supe que eran ellos. Golpeando los


talones de Liora, me arriesgué a echar un vistazo por encima de mi
hombro. Frazer no estaba a la vista, pero había tres fae volando hacia
nosotros. Me desvié a la derecha, lejos de Liora. Si algo les había pasado
a los chicos, me correspondía distraer a los fae salvajes para que no la
persiguieran.

Me quedé sin aliento. Me aferré a mi costado, sin darle una pulgada


al dolor. Negándome a dejar que me detuviera, seguí corriendo.

Sonó un crujido. Sabía que se estaban acercando. No había nada


más que hacer. Me di la vuelta y me detuve.

El más grande de los tres fae era un gigante con una melena de
cabello castaño. Estaba encordando una flecha a su arco. La sangre se
congeló en mis venas.
Qué carajo, no se les permitía lastimarnos.

Tratarán de arrinconarte, siseó Tita. Espera hasta el último


segundo. Luego, zambúllete por el camino.

Tenía razón. Los otros dos fae—los gemelos de pelo rubio—no


habían sacado armas. Estaban descendiendo, volando directamente
hacia mí.

Me agaché, preparándome para rodar.

Cai finalmente apareció desde fuera del bosque. Corría hacia


nosotros, con la palma tatuada extendida.

Sonó un crujido repugnante. Los tres machos se estrellaron contra


una pared invisible de aire endurecido. Sus empujes compartidos se
convirtieron en gritos de pánico, cuando un torbellino los arrojó a la
mitad del prado.

Una mano de repente agarró mi codo por detrás. El instinto me hizo


levantar el codo.

—¡Soy yo! —gritó Liora, bloqueando.

—Mierda. Lo siento.

Me di la vuelta, comprobando que no había daños. Nada.

Cai nos alcanzó, ondeando su mano hacia Liora.

—¡Ve! Sigue corriendo. Lleva el pelo a Goldwyn. Serena...

Miró hacia el bosque. Mi corazón se detuvo. Como una lanza, lancé


todo mi ser por nuestro enlace, buscando, buscando.

Silencio mortal, solo un eco lejano. El vínculo debía ser más débil
tan lejos el uno del otro. Podrido infierno.

—¿Dónde está? —exigí.

Un segundo de silencio fue un momento demasiado largo. Me


preparé para saltar más allá de Cai, toda razón desaparecida.

Él corrió sin aliento.


—Se fue a ayudar a Adrianna. Tan pronto como comenzó el silbido,
Frazer oyó gritar a Tysion. El resto de la manada se fue directamente por
ella... —Vaciló, con la voz quebrada.

Sus ojos se arrugaron de dolor. Pero no había una parte de mí que


se preocupara solo sentía pánico.

—¿Dónde? —grité.

La mandíbula de Cai se apretó con fuerza, pero su voz fue firme.

—Él es más rápido, puede llegar a ella antes. Le dije que fuera a
ayudar.

—¿Por qué no fuiste con él? —preguntó Liora. Su voz destilaba ira.

Su manzana de Adán tembló.

—No se habría ido si hubiera dejado a Serena desprotegida.

—¿Qué no estás diciendo, Cai? —presionó Liora, enojada.

Su rostro se tensó.

—Frazer oyó que Tysion les ordenaba usar armas. Pensó que podría
ser una trampa.

Me lancé hacia delante como la flecha de un arco.

Cai no intentó detenerme. Estaba demasiado ocupado refrenando


a Liora.

—¡Por las lunas, esto es lo que quieren! —le gritó Cai—. ¡Quieren
que fracasemos! Ve a darle a Goldwyn el pelo. Repórtalos. ¡Es una orden!

No escuché la respuesta de Liora.

Presionando mis pulmones, mis piernas comieron la colina. Me


sumergí en el bosque, me detuve y cerré los ojos.

¡FRAZER!

Gritos lejanos. Había algo, pero no lo suficiente como para


orientarme. Dijo que el vínculo de parentesco podría usarse para
detectarse mutuamente a través de distancias. ¿Qué estaba mal
conmigo? Maldita sea, ¿por qué no me había enseñado a usar esta cosa?
Una respiración sonó detrás de mí. Me giré, era solo Cai.

—¿Liora? —Miré detrás de él.

Cabello rojo en el horizonte, camino de regreso al campamento: solo


sentí alivio.

Se agachó, jadeando. Debe haber sido la tensión de usar magia.


Cai estaba más en forma que yo por una milla.

—La convencí de encontrar a Goldwyn. Usar armas está en contra


de las reglas, ella puede detenerlos.

Asentí, distraída. Girando, mis ojos barrieron el área circundante.


Rezando...

—¿Puedes oír sus pensamientos? —preguntó Cai, enderezándose.

Mi respuesta salió forzada y enojada.

—He intentado. Está demasiado lejos.

—Pero el vínculo de parentesco...

—¡Nada está funcionando!

Mi voz se rompió con un sollozo. Pánico instalándose, vasto y


asombroso.

Cai agarró la parte superior de mis brazos y me hizo girar para


enfrentarlo.

—Puedes hacer esto, Serena —suspiró.

—No puedo usar la magia, escuchaste a Maggie.

—No tendrás que recurrir a tu poder. —Negó con la cabeza,


insistente. Sus fuertes dedos presionando más profundo—. Los
vínculos tienen su propia fuente de magia. Pero no será como hablar de
mente a mente. Las conexiones fae son antiguas, primitivas. Se accede a
través de la emoción, a través del sentimiento. No se piensa, así que no
le hables, visualiza a Frazer; imagina el vínculo entre ustedes, y síguelo
hasta su fuente. Encuentra su corazón.

Sonaba como balbuceo.


—Serena.

—¿No puedes usar un hechizo?

—Tomaría demasiado tiempo. Puedes hacer esto. —Dio un paso


atrás y la magia llenó el aire. Otra barrera de sonido—. Respira.

Escucha. Ordenó Tita.

Cerré los ojos y respiré hondo, visualizando su pelo negro, los


rasgos finos que podían cortar el cristal y la piel siempre pálida. Nuestro
vínculo se encendió en mi mente, una línea de luz dorada viva y
respiratoria que nos conectaba. Estaba allí, como siempre, solo que esta
vez enhebrada con rojo. Pulsante.

Destellos y ecos... Tysion estaba bajando una espada en un violento


ataque...

Las imágenes se detuvieron. Deteniendo el pánico ciego que


amenazaba con extenderse al mundo, sostuve el vínculo en mi mente, y
mis ojos se abrieron. Debajo de mis pies apareció una cinta. Un camino
a seguir.

Ya estaba corriendo.

—Por aquí.

Los pasos de Cai sonaban pesados detrás de mí, mientras que los
míos eran ligeros, rápidos. Casi como correr el viento por la tierra. Y
ahora esa cinta de luz estaba en mi centro, mi núcleo, tirando de mí hacia
adelante. El instinto me guió, moldeando mis movimientos en una danza
fluida. Salté sobre rocas y caís esquivando troncos, y árboles. Claro, mi
respiración era superficial, pero no me impidió bombear mis brazos y
piernas aún con más fuerza, hasta que el ruido del acero y los gritos
captaron mi oído. Me detuve, desenvainando mi Utemä.

Cai llegó a mi lado, jadeando. Soltó su espada y dio un pequeño


asentimiento. No necesitaba el vínculo para encontrar a Frazer ahora.
Volando por el bosque, dirigiéndome hacia los sonidos de la pelea, doblé
una curva y obtuve una imagen rápida de la escena.

Adrianna se enfrentaba a Cole y a un fae con alas blancas y rasgos


aparentemente cubiertos de nieve. Sabía que su nombre era Lucian.
Luchaba en el suelo. Sus alas parecían estropeadas, las correas de
su bolsa se habían desgastado, y un carcaj vacío y un arco abandonado
yacían en el suelo. Todo decía una cosa: alguien había estado detrás de
ella. Rodó, recogiendo flechas incrustadas en el suelo. Sosteniéndolas
cruzados sobre su cuerpo, atacó mientras Cole y Lucian se acercaban.
Ambos habían desenvainado sus espadas, pero las habían inclinado
hacia abajo. Ella iba a ser el rehén.

Otro recodo reveló que Tysion balanceaba una espada, trabada en


combate con mi hermano, que tenía una mandíbula hinchada y una
marca de mordedura sangrante en el cuello. Mi familiar no tenía nada
para defenderse; su arco estaba roto y disperso en pedazos sobre la tierra
limosa.

Una respiración, forzada a salir por la contracción de los pulmones,


murió en mis labios, pero la vista electrificó mi sangre.

Y todo mi ser acababa de reaccionar. Explotó con un estallido de


singular velocidad y un aullido a los dioses.

Los ojos de Frazer me encontraron y se abrieron con horror. Le di


la vuelta a mi Utemä y se la arrojé a él, con la empuñadura primero,
gritando agárrala por el vínculo.

Tysion se volvió hacia el sonido. Tuve segundos. Saltando sobre su


espalda, mis piernas se juntaron, las rodillas presionando
profundamente en su columna vertebral. Agarré esas alas poderosas,
feroces y tiré.

Frazer atrapó a mi Utemä cuando Tysion dejó escapar un grito


salvaje y desgarrador. No me perturbó. No tenía ninguna piedad en mí.

Tysion entró en pánico, dejó caer su espada para alcanzar sus


hombros y agarrarme. Me recosté, poniendo todo mi peso—todo el
esfuerzo—en las articulaciones de las alas. Wilder me había ayudado a
perfeccionar el movimiento. Pero Tysion no era la mitad del guerrero que
él era. Ni siquiera intentó caer de espaldas. En cambio, el fae giró
frenéticamente y agitó sus alas, gruñendo y gritando:

—¡Saca a esta perra de encima de mí!

Patético.
—¡No! Cole es mío. Toma al otro —le gritó Adrianna a Cai.

Cai respondió con una risa que era áspera y abrupta, deteniéndose.

—Tus amigos no pueden ayudarte ahora —susurré al oído de


Tysion.

Gruñó salvajemente y comenzó a mecerse, tratando de darme la


espalda.

¡Serena, suéltalo! Una imagen se estremeció por el vínculo. Una


viñeta que mostraba las rodillas dobladas de Frazer, los caninos en
crecimiento y una espada preparada para la acción.

Solté sus alas. Saltando, retrocedí. Tysion no tuvo la oportunidad


de volcarme su ira; Frazer se lanzó hacia adelante y lo clavó en el suelo
con una mano en la garganta y una espada apuntada a su ojo. Sus
dientes se extendieron y gruñó:

—Detén a tus perros.

—No lo harías —escupió Tysion, sus ojos emitiendo chispas—. No


tienes las bolas, eres un monstruo sin alas.

Frazer respondió con una sonrisa aterradora que tuvo congelando


mi sangre.

—Tienes razón, no te mataré. Pero si crees que ese es el límite de


mi imaginación... —Levantó el brazo para colgar el Utemä sobre el ala
derecha de Tysion. Una guadaña lista para caer, y una advertencia
mortal.

Tysion se sacudió, retorciéndose como un pez enganchado. Sin


pausa, mi familiar apuñaló, perforando la membrana de murciélago.

Me estremecí cuando Tysion jadeó y se ahogó con el dolor.

—Suficiente —mi hermano ladró, con la cara pálida.

La repugnancia de Frazer por lo que había hecho atravesó el


vínculo y me disparó el corazón. Me acerqué a él.

Mi familiar se inclinó, su voz era un dulce y amenazante susurro:


—Ataca mi manada de nuevo, y te haré como a mí. Un fantasma
sin alas. Una cosa miserable.

Eso tuvo una hinchazón de emoción, cerrando mi garganta.

Tysion se calmó, miedo real grabado en su cara.

Un indecoroso sonido farfullante me hizo alzar la mirada. Cai


estaba de pie junto a las raíces de un árbol, con su mano entintada
levantada en un puño tan fuerte que podía ver los huesos en su mano.
Lucian estaba frente a él, arañando su propia garganta, luchando por
respirar.

—Cai, ¿debería estar preocupada? —Intenté un tono suave.

—No, en absoluto —dijo. Tan engreído como siempre—. Solo estoy


esperando que este copo de nieve se desmaye.

No creí una sola palabra. La tensión de la magia se mostraba en


cada estremecimiento de su cuerpo.

Lucian se desplomó en el suelo, inconsciente.

Frazer arrancó la espada del ala de Tysion solo para gritarle:

—¡Detén a Cole!

Tysion se negó a dar la orden. Sus ojos estaban llenos de odio.

Cai había caído de rodillas, obviamente agotado, pero había


comenzado a gatear hacia Adrianna, firme en ayudar. Porque Cole no
renunciaría; como un lobo acorralado, rodeó a Adrianna. Todavía eran
solo flechas contra espada.

Avancé hacia delante, con la intención de lanzarme al bastardo.

Una mano agarró mi hombro, parándome y girándome.

Compartí una respiración con Wilder.

—Déjaselo a Goldwyn —dijo, bajo y áspero.

El zumbido de las alas sonó detrás de mí. No me volví. Arraigada al


lugar, mi corazón saltó y latió con fuerza.
Su agarre en mi hombro se hizo más fuerte por un solo latido.
Luego dejó caer su brazo, y dio un paso a mí alrededor. Me giré con él,
observando mientras agarraba a Frazer del abdomen y lo arrojaba a un
lado. Goldwyn aterrizó con Liora en sus brazos. Y mientras ella ayudaba
a su hermano a ponerse de pie, nuestra mentora tiró brutalmente el
cabello de Cole y lo mordió. Él no luchó.

Sálvame del mundo de los fae...

Wilder levantó a Tysion. Debería haber dicho algo en defensa de


Frazer, pero la nube de conmoción no había cambiado; ninguno de los
dos tuvo el repentino y exigente deseo que se estrelló contra mi cuerpo al
ver a Wilder, tan inesperadamente. ¿Cómo diablos me hacía eso a mí?

Tysion estaba hablando, mintiendo:

—Maestro, no sé lo que te dijo el humano, pero atacaron primero.


—Señaló a Frazer, que ahora estaba de pie—. Él apuñaló mi ala...

El sonido de un golpe fuerte resonó en mis oídos cuando el puño


de Wilder se estrelló en la cara de Tysion.

—Guarda el lloriqueo para Dimitri. El resto de tu manada está con


él ahora. No está contento de que hayas fallado en tu prueba.

Tysion hizo una mueca mientras sostenía un lado de su cara.

—Por favor —comenzó con voz ronca—, tenemos tiempo.

Wilder era una estatua.

—Te dimos instrucciones claras: no usar armas en el rehén, no


sabotear la búsqueda de la manada.

—Ellos atacaron primero. Fue en defensa propia.

—Mentiroso —gruñí.

Los dientes de Tysion se apretaron cuando se volvió hacia mí.

—Perra loca. Te habrás ido al anochecer. Casi me arrancaste las


alas...

La respuesta de Wilder fue instantánea. En un abrir y cerrar de


ojos, agarró uno de los caninos alargados de Tysion y lo atrajo, nariz con
nariz. Susurró algo fuera de mi audición, pero sea lo que sea que hizo
que Tysion palideciera. Estaba casi temblando.

Alejándolo, Wilder alzó la voz.

—Se te dará la oportunidad de explicar tus acciones a Dimitri, pero


en lo que respecta a su prueba, eso termina ahora. Ora para que otro
grupo también falle, o de lo contrario, te habrás ido. Por ahora, puedes
caminar de regreso al campamento.

Lo último de la furia de Tysion y su pesar desaparecieron, dejando


atrás a un fantasma de aspecto nauseabundo. Wilder le dio la espalda y
lo despidió en el mismo segundo. Una costumbre fae.

El ala lesionada de Tysion se contrajo y se arrugó a su lado. Se giró


y regresó al campamento. Goldwyn le ordenó a Cole que siguiera los
pasos de su deshonrado líder. Después de otro mordisco sin sangre en el
cuello, a Lucian también le enviaron a empacar.

Wilder se enfrentó a Frazer, mirándolo fijamente:

—Fuiste estúpido por marcar su ala. Dimitri lo usará como una


excusa para salvarlos y exigir tu despido. Goldwyn y yo estaremos de tu
lado esta vez, pero no esperes que seamos tan indulgentes en el futuro.
—Los ojos de Wilder tenían un dominio puro.

Abrí la boca, lista para discutir.

Déjalo ser, siska.

Mi hermano bajó la cabeza.

—No volveré a ser tan estúpido. Tienes mi palabra.

Wilder frunció el ceño, cruzándose de brazos.

—Estás hablando. Después de todo este tiempo... ¿Qué cambió?

La mirada de Frazer parpadeó hacia mí. Solo por un segundo, pero


fue suficiente. Wilder siguió su línea de visión y me encontró. Parpadeó,
sus ojos se ensancharon. El más leve signo de conmoción. Sus fosas
nasales se hincharon delicadamente. Algo oscuro e innombrable
distorsionaba sus rasgos. Las cicatrices en su cara se profundizaron,
haciéndolas de alguna manera más amenazadoras que antes. Estrellas,
¿estaba captando nuestras unidas—nuestras fusionadas—esencias?

—Estoy tomando a Cai de vuelta. Todavía está demasiado débil


para caminar. Adrianna volará con Liora, ¿estás...? —gritó Goldwyn.

Wilder se hizo borroso, levantándome en sus brazos en un


movimiento fluido.

Goldwyn sonrió con suficiencia hacia él.

—No tardes demasiado. Necesitamos llegar a Hilda antes de que


Dimitri tenga demasiado tiempo para quejarse en su oído.

Goldwyn rápidamente se dirigió a los cielos con Cai en sus brazos.


Adrianna siguió con Liora. Cuando las alas de Wilder se abrieron, miró a
Frazer.

—Caminarás.

Un comando plano, frío.

Un maullido de protesta se me escapó mientras salíamos


disparados hacia arriba. Bajé la mirada, pero apenas vislumbré algo
antes de que mis ojos tuvieran que cerrarse para evitar ser arrancados
por las ramitas. Sin embargo, después de que nos liberáramos del dosel,
miré a Wilder.

—Llévame de vuelta.

—No.

Una cara de granito. Bien. Podridamente fantástico.

Ninguno habló en el vuelo de vuelta. Dos voluntades de hierro en


desacuerdo, asediados. ¿En qué estaba pensando? Frazer estaba solo;
Tysion estaba cerca. Mi mente hacía tic, tic, tic. Miré por encima del
hombro de Wilder para explorar el bosque ahora distante.

—Ni siquiera lo pienses —Wilder gruñó en mi oído.

—¿Acerca de qué?

—Volver por él.


Mi cuerpo se tensó.

—No lo pensé. —Una mentira.

Su respuesta fue un gruñido.

—Sigues mirando hacia atrás.

Detectando tensión en su voz, deseé saber. Más bien, esperé.

Sus mejillas tenían un rubor. Tal vez fue un simple caso de


quemadura por el viento. Eso no explicaba por qué parecía un hombre
en guerra consigo mismo. Sus palabras salieron recortadas,
golpeándome:

—Frazer puede oler la ruta de Tysion y evitarla. Tú no puedes. Algo


en lo que deberías pensar antes de correr precipitadamente en el camino
de tres fae que con mucho gusto te harían pedazos. No eres tan estúpida,
así que deja de actuar así.

Sus palabras me destruyeron. Tenía razón, yo era estúpida.


Estúpida por esperar que su tono hubiera contenido celos y no desprecio.

Un muro invisible se levantó entre nosotros, y un frío silencio cayó.


El vuelo fue molesto y lento. Adrianna y Goldwyn aterrizaron minutos
antes que nosotros.

Wilder finalmente tocó la dura tierra a la sombra de una torre de


vigilancia, justo afuera del campamento. Me bajó.

Sin mirarlo a los ojos, murmuré:

—Gracias.

—¿Vas a volver allí? —Su voz era un pelín más cálido.

—No, pero estaré esperando aquí hasta que regrese.

Me arriesgué a mirar, entonces. No estaba sonriendo, pero tampoco


parecía tan oscuro y sombrío como antes.

—No esperaba nada menos. Voy a esperar contigo.

—Me dijiste que no podían vernos juntos. —Intenté ser casual y en


cambio me salió rápido.
Wilder se frotó la nuca. ¿Se veía avergonzado?

—Ya me he puesto en vergüenza. Unos minutos más no harán


ninguna diferencia.

—¿De qué estás hablando…?

Me interrumpí al ver la cabeza de Wilder inclinada hacia un lado.


Desapareció la expresión tímida, y en su lugar quedó el depredador.
Gruñó tan bajo, que reverberó dentro de mi pecho. Seguí la línea de sus
ojos, pero no había nada.

—Dimitri está hablando con un guardia. Está cerca. Vendrá a ver


si Tysion está de vuelta —explicó en un susurro.

Le respondí en voz baja:

—Deberías ir. —Me hice a un lado e hice un gesto hacia el


campamento.

Todo lo que conseguí fue una mirada fulminante.

—No te voy a dejar sola después de que simplemente avergonzaste


a su mejor luchador. Dame algo de crédito.

Esas palabras hicieron estúpidamente que mi cabeza girara y mi


corazón latiera con fuerza.

La mano de Wilder se deslizó alrededor de mi muñeca, y sin


preguntar, sus alas nos llevaron al cielo otra vez y directamente al camino
de arriba. Luego, me empujaba y empujaba a través de una puerta en la
torre de vigilancia cerrada.

—Ojos al frente. No digan nada —murmuró Wilder a los dos fae


vestidos de armadura que estaban de servicio.

La orden tranquila envió una emoción a través de mi sangre. No


podía entender por qué, pero el poder de su voz hizo que mis huesos
quisieran obedecer.

Los guardias se dieron la vuelta y se quedaron quietos como


piedras, observando el área, como si nada hubiera pasado. No había una
duda en ellos. Los soldados perfectos.
Wilder me empujó hacia el suelo de tablas y se sentó a mi lado.
Descansé contra las barandillas altas que nos protegían de la vista. Su
ala se enroscó a mí alrededor, metiéndome cerca. Un aliento caliente
envolvió mi oreja mientras se inclinaba hacia él.

—Ni una palabra. ¿Entendido?

Asentí, pero Wilder no me prestaba atención. Había sacado algo de


un bolsillo interior en sus pieles. Vi el cristal verde antes de que su mano
se cerrara sobre él. Sus labios se movieron en un ritmo silencioso.

Los segundos se alargaron y los guardias no se movieron ni nos


hablaron. No dieron una sola señal de que un mentor estaba protegiendo
a un recluta bajo su ala. Un zumbido, un cosquilleo, brillaba en el aire.
Mi sangre reconoció la magia. Se sentía débil, pero...

Wilder. Claramente, no sabía nada acerca de este fae.

La voz de Dimitri sonó desde abajo.

—¡Eres un idiota estúpido e imprudente!

Estallé en un sudor nervioso cuando llegó la respuesta.

—Ellos atacaron primero —gruñó Tysion por lo bajo—. Goldwyn y


Wilder deben estar acostándose con sus propios reclutas. Mostraron
favoritismo.

Un temblor atravesó las alas de Wilder. Me atreví a mirarlo desde


debajo de mis pestañas. Las sombras plagaron sus ojos, pero me atrapó
mirándome y sonrió.

Claro, era pequeña y torcida, pero aun así hizo que mi pulso
cantara.

—Oh, ahórrame las excusas —dijo Dimitri con impecable desdén.

—Esa imbécil sin alas cortó mi ala, y no hicieron nada —protestó


Tysion.

Tita chasqueó la lengua. Aww, pobre bebé.

Una sonrisa salvaje rompió mi rostro en dos. Los ojos de Wilder


fueron allí. A mi boca. Mi cuerpo cobró vida, estallando en llamas.
—No escucho a ninguno de los otros quejarse.

La voz de Dimitri ahora sonaba a millas de distancia. Como si me


hubiera deslizado bajo el mar. Más voces pincharon el aire. Lucian y Cole.
Pero las palabras se me escaparon.

No supe cuánto tiempo nos quedamos allí, compartiendo el aliento.


Me puso al borde de algo, inclinándome, mirando hacia un abismo
insondable.

Una caída. Me estaba cayendo.

Las alas de Wilder se arrugaron sobre sí mismas, y el mundo se


abrió de nuevo. Me sacó por la puerta y directamente a sus brazos.

Saltamos y aterrizamos con un ruido sordo. Pero no dejé de caer.

Me soltó, pero su brazo mantuvo un ligero agarre en mi antebrazo.


Se puso de pie, mirándome. Y me ahogué en esos ojos. Perdida en el
bosque.

Las palabras salieron a la superficie, palabras que no debería decir.

Wilder quitó el brazo como si lo hubieran quemado, y dio un paso


deliberado hacia atrás.

—Frazer viene.

Mi cabeza giró hacia la línea de árboles. La vista de esa figura alta


y familiar sacó una risa aliviada de mis labios.

—Tengo que ir.

Eso hizo que mi mirada volviera a la suya.

—Dimitri habrá ido a rezumar excusas al oído de Hilda. Y necesito


estar allí para apoyar a Goldwyn y hablar en nombre de tu manada.

Sus alas se crisparon, flameando.

—¡Espera! No puedes simplemente...

—¿Qué? —soltó.

Pensé rápido. Un retraso.


—¿Por qué no me dijiste que tenías magia?

—No te debo nada.

Mi pecho se derrumbó. No sabía que había estado reuniendo el


coraje para decirlo; tal vez esto, nosotros, podría valer un riesgo. Me
tragué las palabras. Se sentía como ceniza caliente deslizándose por mi
garganta.

Mi cuerpo reaccionó y retrocedió como si se protegiera


instintivamente de un asalto.

Wilder suspiró un poco y abrió la palma de la mano para revelar el


cristal ahora transparente,

—Fue magia prestada. Un amuleto que me permite cubrir un área


pequeña e interrumpir los sentidos fae.

Fui a algún lugar lejos, muy lejos.

—Bien, bien, gracias por ayudarme.

Una vez más, mi cuerpo sabía qué hacer. Le dio la espalda.

Ese fue mi adiós. A todo ello.

Latidos de ala lentos y pesados murmuraban junto a los débiles y


rotos ecos de mi corazón. No miré hacia atrás.

Nada de eso importaba, en realidad no. Las palabras de Maggie—


la parca en mi espalda, la búsqueda de la Sacerdotisa—tenían que ser la
prioridad. Todo lo demás palidecía en comparación. O al menos debería.

Solo necesitaba esforzarme más para controlarme. Para acallarlo.


Así que enterré mis sentimientos tan profundamente como pasaban y
observé el prado, esperando a que regresara mi familiar.
Por el Lago
Traducido por Mary Rhysand & Candy27

DESPUÉS DE REUNIRME con Frazer, nuestra manada regresó junta a


los cuarteles. Esto fue seguido por una visita a los baños y un viaje corto
al comedor para atragantarnos. Nos apresuramos en ambos sitios porque
queríamos estar solos con Goldwyn. Había prometido en dar una
actualización sobre la decisión de Hilda y seguía esperando y rezando que
no hubieran consecuencias para nosotros, especialmente para Frazer.

Así que ahora esperábamos por las noticias. Les había contado todo
sobre mi escondite de Dimitri con Wilder, y después de eso hablamos, en
su mayoría palabras ociosas para distraernos. Solo Frazer sintió lo que
yo no estaba diciendo. Que mi corazón se había congelado y estaba
ardiendo, todo a la vez.

A través de las ventanas de los cuarteles éramos testigos de una


sábana nocturna cayendo sobre el mundo, completamente negro y sin
estrellas. Las luces de fuego cobraron vida en las linternas, y un golpeteo
se convirtió en una granizada que golpeaba la ventana y el techo.
Finalmente Goldwyn apareció, agachándose en la puerta, su ropa de
cuero pegada a ella. Nos saludó, sacudiendo su melena y alas de color de
sol libres de las gotas de lluvia.

Todos nos pusimos de pie.

—¿Qué pasó? —preguntó Adrianna, colocando una mano en su


cadera. De una manera cortante, pero vi que los nervios se gestaban
debajo.
Goldwyn se sacudió el granizo de los hombros de la chaqueta de su
uniforme negro y plateado. Al menos no parecía alterada. Solo molesta.

—Hilda está jugando a la imparcialidad. No está ni de un lado de


ni del otro. Sin embargo, confirmó el juicio de Wilder de que los Verracos
de Dimitri han fallado en el juicio. Les permitirá pelear por su lugar en la
arena, si otra manada falla.

Expresiones desoladas fueron intercambiadas.

Adrianna me quitó las palabras de la boca:

—Si tienen la oportunidad, ganarán.

Goldwyn no se molestó en negarlo. Asintió.

—No lo dudo, pero ahora mismo tienen otras preocupaciones más


apremiantes.

Mi pulso se aceleró. Cai le había mentido a Goldwyn sobre cómo le


habíamos “robado” el pelo a Maggie. Habíamos acordado en nuestro
camino de vuelta a Kasi que la verdad solo traería preguntas difíciles
sobre la lectura que le había ofrecido a cambio. Entonces, ¿a qué se
estaba refiriendo ella?

—Dimitri no olvidará este desaire. Han hecho que su manada de


vírgenes víboras parezca débil —dijo Goldwyn, con los ojos brillantes y
la boca fruncida—. Y si se quedan, tendrá un grupo de machos fae
enojados con los que arremeter contra todos ustedes.

Cai colapsó de vuelta en su cama y se estiró lujosamente.

—Dioses, ¿cómo es posible que esa maravilla sin pene se convirtió


en mentora aquí?

Mis ojos instintivamente se movieron hacia Adrianna, luego a


Frazer. Ambos lucían inquietos. Goldwyn no había sido nuestro
instructor por mucho tiempo. No sabíamos cómo reaccionaría, ni cuán
casual o libre podríamos ser.

Pero ella solo miró a Cai con diversión.

—Tan refrescante como es tu falta de propiedad, Caiden —enfatizó


su nombre completo con una sonrisa—, no discutiré las políticas de este
lugar. No solo porque lo consigo mortalmente aburrido, sino también
porque no te sería de ayuda. —Dio un paso más cerca. Todo el humor
ido—. Sin embargo, diré que Dimitri es un hombre vengativo que ha
acumulado una reputación asesina por mezquindad.

Cai ladró una risa burlona.

—No lo subestimes —espetó un poco allí—. Lo han avergonzado, y


ahora usará cualquier influencia que tenga para ir tras de ustedes. Así
que tengo que preguntar, ¿hay algo que pueda usar en su contra?

¿Dónde deberíamos empezar? Todo podría ser usado en nuestra


contra. Nuestros secretos tenían secretos en este punto. No es que
podamos decirle eso a ella.

Adrianna fue la primera en hablar.

—Si él está decidido a expulsarnos, no importará lo que sea verdad


o no. Podría hacer una mierda o torcer la verdad.

La frente de Goldwyn se arrugó mientras inclinaba su cabeza.

—Bastante cierto. Ya trató de expulsar a Serena.

—¿Qué?

Eso salió más fuerte de lo que había anticipado.

Todo el mundo me miró.

Goldwyn juntó sus labios.

—Durante el encuentro de hoy, te acusó de seducir a tu mentor.

Rabia—y tal vez un poco de pena—fluyó por mis mejillas.

—A Hilda no le importó mucho —dijo Goldwyn—. Técnicamente, ni


siquiera es contra las reglas, especialmente desde que él me pasó tu
entrenamiento a mí. Hablando de ello, serán dos días más hasta que se
anuncien las próximas pruebas. Deberíamos hacer uso del tiempo y
continuar con sus lecciones.

Maldita sea.
—No tienes que hacer eso —dijo Frazer, mirándome de soslayo—.
Nuestra manada estará entrenando con otra desde ahora en adelante.

Una fisura de sorpresa me recorrió. Cai y Liora intercambiaron


miradas que decían lo mismo. Pero Adrianna asintió y flexionó los dedos.

—Eso es cierto.

Jo, jo. Eso era un cambio.

Goldwyn fue completamente arrogante y con sonrisas audaces dijo:

—Esa es su decisión, pero Serena no se librará de mí tan


fácilmente. Además, Wilder es muy noble y todo eso, pero para sobrevivir
aquí, necesitará que alguien le enseñe a jugar rudo. Y esa es mi
especialidad.

PASARON DOS DÍAS, durante los cuales Goldwyn y Frazer tomaron


responsabilidad por mi entrenamiento. Sus estilos de combate eran
frescos y diferentes, así que me dieron una gran cantidad de nuevos
trucos y contraataques. Adrianna asumió el papel de mentora para Liora
y Cai, pero solo cuando pensó que estaban haciendo algo mal. Lo que era,
todo el tiempo.

Cada hora de nuestro tiempo de manada fue cuidadosamente


reglamentada y agotadora. Pero sin decir una palabra el uno al otro,
tomamos en serio las palabras de Maggie. Ninguno entrenaba solo.
Estábamos juntos a cada minuto, los cuales tenían sus propias fricciones
y desafíos. Una cosa buena vino de ello, sin embargo, mi vínculo con
Frazer se intensificó. Ahora, cada vez que nos hallábamos separados, lo
cual no era muy a menudo, podía rastrearlo fácilmente y viceversa.
Apreciaba la idea de que algún día, sin importar la distancia o el océano
que nos separara, encontraríamos nuestro camino de regreso al otro.

Gracias a los días ocupados y noches sin sueño, no tuve tiempo


para prestarle atención a ciertas verdades no placenteras. Una, como sea,
era difícil de evitar; me respiraba en el cuello diariamente. La manada de
Wilder había fallado el juicio. Habían luchado en el aro de entrenamiento
con Tysion y sus matones. Excepto que no fue una batalla, más bien
como una matanza de tres minutos. Culminó con que los Murciélagos
fueron despedidos del campamento con unos cuantos huesos rotos por
sus problemas, mientras Tysion y su pandilla permanecieron. La
advertencia de Goldwyn sobre la posible ira de Dimitri fue solo una razón
más por la que nos mantuvimos unidos. Sin embargo, en la noche del
segundo día, cuando los instructores—y, curiosamente, Bert—reunieron
las cuatro manadas restantes en el aro de entrenamiento, resultó
imposible evitar ciertos sentimientos. Específicamente, un dolor
desgarrador provocado por un conjunto de ojos verdes y alas.

Como siempre, Liora vio a través de las grietas en mi patético


intento de máscara sin sentimiento. Se acercó a mí, su hombro rozando
el mío en solidaridad. Adrianna la copió, parándose cerca junto a mi
derecha. No sabía si era por la misma razón, pero me derritió el corazón,
sin embargo.

Mikael fue el primer mentor en hablar, su voz profunda y


retumbante, con poco sentimiento.

—Mañana, empiezan las terceras pruebas, y será una cacería para


sprites5.

Un siseo de susurros rompió a través de los reclutas.

—Silencio —dijo Dimitri, arrastrando las palabras.

Los susurros cesaron de inmediato. Mikael continuó sin perder un


segundo.

—Deben derribar a dos sprites por manada. Pueden escoger a


cualquier sprite siempre y cuando esté calificado como una amenaza para
los fae y la raza humana.

Dimitri irrumpió con un giro de su muñeca.

—Por supuesto, si en serio quieren impresionar, pueden derribar a


un devos sprite. —Lo dijo con una sonrisa asquerosa en nuestra
dirección.

Cecile dijo en su tono quedo:

5
N.T. Es una entidad sobrenatural. Normalmente se entiende como criaturas parecidas
a hadas o duendes.
—Aquellos sprites que han sido clasificados como asesinos de
primera clase. No intenten asesinar a uno a menos que tengan confianza.
—Cecile juntó sus manos detrás de ella y continuó—: Si fallan en traer
evidencia del asesinato, serán automáticamente expulsados. No hay
segundas oportunidades en el aro de entrenamiento. Si tienen éxito, sin
embargo, tienen que presentarle su prueba a Bert.

Los ojos de Cecile se deslizaron hacia Goldwyn, quien continuó la


conversación.

—Recomendamos que las manadas se dividan en equipos de dos o


tres, para mejorar sus oportunidades de ganar. Solo tienen seis días esta
vez, así que sean inteligentes en cómo afrontan este.

Frazer atrapó mi mirada. ¿Juntos?

Un poco de su humor secó me llegó.

Por supuesto, brata.

Sus labios se torcieron.

Mi estómago se hundió ante el sonido de la voz de Wilder.

—Y también estamos permitiendo magia de nuevo, para aquellos


entre ustedes capaces de usarla.

—Entonces, solo Cai será —ladró Dimitri, mirando a nuestra


manada—. Un sesgo claro, que hay que aplastar.

—Bueno, si vamos a discutir sobre la imparcialidad, ¿quizás


deberíamos hablar de permitir que los fae vuelen a sus destinos mientras
los humanos caminan? —dijo Goldwyn ligeramente.

Guao. Ella en serio le gustaba molestar al monstro.

Dimitri lucía como si hubiera tragado veneno mientras rumores


espontáneos rompieron a través de los reclutas.

Wilder cortó el ruido bromeando en voz baja:

—Goldwyn, eso no es muy útil.

—Mis disculpas —ronroneó Goldwyn.


Wilder le disparó una sonrisa que tuvo a mis entrañas ardiendo
con una emoción nada bienvenida. Luego enfrentó a los reclutas.

—Pueden irse a cualquier hora mañana. No los veremos de nuevo.

Dimitri tuvo la última palabra, ladrando:

—Y si alguno de ustedes son los suficientemente valientes para ir


tras los devos sprite 6 tengan la seguridad de que cuando llegue el
momento, los instructores estarán encantados de recomendar a esas
personas las mejores ubicaciones.

De Dimitri no parecía un aviso esperanzador. Más como un


empujón para hacer algo estúpido y ser asesinados.

Mikael confirmó mi suposición al arrastrar las palabras:

—Pero si cazan a un devos, estén preparados para perder un


miembro.

—Con esa nota feliz, los dejamos con Bert —cantó Goldwyn—. Él
les proveerá los detalles de la cuarta prueba.

Parpadeé. ¿Cuarta?

Cada recluta parecía estar conteniendo la respiración.

Goldwyn barrió a los reclutas con una mirada divertida.

—Esa prueba en particular es única porque comienza ahora.


Tienes hasta justo antes de la prueba final para completarla. También es
singular en el sentido de que los instructores no son conscientes de la
naturaleza de la búsqueda, y tienen prohibido preguntar a sus manadas
cualquier cosa al respecto, o ayudarles de alguna manera.

Se detuvo. Casi puse los ojos en blanco. Goldwyn me recordaba a


Cai: teatral.

—Buena suerte.

6
N.T. Un tipo de sprite maligno.
Con eso, los cinco mentores tomaron los cielos. Bert—hoy, luciendo
una bata multicolor—observó sus trayectorias de vuelo desde detrás de
sus lentes. Una vez que estuvieron fuera de vista, comenzó a hablar.

—La cuarta tarea requiere que cada recluta robe un objeto de uno
de sus instructores.

Jadeos, risas y títulos se extendieron entre la multitud.

El ogro esperó unos segundos, y ahí es donde terminó su paciencia.


Pisó el suelo con sus pies verde oscuro, resoplando pesadamente. Casi
como un toro que se prepara para cargar.

La charla cesó de inmediato.

Puso las manos detrás de la espalda y continuó.

—El objeto debe pertenecer a, o estar en la posesión del instructor


que elijan robar. Y cada uno debe tener un objeto para presentar al final
de la prueba; como dijo Goldie. —Se aclaró la garganta con un potente
hem, hem—. Ninguno de los instructores sabe nada de esta misión, y
tienen prohibido simplemente pedirles un objeto. Porque no son
estúpidos, y se darán cuenta de cuál es la prueba. —Se puso un poco
engreído y acerco sus lentes hacia nosotros—. Una vez que tengan el
objeto, tráiganlo hasta mí a la cabaña. Fallan, y estarán fuera. Cualquiera
es atrapado haciendo trampas, y está fuera. Eso es todo, les deseo lo
mejor. Pueden retirarse. —Terminó con un orgulloso asentimiento de su
cabeza y se fue pisando fuerte.

Cai se giró, dirigiéndose a nosotros, su manada.

—Tenemos que hablar. ¿Barracones o lago?

—Lago —respondió Adrianna por todos.

Nadie se quejó, y nos fuimos.

Casi inmediatamente, Liona entrelazó su brazo con el mío.


Ralentizándonos hasta paso de tortuga, susurró:

—Sé que las cosas no funcionaron entre tú y Wilder, pero a lo mejor


ahora puedes usar lo que pasó en tu ventaja.

Le fruncí el ceño.
—¿Qué quieres decir?

Sonrió maliciosamente.

—Cuarta prueba.

Un graznido de cuervo se deslizó de mis labios.

—¿Qué, crees que robarle le hará cambiar de opinión sobre


nosotros?

Liora respondió con una suave y contrita risa.

—No, ¿pero no es motivo suficiente para robarle?

Eso me hizo reír.

Un corto paseo nos dejó sentados en un círculo en la orilla cubierta


de piedras del lago, donde una suave brisa arrugaba la superficie
normalmente lisa del lago, la canción de los pájaros llenaba el aire.
Protegidos dentro de nuestra usual burbuja para los sonidos, Cai sonrió
desde su posición en frente de mí y dijo:

—Bueno, no vi venir la cuarta prueba, ¿ustedes?

Nos observó a cada uno de nosotros, pero sus ojos descansaron en


Adrianna por más tiempo. Era reconfortante y exasperante. Su afecto no
se iba, no importaba cuantas veces ella se negaba a tontear de vuelta.

¿Te recuerda a alguien? Reflexionó Tita, riéndose entre dientes.

Ouch. Eso dolió.

Pero Adrianna mordió el anzuelo esta vez.

—Las habitaciones del personal no están muy alejadas de las


nuestras. Coger algo de sus habitaciones puede ser fácil, o al menos más
seguro que intentar coger de sus bolsillos o agarrar sus armas.

Liora se puso un rizo fresa detrás de la oreja, frunciendo el ceño.

—Estoy de acuerdo. Y no debería ser muy difícil entrar en la


habitación de Goldwyn.

—¿Y eso? —pregunté, desconcertada.


Una traviesa sonrisa levantó su labio.

—Fue antes de que nuestra manada fuera formada, pero Goldwyn


dijo una y otra vez que somos bienvenidos para pedirle consejo o para
cualquier cosa, en cualquier momento.

Cai reaccionó con una sonrisa de león. Lleno de dientes y


jactanciosa arrogancia.

—Cierto, pero estoy más tentado a robar a Dimitri. Entrar en sus


habitaciones parece de algún modo, más entretenido.

—Dimitri probablemente sea más fácil de robar que Goldwyn —


remarcó Adrianna.

No fui la única que la miró como si se hubiera vuelto loca.

Se explicó en el siguiente segundo.

—Esta prueba tiene vacíos legales dentro de vacíos legales. Tysion


solo tiene que llamar a su puerta y dar una pista de lo que implica la
prueba. Dimitri no dará una mierda por el hecho de que sean trampas.
Sus reclutas todavía siguen viviendo con la desgracia de haber perdido
una prueba, lo que significa que él también. Yo que él no lo dejaría pasar
y empezaría a dejar la maldita puerta abierta. —Una sonrisa pura y felina
encendió sus ojos cerúleos—. Pero el día que robes del Gato Fantasma o
de la Serpiente, ese día la gente susurrará sobre tu potencial. Ese día
realmente te habrás ganado algo.

Su melancolía, poco característica, me hizo sonreír libremente.

—Me quedo con Goldwyn y te dejo lo imposible para ti.

—¿No Wilder?

Un encogimiento de hombros. Actuando de forma casual.

El dulce y maravilloso Cai cambió de tema.

—¿Estamos de acuerdo en robar nuestros propios objetos, pero si


alguno de nosotros nos quedamos sin tiempo, colaboramos y nos
ayudamos los unos a los otros?

Adrianna mostró su desaprobación con un ceño fruncido, pero


incluso murmuró su acuerdo.
Cai estiró y giró sus anchos hombros.

—Eso nos deja con la tercera prueba. —Miró de cerca de Adrianna.


Su voz se llenó de preocupación mientras preguntó—: ¿Supongo que
cazarás a uno de los devos sprite?

Para mi sorpresa. Adrianna hizo un gesto en mi dirección.

—Eso depende de Serena. Porque he estado pensando en lo que


dijo Maggie. En realidad, no he sido capaz de parar.

Un tono seco y aburrido por el cansancio se deslizó de mí.

—Yo tampoco.

—Ni yo —añadió Frazer en un susurro.

Liora se encontró con los ojos de Adrianna.

—Quieres usar esta prueba para encontrarla, ¿verdad?

La confusión se agitó dentro de mí.

—¿De qué están hablando? —Frazer se puso rígido.

Eso me puso a mí, instantáneamente, en el borde.

Adrianna aspiró.

—Todos escuchamos las palabras de Maggie. Las pruebas y la


misión para encontrar a la Sacerdotisa van de la mano. Esta tarea nos
proporciona libertad de movimiento y una oportunidad única para visitar
a Hazel Greysand. Puedo llevarnos volando hasta Sapor y volver en seis
días. Y podemos cazar en nuestro camino allí o a la vuelta. Conozco el
terreno sobre el que viajaremos, no debería ser difícil encontrar un sprite.

Incluso aunque fue Frazer el que hizo la pregunta, dirigió la


respuesta hacia mí. Algo que apreciaba. Mi voz salió en un susurro.

—¿Harías eso por mí?

—No es solo por ti.

Oh.
—Estamos unidos ahora —dijo Adrianna con un elegante giro de
muñeca, girando su mano en un círculo—. Esto es por todos nosotros.

—Soy su pariente —dijo Frazer. No sonaba combativo, más como


vencido—. Debería ser el que vaya con ella.

La simpatía corrió clara por la expresión y la voz de Liora.

—No esta vez. Adi es la única que puede hacer esto. Lo sabes.

No necesitaba decir por qué. El dolor que causó a Frazer era


demasiado para soportarlo. Fue suficiente para hacerme desear, por un
fugaz instante, no haber llegado a estar tan finamente en sintonía con las
emociones del otro.

Adrianna apretó sus alas con más fuerza contra su cuerpo. Como
si fueran conscientes del alcance de su herida.

—Sé lo que te está gritando el vínculo que hagas, pero no sufrirá


daño.

Sentí una puñalada de irritación.

—Júralo. —La voz de Frazer chasqueó como un látigo.

Adrianna cogió una piedra afilada y cortó a través de su mano.

Un sonido mitad sorpresa y mitad enfado salió de mí.

Adrianna lanzó la piedra a un lado y levantó la mano, enseñándole


la herida. Las alas de la nariz de Frazer se agrandaron, y asintió,
satisfecho.

Malditos fae.

—Está bien —dijo Cai malhumoradamente. Le lanzó a Frazer una


mirada particularmente reprobatoria mientras añadía—: Suficiente de
cortarnos con rocas. Seguimos necesitando decidir dónde iremos el resto
de nosotros.

Adrianna meció su mano herida sobre su regazo y sacó un pañuelo


del bolsillo de su chaqueta. Tocando suavemente hacia la sangre
saliendo, dijo:
—Un montón de sprites de bajo rango han migrado al norte hacia
las montañas para las cacerías de primavera. No serán capaces de viajar
esa distancia en seis días.

Cai murmuró para sí mismo.

—Cuanta ayuda.

—He escuchado que kelpies habitan las cuevas cerca del mar en la
costa. Eso está a una caminata de distancia —dijo Frazer suavemente.

—¿Dónde has escuchado eso? —Las cejas de Adrianna se juntaron.

—Oído fae. Además, durante semanas la gente no se molestó en


bajar la voz a mí alrededor. Es como si asumieran que, porque no puedo
hablar, también debía ser sordo —respondió Frazer.

Una pequeña sonrisa golpeó su boca, un velo para cubrir la tristeza


que me mandó el vínculo. Pude sentirlo intentando apagarlo, pero eso no
funcionaba realmente. Puede que fuera capaz de mantener ciertos
pensamientos lejos de mí, pero este vínculo entre nosotros, forjado de la
soledad y reforzado con sangre, era una línea directa a su alma.

Me quemaba por él. No era tan ingenua como para pensar que
podía curar las heridas de su pasado. Y ciertamente no tenía ningún
deseo de tocar cicatrices y reabrir heridas antiguas, pero no podía dejar
de desear que me dejara entrar más.

Cai interrumpió mi ensoñación.

—¿Crees que seremos capaces de capturar uno?

Frazer respondió con un leve encogimiento de hombros.

—Sé la teoría.

Eso no es muy tranquilizador, le dije.

Silencio.

—Bueno, puedo usar magia —dijo Cai, un poco demasiado


alegremente—. Así que a lo mejor sobrevivimos al encuentro.

Nadie rio.
Una mirada rápida alrededor de nuestro círculo reveló la
preocupación y la duda escrita en cada una de las caras. Para mí, no solo
era luchar contra un monstruo o encontrarme con Hazel lo que hacía
doler mi corazón. Era que íbamos a ir en direcciones separadas. Moría
por inclinarme hacia Frazer, para reconfortarme y para darle consuelo de
vuelta. Pero el contacto físico era algo que él solamente toleraba. Eso lo
sabía muy bien.

—Ya hemos hablado suficiente —la voz de Adrianna rompió la


tristeza que había descendido—. Necesitamos dirigirnos a la armería y al
comedor. Seguramente ya está llena de reclutas. Y no quiero que todas
las armas decentes se vayan antes de que lleguemos.

—¡Santa mierda! —exclamó Cai, saltando—. Olvida eso, toda la


comida buena está siendo desvalijada.

Corrió hacia la entrada. En un parpadeo, estaba arriba y corriendo


como si el mismísimo Dark Lord Archon7 estuviera detrás de mí.

7
N.T. Un personaje hechicero del juego StarCraft.
Hazel
Traducido por Candy27

—¡VAMOS, BABOSAS PEREZOSAS! ¡Arriba!

Mis ojos se abrieron de golpe, estaba despierta instantáneamente.

—Adi, por los dioses —gruñó Cai contra su almohada—. No


tenemos que irnos tan temprano. Vuelve a la cama.

No hizo ninguna diferencia para mí. Apenas había parpadeado.


Demasiados nervios, demasiados pensamientos caóticos que me
enviaban dando vueltas en qué pasaría si, cómo, y porqué.

Hazel Greysand. Sacerdotisa.

¿Qué respuestas tendría para mí? Si…

No más darle vueltas. No podía soportarlo.

Me puse la sábana sobre los hombros y me levanté. Los tablones


desnudos del suelo mandaron un rápido escalofrío por mi columna.

Aun así, nadie más se estaba moviendo.

—No me voy a dormir, Caiden, y tú tampoco deberías —dijo


Adrianna en voz alta.

—No me llames así —murmuró.

Oh, definitivamente no era una persona mañanera.


Adrianna siguió.

—Mientras estabas perdiendo el tiempo durmiendo, completé la


cuarta prueba y le robé algo a Goldwyn.

Una pausa. Seguido por Cai riéndose entre dientes, lanzado las
sábanas a un lado, saliendo de la cama y levantándose con nada excepto
sus calzoncillos.

La Madre tenga misericordia. Todavía seguía sin acostumbrarme a


la completa indiferencia ante la molestia de mi manada. Me hacía sentir
como una tonta por vestirme bajo las sábanas cada mañana.

—¿Ya? —dijo Liora, levantándose con la boca abierta.

—Solo fui a echar un vistazo a las habitaciones del personal, no


había planeado llevarme nada todavía. —Adrianna miraba mientras yo
me encogía bajo las sábanas para ponerme dos pares negros de polainas.
Esa había sido su sugerencia; estaríamos volando sobre las montañas.
Podría hacer frio, incluso en la primavera de Aldar.

Frazer que se estaba poniendo la ropa rápidamente dijo:

—¿Qué puedes decirnos?

—Entrar es fácil. Ni siquiera bloquean la puerta de fuera —


respondió Adrianna—. El único problema es que una vez que estás
dentro, tienen un amortiguador…

—¿Amortiguador? ¿Cómo mágico? —preguntó Liora mientras se


vestía rápidamente.

Un asentimiento corto fue la respuesta.

—Era como ser ahogado. No pude oler qué habitación pertenecía a


quien, así que me lancé y llamé a una puerta al azar. —Adrianna puso
un puño en su cadera y me miró de nuevo, esperando.

—Arriesgado —comentó Cai, lanzándole una sonrisa con dientes—


. Podías haberte encontrado cara a cara con Dimitri y ser echada por
invasión de la propiedad privada.

Eso obtuvo una pequeña sonrisa de Adrianna.


—Tuve suerte. Wilder respondió. La suya es la primera puerta a la
derecha, por cierto. Para cualquiera interesado en esa información.

Me estiré luego de estar embutiendo mis pies en unas botas, y dije


con una sonrisa sarcástica.

—Sutil.

Adrianna arrugó los labios, lanzándome un beso.

Bufé con fingido disgusto y me puse lo que quedaba: chaqueta,


capa y guantes. Pero la tentación rápidamente se probó enorme. Tuve
que preguntar.

—¿Qué le dijiste acerca de porque estabas allí?

—Mentí —admitió sin rodeos—. Dije que necesitaba ver a Goldwyn.


Me señaló en frente y me advirtió que podría morderme por despertarla.

Completamente vestido ahora, Cai pasó las manos por su pelo—su


versión de peinarse—y preguntó:

—¿Y lo hizo?

Adrianna rodó los hombros descuidadamente y resopló.

—Estaba con los ojos un poco borrosos, pero es Goldwyn de quien


estamos hablando. Me invitó a entrar, e incluso me ofreció una copa de
braka. Mentí y dije que había venido para preguntarle si había escuchado
de kelpies en la costa. Después, cuando se dio la espalda, cogí esto.

Destapó una cucharilla de café del bolsillo de su capa.

La suave risa de mi manada le respondió. Todavía seguía sonriendo


cuando até mi Utemä a mi cintura y deslicé mi bolsa sobre el hombro.

La boca de Cai formó una sonrisa malvada.

—Enhorabuena. La cuarta prueba pasada.

Las cejas de Adrianna se juntaron, haciendo que los tatuajes que


estaban alineados en su frente se arrugaran.

—Sigo queriendo intentar robarle a Mikael o a Cecile.

—Eres insaciable —dijo Cai, con la alegría brillando en sus ojos.


Casi podía escucharlo gritando, Vamos, coquetea de vuelta.

Todo lo que consiguió con sus esfuerzos fue un gruñido.

—Uno de ustedes debería cogerla.

Levantó la cuchara, esperando. Nadie aprovechó su oferta.

—Vamos. —Adrianna la empujó hacia nosotros de nuevo—.


Alguien debería tenerla.

Liora se puso los zapatos y dijo:

—Guárdala por ahora. Si llegamos a la última prueba y alguno de


nosotros la necesita, podemos usarla.

Adrianna hizo un gesto con la mano, después se movió para agarrar


su carcaj, su arco y su bolsa de los pies de su cama. Atándolo todo, cerró
la distancia entre nosotras y me ofreció la cucharilla.

—Ponla en mi mochila, ¿quieres?

Se giró. La metí dentro y en el siguiente segundo, Adrianna estaba


cara a cara conmigo.

—Hora de irse.

Le di un pequeño asentimiento. Me entró un aleteo—no, más bien


como una potente tormenta—de ansiedad, apretando mis entrañas.

—Las acompañaremos a fuera —ofreció Liora.

Mi estómago se cayó un poco. Adrianna dirigió la marcha, y Frazer,


Cai y Liora fueron con nosotras. Fuera, un viento primaveral, y la primera
luz de la mañana nos saludó, iluminando el cielo color zafiro.

Adrianna inclinó su barbilla y desplegó las alas, disfrutando de


ellas con el calor.

Sentí una pequeña punzada de celos.

Sé cuidadosa. La voz mental de Frazer fue suave.

Se me hizo un nudo en la garganta mientras me encaraba con la


gente que estaba dejando atrás. Frazer se negó a abrazarme o incluso a
tocarme. Dejó eso a Liora.
—Te veremos pronto —dijo, empujándome en un brazo apretado.

La apreté de vuelta, fuerte.

Me liberó y se alejó. No había una ventana hacia el alma de la otra—


no vínculo de pariente—pero no lo necesitábamos. Liora tenía todo lo que
quería decir escrito en la cara. Te echaré de menos. Vuelve a salvo.

Esperé que viera lo mucho que significa para mí. Cuanto significa
ella para mí.

Me dio una conocedora sonrisa.

Cai me derribó con un abrazo de un solo brazo.

—No mueras.

Parpadeé un poco ante el forzado juego en su voz y me agaché para


salir de su abrazo fraternal.

—Tú tampoco —dijo sobre mi hombro hacia Adrianna.

Adrianna hizo un sonido bajo en su garganta; algo entre un gruñido


y una risa.

—Solo no te pongas arrogante con los kelpies, y nos veremos de


nuevo.

Me moví más cerca de Adrianna para que pudiera cogerme. Uno de


sus brazos fue bajo mis rodillas y el otro envolvió mi espalda.

—Intentaré no volar muy alto, pero no tendré opción una vez que
llegue a…

—Las montañas. Lo sé.

—Traigan de vuelta algo espantoso —gritó Cai hacia nosotras.

Miré sobre ellos, las emociones pegándose a la garganta.

—Cuídense. —Mi voz era un graznido.

—No te preocupes, cuidaremos de Frazer por ti —dijo Liora


sonriendo.

Frazer hizo un ruido, indignado. Y una sonrisa tocó mis labios.


Adrianna no se despidió. Se giró y corrió, dejando que sus alas
cantaran con el viento. Una vez que estuvimos arriba, planeó y
lentamente se giró para que pudiéramos ver al resto de nuestra manada.
Continuamos ascendiendo así. No sé si fue por mí o si fue su manera de
decir adiós.

Liora y Cai dijeron adiós con la mano, pero no Frazer.

Te echaré de menos.

Una punzada de tristeza que rápidamente se fue, Lo sé, siska.

Sus palabras eran distantes ahora. Pronto perderíamos la


habilidad de hablar, pero gracias a los dioses, el vínculo de pariente
seguiría siendo fuerte.

Eventualmente, Adrianna se había elevado muy por encima del


campamento y nuestros amigos eran borrones. Al menos para mí. Se giró
en medio del aire y nos dirigimos al este, a la casa de Hazel Greysand.

es Sapor, pero definitivamente hay una aldea allí abajo.


—NO SÉ SI
—Adrianna señaló a un punto en el horizonte, demasiado lejano para los
ojos humanos.

Entorné los ojos.

—Todo lo que veo son árboles más adelante y montañas atrás.

Adrianna gruño como si no estuviera sorprendida.

—Bueno, está en el lugar correcto, así que merece la pena


comprobarlo.

No estaba equivocada. Durante los dos días anteriores miramos


fijamente el mapa hacia el pequeño punto que era Sapor demasiadas
veces, se sentía como si la imagen se hubiera quemado en mis retinas.

Mientras nos acercábamos, los bordes de la aldea tomaron forma


para mí: edificios de madera rojiza entre la vegetación, final columnas de
humo se elevaban de las chimeneas, y la veta de un rio—el pulso de la
comunidad—que pasaba por medio. Ningún edificio dominaba a los otros
ni en tamaño ni es grandiosidad. Tampoco había nada relacionado con
fortificaciones defensivas. Suponía que los pueblos fae no los
necesitaban. Y aunque era más pequeña que Tunnock, seguía
trayéndome recuerdos y forzando un dolor de entrañas. No por primera
vez, me preguntaba qué estarían haciendo John y Viola.

—Voy a empezar el descenso ahora —me advirtió Adrianna, había


una chispa de cansancio en sus palabras. Difícilmente sorprendente. Dos
días de vuelo casi sin parar tomaban su peaje. Especialmente con un
pasajero y con los suministros encima.

Adrianna cambió a un planeo e hizo un giro final a la aldea. Intenté


ignorar la desagradable sacudida en mi estómago mientras su cuerpo se
preparaba para descender, inclinándose hacia atrás, y batiendo las alas
de manera más pesada y laboriosa.

Un familiar y bienvenido golpe me sacudió cuando los pies de


Adrianna golpearon el suelo. Me bajó. Encontrando que mis piernas se
sentían agarrotadas y débiles, me estiré y las sacudí para hacer que la
sangre fluyera.

Una vez que me recuperé, di un vistazo al área circundante.


Habíamos aterrizado en un camino de tierra. A la derecha estaba el
bosque, hogar de árboles de hoja perenne altos como torres y una esencia
almizcleña y terrosa. A la izquierda había una casa con un tejado cubierto
de musgo y un pequeño jardín repleto a un lado.

—¿Deberíamos llamar a las puertas? —Mi corazón latió un poco


más rápido.

Adrianna se encontró con mi mirada, frunciendo el ceño.

—Vamos a caminar alrededor primero. Las brujas a menudo


advierten de sus servicios. Debe haber una señal en algún lugar.

Empezó a bajar por el camino a un paso rápido. Intenté mantener


el ritmo, pero ella me sobrepasaba con cada paso. Rodeando por un lado
el edificio, llegamos a una fila de casitas de campo a la derecha. Todos
los jardines florecientes llenos hasta explotar; amapola, lilas, narcisos y
girasoles me sonreían de vuelta. Una hembra con alas azules salió de una
casa cerca del final de la fila. Su pelo rojo captaba el sol, recordándome
a Liora, forzándome a preguntarme qué estaría haciendo el resto de mi
manada ahora mismo. ¿Estarían a salvo?

Mi ansiedad se elevó un punto.

Fuimos directamente hacia la hembra extraña. Cuando la


alcanzamos, estaba cerrando la puerta de la pared de hiedra que
bordeaba el jardín. Adrianna la saludó.

—Perdone, me preguntaba, ¿sabe dónde podríamos encontrar a


Hazel Greysand?

El agarre de la pelirroja sobre la puerta se apretó; se volvió


lentamente, su mandíbula cuadrada se elevó una pulgada.

—¿No pueden simplemente dejarla en paz? ¿No la han acosado


suficiente?

Adrianna y yo intercambiamos una fugaz mirada. ¿Um?

—Debes de haberte confundido con alguien más —declaró


Adrianna—. Nunca hemos estado aquí antes…

La expresión de la fae se volvió incluso más fría, severa.

—A lo mejor no, pero sus compañeros sí.

Los ojos de Adrianna disminuyeron hasta ser rendijas. Viendo las


señales de advertencia de que un comentario hiriente era inminente,
intercedí.

—Como dijo mi amiga, estás confundida. Fue otra bruja la que nos
envió aquí. Pensó que Hazel sería capaz de ayudarme.

Las cejas de la hembra se elevaron con sorpresa, pero las líneas


alrededor de su boca no se suavizaron.

—¿Qué bruja fue?

Adrianna estaba mirando a la fae con obvio desprecio.

—Maggie UnOjo.

La hembra era más baja que nosotros. A lo mejor ese fue el porqué
su postura cambió para elevarse a su estatura completa y decir:
—Conozco el nombre, pero sigo sin ver porqué debería ayudarlas.

Un leve gruñido salió de Adrianna. Antes de que los dientes puedan


empezar a chascar, miré a la pelirroja directamente a los ojos.

—Por favor. Es de vida o muerte.

La cabeza de la fae se inclinó a un lado. Me dio una mirada en


blanco que hizo que mi pecho se apretara.

Después de un tenso momento, la extraña señaló con la barbilla


hacia una casa de campo solitaria en frente.

Su estructura estaba hecha de la misma madera rojiza, pero tenía


flores blancas y moradas creciendo por sus paredes, dándole una
apariencia con puntos. Su jardín delantero cubierto de hierba se
entrelazaba con el de atrás y sobrepasaba el bosque más adelante.

—La encontrarán allí. —Sin otra palabra, la hembra se marchó por


la dirección en la que acabábamos de venir.

Adrianna dio un paso atrás e hizo un gesto hacia la fila.

—Tú primero.

Los dedos de los pies se me curvaron.

—Estaré justo detrás de ti.

Asentí distraídamente.

Vamos. No tienes nada que temer.

Las palabras de Tita se asentaron, relajándome, soltándome. Me


puse recta, sacudiendo mis hombros. Y con los puños cerrados, caminé
por el camino y a través de la puerta. Llamé. Sin respuesta.

—¿Inténtalo de nuevo? —sugirió Adrianna detrás de mí.

Lo intenté de nuevo, está vez un poco más alto.

Seguía sin respuesta. Un anhelo de abrir la puerta de un golpe


saltó. ¿Dónde estaba? Adrianna me agarró del codo y me giró
amablemente.

—Podemos volver.
—No. —Eso me ganó una mirada de desaprobación, pero
continué—. Me quedaré, pero tú deberías ir. No encontramos nada de
camino aquí, y no podemos permitirnos demorar más la cacería.

No dijo que no, pero dejó ir mi brazo. Sus labios se apretaron por
los bordes. La misma mirada que hacia Viola cuando estaba
contemplando decir que no.

—Puedo cuidar de mí misma. —Mi barbilla se elevó un poco.

Las estrellas le bendigan, Adrianna dijo:

—Lo sé, pero ¿qué vas a hacer? ¿Quedarte aquí y esperar?

—Sí.

Su labio subió ante eso.

—Ve… encuentra algo para cazar.

Ondeé la mano y sonreí, esperando que comprara la confianza


falsa.

Adrianna asintió, con los labios apretados.

—Está bien. Estaré de vuelta en dos horas, pero esa pelirroja


parecía recelosa de nosotras, y no sabemos por qué. Así que no andes
por ahí.

No probable.

—Está bien.

Su larga trenza se balanceó mientras se daba la vuelta. Unos


cuantos saltos y estaba en el cielo color plomizo. Mirándola elevarse sobre
los laberínticos árboles, mi estómago se apretó. El instinto me empujó
para alcanzar el vínculo. Había la chispa más fugaz de vida al otro lado.
Sin emociones; más como un eco susurrado de una ascua en el fuego. La
sujeté de todos modos. Me calmó, al menos por los primeros minutos.
Pronto, de todas formas, mi impaciencia aumentó, y mis pies necesitaban
moverse. Rodeé la casa, comprobando cada ventana panelada. Sin
suerte; Hazel tenía las cortinas bajas. Una vez que completé el círculo,
fui a golpear de nuevo.

—No está ahí —dijo una voz detrás de mí.


Me giré. Era la hembra que habíamos visto más temprano.

—¿Dónde está entonces?

La pelirroja hizo un gesto hacia el bosque.

—Se dirigió hacia allí esta mañana.

Mierda.

—Si lo sabías, ¿por qué no me lo dijiste?

—Porque no quería que la acosaras —dijo fríamente. Una mano en


la cadera caminó hacia la puerta—. El trabajo que hace para este pueblo
es demasiado importante. Mi hijo hubiera muerto de no ser por ella.

Con el vaso de mi temperamento a punto de colmarse, repliqué:

—Te lo dije, no estamos aquí para molestarla. Solo necesito su


ayuda.

La hembra miró a otro lado, su boca formaba una línea sombría.

¿Desconfiaba tanto?

—Marcy, ¿qué pasa?

La sedosa voz pertenecía a una hembra. Apareció girando la


esquina de uno de los lados de la casa de Hazel; debió de haber venido
del bosque detrás. Escaneé sus facciones ávidamente. Tenía un largo
cabello del color del ébano con generosos mechones blancos, y una línea
facial que tenía remanentes de una gran belleza. Las alas a la espalda
eran de color morado oscuro, casi negro. Llevaba una cesta de mimbre
llena de setas y trozos de hierbas. Las ropas que había elegido eran
simples y prácticas; pantalones beige, una camisa suelta blanca y llevaba
botas de cuero. Nada como Maggie, quien adoptaba las más elegantes
vestiduras con una bata pesada.

Junté las piezas del rompecabezas.

—¿Eres Hazel?

Estaba zumbando con excitación… y miedo.

La pequeña hembra me evaluó con la mirada.


—A lo mejor. ¿Quién eres tú?

Un tono arrogante. Aun así, detecté curiosidad real.

Miré a Marcy, esperando que cogiera la idea. Cruzó los brazos en


un desafío silencioso.

Marcy se estaba convirtiendo en un dolor en el culo real.

Aplacando mi irritación, miré de nuevo hacia la hembra mayor. Sus


labios delicados se apretaron en lo que pareció ser diversión. Decidida a
dejar caer la pretensión, pregunté:

—¿Podemos hablar en privado?

La hembra me miró de arriba abajo, y con la más pequeña de las


sonrisas, puso la cesta un poco más arriba, y dijo:

—Para responder a tu pregunta anterior, sí. Soy Hazel Greysand.

Mi corazón latió dolorosamente.

—¿Lo eres?

Caminó a través de su puerta e hizo gestos hacia la puerta verde


detrás de mí.

—Deberías entrar.

Marcy me dio otra mirada desaprobatoria. Ugh.

—No está cerrada con llave —me informó Hazel—. Te seguiré en un


momento.

Sin querer darle una excusa para que cambiara de opinión, me giré
y caminé directamente dentro de su casita de campo. No me molesté en
cerrar la puerta detrás de mí.

Estaba de pie en un cálido salón con una cocina en la esquina


superior derecha. Los muebles de madera pálida y las paredes de color
salvia le daban al espacio una sensación de bienvenida, casi hogareña.

Mordiéndome el labio, miré sobre el hombro y vi un destello de


Hazel y Marcy hablando en susurros acelerados antes de que un viento
errante empujara hasta cerrar la puerta. Fui hacia girar el pomo, no se
abrió.

El pánico me golpeó en el pecho.

Barrí la habitación, buscando otra salida.

La pared opuesta.

Estaba a mitad de camino cuando Hazel entró. Cerró de golpe la


puerta detrás de ella, diciendo:

—Siento eso.

Hice un gesto violento hacia la puerta, y mi voz tembló.

—¿Por qué me encerraste dentro?

Hazel dejó salir un graznido.

—No lo hice: lo hizo la casa. Puede ser muy grosera cuando quiere
serlo.

Espera… ¿Qué?

—La casa tiene sus propias razones para hacer las cosas, Puede
que todavía no confíe en ti.

—Sí, bueno, el sentimiento es mutuo.

Me encogí y di un brinco cuando una cascada de hollín cayó de la


chimenea.

—Bueno, si prefieres irte, siéntete libre —dijo, arrastrando las


palabras, e inclinó su cabeza hacia la puerta.

—No —respondí instantáneamente—. Quiero quedarme.

Se encogió de hombros, despreocupadamente.

—Como quieras.

Se movió a su derecha donde estaba encajada la cocina. Dejando


su cesta en la encimera, empezó a sacar varias setas y tallos.

¿Y ahora qué? ¿Cómo empezaba la conversación? ¿Si quiera daría


la bienvenida a mi interrogatorio? ¿Qué pasaba si ella—o la casa—se
ofendían y me encerraban de nuevo? Porque protectora o no, si era la
Sacerdotisa, era peligrosa. No era alguien a quien molestar.

—¿Por qué no te sientas? —dijo Hazel mientras continuaba


poniendo cosas por la cocina, poniendo varias hierbas en tarros.

Un sillón y un sofá de color arena estaban en frente de la chimenea,


ambos comidos por las polillas y hecho girones. Escogí el sofá. Dejé caer
mi bolsa al suelo, desabroché mi espada, y me fui a sentar. Los muelles
chirriaron y gruñeron, y ahora, con mis rodillas hasta las orejas, sonó
una tos sibilante. Juraría que vino de debajo de mí.

Me intenté levantar. Y fallé.

Los ojos de Hazel se encontraron con los míos por un breve


segundo.

—No te preocupes, solo es el sofá. Es muy viejo; se queda un poco


sin aliento cuando alguien se sienta en él.

Mi respiración se detuvo, y mi columna cosquilleó; no parecía estar


bromeando.

Provocó otro escaneo cuidadoso a la habitación; cinco estanterías


de libros estaban alineadas una al lado de otra detrás de mí, todas llenas
con más libros de los que podía contar. Cada trozo de pared libre había
sido tomado por pinturas e ilustraciones, la mayoría murales. Una
colección de memorias amasada presumiblemente durante cientos de
años de vida. También había otras tres puertas en cada pared, un
extrañamente ornamentado perchero, y la cocina tenía seis aparadores,
un congelador, una pequeña cocina de leña, y una gran selección de
teteras brillantes y coloridas.

No había ningún sitio para que se escondiera un bromista.

Miré hacia el sofá de nuevo y fruncí el ceño.

Hazel dejó la cocina y caminó hacia el sillón. No tenía la espalda


descubierta, lo que me sorprendió, dado sus alas. Se sentó y se hundió
tanto, que pareció que el asiento la estaba comiendo. Lanzó una perezosa
mirada en mi dirección y dijo:

—Relájate. No tienes nada que temer de Salazar, solo es un sprite


que, por alguna razón, decidió que mi sofá era el sitio perfecto para
descansar su alma agotada. También, si escuchas al perchero o a la
chimenea jugar, solo ignóralos también.

Eso no me hizo sentir mejor. Sabía lo suficiente acerca de las


diferentes especies de sprites, pero, ¿qué seres vivían en sofás, percheros
y chimeneas?

Hazel debió adivinar mi siguiente pensamiento, porque dijo:

—No te levantes. Le gusta la compañía. Le ofenderás.

La miré con la boca abierta mientras Hazel extendía la mano hacia


un plato de cristal sobre la mesa baja delante de nosotras.

—Sírvete tu misma de algunas almendras caramelizadas.

—Estoy bien, gracias.

Era difícil sacudirme la cautela. Afortunadamente, no insistió; en


vez de eso se movió para ponerse en el borde del sillón, atravesándome
con la mirada como miles de agujas de cristal.

—¿A lo mejor te importaría explicarme porqué tú y una hembra fae


hada me buscaban? Marcy parecía convencida de que eran más de las
arañas enviadas por Morgan para acosarme, pero…

Mis uñas se clavaron en el sofá.

—¿Los asesinos de Morgan han venido aquí?

Salazar dejó escapar un pequeño gruñido. Las cejas de Hazel se


elevaron.

—Ten cuidado, arruinarás su tapizado.

Mis uñas se retrajeron un poco.

—Lo siento.

Hazel movió una ceja.

—Por tu reacción, parece que Morgan, de hecho, no te ha mandado.

—Moriría antes que trabajar para ella.


Una expresión ilegible reptó por su cara. ¿A lo mejor alivio y rabia
combinada?

—Una declaración traidora, puede que quieras ser más cuidadosa.

Me tensé. Podrido infierno, ¿qué me poseyó para mandar a


Adrianna lejos?

Un suspiro de largo sufrimiento se escapó de ella como si supiera


que estaba cuestionando sus lealtades.

—Aun así, no es un crimen en esta casa. Las arañas nunca han


puesto un pie en mi casa. Nunca lo harán. —Un susurro que prometía
violencia.

Aun así, mejor acabar con esta conversación. Me preparé y


pregunté:

—¿Puedes asegurarte de que nadie está escuchando?

Hazel no pareció sorprendida por mi pregunta.

—Obviamente has tratado con brujos antes, así que déjame


asegurarte de que esta casa ha sido protegida hace mucho tiempo contra
el oído fae y contra hechizos sensoriales. Nunca atraería a ningún cliente
si no lo fuera, particularmente hembras de tu edad.

—¿Mi edad?

Me dio una cálida sonrisa.

—Sí, normalmente es control de natalidad o una poción de amor.


¿Ese es el por qué estás aquí?

Dioses. Control de natalidad. Esta hembra era seguramente


responsable de cambiar mi vida entera. ¿Esto era lo que pensaba?

Esa idea simplemente fue suficiente para estimular mi sangre,


dándome el coraje de tirar hacia fuera del collar bajo mi capa.

—¿Me recuerdas ahora?

Confusión. Después… un horrible reconocimiento se presionó


mientras miraba fijamente la gotita, paralizada. La mano de Hazel fue a
descansar a su garganta y parpadeó, con los ojos bien abiertos. Un
fantasma había tomado su lugar.

—¿Sati te ha enviado? —graznó.

La miré con los ojos entrecerrados.

—¿Quién es Sati?

Hazel puso mala cara. Como si estuviera loca.

—Tu madre.

Mi corazón estaba latiendo muy rápido; demasiado rápido.

—Su nombre era Sarah.

Hazel bufó y se levantó; el sillón dejó salir un audible suspiro.


Dioses, ¿todo estaba vivo en esta casa? Puso una mano en la chimenea y
miró el hogar por unos segundos, pareciendo distante.

Muerte. Silencio.

Finalmente, algo encajó bajo su expresión y se encontró como mi


mirada, la tristeza arqueaba su cara.

—¿Estás aquí sola porque tu madre se ha ido?

Asentí. Eso es todo lo que tomó para que una marea de aflicción
me barriera, inesperada y no querida. Mi visión se nubló y bajé la mirada
al suelo. Aspiré para estabilizarme, dentro, fuera, dentro, fuera.

—¿Serena?

Mi barbilla se levantó.

—¿Cómo sabes mi nombre?

—Tu madre me dijo que así te iba a llamar… Siento tu perdida.


Solo desearía haber estado allí —Hazel continuó.

—Está bien. Ella falleció cuando yo tenía seis años. Apenas la


recuerdo.
Mentirosa. Ahora estaba acabada. Un aluvión de lágrimas saladas
y grandes bajaron corriendo por mis mejillas; mi pecho se sacudió como
si intentara, en vano, mantener los sollozos dentro.

—¿Una canción alegraría a la señorita? —escuché por detrás.

Un tímido gemido salió de mis labios.

—Ahora mismo no, Hatty. No te preocupes por el perchero. Tiene


un terrible control de tiempos.

Los muelles de Salazar gruñeron cuando Hazel se sentó en el sofá.


Envolvió sus fuertes brazos a mí alrededor. Un abrazo de madre. Lloré
más fuerte, hipando.

—Lo… lo…. Siento.

Hazel cacareó.

—No seas tonta. Aquí… —Liberándome, escarbó entre los bolsillos


de sus pantalones de lino y me pasó un pañuelo.

Más allá del ocasional cloqueo compasivo de Salazar, limpié mi cara


en silencio. Una vez que los graznidos y los sollozos hubieron
desaparecido por mi parte, Hazel volvió a su asiento.

—Me gustaría escuchar tu historia… Serena —dijo mi nombre con


una sonrisa.

Sacudí la cabeza y me mordí el labio.

—Vine aquí a por respuestas.

Hazel estaba tranquila pero enérgica.

—Deberías tenerlas, pero debo escuchar cómo viniste aquí. Lo que


ya sabes.

Una dura y débil risa se me escapó.

—Ni siquiera sé cómo comenzar.

Hazel me dio una fina sonrisa.

—Desde el principio.
Mi historia—verrugas y todo—salió. No esperaba que fuera tan
duro. Enseñárselo a Frazer había sido fácil, de alguna manera. No
necesitaba explicaciones.

Un reloj decorativo encima de la chimenea marcaba el tiempo; mi


lastimosa historia tomó veinte minutos. Cuando Hunter y Kesha
aparecieron finalmente, Hazel interrumpió con fuerte resoplido.

—Caza Salvaje, de hecho. Una palabra sofisticada para esclavos.


Morgan siempre ha tenido gusto para la narrativa.

Me sentí incómoda contándole la siguiente parte. Acerca de cómo


Hunter me había ayudado y se había convertido en un amigo, o algo así.
No necesitaba preocuparme. Apenas reaccionó. Tampoco hizo mucho
más que parpadear acerca de mis revelaciones acerca de Tita y las
pruebas. El único signo de alarma vino cuando escuchó acerca de del
eerie y la magia que había ahora en mi sistema. Terminé con nuestro
viaje hacia Maggie UnOjo, y que habíamos usado esta prueba como
excusa para buscar a la Sacerdotisa: ella.

Ahora que había finalizado, la cara de Hazel estaba apretada y


arrugada.

—Deberías odiarme.

¿Qué podía decir?

—Supongo que depende.

Soltó un graznido.

—Una respuesta honesta. Antes de que continuemos, ¿deseas


esperar a tu amiga, esta Adrianna, para que esté contigo? Porque debo
advertirte que lo que tengo que decir puede ser difícil de escuchar.

Mi estómago se apretó con los nervios.

—Solo… dímelo.

Cerró los ojos. Como si estuviera dolorida.

—Supongo que tengo que empezar con por qué destrocé a un bebé
todavía en el vientre.
Apestaba a remordimiento. Sin duda: ¿en el vientre? Mi madre
debió haberlo sabido, y mintió acerca de todo, incluso de su nombre. A
mí. A su marido. El mundo se deslizó debajo de mí. Descentrado, dando
vueltas, apreté mi estómago y colapsé más profundamente en el sofá, en
Salazar.

Hazel continuó.

—Primero, fue la decisión de tu madre eliminar su magia, y a través


de ella, la tuya.

—¿Entonces mi madre tenía su propia magia? —solté.

Un rápido asentimiento envió un escalofrío subiendo por mi


columna. Había pensado que era una bruja, pero haberlo confirmado…
Era algo más.

La Sacerdotisa siguió.

—La única razón por la que me rastreó era porque yo estaba mejor
versada en ese tipo se hechizos. Solo accedí a realizarlo para proteger a
ambas de Morgan.

Mi estómago giró una y otra vez. Eso significa…

—¿Mi madre estaba aquí, en Aldar?

Hazel dejó salir un pequeño y triste suspiro.

—Sati nació aquí.

Mi atronador pulso sonaba en mis oídos mientras me atrevía a


preguntar:

—¿Y arrancar mi magia era la única manera de protegernos de


Morgan?

Hazel inclinó su cabeza, evaluando.

—Piénsalo de esta manera: toda magia deja una huella, algo que
puede ser rastreado por un talentoso cazador de brujas, o el hechizo
predictivo adecuado. Y Morgan no solo era un prodigio, era
completamente obstinada con sus búsquedas. Mis barreras y
protecciones más fuertes no hubieran durado para siempre, así que
necesitaba algo extremo. Algo que eliminé toda la magia rastreable y te
exilié a una tierra que, al menos en ese momento, estaba fuera del
alcance de Morgan.

Hazel hizo una pausa, concentrándose. Un latido de tiempo era


todo lo que pude manejar antes de urgirla.

—¿Cómo conociste a mi madre?

Los ojos marrones de la Sacerdotisa me atravesaron. Esa mirada


me dacia que esto iba a ser difícil de escuchar. Mierda, mierda, mierda.

—La conocí a través de tu padre, con quien había estado casada


por un tiempo. Afortunadamente habíamos ido por caminos separados
antes de que se encontraran el uno al otro, y fuimos capaces de continuar
como amigos. —Una triste inclinación de su boca.

Bueno. Eso era inesperado.

—Que…

Nop. Ni siquiera pude terminar la frase. Respira dentro, fuera,


dentro, fuera.

¿Maggie me había mandado hacia una loca? ¿Una impostora?

Mi padre no podía haber nacido en Aldar. La villa entera le conocía


desde que era un bebé. Un hombre de Tunnock, nacido y criado.
Necesitaba una aclaración.

—¿Fuiste a Guantelete? ¿Te arriesgaste a casarte con un humano?


¿Con un herrero?

Hazel era la viva imagen de la compasión.

—Mi marido no era herrero. Y nunca he puesto un ala en


Guantelete.

Así que, ¿ahora mi padre también tenía una vida secreta? Estaba
mareada, con nauseas.

—El nombre de tu padre era Dain Raynar. En el momento de tu


concepción era vidente y líder de Media Luna; conocido también como el
Rey Brujo.

Un puñetazo físico a mi corazón me empujó hacia abajo, y abajo.


Sacudí mi cabeza con vigor.

—No. Su nombre era Halvard.

La voz de Hazel fue gentil.

—Halvard no era tu padre, Serena. Sati ya estaba embarazada


cuando voló hacia Aldar. No puede ser tu progenitor.

Algún fragmento distante de mi alma resonó, sonando con esa


verdad. Un temor, caliente y violento, se elevó desde mi estómago, hasta
mi corazón y garganta mientras abría la boca.

—Mi madre, Sati, dejó a este Dain y después se casó con otro
hombre… ¿Qué era mi padre, qué era Halvard para ella? ¿Solo
conveniencia? ¿Alguien que podía ser engañado para criar la hija de otro
hombre?

Mis labios temblaron; los apreté juntos. Por los años, la memoria
de mi madre había sido una fuente de confort. Ahora, se había hecho
añicos, y la pérdida era más de lo que podía soportar.

Hazel no parecía del todo segura de sí misma cuando continuó.

—No puedo hablar por tu madre o de lo que sentía por Halvard.


Pero no pudo haberle engañado. Tu madre ya estaba embarazada de dos
meses cuando se encontró conmigo para realizar el hechizo. Se estaría
mostrando cuando llegó a tu aldea. Ningún hombre, salvo que fuera un
simplón, fallaría en darse cuenta de que la niña no era suya.

No estaba segura de si reír o llorar.

—Él lo sabía…

—Sí. Te crio y se casó con tu madre de todas maneras.

Un incremento de amor y orgullo me llenó.

—Nos mantuvo a salvo.

Tuve un asentimiento como respuesta.

—Y en relación con el abandonado Dain, él era el desesperado


porque tu madre arrancara su magia y volara.
Mi humor tomó otro fuerte cambio de dirección.

—¿Por qué no fue con ella?

—Fuiste concebida en un momento muy volátil. Morgan todavía era


solo una bruja en Media Luna, pero estaba ganado poder y control
rápidamente incitando a los fae con medias verdades y promesas de más
libertad; en particular, romper la barrera entre nuestros reinos y
restablecer nuestros, por así decirlo, derechos de convertir humanos en
esclavos. Dain se oponía a eso, así que se quedó, para seguir luchando.

No estaba segura de qué sentir, o qué pensar.

—Dain era un vidente, ¿No pudo predecir que ganaría?

—La visión no funciona así. Las visiones están gravemente


fragmentadas y son difíciles de leer. —Pareciendo triste. Hazel apoyó la
barbilla en la mano—. Aun diciendo eso, vio lo que pasaría si Morgan
descubría que tu madre estaba embarazada. Es lo que finalmente
convenció a Sati. Fue la única razón por la que dejó su lado.

Se rompió. Como si esperara a que la instara. Como si no fuera


claro si debería continuar.

—Dime lo que pasó. Dímelo todo.

Esas palabras sonaban distantes, incluso a mis oídos.

Hazel aspiró aire a través de los dientes apretados.

—Morgan torturaría a Sati contigo dentro para romper a tu padre


a su voluntad. Y una vez que te hubiera dado a luz, Morgan te hubiera
separado de tu madre y te hubiera criado como propia, todo para ver los
dones que te habían dado la línea de sangre de tus padres. Dain era
fuerte; algunos podrían decir invencible. —Su cara mostraba la más fina
señal de sonrisa—. Pero la vista de ello le destruiría. Se rendiría; le daría
cualquier cosa. Entonces, ella tendría lo que realmente quería.

Furia y odio ardiente se pegó a mis huesos, llenando cada poro.


Morgan era un monstruo. Como si necesitara más pruebas.

—¿Qué era?

Los ojos de Hazel miraron por encima. ¿Memorias amargas?


—Que Dain la nombrara su sucesora al trono del Alto Brujo.
Después, que le dijera cómo funcionaba la barrera entre reinos.

Algo hizo clic.

—Dain descubrió cómo romper la barrera antes que Morgan. Así es


como mi madre llegó al Guantelete hace tantos años, ¿verdad?

Hazel sonrió brevemente.

—No del todo. Dain fue el que erigió la barrera para prevenir que
los fae y los humanos se masacraran los unos a los otros. Ese escurridizo
bastardo diseñó la puerta con un vacío y le confió a Sati el secreto. Ella
nunca me dijo que era, solo que él quería que lo usara si perdía ante
Morgan. —Dejó salir un suspiro lleno de dolor, un verdadero dolor de
cabeza—. Lo que por supuesto hizo.

Guau. Mis manos se levantaron, con las palmas abiertas. Una


señal para que parara.

—¿De qué estás hablando? Las Altas Sacerdotisas del Guantelete


crearon la barrera.

—¿Eso es lo que te han estado diciendo todos estos años? —Hazel


hizo un chasquido y añadió—: Entonces, te han mentido. Dain les dijo a
esas sacerdotisas humanas y a la familia real de Undover lo que quería
hacer, pero nunca levantaron un dedo para ayudarle.

Mi mente iba a trompicones con esta nueva información.

—Incluso si eso era verdad, Dain tendría que haber vivido cientos
de años atrás.

—Cuatro para ser exactos —corrigió Hazel. Las esquinas de su boca


se tensaron mientras mantenía mis ojos abiertos ampliamente—.
Serena, tu progenitor era fae. Igual que tu madre. Eres una fae pura
sangre de dos líneas antiguas. La magia de luz de Aldar en tus venas
viene de ellos. De tus ancestros. Ese es el porqué tu cuerpo puede
soportarlo sin desintegrarse. Porqué el collar no solo sujeta tu magia, sino
una gota de tu sangre fae. Pero ahora flota en tus venas, gracias a esta
Tita.

Tanto silencio en mi mente. Nada. Algo de aire hueco salió de mí.


—Eso es imposible. Mírame. —Desnudé mis dientes y golpeé mi
hombro—. Sin colmillos. Sin alas.

Hazel tenía una explicación para eso también.

—Ambos, los cuerpos de tú y tu madre, fueron alterados durante


el hechizo para arrancaros a ambas. Solo otra manera de evitar la
detección y proteger sus verdaderas naturalezas en el Guantelete.

Mi boca estaba seca como el desierto ardiente.

—Esto no es…

No pude formar el pensamiento. Dejar solas las palabras.

Miedo ardió en mis tripas mientras otro pensamiento pasó.

—¿Qué le pasó a Dain? ¿Se rompió y le dijo a Morgan cómo pasar?


¿Lo debió haber hecho, no?

Hazel de repente parecía tan anciana como indudablemente era.


Con su expresión plana y muerta, siguió.

—No. Dain murió en la batalla poco después de que tu madre


dejara Media Luna. Estaba con ella cuando… recibimos las noticias. Su…
nuestro único consuelo fue que Morgan falló en capturarlo e interrogarlo.

Mi pecho se llenó de emoción.

—Pero Morgan aun así encontró una manera de mandar a fae a


través del Guantelete.

Con un pequeño asentimiento, Hazel asintió.

—Sí, pero no fue hasta años después de la muerte de tu padre.

Mi padre…

—¿Está realmente muerto?

La voz de Hazel se rompió.

—Se nos dijo que Dain encaró a Morgan en el campo de batalla y


ganó, pero mostró misericordia y dudó por un segundo demasiado largo…
Morgan se aprovechó de esa debilidad y le mató.
Los pensamientos se desperdigaron a los cuatro vientos, observé la
habitación. A lo mejor buscando una ruta de escape. A lo mejor buscando
una distracción. Esto era demasiado. No ayudaba que Salazar hubiera
empezado a arrullar, haciendo el remolino de confusión y rabia y dolor
sentirse algo absurdo.

Un ronco aclaramiento de la garganta tuvo mi mirada girando de


vuelta a Hazel.

—Hay algo más —empezó—. No hace mejor perder a tus padres,


pero es algo que puede hacerte feliz saber.

Lo dudaba, pero dije:

—Adelante.

—Tu madre era viuda cuando conoció a Dain. Había estado casada
previamente, con un macho llamado Lycon II, Rey de la Corte Solar.

Algo mitad gimoteo, mitad gruñido se escapó de mí.

—¿Mi madre era una reina?

—Por un tiempo. Y…

Un murmullo de una risa histérica se escapó de mí.

—¿Y?

Los ojos de Hazel brillaron.

—Tuvieron una hija. Sefra, la antigua reina de…

—Se quién es. —Soné borde y frágil, incluso para mis oídos.

Hazel pareció esperar a mi verdadera reacción. No tenía una.


Entumecida y exhausta, eso era todo lo que podía manejar. Una
hermana. Una medio hermana.

Un recuerdo, un eco distante de mi tiempo con Hunter, me hizo


decir.

—¿No huyó de su corte para evitar luchar contra Morgan?

Los labios de Hazel se apretaron.


—La mayoría de los fae creen eso, sí.

Una mentira. Esto solo era otra verdad que venía hacia mí,
susurrando a mi sangre.

—Aunque no es verdad, ¿cierto? —Mi voz se elevó al final, pero no


era una pregunta. No realmente.

Hazel me dio una pequeña sonrisa.

—No. Pero Sati nunca me dijo dónde fue Sefra. Solo que tu
hermana estaba buscando una manera de derrotar a Morgan, así estarías
a salvo. Así todos lo estaríamos.

Tenía el corazón en la boca. Una hermana que no había conocido—


una que a lo mejor nunca conocería—había hecho eso por mí. Una
lágrima se deslizó por mi mejilla, dejando un rastro helado a su paso. Mi
madre nunca siquiera me dijo que existía. Mi voz era débil cuando dije:

—¿No pudo haberme dicho algo? ¿Cualquier cosa?

No necesitaba aclarar a quién me refería.

La cara de Hazel se aflojó con simpatía.

—Solo tenías seis años cuando Sati murió. Te lo hubiera contado


cuando fuera más mayor y fuera la hora de volver.

Mi voz se volvió incluso más débil, temblorosa.

—¿Volver?

Hazel cruzó las piernas, juntando las manos. Como si esta fuera la
conversación que había estado construyendo todo este tiempo.

—Sati nunca tuvo la intención de que el exilio fuera permanente.


Nunca quiso tomar tu magia o tu derecho de nacimiento, ese es el porqué
deseaba preservarlo. Y ella siempre planeó volver a Aldar una vez que
hubieras alcanzado la madurez. Solo puedo imaginar el tormento de tu
madre, sin saber lo que le estaba pasando a Sefra o a su gente en ese
tiempo.

¿Y simplemente hubiera dejado a Halvard, mi padre, atrás?


Supongo que nunca lo sabría, así que hice una pregunta que podía
contestar.
—¿No era arriesgado? Quiero decir, ¿ se veía tan diferente como fae
que nadie la reconocería si volviera?

Hazel miró a la derecha y se puso en pie. Habló mientras caminaba


hacia la pared opuesta.

—No, pero la percepción es una cosa poderosa. Y muchos no son


conscientes que parecer o convertirse en humano es posible. A menos que
fueras un cambiador de pieles y pocos, si hay alguno, sobreviven.

Se detuvo y alcanzó una pintura, uno de los pocos retratos. Mi


corazón golpeó contra mi pecho y una sensación efervescente reclamó mi
estómago. Hazel sacó el lienzo y caminó con él apretado en su mano.

Me ofreció la pintura. La tomé con las manos temblorosas,


escaneándola con voracidad. No había tanta diferencia; la misma morena
dorada con ojos verdes y facciones angulosas. Obviamente las alas
amatistas eran nuevas, pero seguía siendo ella: seguía siendo mi madre,
la hembra que murió hace todos esos años. Mis dedos trazaron el
contorno de sus facciones sin pensar.

—Me recuerdas mucho a ella, ¿sabes? —dijo Hazel.

Alcé la mirada para encontrar sus ojos moviéndose entre el retrato


y yo, sonriendo.

—No me parezco nada a ella —dije. Mi madre había sido hermosa,


en primer lugar.

Puso una triste sonrisa.

—Oh no. Eres la viva imagen de Dain. Tenía el pelo del color de las
plumas de los cuervos y una frente severa, también. Todas las hembras
estaban locas por él. Pero cómo te llevas a ti misma… tus expresiones;
son puro Sati.

Solo estaba medio escuchando porque mi alma se había incendiado


con sus palabras. De mala gana puse la pintura a un lado y cogí un
mechón de pelo que colgaba de mi frente, examinándolo.

—Mi madre amaba este color. Solía llamarlo negro cuervo.

Mi mirada se deslizó hacia Hazel. Estaba parpadeando. Un montón.


—Estoy segura de que veía a Dain cada vez que te miraba. Solo
desearía que pudieras llevarte el retrato contigo.

También yo. Pero nunca cabría en mi bolsa. Un creciente dolor en


mi corazón se extendió por mi cuerpo como una mancha de tinta encima
de una pieza de pergamino. Un pesado dolor se posó sobre mis hombros,
y mi mano bajó a la gotita.

—¿Por qué no usó el poder en ella para salvarse a sí misma?

Hazel fue a sentarse de nuevo en su sillón.

—Me temo que tu madre le mintió a su amiga, Viola, porque el


collar no es una herencia. Una colonia de undines, espíritus acuáticos,
se lo regalaron a Sati en el Lago Ewa. Ahí fue donde el hechizo fue hecho
sobre ti y tu madre. Fue ahí que los undines nos dijeron que la gota solo
podría soportar un cierto poder, así que escogimos proteger la esencia de
tus dones y sangre fae. Mientras tu madre tenía que vivir con perder esa
parte de sí misma hasta la nulidad para siempre. No podría haber usado
la magia incluso si lo hubiera intentado. Ni siquiera nunca entendimos
si el collar tenía poder por sí mismo o si simplemente era el receptáculo
del tuyo —continuó, haciendo gestos hacia mí—. Por ejemplo, no sé quién
es este personaje de Tita.

Mi mente cayó al borde de volcarse en la locura. Descansé mi codo


contra el brazo del sofá, ahuecando la barbilla en la palma. Con la otra
mano giré la gotita entre mis dedos. El pánico me empujó a decir:

—Maggie dijo que no podía canalizar mi magia. —Su advertencia


sonaba en mi cabeza mientras añadía—: Pero que tú podías ayudar,
¿podías evitar que me destruya? —Me arriesgué a echar un vistazo.

Hazel fue lenta al reaccionar, pero asintió, gracias a los dioses.

—Aunque no será fácil —dijo, la línea de sus cejas se arrugó


profundamente.

Casi reí. Por supuesto que no. ¿Por qué lo sería?

Las alas de Hazel susurraron mientras se sentaba un poco recta.


Como si se preparara a sí misma.

—Siento decir esto, pero no sé por qué no puedes acceder a tu


magia.
Mi boca cayó abierta.

Hazel levantó una mano y dijo:

—Sin embargo, mis suposiciones son mejores que los de la mayoría


cuando se trata de magia. Y siento que esto tiene más que ver con el
collar que con el hecho de que seas humana. Debe de bloquearte
intencionadamente. A lo mejor, si no usas tus dones, entonces la cadena
en tu cuerpo humano es más floja. ¿Puedes preguntar a esta Tita si estoy
en lo correcto?

Parpadeé estúpidamente. Tita…

Presta atención a las palabras de la Sacerdotisa.

Tan vaga como siempre. Aun así, se las repetí a Hazel quien
simplemente asintió.

—Bien. Entonces, hay una manera de salvar tu vida.

—¿La hay? —dije, desconcertada.

—Tenemos que cambiarte de vuelta. Hacerte un fae de nuevo. Sati


y yo siempre tuvimos esa intención para ti. Esto solo hace que cambiarte
sea más urgente.

El tapón cayó de mi estómago.

—¿Puedes hacer eso?

—Afortunadamente, sí —terminó Hazel con una sonrisa apagada.

Un débil jadeo se escapó.

—No se siente realmente como algo bueno.

Convertirse en un fae—que crezcan alas—¿no sería


extraordinariamente doloroso?

Santa mierda. Alas.

Los labios de Hazel se fruncieron con desaprobación.

—Es mejor que morir —continuó sin rodeos—. Porque esa gota de
sangre fae en tus venas, no es suficiente para mantener más o menos
atada la magia de luz en un extremo para siempre. Tu cuerpo humano
se romperá bajo el peso de ello. Solo es cuestión de cuándo. Para ser
franca, estoy sorprendida de que no hayas empezado a sentir la presión.
La magia protectora del collar puede que sea agradecidamente, parte de
ello también.

La frustración me forzó a decir:

—Está bien, ¿Qué hacemos entonces? ¿Cómo me cambiamos de


vuelta?

—Debemos volver al lago, con el collar. —Los ojos de Hazel fueron


a la puerta—. Estamos a punto de tener compañía.

—¿Qué? ¿Quién?

Fui a saltar, pero el maldito sofá me lo impidió de nuevo.

—No te preocupes. Voy yo.

Hazel se puso en pie y cruzó la habitación. Llegó a la entrada justo


cuando empezó el golpeteo furioso. Cabeceé hacia delante para tener una
vista clara mientras abría la puerta.

—¿Adi?

Adrianna captó la vista de mí, y una expresión de pánico dio paso


al alivio.

Hazel dio un paso a un lado.

—Será mejor que entres —dijo, sonando como si estuviera enferma.

No era una cálida bienvenida; no podía entender por qué.

Adrianna se movió a través del umbral en un lento y cuidadoso


movimiento. Las dos hembras se miraron a los ojos por un momento
demasiado largo.

Predador a predador.

Adrianna rompió la tensión primero pasando la mirada por la


habitación hacia mí.

—¿Estás bien? —preguntó, arrodillándose, mirando sobre mí como


si buscara por heridas.
—Sí… de algún modo. —Suspiré e intenté cambiar de tema—. ¿Has
encontrado algo para cazar?

—No, ¿qué está mal? Tu esencia apesta a dolor y miedo. —Su voz
era urgente, inflexible.

No había escondite para esto; no era Liora, quien hubiera esperado


hasta que estuviera preparada. Adrianna tenía una política de cero
tonterías.

¿Cómo explicaba esto? ¿Si quiera debía contárselo?

Por supuesto, defendió Tita en mis pensamientos.

Adrianna levantó mi barbilla del lugar a dónde había ido a mirar—


a mis rodillas—y arrastró mis ojos a los suyos.

—Hazel te lo tendrá que decir. —No podía manejar la explicación.

Solté mi barbilla y colapsé de espaldas contra el sofá suspirante.

Los ojos de Adrianna se ampliaron y observó la habitación.

—¿Qué fue eso?

—Hay un sprite en el sofá. —Mi voz sonaba pequeña, derrotada.

Adrianna se puso en pie y se volvió hacia Hazel.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué le has dicho? Dímelo.

La Sacerdotisa nos miró desde la cocina, inclinándose contra la


encimera, llevando una mirada grave.

—Serena, si quieres que lo explique, entonces lo haré. Pero tendría


cuidado acerca de colocar tu confianza en esta.

La columna de Adrianna se tensó en respuesta; una maniobra de


defensa. Había orgullo en su voz mientras decía:

—Somos manada, puede confiar en mí con su vida.

El agujero vacío y frio en mi pecho se calentó solo un poco.

La respuesta de Hazel fue un poco demasiado calmada dado que


sus ojos estaban brillando con ira.
—¿Sabe quién eres? ¿Sabe tu nombre familiar?

Me senté recta y parpadeé.

—¿De qué estás hablando?

Los puños de Adrianna se apretaron, como bolas apretadas.

—No es relevante.

La barbilla de Hazel se elevó.

—No estoy de acuerdo.

—¿Qué está pasando? —pregunté.

Los ardientes ojos de Hazel se encontraron con los míos mientras


decía:

—Su nombre completo es Adrianna Andromeda Lakeshie. Su


madre es Diana Lakeshie, quien ha sido Reina de la Tierra de los Ríos
por cientos de años. Una reina con una corona deslustrada, sin honor o
respeto desde que volvió la espalda a Sefra —dijo, su voz era afilada y
dura. Casi irreconocible.

Mi mente estaba corriendo, saltando de pensamiento en


pensamiento. Había uno en particular que seguía volviendo de cuando
en cuando. ¿Por qué no me lo había dicho?

Los hombros de Adrianna cayeron un poco, pero sonaba lista y


calmada.

—Diana no es pariente mío.

—¡No trates de engañarme, faeling!

Adrianna gruñó ante eso y Salazar dejó salir un quejido.

Hazel continuó:

—Reconozco la sangre de Diana en cualquier parte. Eres la viva


imagen de ella.

Hazel miró a Adrianna con un brillo dominador. Algún tipo de


estúpido enfrentamiento fae estaba tomando lugar. Después de un tenso
silencio, la cabeza de Adrianna bajó. Una concesión.
Hazel se volvió la espalda en respuesta. Dioses, ¿esto era mi futuro?
¿Adoptar esta extraña cultura animalista?

La Sacerdotisa se ocupó en la cocina, limpiando y cortando las


setas que había recolectado más temprano, apretando el cuchillo con
tanta fuerza que tuve que suprimir un encogimiento de miedo. Me giré,
mirando a Adrianna; su pecho ondeaba con respiraciones superficiales,
y sus ojos estaban vidriosos. Todo lo que pude manejar fue:

—¿Es verdad?

—Sí.

Un susurro que sintió como un golpe físico.

Adrianna suspiró con frustración y se giró para encararme


completamente.

—Nunca dije nada porque no quería que los reclutas empezaran a


tratarme diferente. No mejor, no peor. ¿Puedes entenderlo?

La estudié, captando un atisbo—solo un atisbo—de la criatura bajo


la dura máscara. A la fae tan aterrorizada del rechazo que esconde la
mejor parte de ella. A la hembra que parecía como si estuviera esperando
en la línea para la horca. No había espacio para nada excepto la
honestidad.

—Desearía que nos lo hubieras contado.

Algo parecido a la culpa hizo a sus estoicas características


arrugarse.

—Lo hubiera hecho, eventualmente. Solo necesitaba tiempo.

Mi espalda se tensó; mi estómago se torció. Tenía que decidir.

—Hazel, quiero que se lo digas.

El enfadado sonido chop, chop, chop paró mientras bajaba el


cuchillo. Hazel se giró, observándome por un segundo.

—Está bien. —Sin juicio. Sin intentar regañarme. Solo fría


aceptación.
Adrianna se desplomó a mi lado, lanzando sospechosas miradas al
sofá debajo, mientras Hazel caminaba y reclamaba su sillón. Tensando
su columna y haciendo crujir sus alas. Hazel empezó a hablar.

Intenté ajustarme por una muy difícil razón; mi mente había puesto
las piezas juntas. Adrianna estaba a punto de conocer que su madre,
Diana, había rechazado ayudar a mi hermana, y había dejado a la Corte
Solar caer ante Morgan. Que nos haría eso, no tenía ni idea.

Hazel continuó por más tiempo del que me hubiera gustado. Me


costaba ver a Adrianna; solo la miré por encima una o dos veces. Ella se
colocó con una quietud mortal. Mi corazón cayó en picado, mi mente
giraba, y pensé que podría ponerme enferma sobre el pobre Salazar.

Hazel terminó, y hubo una pausa dolorosa. Entonces, Adrianna


estaba arrodillándose delante de mí.

Un sentimiento de desagrado me golpeó ante la vista.

—¿Qué estás haciendo?

Con una voz rota, dijo:

—Nunca perdoné a mi makena por la elección que hizo y el


deshonor que trajo a nuestro nombre. Pero descubrir que nuestra gran
vergüenza es responsable, al menos en parte, de lo que te pasó, es
demasiado. ¿Puedes perdonarme?

Inclinó la cabeza.

La emoción se elevó desde la parte de atrás de mi garganta,


ahogándome.

—Tú no hiciste que tu makena hiciera nada. No tienes nada por lo


que sentirse avergonzada. No cargues con ello, Adi. No es tu carga para
llevar.

Parecía más triste que nunca. Mierda. Esto era tan diferente a ella
que apenas podía soportarlo.

Un temblor causó que su voz bajara una octava.

—Sabes, admiraba a Sefra, la veneraba como heroína realmente.


Elegí entrenar como Iko en honor a ella.
Hazel sonó casi curiosa.

—A Diana no le debió gustar.

Una risotada vacía.

—No. Ella quería que comandara sus ejércitos, pero después de su


traición, nadie me respetaría. Muchos de los habitantes de la Tierra de
los Ríos piensan que nuestra línea de sangre está corrupta. —Hizo una
pausa como si esperara que Hazel estuviera de acuerdo, pero por suerte,
se mantuvo en silencio. Adrianna siguió, su mirada afectada se encontró
con la mía—: He estado desesperada por probar a mi gente que nuestra
línea no está perdida, que merecemos su respeto de nuevo.

—Y lo harás.

Sacudió la cabeza.

—Servir como un Iko se suponía que sería una penitencia. El


castigo de mi familia. Hasta ahora, fue una misión tonta; lo sabía. Lo
aceptaba. —Sus ojos brillaron un poco más—. Pero estar nosotros en la
misma manada no puede ser un error. Estoy destinada a ayudarte.

Alarma y gratitud se deslizaron sobre mí, llevando cualquier


contestación lejos. Adrianna se puso de nuevo en pie y encaró a Hazel.

—¿Realmente puedes convertirla de vuelta?

Asintió, un poco contrariada.

—¿Es peligroso? —demandó Adrianna.

Hazel expresó su indignación.

—Por supuesto que es complicado y peligroso, pero no tenemos


opción.

Adrianna no había acabado porque dijo:

—Obviamente. Pero necesita saber qué pasará después del cambio.

Eso tuvo a cada músculo tenso.

La expresión de Hazel se volvió oscura mientras tamborileaba con


los dedos el brazo del sillón. Contemplativa.
Mis manos se apretaron en mi regazo mientras el silencio
presionaba. Mi paciencia se acabó rápidamente.

—¿Qué pasa? —demandé.

Adrianna miró hacia mí, su expresión se suavizó.

—Tienes magia de luz. Así que a menos que vayas a esconderte por
el resto de tu vida, no serás capaz detener que se hable de ti. Y ya viste
lo que esa elección hizo a Liora.

Las facciones de Hazel se volvieron afiladas, inquisitivas. Yo solo


me sentía enferma.

Adrianna no había terminado todavía.

—La alternativa es que uses tus dones, lo que llevará a Morgan


hacía ti como una abeja a la miel. Estará desesperada por capturarte.
Todo para que intente doblegarte a su voluntad.

Deseaba que se callara. Mi cabeza estaba martillando, y sentía


como si Salazar estuviera intentando darle a mi culo un abrazo. Todo era
demasiado. Demasiado absurdo.

Adrianna siguió. Esta vez, hablándole a Hazel.

—El don de Sati era luz solar. ¿Cuál era el de Dain?

Parpadeé. ¿Luz solar?

Hazel estaba frunciéndole el ceño a Adrianna desde su sillón, pero


no era con irritación.

—Estaba bendecido con luz lunar y acuática.

Adrianna aspiró en un pequeño jadeo.

—¿Esa kurpä aun así lo derrotó?

Sonaba incrédula y horrorizada.

La voz de Hazel sonó con puro dolor.

—El poder de Morgan no solo descansa en su habilidad, sino


también en su astucia. Y tuvo ayuda. —Una mirada ardiente.
La sorpresa desapareció de la expresión de Adrianna. La máscara
de comandante dura se volvió a su sitio.

—Lo sé. Ese es el porqué nuestra manada protegerá a Serena. Es


el porqué iremos a Ewa con ella.

Me sentí conmovida, aterrorizada y estupefacta, todo a la vez.

Las leves arrugas alrededor de la boca de Hazel se tensaron.

—Me pregunto la sensatez de tu situación. Tus movimientos serán


observados. Estoy preguntando por tus instructores, por ejemplo, ¿saben
quién eres?

Adrianna me dio una mirada lateral antes de responder.

—Sí, pero aun así voy con ella —continuó con fervor—. Y buena
suerte parando a los otros miembros de nuestra manada nos acompañe.
Estamos juntos. Maggie nos dijo que estábamos destinados a mirar las
espaldas de los otros.

Levantó su barbilla una pulgada como si la retara a argumentar.


Todo lo que obtuvo fue una ceja levantada.

Muy bien. Entonces, una vez que completen las pruebas, deben
escapar y encontrarme en Ewa.

Mostré mi palma, cortándola.

—Espera. ¿Qué pasa si me quemo antes del final de estas pruebas?

La garganta de Hazel se movió ligeramente. No me dio mucha


confianza.

—Tenemos que arriesgarnos y esperar que el poder de collar


aguante. Después de la última prueba, los reclutas esperan un mes a un
destino. Eso será tu ventana. Es normalmente cuando los fae ven a sus
familias. Y los humanos… dicen adiós a las suyas. Más pronto, y tu
ausencia será obvia y notada. Serán considerados desertores, y tú no
quieres rastreadores tras tu pista. Además, si eres lista, podemos usar la
sexta prueba a tu favor.

Una pausa.

Adrianna pronto lo llenó con un ruido de jadeo irritado.


—¿Te importa explicar?

Hazel bajó la mirada y escogió una uña.

—¿Saben cuáles son el resto de las pruebas?

Adrianna se me adelantó.

—Por supuesto que no. Cada guardia de campamento guarda los


secretos celosamente. Los ejércitos cortan las alas y sacan uñas si un
instructor o recluta habla acerca de ellos.

Hazel inclinó la cabeza, bufando.

—Solo si eres lo suficientemente estúpido para que te cojan. Les


diré ahora mismo que la cuarta prueba de Kasi es la única decidida por
algún otro aparte de sus instructores.

Adrianna y yo intercambiamos una fugaz mirada.

Hazel sonrió con conocimiento.

—Veo que ya han descubierto eso. La quinta prueba tomará lugar


en la arena, donde cada uno de ustedes luchará con otro recluta.

Mierda.

Adrianna fue la que preguntó lo obvio.

—¿Cómo sabes esas cosas?

Una taimada sonrisa llegó a los ojos de Hazel.

—Puedo vivir en las afueras, pero tengo oídos y ojos en todas


partes. Esos instructores tuyos, los mocosos del ejercito; todos hablan. A
pesar de tu fe en su discreción —le dijo a Adrianna—. En este caso, sus
labios sueltos son una buena cosa porque sé cuál es la sexta prueba, y
cómo tu manada puede usarla en su beneficio. —Su mirada pesada se
encontró con la mía mientras continuaba—-. Si te devolvemos a tu
verdadera forma, necesitaremos los ingredientes del hechizo. Para ser
específicos: la pluma de un fénix, la garra dorada de un tigre blanco, el
fuego de un dragón, y la sabia de una espina sombra de noche. Esa
prueba es la oportunidad perfecta para conseguir los cuatro objetos,
mientras les dan dos semanas para elegir y conseguir un objeto o criatura
de poder. El único problema es que se supone que hagan la misión a
solas, y separarse puede ser peligroso. Inevitable… pero peligroso.

Las palabras me fallaron en este punto. Adrianna, por suerte, cogió


la iniciativa.

—Esos objetos no serán fáciles de encontrar. A solas…

Mi estómago se apretó. Si Adrianna se había quedado sin palabras,


¿qué oportunidad teníamos?

Hazel, sin embargo, continuaba estoica.

—¿Honestamente piensas que he estado ociosa todos estos años?


—Sus brillantes ojos perforaron los míos—. Sati siempre quiso que tu
cuerpo y tu magia volvieran. Me mandó estar preparada. Aunque no me
atrevía a buscar los objetos por mí misma, no con Morgan husmeando
alrededor, he localizado todos los ingredientes. Pero esto no funcionará a
menos que cada uno de los miembros de tu manada contribuya.

Adrianna se enderezó.

—Puedo hablar por nuestra manada. Cada uno iremos a por un


objeto.

No estaba segura de cómo Liora, Cai o Frazer se sentirían acerca


de ella hablando por ellos. Aun así, tenía que apreciar el gesto.

—Muy bien. —Hazel saltó hacia arriba y dijo—: Cojan el mapa que
Maggie les dio.

Adrianna volcó su bolsa y arrastró el trozo de pergamino. Hazel se


lo arrancó y cruzó la habitación. Entre dos estanterías había un
escritorio. Colocó el mapa encima y abrió su péquela cajo para sacar un
tintero y una pluma. Lo mojó en tinta y se inclinó sobre la marca del
mapa e hizo notas en la parte de atrás. Adrianna se sentó a mi lado
mientras esperábamos. El reloj mostró que unos buenos cinco minutos
pasaron antes de que nos llamara. Salazar nos sacudió fuera de sus
cojines, y caminamos hacia allí.

—Primero, en el tema de su tercera prueba, encontrarán un korgan


cercano. —Hazel señaló una sección del mapa cerca de Sapor, y añadió—
: Se trasladó en la última semana. He estado planeando coger a algunos
aldeanos y juntos intentar expulsarlo, pero nadie está dispuesto a ir
conmigo a enfrentar a un devos.

Un devos sprite. Sagrado fuego.

La boca de Hazel se giró hacia abajo.

—Al menos si su prueba demanda una muerte, será un sprite con


malicia real en su corazón.

Adrianna se movió. Como si estuviera incómoda.

—El resto de las secciones redondeadas son para cada uno de los
objetos que necesitamos. En la parte de atrás es donde he escrito la
información que necesitan para encontrarlos. —Hazel arrastró un dedo
por las cuatros secciones diferentes del mapa: Los Acantilados Wisinder,
el Bosque del Azar, las montañas Barsul, y el Bosque Attia.

Todas estaban en la Tierra de los Ríos, gracias a las estrellas.

Adrianna arqueó una ceja y miró a Hazel con algo parecido al


respeto.

—¿Realmente los has encontrado todos?

Tuvo una fina sonrisa de retorno.

—El trabajo de una vida —confirmo Hazel—. Y por lo que pasará


después de que obtengan los ingredientes; vuelvan a Kasi. Reúnanse,
pero no dejen los objetos fuera de vista. Y completen la última prueba.

—¿Qué es? —preguntó Adrianna, cruzando los brazos.

—Es otra batalla en la arena… —Hazel giró la cara hacia la puerta.


Los ojos de Adrianna la siguieron, e hizo una familiar inclinación de
cabeza.

—¿Qué es…?

Adrianna me calló frenéticamente.

Hazel interrumpió.

—No pueden oírnos. Pero ambas necesitan irse ahora. Vayan a


través de la puerta trasera. —Hizo un gesto hacia nuestra derecha.
Mirando a Adrianna, añadió intensamente—: Lleva a Serena, y continúen
hasta que encuentren el korgan hueco.

Asintiendo y enrollando el mapa, Adrianna preguntó:

—¿Qué pasa con nuestras esencias? ¿Nos rastrearán?

—Solo están aquí para acosarme —aseguró Hazel—. Asumirán que


eran clientes por lo que les diré.

Adrianna fue a por su bolsa en el sofá y apretó el mapa dentro.


Todavía no tenía ni idea. Miré a Hazel.

—¿Qué está pasando?

—Las arañas de Morgan están fuera.

Un estremecimiento explotó en mi columna.

—No te asustes. Solo estoy pidiendo que se marchen con


precauciones adicionales —dijo, intentando una sonrisa tranquilizadora.

No me sentía nada mejor.

Adrianna apareció a mi lado con ambas bolsas en una mano y mi


espada en la otra.

—¿Por qué está Morgan interesada en ti?

Hazel lo consideró fríamente.

—Porque me negué a unirme a su corte, así que envía a la plaga


para acosarme.

Las cejas de Adrianna se fruncieron pero no dijo nada.

Até mi Ütema a mi cadera. Nuestras bolsas en ambos hombros y


fuimos hacia la puerta trasera. Adrianna me cogió en un rápido
movimiento y dijo:

—Recuerda, una vez que estemos fuera de esta casa, no hables


hasta que estemos fuera de rango.

Asentí, mostrándole cómo de silenciosa podía ser.


Hazel fue rápidamente hacia delante y puso una mano en la
manilla.

—Sigan las instrucciones; coleccionen los objetos y manténganse


juntos. Y una vez que lleguen a Ewa, encuéntrenme.

Como si fuera tan fácil.

—Si no estoy ahí, enseñen a los undines el collar. Pidan su ayuda


—ordenó.

Mis tripas se agrandaron con un giro enfermo. Tantas palabras,


tantas respuestas a eso. No teníamos tiempo para ninguna de ellas, así
que incliné mi cabeza en agradecimiento.

—Te veremos allí.

Hazel le lanzó una sonrisa con los labios apretados y abrió la


puerta. Adrianna me dio un respetuoso asentimiento y después corrió un
par de pasos antes de abrir las alas. Saltó al aire, y se mantuvo cerca del
suelo, dirigiéndose hacia la línea de árboles.
El Monstruo en EL Bosque
Traducido por Krispipe

ADRIANNA ATRAVESÓ LA madera silvestre, aunque maniobrar más


allá de los árboles que tocaban las nubes sin las corrientes de viento de
apoyo no era una tarea fácil. Sus alas pulsaban más fuerte que nunca,
enviando una ondulación tan fuerte, que dejaba ramas y matorrales al
pasar. Rápidamente sucumbí al mareo.

Una respiración constante, dentro y fuera. Y una vez más.

Con mis tripas agitándose y molestándome, era difícil


concentrarme en otra cosa. Aun así, vislumbré por encima del hombro
de Adrianna entre las alas batientes; no había nada ni nadie detrás de
nosotros, solo el despertar de las hojas y la canción del viento azotando
en nuestra estela.

Eventualmente, nos desaceleramos y aterrizamos. Me deslicé fuera


de los brazos de Adrianna con una agradable sensación de alivio e
inmediatamente me incliné, aspirando el aroma embriagador de pino y
tierra rica; bosque por excelencia.

—¿Estás bien? —Adrianna sonó un poco sin aliento.

Con las palmas en mis rodillas, alcé la mirada.

—¿Podemos hablar ahora?

Limpiándose el fino brillo de sudor que cubría su rostro, dijo:


—Estamos fuera de rango.

Me enderecé.

—¿Nadie nos siguió?

Adrianna alzó la mirada y ladeó la cabeza, escuchando.

—No puedo escuchar nada. Pero las arañas son una versión
retorcida de los Sami; son expertas en permanecer sin ser detectados.
Sin embargo, no hay razón para que vinieran detrás de nosotras, aparte
de la curiosidad. Esperemos que nuestra suerte se mantenga.

Adrianna miró hacia el bosque envejecido y sacudió su barbilla


hacia un lugar por delante.

—El korgan descansa en ese camino.

—¿Cómo lo supiste? —dije, con temor.

—Puedo oler la sangre. Mucha de ésta.

Se sentía como si estuviera tragando jarabe.

Los ojos de Adrianna se lanzaron hacia mí. Una nueva expresión


descansaba en su rostro: duda.

—¿Quieres quedarte aquí? Podría llevarte a las copas de los


árboles.

Mi boca se torció en una mueca.

—¿Desde cuándo estás bien conmigo escondiéndome detrás de ti?

El silencio fue mi respuesta, así que continué.

—Eso no va a pasar.

Ella me consideró por un momento.

—Bien. Entonces debes saber que los korgans son sprites de piedra
y pueden matar en un solo golpe. Por lo tanto, si se acercan a ti, no dejes
que te golpeen. Esquiva o corre. Mientras tanto, intentaré abordarlo
desde el aire.

Mis cejas se juntaron.


—¿Cómo se supone que matemos algo así?

—Sus ojos y sus orejas son sus puntos más débiles —dijo, tocando
un lado de su cabeza—. No te molestes en usar tu Utemä. Simplemente
desafilarás el filo o romperás la hoja.

Entonces, la espada en mi cintura era ahora completamente inútil.


Yo era inútil.

—Toma esto. —Adrianna sacó dos flechas de su carcaj,


entregándomelas—. Si tienes la oportunidad, clávalas en sus ojos o en
sus orejas. En el peor de los casos, encuentra un lugar donde esconderte
y quedarte quieta. Los korgans no pueden ver muy bien.

Asentí, no confiando en mí para hablar.

Adrianna se lanzó hacia el hueco. Seguí sus largas zancadas,


recorriendo la tierra salpicada de musgo que amortiguaba y silenciaba
cada paso. Todo el tiempo, agarré la única arma que podría funcionar
contra un sprite de piedra; dos palos con trozos de metal pegados en el
extremo. Mis intestinos se aceleraron solo de pensar en ello.

Pronto hubo evidencia del korgan en el aire. Adrianna había


mencionado la sangre, pero lo que flotaba hacia mí en una brisa rancia
era mucho, mucho peor. Grasa, decaimiento, mierda, y algo parecido a
queso podrido inundó mis fosas nasales.

Me tapé la boca con una mano, pero no pude evitar que mi


estómago convulsionara. Una repentina ráfaga de bilis dejó una
sensación de ardor en la parte posterior de mi garganta. No podía
ponerme enferma. No aquí, no ahora. Así que tragué y arrastré mi manto
de lana sobre mi nariz.

Adrianna imitó mi acción, la única señal de que el hedor la


molestaba.

Continuamos avanzando, y mi audición parecía recoger todo.


Desde nuestros suaves pasos, a nuestro aliento ahogado, el viento
suspirando.

Mis manos se pusieron húmedas cuando el olor se hizo más fuerte.

Finalmente, nos topamos con un pequeño claro, y Adrianna levantó


la mano, indicándome que me detuviera. Asimilé la escena y me alejé,
incapaz de respirar. Apoyándome contra la rama de un árbol cercano,
mis ojos quemaron con imágenes espantosas de costillas extendidas. Eso
me llevó de vuelta a esa noche en la jaula. Solo que palideció en
comparación con el hueco korgan.

Había trozos de piel extendidos cuidadosamente, y órganos


amontonados en montículos. Pistas profundas de una bestia enorme y
pesada marcaba la tierra escarpada, y parches horripilantes de un rojo
vivo manchaban la hierba.

El hueco era un monumento a la muerte. Las entrañas de criaturas


estaban rociadas por todas partes. ¿Es esto lo que todos éramos? Carne
para los cuervos. ¿Pedazos de carne y hueso cosidos juntos? ¿Pintas de
sangre esperando ser derramadas?

Una mano en mi hombro.

Me di la vuelta, desorientada, lista para atacar.

Solo era Adrianna.

—El aroma de korgan tiene solo unas pocas horas de antigüedad,


por lo que nos mantendremos en las copas de los árboles hasta que
vuelva.

No esperó mi respuesta. De todos modos, no habría podido dar


una. Catapultándose hacia arriba, Adrianna se instaló en una gruesa
rama con una vista decente del claro debajo. No se había arriesgado: al
menos treinta pies yacían entre nosotras y la carnicería de abajo. Estaba
doblemente agradecida porque el olor había disminuido.

Adrianna me colocó abajo. Me senté a horcajadas sobre la rama,


mi bolsa apoyada contra el tronco, y miré de vuelta en la dirección por la
que habíamos llegado. Cualquier cosa para evitar ver las tripas y fluidos
derramados a continuación.

Cobarde.

Metí esa voz en una caja y la cerré con fuerza.

Por supuesto, Adrianna estaba de pie e incluso caminando por la


rama, usando sus alas como contrapeso y mostrando el equilibrio
perfecto.
¿Sería así como sería para mí como fae? ¿Ya no ligada a tanto
miedo, porque siempre podría simplemente volar lejos? La memoria de
Frazer me había mostrado lo glorioso que podía ser viajar por el cielo.
¿Pero hacerlo yo misma? No parecía real. Y luego estaban los caninos.
Raspé la lengua sobre mis dientes, imaginando otro conjunto en erupción
allí. No pude evitarlo; empujé contra los puntiagudos extremos de mis
dientes con la yema de mi pulgar, probando, sintiendo.

Adrianna resopló delicadamente; no era difícil adivinar qué le había


divertido tanto. Me encontré con su mirada justo cuando su cabeza se
ladeó y giró hacia un lado. Estaba mirando hacia el suelo.

Agarré mis flechas con más fuerza.

Comenzó con algunos chasquidos, luego un ruido sordo llenó el


hueco. Respiración, gruñidos y un crack. Intenté identificar los ruidos sin
mirar hacia abajo. Por favor, por favor, que sean ramitas bajo los pies, no
huesos. Por favor, no huesos.

Incapaz de soportarlo más, miré hacia el suelo del bosque.

Deseaba no haberlo hecho.

El devos sprite había aparecido. Estaba comiendo una pierna; por


el enorme tamaño, tenía que ser de un animal. No humano. Esa breve
punzada de alivio fue tragada por la vista de lo que estaba sosteniendo la
pierna. Una gigante roca deforme: el korgan.

Mis miembros se convirtieron en gelatina cuando esto llegó a una


roca con musgo en el claro y se posó en el extremo. Terminó la pierna y
se movió. El ruido era horrendo, rocas chocando contra rocas.

Entrecerré los ojos y traté de concentrarme en sus ojos. Pero su


gran cabeza nodular los oscurecía. Era obvio por qué Adrianna no había
intentado derribarlo con su arco.

El korgan pronto se calmó, y esperamos, observando.

Adrianna hizo un gesto hacia el suelo. Asentí y me moví hacia


adelante. Me dio una mirada dolorosa, desplegó sus alas, y saltó.
Dejándome atrás.

Sorpresa, alivio, ira, todo se apresuró en un solo latido. ¿Pensaba


que no era capaz de ayudar? ¿O era algún instinto nacido de la culpa
sobre la historia compartida de nuestros parientes? Adrianna era tan
malditamente hipócrita. Después de la forma en que había reprendido a
Frazer y Cai por ser sobreprotectores.

Adrianna se acercó al korgan, y la oleada de resentimiento se


desvaneció tan pronto como llegó. Aterrizó detrás de la masa rocosa del
sprite y silenciosamente agarró una flecha de su carcaj. Se lanzó
ligeramente hacia delante para mirar alrededor del lado de su cabeza.
Levantó la flecha, inclinando su brazo hacia arriba, preparándose para el
golpe.

Un rugido irrumpió en el hueco.

Salté hacia adelante instintivamente cuando el korgan giró con el


brazo extendido. Las alas de Adrianna estaban extendidas, aleteando…

No fue lo suficientemente rápida como para evitar que el nudoso


muñón del sprite agarrara su chaqueta. Adrianna levantó la flecha otra
vez, pero el korgan bramó y se giró. Se torció en un bucle y envió a
Adrianna volando contra un pino. Su costado llevó todo el impacto; su
cuerpo se arrugó en el suelo.

Gemí. El korgan volvió a rugir y golpeó un puño de piedra contra


su pecho. Se dirigió hacia su cuerpo caído a tan solo una docena de
pasos. Ella no se había movido. La golpearía hasta la muerte y masticaría
sus huesos.

No pensé.

—¡OYE! ¡TÚ FEA PILA DE MIERDA! ¡SI LA TOCAS JURO POR LAS
CORTES OSCURAS, LAS CORTES DE LUZ Y CADA DIOS QUE ALGUNA
VEZ VIVIÓ QUE TE CONVERTIRÉ EN MIL PIEZAS!

El sprite se detuvo y lentamente levantó la cabeza. No pude


encontrar sus ojos, pero no dudaba de que me estuviera mirando
fijamente.

—¡Estoy aquí! ¡Ven y píllame!

Mi voz se quebró de miedo cuando el korgan hizo un ruido como


rocas cayendo.

Dioses. Se estaba riendo. Eso no podía ser bueno.


Casi me orino mientras él avanzaba pesadamente hacia mi árbol.
¿Podría subir? Seguramente no. Alcanzó la base, retiró su grotesco puño
y ¡boom!

Un segundo antes de que su golpe conectara con la corteza, mis


brazos se envolvieron alrededor de la rama debajo de mí. Evité por poco
empalarme con las flechas en mi mano.

El árbol entero tembló cuando dio otro golpe.

De repente, los palos en mi mano parecían inútiles.

Baja, me gritó Tita.

—¿Qué?

Mi mente quedó en blanco, desorientada y aturdida por los golpes


que recibía dentro de mi cráneo.

¡Baja allí y apuñálalo en el oído!

Gemí cuando el siguiente temblor golpeó el tronco.

Pronto se partiría en dos; iba a morir en un árbol, escondiéndome


como una cobarde.

¡No si bajas! Gritó Tita.

Mi atención fue a la rama debajo de mí. Demasiado lejos. No sería


un simple descenso. Tendría que caer.

Mejor caerse unos pocos pies que treinta, dijo Tita


apresuradamente.

Aguanté el siguiente golpe.

¡Boom! Un segundo perdido, esperando que las peores vibraciones


se desvanecieran. Levanté mi pierna. Mi cuerpo colgaba por un precario
latido de corazón. Bajé la mirada, apunté, y me dejé caer. Aterricé
pesadamente y arrojé mi peso hacia adelante; ambas flechas se partieron
como ramitas. Intenté no morir por dentro al ver los palos acortados, y
mantuve el contacto con las puntas de las flechas mientras dejaba caer
los palos.
El puño del korgan volvió a golpear el tronco. Pude oír las astillas
de la madera. No le faltaba mucho ahora.

La siguiente rama estaba demasiado a la derecha. Mi cuerpo se


congeló, mirando la rama debajo de mí. Bajé la mirada para ver que el
sprite había empezado a empujar, primero con los hombros, en la corteza.
Cerré los ojos y me aferré a cada pizca de fuerza, esperando la inevitable
caída.

El siguiente golpe fue certero, y cuando llegaron las astillas y las


roturas, sonaron en mis oídos. Como si una vida sensible se estuviera
perdiendo; una criatura gritando de dolor.

El árbol se rompió por la parte inferior y se inclinó hacia atrás. Mi


estómago cayó, y mi aliento se mantuvo firme mientras el pino chocaba
con la tierra detrás de mí: astillándose, agrietándose.

Había escapado de ser aplastada o empalada. Sin embargo, mis


extremidades permanecieron congeladas en la rama. En conmoción. Eso
es lo que era.

¡Muévete!

Fuego cinético inundó mi cuerpo. Me deslicé fuera del enorme


tronco y me alejé. Manteniéndome abajo, escondida entre las ramas,
aferrada a las cabezas de las flechas, me arrastré más allá del korgan
hasta que estaba de espaldas a mí. Miré las diminutas piezas de metal.

Tenía dos opciones: atacar al sprite o correr hacia Adrianna. La


segunda opción me gustaba más. Ella tenía más flechas, y podía ser
capaz de despertarla… si no estaba muerta.

No. Estaría bien. Tenía que estarlo. Aparté las partes de mí que
querían arrodillarse, llorando en la suciedad.

¿Qué debería hacer? ¿Tita?

Escucha tus instintos.

¿Qué instintos?

Silencio.

Maldición. Piensa.
No podía ver su cuerpo desde esta posición. Eso solo casi me hizo
correr. Pero algún impulso salvaje me instó a abandonar el camino más
fácil y buscar en su lugar el imposible.

Me giré de rodillas y avancé un poco. Piedras irregulares y ramas


desgarraron y rasparon la piel de mis manos y piernas. Reprimiendo una
maldición, me detuve y miré por encima del tronco.

Allí, el korgan; agachándose, arrancando el árbol, olfateando. Un


escalofrío electrificó mi columna vertebral. Estaba buscando, y cuando
me encontrara, solo sería otro montón de órganos para él.

No tenía que atacar. Podía quedarme quieta y esperar. Esa cosa


tenía una vista terrible. Podía perder interés. Pero, ¿qué le haría a
Adrianna una vez que se aburriera? Miré por encima de mi hombro. No
vi nada más que animales destrozados y ramas astilladas. Nada más que
cosas muertas. Ni rastro de mi amiga.

Respiré hondo y me di la vuelta. Ahora y nunca. Adrenalina astilló


mi corazón e inundó mis venas. Me lancé sobre el tronco y corrí durante
cinco latidos.

Adrianna cayó desde el cielo, directamente sobre los hombros del


sprite, rugiendo un desafío. Apenas tuvo tiempo de agacharse y
retroceder antes de que ella se retorciera, contorsionando su cuerpo,
evitando eses enormes puños de piedra.

Laborioso zumbido de alas, respiración entrecortada y rugidos


agitaron el aire.

Yo seguía corriendo, levantando las puntas de las flechas,


apuntando.

Adrianna hizo un tirabuzón en el aire y aterrizó frente al korgan.


En una parada perfecta, hundió dos flechas en sus diminutos ojos color
musgo. Con un bramido tembloroso cayó de rodillas. Me deslicé hasta
que el suelo del bosque se estremeció.

Adrianna retrocedió rápidamente. El korgan se llevó una mano a


las cuencas de sus ojos perforados, pero no llegó a la mitad del camino
antes de caer de lado en la tierra.
Dejé que el último estremecimiento cantara a través de la tierra,
luego me moví para flanquear a mi amiga.

Su cara estaba sudada y jadeaba de dolor; su mano acunaba su


lado izquierdo. Bien. Esperaría a gritarle por dejarme en ese árbol.

Miré a la criatura que casi nos había matado a las dos. Asimilando
su pesada piel, dije:

—¿Alguna idea de cómo llevamos eso al campamento?

Adrianna se hundió sobre sus rodillas. Me arrodillé junto a ella.

Se quitó la mochila con una mueca.

—Tendrás que vendarme las costillas. Hay alguna gasa ahí.

Abriendo su bolso y revolviendo, pregunté:

—¿Qué pasó con tu carcaj y tu arco?

—En pedazos —contestó—. Colt me va a morder.

No era broma.

—Si lo hace, echaré a nuestra manada sobre él. Cai estaría allí en
un instante. Cualquier cosa para defender tu honor.

Arqueó una ceja y me miró con fría diversión. Lo había inyectado


con humor, pero obviamente escuchó el tono interrogatorio.

Sorprendentemente, Adrianna no dijo nada y se quitó la capa, la


chaqueta y la parte superior para revelar…

—Podrido infierno —jadeé.

Un morado rojizo cubría todo su lado izquierdo.

—Sé rápida. —Sonaba sin aliento.

Nos quedamos en silencio. Hice mi mejor esfuerzo para envolver la


gasa alrededor de sus costillas y bajo su hombro. Até el vendaje y
Adrianna se quedó quieta, mirando fijamente el duendecillo durante un
largo minuto. Luego se adelantó, agarró las flechas y le sacó los ojos.
Reprimí un gemido de disgusto y me alegré de no haber tenido la
oportunidad de mirar hacia otro lado. No quería otra razón para que
pensara que necesitaba protegerme.

Adrianna guardó los ojos dentro de su bolsa y se puso de pie.


Histeria apareció mientras la adrenalina se estrellaba dentro de mí. Todo
había adquirido una sensación surrealista, así que cuando Adrianna
sugirió que nos moviéramos para alejarnos del hedor, la seguí a ciegas.

A pesar de su sangre fae, me pregunté cómo Adrianna estaba de


pie o caminando, dada su lesión. Mientras nos movimos, interrumpí una
o dos veces para sugerir que paráramos. Ella se negó hasta que
hubiéramos ido lo suficientemente lejos que el olor del korgan ya no
infectara el aire. Tomamos un descanso y comimos y bebimos nuestras
raciones. No pudo haber pasado más de una o dos horas antes de que su
respiración se calmara y ya no sonara como un estertor de muerte.

Adrianna pronto se impacientó. Quería intentar volar. Cuando me


opuse, ella dijo:

—Es la luz de la tarde ya. Quiero poner algunos kilómetros entre


nosotras y las arañas, y la visión de la muerte.

El cielo gris y tormentoso no me atraía y tampoco lastimar a


Adrianna, pero ella insistió.

Mi corazón palpitó cuando hizo una mueca al levantarme, pero nos


pusimos en el aire. No sabía si nos mantuvimos en alto por su
entrenamiento o simplemente por su obstinación, pero de cualquier
manera, ella no vaciló. Arrancando a través de las copas de los árboles,
mis ojos viajaron hacia abajo, viendo cómo se derretía el dosel.

Habíamos sobrevivido, pero no se sentía como una liberación. Parte


de mí se quedó en el hueco; el miedo aún recubría mi lengua.

Alejando mi mirada, miré hacia la región montañosa por la que


pasaríamos de nuevo. Un solo pensamiento de trajo de vuelta con una
sacudida enfermiza; mi vida había cambiado irrevocablemente, todo mi
mundo giró sobre su eje en una sola tarde. Pronto, estaría frente a mis
amigos, mi manada. Reviviendo todo, pidiendo su ayuda, planeando un
viaje a Ewa.
La escala de la tarea por delante se asentó en mis hombros, un
gran peso empujando y arrastrándome abajo. No pudiendo formar otro
pensamiento coherente, puse mi mente en blanco y observé cómo crecían
los picos blancos cada vez más cerca.
El Ladrón
Traducido por Vale

UN VIAJE EN gran medida silencioso y sin incidentes de vuelta a Kasi


tomó dos días y medio. Llegamos por la tarde e informamos a Bert, quien
echó un vistazo a los globos oculares del korgan y los arrojó al fuego. Nos
hizo un gesto con la mano y el deseo ardiente de verlos—de estar con mi
pariente—me consumió. Salí corriendo hacia nuestros barracones. El
vínculo me estaba jalando, tirando de mí todo el tiempo. Adrianna me
siguió y gritó algo sobre aromas frescos.

Más rápido. Más rápido.

Arranqué la puerta y corrí con Adrianna justo detrás de mí. Cai y


Liora estaban sentados en una cama, uno frente al otro. Claramente,
habían estado hablando; ahora nos sonrieron.

No devolví la sonrisa. Porque mis ojos buscaban a Frazer.

Se levantó de su cama. Despacio. Con arrugas de almohada en su


pelo, se quedó perfectamente quieto. Una misteriosa estatua fae.

Su rostro me paralizó y al mismo tiempo me despertó. El estupor


amortiguado—el vacío en el que mi mente se había colapsado—
desapareció de repente. Aun mirándonos fijamente, algo se agrietó dentro
de mí. Una fisura en una barrera mental que no había sabido que existía
hasta ese momento. Permitió que el mundo regresara, y con ello vino mi
hermano.

Serena... alivio palpable se estremeció a través de mí.


No respondí porque la inercia continuó sosteniéndome.

Un ceño fruncido, preocupación parpadeando. Está bien. Lo que


sea que haya sucedido.

Dio un paso cuidadoso en mi dirección. Adrianna se movió a mi


hombro. Frazer vio, y algo ilegible cruzó su rostro. Se movió
nerviosamente, y con voz gutural solo dijo:

—Siska.

Eso me hizo volar en sus brazos. Un bálsamo reparador. No me


abrazó, pero no se movió ni me alejó. Progreso entonces.

—¿Qué estás haciendo? —La voz de Adrianna me hizo alejarme de


Frazer. Traté de sentirme lastimada por el alivio obvio en su expresión.

Me volví para ver los brazos de Cai extendidos hacia Adrianna, pero
su ceño fruncido los hizo aflojarse a los costados. Soltó un bufido
demasiado fuerte y se pasó una mano por el pelo.

—Pensé que también querrías un abrazo de bienvenida.

—No doy abrazos —respondió rotundamente.

Cai se aclaró la garganta.

—Oh. —Su mirada atrapó la mía, y una sonrisa estalló—. ¿También


me vas a rechazar?

Extendió sus brazos otra vez. Mi corazón se estremeció al verlo y


nos encontramos a mitad de camino en un abrazo. El aroma único de
rosas y hierbas de Liora me hizo cosquillas en la nariz cuando se unió a
nosotros.

Retrocedí y les pregunté a los dos:

—Entonces, ¿cómo fue la prueba para ustedes?

—Oh, pasamos —respondió Liora suavemente.

—No hay necesidad de ser humilde, hermana —dijo Cai,


palmeándole la espalda.

Liora le disparó a su hermano una sonrisa pícara.


—Eso no es algo de lo que nadie pueda excusarte.

—¿Qué pasó? —pregunté.

—Capturamos un kelpie. Liora cantó y actuó como sabroso cebo


mientras Frazer y yo lo atrapamos —intervino Cai.

—¿En serio? —Frazer dijo con fingida sorpresa—. No recuerdo que


hayas hecho mucho más que tirar una red sobre él.

Cai chasqueó su lengua.

—También fue un papel vital.

Liora reflejó mi propia sonrisa hacia mí.

—Fue casi aburrido —dijo Frazer arrastrando las palabras—.


Entonces... ¿Vas a dejarnos en suspenso? ¿Qué pasó con Hazel? ¿La
encontraste?

Mi breve euforia se estrelló y quemó. Suspiré por mi nariz. No había


escondite de esto. El aire se volvió más pesado con palabras no
pronunciadas, y nuestro vínculo se tensó. Silencio, esperando y
expectante, estaba en el otro extremo.

—Hueles extraño. —Me motivó para hablar.

—Cinco días sin un baño harán eso. —Un vano intento de hacer
una broma.

Frazer se cruzó de brazos y se instaló en una quietud inmortal que


llevaba una advertencia. No se movería hasta que yo dijera lo que era
necesario. Lancé una mirada de reojo a Adrianna. Ni siquiera tuve tiempo
de abrir la boca antes de que me mostrase sus palmas.

—Esta es tu historia para contar, Minun Katun.

Lo que sea que dijo hizo que la cara de Frazer se aflojara. Como
aturdido.

Asentí sombríamente.

—Lo sé.

—A tu propio tiempo —sonó la voz suave de Liora.


Le di una sonrisa débil y miré a Cai.

—Nadie puede escuchar esto.

—El hechizo ya está listo —dijo Cai, moviéndose a su cama—. Creo


que me sentaré. Esto se siente como una de esas conversaciones.

—Lo es.

Me senté en la cama frente a la suya. Liora se unió a mi lado en


una muestra de solidaridad. Adrianna y Frazer se quedaron de pie, pero
se acercaron más. Mis ojos bajaron a mis manos juntas. Comencé en
apenas más que un susurro:

—Hazel era la Sacerdotisa.

Desde allí recité todo lo que Hazel nos había dicho lo mejor que la
memoria me permitía. Liora jadeó un par de veces, y Cai maldijo mucho.
Frazer, sin embargo, permaneció en silencio. Su reacción era la que más
me preocupaba. Una expresión vidriosa y vacía y las mejillas sin sangre
rara vez equivalían a algo bueno.

Terminé diciéndoles sobre el korgan. Solo había una cosa sobre la


que había guardado silencio: la identidad de Adrianna. Pero nuestra
manada tenía derecho a saber. Así que una vez que mi explicación había
terminado, mis ojos se alzaron a los de ella.

—¿Quieres decirles... tu parte? —pregunté.

Sus ojos azules se volvieron glaciales.

—Realmente no.

—No te miré de manera diferente —aseguré en voz baja.

—Eso es porque no has crecido aquí —murmuró.

Liora hizo un sonido de “Oh” a mi lado y luego:

—¿Es ahora cuando nos dices lo que has estado ocultando?

Adrianna le dio una mirada de púas.

—¿Qué es lo que crees que sabes?


—Te quedas en silencio o desvías cuando alguno de nosotros
menciona nuestro pasado o nuestras familias. Entonces, ¿cuál es el gran
secreto? ¿También eres hija de Sati? —bromeó Liora.

Adrianna resopló.

—Ojalá. No, mis parientes no son tan dignos. —Una pausa tensa
fue seguida por—: Diana Lakeshie es mi madre.

Liora parpadeó.

—¿Hablas en serio? —estalló Cai.

—No es probable que bromee sobre eso, ¿verdad? —Adrianna usó


su lengua afilada.

Cai fue a otro lado, su expresión congelándose. Sin embargo,


Adrianna parecía más interesada en la reacción de Frazer. Seguí su línea
de visión y vi por qué. Mi hermano estaba enseñando sus dientes con
disgusto.

—Entonces tu makena es una cobarde y una traidora.

Siguió un silencio desagradable, me tragué los nervios que


chispeaban en mi vientre.

Adrianna me miró y ladeó la cabeza hacia mi hermano.

—Ahora ves por qué lo he mantenido en secreto.

El gruñido vicioso de Frazer sacudió mis huesos.

Adrianna lo enfrentó y levantó la barbilla desafiante.

—No te culpo por odiarla, pero dada tu historia...

Sentí que la cuerda en su temperamento se rompía, pero no era lo


suficientemente rápida para detenerlo. Frazer se abalanzó. Adrianna se
movió medio segundo después. Volaron el uno al otro, chasqueando y
mordiendo.

Varias cosas pasaron a la vez.


Cai lanzó su mano entintada, y un viento golpeó a los dos fae, pero
no logró separarlos. Liora comenzó a arrastrarme fuera de la habitación
mientras luchaba contra ella, gritando:

—¡Tenemos que detenerlos!

No dejó de tirar de mí hacia la salida.

—No, no tenemos que hacerlo. Son fae.

Apenas una explicación, pero Liora rara vez era tan obstinada. Mi
resistencia se debilitó, y dejé que me sacara de los cuarteles. No me soltó
hasta que salimos. Me volví hacia ella, frunciendo el ceño.

—¿Por qué hiciste eso? Podríamos haber ayudado.

Liora hizo una breve exploración en el resplandor de la tarde y se


acercó más, susurrando:

—Confía en mí, no puedes detener a dos fae luchando cuando su


sangre está embravecida de esa manera. Necesitan sacar lo que sea que
eso sea…. —Hizo un gesto detrás de ella—, fuera de sus sistemas.

Nos quedamos en silencio por un momento, haciendo contacto


visual. Rompí la tensión primero soltando una respiración contenida y
bajando la mirada.

—Vamos a dar un paseo —sugirió Liora con un suspiro—. Parece


que podrías usar el espacio.

Asentí distante y comenté:

—Ni siquiera sé por qué se enojó tanto.

Liora nos indicó que giráramos hacia la arena, y nos pusimos en


marcha a un ritmo suave. Ella estaba tranquila mientras continuaba.

—He vivido entre los fae toda mi vida. Todavía me cuesta entender
su comportamiento. Todo lo que puedo decir es que muchos fae
desprecian a Diana. Tal vez más que a Morgan.

Reduje la velocidad al ritmo de un caracol, y un murmullo confuso


salió de mí.

—¿Por qué?
—La verdadera amistad es casi sagrada entre los fae. Y Diana y
Sefra eran cercanas. La negativa de Diana a ayudar fue una traición a
esa conexión. Me imagino que Frazer probablemente siente eso aún más
agudamente. Eres su pariente —agregó simplemente—. Eso también
hace de Sati y Sefra su familia.

La miré de reojo. Ella no juzgaría.

—Si hubiera sabido lo complicado que nuestro vínculo haría las


cosas...

Liora me lanzó una sonrisa tan dulce como la miel en verano.

—Aún lo habrías hecho.

—Mmm. —Fue mi sonido sin convencer.

Liora continuó.

—Porque, sabes que siempre cuidará tu espalda. Al igual que Cai,


y como yo. Es por eso que ni siquiera tienes que preguntar... —Miró a su
alrededor, comprobando si había fae entrometidos. Siguió un susurro—.
Vamos a conseguir los ingredientes. Iremos a Ewa, juntos.

Mi corazón se expandió tan rápido y completamente que solo pude


murmurar:

—¿Estás segura?

—Sí.

La confianza absoluta resonó, calentándome.

Liora se detuvo a mirar el horizonte.

—¿Qué pasa? —pregunté, llegando a un punto muerto.

Con ojos centelleantes, señaló con la barbilla.

Mi cabeza chasqueó a uno de los edificios más grandes en el


campamento. Se encontraba por encima de la fila de cuarteles, junto a la
arena. Todos los reclutas sabían que albergaba las habitaciones del
personal. Le lancé una mirada inquisitiva; levantó cuatro dedos.

Cuatro... Cuarta misión.


—Deberíamos hacerlo ahora —murmuró Liora—. Mientras el
campamento no tiene tanta gente alrededor.

—Pero no hemos planeado nada.

Se encogió de hombros, haciendo que sus rizos rebotaran.

—Haremos lo que hizo Adi. Pensar en una excusa para visitarlos


en sus habitaciones y tomar algo cuando no estén mirando.

Miré hacia el edificio del personal otra vez y consideré cómo jugarlo.

—Supongo que si a Goldwyn no le molesta que acudamos a ella con


preguntas, eso es lo que haré.

Liora comenzó con cuidado:

—En realidad, estaba pensando que podría ser una idea para ti
intentar con Wilder.

—¿Por qué? —Frío infundió mi voz con un chasquido. Al instante


me arrepentí.

La cabeza de Liora se inclinó ligeramente por el tono; sin embargo,


su voz fue tranquila cuando respondió.

—Debido a que es posible que ni siquiera estén adentro. Y si no


han cerrado con llave sus puertas internas, entonces tú eres la única
recluta que puede ser encontrada en sus habitaciones y no ser mordida
hasta la muerte.

Mi cuerpo se puso rígido.

—No estaría tan segura.

Liora no dijo nada, pero las palabras aparecieron en su rostro.


Sabes que es verdad.

Mi mente estaba llena de pensamientos que todos tenían una cosa


en común: Wilder, Wilder, Wilder.

En silencio, nos dirigimos hacia el edificio del personal una al lado


de la otra. Al llegar a la puerta, Liora me miró. ¿Lista? Parecía decir.
Asentí a regañadientes, y abrió la puerta oh-tan-silenciosamente.
Apenas escuché el clic cuando la cerró detrás de nosotras.

Un pasillo con seis puertas, tres a cada lado, nos recibió. Liora fue
directamente a la primera habitación a la izquierda, que, gracias a
Adrianna, sabíamos que pertenecía a Goldwyn. Miró por encima del
hombro, sus ojos viajaron desde mí a la puerta de Wilder y de regreso a
mí, como si dijera, Sabes que quieres hacerlo.

Liora me lanzó una sonrisa arrolladora y se giró para llamar a la


puerta de Goldwyn. Seis latidos de corazón ansiosos pasaron antes de
que una respuesta viniera desde dentro.

—Entra. —Liora probó el mango. Se abrió, y caminó a través. Mi


corazón se aceleró, viéndola desaparecer en los aposentos de Goldwyn.

Chispas nerviosas pusieron mi estómago chisporroteando. No


queriendo que me encontrasen merodeando, di los tres pasos hacia las
habitaciones de Wilder y vacilé.

¿Realmente quería robarle a Wilder?

Sí y no.

¿Quería verlo?

Tal vez... definitivamente.

¿Debo golpear?

Copié a Liora y llamé a la puerta. Mis nervios significaron que


esperé por un mero segundo antes de dejarme entrar. Me di cuenta un
momento demasiado tarde que no había pensado en una excusa.

Iba a necesitar una.

Mierda.

Había caminado directamente hacia su salón: un espacio grande


con pisos de madera y pocos adornos o muebles. Un diván y tres sillones
frente a un hogar de ladrillos. En la pared opuesta, una ventana en
mirador daba a la puerta y las colinas en la distancia. Seis o siete libreros
llenaban el espacio, pero en realidad los libros reales se encontraban
dispersos alrededor de la habitación en columnas y pilas. También había
cuatro gradas separadas que sostenían armas. Como Utemäs, espadas,
dagas y dioses, ¿era eso un laberinto?

En el siguiente parpadeo, todo se desvaneció. Allí estaba Wilder, de


pie junto a la repisa, un vaso de líquido ámbar en una mano y un libro
en la otra. Ahora me estaba mirando, con la boca abierta.

—¿Serena?

Cerró el libro de golpe y yo cerré la puerta detrás de mí.

—¿Está todo bien? —preguntó con el ceño fruncido.

Parecía más preocupado que enojado.

Correcto. ¡Piensa!

Realmente deberías haber pensado en una excusa antes de


irrumpir, dijo Tita, claramente divertida.

Me apoyé contra la puerta, murmurando:

—No estás ayudando.

Wilder ladeó la cabeza. Genial, ahora pensaría que era grosera y


loca.

—Lo siento. —Mi voz salió calmada, tranquila. Una sorpresa, dado
cómo reaccionaba mi cuerpo—. Adi me dijo que esta era la habitación de
Goldwyn.

Tita gimió.

Wilder no parecía convencido. Tiró el libro sobre el diván, colocó su


vaso sobre el hogar y me enfrentó de nuevo.

—¿Entonces irrumpir en las habitaciones de Goldwyn hubiera sido


aceptable?

—Golpeé.

—Sí, escuché un toque pequeñito. Supuse que era un ratón que se


rascaba en las paredes.

Un arrebato de vergüenza inundó mis mejillas.


—No estaba pensando.

—Claramente. ¿Pasa algo?

Parecía impaciente, ansioso por deshacerse de mí. Me dolió, y tal


vez por eso las palabras salieron de mi lengua. Palabras que no se deben
decir.

—Necesitaba hablar con alguien sobre la tercera prueba.

El calor me picaba en los ojos; mi voz se quebró. Oh, mierda.

Me odié por haberme deshecho. Y a Liora por sugerir esto.

Pero no pude encontrar en mí salir. Entonces, su contorno borroso


se movió, y su mano se deslizó alrededor de mi muñeca. Lágrimas
rodaron de alivio y pena real.

Wilder me llevó a un sillón. Su toque fue firme pero no desagradable


cuando presionó sus manos en ambos hombros y me empujó a una
posición sentada. Desapareció de mi lado.

Me limpié el agua de los ojos y miré alrededor.

Una puerta a la derecha de la chimenea estaba abierta. Escuché el


tintineo, y antes de que pudiera formarse un pensamiento para robar, él
reapareció, un vaso de agua en una mano y un pañuelo en la otra,
probablemente para mi cara.

Tomé ambos de él y me quedé mirando el lino blanco.


Cuidadosamente cosido en la esquina con hilo rojo las iniciales "WT". Me
pregunté qué significaría la "T" y si esto contaría como robo.

Wilder se sentó en la silla inclinada hacia la mía, con las piernas


cruzadas.

—Entonces, ¿de qué se trata esto?

No había nada calculado, pero también poca amabilidad.

Tenía el pañuelo. No había razón para quedarse y decir algo de lo


que me arrepentiría.

—No es tu problema. Iré a buscar a Goldwyn.


Metí descaradamente el lino en la manga y coloqué el vaso en el
suelo, preparándome para irme. Wilder dijo:

—Estás aquí ahora... Me gustaría escuchar lo que está mal.

Interesante.

—¿Te gustaría? —pregunté, enderezándome.

La mandíbula de Wilder se tensó.

—Bueno, ciertamente no puedo decirte que te vayas cuando acabas


de entrar a mi habitación.

Se sintió como ser aplastada bajo los pies.

—No lo planeé.

La voz de Wilder se derritió.

—Lo sé.

Eso me calentó un poco.

—¿Estás molesta por el korgan que mataste? —continuó.

Parpadeé.

—¿Cómo te enteraste de eso?

—Bert tiene que informar a los instructores en el momento en que


regresan sus reclutas, y Goldwyn me lo dijo. No pudo resistirse a
regocijarse por el hecho de que te habías enfrentado a un devos. Siempre
fue una habladora —dijo mientras su boca se curvaba.

Casi me reí de alivio ante la vista.

Continuó, más en serio.

—Yo, por otra parte, no lo soy. Puedes confiar que lo que sea que
tengas que decir nunca irá más allá de estas paredes.

—¿Otros fae no nos oirán?

Miré hacia la puerta y de vuelta. Una boca torcida me saludó.


—Nuestros aposentos privados están protegidos; de lo contrario,
todos tendríamos que escuchar las actividades nocturnas de cada uno.

Adrianna tenía razón entonces. Un amortiguador cubría todo el


lugar. Me esforcé por no pensar si alguna vez él lo había usado para su
beneficio.

—¿Entonces? —Dejó eso colgando.

¿Qué podía decir? ¿Podía confiar en él? No sabía casi nada sobre
su pasado. Al final, me conformé con una media verdad.

—Me enteré de algo sobre mi familia cuando estábamos cazando.

Las cicatrices de su mejilla se tensaron un poco, la única sorpresa


que mostró.

—Continúa.

Mi boca se drenó de toda humedad.

—Fue algo así como... devastador. Y luego, las arañas de Morgan


aterrizaron en las afueras de la aldea que visitábamos. Toda la cosa me
sacudió un poco.

Dioses. Eso era un eufemismo.

Wilder se movió hasta el borde de su asiento para mirarme sin


parpadear.

—¿Descubriste esta información de ellos?

—No, en realidad nunca los vimos cara a cara.

Algo se encendió en sus ojos. Duda, tal vez.

—¿Sin embargo, te sacudió?

Descarté eso con una risita suave, débil incluso para mis oídos.

—Sí. Sé que es estúpido.

Su mirada me pegó al respaldo de mi silla.

—No eres propensa a las palabras vacías.

Mi pulso se aceleró.
Algo horriblemente parecido al reconocimiento apareció en su
rostro.

—Serena, ¿estás tratando de decirme que tus parientes están


atados con las arañas... con Morgan? —susurró su nombre. No en
reverencia, sino en miedo.

Mi boca se abrió de golpe.

Wilder ni siquiera necesitaba que respondiera; su voz chasqueó


como un látigo.

—Esta revelación devastadora no sería que tus parientes están


huyendo de ella, ¿verdad?

Mis interiores se vaciaron en un espacio helado y árido.

—No. La mayoría de mis parientes están muertos.

Su rostro mostraba poca simpatía. En cambio, esos penetrantes


ojos verdes se movieron hacia mi garganta. Al collar.

Se quedaron allí durante cinco latidos completos.

El sonido se estrelló en mis oídos; me tomó un momento darme


cuenta de que era mi pulso. Entonces, justo así, se desplomó de nuevo
en su silla. Como si quisiera crear más distancia entre nosotros.

No parecía querer mirarme cuando dijo:

—Tal vez deberías guardar el resto para ti. Algo me dice que no
estás lista para compartir el resto, de todos modos. Pero, quiero que sepas
que si tuvieras algún tipo de problema, te ayudaría.

—¿Qué pasa con no tener permitido ser amigos? —Una pregunta


cuidadosa.

Wilder se paró en un rápido movimiento, arrebatando el vaso con


el líquido ámbar y bebiéndolo de un trago. Luego, me dio la espalda y
miró fijamente el fuego que ardía, murmurando:

—No tenemos que ser amigos para que te ayude.

—Tengo mi manada. Estaré bien. —Para no sonar como una


mocosa mimada, agregué—: Gracias... por ofrecerte.
—Sí… noté que Frazer se nombró como tu nuevo protector.

Estaba tan calmado.

No debería haberlo dicho, pero algo me empujaba, me conducía.

—¿Celoso? —pregunté a la ligera. Como si pudiera engañarlo.

Dejó el vaso sobre la repisa de la chimenea en un movimiento lento


y colocó ambas manos allí, agarrando la madera de la que estaba hecha.
La estaba agarrando con nudillos blancos, sus hombros anudados y
rígidos. Esperé la negación. El menosprecio.

—Tal vez lo estoy —suspiró—. Su olor está sobre ti. ¿Lo sabías?

Se quedó con sus alas para mí, la madera agrietándose bajo sus
dedos. No sabía qué me hizo confesar; tal vez fue mi conmoción absoluta
de que hubiera admitido eso.

—No es así.

Wilder soltó la repisa gimiente, cuadró los hombros y se volvió


hacia mí con una expresión muerta.

—Me gustaría creer eso.

Mi corazón estaba en mi boca.

—Pero sus esencias están demasiado enredadas para que sea otra
cosa.

—Somos parientes —espeté.

Su mirada se deslizó de la mía con una risita atrofiada.

—Eso no es posible.

Me quedé callada, sin moverme, sin retroceder.

Esperé... se volvió hacia mí otra vez, mirando hacia arriba y hacia


abajo, buscando señales de una mentira. Una creciente inquietud le
nublaba la cara.

Casi lo niego. Casi me río de ello.

Entonces, su expresión se volcó; con ojos salvajes, divagó:


—¿Cómo? ¿Eres tú... te pareces... son hermanos? ¿Es Frazer un
demi-fae?

Antes de que pudiera seguir perdiendo su mierda, lo corregí.

—Te has equivocado de idea. No nacimos parientes.

Eso solo empeoró las cosas; su rostro se convirtió en un blanco


espeluznante.

—Entonces... No, por favor, por favor, por todos los malditos dioses,
no lo hiciste. ¡Dime que no hiciste ese vínculo con él!

Me moví ligeramente hacia el respaldo de mi silla.

—Lo hicimos, pero...

—¿Estás loca? —siseó, su rostro arrugado por la incredulidad, con


rabia—. ¿Tienes alguna idea de lo que has hecho? ¿Quién lo sugirió? —
No esperó una respuesta antes de escupir—: Fue él, ¿verdad? ¡Le
arrancaré el corazón!

Mi sangre rugió. Me levanté en un instante.

—No lo tocarás.

Verme con una cara amenazadora pareció templar algo en él. Las
líneas de ira se desvanecieron de su rostro, y su boca se alzó en un
espasmo involuntario. Su brazo parecía estar alcanzándome, pero en el
último segundo, lo levantó y apretó la parte posterior de su cuello. Parecía
tan perdido, que la rabia asesina desapareció. Eso no me impidió decir:

—No vuelvas a amenazar a mi hermano.

Y así, Wilder volvió a caer en tonos suaves y neutros.

—Te ha puesto en peligro.

Sin embargo, a pesar de mis palabras a Liora, no me arrepentía.

—Sé que a otros fae no les va a gustar, pero ya está hecho. Deja
que el mundo piense que solo somos amantes. Eso no está prohibido —
dije, amargura coloreando mi voz.
Wilder no pareció darse cuenta. Se desplomó de nuevo en el sillón.
Apoyando los codos contra las rodillas, comenzó a frotarse la frente.

Un incómodo silencio se alargó. Volví a sentarme y observé la


habitación. Cualquier cosa para detenerme de mirarlo. Fue entonces
cuando mi atención se enganchó en algo. De los muchos libros esparcidos
alrededor del diván y las sillas, había uno en particular que me llamó la
atención. Era pequeño, con una cubierta de cuero negro y un título en
relieve dorado: La canción más oscura.

Me incliné ligeramente hacia éste, sin pensar; por puro instinto.

—No creo que entiendas —dijo Wilder de repente, levantando su


mirada hacia la mía.

Me levanté de golpe.

Wilder continuó con una voz cruda y áspera.

—Estás en lo correcto, por su puesto. Los fae toman amantes


humanos. Pero sus esencias permanecerán fusionadas por el resto de
sus vidas. No importa la distancia o el tiempo separados. Entonces, ¿qué
pasa cuando se conviertan en soldados? ¿Qué pasa si están en diferentes
campamentos, durmiendo en cuarteles compartidos? Otros fae pueden
preguntarse por qué el olor de un hombre extraño nunca se desvanece
de tu cuerpo, a pesar de que nunca estás en compañía de dicho fae. —
No esperó mi respuesta antes de continuar—. Es solo cuestión de tiempo
antes de que alguien haga preguntas que no puedas responder. Luego
está Morgan... Dioses, Serena, si alguna vez llegara la noticia de que un
fae ha hecho ese voto a un humano, los arrastraría a ambos a la capital
Solar, Alexandrina, y los interrogaría. Y confía en mí, no será con
palabras y sobornos. Será con personas y cosas que pueden romper
huesos, arrancar los ojos y mucho, mucho peor. Probablemente mataría
a uno de ustedes solo para romper el vínculo.

Me sentí débil. Casi como la fiebre. Revolví por algo—cualquier


cosa—para hacerme sentir menos asustada hasta la mierda.

—Pero estamos en la Tierra de los Ríos...

Las cejas de Wilder se juntaron. La pena y el desprecio marcaron


su rostro.
—¿Crees que eso te asegura? No te dejes engañar pensando que la
Tierra de los Ríos es un refugio del gobierno de Morgan. La columna
vertebral de Diana se dobla cada vez que... —Apretó los labios.
Obviamente mordiendo una maldición. Finalmente, escupió—: Lo que
quiero decir es que puedo contar con una mano el número de veces que
ha ido abiertamente contra Morgan. Y para esos raros momentos, la bruja
tiene espías y agentes en cada maldito rincón de este tribunal para
presionar su agenda.

—¿Quieres decir como Dimitri? —le disparé.

Wilder ahogó una risa oscura.

—Adivinaste, ¿verdad?

Eso me enojó.

—Adrianna me habló de él... y de quién es ella.

Resopló burlonamente.

—Sin embargo, todavía hiciste un voto inquebrantable a un fae.


Dioses, Serena, me mantuve alejado de ti para evitar que algo así
sucediera. —Hizo un gesto entre nosotros—. Para que esos fae peligrosos,
como los que nos rodean en este momento, no se interesen en ti.

Mis puños se curvaron en bolas.

—O tal vez es solo porque eres un legendario Guerrero Sabu.


Mientras yo soy...

Me tropecé con la palabra "humana" porque eso no era del todo


cierto. Ya no. Wilder solo se veía confundido.

—De todos modos, no hay nada que se pueda hacer ahora. La


esencia de Frazer está en tu sangre y viceversa, y los fae tienen memorias
largas. —Se pasó una mano por los ojos. Como para bloquearme de la
vista mientras hablaba—. Después de completar las pruebas, deben irse
juntos. Les cubriré la espalda todo el tiempo que pueda.

Miré hacia otro lado. Wilder malinterpretó mi silencio y dijo:

—Serena, no puedes convertirte en un soldado ahora, ¿entiendes?


Toma a tu hermano y vete. Te cazarán cuando no te presentes a tu
puesto, pero deberías tener tiempo suficiente para desaparecer. Huye,
escóndete, no vuelvas.

Su expresión atormentada me hizo preguntar:

—¿Cómo sabes tanto sobre lo que ella haría con Frazer y conmigo?

Wilder me lanzó una mirada. No pude leerla.

—Porque solía servirla.

Mis ojos parpadearon hacia la puerta. ¿Era lo suficientemente


rápida?

—Dije solía —enfatizó.

Todavía podría correr. Mi cuerpo traidor se negó. O tal vez fue mi


mórbida curiosidad, porque miré de nuevo a sus ojos tristes y le pregunté:

—¿Qué cambió?

Una frente pesada y ojos tristes encontraron esas palabras.

—Sabes que solía ser un Sabu, pero no que presté servicio en los
ejércitos de Sefra durante más de dos siglos.

Eso hizo apretar mi pecho. Mi hermana... ¿dos siglos? Fuego


sagrado.

Su garganta se agitó antes de continuar.

—Y cuando llegó Morgan, me dio una opción: arrodillarme o morir.


Obviamente, elegí lo primero. Me gustaría decirte que fue porque
amenazó con matar a los machos y hembras a mi cargo...

No pude evitar la agudeza de mi voz mientras lo cortaba:

—¿No lo fue?

Si se dio cuenta de mi estado de ánimo, no reaccionó.

—Sí y no. La parte del ‘no’ es que no quería morir. No porque


tuviera miedo, exactamente. Todavía era joven, al menos para los
estándares Sabu, y quería más. —Hizo una mueca y aspiró, inhalando
temblorosamente—: Y después de que Morgan llegó al poder, mi
compañía y yo hicimos... cosas terribles, imperdonables. Pensé en huir,
pero su retribución por tales actos era monstruosa.

Mi respiración se atoró.

—Entonces, ¿cómo escapaste?

Se rió entre dientes, el sonido frío y atado con auto-repugnancia.

—No lo hice. Me dejó ir.

Parpadeé. Estrellas…

Wilder se levantó bruscamente, poniéndome nerviosa. Agarró el


vaso de la repisa de la chimenea y un decantador de un lugar oculto junto
a su silla. Se quedó de pie y se sirvió otra copa.

—Comencé a perder batallas, a deshonrarme a propósito. Caí en la


prostitución, en el juego y en la bebida. —Levantó el vaso como para
enfatizarlo, y derramó el líquido a su alrededor, mirando con tristeza el
interior—. Ella me golpeó, y cuando eso no funcionó, se la agarró con mis
compañeros Guerreros. Pensé en ceder cada maldito día. —Inhaló su
bebida, dejando el vaso seco en segundos—. Pero simplemente no podía
hacerlo más. No podía mirar a los ojos de otra persona inocente y
terminar con su vida. Todo en nombre de ese demonio hambriento de
poder. Así que, hice lo que pude para quitarle el dolor a mis Guerreros.
Cuando no me detuve, amenazó con forzarme a hacer un juramento de
sangre...

No pude detenerme de decir:

—¿Juramento de sangre? ¿Cómo un vínculo?

Su mirada se movió a la mía; sus ojos vacíos mientras clarificaban.

—Solo los llamamos vínculos cuando son consensuales. Un


juramento de sangre con Morgan habría sido una jugada retorcida en el
vínculo de guardián. La mayoría de las veces tiene lugar entre un
gobernante y sus súbditos. Pero jurárselo a Morgan hubiera significado
condenación eterna. No habría habido honor en servirla. Así que prometí
suicidarme si lo intentaba. Para un Sabu, no hay mayor deshonra.
Morgan estaba tan disgustada que me exilió de su corte y me envió aquí.
Me dijo que tuviera tantas hembras o machos como quisiera, para sacarlo
de mi sistema. Muestra lo que realmente piensa de estos campamentos;
de los ejércitos de Diana.

Hice una mueca.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—Años —respondió secamente.

—¿Y ella podría llamarte en cualquier momento?

Wilder vaciló, sus ojos se tornaron tormentosos.

—Me arriesgaría a cruzar el mar y unirme con nuestros hermanos


del este antes de volver con ella.

Dioses, quería creer eso. Pero había servido a la misma fae que
había destrozado a mi familia, asesinando a mi padre y obligado a mi
hermana y madre a exiliarse.

Debió haber leído algo en mi expresión porque dijo con algo de


fuerza:

—Sigo siendo el mismo macho, Serena.

Ah. Eso me llegó.

Mis brazos se cruzaron sobre mi cuerpo. Mi escudo.

—No sé si alguna vez conocí a ese macho en primer lugar.

Wilder guardó silencio, siguió mirando fijamente.

—Es cierto, no nos conocemos desde hace mucho tiempo. Dos


meses es un parpadeo en la vida de un fae. Sin embargo, aquí estoy,
encontrándome jodidamente aterrorizado por lo que te pase cuando
descubran que eres pariente de un fae.

Esas palabras parecían acumularse en mi pecho y estómago, un


gran sol dorado que se expandía, tocaba mi piel, irradiando hacia afuera.
Me obligaron a decir:

—Nos iremos, Frazer y yo. Tan pronto como hayamos terminado


las pruebas.
—Algo me dice que ya has discutido esto. —Parecía como si no
esperara una respuesta real.

Me quedé en silencio. Había cometido un error lo suficientemente


grande admitiendo el vínculo de pariente. Sin embargo, Lake Ewa, Maggie
UnOjo; todos los secretos que Hazel ha revelado deberían permanecer
conmigo.

—Bien —dijo brevemente—. Entonces, no hay nada más que decir.

Dejó el vaso a un lado y se agachó para agarrar uno de los libros


apilados en el piso. Wilder me lo tiró. Lo atrapé y lo miré, confundida.

Me dio una sonrisa superficial a cambio.

—Te vi antes. Estabas intentando alcanzarlo. No sé por qué, pero


puedes tomarlo.

Mis dedos trazaron el título, La Canción más Oscura.

—¿No lo extrañarás?

—¿Parece que lo extrañaría? —preguntó, señalando las pilas de


libros que nos rodeaban.

—Supongo que no. —Me puse de pie para meter el libro debajo de
mi brazo y añadí a la ligera—: ¿Y si Dimitri descubre que me has estado
regalando libros?

El fuego en los ojos de Wilder se apagó, y se volvió hacia las llamas


que ardían en la chimenea, mostrándome la espalda.

—Solo podemos esperar que ahora que la esencia de Frazer está


mezclada con la tuya, dejará de creer que estamos en una relación física.
Los fae evitan tener múltiples parejas por esa misma razón. Olfatear a
otros fae tiene una manera de estropear el romance.

Tragué saliva, tratando de desalojar el nudo en mi garganta.

—Deberías irte.

Antes de romper y derramar todo lo que palpitaba dentro de mi


corazón traidor, me fui. Con rapidez.
¡Empiecen!
Traducido NaomiiMora & Manati5b

CUATRO DÍAS. CUATRO largos días, nuestra manada entrenó


constantemente, y cada movimiento causó un dolor extraño. Aun así, el
progreso se sentía lento. Al menos para mí y Liora, que aún no habíamos
ganado un combate con Cai. Sin mencionar a Adrianna o Frazer. Por eso,
enfrentarme en una lucha contra un fae como Cole o Tysion—que para
mí consternación superaron la tercera prueba—fue el pensamiento que
causó que el miedo me acosara día y noche, persiguiéndome en las
pesadillas para despertarme con el dolor de un maltratado cuerpo. El
único punto brillante en la bruma fue entregarle el pañuelo de bolsillo de
lino a Bert, quien había aceptado el artículo con gusto.

En el alba de la quinta prueba, nuestra manada se protegió en el


comedor, donde las ventanas se habían empañado con los aromas al
hornear y el delicioso calor del fuego.

—Vamos, ¿quieres un poco de pan tostado? ¿Un poco de salchicha?

Cai se sentó frente a mí, flotando su plato de desayuno debajo de


mi nariz. Le di mi mejor ceño fruncido, a lo que él suspiró profundamente
y dejó caer su plato.

—Gracias, pero me siento enferma solo de mirar la comida en este


momento —agregué educadamente.

—Deberías comer —dijo Frazer, inquieto.


De alguna manera, hizo que su sugerencia sonara como una
demanda. Me guardé el ruido exasperado luchando por salir. Al final, fue
Adrianna quien dijo:

—Frazer, sigues mirando a Serena como si estuvieras a punto de


caer sobre tu espada por ella.

Frazer respondió con nada más que una mirada afilada en su


dirección.

Casi gemí en voz alta. Había habido una paz frágil entre ellos a raíz
de su lucha. Hoy, apenas unas horas antes de la prueba, el conflicto
parecía listo para volver a encenderse.

Podridamente por supuesto.

Adrianna se movió hacia adelante y siguió.

—No puedes permitir que tus instintos protectores tomen el


control. No con testigos alrededor.

—Adi, lo sabemos. Él sabe —intercedí.

Frazer bebió profundamente de su vaso y al salir a tomar aire dijo:

—No eres mi princesa, así que deja de acosarme.

Un leve rubor coloreó las mejillas de Adrianna. Casi podía ver la


lucha por el autocontrol detrás de sus ojos. Luego, se recostó, su columna
vertebral se puso rígida y una inmovilidad preternatural, una escarcha
negra, la agarró.

—Simplemente no quiero ver a ninguno de ustedes arrastrado ante


Morgan por su imprudencia.

El vaso de Frazer se rompió en sus manos. Nadie escuchó el sonido,


gracias a Cai, pero la barrera del sonido no pudo ocultar el zumo
extendiéndose y goteando por el lado de la mesa de roble.

El habla me abandonó.

—¡Muy bien, suficiente! —Cai golpeó una palma contra la superficie


plana.

Nadie habló mientras Liora limpiaba el líquido pegajoso.


—Adrianna. —Cai giró a su derecha para mirarla—. Sabemos que
estás preocupada, pero lo que está hecho está hecho.

Ella frunció el ceño pero se quedó en silencio.

La ira de Cai se volvió hacia Frazer, quien estaba colocando


fragmentos de vidrio en su plato.

—Y si tú no puedes controlar tu temperamento, comenzarás a


llamar la atención sobre nosotros. Un poco como lo estás haciendo ahora
mismo.

No estaba equivocado.

Los individuos entre las otras manadas estaban lanzando miradas


curiosas hacia nosotros. El único grupo que nos ignoró fue el de Tysion,
que de alguna manera parecía más sospechoso. Sus conversaciones
susurradas se habían convertido en un acontecimiento regular que ponía
a rechinar mis dientes. Aunque no podía explicar exactamente por qué.
En mi escrutinio, omití a Goldwyn caminando hacia nosotros.

Sentí la liberación de la barrera del sonido, y luego:

—Oh, querido.

Me giré para verla detenerse, flanquearme y mirar el cristal roto.

—¿Un accidente? ¿O un ataque de nervios?

—Ambos —se quejó Frazer.

—No es de sorprenderse. Ahora, ¿si todos pudieran seguirme


afuera?

Goldwyn se giró y salió. Una actitud enérgica poderosa.

Todos nos arrastramos detrás, pero no se detuvo una vez que


salimos del pasillo; aceleró el paso. Mis rodillas se debilitaron al darme
cuenta de que nos dirigíamos a la arena.

Alcancé con su paso diciendo:

—Pensé que la prueba no comenzaba hasta las 9.

El indicio de pánico era demasiado claro en mi voz. Maldita sea.


—Correcto. Pero quiero que tengan tiempo para familiarizarse con
el espacio.

Sus palabras eran afiladas; no tan soleadas y despreocupadas


como siempre. Compartí una mirada sorprendida con Liora.

Goldwyn siempre había sido, por mucho, la instructora más


relajada. La idea de que pudiera ser competitiva o una pensadora
estratégica no se me había ocurrido realmente. Mi error.

La imponente construcción de piedra caliza y arena, sin techo,


parecía grande, grabada contra un cielo azul perfectamente claro. Era
gloriosa y aterradora.

Había estado dentro una vez antes para ver el juego entre las
manadas de Wilder y Dimitri. Ahora era mi turno. Hice todo lo posible
para prepararme para esto, pero todavía no me parecía suficiente. Nunca
sería suficiente.

Me limpié las sudorosas palmas con la chaqueta y miré a mí


alrededor. Mi manada estaba en silencio. Todos parecían atrapados en
sus propios pequeños bolsos de miedo. No podíamos ayudarnos esta vez.
En este día, estábamos solos.

Goldwyn viró a la derecha. Esperaba entrar por la puerta principal,


pero en lugar de eso nos condujo hacia una pesada puerta de madera.
Goldwyn usó una llave oculta alrededor de su cuello para abrir la
cerradura. Nos condujo a través del arco bajo, a un largo y estrecho túnel
con antorchas encendidas colocadas en soportes en la pared. Goldwyn
tomó una y la sostuvo en frente, iluminando el pasaje de piedra fría. Me
puse en fila detrás de los demás, caminando por el corredor en pendiente,
escuchando los espeluznantes ecos de nuestras botas golpeando las
lajas. Clack-tap. Clack-tap. Clack-tap.

Al final había una habitación cuadrada con bancos contra las


paredes. En frente había un anexo con armamento montado. A la
izquierda, una rampa conducía al aro de entrenamiento. Esta debía ser
la entrada de luchadores.

Goldwyn deslizó la antorcha de nuevo en un soporte vacío y nos


llamó hacia las arenas. Un enorme anillo circular nos esperaba. Bancos
escalonados corrían por todo el exterior. Miles de asientos se elevaban
hacia el cielo abierto. Giré en un círculo, absorbiéndolo todo, la ansiedad
quemando un agujero en mi estómago.

—¿Nos puedes decir con quién estaremos peleando? —pregunté,


intentando sonar inocente.

Una sonrisa de complicidad tocó la cara de Goldwyn.

—Lo siento. Los instructores no eligen a tus oponentes.

—Entonces, ¿quién lo hace? — dijo Adrianna bruscamente.

—Hilda —respondió Goldwyn.

—¿Va a estar aquí? —preguntó Adrianna, intrigada.

Dejé que sus voces se desvanecieran y me concentré en absorber


todo. Desde lo bien que mis botas asían la arena, a la posición del sol.
Frazer se mantuvo cerca pero no parecía interesado en inspeccionar sus
alrededores. Tal vez lo había hecho en el instante en que habíamos
cruzado la puerta.

La vista de las alas de Goldwyn extendidas perforó a través de mi


neblina de pensamiento, y me volví hacia ella. Escuchando.

—Regresaré más tarde. Y si tienen la primera selección de armas y


armaduras, que así sea. —Guiñó un ojo. Como si necesitáramos la pista.

—¿Se te permite dejarnos aquí? —preguntó Adrianna.

—No estoy del todo segura. Supongo que lo averiguaremos.

Nos lanzó una sonrisa astuta y se elevó hacia el cielo.

Durante la siguiente hora, Cai se quejó de que su desayuno había


sido interrumpido... muchas, muchas veces. También nos equipamos con
armaduras básicas: túnicas de cuero y guantes reforzados con cota de
malla. Después, recogimos armas embotadas de la armería. No había
arcos ni escudos; por lo demás, había una gran variedad.

Elegí a mi amada Utemä, larga y delgada con su empuñadura


protectora. Perfecto para mi constitución delgada. Frazer fue el único
entre nosotros que no eligió una espada. Se fue por una lanza en su lugar.
La misma imagen era suficiente para que el miedo se hundiera en mi
vientre como arenas movedizas. No tenía exactamente miedo por él. No,
lo había visto con una lanza. Un áspid impactante, una violenta
tempestad en acción, y ese era el problema; si me emparejaran con
alguien, incluso la mitad de bueno—o las estrellas no lo quieran, el
mismo Frazer—entonces me echarían. Tampoco estaba claro a dónde
iban los humanos sin hogar. ¿De vuelta a los mercados de esclavos?

Después de haber elegido nuestras armas, nuestra manada siguió


adelante, probando los bordes romos en algunos combates de
calentamiento en el aro de entrenamiento.

Con el tiempo, los otros reclutas comenzaron a llegar. Dimitri fue


el primero con su brutal manada caminando a lo largo de su estela.
Cuando nos vio entrenando, frunció el ceño, pero sorprendentemente no
dijo nada. Luego vinieron los grupos de Mikael y Cecile, y luego Goldwyn
regresó por la puerta principal.

Aquellos de nosotros con espadas las enfundamos y la saludamos


en medio de la arena. Ella nos dio una sonrisa fugaz, pero la tensión
alrededor de sus ojos y mandíbula mostró que estaba nerviosa por
nosotros.

—¿Qué estamos esperando? —Adrianna le preguntó


enérgicamente.

—Hilda. Y a los invitados, por supuesto. —Asintió con la cabeza


hacia las gradas.

Mi corazón murió dentro de mi pecho.

—¿Invitados? —grazné.

—Hemos enviado invitaciones a los familiares de los reclutas y


hemos abierto el terreno a los clientes que pagan. —¿Era eso disgusto en
su voz? Goldwyn agregó—: Es la primera vez que dejamos que los
forasteros vean. Arruina el elemento secreto. Hilda definitivamente no
estaba interesada. Pero alguien más alto en la corte pensó que una
audiencia pondría a prueba su capacidad de concentración. O alguna
mierda parecida.

Puso los ojos en blanco. No sonreí. No habría nadie en las gradas


animándome. Sin embargo, todavía tenía que soportar que un montón de
extraños me observaran.
Noté que las uñas de Adrianna perforaban hacia arriba y rasparon
debajo de sus palmas. Cruzó los brazos rápidamente, tal vez para ocultar
la evidencia.

—No han invitado a mi madre, ¿verdad?

La cara de Goldwyn se suavizó en simpatía y comprensión.

—Hilda sintió que tenía que hacerlo. No sé si aceptó o no.

La expresión de Adrianna se nubló mientras escudriñaba el cielo.

Liora ya estaba expresando confort desde su lado.

—Bloquéalo. Estamos luchando los unos por los otros ahora. Eso
es todo lo que importa.

La furia que rodeaba el cuerpo de Adrianna no se fue a ninguna


parte, pero logró hacer un breve asentimiento.

Pronto, los invitados comenzaron a aparecer. Como casi todos los


fae estaban volando, me encontré mirando el cielo. Los minutos pasaron
y un ciclón de nervios continuó girando en mi interior. Todas las
sensaciones equivocadas reclamaban mi cuerpo.

Sedienta. Sudorosa. Temblorosa.

Entonces vi a alguien volar hacia las gradas que hizo que mis
entrañas se petrificaran.

Hunter.

Se sentó en algún lugar del nivel medio, y lo perdí en la multitud.

Me tambaleé precariamente.

—Cuidado. —Frazer me agarró del codo, estabilizándome.

—Lo siento. —Fue un fantasma de un susurro que pasó por mis


labios.

—¿Estás bien, Serena? —preguntó Goldwyn desde nuestro lado.

Alcé la mirada para encontrar a mi manada y mi instructora


mirándome fijamente.
—Acabo de ver a alguien que conozco.

—Oh —dijo Goldwyn, sonando un poco sorprendida.

La presión en mi brazo aumentó cuando Frazer apretó. ¿Quién?

Hunter.

—No sería ese macho fae saludándote, ¿verdad? —preguntó


Goldwyn, echando una ojeada a los asientos.

Mi mirada voló de regreso a las gradas. Oh dioses, me estaba


saludando. Levanté mi mano y la forcé a un pequeño movimiento brusco.

Adrianna resopló, en su mayoría desdeñoso y un toque divertido.

—Un miembro de la Caza Salvaje. ¿No se supone que son


aterradores?

Goldwyn se movió a mi lado y me ofreció una extraña sonrisa.

—Parece que tienes muchos admiradores fae, ¿verdad?

—Es solo un amigo —le respondí demasiado rápido.

Los ojos de Goldwyn parpadearon ante el agarre de Frazer en mi


brazo. Lo soltó de inmediato.

—Ya veo —respondió Goldwyn intencionadamente.

—Entonces, ella vino —murmuró Adrianna.

Distraída de mi drama Hunter, seguí la línea de visión de Adrianna.


Incluso sin la aguda vista de los fae, Diana Lakeshie no era difícil de
detectar con su piel cobriza y sus gigantescas alas de color azul pálido.
Voló a las gradas con cuatro fae machos a su lado.

Adrianna estaba irradiando dolor y rabia.

—¿Por qué ahora? No se ha molestado conmigo en años.

No me perdí la vulnerabilidad, el temblor en su voz.

Busqué las palabras correctas, algo con qué consolarla cuando el


vínculo se estremeció; mi atención se dirigió a Frazer como un trozo de
hierro a un imán. Sus ojos ardían con un fuego oscuro, y su mandíbula
se había pegado en un signo de agresión. Agarré su muñeca
reflexivamente. Contrólate.

Vaciló. Luego me dio un asentimiento, aunque de mala gana. Solté


su brazo, pero no antes de que Dimitri lo viera. No sabía de dónde había
venido. Había estado detrás de nuestra manada y ahora estaba paralelo,
mirándonos fijamente. La expresión de su rostro me hizo marearme, pero
parpadeé, y él se había ido, regresando a su manada. No estaba segura
de qué hacer.

A mi lado, Goldwyn anunció:

—Puedo escuchar a Hilda en la puerta, así que aquí es donde los


dejo. Ella les dará a su compañero de la prueba y les explicará las reglas.
—Mirándonos a los ojos, agregó—: No midan sus golpes. Sean salvajes y
ganen.

Se fue a las gradas, seguida rápidamente por Cecile, Mikael y


Dimitri.

Hora de averiguar si todo ese entrenamiento había valido la pena.

Me giré hacia las enormes puertas dobles de la arena.

Wilder caminó hasta Hilda. Llevaba sus armas habituales y el


atuendo de instructor. Lleno de armadura de cuero y tela áspera. La
única adición nueva era una capa larga negra atada alrededor de su
garganta que hacía que sus hombros parecieran impresionantemente
anchos, incluso aprehensivos. Hilda se mantuvo a su lado con esa
sorprendente altura y color rojizo, complementado con cueros marrones,
una capa de pelaje gris y una variedad maliciosa de cuchillas. Cada parte
de ella se veía como la cazadora y guerrera.

Intimidante como la mierda.

—Aquí vamos —Adrianna exhaló a mi lado.

Wilder y Hilda se acercaron. Los pensamientos de mi hermano se


precipitaron a través de nuestro vínculo, bajo y apresurado. Recuerda,
puedes no ser fuerte, pero eres rápida y alta. Tu alcance es mejor que el
de la mayoría. Trata de mantener el combate lo más corto posible. Evita
quedar atrapada dentro del bloqueo, pero cuando crucen las espadas, usa
el impulso del golpe y retíralo de su cuerpo. No dejes que se acerquen a ti.
Había escuchado ese consejo cien mil veces antes, pero aun así
asentí y repetí sus puntos una y otra vez en un mantra de pánico,
esperando que se filtraran en mis músculos y se convirtieran en algo
natural.

Hilda sacó un discurso que sonaba probado y viejo. Dio la


bienvenida a las manadas y nos felicitó por llegar tan lejos. Todo fue un
ruido vacío hasta que comenzó a explicar las reglas.

—Como todos ustedes sin duda han escuchado de sus


instructores, deben luchar contra otro recluta. Sin embargo, puede que
les complazca saber que estamos evitando asociarlos con un miembro de
su propia manada.

Alivio, veloz y sublime, me encontró entonces.

Hilda continuó:

—Ahora, una vez que empiece su encuentro, no terminará hasta


que alguien lance tres golpes a su oponente. Sus armas han sido
desafiladas, pero aún pueden romper huesos si se usan con suficiente
fuerza. Cualquier fae emparejado con un humano haría bien en recordar
eso. —Barrió a la multitud con una expresión sombría, y agregó—: No
nos van a impresionar los frenéticos que intenten causar un dolor
indebido. Además, tengan en cuenta que la magia está prohibida durante
esta prueba. Como lo es el vuelo.

Su advertencia flotó en el aire. Lo mismo hizo la creciente tensión.

Sentí temblar mis manos.

—Hemos dividido la clase en dos grupos, por lo que no todos se


estarán peleando a la vez. Pero, antes de hacer esto, debemos hacer un
corte. —Hilda continuó con gravedad—: Desafortunadamente, tenemos
un número impar de reclutas. En este punto de las pruebas, debemos
dejar ir a alguien. Después de mucha discusión, hemos llegado a una
decisión.

Susurros cargados barrieron la arena. Como una colmena


zumbando. El miedo se apoderó de mi corazón y apretó. No podía respirar
adecuadamente.

Era yo. Tenía que serlo.


Mi boca se secó mientras mis ojos vagaban por las gradas,
frenéticamente, salvajemente. ¿Era por eso que Hunter estaba aquí?
¿Habría vuelto para reclamar un esclavo?

Hilda siguió divagando mientras yo estaba perdiendo la cabeza.


Algo sobre cómo la persona había demostrado promesa, bla, bla, bla.
Entonces, el ‘pero’ vino.

—A pesar de que a esta persona se le pide que se vaya, no será


indigente. Hay un miembro de la Caza Salvaje en las gradas que le
ayudará a encontrar una nueva posición.

Mentirosa. La odiaba en ese momento. Odiaba a Hunter.

Y muchos de los reclutas fae se relajaron visiblemente, riéndose. El


marginado era claramente humano; ¿qué les importaba quién se fuera?
Incluso noté unos cuantos ojos curiosos y crueles barriendo,
encontrando posibles objetivos. Unas cuantas miradas se posaron en mí.

Por supuesto pensaban que era yo.

Sobre mi cadáver, Frazer gruñó por el vínculo.

La alarma y el terror se abrieron paso a través de mí. Si Hilda


llamaba mi nombre...

Voy a arrancarle las alas por sugerirlo. Y luego mataré a ese gusano
infiel al que llamaste amigo.

No estaba exagerando, y si lo hacía, lo ejecutarían.

No. No.

Haría cualquier cosa para detener eso. Rogar, negociar, luchar; me


estaba preparando para hacer las tres cosas, pero Hilda me detuvo
diciendo:

—Cassandra Hart, ¿puedes venir aquí?

Una chica se separó del grupo de Cecile. Parecía aterrorizada. Era


la expresión que debería estar usando yo ahora. Pero no fui yo.

No fui yo.
No había prestado mucha atención a los otros reclutas en nuestras
sesiones de boxeo. Al principio, debido a un cierto fae distractor.
Entonces, nuestra manada se había absorbido totalmente entre nosotros
y nuestra misión. Por los breves destellos que había visto de ella, era una
luchadora decente, mejor que yo, de todos modos.

Frazer gruñó suavemente a mi lado. No, no lo era, siska.

Oh.

Hilda estaba murmurando a Cassandra ahora, haciendo un gesto


hacia la sala de espera. La arena estaba mortalmente tranquila cuando
salió del aro de entrenamiento, con la cabeza en alto a pesar de los
hombros temblorosos. Estaba sollozando.

Quería gritar con rabia sedienta de sangre. Correr y prometer que


un día las cosas serían diferentes. Que haríamos pagar a Morgan y a la
Caza por ponernos en cadenas. Eso probaría que no mereciéramos ser
desechados solo porque el mundo nos veía más débiles.

Entonces, ella desapareció de la vista. Y yo todavía estaba aquí.

De alguna manera, tenía que hacer que contara. Para hacer eso,
tenía que superar esta maldita prueba. Mi estómago se calmó, y mi pulso
dejó de latir frenéticamente.

Así es, susurró Tita. Es hora de dejar de lado a la niña temblorosa


y convertirse en la hembra que necesitas ser.

¿Quién necesito ser, precisamente?

La fae que puede hacer más que hacer promesas vacías a los
condenados.

Ella me dejó, sus palabras resonando en mis oídos.

Hilda gritó:

—Cuando grite su nombre, deberán colocarse junto a su oponente.


A todo al que nombre ahora estará en el primer grupo para pelear. El
segundo equipo se pondrá de pie en los alrededores, preparándose. —
Terminó haciendo un gesto hacia el borde de la arena.
Wilder sacó un trozo de pergamino de un bolsillo interior. Se lo
entregó a Hilda. Un silencio cayó sobre las gradas mientras ella lo
desenrollaba y lo miraba fijamente.

Conté los segundos. Uno. Dos. Tres…

—El primer nombre, Andaline Beatrice. Te enfrentarás a Roan


Kerstal —vociferó.

Andaline era una hembra fae y más que un rival para Roan. Tal vez
esta maldita lista sería justa.

Hilda se movió a través de los nombres. Solo cuando gritó el


nombre de Frazer mi corazón se aceleró de nuevo.

—Frazer, tu batalla será contra Cole Vysan.

—Bien. —Frazer me lanzó una sonrisa salvaje. Sabía que era para
mí bien.

Buscó la cara de Cole entre la multitud y se marchó. Dolor se lanzó


a través de mi pecho.

No tienes que preocuparte. Solo enfócate en ti misma. Su confianza


pasó a través del vínculo. Me permití animarme por ello.

Entonces, llegó el siguiente golpe.

—Adrianna Lakeshi, te enfrentarás a Tysion Kato.

Su identidad se reveló, el silencio se hizo añicos y se escucharon


susurros por todas partes. Una pequeña dispersión de aplausos comenzó
y murió rápidamente. Mientras tanto, Adrianna no mostró emoción
mientras cientos de ojos la seguían en cada movimiento hacia Tysion,
quien, me sorprendió notar, no parecía estar con su habitual burlona y
despreciativa forma de ser.

Ja. Esperaba que se estuviera cagando en sí mismo.

Hilda gritó cuatro nombres más antes de pedir a los demás que se
hicieran a un lado. Supuse que eso me hacía del Equipo B, junto con Cai
y Liora.
Giré y encaré a las gradas mientras miraba furtivamente a mi
competencia. Con algunas excepciones, como Cai, los mejores de nuestra
clase estaban peleando en el primer grupo. No me molesté en celebrar.

Llegando a la barricada, di vuelta y busqué en el campo de batalla


a Frazer y Adrianna. Cai y Liora hicieron lo mismo.

Wilder se movió hacia el borde de la arena y bramó:

—Si sus armas están envainadas, ¡sáquenlas!

Un fuerte deslizamiento de metal perforó el aire.

Hilda se unió a Wilder en la primera fila, y luego se dio la vuelta,


gritando:

—Están avisados. Si decimos su nombre, esa es nuestra decisión


oficial de que han perdido la batalla. Vendrán a colocarse detrás de
nosotros y no continuarán la pelea.

Ver a Frazer tomar una posición frente a la enorme masa de Cole


provocó un pánico ciego. Alcancé nuestro vínculo, pero sus pensamientos
y emociones se sintieron confusos. Sospeché que se había concentrado
demasiado en la tarea en cuestión como para notar que estaba al acecho.
Me hizo sentir más cerca de él, por lo menos.

—¡Prepárense! ¡Empiecen!

El acero se encontró con el acero en un baile violento.

No podía soportar mirar.

El segundo que sentí alarma en el vínculo, tuve que mirar.

Frazer estaba en el suelo, alejándose de un golpe por encima de la


cabeza.

Mis brazos se cruzaron sobre mi estómago, un reflejo nacido de


querer protegerme de la vista.

Ahora, había vuelto a ponerse de pie, desviando la espada


monstruosa de Cole.
A medida que la lucha avanzaba, me relajé un poco. Frazer recibió
un toque en los primeros cinco minutos. Verlo moverse a través de los
golpes era como ver a un virtuoso en el trabajo.

Estiré mi cuello, moviéndome entre Frazer y Adrianna.

El siguiente golpe que aterrizó fue de nuevo a Frazer; un golpe en


el vientre esta vez. Cole miró con incredulidad. Por un instante, estaba
distraído. Frazer aprovechó la ventaja, y con un movimiento de la
muñeca, levantó la lanza hacia arriba. Cole se retiró rápidamente, pero
seguía siendo demasiado lento. El extremo romo se estrelló contra su
mandíbula de granito.

Liora y yo nos tomamos de las manos, esperando, deseando.

Hilda lo finalizó.

—Cole. Ve a la pared.

—Gracias a las lunas —susurró Cai a mi izquierda.

Frazer vino por nosotros, sin molestarse en quedarse y ver a Cole


escabullirse, maldiciendo mientras se alejaba. Dejé que mi alivio brillara
a través de nuestro vínculo, y luego mi diversión, después de ver que un
pavoneo ligero había penetrado en su andar. Bastardo arrogante.

Los ojos de Frazer se encontraron con los míos. No sé a lo que te


refieres.

Una vaga sonrisa tiró de la comisura de su boca cuando se unió a


mi lado, haciendo que Cai avanzara en la línea. Me dejé bañar en la
victoria de mi pariente por un momento más, luego me volví hacia
Adrianna, que todavía estaba luchando contra Tysion.

Mientras que otros reclutas fueron expulsados y nuestras filas


aumentaban, ellos permanecían encerrados en su batalla de acero y
voluntad. A decir verdad, no había imaginado que a Adrianna le costara
tanto aterrizar los golpes. Hubo algunos minutos más de morderse las
uñas y morderse la lengua antes de que ella se deslizara por delante de
su guardia y le golpeara las costillas con un golpecito. Pero en el siguiente
segundo, Tysion giró y la sujetó por la cabeza con su empuñadura. Y en
otro golpe devastador, le tocó el brazo derecho.

Dos a uno a favor de Tysion.


Una sacudida desagradable golpeó mi estómago. Ella no perdería.
No podía. La necesitábamos con nosotros.

Adrianna gruñó y atacó hacia afuera con una fuerza explosiva. Se


agachó, ejecutando una atroz patada que tiró a Tysion de culo. Se
abalanzó, sujetándolo, llevando su espada a la garganta.

Dos golpes cada uno.

Adrianna dejó que Tysion la tirara. Estaba atacando de nuevo en


segundos. Tysion había vuelto a ponerse de pie, pero incluso para mí no
entrenado ojo, era obvio que había perdido el equilibrio. Adrianna ganó
terreno. Ella tenía la ventaja. Cuando cruzaron las cuchillas una vez más,
Adrianna barrió un golpe a un lado, empujando directamente hacia la
parte superior de su muslo, aterrizando un golpe leve.

Me sentí decepcionada de que no hubiera apuntado a la ingle.

—Tysion, estás fuera —gritó Wilder—. La pelea va para Adrianna.

Las gradas estallaron en educado aplauso. Unos pocos reclutas se


unieron, pero no muchos. Obviamente, nuestra manada aplaudió más
fuerte. Cai incluso silbó.

Adrianna mantuvo sus rasgos rígidos, casi sin vida, mientras


caminaba hacia nosotros. Pero pensé que detecté una leve sonrisa
pasando su guardia cuando Cai le dio una palmadita en la espalda.

El grito de Wilder hizo que mi corazón hiciera un temblor salvaje


contra mis costillas:

—Segundo grupo de reclutas, ¡siguen!

Me quedé en blanco y avancé en una especie de trance. Diez


reclutas me siguieron, incluyendo a Cai y Liora. Terminamos una parada
natural, hacinados juntos. Hilda volvió a sacar ese maldito pergamino.

La tierra se balanceó debajo de mí.

—Caiden Verona, estás emparejado con Moso Yumi.

El líder de la manada de Mikael contra el líder de Goldwyn. Una


buena combinación.

Hilda leyó otro grupo de nombres antes de gritar:


—Liora Verona, tu compañera es Reese Miller.

Reese era una humana morena con una expresión severa.


Resultaba ser también de rango medio. Liora tendría una oportunidad
entonces.

Solo quedaban cuatro reclutas. Dos fae y otro humano.


¿Seguramente no me emparejarían contra un fae?

La otra humana se llamaba Annie Dara. Lo único que sabía de ella


era que tenía un enamoramiento desesperado con Cai. Intenté
desesperadamente recordar cómo se clasificaba. Algo me dijo que era
bajo.

Su nombre fue llamado. Esperé el mío, preparándome.

—Estás con Maria Claren. —La hembra fae.

Mi boca se abrió de golpe.

Eso significaba que... mi oponente era un fae macho, y


definitivamente no estaba en el último rango.

—Jace Skarsden, estás con Serena Smith.

Él era uno de los de Mikael. Alto, rubio, guapo. Y por la sonrisa que
jugueteaba alrededor de su boca, arrogante como el infierno.

Se pavoneó, tomándose su tiempo.

Tita estaba allí, hablando más de lo que lo había hecho en


semanas. Orgullo y vanidad: esas son debilidades que puedes explotar.
Tendrás que ser más rápida e inteligente porque te va a golpear con fuerza.
Solo recuerda, querida, ahora tienes sangre fae. No tanto como él, pero los
instintos están ahí. Deja que te guíen.

Jace tomó su posición al otro lado. Wilder nos gritó que tomáramos
nuestras posiciones. Incliné un pie delante del otro y recé para que mi
entrenamiento me ayudara a superar esto.

—Las mismas reglas que antes. ¡Preparen sus armas! —vociferó


Hilda.

Saqué mi Utemä. El acero zumbó cuando se liberó; algo sobre el


sonido me consoló.
Lo esperé.

—¡Empiecen!

Tita tenía razón; Jace atacó con toda su fuerza.

Revoloteé fuera de alcance. Gracias a las estrellas que no había


elegido una espada larga. Él estaba cargando de nuevo, persiguiendo la
línea de combate más agresiva. Planté mis pies y me moví. Peleando,
bailando, huyendo; no podía decirlo.

Oí ruidos en la multitud. Risas. Tal vez fueran por mi culpa, pero


no importaba. Tenía un plan. Algo así.

Volcó su peso detrás de cada ataque. Con cada golpe, salvaje y


pesado, se dejaba expuesto a un contraataque ágil. Estaba demasiado
ansioso por la victoria. Demasiado seguro de sí mismo. Giró de nuevo.
Esquivé y mandé lejos un golpe que podría haber roto fácilmente mi
cuello.

—¡Jace! —gritó Wilder—. ¡Estás tratando de hacer contacto, no


matar!

Mi oponente no dudó, no se ralentizó. En cambio, sacó su espada


en un golpe de barrido a nivel del torso. Me mantuve firme esta vez.

Agachar. Empujar. Directo a las costillas.

Un golpe para mí. Wilder lo contó.

Entonces Jace se estrelló contra mí; su mano estaba en mi cuello,


su peso empujándome sobre mi espalda, aplastándome. Sentí el acero en
mi garganta. Wilder confirmó el golpe, pero Jace se quedó agachado sobre
mí, exponiendo sus colmillos.

Había lanzado mi espada en el impacto, pero la empuñadura se


mantuvo a mano. Arañé la arena con la punta de mis dedos; Jace
presionó su espada más profundamente. Una advertencia para no
moverme. El frío acero mordía, pero no había quedado ninguna parte
aguda, gracias a los dioses.

Maldiciendo interiormente, esperé. Él no se movió, y nadie le


ordenó retroceder. Mi temperamento se quebró. Ese fuego—esa rabia
resplandeciente—se construyó y formó una cresta como una ola. Esta vez
se estrelló, y apareció, rozando mis pensamientos, haciendo cosquillas
en mi piel: mi magia.

No respondería a mi voluntad, todavía no. Pero lo sabía... solo sabía


que un día lo haría, pronto. Ese pensamiento me hizo desnudar mis
dientes en una feroz sonrisa. Diversión burlona respondió de vuelta a los
ojos de Jace.

Eso fue antes de que levantara mi pierna y lo golpeara en su ingle.

Un segundo, eso es todo lo que tenía que hacer cuando él gimió y


su espada se levantó de mi garganta por una pulgada.

Mi antebrazo se levantó bruscamente, conectando con su muñeca,


golpeando su mano con la hoja. Lo encerré en un agarre con el brazo.
Estaría fuera en un segundo, pero usé ese preciso momento para
arrebatar mi mano derecha para lo que la necesitaba.

Su pecho estaba expuesto; mi Utemä fue allí. Otro golpe.

Jace intentó romper mi agarre alejándome, así que dejé que su


ímpetu me llevara y lo solté. Rápidamente retrocedió, gruñendo como un
lobo herido, con una iracunda intención en sus ojos. Y eso es
exactamente lo que quería. Sonreí, incitándolo.

Corrió hacia mí, rugiendo, blandiendo su espada desde arriba.


Esperé, luego esquivé. Su cuerpo giró conmigo, pero no lo
suficientemente rápido como para detener el golpe de mi mano,
agarrando la articulación de su ala desprotegida y apretando
brutalmente. Frazer me había mostrado el lugar correcto.

Jace aulló, su costado colapsó, sus rodillas cedieron. Y presioné


ese acero malvado en su cuello. Parecía brillar y cantar, soy ligero y
rápido como tú. Si apagan mi fuego, arderé con hielo.

Jace siseó cuando la hoja tocó su piel. Como si la espada realmente


se quemara.

—Jace. Estás fuera —gritó Wilder.

Liberé el ala de Jace y me alejé. Se puso de pie y se volvió


lentamente. No había enfundado mi Utemä, por si acaso. Nuestros ojos
se encontraron, y el odio que emanaba de él envió un estremecimiento
corriendo por mi columna, arrastrándose sobre mi piel. Me negué a
mostrar miedo o romper nuestro concurso de miradas.

Mostró sus dientes puntiagudos. Agarré mi empuñadura un poco


más fuerte.

Entonces, Jace se marchó. La tensión se drenó de mi cuerpo, y mis


músculos tensos y bloqueados se relajaron un poco.

Un mal instinto, pero un instinto, sin embargo, anuló mi buen


sentido. Mis ojos encontraron a Wilder, y por una vez me estaba mirando
abiertamente en público.

Había un destello de algo. Wilder parecía triunfante.

Las cuerdas que rodeaban mi corazón, las que él controlaba,


sonaron. Quería ir a él entonces, pero esa no era una opción. Entonces,
envainé mi espada y miré hacia arriba y afuera. Un mar de rostros
interesados miró hacia atrás, algunos completamente aturdidos. Mis
mejillas se calentaron, pero la Utemä me volvió a cantar su canción de
guerrero. Es correcto. Los fae no son tan superiores después de todo.

Mi mirada viajó a los reclutas en la barrera. Frazer y Adrianna


esperaban. Acorté la distancia, pero a mitad de camino, la niebla de
adrenalina desapareció. Cai y Liora no estaban entre el resto de los
reclutas.

Me detuve y giré, buscándolos entre las parejas luchadoras.


Estaban allí, pero algo estaba mal. Hice un recuento. Quedaban cuatro
grupos: yo había sido la primera en vencer a mi oponente. Parpadeando
en conmoción, me di la vuelta y me uní a Frazer y Adrianna por la
barrera.

—Eso fue increíble. —Lo más increíble fue que Adrianna me había
elogiado por algo.

—Gracias —murmuré.

Un ruido estrangulado surgió de Frazer. Me encontré sus


abrazadores ojos. Se veía casi malditamente atormentado. Todavía estoy
aquí.

Frazer parpadeó, una vez, dos veces. Sí, lo estás.


—Solo no dejes que esto se te suba a la cabeza —dijo Adrianna a
mi izquierda.

Estaba a punto de contestarle, pero me detuve al ver el humor y el


alivio real que marcaban su rostro.

—La próxima vez tu oponente no te subestimará.

Una risa baja y áspera salió de Frazer.

—No, ellos no lo harán.

—Moso Yumi. Estás fuera.

Mi mirada volvió al campo de juego. Cai salió victorioso y


caminando hacia nosotros, con su sonrisa con dientes en exhibición. La
única vez que vaciló fue cuando vio a su hermana todavía luchando por
su lugar. Pues si ver a Liora esquivar los embates de Reese ataba mis
entrañas en nudos desagradables, solo podía imaginar lo que le estaba
haciendo.

Cai se estableció entre Adrianna y yo. No nos saludamos Un


acuerdo tácito. No habría celebración hasta que todos hubiéramos
superado esto. Sabía que estaba cerca. Liora y Reese habían aterrizado
dos golpes cada una.

Dos nombres más fueron llamados. Así que, eran las únicas que
quedaban en pie. Liora estaba a la defensiva. Quería cerrar los ojos,
bloquear la imagen. En cambio, los nervios me hicieron tomar la mano
de Frazer y, como idea de último momento, de Cai. Parecía dolorosamente
neutral. Aunque incluso él no podía parar el temblor de su mano cuando
Liora le cortó el aliento a Reese con una patada en el pecho.

Liora avanzó como si sintiera debilidad; se retorció debajo de un


golpe por encima de la cabeza, sacando las rodillas de Reese con un golpe
oportuno, levantando después la espada a su garganta. Hilda lo contó.

Cai gritó mientras Liora corría hacia nosotros.

De alguna manera, todos lo habíamos logrado. La atrapamos en un


abrazo.
Hilda y Wilder murmuraron palabras a los reclutas perdedores
antes de despedirlos y avanzar hacia nuestro grupo. No lo podía creer.
Tysion, Cole: idos.

Hilda retumbó para beneficio del público:

—Felicitaciones a nuestros diez sobrevivientes.

Una breve dispersión de aplausos llenó las gradas.

Hilda continuó:

—Sin embargo, a pesar de las nuevas restricciones, podemos


ofrecer una segunda oportunidad a un recluta afortunado más adelante
en las pruebas. Así que, si acaban de ver perder a su favorito, hay
esperanza. —Con una sonrisa ligeramente forzada, agachó la cabeza y
bajó la voz por nuestro bien—. Devuelvan las armas a la armería.
Después, deben dirigirse a sus cuarteles. Sus instructores se reunirán
con ustedes allí para discutir la naturaleza de la próxima prueba. Pueden
irse.

Hilda se hizo a un lado, y nuestro grupo ahora mucho más pequeño


corrió hacia la habitación lateral y bajó la rampa. Marché directamente a
la armería junto con todos los demás. Me alegré de estar libre de los
guantes y la túnica, pero no de la Utemä. Eso fue difícil de dejar atrás.

Como manada, salimos, dirigiéndonos hacia la salida. Nadie más


se detuvo a mirar a la recluta rechazada, Cassandra Hart.

No la había notado hasta ahora, sentada en un banco de piedra en


un rincón, las lágrimas manchando sus redondas mejillas. Su corto
cabello rubio se estiraba en ángulos extraños como si hubiera estado
pasando sus dedos a través de éste repetidamente.

Vacilé. Frazer se detuvo al instante.

—¿Qué pasa? —me preguntó.

Ignorando la pregunta, fui a sentarme junto a Cassandra.

—¿Hay algo que pueda hacer?


El resto de mi manada se detuvo y se reunieron. Se mantuvieron a
una distancia respetable. Todos aparte de Liora, que nos acompañó en el
banquillo. Cassandra no nos miraba a ninguno de nosotros. Solo graznó:

—Haz que los fae que esperan en las gradas te lleven a ti en vez de
a mí.

Frazer siseó; Cassandra se estremeció.

—No estaba hablando en serio —murmuró.

—¿Por qué estás esperando aquí? —preguntó Liora.

Cassandra se mordió el labio con tanta crueldad que la suave carne


sangró en algunos puntos.

—Hilda me dijo que esperara hasta el final y luego me dirigiera a la


entrada principal de la arena. Ese fae, el que me llevará, estará
esperando.

—¿Quieres que vayamos a verlo contigo? —preguntó Liora


gentilmente, amablemente.

Cassandra se encogió de hombros y olfateó un poco. Probé otra


táctica.

—El fae con el que te vas a encontrar, lo conozco. Es el que me trajo


aquí. Tal vez podría persuadirlo para que te ayude de alguna manera.

Me miró entonces. Un ceño fruncido desafiante.

—¿Por qué un fae de la Caza Salvaje escucharía a alguien que solía


ser su presa?

Una pregunta justa.

Sin embargo, Liora tuvo una respuesta:

—No la subestimes. El fae la considera una amiga.

—No puedes ser amigo de un fae. ¿Estás segura de que no fue otra
cosa? —dijo Cassandra con veneno.

Sus ojos se estrecharon en sospecha y mi espalda se irguió. Aunque


no era solo yo. Frazer se quedó quieto, los labios de Adrianna se
fruncieron; incluso Liora se estaba alejando, la duda se abría paso en su
cara.

Respiré y continué:

—Éramos amigos. Nada más. —Me paré junto a Liora y agregué—:


¿Quieres mi ayuda o no?

Cassandra vaciló, mirando sus botas, frunciendo el ceño.

—Adiós entonces.

Me estaba volviendo cuando me detuvo.

—¡Espera! —Cassandra brincó y frotó la humedad de sus mejillas—


. Si puedes hacer algo… cualquier cosa, te estaré agradecida.

Una inclinación de cabeza fue mi respuesta.

Nadie dijo una palabra mientras caminábamos de regreso por el


túnel de piedra y hacia el otro lado, a la luz del día. Ni siquiera tuve que
buscar a Hutner. Liora inmediatamente lo señaló y dijo:

—Por ahí.

Estaba de pie completamente inmóvil a lado de la gran puerta de


la arena. La foto perfecta de un tonto subordinado. Tan pronto y me vio,
su rostro se levantó con una dulce sonrisa.

Despertó tal gozo, disgusto y tristeza en mí.

Adrianna se colocó a mi lado, su cabeza se inclinó, preguntando:

—¿Ese es el déspota?

La sonrisa de Hunter titubeó. Había escuchado. Por supuesto que


lo había hecho.

—Hilda quiere que regresemos a los cuarteles… podrías estar en


problemas si hablas con él —dijo Adrianna.

—Lo sé.

Adrianna asintió una vez. Sin censura o desacuerdo. Solo


aceptación.
Miré alrededor hacia mi manada.

—No tomes riesgos por mi culpa. Ve. Nos vemos allá.

—No voy a ninguna parte —dijo Frazer, fulminando con la mirada


a Hunter.

Liora chasqueó su lengua y lo tomó del codo.

—No hagas un escándalo.

Él parpadeó y frunció el ceño hacia donde lo había tocado, pero


sorprendentemente, la dejó guiarlo lejos. Bloqueada o no, Liora tenía su
propia marca de magia. Frazer miró sobre su hombro. Envía algo bajo el
vínculo si te da problemas.

Sí, brata.

Me dio una seca mirada ante la obvia exasperación de mis


pensamientos y se giró de vuelta. Cai me dio una rápida sonrisa de
despedida, y Adrianna solo se marchó.

A solas con Cassandra, pregunté:

—¿Lista?

No dijo nada en respuesta, solo miró hacia adelante con la columna


rígida. Tomé eso como un “sí”, y lideré el camino.

Mi corazón saltó hacia mi estómago mientras reducíamos la


distancia. Ropa verde, pantalones de piel café, dagas en sus caderas,
justo como lo recordaba. Los únicos cambios eran que no portaba un
arco, y no tenía abrigo, probablemente por la rápida llegada de la
temporada de verano.

—Hola —dije. Dioses, eso sonaba débil.

—¿Cómo has estado? —Parecía genuinamente interesado. Incluso


preocupado.

La suavidad alrededor de su boca provocó una floreciente ansia en


mi pecho. Sus ojos cafés nunca dejaron los míos, lo que significaba que
aún no había reconocido a la humana que estaba a punto de encadenar.
Señalé hacia mi izquierda.
—¿Supongo que sabes quién es ella?

Las palabras golpearon hacia afuera. Hunter se dio cuenta y


frunció el ceño.

—Por supuesto. Tengo órdenes de acompañar a Cassandra a su


nueva posición.

Estuve a punto de escupirle las palabras.

—¿Y puedes decirnos a dónde va?

Las alas de Hunter se agitaron. El único signo de malestar.

—El Mercado Solar.

—Donde me venderán, otra vez —soltó Cassandra.

Los ojos de Hunter se dirigieron hacia los de Cassandra finalmente.

—Sí.

Mi palma se estremeció; quería abofetearlo. Peo esos impulsos


violentos no servirían de nada. Conteniéndome y entrenando mi voz en
tonos regulares, dije:

—¿No puedes hacer nada para ayudarla?

No hubo respuesta.

—Tú sabes cómo es el Solar Hunter —insistí.

Se acercó más. Apenas un pie nos separaba.

—La ley es clara: un humano sin magia o posición es elegible para


ser propiedad de los fae.

Parpadeé. Propiedad. Esa palabra hizo eco en mi mente mucho más


tarde.

Hunter continuó, gesticulando, claramente agitado. Como si


estuviera desesperado por explicar.

—Ella no lo hizo como soldado. La única ocupación que queda es


empleada doméstica. Es eso, o el prostíbulo. Y estoy suponiendo que no
quiere ir ahí.
—Ella está parada justo aquí —soltó Cassandra.

El foco de atención cambió a ella. Retrocediendo un poco, preguntó:

—¿Quieres ser una puta?

Olvídate de abofetearlo, quería golpear cada centímetro de él.

—No. —Cassandra levantó la barbilla y trató valientemente de


mirar por encima de su nariz a su captor—. Pero lo que quiero no es
importante para ti, ¿verdad? Así que me voy a seguir con lo que puedo
vivir. Si voy a ser propiedad y maltratada. —Su voz se rompió y también
lo hizo mi corazón cuando dijo—: Preferiría que fuera a la luz pública con
otras mujeres a mí alrededor que saben cómo sobrevivir.

Sentí una gran oleada de respeto por ella. Hunter, por otro lado,
simplemente frunció el ceño.

—No todos los hogares son iguales. Y no todos los fae son crueles.
Parece que has escuchado un par de historias de horror y asumes que
todos somos iguales.

Entonces espeté:

—Si no hay peligro, ¿por qué luchaste para traerme aquí?

Su atención se volvió hacia mí.

—Serena. —Fue un gruñido y una súplica.

Él sabía. Ese podrido cobarde sabía lo peligroso que era el Solar


para los humanos.

Mis pensamientos debieron haberse reflejado. Inclinó su cabeza,


murmurando:

—No tuve otra opción.

La tormenta que se hinchaba en la sangre de mi corazón me volvió


salvaje, fría y distante.

—Sí. Sí la tienes. Así que por favor, por mí, lleva a Cassandra al
burdel. Uno de los mejores, si es que esa cosa existe.
Los ojos de color arcilla de Hunter encontraron los míos. Había un
dolor ahí. Uno que no entendí. Finalmente suspiró por la nariz y miró
hacia otro lado, pero también asintió.

—Gracias —me murmuró Cassandra suavemente.

Eso solo hizo sentirme más culpable. Culpable de que una vez
llamé a este fae mi amigo. Esperaba que eso se viera cuando miré por
sobre su hombro hacia sus ojos temerosos y dije:

—Siento no poder hacer más.

Ella trató de ocultar su apretada miseria que agarraba su cuerpo


con un encogimiento de hombros.

—Nunca lo habría hecho como un soldado. Al menos en un burdel,


tendré una oportunidad en la vida. —Continuó con una voz terriblemente
brillante—: Tal vez tendré suerte y un acaudalado fae se enamora de mí.
Oigo que a veces miman a sus putas.

No había palabras en mí. Solo una sensación de frio enfermo.


Hunter de repente agarró mi codo y ordenó a Cassandra que se quedara
en su sitio. Me alejó a una buena distancia, solo se detuvo una vez que
llegamos a la cerca alrededor del aro de entrenamiento. Rodeándome,
suspiró.

—¿Cómo estás realmente?

Parpadeé. Totalmente sin habla.

Girando hacia atrás, siseé:

—¿Cómo… cómo puedes preguntarme eso justo ahora?

Ni siquiera parpadeó.

—No estoy hablando sobre este exacto segundo. ¿Cómo estás


encontrando las pruebas?

Mis labios se separaron en sorpresa.

—Bueno, aparte del miedo constante a fallar y ser arrancada de mis


amigos, fantástico. ¿Cómo estás tú?

Puro sarcasmo.
—¿Ahora tienes amigos? —preguntó con una sonrisa triste—. Eso
es bueno.

Sacudí la cabeza con incredulidad.

—¿Eso es en lo que decides poner atención? —Algo en su postura


hundida me hizo vacilar y suavizar—: ¿De qué se trata esto? ¿Qué está
mal?

Entró en mi sombra. Con una rápida mirada por encima de mi


hombro me susurró al oído:

—Solo acaba de superar las pruebas, Serena. Por favor. No puedo


protegerte más.

Miedo y desesperación rompieron su voz.

—¿De qué estás hablando? —murmuré.

Su aliento caliente me hizo cosquilla en la oreja.

—¿Recuerdas lo que Hilda dijo en tu primer día? ¿Esos otros


campamentos que no te hubieran aceptado y que era una nueva política?

Se recostó un poco hacia atrás para poder mirarme a los ojos. Una
resistente mirada intensa.

—Por supuesto…

Hunter no esperó a que terminara.

—Bueno, ha habido muchos cambios en las políticas de Diana con


respecto a los humanos últimamente. Eso fue uno en una larga lista.
¿Recuerdas lo que dije acerca de los temores de Morgan de un conflicto
con el este?

Estaba ya asintiendo.

—Sí. Hunter ¿Qué…?

—Los rumores sobre la Caza sugieren que alguien está alentando


a Morgan a acelerar las preparaciones para la guerra. Eso es por lo que
está interfiriendo más con la Corte de la Tierra de los Ríos. Primero,
haciendo que Diana rompa sus reglas sobre comprar y entrenar
esclavos…
Había escuchado esto último antes. Lo detuve con un gesto de mi
mano.

—¿Qué tiene que ver esto con creer que debes protegerme?

Hunter humedeció sus labios. Un susurro ronco siguió.

—En el pasado, los reclutas que fallaban las pruebas más de una
vez eran revendidos en la Tierra de los Ríos, y a menudo se convirtieron
en empleados domésticos en casas de altos nacidos o en la corte.

Una punta fría bajó por mi columna vertebral al pensarlo.

Continuó rápidamente, en voz baja:

—Pero Diana ha cambiado sus leyes otra vez. Todo para acomodar
los esfuerzos de guerra de Morgan. Así que ahora, la Caza es llamada
para escoltar las fallas de la Corte Solar, donde las entregamos a las
arañas.

Me balanceé, y la tierra se movió conmigo. Luché para calmar mis


pensamientos, para aclarar mi mente.

—¿Qué querría Morgan con los desechos de Diana?

Su respuesta apenas fue audible.

—Oficialmente, la Caza Salvaje no hace preguntas. Tomamos


órdenes.

Una pausa, durante la cual mi piel se escurrió.

—¿Qué hay extraoficialmente? —le pedí.

Hunter se puso increíblemente rígido.

—Morgan cree que los campamentos de Diana crean soldados


blandos, y se impacienta. Es por eso que no presionó para obtener una
segunda oportunidad y para que los reclutas más débiles fueran llevados
al Solar. Desde ahí, Morgan planea transformar a los humanos en
guerreros reales y volver a reclutarlos para ejércitos de Solar. Hilda solo
le dio la oportunidad de regresar hoy porque Diana le ordenó que lo
hiciera. Mi suposición es que quería asegurarse de que su hija llegue
hasta el final.
Mi núcleo se tensó en respuesta. Estrellas, a Adrianna no le
gustaría eso.

Hunter miró hacia otro lado. Mierda. Parecía… sospechoso.


Culpable.

—¿Hay más? —insté.

Los adoloridos ojos de Hunter se desviaron de nuevo hacia los míos.

—Los campamentos de Solar no son gentiles con los humanos.


Están separados de los reclutas fae para que las amistades, como las que
has desarrollado, no ocurran. Entonces, son forzados a duros ciclos de
entrenamiento. Más severo que en Kasi, de todos modos.

Parpadeé. Severo.

De repente, me agarró del codo y me clavó una mirada amplia que


tenía el aspecto de un animal acorralado. Había visto tanto miedo antes,
en el juego que mi padre atraparía, en los conejos que descubrirían el
cuchillo destinado a sus gargantas. La vista siempre me había hecho
sentir nauseas, y ahora ese mismo horror se apoderó de mis entrañas.

Hunter comenzó:

—Morgan ha decretado que es un desperdicio para los humanos


convertirse en empleados domésticos ahora que el este está revuelto. No
pasará mucho tiempo antes de que declare que todos los humanos son
propiedad del ejército. Todos excepto los brujos, quienes formarán sus
propias unidades. ¿No entiendes lo que estoy diciendo? Los
campamentos de la Tierra de los Ríos, sus ejércitos, son el único lugar
seguro que queda para ti. Y empujé por cada favor, cada cuerda, para ser
el que viniera aquí en servicio de escolta. Todo para poder advertirte. Si
pierdes una prueba, corre.

Me tomó unos cuantos parpadeos aturdidos antes de que algo


finalmente hiciera clic.

—¿Qué hay de Cassandra?

Sus alas se crisparon. Aunque podría haber sido un temblor.

—No hay nada que hacer. No puedo hacer lo que ella quiere. Ambos
seremos asesinados.
Ese tono resignado. Había mentido.

El disgusto me hizo separarme y empujarlo hacia atrás. Estaba por


girarme para gritarle a Cassandra que corriera, pero él me jaló de nuevo,
su agarre mordiendo. Silbando por lo bajo dijo:

—¿No lo entiendes? Estoy arriesgando todo solo para decírtelo.


Todo lo que he pensado en el último par de meses es tratar de encontrar
todo lo que puedo. He mentido, he… —Se detuvo, su rostro arrugado.

Suficiente. Había terminado.

—No más excusas.

Un bajo gruñido reverberó. Una advertencia de una sola palabra.


Llamas y sombras se agolparon en sus ojos, su agarre se apretó, y me di
cuenta que nunca me había dejado ver este lado antes. Este era su otro
rostro, el que no tenía misericordia. ¿A dónde se había ido mi amigo?
¿Había existido siquiera?

—¿Ni siquiera vas a advertirle? —mi voz era suave, tan suave.

Fue entonces cuando la oscuridad en él se escabulló. Me soltó, y


sus brazos cayeron a los costados. Un vacío inquietante hizo eco en su
voz.

—Un buen cazador sabe que es mejor si la presa no ve venir el


cuchillo.

Parpadeé y espeté:

—Estás enfermo.

Hunter parecía que había sido atravesado por el estómago.

—Lo estoy intentando Serena. Quiero ser digno...

—Esfuérzate más.

Me giré para decirle a Cassandra. Ella merecía una podrida


oportunidad.

La sangre se cristalizó en mis venas. Dimitri estaba ahí, hablando


con ella. Entonces sus malévolos ojos voltearon a vernos. Se dirigió
directamente hacia nosotros.
—¿Qué es esto? —dijo, arrastrando las palabras mientras se
detenía—. ¿Seguramente no es otro de tus amantes fae?

Su voz era burlona y aceitosa. Resistí la tentación de golpearlo


directamente es su boca sonriente, y traté de sonar ligera y agradable en
mi respuesta.

—Lo siento, no sé de lo que estás hablando.

—¿No? —canturreó—. ¿Qué hay del pobre Wilder? ¿O finalmente


lo has rechazado? Supongo que ahora que ya no recibes ningún beneficio
como estudiante, no te mereces la pena de esforzarte por él.

Te está incitando. Mantén la calma, advirtió Tita.

Mi barbilla subió un poco.

—Nunca hubo nada entre nosotros.

Su perezosa sonrisa hizo que mis ojos se estrecharan. Bastardo.

Rondó cerca; no me moví ni una pulgada. Me estudió por un


momento, puro desdén escrito en cada línea de su rostro. Luego escupió
en el suelo a mi lado.

—¿Qué hay de tu protector sin alas? —gruñó—. Son claramente


amantes, dados sus esencias, pero su reacción hacia ti en la arena no fue
la correcta o normal.

—¿Normal? —expresé delicadamente.

Un error para burlarse de la serpiente; golpeó de vuelta:

—Se preocupa por ti mucho.

Ahogué el maltrato que tanto anhelaba lanzarle. Y logré una


respuesta educada, apenas.

—Somos amantes y aliados. No es contra la ley.

Mostró los dientes y soltó un suspiro, lo que hizo un ruido extraño


cuando golpeó la brecha en sus dientes frontales. Y sin embargo, no dijo
nada.
Hunter se movió silenciosamente a mi lado. Solo podía adivinar lo
que estaba pasando por su cabeza en ese momento. No estaba segura de
que me importara. Déjalo pensar que yo era una puta. Obviamente no le
importaba soltar la palabra.

Los ojos de Dimitri se lanzaron entre Hunter y yo como si buscara


una revelación. Retorció su cuchillo más profundo al decir:

—Tienes algunos amigos muy interesantes para un humano


perfectamente normal. No solo tienes el afecto de un Guerrero
experimentado y previamente célibe…

Casi me atraganto. ¿Célibe?

—…sino que también te has acostado con un desviado sin alas que
parece que no puede dejar de correr para rescatarte. Y por la mirada de
dolor que éste te ha disparado durante nuestra conversación… —Dimitri
hizo un gesto hacia Hunter—, ¿supongo que también están involucrados
de alguna manera?

Silencio. No me atreví a mirar de reojo su reacción.

Dimitri se giró hacia Hunter y le chasqueó la lengua.

—Quieres ser más cuidadoso. Sirves a la Corte Solar, sirves a la


Reina Morgan. No podemos comprometer nuestros juicios, ¿o sí?

—Somos amigos. Eso es todo —soltó Hunter, frío y desafiante.

Dimitri parecía triunfante. Oh, estúpido, estúpido…

—Un miembro de la Caza amigo de un humano. ¿Me pregunto


cómo se produjo eso?

Había tenido suficiente.

—¿Hay un punto para esto? ¿O podemos irnos?

Di un paso. Solo uno. Y Dimitri cerró la brecha, bloqueándome con


un brazo, y colocándose cerca de mi oído.

—Mi punto es que atraer a tantos fae notoriamente difíciles para


meter sus penes en ti, significa que debes tener talentos ocultos —dijo,
pequeñas chispas golpeando un lado de mi rostro—. Y si has ganado su
lealtad, o los dioses no lo permitan, su amor, entonces esa es una fuente
de gran preocupación para mí. Hay muchos otros que comparten mis
creencias. Te aconsejo que te limites a los de tu propia clase. No te daré
la cortesía de advertirte de nuevo.

Sus tonos suaves enviaron a mi piel espasmos de disgusto.

—Considérame advertida.

Se apartó, sus ojos oscuros brillando maliciosamente.

—No te dejes engañar; nuestra clase puede follar y disfrutar de la


tuya. Pero, ¿amor, respeto, lealtad? Esas cosas no pueden existir.

Quería morderlo, arañarlo y destrozarlo en pedazos.

—¿Por qué no? —reté.

Sus ojos se hincharon, lívidos.

—Porque no somos iguales. No podemos aparearnos con ustedes,


o casarnos con ustedes, o hacer niños. Los monstruos de esas uniones
son conocidos por ser inestables. ¿Entiendes ahora? —preguntó con
fervor.

Mis labios se separaron; para decir qué, no lo sabía.

—Creo que lo entiende Dimitri.

Dimitri se giró. Wilder se dirigía hacia nosotros, con una expresión


sombría en su rostro.

—Aquí estaba yo pensando que te habías aburrido de ella — Dimitri


graznó, una risa cruel en cada nota—. Pero todavía estás dispuesto a
interpretar su salvador. ¿No fue el tiempo en el bosque suficiente?

Wilder se detuvo junto al hombro de Dimitri. Miró por encima de


su nariz y contestó:

—No estaba enterado de que necesitara ser rescatada. Vine aquí


por ti, no por ella. Goldwyn te está buscando —dijo, señalando con su
barbilla.

Goldwyn había aterrizado atrás de nosotros y estaba ahora


conversando con Cassandra. Ella nos vio mirar fijamente y saludó a
Dimitri. Con una cara como la leche agria, él me lanzó un labio rizado y
se marchó.

—Creo que también eres necesario —dijo Wilder, mirando a


Hunter.

Parecía desconcertado.

—¿Lo soy?

Wilder era piedra.

—¿No tienes prisioneros que transportar?

Me arriesgué a mirar a Hunter; sus hombros se tensaron, y sus


alas se apretaron contra su espalda.

—No los llamamos ‘prisioneros’.

Eso. Eso fue el punto de quiebre. Una expresión estúpida,


desafiante. No podía soportar mirarlo.

—No importa cómo la llames. Eso es lo que ella es. Ahora, vete —
ladró Wilder.

—¿Serena?

Oh Hunter. Había tal suplica en su voz. Una súplica para mirarlo,


para decirle adiós. No iba a dárselo, pero entonces…

Mis ojos se engancharon en Cassandra. Así que tiré mi orgullo a


un lado, y giré, moviéndome para abrazarlo. Él respondió con más
entusiasmo del que debería, considerando que la mirada vigilante de
Dimitri todavía estaría en nosotros. Lo apreté; una parte viciosa y
despiadada de mi quería hacerle daño. En su lugar, susurré, muy, muy
despacio:

—Intenta Hunter, por mí. No le mientas. Ella merece más. Los


humanos merecen más.

Sentí su pecho expandirse, hinchándose de emoción. Estaba a


punto de dar un paso atrás, pero él me sostuvo.

—Deberías saber, no olvidé mi promesa. Les he avisado en el


Guantelete.
Oh estrellas, John y Viola.

Mi corazón se estaba rompiendo.

Fue entonces cuando me dejó ir. La sonrisa que le di no era falsa.


Era mi forma de agradecerle.

—Entonces adiós.

Me dio un asentimiento. Como para decir que nos veríamos de


nuevo. Lo observé mientras caminaba hacia un lado de Cassandra;
Dimitri y Goldwyn ya habían desaparecido.

Hunter estaba hablando con Cassandra en susurros apresurados,


luego, cachetada.

Cassandra golpeó a Hunter en la cara. Él no dijo ni hizo nada sobre


eso, solo la alzó en brazos. Ella no luchó. ¿Por qué no lo haría? ¿Él le
había dicho la verdad? ¿Pensó que era inútil defenderse?

Hunter se disparó hacia el cielo. Esta vez me negué a sentir su


pérdida como antes. Una niña había sentido esas cosas. Una niña que
había creído que podríamos ser amigos. No más.
Té y Whiskey
Traducido por Wan_TT18

OBSERVÉ HASTA QUE Hunter y Cassandra se convirtieron en una


pequeña mancha, y la niebla se había alejado de las colinas. El claro cielo
azul, ahora enmascarado por nubes doradas de ceniza y lluvia incesante,
coincidía exactamente con mis sentimientos.
Esa podría haber sido tan fácilmente yo en sus brazos.

Pero no es así, Tita dijo suavemente.

Solté un aliento salvaje, respirando su nombre. Hunter. Eres un


estúpido, dulce, cruel dolor de cabeza. ¿Cómo pudiste?

Wilder no había movido un músculo; se había quedado a mi lado.


Eventualmente, con mi corazón aún pesado, mi cabeza se inclinó para
descubrir que me estaba mirando. Había una ligera inclinación de su
cabeza hacia la izquierda, y luego se alejó. Seguí un poco por detrás, mi
corazón saltaba mientras me llevaba a su vivienda. Cerró la puerta detrás
de nosotros y se giró, preguntando:

—¿Estás bien?

—Define “bien”.

Wilder no pestañeó.

—Siéntate. Nos hare un poco de té.

Algo en mí se ablandó y se calentó con eso.


—En realidad, esa cosa que estabas bebiendo el otro día parecía
hacerlo muy bien.

Un conciso asentimiento.

—Traeré los dos.

Se fue a un salón anexo, presumiblemente a la cocina. Caminé


hacia la chimenea fría, eligiendo sentarme en la alfombra deshilachada.
Curiosamente, ahora me tranquilizaba estar aquí, cerca de él, entre los
aromas de la madera y el pergamino en sus libros. Esos tomos se
extendieron sobre mí, rodeándome. Algunos grandes y encuadernados en
cuero, otros con el tamaño de palmeras en tapas de hojas; algunos
estaban escritos en la elegante escritura Kaeli, pero la mayoría estaban
en la lengua común, compartidos por fae y humanos por igual. Me
pregunté si se había dado cuenta o incluso si le importaba no haber
devuelto el libro que me había prestado: La Canción Más Oscura. Había
echado un vistazo a través de sus páginas y me había absorbido. El
contenido había sido familiar e inquietante: leyendas de los dioses y las
tres cortes míticas.

Allí estaba la famosa corte de luz entre las estrellas, donde las
almas buenas se divertían con la luz, la música y el arte. Y, por supuesto,
la corte oscura que estaba ubicada debajo del volcán sin nombre. Los
malhechores, los demonios y toda clase de criaturas retorcidas
encontraron su hogar allí. El tercer reino era la luna, o la corte "espejo",
donde residía el destino.

Cada niño en el Guantelete conocía las descripciones de los dioses


y sus cortes. Crecimos escuchando sobre ellos a través canciones e
historias. Ahí es donde terminó Tunnock; la adoración ferviente había
caído en desgracia. Viola me había dicho que la mayoría de la población
estaba demasiado ocupada sobreviviendo para orar por ayuda que nunca
llegó.

Pero un fae había escrito La Canción Más Oscura como si los dioses
y las cortes fueran reales. Era una historia escrita, no un tomo religioso.
Ninguno de mis estudios con Viola había revelado la mitad. Por supuesto,
los humanos en el Guantelete siempre habían sabido que nuestras
creencias religiosas persistentes habían sido compartidas por los fae. Si
se le creía al libro, entonces los humanos habían perdido mucho. Nuestra
espiritualidad era ceniza y caprichos en comparación con el rico tapiz
presentado en La Canción Más Oscura.

La curiosidad sacó lo mejor de mí. Tal vez había libros similares


entre los montones. Escogí uno con una cubierta en relieve dorado y
revolví sus páginas, pasando las yemas de mis dedos sobre pergamino
seco y tinta, bebiendo en la sensación táctil. Incluso levanté el libro hasta
mi nariz para respirar ese olor reconfortante y mohoso.

Mis ojos escudriñaron la página. Era exactamente el tipo de libro


que esperaba que Wilder tuviera: estrategias y tácticas de batalla.

Descartándolo, agarré otro que resultó ser un poco más


interesante. Un héroe con una misión. Una hermosa doncella. Nada
original, pero me la imaginaba bastante emocionante.

La siguiente me sorprendió; Poesía, dedicada al amor de los fae por


el mundo natural. Me perdí en algún lugar en prados y colinas.

Me dio ganas de ver lo real. Miré por la ventana a la derecha. Las


nubes de lluvia ahora cubrían las montañas, pero el camino hacia el
muro todavía estaba despejado. La última vez no se me había ocurrido
cuán expuestos estábamos. Ni siquiera había cortinas. Dimitri podría
caminar justo por aquí y verme descansando.

Wilder regresó al salón con una bandeja con dos tazas y dos vasos.

—¿Te gusta la poesía?

—Sí. —Cerré el libro con un chasquido y lo puse a un lado.

Se agachó y colocó la bandeja frente a mí.

—Lo siento si no es más. Realmente no estoy preparado para tener


compañía.

Las tazas de porcelana estaban llenas de un té de color rubí,


mientras que los vasos contenían el mismo líquido oscuro que había
bebido la última vez que había estado en su habitación. La curiosidad me
impactó.

—¿Cómo se llama esa cosa ámbar?

—Braka. Lo más cercano para los humanos es el whisky.


Wilder hizo a un lado los libros de la alfombra para tener más
espacio para arrodillarse frente a mí. Se había quitado las gruesas botas
que usualmente usaba y ahora estaba descalzo en mi presencia. Se sentó
y cruzó las piernas, frotándose la nuca.

Había algo tan casual, tan humano en sus acciones, su expresión.


Ese pensamiento me obligó a sofocar una sonrisa. Continué mirándolo
desde debajo de mis pestañas mientras levantaba su taza. Decidida a no
ser sorprendida mirando, hice lo mismo y metí la nariz en mi taza,
respirando té de frambuesa y miel. Felicidad.

El perfume me ayudó a aclarar mi mente. Respiré y dije al exhalar:

—Wilder, ¿por qué estoy aquí? ¿No escuchaste lo que dijo Dimitri?

—En realidad, no —dijo, frunciendo el ceño—. Goldwyn lo vio


hablar contigo y vino a buscarme como apoyo. Solo atrapé el final de su
conversación.

No me dio nada más.

—Oh.

Tomando un sorbo lento de su té y mirándome, dijo:

—¿Qué más dijo?

—Estoy segura de que puedes adivinar. —Me encogí ante la


amargura entrelazada en mis palabras. Tratando de moderar mi voz,
dije—: No me quiere cerca de ti ni de ningún otro macho fae.

Las manos de Wilder se apretaron alrededor de su taza.

—Te amenazó.

Una declaración. No una pregunta.

—Sí.

Se quedó mirando el suelo durante un buen minuto, sin decir nada.


Tomé un sorbo de la fragancia con aroma a fruta, y aprovechando su
atención en otra parte, mis ojos traidores se fijaron en los mechones de
cabello que caían alrededor de su cara, en el delicado pliegue entre sus
cejas.
Finalmente, esos ojos verdes volvieron a encontrar los míos.

—¿Qué pasa con los fae de la Caza Salvaje?

Fuera de mi ensueño, espeté:

—¿Hunter? ¿Qué hay de él?

—¿Necesitamos estar preocupados por él?

No pude evitarlo.

—¿Nosotros?

La cara de Wilder se contrajo; su concentración se resbaló y su taza


cayó sobre la bandeja, rociando té por todas partes.

—Maldita sea.

Estaba goteando. La risa salió de mi nariz.

Limpiándose la cara con el dorso de la manga, murmuró:

—Sí, nosotros. Porque estoy preocupado por ti.

Mi risa murió.

Sin molestarse en secar su túnica de cuero ajustada, continuó, tan


seriamente:

—Cuando peleaste con Jace, Frazer no pudo mantener sus


instintos bajo control. Así es con los vínculos cuando se crean por
primera vez. Y Frazer ya parece dañado. —Casi empecé a estallar, pero
se apresuró a explicarse—. Quiero decir, es sobreprotector, incluso para
un fae macho. No lo culpo, ¿cómo podría no estarlo? Sufrió el peor destino
imaginable para un fae, y pasó años en silencio. La soledad y el
aislamiento deben haber sido aplastantes.

Esas palabras fueron una flecha para mi corazón. Oh, Frazer.

—El problema es que tales sentimientos tan intensos para un


humano, se notaron. Cuando Jace te inmovilizó, Adrianna tuvo que evitar
que Frazer corriera hacia ti. La gente vio eso. Es por eso que Hilda no le
ordenó a Jace que te echara: estaba demasiado distraída.

—¿Por qué no detuviste a Jace? —pregunté inocentemente.


—Porque estaba ocupado, observando a cualquier persona que
estuviera mostrando interés en tu conexión, lo que hicieron. Dimitri sabía
de nosotros, vio la reacción de Frazer y, justo después, te encontró
hablando en privado con un hombre de la Caza. —Sus ojos se cerraron
como si le doliera—. El hielo se está derritiendo bajo tus pies, Serena. Los
monstruos acechan. Así que sí, nosotros tenemos que estar listos.

La piel de gallina erizó mi piel. No sabía qué esperaba que dijera a


continuación, pero definitivamente no fue lo que dijo.

—Y una forma de hacerlo es que te acompañe durante la sexta


prueba.

—No puedes —dije en voz más alta de lo que pretendía—. Estamos


destinados a hacerlo solos.

Tita resopló un poco. Sabía porqué. Ya estaba haciendo trampa,


porque Frazer había insistido en acompañarme.

Wilder me miró fijamente. Se inclinó hacia adelante.

—¿Quién te dijo eso?

Evitando su mirada y tragando saliva, respondí:

—No puedo decirlo.

—¡Serena!

Me encogí. Sabía que odiaba que me ladraran así.

—¿Qué?

Parecía tenso llegando a su punto máximo. Esperaba que gritara,


pero sus ojos simplemente ardían.

—Realmente no me lo vas a decir?

Me arrepentí, solo lo suficiente para confesar un poco.

—Es la misma persona que me contó más sobre mis parientes.

Wilder se frotó el rastrojo, su expresión era una mueca. Continuó:

—Bien. Puedo vivir sin saber tu fuente misteriosa. Pero haciendo


trampa o no, no puedo dejarte ir solo cuando tu vida pueda estar en
peligro. Dimitri podría usar fácilmente esta prueba como una
oportunidad para capturarte y llevarte antes que Morgan.

Mi sorbo de té fue por el camino equivocado. Escupiendo, dije:

—¡No he hecho nada malo!

Su rostro se puso serio.

—Dimitri no lo ve así. Eres una humana Te has acercado


demasiado a cierto fae. Como yo, por ejemplo.

Fue mi turno de golpear mi taza en la bandeja.

—¿Eso es? ¿Ese es mi crimen?

La mirada de Wilder hervía con furia en una profunda y oscura


emoción.

—Es mi crimen. No es tuyo. Porque estaba equivocado. Por lo que


has dicho, la esencia de Frazer no lo ha convencido de que no hay nada
entre nosotros. Eso, y sus incesantes golpes conmigo últimamente me
hacen pensar que está planeando algo.

—¿Golpes? —pregunté débilmente, apoyando mis manos en mis


rodillas.

Obtuve una pequeña sonrisa triste a cambio.

—Dimitri sigue insinuando que mi tiempo en el exilio debe llegar a


su fin; de lo contrario, me olvidaré de lo que es ser fae. Básicamente,
piensa que me estoy volviendo suave.

Tomó un segundo sumar dos más dos. Un pequeño jadeo se escapó


cuando se me ocurrió.

—¿Morgan? ¿Quiere que vuelvas con ella?

Aspereza marcó la risa dura de Wilder. Cogió su vaso de braka y


comenzó a girar su contenido. Casi pierdo la paciencia, pero luego dijo:

—Morgan me quiere que vuelva. Nunca ha podido controlarme. No


completamente. La intriga y la enfurece, siempre lo ha hecho. Y Dimitri
es su perro fiel. Cualquier cosa que ella desee, él quiere conseguirla. Y lo
he intentado —resopló—. Dioses, he tratado de convencerlo. Para evitar
que piense que ha encontrado cómo controlarme a través de ti. Porque si
pensara que ha encontrado la correa adecuada para arrastrarme de
regreso a ella, haría cualquier cosa para obtenerla.

La repulsión en su voz envió una línea de furia caliente que cortó


mis sentidos.

Resopló, disgustado, y tomó un trago de su bebida. Sacudida, seguí


su ejemplo y llevé el vaso a mis labios. Los sabores explotaron en mi boca:
café, caramelo, coco y algo parecido al cuero. Tosí y me encogí.
Parpadeando el fuerte sabor, encontré a Wilder mirando fijamente. Su
rostro era... intenso, en busca de algo. Me hizo marear. O tal vez esa fue
la bebida.

Se tomó otro trago del brebaje asqueroso. Yo también.

La mejilla de Wilder aleteó mientras aspiraba aire para despejar


sus sentidos.

—Mira, Dimitri no es estúpido. No hará un movimiento en Kasi.


Hay demasiados ojos en ti, demasiados fae haciendo preguntas si algo
sucediera. La hija de Diana es una de ellos.

—¿Pero en el desierto, soy vulnerable? —lo interrumpí.

Un breve asentimiento y una sonrisa de lado respondieron.

—Sí, así que voy contigo.

La línea de su mandíbula era de granito. Absoluto. Inflexible.

Hablé igual de fuerte.

—Mira, la verdad es que Frazer quiere ir conmigo. Así que no tienes


que hacerlo. No soy tu responsabilidad.

Su expresión se endureció hasta parecer primitiva y feroz.

—Sí. Lo. Eres.

Parpadeé por la intensidad allí. Parecía enfermo, malhumorado,


mientras contemplaba su vaso casi vacío. Mi corazón cayó con un gran
zumbido. Por supuesto. Probablemente le recordé a los que no había
protegido cuando estuvo con Morgan. Dije lo único en lo que podía
pensar.
—No hiciste que me sintiera atraída por ti —sonaba triste.
Silenciosa.

—Cierto —comenzó, tan suavemente dicho—. Pero si viajas a pie,


serás rastreable y abierta a ser atacada. Y entiendo por qué él quiere ir
contigo, pero estarás más segura en el aire, conmigo.

Reprimí una réplica. Porque tenía razón. Eso no lo hizo más fácil
de digerir. Esto no era lo que quería: que él me viera como un deber
oneroso.

—Entonces, ¿cómo funciona eso? ¿Simplemente salimos juntos del


campamento?

—No —dijo con suavidad—. Nos encontraremos en algún lugar


fuera de Kasi. ¿Cuánto sabes exactamente sobre el juicio?

Mi lengua se movió sobre mis labios, mojándolos. Wilder siguió la


acción, poniéndome aún más nerviosa.

—Tenemos que devolver un objeto o una criatura poderosa, algo


digno de una búsqueda.

Una risa incrédula reverberó en su pecho. Puso su vaso en la


bandeja que descansaba entre nosotros.

—Sí, eso es correcto. Y dura catorce días. ¿Has elegido algo?

Asentí.

La manada ya había deliberado sobre qué elemento


recuperaríamos cada uno, tomando decisiones basadas en la distancia y
las fortalezas individuales. Cai había elegido la garra dorada del tigre,
Liora había reclamado el fuego del dragón, que resultó ser mucho menos
aterrador de lo esperado; los restos de la magia del dragón se podrían
encontrar en acantilados de cristal que se derritieron y moldearon hace
eones. Adrianna había ido a por la pluma de Fénix, y Frazer había
insistido en ayudarme a recuperar el sombrerero mortal, mientras que
también completaba su propia búsqueda. Había planeado traer de vuelta
la piel de un navvi sprite: una criatura rara cambia-forma.

Había elegido ese sprite porque sus lugares de caza estaban en el


Paso Barsul, cerca de donde crecía el sombreado. Pero si Wilder tomaba
el lugar de Frazer, no sabría cuál sería su reacción. Traté de ver el lado
positivo: al menos le daría más tiempo para cazar. Estaría más seguro.
Pero este era Frazer; no aceptaría esas razones.

Ugh. Estaba jodida.

—¿Serena? —preguntó Wilder.

Mi respuesta fue plana.

—Estoy trayendo de vuelta la savia de la planta de belladona.

Wilder pareció sorprendido, pero su voz se mantuvo neutral.

—¿Sabes dónde crece?

—Al norte, en el Bosque de Attia, cerca del Paso Barsul.

Pensé que podría hacer más preguntas, pero él simplemente dijo:

—Está bien. En tres días, al amanecer, sal por la puerta trasera y


entra en el bosque. No vayas lejos y no vayas sola. Camina con alguien
de tu manada. Nos encontraremos allí y volaremos hacia el norte.

—¿Cuánto tiempo para ir y volver?

—Todo depende de cuánto tiempo se tarde en conseguir la


belladona. Lo que realmente quiero saber es qué planeas hacer después
de la séptima prueba. —Una pregunta tan cuidadosa.

Mi boca se secó al verlo empujando la bandeja a un lado con un


movimiento suave. Nada estaba entre nosotros ahora. Con cada músculo
encajado, no sabía qué hacer con mi cara, mi cuerpo, mis manos.

—¿Qué quieres decir?

Una leve arruga se grabó en su frente, y sus cicatrices se tensaron


mientras respondía.

—Existe la posibilidad de que, por mi culpa, no solo tengas


rastreadores de la Tierra de los Ríos que traten con desertores en tu
sombra; tendrás arañas. Si eso sucede, necesitarás más protección.

No debería decirle, pero estaba hablando antes de que pudiera


detenerme.

—Tendré a mi manada.
Wilder estaba de repente allí de rodillas, tirando de mi barbilla
suavemente hacia él para que nuestros ojos se encontraran. Su mirada
era abrasadora, exigente, y mi pecho se incendió.

—¿Estás diciendo que todos van contigo? ¿Incluso Adrianna?

Mantuve mi boca cerrada. Ya había dicho demasiado.

Dejó caer mi barbilla y se balanceó sobre sus talones. Wilder


continuó, usando tonos secos y divertidos.

—Ya veo. Ya que toda tu manada se va a esconder contigo, ¿puedo


asumir que tienes un plan y un destino en mente? Porque me gustaría
saber a dónde huyo. Antes de que llegue.

Parpadeé. Espera... ¿Qué?

—¿No te diste cuenta de que me había incluido en tu plan de


escape?

Allí, una contracción de sus labios que hizo que mi corazón se


expandiera hasta que fuera demasiado grande para mi pecho. Hasta que
dolía y dolía con todas las emociones correctas.

—¿Por qué? ¿Por qué harías eso?

—No puedo quedarme aquí. Ya no. Dimitri podría ser un saco


hinchado, pero sería estúpido subestimarlo. No pasará mucho tiempo
antes de que se mueva contra mí.

Una explicación bastante simple, y no lo que esperaba.

Sus ojos siguieron cada uno de mis movimientos cuando llevé el


vaso medio lleno a mis labios y tomé dos largos tragos, drenándolo hasta
secarlo. El calor cubrió mi lengua y garganta, provocando un incendio en
mi pecho y vientre. Encendió mi alma, dándome coraje. Puse el vaso a mi
lado, de repente en un humor atrevido.

—No tienes que venir con nosotros para irte.

Sus cejas se juntaron.

—No, pero...
—Podrías irte después de que me hayas regresado de la sexta
prueba. Ciertamente, estarías más seguro sin que nosotros te
desaceleremos —dije, con voz ronca.

Wilder interrumpió mis divagaciones.

—Tal vez, pero hay fuerza en los números.

Y eso fue todo. Solo me miró. Probé con una broma.

—¿Estás seguro de que esto no es solo una excusa para huir


conmigo?

Mortal. Doloroso. Silencio.

Cerré los ojos, protegiéndome de su rostro sombrío, rezando para


que el mundo me tragara por completo. No había sido divertido, pero
vamos...

El silencio siguió y siguió. Abrí los ojos para decir:

—Ya te dije que esto no es tu culpa. No quiero que me veas como


una podrida carga.

Un músculo se contrajo en su mejilla.

—¿Cuántas veces tengo que decirlo? Solamente te dejé sola para


protegerte de fae como Morgan y Dimitri. Y fallé. Así que ya no hay razón
para seguir con la jodida simulación, ¿verdad? Y tal vez no fui claro. —
Estrellas, parecía enfadado—. Déjame ser ahora: no solo voy porque esto
es parcialmente mi culpa. Quiero ir para que no nos separemos.

Eso, allí, revolvió mis entrañas. Floté hasta mis rodillas para que
estuviéramos al nivel de los ojos, y dejé que mi mano se deslizara hacia
la línea de su mandíbula. Solo un dedo. Su cuerpo se tensó ante mi toque,
pero no se alejó. Así que dejé que mi otra palma aplanada subiera a su
pecho para colocarse contra él: un macho cálido y sólido.

Esperé el inevitable retorcimiento de vergüenza, pero nunca llegó.

—Wilder...

De repente, sentí que algo se rompía y cedía dentro de él. La


frustración desapareció de su cuerpo y cara; sus ojos claros se pusieron
vidriosos. Bajando su cabeza, moviendo su boca a la punta de mi dedo,
retumbó un ronroneo gutural: "Serena".

Mis pensamientos se dispersaron. Como ser golpeada en la cabeza


con una piedra. Se acercó un poco más. Unas oleadas de aliento caliente
acariciaron mi mejilla; olía a braka y respiré coco y caramelo y quise
probarlo, probarlo a él.

Sus manos, grandes y ásperas, aseguraron mis caderas.


Poniéndome en su lugar. Un movimiento tan cuidadoso. Como si no
estuviera seguro de si acercarme o alejarme. Luego, finalmente, se inclinó
hacia adelante y la longitud de su nariz se deslizó por la mía hasta que
estuvimos tocando nuestras frentes.

Estaba a punto de quemarme. Mi mano en su pecho se curvó en


un puño, agarrando su ropa, mientras que la otra vagaba, deslizándose
en su cabello. El deseo—el anhelo—golpeaba contra mi interior, golpeaba
contra mi núcleo.

Un sonido sin aliento y entrecortado salió de él.

—Tenemos que tomar esto lento. Soy fae, y tú eres humana. Yo...
Necesitamos llegar a un acuerdo con lo que eso significa. Estamos
destinados a perdernos.

El nudo en su garganta me hizo respirar. Quería confesar mi


herencia, pero mi cuerpo cantó, Todavía no, todavía no, todavía no.

—Estoy hablando en serio. —Miró con una ceja baja.

Sin duda.

Dejé que mi mirada revoloteara hacia sus labios y festejara allí.

—Excusas, excusas —murmuré y me burlé.

Algo brilló en sus ojos. Como un rayo vislumbrado a través de un


dosel de hoja perenne. Esa hermosa boca se curvó, transformándose en
una sonrisa. Pura. Juguetona. Sus dos manos dejaron mis caderas para
rozar mis costillas, y luego bajaron hasta mi trasero. Dos palmas se
aplanaron, y en un movimiento deliberado y lento, me jaló otra pulgada
para que nuestros cuerpos se presionaran entre sí. Esa boca fue a la nuca
de mi cuello.
Esperé, sintiendo un hormigueo en mi columna vertebral.

Un beso, parecido a una polilla y suave, tuvo una emoción


corriendo por mis venas. Mi pecho se congeló, y mis tripas hirvieron
cuando sus labios se movieron por la curva de mi garganta. Otro beso y
otro y otro hasta que Wilder había dejado un rastro de manchas ardientes
en mi piel. Luego, sin tener a dónde ir, sus dientes se engancharon en el
lóbulo de mi oreja. Solo una pequeña presión aguda, unida por una racha
de placer que me hizo fundir y moldear mi cuerpo contra el suyo.
Arqueando solo un poco...

Me quedé sin aliento cuando se detuvo en una acción fluida y


extendió su mano.

—Vamos, tentadora. Te vas antes de que mi control se deslice


completamente.

Cualquier carga que había estado construyendo en mi sangre se


murió.

—Estás bromeando.

Le di mi mejor ceño fruncido. Una silenciosa risa áspera fue su


única respuesta.

Bastardo.

Agarró mi muñeca y suavemente me levantó. No había nada de


deseo en su rostro. Busqué y busqué. ¿Cómo ratas pudo apagarse así?

Wilder hizo un gesto hacia la ventana con nuestras manos ahora


entrelazadas.

—Podría ser más seguro si sales de esta manera. Incluso Goldwyn


no pudo haber mantenido ocupado a Dimitri todo este tiempo.

Dejé que me llevara a la ventana de la bahía.

—Sabes, para alguien tan cauteloso, realmente deberías pensar en


comprar unas cortinas.

Wilder se detuvo para golpear un nudillo contra el cristal.

—Todas las ventanas de los mentores están hechas de vidrio


esculpido, por lo que si miras desde afuera, lo único que verás es madera.
—Por supuesto que está encantado —murmuré.

Desenredó nuestras manos y dio un paso atrás.

—Te veré en tres días al amanecer. No intentes irte sin mí. Puedo
rastrear mejor que cualquier fae de la Caza Salvaje. Especialmente a la
que estabas abrazando.

Casi fruncí el ceño ante ese último comentario, pero su extraña


sonrisa me detuvo. Antes de perder todo el control sobre mis
extremidades y quedarme enraizada en el lugar, me moví para liberar el
pestillo de la ventana. Sin molestarme en decir adiós, la abrí y subí.
Después de un vistazo en ambas direcciones, corrí hacia mis cuarteles.
Comenzando una Búsqueda
Traducido por NaomiiMora

LLEGUÉ A LOS cuarteles sintiéndome más ligera que el aire,


repitiendo cada toque. Entonces me golpeó en la cara una dura verdad.
Goldwyn había estado e ido, solo deteniéndose el tiempo suficiente para
revelar los detalles de la sexta prueba. No era nada que no supiéramos,
gracias a Hazel, pero mi manada seguía discutiendo y recogiendo cada
amenaza. Ahora, tenía que agregar a sus preocupaciones: las amenazas
de Dimitri, la advertencia de Hunter y la propuesta de Wilder. ¿O debería
ser demanda?

Sus reacciones no fueron inesperadas. Conmoción, y más


conmoción.

Adrianna caminaba de un lado a otro.

—Entonces, ese Hunter tuyo...

—No es mío.

Ese bajo chasquido hizo que Adrianna se detuviera y cambiara de


rumbo.

—Está bien, pero, ¿confías en él? Quiero decir, ¿lo suficiente para
creer lo que dijo sobre la Tierra de los Ríos? —Estaba tratando tanto de
no sonar como si la idea le doliera.

Mi temperamento declinó, y me ablandé.


—Hunter es complicado. Tiene tantas partes, nunca podría confiar
en él completamente. Pero sobre esto... no creo que esté mintiendo.

Un silencio sosegado.

El susurro de Liora rompió el silencio.

—Pobre Cassandra.

Los dos hombres—machos—en nuestro grupo, se sentaron en la


cama frente a nosotros, con expresiones sombrías. Cai fue el que agregó:

—Entonces, ¿esto es a lo que hemos llegado? ¿Morgan reuniendo a


todos los humanos domésticos y extraviados, y arrojándolos a su
máquina de guerra? ¿Se avecina una guerra que ni siquiera sabemos?

Preguntas claramente retóricas. Sin embargo, cuando nadie


respondió, murmuró “Mierda” y acunó su cabeza en sus manos.

Un Frazer de espalda recta miró a Adrianna.

—¿Puedes comunicarte con tus contactos en el Tribunal de la


Tierra de los Ríos? Tal vez puedan aclarar, o al menos confirmar lo que
dijo Hunter.

Adrianna, que había continuado paseando por las tablas, se detuvo


y se giró hacia nosotros. Hubo una sacudida alrededor de mi abdomen
cuando me di cuenta de que su expresión se había convertido en una
mirada vacía. Como si su ser más interior hubiera huido a algún lugar
profundo y privado en su interior.

—Si algo tan grande ha sucedido sin que me contacten, entonces


no me quedan amigos en esa corte.

Una respuesta neutral. Casi me engañó, pero atrapé el temblor en


sus alas. Con eso, todos nos hundimos en nuestra propia maraña de
pensamientos.

Los minutos pasaron antes de que Liora me murmurara:

—Wilder solía trabajar para Morgan, y es uno de los mentores. Él


podría saber más sobre sus planes. ¿Tal vez podrías preguntarle?

Asentí, distraída. De repente, un pulso candente en el hilo me hizo


encontrar la mirada insistente de Frazer.
¿Qué pasa?

Respondió en voz alta:

—Sabes que no puedes viajar sola con él, ¿verdad? No importa lo


que diga.

Había estado temiendo esta parte. Pero estaba segura de que


Wilder no había exagerado la amenaza que suponía Dimitri. Y Wilder
tenía alas. Frazer no.

Una verdad incómoda; una con la que Frazer estaba lidiando


ahora, si el dolor que brillaba en nuestro vínculo era algo por lo que
pudiera guiarme.

Realmente despreciaba el hecho de que iba a hacerme decirlo.

—Frazer, confío en ti más que nadie, pero...

Por supuesto, llegó antes que yo.

—No hay "pero".

Me puse de pie con una espina de acero.

—No te atrevas a ser todo oscuro y sinuoso conmigo.

La cabeza de Frazer bajó, su expresión se nubló mientras trazaba


las líneas en sus palmas. Pensando. Ensimismado.

Mi voz se descongeló.

—Eres mi pariente, una parte de mí. Pero eso no te da el derecho


de darme órdenes de esa manera.

—¿Quieres decir como lo hace Wilder? —dijo en voz baja, a la ligera.

Un golpe que me sacó el aliento. Me desplomé sobre la cama.

Todavía no había levantado su mirada hacia la mía. Mi voz se volvió


fría y distante.

—No peleé con él porque si tiene razón sobre que las amenazas son
reales, entonces volar a Attia hace las cosas más fáciles.
Un silencio bochornoso cayó durante ocho rápidos latidos, durante
los cuales sus ojos se movieron hacia arriba para penetrar en mí con esos
ojos azul marino que ardían como el mineral fundido.

—Entonces ve con Adrianna.

Miré hacia donde estaba ella a la cabeza de nuestra manada; sus


músculos de la mandíbula se tensaron, su frente tatuada cargada de
líneas, argumentó:

—Tengo el viaje más largo y la pluma es el objeto más difícil de


encontrar.

—Está en tu camino. Déjala ahí —dijo Frazer, sus ojos nunca


dejaron los míos.

La boca de Adrianna se abrió, pero Liora la cortó:

—Escúchate, Frazer. Si Dimitri está planeando algo, ella necesita


a alguien que la proteja todo el tiempo.

Un tono razonable y tranquilo que no logró calmar a la bestia.


Frazer continuó, hablándome directamente:

—¿Has considerado que si Dimitri descubre que Wilder te


acompañó, podría presionarlo para que lleve las cosas aún más lejos?
Puede que sea todo lo que haga falta para confirmar sus sospechas sobre
ustedes dos.

Parpadeé. Mierda. Eso no se me había ocurrido.

Cai respiró hondo y miró a mi pariente.

—Esto todavía suena como la mejor jugada que tenemos.

Frazer ni siquiera lo reconoció. Solo me miró fijamente.

—¿Realmente preferirías que Wilder te cuidara la espalda?

Ese sonido silencioso e inseguro hizo que mi corazón se derritiera


y se desplomara al mismo tiempo.

—Nunca. Es solo por esta vez, brata, lo prometo.

Recibí un resoplido como respuesta y traté de no hacer una mueca.


—Al menos no tendrás que hacer dos misiones ahora. —Mi voz era
un murmullo de mal humor.

Miró hacia otro lado con un gesto sombrío de sus labios.

Adrianna se dirigió a mí entonces, con los brazos cruzados


mientras fruncía el ceño.

—¿Estás segura acerca de esto? ¿Sobre Wilder? —Dioses. Me


dieron ganas de gritar. Debí de haberlo demostrado porque ella me
mostró sus palmas y dijo—: Sé que te preocupas por él, pero trabajó para
Morgan.

—Soy consciente —dije, sonando como hielo y fuego.

Cai tosió torpemente.

—Su decisión de venir con nosotros al lago te coloca en una


posición difícil. —Me hizo un gesto de asentimiento y añadió—: Tendrías
que hablarle sobre tu magia y tu herencia fae. ¿Estás lista para eso?

Me encogí de hombros.

—Estoy más molesta por poner a alguien más en peligro.


Especialmente cuando sé que estará más seguro solo que con nosotros.

—Pronto se convertirá en el más buscado por Morgan —dijo Cai


con una risita ahogada.

Sin perder el ritmo, Liora bromeó:

—Qué emocionante.

Compartieron sonrisas idénticas. Una conexión no afectada, tan


fácil como respirar, y que nace de años creciendo juntos.

Lo envidiaba. Mirar la mirada velada de Frazer hizo que mi pecho


se astillara. Aún deberíamos aprender a navegar por todos los baches y
protuberancias. Entonces, él estaba allí, proyectando. Tenemos vidas
para resolverlo.

Un humor oscuro me envolvió. Esperemos.

Adrianna dio un paso adelante, atrayendo toda nuestra atención


hacia ella mientras me presionaba:
—¿Entiendes por qué sería sospechoso? Porque incluso dejando de
lado su historia, estaba dispuesto a llevarte de vuelta a sus habitaciones
privadas hoy.

Mi silencio fue mi respuesta.

Liora estaba allí, hablando por mí:

—¿Qué tiene eso que ver?

A pesar de su reciente tensión, Frazer respondió por Adrianna:

—Dimitri acababa de terminar de advertirle a Serena que se alejara


de él. ¿Qué habría hecho si la hubiera atrapado abandonando su casa?

Una pesada apatía se instaló en mi alma. Y pensar que, no hace


mucho tiempo, había estado flotando en el aire.

Pero mi manada merecía cualquier tranquilidad que pudiera dar.

—Él sabía que Dimitri podría ser un problema. Por eso me hizo
salir por la ventana.

—¿La ventana? —Adrianna enarcó una ceja.

Me enfrenté a ella.

—Aparentemente es un cristal encantado, por lo que no puedes ver


sus cuartos desde el exterior.

Adrianna y Frazer se pusieron rígidos ante esto.

—¿Y supongo que también han usado ese truco en las habitaciones
de los otros instructores? —murmuró Adrianna.

—Supongo que sí... —Se iluminó con una sonrisa, y algo encajó en
su lugar—. ¿Quieres usar eso para entrar y robar algo más?

Respondió con un pequeño asentimiento de reconocimiento.

Cai apoyó los codos en sus muslos y puso sus manos en la posición
de campanario, agregando:

—Buena idea. Creo que podría intentar robarle a Mikael. Es tan


fuerte como Cecile, pero ni la mitad de agradable.
Adrianna lo miró con expresión desconcertada.

—¿Qué importa lo agradables que sean? No es como si nos


quedáramos los objetos.

Cai sonrió como un gato que tenía crema para su cena.

—Cecile me dijo que solicitara entrenar como Guerrero Sabu en


unos años. Casi nunca toman humanos, pero parecía pensar que tenía
una oportunidad. Dudo que alguna vez pueda aplicar, pero sentiría que
estoy siendo desleal si le robara ahora.

Podría haber jurado que Adrianna parecía impresionada.

—Bueno, quien sea que decidas, mejor que te apresures. Porque


ahora mismo, te estás ahogando con nuestro polvo —dijo Liora y me dio
un codazo juguetón con su rodilla.

Cai ya estaba allí con una remontada:

—Gracias por el recordatorio, hermana. Disculpa si no estamos


satisfechos con un instructor que literalmente nos entrega la prueba.

Eso calentó mi sangre, pero Liora solo mostró sus dientes.

—¿No crees que tenemos cosas más importantes en marcha? El


orgullo no debería entrar en ellas.

La respuesta de Cai fue recostarse en la cama y estirar las piernas.


Tan engreído y descuidado como siempre.

Frazer se enderezó y se giró hacia Adrianna.

—Hablando de eso, ¿puedo tener la cuchara de té que tomaste?

Sus cejas se alzaron.

—¿No quieres tomar algo tú mismo? —preguntó, incrédula.

Un encogimiento de hombros indiferente fue su respuesta.

—No especialmente. No me complace escabullirme ni robar.

Eso fue todo. Cai frunció el ceño un poco, pero Adrianna apenas
reaccionó. En lugar de eso, fue al paquete en su cama, sacó la cuchara y
la arrojó. Frazer la hizo girar entre los dedos, sus ojos se desviaron hacia
los míos.

—¿Lo vas a ver antes de que ambos se vayan?

Negué con la cabeza, esperando por ello.

—Bien. Porque no confío en él.

Allí estaba.

—Yo tampoco. Al menos no todavía —interrumpió Adrianna.

—Lunas —murmuró Cai por lo bajo, mirando al techo—. Este será


un viaje alegre a Ewa.

Liora se volvió hacia mí, sus ojos brillando.

—Bueno, me alegra que un fae Guerrero con siglos de experiencia


cuide de Serena, de todos nosotros.

Estaba segura de que lo había dicho para mi beneficio, así que dije
"gracias", en el preciso momento en que Cai dio una palmada. Nadie la
vio devolviendo la sonrisa y asintiendo en reconocimiento.

Cai se puso de pie.

—¡Muy bien! Suficiente sospecha por un día. Hora de la comida.

—¿Alguna vez has pensado en algo más? —preguntó Adrianna, en


algún lugar entre la diversión y el desprecio.

—¿Te gustaría saberlo?

Cai emitió su mejor sonrisa pícara. Adrianna lo despidió con un


gemido de angustia y giró sobre sus talones, abriéndose camino hacia el
comedor. Fui la única en captar la señal de decepción que cruzaba su
rostro.

Mi mano lo alcanzó mientras los otros se alejaban.

—Siempre consigo los mejores bollos dulces contigo a mi lado.

La sonrisa de Cai volvió.

—¿Qué puedo decir? Soy irresistible.


Pero la broma sonaba hueca para mis oídos.

Chocamos las manos y, mientras nos movíamos hacia fuera, apretó


las mías muy ligeramente. Tal vez sabía que había visto a través de su
máscara, o tal vez no significaba nada. Aun así la apreté de regreso.

Éramos los mismos: los dos codiciados por los fae que parecían
estar muy por encima y más allá que eran tan fríos y distantes como las
estrellas. A veces, solo necesitabas una mano para mantenerte en la
oscuridad. Tenía eso.

SALÍ TRES DÍAS después para ser recibida por un cielo teñido de
coral, nubes ondulantes y una brisa fresca que me enfrió las mejillas y
me alegró de haber tomado medidas para protegerme del frío, a pesar de
la estación. Envuelta con una capa y guantes, respiré hondo, llenando
mis pulmones con el primer olor de un verano fragante.

Enganché más alto mi mochila y revisé mi cinturón y cuchillo. Los


instructores habían dado permiso para que los reclutas afilaran sus
armas, por lo que el fuego de mi Utemä podría arder de nuevo. Habíamos
tenido consentimiento durante otras pruebas, pero esto se sentía
diferente. Todos estábamos yendo por caminos separados, y ese filo
agudo se sentía como un punto de inflexión; una nueva y más peligrosa
era.

Adrianna se movió junto a mi hombro.

—¿Lista?

Frazer había insistido en que ella fuera la que me entregara a


Wilder, dado que tenía alas.

Por supuesto, quería que me llevara. Se produjo una breve y


amarga discusión. Frazer había ganado.

Mi corazón se apretó.

Busqué el vínculo, puramente por confort. Ya me había despedido.


Aunque, desde que Cai, Liora y Frazer partieron más tarde, nuestra
despedida no había sido más que dos adormecidos "buena suerte" y un
"cuidado".

Aplastando la creciente tristeza, le di a Adrianna el visto bueno.


Ella me levantó y corrió hacia lo que ahora era un patrón familiar. Nos
elevamos, inclinándonos y dando vueltas por el campamento. Mientras
miraba el edificio que contenía a nuestros amigos dormidos, mi estómago
se desplomó.

—¿Crees que estarán bien?

Adrianna se quedó en silencio mientras fijaba una dirección para


el bosque por delante. Luego dijo:

—Dudo que alguno de nosotros lo tenga fácil. Fénix, belladona y


tigres blancos. Navvi sprites, incluso el fuego del dragón. Liora solo tiene
que romper una roca de la pared de un acantilado, pero aún queda por
considerar el viaje de ida y vuelta.

Soltó un pequeño suspiro.

Realmente debería haber sabido mejor que preguntar. Mi garganta


se atascó, pensando en los amigos—la familia—que se estarían poniendo
en peligro. Todo por un hechizo para salvarme.

Adrianna bajó la mirada. Debió haber notado mi silencio porque,


inusualmente para ella, habló con suavidad.

—Las pruebas no fueron diseñadas para ser fáciles, pero nos


hemos enfrentado a un korgan y a un eerie. Vamos a superar esto
también.

Le devolví su débil sonrisa y miré hacia el bosque que se avecinaba.


Tenía buenas intenciones, pero sus palabras no habían evitado que la
culpa se agitase. Mantuvimos el silencio hasta que Adrianna aterrizó
justo dentro de la línea de árboles. Me bajó y me preguntó:

—¿Y ahora qué?

Escaneé el dosel y el cielo arriba.

—Supongo que esperamos.

Adrianna invadió mi espacio, inclinándose cerca.

—Serena, ¿puedes hacerme un favor?


La cautela se apoderó de mí, pero asentí de todos modos.

—No dejes que tu atracción por él enturbie tu juicio —susurró.

Suspiré por mi nariz, exasperada.

—Adi, tengo esto.

Continuó sin importarle:

—Solo quiero que mantengas tus ojos y oídos abiertos. Esta


búsqueda no será fácil.

¿Lo crees? Ahogando ese sarcasmo, dije:

—Solo preocúpate por tu pluma de fénix. He pasado por algo peor


en los últimos meses que en recoger una planta venenosa.

Sus alas marinas se agitaron, y cambió su peso hacia su otra


cadera. Mierda. Sentí un sermón viniendo. Efectivamente...

—No subestimes el Bosque de Attia. Toda clase de horrores lo


llaman hogar.

Madre dame fuerza.

—Adi, lo dije para que te sientas mejor. Estoy petrificada —dije


llanamente.

Artículo un "oh". Al segundo siguiente, estaba inclinando su cabeza


hacia arriba, su trenza balanceándose en su espalda. Había escuchado
algo

—¿Es Wilder?

—Hay batidos de alas.

Adrianna arrancó una flecha de su carcaj y la colocó a su arco. Me


acurruqué a su lado, sacando mi espada de la funda. Segundos pasaron.
El único sonido era el canto de los pájaros en momentos de calma y
ráfagas y melodías improvisadas.

Adrianna sacudió su barbilla hacia la derecha.

—Ahí.
Guardó su arco y flecha cuando mi cabeza se estiró hacia el dosel
enredado.

Wilder.

Wilder.

Algo se alivió en mi pecho. En lugar de flotar hacia abajo, él se


congeló y se sentó sobre una rama gruesa. Un águila vigilante.

Su cabeza levantada, la nariz en el aire. Toda la saliva en mi boca


se secó en el acto; ese movimiento usualmente significaba que un fae
estaba rastreando una esencia. Después de un minuto de esto, flotó hacia
una rama más baja, y luego otra, y otra, hasta que dio un salto gigante y
aterrizó en una posición agazapada. Rodó en un movimiento elegante.
Tuve que resistir la urgencia de mirar fijamente.

Todavía llevaba su ropa de cuero negra y botas hasta la rodilla,


pero había varias adiciones nuevas. Dos piezas de armadura para los
brazos plateadas y hombreras livianas que fueron moldeadas para
asemejarse a plumas de aves, que ahora cubrían sus hombros. Las
correas cruzaban su pecho; una bolsa diseñada para un fae acomodada
entre sus alas, asumí. El cinturón de su cintura sostenía una daga y una
hoja larga y terrible. También llevaba una capa hasta el tobillo con surcos
en las alas, que ahora estaba desatando por el cierre y quitándosela.

Adrianna se adelantó, hablando rápido:

—Podría ir con ustedes. Solo necesitaría agarrar mis cosas, y...

—Soy más rápida que tú, faeling. Nunca mantendrías el paso.

Siempre olvidaba cómo su voz cambiaba entre la de su propia


especie. Más profunda, más fuerte. Las alas de color abeto de Wilder se
desplegaron de nuevo.

Adrianna me lanzó una mirada desesperada. No había nada que


hacer ahora, más que decir.

—Estaré bien. Cuídate, Adi.

En realidad parecía preocupada. Wilder no se detuvo para


tranquilizarla. Se dirigió directamente hacia mí y me envolvió en el pozo
de tinta que había sido su capa.
Con una ligera inclinación en sus rodillas, parpadeé y nos
disparamos hacia arriba. Rápidamente, grité un sobresaltado y sin
aliento "Adiós" al suelo. No hubo respuesta, pero mis oídos humanos
podrían no haberlo captado. Ya habíamos estallado a través del dosel. Iba
tan malditamente rápido que mis rodillas se apretaron instintivamente.
Los músculos de mis brazos habían empezado a sufrir espasmos por
agarrarse tan fuerte. Una risa áspera retumbó en el pecho de Wilder.

—¿Qué pasa? Has volado antes.

—Así no. Acabo de dejar mi estómago en el suelo. —Luché por


escucharme por encima de las fuertes corrientes de viento que nos
golpeaban, pero pensé que Wilder no tendría ningún problema.

Un repentino temblor en su pecho hizo que lo mirara con los ojos


entrecerrados. Su expresión...

—¿Estás ronroneando? —grité un poco.

Una sonrisa feroz.

—Lo llamaría más bien un zumbido. —Mantuvo sus ojos en


nuestra ruta de vuelo, pero hundió su boca en mi oído para explicarme—
. Cuando un fae es verdaderamente feliz, su pecho vibra.

En mi primera noche en Aldar, Hunter había tarareado. Asumí que


lo había hecho para ayudarme a dormir. Solamente había estado feliz.
Muy feliz. Aun así, no cambió nada. No pude sentir pena o perdonarlo;
no cuando el rostro de Cassandra todavía me perseguía.

Wilder me acarició ligeramente la oreja. Distractor y haciendo que


curvara los dedos de los pies.

—¿Qué pasa?

Como no quería hablar de Hunter, me atreví a señalar algo en su


lugar.

—Estamos a punto de ir a extraer un veneno que podría matarnos


al instante. ¿Y estás feliz?

Su cabeza se echó hacia atrás, lo suficiente para que yo viera la


amplia sonrisa allí.
—Estoy volando, lo que no puedo hacer tan a menudo como me
gustaría. Y te tengo en mis brazos. Creo que tengo derecho a ronronear.

El viento proporcionó una manta refrescante a mi cara enrojecida.


La advertencia de Adrianna resonó una vez, pero no de nuevo. Porque
nuestros cuerpos estaban cerca. Demasiado cerca. No había forma de
escapar de los fuertes brazos que me sujetaban, ni de la intimidad que
venía al compartir el aliento. No ayudaba que, con cada poderoso aleteo
de sus alas, su cuerpo estaba produciendo más y más calor. Cualquier
reserva persistente se desvaneció cuando ese delicioso calor se filtró en
mis músculos, mi núcleo, encendiéndome. Busqué algo, alguien, que
pudiera alejarme de perderme en él, a él. ¿Tita?

Respondió el silencio. Así que mi mente se detuvo y mi cuerpo se


hizo cargo. Mi cabeza cayó sobre su hombro, y me hundí en su cuello y
cerré los ojos. No podía soportar mirar el suelo; puede que ya estuviera
acostumbrada a volar, pero estaba teniendo problemas para ajustarme a
su velocidad. Mi estómago se zambulló y volvió a rodar mientras
bajábamos. Como si leyera mi mente, Wilder bajó la barbilla hasta la
parte superior de mi cabeza y me preguntó:

—¿Quieres que vaya más lento?

Lo consideré.

—¿Cuánto tiempo te llevará llegar a este ritmo?

—Llegaremos allí mañana, pero no dolerá ir un poco más lento.

Su velocidad bajó un poco, pero apenas me di cuenta.

—¿Eres así de rápido? —Mi cabeza se levantó para encontrar


diversión brillante—. Adi dijo que le tomaría entre dos y tres días.

Asintió distante.

—Bueno, soy mayor que Adrianna. Se necesita tiempo para


construir la fuerza y la resistencia del ala; solamente dejan de
desarrollarse después de nuestro centésimo año.

Sin arrogancia, solo confianza. Hablando con la gravedad de un fae


que ha visto innumerables estaciones y cambios. Fue intimidante como
todo el infierno.
—¿Exactamente qué edad tienes?

Oí un estruendo divertido en la garganta de Wilder.

—Dejé de contar después del segundo...

Fue interrumpido por un repentino viento en contra. Wilder se


inclinó y se zambulló; abrí la boca para gritar pero el viento lo mató. Con
el aire robado de mis pulmones, luché por respirar. Después de segundos
de corazón desbocado, siguió la caída libre pierde-desayuno. Eso solo
terminó cuando las alas de Wilder se abrieron con un poderoso zumbido.
Afortunadamente, nos nivelamos rápidamente, pero mientras
recorríamos el dosel del bosque, parpadeé rápidamente a causa de la
conmoción, mirándolo como una gata cegada por el sol.

Me atrapó mirando y me dijo una vez más:

—No te preocupes. Te ajustarás. —Con risa en sus ojos, agregó—:


Antes de que los pequeños fae puedan volar, los tomamos y los
introducimos en el cielo haciendo maniobras complejas. Giros y vueltas.
Podrías acostumbrarte a la velocidad si recreamos...

—No te atrevas, Wilder... Espera, ¿cuál es el nombre de tu familia?

Sus cejas se juntaron.

—¿Por qué?

Una pregunta cautelosa. No podía imaginar por qué. Era una cosa
tan pequeña para preguntar.

—Porque cuando mi amiga Viola solía regañarme, siempre usaba


mi nombre completo para hacerlo. De esa manera, sabía que hablaba en
serio.

Una extraña y dulce sonrisa suavizó sus cicatrices en las mejillas.

—Suena como mi makena.

Mientras mis pensamientos giraban alrededor de Viola, traté de


ignorar el dolor floreciendo en mi pecho. Solamente agregué en voz baja:

—Entonces, tu madre debe ser maravillosa.

Los ojos de Wilder se iluminaron ante eso.


—Su nombre familiar es Thorn, como el mío.

—¿Tomaste el nombre de tu madre? —expresé, interesada.

—Mi padre no era digno. —Una voz plana y congelada; su expresión


se endureció. Claramente no invitando a más preguntas.

Dejé que el silencio se extendiera. Perdido. Sin confiar en mis


habilidades para sacar a un fae de siglos de edad de su estado
ensimismado. En cambio, escaneé el horizonte.

El bosque cubría el suelo, pero a lo lejos, una mancha oscura y


nebulosa brillaba, haciendo señas. La cresta de una cordillera, tal vez.
Los únicos otros puntos de referencia resultaron ser dos ríos anchos a
cada lado de nosotros. Una cinta espumosa girando hacia el oeste, la otra
fluyendo hacia el este.

Wilder rompió el silencio:

—Has mencionado esta Viola antes. ¿Fue la que te pasó el collar?

Dudé por un instante, y luego asentí.

—Suena más como una figura materna que como una amiga —
continuó.

Un tono de pregunta que no presionó. Pensé que podría ser como


Frazer y abrirse una vez que hubiera dado ese paso inicial. Entonces,
ofrecí rebanadas de mi pasado. Viola, John, Tunnock, Elain y Gus.
Incluso le di fragmentos de mis padres.

Ocasionalmente, interrumpía para preguntar cosas, y pasamos un


tiempo en ese patrón. Terminé diciéndole que había sido atrapada por la
Caza Salvaje. Sobre Billy y Brandon e Isabel. Fue tentador editar mi
amistad fallida con Hunter, pero se sintió mal, de alguna manera.

Wilder bajó la mirada y dijo:

—Este Hunter es el que te probó, ¿no es así?

Me sonrojé y parpadeé. ¿Probó?

Una sonrisa lobuna se extendió por su rostro.

—Me refería a tu sangre.


La vergüenza calentó mi cara.

—Correcto... Sí, lo fue.

Su sonrisa se deslizó, y una ceja se alzó.

—Por supuesto, si se ha agasajado con cualquiera de tus otras


exquisitas partes, vamos a necesitar una conversación.

Una tos mezclada con un balbuceo indignado brotó de mí.

—No hemos... No fue así. Ya ni siquiera somos amigos.

—¿Oh?

Una inocente súplica de información. Una que tenía mis ojos


estrechándose.

—No puedo perdonarlo por Cassandra.

Eso drenó toda la diversión de sus rasgos.

—Le pediste que la ayudara, ¿verdad? ¿Cómo él te ayudó?

El resentimiento y la ira hervían a fuego lento en mi sangre.

—Aunque no lo hará.

La respuesta de Wilder fue fría. Casi cáustica.

—No me sorprende. Por lo que has dicho, su afecto por los


humanos comienza y termina contigo.

Una emoción más oscura se mostró en su voz. Me hizo querer negar


cualquier sentimiento que haya existido entre nosotros; me hizo confesar:

—Dijo que no podía, porque las arañas se están llevando a los


reclutas que fallan en los campamentos de Diana. ¿Sabías... sabes algo
sobre eso?

El único signo de alarma fue que sus dedos se flexionaron y se


apretaron contra mi cuerpo.

—Hilda nos habló de un nuevo pedido; uno que nos hizo entregar
esos reclutas a la Caza. Pero asumí que serían devueltos a los Mercados
en Solar, para ser vendidos. Morgan desprecia la debilidad en todas sus
formas. ¿Por qué iba a comprar soldados fallidos? ¿Hunter te dio sus
sospechas?

Asentí y compartí los rumores. Su reacción tardó en llegar.

—Supongo que no debería sorprenderme. Las únicas cosas más


fuertes que el desprecio de Morgan por la debilidad humana son su
arrogancia y su paranoia. Y ella ha estado golpeando ese tambor de
guerra por un tiempo.

Una escarcha reclamó mis huesos cuando hizo una mueca.

—¿Qué pasa?

Wilder no se apartó de mi mirada.

—Los campos en Solar son notoriamente crueles.

Un recuerdo hizo cosquillas en mi mente. Hunter había dicho algo


similar.

—¿Qué les hacen exactamente? —pregunté.

Era una forma de autolesión, pero era cobarde no preguntar.

—Bueno... Uno de los ejercicios de entrenamiento más infames se


llama Kula, donde los fae cazan a los reclutas humanos. Está destinado
a enseñar a los humanos cómo esconderse de las fuerzas enemigas, pero
si son atrapados, y casi siempre lo hacen, se les da permiso a los fae que
los rastrean para que los torturen durante días y días.

Su voz y expresión resonaron con mis propios sentimientos. Horror


y disgusto, y finalmente, rabia negra, tóxica.

—Morgan merece quemarse por la eternidad en la corte oscura.

Wilder tragó saliva, pero no dijo nada. Me quedé con el dolor y la


culpa retumbando en mis venas mientras mis pensamientos se
centraban en el destino de Cassandra.

—Lo que me preocupa es: ¿por qué ahora? ¿Qué la ha hecho tan
paranoica? —murmuró Wilder.

—Dimitri es su informante, ¿verdad? Tal vez deberíamos capturarlo


a él, y hacerlo hablar.
El veneno en mi voz había medio levantado el labio de Wilder.

—Por mucho que me sienta tentado de verte acercar sus pies a las
brasas, mi amor, no queremos molestar a Morgan más de lo necesario.

Mi cuerpo se calentó. Todo después de "mi amor" fue un borrón.


Afortunadamente, Wilder no pareció notarlo mientras descendía a un
silencio pensativo. Mi mente se desvió.

El delicioso ronroneo de Wilder había cesado, pero el zumbido


constante de las alas y el calor de las dos capas y su cuerpo me pusieron
en una especie de estupor por el resto de la mañana.

Cuando el sol subió a su cenit, volvimos a la tierra para comer unas


galletas secas y una manzana. Apenas había tirado el corazón antes de
que él me levantara y volviera a tomar el vuelo.

El tiempo pareció reducirse a un goteo por la tarde. Después de


algunos intentos fallidos de iniciar una conversación, el efecto de calma
en sus brazos pronto me envió a otro estupor. Estaba destinada a probar
mis límites durante esta prueba. Debería haberme sentido culpable. Y
aun así…

Wilder finalmente se deslizó en un planeo mientras el cielo se


profundizaba hasta un azul aterciopelado. Aterrizó en una rama en lo
alto del dosel, y con equilibrio felino, se movió hacia el tronco, bajándome
para que se acurrucara en su hueco. Era tan ancho que podía sentarme
con las piernas cruzadas, apoyando la espalda contra la corteza del
fresno.

—Dame tu mochila —dijo, extendiendo un brazo.

Lanzándome hacia adelante, me quité el bolso de los hombros y se


lo entregué. Lo colocó en las puntas de dos ramas cercanas.

—¿Wilder.

—¿Mmm?

Estaba distraído, desabrochando las correas de su pecho, tirando


de su propia mochila hacia el frente.

—¿Qué estamos haciendo aquí arriba?


—No podemos acampar en el suelo por la noche. Los animales y los
sprites que vagan por estas partes pueden ser peligrosos.

Se agachó y hurgó en su mochila hasta que encontró carne en


conserva y nueces mixtas. Nuestra cena por la noche. Seguí mirando,
confundida.

—No puedo dormir aquí. Al menos no sin caer en algún momento.

Sus ojos encontraron los míos entonces. Líneas de risa se


arrugaron en las comisuras.

—Dormirás en mis brazos. No me moveré ni una pulgada: promesa.

Mi corazón tartamudeó. Luego golpeó más y más rápido.

—Entonces, para aclarar, ¿estaré durmiendo en tus brazos por el


resto de la noche?

Una oleada de calor recorrió mi cuerpo, causando que mis palmas


se llenaran de sudor. Su diversión previa se había desvanecido.

—Eso es exactamente lo que va a pasar.

Sonaba crudo, casi carnal. Como si supiera lo que me haría.

Maldita sea.

Una llamarada en la nariz me secó la boca. ¿Qué le decía mi esencia


a él? Wilder miró un momento más, solo para desatar una sonrisa
satisfecha de sí mismo. La sonrisa de un león. Doblé mis brazos y fruncí
el ceño, una máscara para cubrir el fuego en mi vientre. No parecía tan
convencido.

Pronto comenzamos nuestro pobre sustituto para una cena.


Mientras lavaba las nueces aplastadas y la carne seca con agua de una
petaca, mis ojos se deslizaron hacia el oscuro suelo del bosque.

—¿Supongo que no hay nada cerca que podamos cazar que sirva
para una mejor cena?

Me frunció el ceño desde su posición opuesta.

—Hacer lazos y trampas llevaría demasiado tiempo. Especialmente


ahora que la luz se está desvaneciendo.
—Debiste traer un arco e impresionarme con tus habilidades de
caza épicas —bromeé.

Una ceja se levantó de un salto.

—Sin duda. Pero no me gusta tomar uno en vuelos largos. Estorba


demasiado. Además, la caza no merece realmente el riesgo en estas
partes. No si tienes suministros.

Con una violenta oleada de ansiedad, dije:

—¿Qué clase de cosas hay ahí abajo entonces?

—Bueno, excluyendo a los usuales gatos monteses, osos, lobos y


navvi, ocasionalmente obtendrás un korgan deambulando, o unas pocas
zepefras.

El miedo por Frazer me hizo preguntar:

—¿Alguna vez has visto un navvi?

Gruñó, y mi estómago se hundió.

—Sí. Son asquerosos. Al menos su forma natural. Su piel es azul y


húmeda, y sus patas están invertidas como las de una cabra.
Desafortunadamente para nosotros, son dos veces más altos que los fae,
tan fuertes, y les encanta beber nuestra sangre.

Mi piel se arrastró ante la idea de que Frazer se encontrara con eso


en la batalla.

—¿Alguna vez has luchado contra uno?

Wilder me hizo una señal para que viera su piel.

—He peleado con dos. ¿Por qué lo preguntas?

Dejé el frasco y respondí:

—Frazer. Eligió cazar uno para la prueba.

Sus ojos se ensancharon un poco, pero ofreció una porción de


consuelo.

—Es el mejor recluta que hemos tenido durante mucho tiempo.


Estará bien.
Aun así, mi estómago se revolvió con vergüenza. Frazer estaba solo
por mi culpa. Porque había accedido a dejar que Wilder me acompañara.
Ni siquiera le había preguntado qué tan peligrosos eran los navvi. Y era
una mierda egoísta por ello.

Mientras la culpa me comía viva, Wilder empacó la concha y lo que


quedaba de la comida. Finalmente, caminó hacia mí, extendiendo su
mano.

—Es mejor que intentemos acostarnos ahora.

Wilder me levantó y extendió sus alas. Girando en la rama, se


sentó, apoyando su inmensa corpulencia contra el tronco. Luego me instó
a que me moviera de un lado a otro para que mi espalda estuviera hacia
él. Ahora, desplomada contra su frente, esas alas y brazos musculosos
me envolvieron y me arroparon. Parecía un poco como cucharear.

Cualquier parpadeo de deseo se enfrió rápidamente mientras mi


mente luchaba con imágenes de Frazer luchando contra algún tipo de
cabra de pesadilla.

Alcé la mirada a las miles de estrellas que nos miraban, guiñando


fríamente hacia el dosel. El sueño comenzó a sentirse como una
posibilidad remota. Especialmente cuando los aullidos y los ruidos
acompañaban a la luna creciente. Mi cuerpo estaba tan tenso como una
cuerda de arco. El ronroneo de Wilder comenzó de nuevo, profundamente
en su pecho, vibrando hacia afuera en mi cuerpo. El sonido calmó los
nudos enredados en mis músculos. Como meterse en un baño caliente.
Una pequeña y fracasada parte de mí trató de mantenerse tensa y alerta.
De alguna manera, se sentía desleal relajarse en los brazos de Wilder
mientras que mi pariente vagaba solo por el desierto. La voz de Tita entró
en mis pensamientos. Él es más que capaz de cuidarse solo, y tú no lo
ayudarás preocupándote.

Eso cambió algo en mí. Suficiente para que cerrara los ojos y
susurrara:

—Pensé que solo hacías esto cuando estabas muy feliz.

Sabía que él había sentido mi burla porque se escuchó una risa.


Movió la barbilla para que descansara sobre mi cabeza y dijo:

—Eso es correcto.
Fue menos juguetón de lo que esperaba. Más serio. Las comisuras
de mis labios se levantaron mientras trazaba líneas por mis brazos. Envié
una última súplica desesperada por la seguridad de Frazer antes de
finalmente someterme y hundirme en el olvido.
El Corazón del Bosque
Traducido por Gerald, Mary Rhysand & NaomiiMora

LA PÁLIDA LUZ besaba el frondoso pasto bajo los pies y pintaba el


cielo con pinceladas de naranja, lavanda y rosa. A la derecha, en el norte,
una hinchada nube de tormenta amenazaba. Colgaba por encima del
Paso; el valle y la entrada a las Montañas Barsul, cuyos picos escarpados
eran dientes rotos dominando el paisaje, cerniéndose sobre nosotros. Y,
aun así, felizmente me enfrentaría a la lluvia y a los ominosos gigantes
de roca para evitar descender hacia la negra caverna que me esperaba.

Attia. Una red de retorcidos árboles negros que apestaba a podrido,


humedad y muerte. El hogar de la belladona. El mapa de Hazel colocaba
la savia en el centro de su siniestro y retorcido corazón. Wilder ya había
rodeaba el área desde arriba, intentado encontrar un camino discernible.
Pero incluso los ojos fae no podían ver más allá de la impenetrable masa
de espinas y enredos. Solamente quedaba una opción: aterrizar y esperar
que donde la visión fae fallaba, su sentido afilado del olfato pudiera salvar
el día. Porque la belladona tenía un olor distintivo: a putrefacción.

El toque de Wilder en mi brazo significó que era el momento.

—¿Quieres que vaya primero?

Peleé contra el impulso de derramar lágrimas de alegría.

—Bueno, tú eres quien tiene la nariz de rastreador.

Una ceja elevada y una sonrisa respondieron.


—¿Eso fue un sí?

—Sí.

Con un sutil asentimiento, caminó algunos pasos, sus alas


destellando un poco, crujiendo contra los pliegues de la capa que ahora
llevaba. Llené mis pulmones con una respiración tranquilizadora y me
obligué a levantar mi mentón para enfrentar el bosque. Hombros hacia
atrás, espalda recta, me uní a él, caminado hacia esa sombra hostil. La
fría luz de la mañana rápidamente se interrumpió, estrangulada por la
celosía de arriba. Me detuve en el ocaso y dije:

—Esto va a ponerse mucho más peligroso si no puedo ver


apropiadamente.

En la oscuridad, distinguí una sonrisa de lado. Mi boca se abrió


para hacer una pregunta, luego se cerró inmediatamente cuando sacó
algo del bolsillo de sus pantalones. Un susurro atravesó sus labios
mientras revelaba una reluciente gema en su mano. Un ámbar viviente
que emanaba docenas de luces y apartaba a la oscuridad.

Parpadeé con asombro.

—¿Vas a decirme cómo hiciste eso?

—Te dije cuando nos ocultamos de Dimitri que no es mi magia.


Solo conozco a un buen proveedor de piedras encantadas. Y las luces no
están de más en lugares oscuros como este. Quería estar preparado.

No obtuvo una respuesta. Estaba demasiado ocupada siguiendo los


patrones arremolinados de las luces de fuego, maravillada por sus
movimientos como de abejas mientras bailaban y se movían en sincronía
con una melodía silenciosa.

Wilder se acercó más, apartando un cabello de mi rostro. Mi cabeza


se levantó hacia él mientras metía el ofensivo mechón detrás de mi oreja.
Su cabeza se inclinó, como si dijera, Necesitamos seguir.

Mi pulso saltó. Lo oculté con una mandíbula tensa y asentí,


determinada a mantener mi buen juicio intacto. Se giró y nos llevó hacia
las profundidades del bosque. Me quedé cerca, manteniendo una mano
firme sobre la empuñadura de mi espada.
El suelo debajo gradualmente cambió. La tierra se volvió húmeda y
suave mientras el musgo y liquen remplazaban al pasto. Casi me resbalé
unas cuantas veces, incluso con las sujeciones de mis botas del ejército.
Después de largos minutos pasados deambulando y observando el rastro
de Wilder, llegó a mí que, sin él, hubiera estado irremediablemente
perdida para este momento. Porque las instrucciones escritas de Hazel
daban una dirección general hacia el noroeste y un punto de partida—a
la izquierda del Paso Barsul—pero no había sol con el cual orientarme y
había tan poco a manera de puntos de referencia. Solo un mar de árboles
esqueleto con sus troncos torcidos y sus ramas en forma de huesos
fracturados, su vida siendo consumida por los parásitos: hongos, espinas
y vides trepadoras.

Únicamente encontrar la belladona en este retorcido laberinto


hubiera sido equivalente a buscar una estrella favorita en la totalidad del
cielo. Imposible.

Continuamos a paso ligero, pero todavía se sintió como que pasó


más de una hora antes que nos acercáramos al corazón de Attia. Fue
obvio cuando lo estuvimos, porque los árboles se volvieron más espesos
igual que el aire. El asquerosamente dulce olor característico de la fruta
podrida ahora saturaba todo. Y ninguna corriente de viento que soplaba
lograba levantar la pesadez. Así que un círculo vicioso comenzó: inhalar
más para compensar la falta de ventilación y que lo podrido se pegara a
mi garganta, lo que solo ocasionaba que respirara más profundamente.

Para empeorar la situación, Wilder tuvo que intervenir más de una


vez para evitar que nuestro camino se cruzara con sprites asesinos. Una
vez por un korgan—Wilder nos hizo volar hacia las ramas y esperamos a
que su trasero lleno de musgo se alejara su prisa—y la segunda y tercera
vez me salvó de árboles sujetadores que contenían benors. Esos fueron
nuevos para mí. Aparentemente vivían en los sistemas de ramas,
comiéndose a los paseantes extraños.

Estos casi golpes tenían a mi corazón golpeteando-golpeteando-


golpeteando en mis venas y sintiéndome más inútil de lo normal, pero
cuando las luces de fuego repentinamente retrocedieron como si
estuvieran asustadas, todos mis huesos se estremecieron con temor.
El centro de Attia se cernía enormemente. No había canto de aves
alcanzándonos. No había rastro del viento. Solo nuestra respiración
irregular mientras nos movíamos lentamente hacia adelante.

Wilder tomó mi brazo, deteniéndome.

—Ten cuidado de donde pisas. La belladona está cerca.

—¿Estás seguro? —exhalé.

La distancia de las luces de fuego significó que nos moviéramos en


semi-oscuridad y tuve que entornar mis ojos para verlo hacer una mueca.

—El olor de la dulce putrefacción se vuelve más fuerte.

¿Más fuerte?

Lloriqueé. El bosque ya era demasiado caliente y empalagoso. El


pánico se elevó en mi pecho, ahogándome.

—Wilder... no puedo respirar. —Me atraganté mientras el bosque


se robaba el aire de mis pulmones.

Me jaló más cerca, una mano descansando en el hueco de mi


columna mientras la otra acunaba la parte posterior de mi cabeza.

—Estás bien. Te tengo.

Boca pegajosa. Manos sudadas. Latidos erráticos. Se sentía como


morir. Me estaba muriendo.

—No vas a sofocarte —dijo firmemente.

La orden hizo que su voz se profundizara, pero no evitó que mi


ansiedad se elevara otro nivel. La debilidad me envolvió.

Wilder liberó el broche de mi capa sobre mi garganta con una


mano. Cayó sobre mi bolso y golpeó el suelo en un montón. Se movió
hacia mi muñeca, quitando mi guante, lanzándolo hacia un costado. Dejó
que su pulgar trazara el interior de mi palma, acariciando, seduciendo en
círculos concéntricos. Luego, lentamente levantó mi brazo y lo pasó sobre
su hombro.

Un crujido me hizo jadear. Las puntas de mis dedos encontraron


membrana de ala. Había tocado una antes, pero nunca con permiso.
Wilder soltó mi brazo, dejándome en su ala. Tanta confianza en ese
solo movimiento. Hizo que mi corazón doliera con alegría. Sus manos
acomodándose de nuevo en mi espalda baja, dijo:

—No vas a desmayarte. Porque si lo haces, tendré que atravesar el


dosel para salir hacia el espacio abierto. Y serás responsable de desgarrar
estas hermosas cosas y hacerlas girones.

Detecté un dejo de risa, pero también sinceridad. Lo decía en serio;


Wilder enfrentaría eso, la agonía y el riesgo de daño permanente. El latido
de mi corazón cambió. Todavía era rápido—demasiado rápido—pero
cambió de pánico a algo mucho más intenso. Esa sensación se expandió
en mi pecho, dándome alas y encadenándome al mismo tiempo. Porque,
¿qué pasaría si no funcionaba? ¿Qué pasaría si me rechazaba? ¿Qué
pasaría si encontraba otra razón para que estuviéramos separados?

La voz de Tita fue un susurro, instándome. Solo lo averiguarás si lo


intentas, querida.

Tracé las líneas a través de la membrana de su ala. Acariciando


gentilmente. Se estremeció y gruñó un poco. Envalentonada, me moví
sobre las puntas de mis pies y pasé mi brazo libre alrededor de su cuello.

El atardecer se convirtió de opresivo a liberador, porque su rostro


fue oscurecido por las sombras, así como el mío; no tendría que mirar
hacia el rostro de un inmortal alado—un hermoso macho—y ver a la
escuálida humana reflejada ahí.

La chica con las mil cicatrices de los años de abuso y abandono.


La mujer quien había resistido el rechazo absoluto y constante de sus
vecinos. Así que cuando la sentencia del exilio había sido realizada, hubo
una diminuta parte de ella—de mí—que creía que estaba justificada. Y
había sobrevivido, solo para ser lanzada hacia la esclavitud. Para sufrir
de la completa y total destrucción de su ser.

Porque yo no era humana.

Ni siquiera era Serena Smith.

Era algo más.

Tal vez, lo que sea que hubiera entre nosotros se convertiría en otra
cicatriz en mi corazón.
Pero... había sobrevivido.

Ahora, quería vivir.

Aparté mi mano de su ala y pasé mi pulgar por la barba incipiente


en su mentón. Su toque se apretó en mi espalda.

—Serena.

Un susurro que ocasionó que nuestra caliente respiración se


entremezclara.

Los latidos de su acelerado corazón reverberaban dentro de su


pecho. Era un esfuerzo por recordar cómo respirar, cómo parpadear,
cómo concentrarse en algo más que esa áspera y cálida piel debajo de la
mía. Inclinó su cabeza. Me arqueé hacia su toque, esperando. Añorando...

En lugar de inclinarse para encontrar mis labios hormigueantes,


se movió para que nuestras frentes se tocaran.

—Ahora no.

No de forma desaprobatoria. De hecho, se voz se había vuelta tan


suave como la mantequilla. Un lento ronroneo. Dioses, estaba tan lista
para discutir. Solo que nunca tuve la oportunidad.

—No quiero que nuestro primer beso sea en la oscuridad. Te


prometo que cuando estemos muy lejos, cuando estemos seguros,
podemos empezar.

Wilder se apartó, rompiendo mi agarre, luego se agachó para


levantar mi guante y capa y me los entregó. Una vez que me puse mi
guante de nuevo y guardé mi capa en mi bolso, envolvió sus dedos en los
míos y me jaló hacia adelante.

—Vamos, tenemos una prueba que completar.

Casi me reí. Demasiado para ser un instructor. De hecho, ahora


me estaba llevando hacia la belladona. Aunque podría haber sido lo
mejor. Porque hilar dos pensamientos juntos se había convertido en un
reto y una frustración punzante acechaba en el interior, arañando y
rasgando las paredes de mi pecho.
Caminamos en la sombra por un minuto más, luego se detuvo.
Permanecí cerca de él, parpadeando en la oscuridad.

—Por aquí —exhaló.

Wilder me llevó a través de un particularmente denso tejido de


vides colgantes y ramas sujetadoras. Levanté mi brazo para cubrir mis
ojos de picaduras y rasguños. Finalmente, iluminación. Una fría luz solar
se vertió, deslizándose a través de mi visión, cegándome
momentáneamente.

Bajé mi brazo lentamente, permitiendo que mi visión se ajustara.

Un claro de musgo y hongos y pasto endurecido me saludó. Ningún


árbol crecía cerca de los arbustos espinosos, ni cerca de la oscura piscina
que yacía en el centro.

Di un tímido paso hacia adelante, manteniendo una distancia


segura. Inspeccionando.

Las espinas negras de los zarzales rezumaban veneno de belladona


y con cada respiración, empalagosa putrefacción picaba mis fosas
nasales. El agua era igualmente espeluznante: un brote caliente que
filtraba suciedad con cada burbuja que explotaba, como el pus de una
herida infectada.

—Dioses —exhalé.

Wilder apretó mi mano.

—No creo que te escuchen en un lugar como este.

No... Un lugar desamparado.

—Entonces salgamos de aquí.

Con su boca tensándose hacia el costado, dijo:

—Deberías tomar esto.

Rompiendo nuestro agarre de manos, Wilder lanzó su mochila


hacia el suelo. Se estiró y sacó un saco de cuero. Levantándose, me lo
ofreció.

—Será más seguro guardar las espinas ahí dentro.


Sin querer el peso adicional mientras recuperaba la savia, dejé caer
mi bolso junto al suyo y tomé el saco de sus cordeles. Saqué mi Utemä,
elegí un punto a la izquierda de la piscina y recorrí la corta distancia
hacia las zarzas.

El profundo retumbar de la voz de Wilder vino desde atrás.

—Concéntrate en una pequeña área y corta lentamente. No quieres


que el residuo toque tu piel.

—Gracias. Esa es solo la centésima vez hoy que hemos hecho


trampa. Vaya instructor que eres —bromeé ligeramente.

—Mis prioridades siempre eran sesgadas cuando se trataba de ti.


—Un tono divertido.

¿Siempre? Una sonrisa se liberó, aun cuando me enfrentaba a tener


que manejar una planta mortal. Dejé caer el saco de cuero en el suelo del
bosque y busqué un tallo que luciera seguro para sostenerme. No había
ninguno. Cada centimetro estaba lleno de espinas.

No había nada de ello. Elegí un punto y con ambas manos en la


empuñadura, levanté la espada y comencé a cortar cuidadosamente.

Una gota de belladona era venenosa. Más que esa muerte


miserable. Y no había antídoto.

Mis instintos me gritaron que cerrara mis ojos cuando grandes


gotas de savia salpicaron el suelo como sangre. Pero mantuve mi enfoque
en el movimiento de corte.

Unos cuantos tallos cayeron de la bestia principal.

Wilder se movió hasta mi costado.

—Eso es suficiente.

Aliviada, limpié la espada en el pasto atrofiado y la envainé antes


de agacharme para levantar el saco. Ahora a meter las espinas.

Aflojé los cordeles del saco. Siempre tan gentilmente, intenté reunir
los tallos espinosos dentro del saco sin tocarlos. Eso falló. Así que, con
un vientre retorcido, me preparé para tomar un tallo con mi pulgar y dedo
índice. Había tomado unos guantes de cuero del armario de suministros.
¿Seguramente serían suficientes para protegerme de las espinas?

Wilder se movió rápidamente, su mano estirándose para tomar mi


muñeca.

—No. —Su mirada se fijó en la mía y permaneció ahí mientras


desenvainaba su daga—. Juntos.

Un sudor frío brotó en mi cuerpo.

—Está bien.

Abrí los cordones del saco tanto como podían abrirse y lo coloqué
cerca de las zarzas. Wilder utilizó el borde de su daga y un movimiento
rápido de la muñeca para maniobrar el tallo. Las espinas se engancharon
en los costados del saco. Mi corazón golpeteó una vez y se detuvo.

Entonces, éxito.

Wilder envainó su daga y saltó. Amaré e hice un doble nudo a los


cordeles del saco. Como una precaución adicional, envolví el saco en una
chaqueta adicional y lo metí hasta el fondo de mi mochila. Mis manos
ahora estaban sudorosas, me quité los guantes y también los metí.

Me levanté y puse mi mochila en mis hombros. Wilder se movió


hacia mi costado. Estaba poniéndose su mochila cuando su cabeza se
inclinó.

Escuché un siseo.

Wilder chocó conmigo, empujándome hacia el piso, su cuerpo y


alas arqueándose sobre mí, creando un escudo para lo que viniera
después.

Un agudo silbido atravesó el aire.

Un movimiento discordante y un gruñido.

El cuerpo de Wilder se desplomó. Casi aplastándome debajo de él,


su respiración entrecortada, susurró en mi oído:

—Mantente debajo de mí. Cuando diga corre, corre y no mires


atrás.
Me soltó. Eso me dio la oportunidad para girarme sobre mi costado
y levantar la mirada hacia Wilder levantándose.

Ahogué un grito. Una gran flecha sucia había atravesado su ala


derecha, dejando un desgarro. Una fea herida.

Mi cuerpo se retorció y casi vomité mis entrañas, porque él había


elegido pararse frente a mí, sus alas extendidas, su cuerpo actuando
como una barrera entre lo que sea que estuviera ahí afuera y yo.

Sacó su espada e inclinó su cabeza, escuchando.

¿A dónde habían ido los atacantes? ¿Por qué se habían detenido?


¿Cómo se habían acercado a él sigilosamente?

El mundo se nubló mientras lluvia roja bajaba por su ala. Goteo.


Goteo. Goteo.

Su ala... su hermosa ala. Desgarrada y maltratada.

Deberíamos estar corriendo. Él necesitaba ayuda.

Apoyé mi peso en mis manos y me empujé para levantarme hasta


una posición sentada. Eso fue lo más lejos que llegué.

Estaba temblando, estremeciéndome como una hoja floja en una


brisa descarriada.

—Quédate detrás de mí. No les des un vistazo claro de ti —siseó


Wilder por la esquina de su boca.

Intenté ponerme de pie, mis piernas no sostendrían mi peso.

Mierda.

Tita gruñó. No te derrumbes ahora, niña.

Cierto.

Me enganché, me subí y me paré en su espalda. A través de una


niebla de adrenalina alimentada por el terror, miré alrededor en busca de
una ruta de escape. No podíamos volar, así que...

Wilder estaba mortalmente callado.

—Necesitas correr. Te cubriré. Ve… ve ahora.


—Déjame ayudar —dije, con histeria apoderándose de mi voz.

—¡No! Estarás expuesta. Serena, por favor, solo vete. —Una orden
y una súplica desesperada.

Con el corazón en la boca, agarré mi empuñadura y saqué la Utemä


unos centímetros. Se oyó un leve murmullo de metal deslizándose, que
Wilder aún escuchaba.

—Maldito sea tu obstinado pellejo —gruñó y enfundó su espada.

Solté mi espada con un chasquido cuando cerró sus alas y se giró


hacia mí.

Otro silbido. Una flecha cortó su bíceps y se llevó sangre y músculo.


Gotas rojas salpicaron mi cara. La bilis se levantó.

Wilder gruñó con los dientes apretados, pero a pesar de sus


heridas, me levantó en sus brazos. Todo su cuerpo se sacudió mientras
corría de regreso al bosque. ¿Cómo estaba todavía en posición vertical?

Crepúsculo cayó sobre nuestros ojos. Wilder silbó en la oscuridad;


no tuve tiempo de preguntarme por qué, porque me arrojó lejos de él.

Volé, aterrizando pesadamente, inhalando tierra. Gemí y me puse


de lado para evitar que mi bolsa se hundiera en mi espalda. Buscando en
las sombras, vi algo destellar en la oscuridad.

Parpadeé. Una vez. Dos veces. El pánico se apoderó de mis venas


cuando reconocí la luz reflejada en el filo de una cuchilla.

Un enjambre de luz de fuego apareció bruscamente, cegándome. El


silbido de Wilder los había traído. Habían desafiado las sombras en su
comando. Ahora, la escena tomó forma.

Tysion, todavía con su uniforme de campamento, estaba con su


espada en la garganta de Wilder.

Me quedé boquiabierta.

El Guerrero Sabu estaba de rodillas. Parpadeé para alejar las


lágrimas. ¿Cómo había sucedido eso? ¿Las heridas lo habían debilitado?
Con su respiración entrecortada y poco profunda, me miró y gimió:

—Serena, corre.
Esos ojos verdes se cerraron, y cayó sobre su frente. Quieto y sin
vida.

Dioses no. Por favor, por favor.

—¿Qué has hecho? —susurré.

Tysion le dio una patada a Wilder. Sin movimiento. Su rostro


sonriente se volvió hacia mí.

—Capturé a un traidor.

¿Capturado? ¿Eso significaba que todavía estaba vivo?

—¡Hunter! ¡Ven a buscar a la chica! —gritó Tysion.

Por una fracción de segundo pensé que debía ser una coincidencia.
Luego vi la ropa familiar verde y marrón, pelo corto y negro y alas
tormentosas. Un puño de hierro se apoderó de mi corazón y pulmones, y
apretó y apretó. La sangre de mi corazón se derramó cuando sus ojos se
encontraron con los míos.

—¿Por qué? —fue todo lo que pude decir.

Hunter no dijo nada cuando me agarró del codo y me arrastró sobre


mis pies. Me tiré contra él, todo mi entrenamiento inútil. Congelada y
mirando fijamente a esa cara. Esos ojos que se negaban a encontrarse
con los míos.

Me había traicionado. Me mintió.

Traidor, mentiroso bastardo.

Empujé y golpeé. Cogí la barbilla de Hunter y se retorció, tomando


el golpe. De alguna manera eso me puso más furiosa. Vertí golpes,
sollozando, gritando:

—¡Maldito cobarde! ¡Cobarde!

—¿Que estás esperando? Contenla —espetó Tysion.

Hunter se movió hacia mí. Los sollozos se convirtieron en


escupitajos y jadeos cuando golpeó mis muñecas detrás de mi espalda en
un agarre desgarrador. Las mantuvo allí con una mano mientras
enroscaba su otro brazo alrededor de mi pecho, apretándome contra su
frente mientras mi bolsa se aplastaba entre nosotros.

Tysion puso a un Wilder inconsciente de lado. La ira abrasadora se


convirtió en una fría náusea en mi vientre. Porque esto tenía que ser obra
de Dimitri. ¿Fue por órdenes de Morgan? ¿Qué haría ella con Wilder?
¿Qué haría conmigo? ¿Torturarme? ¿Enjaularme? ¿Todo para hacer que
se inclinara ante ella?

No pienses en eso. No pienses en nada más que escapar, me susurró


Tita.

¿Cómo no iba a hacerlo? Mis temores más profundos estaban a


punto de ser cumplidos.

No la muerte.

Prisión. Estar encerrada en otra jaula. Libertad para siempre


negada.

Para mí ese era el peor destino. Hunter lo había sabido. Lo había


visto en mí cuando sugirió entrenarme. Para mí, vivir bajo el látigo y
usarlo como una maldita presión—estar encerrada—sería una muerte
viviente. Locura asegurada. El olvido era preferible.

Tita comenzó: ¡No te atrevas!

Si tengo que morir para librarme de ese destino... para salvar a


Wilder, lo haré.

Quise decir cada palabra. Pero mi resolución, mi voluntad de


hierro, se rompió como un vidrio frágil cuando Tysion trazó las cicatrices
de la mejilla de Wilder con su frío acero. Este era un juego para él. Como
un gato jugando con un ratón, presionó e hizo un movimiento lento y
burlón...

—¡No! Por favor. Haré lo que sea, pero no le hagas daño.

La herida de Wilder era superficial, pero casi me tuvo de rodillas,


arrastrándome, suplicando.

Una sonrisa serpenteante torció la boca de Tysion cuando dijo:


—¿Lo que yo quiera? —Sus ojos vagaron, recorriendo mi cuerpo,
desnudándome—. ¿Qué podrías hacer por mí que no pudiera conseguir
en otro lugar? Aunque, debes ser buena, haber atrapado a un Sabu. —
Siguieron una pausa y una curiosa inclinación de cabeza—. ¿Qué tal si
te arrodillas? —Apuntó su espada al suelo frente a él y agregó—: Si eres
lo suficientemente buena, me abstendré de decirle a tu amante lo que
hiciste por él.

Mi respuesta tardó en llegar.

—¿Lo dejarías ir?

El agarre de oso de Hunter se contrajo ligeramente. Como una


advertencia.

La sonrisa voraz de Tysion se hizo más grande.

—Tal vez.

No era una promesa. Probablemente solo era un acto para que me


humille. ¿Y si no lo fuera?

Tysion se rió, el sonido burlón y agudo.

—Es lo que pensaba. Puedes descansar tranquila, no mataremos


al bastardo. Solo vamos a hacer un pequeño viaje. Si las cosas hubieran
ido según lo planeado, quedarías tirada en el suelo junto a él con
sedantes corriendo por tu sangre. Completamente ignorante y teniendo
una buena siesta. Por desgracia, tu amante te salvó de esa amabilidad.

Y con eso, Tysion se volvió hacia Hunter.

—Pensé que eras el mejor arquero de la Caza.

Dioses. ¿De verdad?

—Lo soy. —Hunter estaba tranquilo. Demasiado tranquilo.

Los ojos de Tysion se entrecerraron y se convirtieron en sombras


demoníacas con el brillo de las luces de fuego.

—Tenías un tiro con ella y lo fallaste.

—Todo el mundo tiene un mal día —respondió Hunter.


Su manera relajada despertó la magia en mi sangre. Tronó contra
el interior de mi cráneo y golpeó dentro de mi pecho, desesperada por ser
liberado. Deseé que mi magia saliera al mundo, destruyera a Hunter y
Tysion. Pero nada pasó. ¿Tita? Tita, por favor ayúdame. Tiene que haber
una manera de usar la magia de forma segura.

No, Serena. Aún no.

Quería gritarle y derribar al mundo entero con frustración. La voz


de Tita estaba cortada. Busca evasivas. A Tysion le encanta hablar, le
encanta regodearse, mantén su mente ocupada.

¿Y luego qué?

Solo hazlo, siseó Tita.

—¿Qué es lo que quieres de nosotros? —espeté. Como si ya no


pudiera adivinar.

La mirada despreocupada de Tysion se movió de Hunter hacia mí.


El odio y el disgusto alimentaron sus palabras.

—Nosotros no te queremos. Pero hay alguien que quiere devolver a


Wilder al fae que solía ser. El macho que solía derrotar ejércitos antes del
desayuno y cortar a los machos como tallos de trigo. —Inclinando su
espada hacia Wilder, agregó—: No esta patética cáscara que se permite
llorar sobre una perra que está tan desesperada por la ventaja, que se
folla una fae en desgracia. Ni siquiera eres lo suficientemente buena como
para raspar el lodo de sus botas. Una vez que haya recuperado el sentido,
también lo verá.

Mi furia se liberó de sus riendas. El brazo de Hunter se tensó como


si hubiera escuchado el chasquido de la correa. Mi voz era un susurro
burlón.

—Parece que estás enamorado de Wilder. O tal vez, ¿simplemente


tienes un problema con las hembras? No me sorprendería si te sintieras
amargado.

Tales palabras imprudentes.

Ira contorsionó su rostro ante la implicación.

—¿De qué estás hablando?


—Adrianna —canté a la ligera—. Una hembra fae te golpeó y te
humilló frente a cientos de personas. Así que si alguien es la perra aquí,
eres tú.

Estúpida, estúpida, estúpida.

Tysion cerró la distancia entre nosotros en dos saltos, sus colmillos


iban por mi garganta.

Después estaba comiendo tierra, literalmente. Hunter me había


empujado a un lado. Tosiendo, escupiendo la tierra, alcé la mirada para
ver que Hunter había tensado su arco. Su punta de flecha apuntaba al
pecho de Tysion.

—Suficiente —ordenó—. Has tenido tu diversión. Nadie te ordenó


que dañes a los rehenes o te quedes parado alrededor de regodearte.

Tysion gruñó en su cara, pero no volvió a buscarme.

—Se habrá curado para cuando lleguemos a la corte. Además, ¿qué


es un moretón más? Ella tendrá muchos peores una vez que se dé cuenta
de cuán profundo es su apego.

¿Ella? Mierda. Por supuesto, Morgan.

Hunter estaba tranquilo, pensativo.

—Lo sé. Es por eso que vas a tomar a Wilder y nos dejarás atrás.
Él es el premio, no ella.

Me apresuré a arrodillarme, mi mente corría, tratando de ordenar


sus acciones en una cadena de eventos que tuviera sentido.

La conmoción de Tysion se reflejó en la mía.

—Ella es la clave para controlarlo.

Hunter levantó un poco la barbilla, pero por lo demás, no se movió.

—Quizás. Aun así la vas a dejar atrás.

Un gruñido malvado vino de Tysion mientras bajaba la cabeza, sus


ojos se oscurecieron. Era una postura de fae demasiado familiar. Una
amenaza, llana y simple.
—¿Por qué habría de hacer eso?

Hunter miró a la flecha. Casi exasperado.

—¿No es la flecha que apunta a tu pecho un motivador lo


suficientemente bueno? Si quieres seguir presionándome, da otro paso.

—¿Me dispararás? —preguntó Tysion, sus palabras un abrazo


letal.

Hunter ladeó la cabeza.

—Obviamente. Pero no dispararé a matar. Te dejaré que te


desangres. Estoy seguro de que uno de los sprites que están en este lugar
estaría muy feliz de comerte vivo.

Mis tripas se llenaron de temor. Nunca antes había visto la


verdadera crueldad en él. Sólo la infame arrogancia fae.

Los ojos encapuchados de Tysion se enfocaron en la punta de la


flecha, y de repente se ensancharon en la realización rígida.

—Erraste tu trio contra ella a propósito, ¿verdad?

Hunter estaba resoplando con educada incredulidad.

—Finalmente llegaste allí, ¿verdad?

Tysion solo frunció el ceño.

—Eres un puto idiota. ¿Tienes idea de lo que te hará?

Los hombros de Hunter se alzaron en un intento por encogerse de


hombros, pero no pudo ocultar la desesperación que ensombrecía su
rostro.

—¿Forzar un juramento de sangre? ¿Convertirme en una araña?


¿Torturarme por años? ¿Quién puede decir realmente con ella?

—¿Te arriesgas a condenarte por eso? —Tysion me apuntó con un


dedo—. ¿Por un humano, por una mujer? ¿De qué sirve ella? Va a
envejecer. Estarás atrapado con pechos hundidos y un arbusto canoso.

Casi resoplé en voz alta, pero las cosas ya estaban al filo de un


cuchillo.
Hunter sonó suave y mortal mientras respondía:

—Eso no me importa. Ahora, tómalo y vete.

Dejé de respirar.

Tysion siseó a través de su lengua de víbora.

—Estás cometiendo un error...

—¡Vete! —rugió Hunter.

El sonido hizo que mis rodillas temblaran mientras me paraba.


Tysion me lanzó una última mirada sucia antes de retroceder hacia
Wilder y levantarlo. Dejé escapar un gemido de agonía mientras huía con
su premio. Las luces de fuego parecían agitadas y confusas, pero no
siguieron a Tysion. Se quedaron conmigo, dando vueltas por encima.

Hunter soltó un suspiro y relajó la cuerda del arco. Guardó la flecha


en el carcaj a su espalda. Finalmente, sus ojos torturados encontraron
los míos. Antes de que pudiera hablar o poner excusas, la ira negra que
se había estado acumulando ahora apuntaba a él. Saqué mi Utemä y
avancé. Dos pasos. Mi espada fue a su cuello. Hunter no hizo ningún
movimiento para defenderse. No importaba. Estaba a un paso de abrir su
garganta en el suelo.

—Ve tras él. Tráelo de vuelta.

Sin movimiento. Ni siquiera un parpadeo.

Grité tan ferozmente, tan salvajemente, que fue como si me


hubieran desgarrado la garganta.

—¡HAZLO! ¡HAZLO AHORA! O lo juro, te mataré.

Mi voz se quebró. Maldita sea.

—No, no lo harás —dijo en voz baja. Tan seguro. Tan malditamente


confiado.

El brazo que sostenía mi espada se movió, pero no golpeé. Lo


necesitaba.

—No puedo rastrearlos, y no puedo vencer a Tysion. Pero tú


puedes.
—Probablemente. Pero no iré tras ellos —susurró Hunter.

—Bien.

Bajé la hoja a mi lado. Tuve mi oportunidad. Tenía razón: no quería


su sangre en mis manos.

Hice un movimiento para pasarle, para ir tras Wilder. Hunter me


bloqueó, extendiendo sus alas grises de par en par. Hice otro movimiento
para que él también se detuviera. Mis puños se curvaron, las uñas
mordieron mis palmas, escupí:

—¡Fuera del camino!

Hunter negó con la cabeza. Solo una vez.

—Tysion solo te capturaría, y entonces nuestras vidas se


acabarían.

Tragué la rabia que se agitaba bajo mi piel con un esfuerzo


monumental.

—Explícate.

Hunter se apresuró:

—Después de que Dimitri nos vio juntos, Morgan me envió una


citación. Y ella entró, Serena. —Golpeó un lado de su cabeza; una mueca
de dolor apareció en su rostro—. Te vio a través de mis ojos.

—¿Qué quieres decir con que ella entró? ¿Entró cómo?

Con los ojos cerrados, respondió:

—Morgan puede romper mentes, escuchar pensamientos. Extrajo


mis recuerdos de ti. La caja. Tu atacante. El conocimiento que había
compartido... Mis sentimientos. Nuestra amistad.

Intenté ocultar mi disgusto, mi desprecio. Como si pudiera sentir


algo por él. Todo lo que podía pensar era Wilder, Wilder, Wilder.

—¿Serena? —Hunter susurró mi nombre. Como si significara una


maldita cosa. Como si aún fuéramos amigos. Como si él se preocupara
por mí.
Una sospecha creciente se convirtió en una pregunta.

—¿Por qué te enviaría? Si vio que tenías sentimientos por mí, ¿por
qué confiar en ti para capturarme?

Hunter negó con la cabeza; un movimiento lento, triste.

—No confía en mí. No confía en nadie. Elegirme para capturarte fue


una prueba y un castigo. Si resultaba desleal, prometió convertirme en
una de sus arañas. Esclavizado por ella por toda la eternidad. —Un
temblor había entrado en su voz.

La emoción se hinchó y cerró mi garganta. La empujé hasta donde


pertenecía. Necesitaba respuestas, no excusas.

—¿Por qué arriesgar eso para salvarme entonces? Estás más que
dispuesto a sacrificar a Wilder.

Sus alas se colapsaron un poco. Como si un gran peso se posara


sobre sus hombros.

—No puedo entregarte sabiendo lo que ella haría. Eres la única


amiga que tengo.

Parpadeé. La ira se encontró con el dolor en un arrebato violento.

—¡Bueno, entonces, no tienes a nadie!

—Serena...

—¡No… no hay excusas! ¡Me traicionaste! Nunca me dijiste cuan


mal estaban las cosas en los campamentos de Solar. Y vendiste a
Casandra porque era más fácil que pelear. ¡Y estás haciendo lo mismo
ahora! —Un sollozo se atracó en mi garganta ante la verdad de lo que él
había hecho. Continué—: ¡Sacrificaste a Wilder! Le disparaste. ¡A sus
alas… sus alas!

Los ojos de Hunter se torcieron en una mueca.

—Tuve que hacerlo.

Apreté mi mandíbula tan fuerte que dolió. Traicionero, mentiroso…

De repente, Hunter cruzó la distancia entre nosotros, estirando sus


alas en un azote. Apenas tuve tiempo de reaccionar, de alzar mi espada.
Se acercó y rompió mi agarre el en mango, desarmándome. Intenté
quitársela, pero arqueó la espada detrás de su espalda y alzó sus palmas
diciendo:

—Me vas a escuchar. Si aun así quieres matarme después de eso,


te la regresaré.

Alzó mi Utemä. Una promesa y una ofrenda de paz.

Me picaban las manos. Podía estrangularlo. Pero no esperó a que


respondiera, ya estaba divagando.

—Morgan no ejecutó a Wilder ni forzó el juramento de sangre


porque ella quiere que sea su general. Incluso esclavizado por ella, le
resultaría difícil controlar a alguien como él cada minuto del día. Lo peor
de todo, lo desea. —Soltó una risa sombría—. Mi punto es que no le hará
daño. Nunca ha parecido capaz. Tú, por otro lado…

En un tono frágil, le espeté:

—Ella me habría torturado para llegar a él. Lo sé. Eso no significa


que debías salvarme y dejarlo ser llevado.

—No te habría torturado. No así.

Eso me calló.

Dijo a toda prisa:

—Morgan puede ser celosa. Puede desear a Wilder. Pero no es


tonta, y tiene un talento para divisar el potencial. Y cuando vio mis
recuerdos, estuvo intrigada, Serena. —Se estremeció. Como si eso fuera
lo peor que pudiera haber pasado—. Cree que haría una excelente
adición a su colección. A su ejército.

La conmoción latió a través de mí, poniendo mi mente a la deriva.


Sin timón en un mar tempestuoso.

—Por el amor de los dioses, ¿por qué? Hay mejores luchadores. Ni


siquiera soy fae.

No todavía, sin embargo.

Hunter frunció el ceño.


—Haciéndote su criatura es la mejor manera de destruir las
afecciones de Wilder. Y entonces vio cómo derrotaste a Jace, que tenías
un amigo en la Caza. Incluso tu amante si alas. —Apretó sus dientes en
un reproche silencioso—. ¿Realmente no puedes entender por qué te
quiere?

El mundo giró; estaba deshaciéndome.

La voz de Hunter era más que un susurro ahora.

—Lo siento. Serena. Por todo. Pero si él está de vuelta en la corte


con ella, puede ser la única forma en que te deje en paz.

Tuvo la audacia de mirarme de forma suplicante. Quería perdón.


Con los nudillos blancos, peleando con la urgencia de romperle la cara,
disparé:

—¿Por qué haría eso cuando me quiere tanto?

Había una verdad vacía en sus palabras.

—Te protegió con su cuerpo. Confía en mí, hará un trato para


salvarte.

Quería vomitar mis entrañas. Gritar y gritar y gritar.

Debe haber visto algo en mi expresión porque se movió hacia mí.


Retrocedí, advirtiendo:

—No me toques.

Hunter me mostró una mano abierta. Una señal para paz.

—Juro que arreglaré esto. Tengo un plan.

Lo absurdo de esa promesa me golpeó con tanta fuerza, que espeté:

—¿Qué plan?

Su manzana de Adam se movió.

—Después que Morgan escuchó que Wilder venía aquí…

Lo detuve con un salvaje manotazo.

—¿Cómo supo eso? Nadie sabía.


Hunter inclinó su cabeza hacia mí.

—Dimitri debe haberlo descubierto, porque fue él quien me dijo a


dónde ir, y me sugirió a Tysion como mi segundo.

No pude dejar de espetar:

—¿Por qué él?

Una pausa.

—Creo… creo que Tysion puede ser el hijo de Dimitri.

Mi mandíbula se aflojó. Me sacudí interiormente.

—Bien. Ve al punto.

La frente de Hunter se arrugó cuando bajó la mirada y tocó la


empuñadura de mi espada.

—Morgan no quería que ninguno de ustedes fuera dañado


permanentemente en la captura. Es por eso que nos dio una poción para
dormir para tirar las flechas y me ordenó que las lanzara, porque soy el
mejor arquero.

El mejor, si había que creerle a Tysion.

Hunter miró a mis ojos enojados de nuevo.

—Pero pensé que Tysion podría tratar de quitarme el arco si sentía


alguna duda de mi parte. No confiaba en él disparando a cualquier lado
cerca de ti, así que antes de empezar, fui a buscar un arma que no
pudiera ser usado en tu contra. Algo que pudiera ayudarnos… a
sobrevivir.

A pesar de mis pensamientos iracundos, mis ojos seguían


dirigiéndose al arco de arce posado sobre su hombro.

—¿El arco? —le pregunté para confirmar.

Hunter asintió vagamente y corrió un dedo a través de la cuerda de


plata. Lucía pensativo.

—Es llamado Kaskan. Una vez encantado, no puede ser usado para
dañar a su dueño. Es tuyo ahora, y nunca se perderá, siempre y cuando
el objetivo esté en la mira y tengas la concentración y el corazón para
dispararle a alguien. Son prácticamente imposibles de conseguir. Así que
fue al único brujo que aun los hace. Nunca me dejaría entrar, así…

—¿Lo robaste?

Sacudió su cabeza y destelló una sonrisa.

—Oh, no, esa fue Isabel. Después que Kasha la vendiera, se


convirtió en la única aprendiz del artesano kaskan.

Estaba impactada.

—¿Está bien?

Asintió de nuevo.

—Ella quería ayudarte, así que hechizó un arco para reconocerte.


Eres la única que puede hacer que esta cosa funcione.

No sabía qué decir cuando agarró el arco, y me lo sostuvo.

Soy tuyo, parecía susurrar.

—Isabel me dio algo más, algo que nos ayudará. —Su mano libre
se clavó en sus cueros marrones para sacar un trozo de cristal de cuarzo
que parecía estar emitiendo ondas de luz—. Tiene un poderoso encanto
de ocultación en su núcleo. Impidió que Wilder nos sintiera, pero ahora
puede hacer lo mismo por ti y por mí. —Lo guardó en el bolsillo y continuó
con un tono más brillante y esperanzador—. Ven conmigo, Serena. Con
la piedra, puedo llevarnos a través del mar a Asitar o Makara. Podríamos
estar seguros allí. Tendríamos la oportunidad de una vida fuera del
control de Morgan…

—¿Estás loco? —grité, y Hunter retrocedió—. ¿En serio crees que


escaparía contigo mientras Wilder es arrastrado de vuelta a ese
monstruo? —Respirando con fuerza, la furia hirviendo en mi interior,
continué—: ¿Qué te hace pensar que si quiera lo lograremos? ¿Ella vio tu
mente, debe haber visto tus estúpidos planes?

Hunter solo me miró, con los ojos aguados. Cuando habló, su voz
estaba rota. Una escofina.
—No había pensado en ello aun. Morgan no es toda poderosa, y la
mente no es un libro abierto en el que puedes pasar las páginas a
voluntad.

No sabía qué pensar. Y no me importaba.

—Bien. Ya dijiste lo tuyo. Ahora, dame mi espada. —Le tendí mi


mano, esperando y expectante—. Porque me iré. Iré tras él, y tendrás que
matarme para detenerme.

Dudó.

—Nunca te haría daño.

—Ya lo hiciste.

Parpadeó, el dolor marcando sus facciones. Entonces, sus fosas


nasales flamearon, y giró su cabeza.

—Serena, nos tenemos que ir. Alguien viene.

Tiró mi espada y vino hacia mí. Como para cogerme.

Probablemente alguna charada para hacerme ir con él. Nada pasó.


Lo dejé acercarse luego me arrodillé golpeándole las pelotas. Gruñó. No
me detuve a felicitarme. Corrí.

Pero no había dado diez pasos antes de correr directo a otro cuerpo
masculino. Me alejé desorientada. ¿Tysion?

Luego, las luces de fuego iluminaron otro macho.

Solté un sollozo gigante y lancé mis brazos alrededor de Frazer. Él


no correspondió. Lo solté y retrocedí un paso para ver sus ojos fijos sobre
mi hombro. La intensidad y el odio me asustaron incluso a mí. Pasó
volando a mi lado, sin molestarse siquiera en sacar su Utemä, y se
estrelló contra Hunter como un huracán, derribándolo, y le dio fuertes
golpes en la cara, el abdomen y las costillas.

Me sentí entumecida. A la deriva.

Hunter trató de patearlo. Cuando eso no funcionó, se acercó al


cuello de su atacante, los caninos libres y listos. Frazer respondió
aterrizando un golpe en su mandíbula, y luego fue por las alas. Hice una
mueca de dolor cuando Frazer arrastró a Hunter por el suelo por esas
cosas hermosas que eran la tormenta y la nube hecha carne.

Las uñas de Hunter escarbaron en la tierra. Estaba arañando


desesperado, y sollozaba mi nombre.

Mi estómago se tensó y retorció. No estaba hecha de piedra después


de todo. Un crujido repugnante siguió. Frazer lo había arrojado contra
un árbol y ahora presionaba firmemente sus pulgares en dos puntos a
cada lado del cuello de Hunter.

Se desmayaría pronto; la aplicación de los puntos de presión de


Hunter era perfecta. Tenía que hablar rápido.

—Lo siento, pero no soy tu posesión. No decides lo que es mejor


para mí.

Los ojos de Hunter encontraron los míos. Me tendió su mano.


Ayúdame, ayúdame, parecía decir.

Noté los segundos y sostuve su mirada llena de dolor. Cualquier


cosa menos me hubiera hecho una cobarde. Los ojos de arcilla de Hunter
se deslizaron hacia atrás en su cabeza a la cuenta de cuatro.

Un suspiro mezclado con culpa y alivio se apresuró a salir de mí.

Frazer lo empujó hacia atrás con una mirada de profundo disgusto


y se acercó a mí. Sin decir una palabra, sin hacer contacto visual, me
examinó cuidadosamente. Incluso me dio la vuelta en un giro brusco para
mirar a mi espalda.

Sorprendida y molesta, pregunté:

—¿Qué estás haciendo?

—Comprobando.

Hice un chasquido con la lengua y aparté sus manos.

—Estoy bien. Ahora te necesito para ir a cazar.

Una pequeña sonrisa y una ceja alzada.

—¿Qué tendré que cazar?


—Wilder, y el fae bastardo que lo tomó: Tysion.

Frazer dejó salir un gruñido.

—¡Ve tras ellos! Antes que sea demasiado tarde —rogué.

Él fue inflexible.

—No sin ti. Agarra tu espada y nos vamos.

Hice un ruido impaciente y fui a envainar mi espada. Entonces,


mis ojos se engancharon en Hunter, y el arco. Mi mano picaba por
tomarlo. Pero era el arma que había arrancado las alas de Wilder como
si fueran seda de gasa. Un segundo de vacilación.

Está hecho para ti, Tita susurró.

Sin duda.

El cuerpo de Hunter estaba recostado contra un árbol y no sentí


nada. Bueno, bien, un poco de tristeza. Y un montón de furia. Así que no
fui amable cuando tiré del arco y lo retiré de sus hombros. Tomé una
última decisión rápida y coloqué el kaskan y el carcaj en el suelo para
buscar entre los bolsillos de sus cueros el cristal de cuarzo. No había
dicho si funcionaría para alguien que lo poseía, pero esperaba que lo
hiciera. Podría ayudarnos mucho en el camino por delante.

—¿Qué es eso? —Frazer apareció a mi lado.

—Encanto de ocultación —dije, metiéndolo en mi bolsa.

—Bien.

Sin preguntas. Pude haberlo besado.

Los ojos de Frazer fueron a Kaskan.

—¿Por qué tomas el arco? Solo es peso adicional.

Me detuve.

—Está encantado para nunca perderse. Y es mío.

Frazer tomó la flecha y el arco del piso suelo del bosque,


encogiéndose de hombros.
—Los llevaré. No queremos que se dañe mientras estás en mis
brazos.

—Pero acabas de decir… —empecé.

—No podemos dejar un kaskan detrás.

Me alzó y finalmente, estábamos volando, yendo detrás de Tysion.

Temiendo la respuesta, pregunté:

—¿Puedes rastrearlo?

Frazer lucía drenado, pero me dio un asentimiento brusco.

—Un poco, pero la esencia está desapareciendo.

Mierda.

—¿Ya?

—Este bosque sofoca todo. Te perdí a mitad de camino y tuve que


depender de nuestro vínculo para encontrarte.

Después de un minuto de ser empujado y limpiar con furia la


sangre de Wilder de mi mejilla, dije:

—¿Realmente crees que podemos alcanzarlo?

Estaba preparada para escuchar no.

—Adi está esperando al borde del bosque. Puede ser capaz de


detenerlo.

Un poco de esperanza me inundó, y mi curiosidad finalmente


superó mi miedo.

—¿Por qué está aquí? ¿Por qué estás tú aquí?

Frazer resopló.

—¿Realmente pensaste que no lo seguiría cuando pensé que Wilder


podría ser un traidor?

Quería sonreír, pero los músculos en mi cara se congelaron.

—¿Cómo no encontraste?
Algo, un recuerdo, brilló a través del vínculo. Fue difícil no jadear
en voz alta. ¿Dejaste que Adi te llevara?

Sus labios se fruncieron y la presión en mis piernas y en mi espalda


se intensificó. Para mi humillación, sí.

Mi mente se tambaleó. Conocía su carácter. Haberse sometido a


eso hubiera sido insoportable para él. Lo amaba aún más por ello.

Frazer continuó:

—Ni siquiera tuvimos que rastrearte, ya que sabíamos a dónde


ibas. Sin embargo, casi mató a Adi, tratando de mantenernos a la par de
Wilder. Estaba echando espuma por la boca cuando llegamos.

Mi estómago se volcó.

—¿Por qué no vino al bosque contigo?

La risa de Frazer fue jadeante y delgada.

—Soy más rápido en el suelo, y ella no quería encontrarse con


Wilder. Siempre la alumna obediente —dijo con sarcasmo—. Pero se
ofreció para mirar desde arriba y estar atenta a las señales de una
emboscada en el área circundante. Aunque si hubiera captado el olor de
Tysion, nada la habría mantenido alejada.

El silencio cayó entre nosotros después de eso, y los minutos


pasaron hasta que la primera cinta de sol se derramó para bañar la tierra.
Observando los huecos que ahora aparecían en el dosel, no pude soportar
expresar la pregunta que me estaba rompiendo por dentro. Así que
susurré por el vínculo en su lugar. Si Tysion ya se ha ido con Wilder,
¿podremos rastrearlo?

La respuesta de Frazer fue suave, tan suave. Ya sabes la respuesta


a esa pregunta.

El calor picó mis ojos, y mi cabeza se desplomó contra su hombro.


Me quedé completamente flácida y abatida mientras los recuerdos de
Wilder protegiéndose con sus alas, su cuerpo, flotaban en la superficie
de mi mente. Inesperado y no deseado.

Me dolía el corazón, sangraba. Dioses, me dolía tanto.


Es mi culpa.

Las palabras de Frazer fueron un suave murmullo. Casi una


canción de cuna. No, cariño. Morgan tiene la culpa de esto. Nadie más. No
debemos ser castigados por aquellos a quienes amamos. Es tanto en
nuestro control como el cambio de la marea, o la salida del sol.

Asentí, vacante. Perdida en una pesadilla de vigilia.


Gracias a Ti
Traducido por Sofiushca & Mary Rhysand

APARECIERON SEÑALES DE que pronto estaríamos libres del bosque.


Más rayos de luz aguados se filtraron y una brisa, fresca y gloriosa,
rompió el hechizo de Attia. El brillo levantó el ánimo sin vida opresivo,
despertándome, ayudándome a respirar de nuevo.

—¿Aun puedes olerlos?

Las fosas nasales de Frazer se ensancharon.

—Sí.

No había inflexión en su voz.

—Se han ido, ¿verdad?

Frazer permaneció en silencio, pero tomó velocidad. Ahí estaba mi


respuesta. Toda esperanza y pretensión se hicieron añicos y se desplegó
un dolor desgarrador, un dolor que amenazó con inundarme y
arrastrarme con su poderosa fuerza.

Los árboles se adelgazaron, y mientras alcanzábamos el último de


sus esqueletos, las luces de fuego nos dejaron. Mi cabeza se alzó,
escudriñando los cielos abiertos. Nada.

Un sollozo se retorció en mi garganta, volviéndose más un gemido


en la exhalación.
Frazer me dejó en el suelo, ahuecó mi barbilla y movió mi cabeza
hacia la izquierda.

Adrianna estaba allí, agazapada sobre el cuerpo inconsciente de


Tysion. Examinándolo. Wilder estaba tendido a su lado. Todavía
inconsciente.

Pero estaba allí. No siendo arrastrado hacia Morgan.

No había palabras…

Adrianna nos vio y se puso de pie, llamándonos con señas.


Corrimos hacia ellos y fui directamente al lado de Wilder, revisando
suavemente sus heridas. La piel deshilachada y el músculo desgarrado
de su bíceps habían comenzado a unirse, gracias a las habilidades
curativas de los fae. Pero sus alas: éstas no iban tan bien. La delicada
membrana había coagulado, pero los agujeros todavía eran visibles. La
vista se sentía como un trozo de vidrio perforando mis entrañas.

Adrianna habló primero:

—Espero que no te importe. —Pateó la pierna de Tysion—. Tan


pronto como este bastardo salió arrastrando el trasero del bosque con
Wilder desplomado sobre su hombro, caí del cielo y lo golpeé en la cabeza.
Afortunadamente, su cráneo no es tan grueso como creerías.

Levanté la vista para encontrar a Adrianna palmeando una pesada


ballesta de aspecto perverso. Las Líneas ásperas de su rostro eran feroces
e implacables. La máscara de un guerrero.

Una carcajada áspera—en parte de alivio y en parte de histeria—se


me escapó como un graznido. Me tapé la boca con la mano cuando Frazer
me tocó el hombro, en señal de consuelo y solidaridad.

—Entonces, ¿qué quieren hacer con este gusano sin valor? —


Adrianna arrugó la nariz y mostró sus dientes ante el cuerpo inmóvil de
Tysion.

Mi voz difícilmente era humana cuando dije con la voz ronca:

—Déjalo que se pudra. Si Hunter no lo persigue y silencia, entonces


la reacción de su padre ante su fracaso será castigo suficiente.

—¿Padre? —Frazer repitió.


—¿Qué tiene que ver Hunter con todo esto? —preguntó Adrianna.

Mi lengua se había vuelto espesa y pesada, y un dolor de cabeza


golpeaba contra mi cráneo. Estaba muy, muy cansada. Sin confiar en
mis piernas, me quedé arrodillada con una mano apoyada en el pecho de
Wilder y dejé que todo se derramara. La herida abierta en mi corazón
sangró al contar la emboscada y la historia de Hunter. Sus excusas y su
supuesto plan. Terminé al explicar sobre el kaskan y la piedra.

Adrianna siseó como un hervidor de té una vez que terminé.

—No puedo creer que ese atontado idiota pensara que te irías con
él. Después de lo que ha hecho. —Apuntó con una ballesta cargada hacia
Tysion y gruñó—. Y esta cosa es el vástago de Dimitri. Ugh, no es de
extrañar que sea tan vil.

—Deberíamos irnos —dijo Frazer abruptamente—. No confío en


que Hunter no vaya a perseguirla, incluso si la piedra nos funciona, no
nos hace invisibles.

Adrianna deslizó la correa de la ballesta sobre su hombro y ajustó


el carcaj y la bolsa a su espalda, inquieta.

—Bueno, no puedo volar muy lejos. Aún no.

Su magnífica cabeza se inclinó un poco. Reconocí la mirada y la


causa. Era la cara de alguien decepcionado por sus propias limitaciones.

Frazer levantó la barbilla hacia el barranco.

—He oído que el Paso está lleno de cuevas, todo el camino hasta
las montañas. Puede que haya algunas que sean seguras para pasar la
noche.

Adrianna estaba asintiendo.

—De acuerdo. Llevaré a Wilder y volveré a por ustedes.

Frazer me echó un vistazo.

—No nos quedaremos aquí. Llevaré a Serena al Paso. Puedes


recogernos allí arriba.
Adrianna asintió de nuevo y se preparó para volar metiendo su
larga trenza en su chaqueta. Se movió para recoger una bolsa del suelo
y se la tiró a Frazer.

—Puedes llevar tu propia mochila ahora. Wilder es lo


suficientemente pesado.

Frazer respondió colocándose la bolsa en la espalda, maniobrando


alrededor del carcaj y el kaskan.

Observé, preocupada, mientras ella levantaba cautelosamente a


Wilder. Su cabeza rodó. Como una muñeca sin vida.

Desde mi posición sentada, dije:

—Podría llevar su bolsa, o las cuchillas. Podría ayudar.

Ella levantó una ceja altiva.

—Me las arreglaré.

Tita aprobó en mi cabeza. Faeling orgullosa.

Mis entrañas cayeron cuando Adrianna se dio la vuelta para correr,


sus alas escamadas se tensaron por el esfuerzo. Por un momento pareció
que no lo lograría, pero finalmente, sus pies despejaron del suelo. Fue
entonces cuando me moví para pararme sobre mis piernas temblorosas.
Frazer estaba ahí, levantándose, ayudándome. No hablamos cuando se
desvió hacia el norte y corrió por la llanura llena de hierba, nuestras
armas y mochilas resonaron mientras se movía.

Me quedé mirando a la nada.

—¿Qué es? —murmuró, con su respiración uniforme a pesar de su


ritmo—. Recuperamos a Wilder, ¿por qué siento que caes más profundo
en la desesperación?

Las palabras rodaron, cubriendo mi lengua. El pesado vacío en mi


pecho me impidió decir la verdad. Un segundo después, algo cambió todo
eso. Una suave nube fue borrada por un viento perdido, y el sol apareció,
radiando.

Nunca había sido un lagarto solar, pero ahora esa luz iluminaba
mi mundo. Hacía que las montañas sombreadas volvieran a brillar en
tonos cobrizos cuando el helecho que se aferraba allí estaba expuesto.
Entonces, mientras el valle cobraba vida ante mi mirada atónita, vi cómo
se movía el prado, cantando en sintonía con la brisa del verano. Pelusas
de diente de león flotaban perezosamente y las flores silvestres se
balanceaban, ondeando y brillando con residuos húmedos. Respiré
hondo, atrapando el olor de la lluvia reciente. El follaje había sido tan
espeso en Attia, que no era sorprendente que me hubiera perdido un
chaparrón.

El brillo ahora glorioso amenazaba con deslumbrarme. Cerré los


ojos, pero aún sentí la magia calentando mi piel. Susurró, cambiando y
ahuyentando la carga que me eclipsaba.

Mis ojos se abrieron y estallé:

—Wilder me protegió. Se paró enfrente de mí y recibió dos flechas.


Y luego, Hunter…

Los dedos de Frazer se tensaron contra mi cuerpo.

—Te traicionó.

En un hablado tranquilo, continué:

—Sí, y me salvó. Otra vez. Es bueno en eso. En ser un gusano


traicionero y luego hacerse el salvador.

—Yo no habría dejado que Tysion te llevara —aseguró Frazer.

—Habrías llegado demasiado tarde, Frazer.

Su pecho vibró con un silencioso gruñido de disgusto, pero era


cierto. Y él lo sabía.

—Entonces, Adrianna fue la que rescató a Wilder.

Frazer hizo un ruido sordo.

—Sé a dónde estás yendo a parar, pero…

Divagué:

—Fui inútil. Más una carga que cualquier otra cosa. Y no sé cómo
sentirme realmente acerca de convertirme en fae. Pero ahora mismo, si
fuera posible, marcharía directamente hacia Ewa y exigiría a Hazel que
me cambiara en el acto. Siempre y cuando eso significara que nadie tenga
que protegerme así de nuevo.

Los ojos de Frazer se posaron en los míos, sus cejas se juntaron.

—¿Estás en desacuerdo? —le desafié.

—La gente toma sus propias decisiones. Además, dado tu historial,


es probable que debas acostumbrarte a que la gente te proteja. Una vez
que la gente sepa la verdad, muchos te considerarán una princesa
legítima, tal vez incluso su reina.

Princesa. Reina. No probable.

Él simplemente no entendía. Esa era una primera vez.

—¿Sabes lo que pasaría si te mataran? ¿Si tengo a Wilder, o Adi, o


Cai, o Liora heridos? —Mi voz se quebró bajo la tensión de decir sus
nombres, pero una tormenta de culpa y miedo me hizo apretar los dientes
y continuar—. Querría morir.

—Detente. Nunca pienses eso.

—Pero…

—¡No! —gruñó.

Se produjo un frágil silencio, por lo que entramos en la boca del


valle. Una pausa, y luego él estaba hablando suavemente, pero feroz
cuando confesó:

—Yo también quería morir. Tomar mi vida y dejar este mundo


lamentable y arruado para siempre.

Oh. Parpadeé las lágrimas y pregunté:

—¿Cuándo?

—Después de que ella esclavizara a Lynx. Después de haberle


fallado.

—¿Qué te detuvo? —grazné.

Su voz era sombría cuando dijo:


—El macho que conocí podría haberse ido, pero eso no quema mis
recuerdos. Y Lynx me habría dicho que fuera valiente. Que viviera,
aunque cada día fuera una lucha.

Mi corazón murió. Una lágrima cayó.

Frazer me apretó con más fuerza. Su versión de un abrazo, supuse.


Continuó murmurando:

—Porque siempre y cuando sigas respirando, existe la oportunidad


de que las cosas mejoren. De que tú las mejores. Si eres bendecida con
la vida larga de los fae, es casi inevitable.

A pesar de mí misma, mordí mi labio y le pregunté:

—¿Y eso es suficiente?

Me dio una sonrisa adolorida.

—Esas palabras y pensamientos no son míos. Pertenecen a Lynx.


Nunca hubiera salido con algo así por mí mismo. Demasiado optimista.

Me reí un poco con eso.

Frazer continuó, su voz ahora más fuerte:

—Esos recuerdos y ecos de una vida perdida me mantuvieron vivo,


pero para ser honesto, durante mucho tiempo solo fueron palabras
susurradas en la oscuridad. No lo creía hasta que te conocí. Así que tal
vez no hayas recibido flechas por mí, siska, pero me salvaste de mí
mismo, de dejar que el dolor me trague por completo. Porque creo que si
me hubiera quedado solo en ese silencio por mucho más tiempo, me
habría roto.

Eso, ahí, me robó el aliento, la voz.

Frazer desaceleró, observando el área. Obviamente satisfecho de


que no había amenazas, me dejó en el suelo y me paré, permitiendo que
sus ojos me sostuvieran. No intenté ocultar el rastro de agua salada
manchando mi mejilla.

Mi garganta se cerró mientras nos mirábamos fijamente. Su mirada


azul-plateada me desnudó. Eventualmente, me atreví a decir:

—¿Puedo abrazarte?
Sentí un destello de humor negro en el vínculo. Era tan Frazer.

—Si tienes que.

No era exactamente una invitación, pero de todos modos me hizo


lanzarme hacia él. Sentí una ligera presión en mi espalda. Él de hecho
estaba respondiendo. Hice un ruido de sorpresa, medio gemido, medio
hipo.

—Idiota —susurró en mi cabello.

Asentí.

—También te amo.

Una risa fue su respuesta. Sostuvo la parte superior de mis brazos


y me apartó en un movimiento suave pero firme. Asintiendo hacia una
superficie de granito cercana, dijo:

—Podemos esperar a Adi allí.

Trazó una línea recta en la superficie lisa de la losa sobre la que


estaba sentado. Se quitó el kaskan del hombro, lo colocó en su regazo y
pasó los dedos por la rama curva, probando, flexionando. Me desabroché
la espada antes de sentarme a su lado.

Pasaron unos cuantos minutos mientras escuchábamos el silencio


hueco que se extendía por el barranco. Paredes altas y empinadas
presionaban en todos lados, y cada susurro hacía eco. Definitivamente
no era un lugar en el cual deseara quedarme.

Así que fue con un suspiro de alivio que oí batidas de ala. Adrianna
aterrizó a nuestro lado. Antes de que tuviera la oportunidad de preguntar,
ella dijo:

—Está hecho. Él está a salvo. Te llevaré allí ahora y volaré de


regreso a por Frazer.

Normalmente habría protestado, pero la necesidad de revisar a


Wilder era demasiado fuerte. Me puse de pie y murmuré un rápido adiós
a Frazer. Él observó en silencio mientras Adrianna me tomaba en brazos
y se elevaba arriba, arriba, arriba.

En el momento en que Adrianna se niveló, pregunté:


—Ya está despierto?

—No. ¿Sabes con que lo han drogado?

Su ceño fruncido tuvo mi vientre revolviéndose.

—Sedantes. Al menos eso es lo que dijeron.

La observé atentamente. No había parpadeos de preocupación. Un


pequeño consuelo.

—Tendremos que esperar a que se despierte, pero le he limpiado


las heridas y le he puesto puntos en su ala. Es lo mejor que puedo hacer
con el kit médico de mierda que nos dieron —agrego Adrianna.

—Es mejor que cualquier otra cosa que yo pudiera haber hecho —
le dije con gratitud.

Aterrizamos fuera de una cueva en una roca saliente. Lejos de los


picos dentados, pero lo suficientemente alto para que el viento luchara
con Adrianna mientras cerraba sus alas. No me bajó hasta que nos
metimos en la pequeña caverna.

Allí estaba Wilder. Adrianna lo había puesto encima de un petate.


Su armadura había sido retirada junto con sus botas, cuchillas y
mochila, todo colocado contra la pared de la cueva. Incluso había luces
de fuego parpadeando por encima de él.

Parecía tranquilo, apagado. Algo sobre eso hizo que mi corazón


cayera en picado en un espacio vacío. Traté de distraerme preguntando:

—¿De dónde sacaste las luces?

—Las llamé. Las luces de fuego aman las montañas. —Adrianna de


repente agarró mi hombro—. Lo rescatamos, puedes relajarte ahora.

—Tú lo rescataste —murmuré.

Adrianna me miró mientras sus dedos apretaban mi clavícula. Un


comandante en el campo de batalla dando corazón a un soldado. Así era
como se sentía.

—Te daré un tiempo a solas con él.


Giró, corrió y saltó desde el borde de la cueva. No había abierto sus
alas. Mis instintos mortales gritaron cuando la vi sumergirse en el aire.
Luego apareció, abofeteando sus alas escamadas. Adrianna dio vuelta, se
inclinó y se deslizó fuera de vista.

Sentí otra picadura. Envidiando la libertad que traía el vuelo. Tal


vez anhelaba la transformación más de lo que creía.

Coloqué mi espada junto a las cosas de Wilder. También mis botas


y la mochila. Que alegría estar libre de todo ese peso.

Me apuré a su lado. Él reflejaba un retrato pacífico.

Mis rodillas se doblaron. Me arrastré, deteniéndome para


descansar junto a sus hombros. Justo como Viola hacía por mí cada vez
que me quejaba de una enfermedad, toqué su frente para ver si tenía
fiebre. No había nada así que aparté la capa que yacía sobre él para
examinarle el brazo y las alas. Adrianna había hecho un buen trabajo.
Aparte de algunas cicatrices arrugadas y algunas costuras, había poca
evidencia del impacto de las flechas.

Dejando caer mi cabeza sobre su pecho, descansé allí, escuchando


el ritmo de la sangre corriendo por su corazón. Las lágrimas corrían
camino abajo por mi nariz.

—¿Por qué lo hiciste? —susurré.

El silbido de las flechas, y los gruñidos cuando atravesaron su ala.


Sangre salpicando mi mejilla. Los sonidos e imágenes giraban como el
agua alrededor de una rueda.

Un susurro de “Serena” tuvo todo mi cuerpo tenso. Me senté y bajé


la mirada. Él se removía, movía la cabeza, agitaba los párpados.

—Estoy aquí. Tysion trató de llevarte —exhalé.

Su boca se abrió un poco. Ningún sonido salió. Se humedeció los


labios y lo intentó de nuevo.

—Te traeré un poco de agua.

Me moví para conseguir una cubierta, pero él agarró mi antebrazo.

—No. Solo… quédate —murmuró.


Sus ojos se abrieron completamente. Alzó dos dedos, trazando la
curva de mi labio inferior.

Mi corazón se quebró. Un sollozo roto estalló. Hice a un lado su


brazo, me incliné y cubrí su boca con la mía.

No fue el movimiento más suave, pero no me importó, no después


de lo que habíamos pasado. No después de lo que casi había perdido.

No más esperar.

Los ojos de Wilder se ensancharon. Se quedó quieto. Por un


momento, era como besar una roca. Luego, sus fosas nasales se inflaron
cuando captó mi esencia. Gimió suavemente, y el sonido corrió por mis
venas, haciendo que mi corazón corriera. Sus dedos se abrieron paso a
través de mi cabello, agarrándolo.

Mis ojos se cerraron cuando él se movió conmigo. Un suave beso


que era más que vacilante se intensificó cuando muestras lenguas se
encontraron, acariciando, explorando. Pensé que mi corazón podría fallar
al correr tan rápido.

Total sobrecarga sensorial. Me separé. Necesitaba respirar, pensar,


libre de su olor y poder.

Wilder no me dejó ir lejos. Deteniéndome a una pulgada de sus


labios, dejó escapar un susurro irregular que burló mi boca.

—Eso no fue justo. Apenas estaba despierto.

—Lo siento.

Una mentira. Y él lo sabía.

—No, No lo haces —dijo.

Le di mi mejor sonrisa juguetona.

—Espero no haberme aprovechado.

Sus ojos ardían, moviéndose hacia mi boca, calentando mi sangre.

—Me alegro de que lo hicieras —dijo, levantándose lentamente


hasta una posición sentada. Una vez que estuvo al nivel de los ojos,
escaneó el área y preguntó—: ¿Dónde estamos?
—En una cueva en el Paso Barsul.

Su mirada se posó en la grieta de la roca hacia al cielo azul de


afuera. Sus cejas se arrugaron por un ceño fruncido.

—¿Cómo nos subiste aquí?

Me apoyé en mis talones, diciendo:

—Yo no fui. Frazer y Adrianna aparecieron y nos salvaron. Adi


ahora se ha ido a recoger a Frazer ahora.

Los ojos de Wilder encontraron los míos. Un brillo de alegría.

—Nos siguieron por que no confiaban en mí, ¿verdad?

Asentí, nerviosa por su reacción. No había enojo. Parecía más


impresionado que nada. Había continuado mirando alrededor de la
pequeña cueva. Probablemente evaluando nuestro territorio.

—¿Necesitas algo? —pregunté.

Cepilló un mechón de cabello de mi cara. Sus dedos dejando tras


de sí un rastro llameante, respondió:

—Un poco de agua.

El cansancio grabado alrededor de sus ojos me hizo moverme


rápidamente. Llegué a mi mochila y saqué la cantimplora medio vacía.
Mirando por encima de mi hombro, pregunté:

—¿Tienes hambre?

Respondió instantáneamente:

—Sí. Revisa mi mochila. Todavía tengo algunas rebanadas de carne


seca.

—Yum —murmuré.

Un gruñido de diversión sonó de Wilder mientras sacaba sus


raciones. Dioses, se veían hasta menos apetitosos de día.

Me apresuré hasta su lado mientras él inspeccionaba su ala herida.


Lo observé, fascinada, mientras corría la punta de su dedo sobre la
membrana alrededor de los puntos de sutura. No mostró signos de
incomodidad. Un alivio. Luego, pasó a pinchar y olfatear el área
inflamada, probablemente comprobando si había alguna infección. Una
vez que sus alas se habían acomodado contra su espalda, le pregunté:

—¿Está bien?

—He tenido peores —dijo.

Su actitud mostrando hechos me hizo temblar. No tenía razón


alguna para dudar de su palabra. No soportaba pensar en la cantidad de
heridas que debió haber soportado a lo largo de los siglos.

En silencio le pasé las raciones y lo observé tragar agua y


despedazar la carne. Sus movimientos eran lentos y rígidos. Eso me trajo
a la mente lo que podría haber ocurrido, y de repente mis palabras
brotaron y se derramaron.

—Te debo la verdad.

Wilder parpadeó, sorprendido. Entre bocados, me respondió:

—No me debes nada.

Mi cuerpo se estiró y se tensó. Una cuerda de arco lista para


soltarse.

—Arriesgaste tu vida por mí. Mereces saber.

Sus cejas se juntaron, pero no discutió. En su lugar, terminó la


carne seca de un bocado.

—No te diré ahora porque no quiero a los otros alrededor. Ya han


escuchado la historia —continué.

Dejó el frasco a un lado.

—Entendido.

Me pregunté si había adivinado que no quería que mis amigos


trataran de detenerme; algo me dijo que él sabía.

—Hablando de ellos. —Wilder señaló con su barbilla hacia la


entrada de la cueva.
Adrianna se metió en la cueva y apoyó su equipo de arquería y su
bolsa contra la pared de la roca. Sentí un ligero tirón en el vínculo familiar
como si Frazer estuviera revisando. Me quedé de rodillas, pero proyecté,
Estoy bien. Segura.

Frazer aun así me revisó una vez más tan pronto como entró. Luego
comenzó a olfatear la cueva.

Adrianna chasqueó la lengua.

—Es solo mierda de murciélago. Relájate.

Frazer la ignoró y se acercó a la pared para dejar su mochila, su


espada y mi kaskan.

—Serena me dijo que ambos nos salvaron. Solo puedo decir que
agradezco que sospecharan que fuera traidor —dijo Wilder.

La cara de Frazer permaneció neutral, pero Adrianna tuvo la gracia


de parecer avergonzada.

—Bueno, me alivia que estuviéramos equivocados; no creo que


Serena me hubiera perdonado por matarte.

Wilder levantó una ceja.

—Me alivia que no sintieras la necesidad de intentarlo.

Adrianna de repente se sonrojó. Sofoqué una sonrisa.

Wilder se volvió hacia mí.

—Ahora que estamos todos aquí, necesitamos decidir nuestro


próximo movimiento. ¿Quieres contarme que ocurrió en Attia primero?

Me mordí el labio inferior mientras la imagen que se había alojado


en mi corazón ahora cobraba vida. Wilder actuando como mi escudo, mi
protector. Un salvador. Un sacrificio. El mero pensamiento me enfermó
de angustia. Conteniendo mi gesto, conté los eventos que se había
perdido.

Los ojos de Wilder se mantuvieron pegados en mí mientras


hablaba, mientras Adrianna y Frazer sacaban los petates para sentarse.
Cuando terminé, Wilder dobló sus dedos en los pliegues de su capa.
Con las manos en puños apretados, dijo:

—Espero por el bien de Hunter, que nunca nos encontremos cara


a cara. Podría arrancarle la garganta por puro principio.

—Suena delirante —comentó Adrianna con frialdad.

Todavía había una pequeña parte de mí que quería defenderlo. La


voz de Frazer me cortó:

—He conocido a fae como él antes. Te quiere como su mascota,


Serena, no su igual.

Le devolví la mirada.

—Deja de entrometerte.

Me había olvidado de Wilder. Gruñó:

—¿Me estoy perdiendo de algo?

Lo encontré mirando entre nosotros con ojos cautelosos.

—Ese es una historia para otro momento —dijo Adrianna,


rescatándonos—. Entonces, ¿en qué estamos pensando? —Me miró
fijamente—. ¿Deberíamos volver a Kasi?

Frazer habló primero:

—Morgan querrá sangre cuando se entere que la emboscada


fracasó, y Dimitri los odiará a los dos por humillar a su hijo. No estarán
a salvo si regresan.

Una emoción revoloteaba a través de nuestro hilo en suaves alas.


Su temor por mí me instó a decir:

—No abandonaremos a Cai y Liora. Ya sabes lo malévolo que es


Dimitri…

Adrianna interrumpió:

—Podría volver sola y tratar de protegerlos…

Negué con la cabeza, pero fue Wilder quien dijo:


—Dimitri ha notado lo unida que es tu manada. Todos los
instructores lo han hecho. Si dos de tu grupo desaparecen
repentinamente junto con tu anterior instructor, incluso Hilda
comenzará a hacer preguntas. Y cuando Tysion se atreva a mostrarle la
cara a su padre, descubrirá que tú eres la razón por la que él fracasó.
Como mínimo, le pedirá a Morgan que te vigile más de cerca. Y luego,
buena suerte tratando de escapar cuando llegue el momento.

Su boca se endureció con duda, pero no dijo nada.

También estaba el espinoso asunto de los ingredientes, pero hasta


que le cuente a Wilder, lo mejor sería guardar silencio sobre eso. Una
cosa que nunca diría—que había enterrado profundamente dentro de mi
alma, incluso que Frazer no podía descubrirlo—era que no podía soportar
esconderme, cubrirme, mientras alguien más tomaba mi lugar, mientras
que alguien más se paraba en frente mío.

Frazer asintió hacia mí. Tal vez había visto mis pensamientos de
todos modos.

—Entonces necesitaremos un plan para protegerte de que tomen


su venganza.

Wilder intercedió:

—No creo que Morgan será un problema. Ella fijó la emboscada


para que ocurriera lejos del campamento. Agradable y tranquilo, sin
testigos. Hay razones por las que no quiso llevarnos públicamente. Esas
siguen siendo válidas. Y lo que sea que ella es, no es impulsiva como
Dimitri. Sabe cómo jugar el juego largo. Mi suposición es que esperará
hasta que seamos nuevamente vulnerables.

Los labios de Frazer palidecieron mientras su mandíbula trabajaba


curiosamente. Reconocí esa mirada, estaba siendo mordido por la
frustración.

—¿Y qué hay de ti? Por todo lo que Hunter le dijo a Serena, parece
que Morgan no esperará más. Suena como si ella estuviera enamorada
de ti. ¿Qué le impide tomarte y forzar su camino hacia tu mente? Podría
ver los planes de nuestra manada de desertar. —Sus ojos encontraron
los míos y agregó—: Y cualquier cosa que le digas.

Mi pecho se detuvo. Nunca había pensado…


La respuesta de Wilder fue firme, tranquila.

—Le escribiré para decirle que ha hecho su punto. Que volveré a


ser comandante una vez que termine el ciclo de entrenamiento, siempre
y cuando deje a Serena sola. Básicamente, mentiré.

Las líneas duras de su rostro hicieron mi corazón doler y


tartamudear.

La voz de Frazer era baja. Casi un gruñido:

—¿Esperas que acepte eso? Dioses, probablemente tenga el efecto


contrario una vez se entere de la magnitud de tus sentimientos.

Mis mejillas ardían. Me resistí a mirar a Wilder, asustada por su


respuesta. Dejó escapar un pequeño suspiro que rompió mi voluntad; me
volví para encontrar una expresión preocupada y pensativa. Wilder
respondió:

—Le diré que mis sentimientos terminaron cuando descubrí que


ella había estado contigo.

Adrianna tomó la conversación, diciendo:

—¿Eso no contradice lo que hiciste por ella en el bosque?

Mis uñas se hundieron en las palmas de mis manos cuando los


recuerdos reaparecieron.

Wilder se encogió de hombros y cruzó las piernas.

—Morgan espera ese tipo de mierda de mi parte. Siempre ha creído


que soy blando con los humanos. Me creerá si le digo que lo hice para
evitar derramar su sangre.

Nadie habló, pero todos llevábamos expresiones similares:


consideración mezclada con duda.

Encontré una pregunta dando vueltas, plagando mi mente.

—¿Morgan está realmente enamorada de ti? —espeté.

Wilder parpadeó, luego soltó una débil carcajada.


—Morgan no ama. Le gustan los machos poderosos y quiere ser
adorada a cambio. Y cuando no lo es, se obsesiona y se vuelve más cruel
que de costumbre. La he visto tan celosa por uno de sus favoritos ya que
había encontrado a su compañera, que ordenó a uno de sus machos que
se acostara con ella la misma noche.

Adrianna hizo un ruido de puro disgusto. Un eco de mis propios


sentimientos.

Frazer fue el que preguntó:

—¿El macho traicionó a su compañera?

Wilder respondió con una mueca.

—Sí. Por lo que escuché, fue su compañera la que lo convenció de


someterse. Ella pensó que Morgan lo mataría si no lo hacía.

Furia fría, feroz y consumidora sacudió mis huesos.

Adrianna se aclaró la garganta.

—Eso suena como una hembra en la que realmente puedes confiar


para contenerse.

Su sarcasmo hizo que Wilder dijera:

—Aun creo que el peligro principal vendrá de la necesidad de


venganza de Dimitri en vez de la de Morgan. Y aparte de tal vez el fae en
su manada, no tiene ningún aliado.

—Que tú sepas —dijo Frazer con tono oscuro.

Wilder frunció el ceño.

—Es cierto, Podría haber calculado mal. Pero aun tendremos


aliados para ayudar a frenar su ira. Hilda, Goldwyn y Cecile lo odian. —
Se detuvo y se volvió hacia mí—. De todos modos, no me quedaré atrás.

Esas palabras hicieron un agujero en mi pecho. Conseguí formar


una débil sonrisa. Una parte de mi deseaba que se fuera volando y nos
abandonara. Para salvarlo de mí y de todas las flechas del mundo que
algún día apuntarían a mi cabeza. Eso sí Morgan se salía con la suya.
Mis ojos buscaron a los de Frazer. Luego Adrianna. Y finalmente,
los de Wilder.

Debería haber tratado de persuadirlo para que se fuera, para que


nos dejara, en cambio salieron palabras egoístas:

—¿Estás bien para volar de vuelta?

Una sonrisa se torció en la esquina de esa boca llena.

—Si puedo descansar mi ala esta noche, debería estar listo para
volar mañana.

Adrianna se paró, se puso su equipo de arquería en la espalda y


dijo enérgicamente:

—Bien, Frazer y yo nos iremos una vez hayamos completado


nuestras pruebas. Puesto que Serena ya ha completado la suya, tengo
que ponerme al día con algo. —Me lanzó una sonrisa burlona y
continuó—: Lo que significa que necesito aprovechar al máximo esta luz.

Preocupada, me atreví a preguntar:

—¿Primero no necesitas descansar o algo?

Una palabra salió de ella: “No”, y eso fue todo.

Adrianna giró sobre sus talones.

Frazer se enderezó.

—¿Me puedes bajar?

Ella pausó.

—¿Qué pasa si no regreso antes que tú?

Frazer no gruñó ni espetó. Solo se giró y se acercó para coger su


Utemä. Respondió solo cuando había atado la hoja a su cintura.

—Entonces, haré el ascenso.

Adrianna lo miró por un momento.

—No seas estúpido. Girita mi nombre cuando estés en el fondo de


la montaña. Si no respondo, haz lo inteligente y espera.
Sombras y llamas se encendieron en su mirada, pero se quedó
callado mientras la seguía hasta el borde de la cueva. Sin dudarlo,
Adrianna lo levantó como si no pesara más que un bebé y saltó a los
cielos en un solo salto.

Wilder y yo estábamos solos nuevamente.

Mi respiración se atoró cuando lo atrapé dándome una mirada de


reojo.

En cámara lenta, me había llevado a su regazo. Me sentí sin aliento


y atrevida mientras me movía para sentarme a horcajadas. Sus alas se
extendieron un poco, pero no se movió para besarme. En su lugar, las
manos de Wilder viajaron hasta el botón superior de mi chaqueta. Lo
observé deshaciéndolo, lentamente, a propósito, y pasar al siguiente.

Cerca de olvidar mi propio nombre, hablé rápidamente:

—Debería decirte quien soy. Puede que no sientas lo mismo…


puede que después no me quieras.

Dedos se detuvieron en ese último botón. Esos ojos verdes


parpadearon, levantándose. Su enfoque se trabó en mi boca. El labio de
Wilder se curvó perezosamente.

—Imposible.

Una promesa y una respuesta.

Una respuesta tensa, casi jadeante se precipitó de mí:

—No sabes eso.

Mis pensamientos se dispersaron mientras él continuaba


desabotonando. Me quitó la chaqueta, separándola de mi piel
suavemente. Mis hombros quedaron sintiéndose increíblemente ligeros.
Un escalofrío tocó su melodía por mi columna vertebral cuando deslizó
las manos debajo de mi camisa para presionar los nudillos en la parte
baja de mi espalda, amasando los pliegues. Suspiré suavemente y me
moví siguiendo sus movimientos calmantes que rápidamente se
convirtieron en golpes ligeros. Dibujó espirales y líneas ahí hasta que esos
bellos y burlones dedos dejaron mi parte superior subir, subir.
Consciente de cada pulgada entre nosotros y de cada movimiento que
hizo, observé con gran expectación cómo hundía el pulgar y el índice en
mi cuello y arrancaba la gota. Dejó descansar la gema azul en su palma
y susurró:

—Sé que esto tiene magia. Sé que tienes algo grande que decirme.
Pero Frazer no se equivocaba cuando aconsejó cautela. Confiar en mí con
tu historia es peligroso, y si Morgan alguna vez se entera…

Palabras crudas y ásperas. Soltó el collar y bajó ambas manos para


sujetar mis caderas. Wilder se hundió contra mí; su frente tocó cerca de
donde mi corazón latía con fuerza. Mordí mi labio con fuerza, sopesando
los riesgos. No estaba equivocado. No debería tomar la obsesión de
Morgan con Wilder a la ligera, Y aun así…

Mis brazos flotaron para envolverse alrededor de su cuello. Hablé


en voz baja:

—¿Todavía quieres venir con nosotros, conmigo?

Se apartó de mi pecho para alzar la mirada y decir:

—Por supuesto. —Como si estuviera enojada por preguntar.

—Bueno, entonces…

Con un profundo respiro para prepararme, pasé de escuchar la voz


de Tita a hablar con Frazer mente a mente. Y finalicé encontrándome con
Maggie, Hazel, y el propósito tras los objetos que estábamos colectando.

Wilder se quedó en silencio durante el cuento. La única señal de


sus verdaderos sentimientos era el agarre en mis caderas, apretándose.

Sin más que decir, esperé por su reacción.

Todo lo que obtuve fue una expresión vacante.

Me arqueé en su hombro, susurrando:

—Di algo.

Su pecho se expandió rápidamente. Exhalando, dijo:

—Es duro saber qué decir. Estoy impactado, aterrorizado,


aliviado…

Me eché hacia atrás para considerar esos ojos heridos.


—¿Aliviado?

Su mirada se profundizó.

—Si convertirte en fae, si cambiar de vuelta significa que vivirás


más, entonces le doy la bienvenida.

Una de sus manos se aplastó contra mi espalda, la otra se estiró


para jugar con mi cabello. Me moví al tacto, lo aprecié y obtuve una
sonrisa torcida a cambio. Una que me hizo querer besar ese pequeño
lugar donde su labio se curvaba.

—Y como un fae con luz mágica, no serás tan frágil. Tal vez,
entonces, no me preocuparé cada vez que dejes mi lado —empezó Wilder.

Deseo, ardiente y pesado, me sacudió en un pulso. Un ceño


fruncido tocó mi frente. Mis labios se separaron para decir algo...
cualquier cosa.

Sus manos se detuvieron.

—¿Qué está mal? ¿Hice…?

Wilder no consiguió decir otra palabra. Cubrí mi boca con la suya,


devorando el sonido.

Esta vez, no dudó. Me desgarró la boca con un fervor que robó la


voluntad de mis miembros. Un beso. Posesivo y salvaje y frenético. Su
mano tiró de mi pelo corto. No duro, pero lo suficiente como para mostrar
cuánto me quería.

Había estado tan sola por tanto tiempo. Rechazada, exiliada,


desdeñada. Otros habían ayudado a llenar ese lugar frío y estéril en mi
pecho. Pero esto—esto—incendió todo el maldito lugar. Quemando la
oscuridad hasta que no hubo más que luz. Y vida.

Se tiró hacia atrás llevándome con él. Me sentí como si hubiera


estado sin aliento cuando nos dio la vuelta con destreza, rodándome
sobre la cama, su cuerpo cubriendo el mío. Una poderosa pared de
músculos se asentó entre mis piernas. Bastó con que algo duro me
empujara.

El calor cubrió mi cuerpo, las flamas inundando la cima de mis


caderas. Un pulso comenzó, insistente y fuerte.
Su mano se deslizó hacia mi muslo para acariciar el interior de mi
rodilla mientras la otra viajaba para entrelazar nuestros dedos; colocó
mis manos sobre mi cabeza.

Su boca dejó la mía con una pequeña mordida a mis labios que me
hizo inhalar profundo.

Una mirada vidriosa encontró la mía y vagó, observando cada parte


de mí. La forma en que me miraba con tanta crudeza hizo que una
audacia se estrellara contra mi pecho. Me relajé, suavizándome para que
su peso completo golpeara ese lugar tan necesitado. Mi cuerpo gritó, más,
más, más.

Los caninos de Wilder se hicieron visibles.

—Mírate, hermosa. —Un susurro ronco. Anomalístico y sincero.

Bajó su cabeza y se detuvo en mi nuca. Mi mano libre se apresuró


a entrelazar mis dedos en esa melena dorada mientras las afiladas puntas
de sus dientes esperaban. Estaba sin aliento, anticipándome.

Sus caninos rasparon contra la piel suave en un dueto perfecto de


fuerza y ternura.

Dulce, exquisita tortura. Así fue. Cada sentido se redujo a ese único
punto de contacto donde la sangre de mi corazón latía con fuerza y sus
agujas esperaban. Gemí un poco cuando su culo se apretó y él se metió
en mis caderas.

Estaba abrumada por él, su esencia, su peso…

El cuerpo de mi macho.

Las llamas fundidas licuaron mi interior mientras esa aclamación


enviaba una emoción a través de mi sangre. Gemí, y en ese preciso
momento, Wilder golpeó su lengua caliente contra mi carne, lamiendo
hasta el lóbulo de mi oreja.

Temblé debajo de él.

Se echó hacia atrás y tocó y liberó mi mano. La oportunidad


perfecta para incorporarme para quitarle su camisa.
Wilder tomó mis muñecas y las colocó sobre mi cabeza, atándome.
De nuevo. Echó un vistazo a mi puchero y soltó una hermosa risa que
serpenteó por el surco de mi columna vertebral, haciendo que mi cuero
cabelludo hormigueara.

—¿Cariño, no puedes pensar que voy a tomarte justo aquí?


Necesitamos tiempo para explorar; sin prisas porque creo que tu pariente
está a punto de llegar y me flagelará para defender tu honor.

Abrí mi boca para decir que me importaba una mierda, pero Wilder
ya estaba diciendo:

—Discúlpame, pero nunca has estado con un macho antes,


¿verdad?

Giré mi cabeza a otro lado, las mejillas flameando.

Por supuesto. Estúpida. Estúpida.

No tenía experiencia. Tal vez no quería estar con alguien virgen. O


tal vez solo pensó que yo era una ramera por apresurar las cosas. Pero
hoy, casi me lo habían arrebatado. Al igual que muchos otros. Estaba
harta de eso. Quería que algo estuviera bajo mi control, forjar algo bueno,
permanente y duradero.

—Mírame, valo. —Un gruñido y una orden.

Luché para encontrar esa fuerte voz. Liberó mi mano para agarrar
mi nariz entre su pulgar e índice. No dolía, pero no fue gentil cuando
arrastró mis ojos a los suyos. —No me dejes fuera. —Me soltó la nariz y
continuó—: Me sentiría honrado de ser el primero, pero no quiero que
esté en una cueva, eso es todo.

Le di mi mejor gruñido.

Sonrió beatíficamente.

—Harás una magnífica fae, querida.

Lo empujé.

—A quién le importa si estamos en una cueva. Creo que es


romántico.

Wilder se rio ligeramente.


—Sobre un petate, cuando tus amigos podrían regresar en
cualquier momento. ¿Eso es romántico para ti? —preguntó. Su risa
murió, dejándolo con una relajada sonrisa.

Estiré una mano y tracé las esquinas de su boca.

—Sí.

Los ojos de Wilder encontraron los míos con diversión.


Contemplando.

Esperé… En un movimiento rápido que me detuvo el corazón, me


sacó la parte superior y el sujetador sobre la cabeza y los arrojó a un
lado. Se arrodilló sobre mí y miró y miró. Una ola de calor me inundó,
causando que el sudor se formara en todo mi cuerpo.

Casi me moví para cubrir mi cuerpo cuando un extraño sonido me


detuvo… luego, sonrojándome. Él estaba ronroneando otra vez. Mi
cuerpo se relajó en el petate, aflojándose, derritiéndome, un recién nacido
despertando confianza.

Luego, desgarró su túnica de cuero y camisa negra que llevaba


debajo, siendo cuidadoso de maniobrar alrededor de esas hermosas,
frágiles alas. Revelándose a sí mismo.

Mi aliento se estremeció cuando vaciló el tiempo suficiente para


que pudiera ver los anchos hombros sobre los brazos musculosos. Un
torso esculpido, pero con cicatrices. Bronceado, reluciente; celo precioso.
Un retrato de la fuerza de un Guerrero. Una maldita obra de arte.

Cerniéndose sobre mí, su cuerpo cubriendo el mío, su mano vagó


por mi cuerpo hasta encontrar mi seno. Un lento, y burlón círculo
presionándose contra mi pezón erecto.

El movimiento generó un gemido de mi boca.

Mis dedos corrieron a través de su cabello.

—Wilder, por favor.

Se echó hacia atrás, luciendo divertido y un poco pícaro.


Posicionado sobre mi pecho, preguntó:

—¿Qué es lo que quieres exactamente?


Como si necesitara que lo dijera. Mi lengua se quedó en el cielo de
mi boca. Este no era para nada mi territorio. No seas cobarde, no seas
cobarde, no seas cobarde.

—Quiero que me toques —susurré.

Un ronroneo bajo y aterciopelado respondió.

—Te estoy tocando…

Como para enfatizar el punto, golpeó la punta de su lengua contra


mi pezón. Ese movimiento hizo que las palabras salieran antes de que
tuviera tiempo de avergonzarme.

—Quiero más... más de ti.

Su cuerpo se quedó quieto.

—¿Debo decirte lo que quiero, Serena? —Se echó hacia atrás así
podía mirarlo, sus ojos ardían como dos estrellas, ahogándome—. Quiero
que nuestra primera vez sea lejos de todo el mundo, donde puedas estar
más cómoda. Donde pueda hacerte el amor.

La intensidad allí disparó mi sangre, y al mismo tiempo, un


pequeño temblor atormentó su cuerpo.

—Pero, no soy tan cruel como para dejarte sin liberación.

Casi me quejé. Se movió para acostarse a mi lado, arrastrando la


capa a nuestro lado y sobre mí. Apoyándose en su codo, agarró mi mano
y la llevó hacia abajo, hacia abajo...

—No te tocaré hasta que lo hayas sentido por ti misma.

Nos metimos debajo de mis bragas juntos. Y encontramos ese


punto sensible. Me hizo detenerme por un segundo, rozando,
acariciando… antes de continuar bajando.

Algo en ello rompió su atadura. Sacó nuestras manos de mis


pantalones y me agarró la barbilla, llevándome hacia su boca.
Desencadenándose sobre mí. No pude pensar más allá de sus ardientes
labios y la forma en que su lengua se deslizaba dentro, bailando con la
mía. Una loca pasión me hizo morder su labio. Gimió en mi boca y fue a
agarrar mi mano, la que había rodeado ese haz de nervios. Wilder arrastró
mis dedos a su boca separada y se detuvo allí. Me dio una sonrisa burlona
que hizo que mis rodillas se apretaran, apretando con fuerza.

Entonces casi me enciendo al verlo chupando mis dedos. Sobre mí.


Mis entrañas eran un charco fundido. Fue insoportable.

—Deja de jugar —le reproché.

Sus ojos destellaron por un momento. Mierda. Se levantó. Un


movimiento tenso; su espalda y alas tensas. Mirándome como si… como
si quisiera tener un banquete con cada parte de mí. Me sacó
descaradamente las polainas, la ropa interior y los calcetines y se montó
entre mis piernas.

Dioses. Agarró cada rodilla, abrió mis piernas y bajó. Perdí el


control ante el primer toque de su lengua. Mis caderas se movieron, y sus
manos fueron a mi cintura. Empujándome, clavándome al suelo y
gruñendo. Su lengua se movió hacia arriba y hacia abajo, rodeando esa
ardiente necesidad. Nunca dejándome caer por el borde, nunca lo
suficiente como para liberarme. Moví mis caderas a tiempo con sus
movimientos, rogándole en silencio, más rápido, más rápido.

Un largo y lento lamido terminó conmigo arqueándome. Una


súplica y un ofrecimiento.

Entonces, se detuvo.

Jadeé suavemente, tragando aire.

—No te detengas.

Volvió a descansar a mi lado, con la cabeza apoyada contra el codo.

—No te preocupes. Solo quería ver esto.

Una sonrisa perezosa iluminó su cara mientras su mano viajaba


hacia mi centro. Mi paciencia se agotó. Le agarré la nunca y lo empujé
hacia mí. Nuestras bocas se conectaron de forma salvaje. Me probé en
sus labios en el momento exacto en que se empujó hacia arriba.

Rompí nuestro beso con un gemido con un gemido ante el tierno


dolor. Los golpes eran suaves, exploratorios. Perdí todo sentido del
tiempo, el espacio y el yo mientras él se movía. Una vez, dos veces, lento,
lento... rápido. Luché mientras el dolor y el placer luchaban por el
dominio.

—Eres gloriosa. ¿Sabes eso? —susurró.

Másmásmásmás.

Mis ojos revolotearon, y él agachó su cabeza al lado de mi nuca,


gruñendo. Mordiendo. Amando.

Giré mi cabeza hacia él, medio fuera de mi mente.

—Wilder…

Dio un lento resoplido que calentó un lado de mi rostro.

—Ven hacia mí, mi amor.

Mis manos viajaron a su boca. A su hermosa, sucia boca y trazaron


la curva. Atrapó mi dedo índice con sus caninos. La presión con la que
sus dientes me retenían combinada con los rápidos y certeros roces en
mi centro… era casi demasiado. Mis caderas se revolvieron cuando el
fuego y la fricción se construyeron y se convirtieron en un cosquilleo de
piel, el placer de respirar fuego.

Su pulgar ascendió, movió y presionó…

Viendo estrellas, ardiendo en placer, exploté alrededor de él. Mi


liberación corrió por mi columna. Liberó mi dedo de sus incisivos,
depositando suaves besos en mi rostro.

Gemidos se volvieron susurros mientras gentilmente se apartaba


de mí.

Se echó hacia atrás un poco para mirarme.

—Me consideraría un macho afortunado si pudiera verte hacer eso


por el resto de mis días.

—Wilder —jadeé su nombre.

—Cariño —ronroneó.

Eso me encendió de nuevo.


Tal vez lo sintió porque se apartó. Le fruncí el ceño mientras se
ponía su camisa de nuevo. Lo vio y sonrió con suficiencia, pero su única
respuesta fue agarrar mi camisa y decir:

—Arriba.

Suspiré a través de mi nariz y puse los ojos en blanco. Solo sonrió


y torció un dedo.

—Vamos.

Me incorporé y lo dejé ponerme la camisa. Al menos no se había


molestado con el sujetador. Tal vez…

Cualquier pensamiento que él cediera fue demolido cuando alcanzó


mis pantalones y polainas. Los deslizó en un pie a la vez y levantó la
barbilla. Una orden para doblar mis caderas. Gruñí, pero me sometí.
Cuando estuve completamente vestida otra vez, suavemente me puso de
costado y se movió detrás de mí.

La parte sensible de mí sabía que era mejor tomárselo con calma.


La frustración aún se desbordaba cuando nos cubrió con su capa y me
metió en el hueco de su brazo. Dejé escapar un pequeño gruñido para
mostrar mis sentimientos. Una risa retumbante respondió de nuevo.

—Confía en mí, mi amor, tampoco estoy feliz con esto.

Me dio un rápido beso en el cuello y luego pasó su mano por mi


columna hasta que mi frustración me dejó y una paz descendió.

Nos quedamos así, rompiendo el silencio de vez en cuando con la


extraña burla de palabras, hasta que la luz del exterior se atenuó.
Cuando sombras de albaricoque, rubí y amatista iluminaban la cueva,
mis ojos se pusieron pesados y me dormí, perfectamente contenta.
Volando, Cayendo
Traducido por Candy27, Taywong & NaomiiMora

SONIDOS AMORTIGUADOS Y una ausencia, me despertaron. Parpadeé


rápidamente, ajustándome a la débil luz reflejada contra la piedra gris.
Todavía estaba enterrada en la manta, pero ese reconfortante calor se
había ido. Wilder estaba de pie en la entrada de la cueva y cayó por el
borde. Me senté de golpe, mis labios abiertos en un pequeño jadeo.

—No te preocupes —murmuró Adrianna detrás de mí.

Me giré para verla vestida de uniforme y arrodillada en el petate


que había colocado al final de la cueva. Frazer parecía profundamente
dormido a su lado.

—Está probando sus alas —murmuró.

—¿Lanzándose desde una montaña? —dije débilmente.

—La manera más fácil de comprobarlo, supongo. —Cayó sobre sus


talones, enderezándose, y continuó—: Y si no cae en picado hacia su
muerte, querrá irse pronto.

Resistí la urgencia de lanzarle algo y me puse a buscar mi


chaqueta, mis calcetines, y mi sujetador en su lugar. Mientras me movía
alrededor, recolectando cosas, la suavidad de mi núcleo me hizo hacer
una mueca más de una vez. Un recordatorio de la última noche.

Como si necesitara uno.


Perdida en mis ensoñaciones, no me preocupé en esconder nada
cuando levanté mi camiseta para ponerme el sujetador.

—Esto es diferente —comentó Adrianna.

Esperé hasta que retorcí dentro de mi camiseta antes de preguntar:

—¿El qué?

Los pasos hicieron eco por la cueva mientras Adrianna se acercaba


a mí.

—Solías odiar que la gente te viera desnuda.

Alcé la mirada y me encogí de hombros.

—Supongo que despertarme junto a todos sus culos desnudos


todos los días me ha cambiado.

Adrianna respondió con una ceja levantada.

—Claro.

Giró la cabeza como si escondiera una sonrisa. El calor subió a mis


mejillas. Debía de estar asumiendo que tenía algo que ver con Wilder. Tal
vez lo hacía.

Mi chaqueta y mis calcetines fueron lo último. Salté y me moví


hacia donde Adrianna estaba en pie frunciendo el ceño hacia el kaskan.

—¿Qué pasa? —pregunté, forzando mis pies dentro de las botas.

—Nunca he visto uno de estos arcos —notó Adrianna.

Pensé haber detectado un brillo hambriento en su mirada. Por


supuesto, era una guerrera. Un arco que nunca fallaba sería como un
caramelo para ella.

Adrianna continuó:

—La bruja que se lo dio a Hunter puede ser un aliado poderoso.

Até mis botas y me enderecé para decir:

—A lo mejor deberíamos encontrar a Isabel en la Media Luna.


Puede que nos haga arcos para todos nosotros.
Adrianna frunció el ceño ante el chiste y se cruzó de brazos. Oh
querida.

—Estoy más interesada en el hechizo que creó. Hunter obviamente


pesaba que tenía suficiente poder para esconderlo de Morgan. Y un
creador a nuestro lado sería vital para la guerra que viene.

Mi cabeza giró. No podía planear tan a futuro. Al menos no tan


temprano.

—Una cosa cada vez, Adi —graznó Frazer.

Ese apoyo trajo una sonrisa a mis labios, como hizo la vista de su
pelo revuelto y sus ojos empañados mientras se retorcía fuera de su saco
de dormir.

Busqué un tema menos volátil.

—Así que, ¿cómo va la cacería de sus objetos?

La expresión de Adrianna se tornó amarga.

—Mal.

Frazer se puso en pie, estirándose.

—El mío fue un poco mejor. Me las arreglé para encontrar algunas
cuevas prometedoras. Voy a volver esta noche y explorar las ubicaciones.

Mi corazón se hizo un nudo mientras me lo imaginaba luchando


contra los monstruos que Wilder había descrito.

—¿Por qué por la noche?

Frazer ahogó un bostezo.

—Los navvi duermen durante el día y dada su velocidad, intentar


matar uno en un espacio confinado es una mala idea. Así que esperaré a
que salgan para mí.

Las alas de Adrianna susurraron, ajustándose cuando se inclinó


contra la pared de la cueva.

—¿Entonces por qué no te quedaste fuera toda la noche?

—No quería que Serena se preocupara —dijo con frialdad.


Adrianna hizo una mueca: de irritante petulancia.

—Bueno, no te tenía que haber preocupado. Ni siquiera notó


cuando volvimos.

Me sonrojé hasta las botas. Adoptando una actitud modesta, me


mantuve ocupada atando mi espada a mi cadera. Mis dedos seguían en
la hebilla cuando la noche anterior vino de nuevo a mi memoria. Le dije
a Wilder la verdad, a pesar de las advertencias de Frazer. ¿Me odiaría por
ello? ¿Creía que era idiota por confiar? Pero mantener secretos con mi
pariente no era una opción. Le encaré y confesé.

—Wilder sabe todo ahora.

Me dio un asentimiento apropiado. Mi corazón se aligeró


inmediatamente.

Adrianna me midió gravemente.

—¿Estaba contento acerca de que te convirtieras en fae?

— Sí —dije suavemente.

—Bien —soltó Adrianna enérgicamente.

Confusa, pregunté:

—¿Por qué bien?

Adrianna se separó de la pared, adoptando una postura más


holgada.

—Dice mucho.

Le di mi mejor ceño fruncido.

—Estás siendo inusualmente vaga.

Un levantamiento de ceja.

—Se me permite tener capas.

Mi risa salió como un resoplido. No tuve tiempo de pensar en una


réplica, porque ambos fae se congelaron, con las orejas inclinadas. Me
giré hacia la abertura de la cueva. Un zumbido revelador fue mi única
advertencia. Wilder aterrizó en la roca y giró hacia afuera, inclinando su
cabeza hacia el cielo y extendiendo sus alas del color del abeto verde.
Estaba disfrutando y parecía incluso más sorprendente cuando el sol de
verano golpeó sus alas e iluminó un fino tapiz de venas similares a las
ramas de un árbol. Mi pulso se aceleró ante los pensamientos e imágenes
que se agitaban.

Wilder se metió en la cueva, ya equipado con su armadura y


llevando su bolsa y cuchillas. Sus ojos se movieron hacia mí, evaluando,
y luego pasaron directamente hacia Adrianna y Frazer.

Sintiéndome desinflada, bajé la cabeza para que no leyera la


decepción marcada en mi cara. Una voz interior cortó, ¿qué esperabas?

—¿Ha vuelto tu fuerza? —Adrianna le preguntó a Wilder.

—Sí. —Una respuesta brusca.

Haciendo todo lo posible por ignorar la sensación de hundimiento


en mi estómago, me di la vuelta y me puse al hombro mi bolsa, el kaskan
y el carcaj. Un incómodo silencio se extendió hasta que me volví hacia
Adrianna y Frazer.

—Los veré a los dos pronto.

Era más una súplica que otra cosa.

Adrianna sonrió un poco y dio un fuerte asentimiento.

—Lo harás —confirmó.

Las siguientes palabras de Frazer no fueron para mí. Se volvió


hacia Wilder, quien estaba recogiendo su capa del suelo de la cueva.

—Cuida de ella. —Las sombras que bailaban en sus ojos parecían


añadir, sobre todo lo demás. Una clara advertencia. Como si hubiera
querido decir mucho más que lo obvio.

Wilder se puso rígido cuando sus ojos se fijaron en los de Frazer.


No había nada amigable o amable en cualquiera de las caras cuando se
miraron fijamente. El león y la pantera. No tenía ni idea de quién ganaría
en una pelea real.
Seguí esperando que Adrianna interviniera. Por lo general, se podía
confiar en ella para que dijera tonterías cuando lo veía, pero permaneció
en silencio.

Tenía ganas de poner los ojos en blanco. Qué típicamente fae.

Tita reflexionó, Y pensar que eso es en lo que te vas a convertir.

Cualquier idea de una respuesta ingeniosa se desvaneció cuando


las alas de Wilder se movieron y se separaron. Lo reconocí por lo que era:
una muestra de dominio. Maldije en mi mente y me volví hacia Frazer.
Su rostro se había clavado en una mueca dolorosa. Eso tenía algo antiguo
y poderoso rugiendo y corriendo por mi sangre. Casi podía saborearlo...
sabía que era mi magia.

De momento, cualquier tipo de poder real permaneció


tentadoramente fuera de mi alcance. Algo bueno, tal vez, o de lo contrario,
podría haber sacado de una explosión a Wilder de la cueva rocosa por
lanzar esa mierda.

No me molesté con las palabras, solo salí y rompí su mirada


parándome directamente entre ellos. Mi mirada fue para Wilder.

Sus ojos se abrieron de sorpresa ante el mensaje escrito en mi cara:


abandona. Pero el bastardo obstinado no hizo mucho más que parpadear.
Su mandíbula se apretó, y las líneas de sus cicatrices se tensaron.

Bien.

Me entregué a un movimiento de caderas arrogante con cada paso


lento y medido. Su mirada se oscureció, volviéndose positivamente
carnívora. Tal vez estaba enojado. Tal vez pensó que me había puesto del
lado de Frazer, supongo que lo había hecho.

Cuando solo hubo unos centímetros entre nosotros, mis ojos se


fijaron en la leve sacudida de su garganta. Mis labios se curvaron ante la
vista. Porque no era miedo lo que emanaba de él, no, nunca era eso. Este
macho que se había negado a ceder ante una reina. No se inclinaría ante
mí. Había hambre en su expresión plana y brillante. Una promesa que
me golpeó directamente en el estómago. Debió ver su propio deseo
reflejado en mi cara, porque sonrió, desnudando los dientes. Otra
demostración depredadora. Resoplé una despedida y pasé a su lado, con
nuestros hombros tocándose, su gruñido bajo se enroscó alrededor de mi
oreja. Suprimí un escalofrió, y caminé hacia el aire fresco, donde una leve
brisa y algunas nubes cubriendo el cielo esperaban.

Perfectas condiciones de vuelo.

Una sombra cayó a mi espalda. Sabía lo que venía. Rápidamente,


envié amor por nuestro vínculo de pariente y proyecté: Apresúrate a
volver a mí.

Frazer no hizo tal promesa. Mantente a salvo. No me apetece volar


a Alexandrina y matar a toda su corte para encontrarte.

Un movimiento detrás me hizo prepararme.

Wilder estaba allí, metiéndome bajo su capa, levantándome y


catapultándonos por la ladera de la montaña. Con las alas apretadas,
nos zambullimos barranco abajo.

Grité.

Wilder siseó una risa. Estaba disfrutando de esto demasiado.

Suspendida en caída libre, la resistencia del viento azotó mi cara,


pero mis ojos no se cerraron. Fueron fijados al suelo. El terreno que se
dirigía hacia nosotros.

—¡TÚ BAST… ARGH!

Mi aullido se cortó cuando sus alas se desplegaron, frenándonos,


haciendo que mi estómago saltara hacia mi boca; el movimiento
discordante puso mis dientes al borde.

Nos ralentizamos hasta planear, lo que me permitió tragar la


sequedad que me estallaba en la boca por la corriente de aire.

Wilder desenvolvió una sonrisa lobuna.

—Eso te servirá por ponerte completamente fae conmigo.

Me ericé:

—Bueno, si hubieras actuado como el adulto y destrozado montón


de huesos que se supone que eres y no hubieras intentado intimidar a
mi hermano no habría necesitado hacerlo.
Wilder ganó altura con algunas fuertes batidas de sus alas. Estaba
sonriendo con suficiencia.

Idiota.

—La sociedad fae no funciona así.

—La sociedad fae puede irse a la mierda —repliqué, frunciendo el


ceño.

—Mmm. —Una respuesta insufrible cuando se agrega a esa débil


sonrisa—. Bueno, te prometo que cuando seas un fae, este tipo de
maniobras te harán sentir increíble.

Resoplé suavemente, tristemente podría tener un punto.

Wilder comenzó a empujarnos hacia arriba, más y más arriba,


hasta que nos elevábamos más alto de lo que jamás había soñado ir. Algo
hizo clic cuando nos detuvimos y flotamos sobre una nube. Como si
estuviera esperando algo.

—No de nuevo —gemí.

Nos desplomamos. Cerré la boca con fuerza, negándome a darle la


satisfacción de oírme gritar.

Tita gruñó. Creo que escuchó bastante de eso anoche.

Nos nivelamos, mi rubor se intensificó cuando la risa de Tita sonó


dentro de mi mente.

Wilder parecía no haberse dado cuenta. Brillaba con el ajetreo, la


euforia. Incluso las cicatrices en sus mejillas se habían ido, arrugadas y
metidas en las líneas de su rostro. Esos ojos sonrientes se movieron hacia
mí.

—Échate hacia atrás un momento —dijo, pintando imágenes de


piernas enredadas, de jadeos sin aliento—. Te tengo.

El calor de mis mejillas todavía picaba. Bajé la mirada y vi que


habíamos venido a descansar sobre una nube imponente, el color del
mármol blanco con un sutil toque rosado de la mañana. Lleno de crema
batida y algodón de azúcar. Escondidos del mundo abajo, dejé que esa
valentía a la que siempre me incitó se encendiera.
—¿Quieres verme?

Había demasiada tensión en la sonrisa que me dio.

—Por supuesto. Pero eso no es nada nuevo. Siempre me ha costado


mirar a otra parte cuando estás cerca.

Siempre.

—¿Incluso antes de que te acorralara?

Dejó escapar una risa reticente.

—Cariño, por mucho que me gastaría decirte otra cosa, no eres la


primera persona en hacerlo.

Una pared se cerró de golpe. Mi respuesta fue rígida:

—No estaba diciendo...

Wilder me cortó.

—Pero eres la primera persona en hacerme someter.

Las palabras me fallaron por completo. Solo pude mirar y decir:

—Oh.

—Y serás la última —murmuró.

Su expresión llevaba un peso que me hizo tambalear. Algo cerró y


apretó mi pecho. Se sentía como una profecía y una promesa.

—Relájate Serena.

Un suave ronroneo empezó de nuevo y me suavizó. Solté mi agarre


de su cuello y me dejé ir, confiando mi cuerpo a sus brazos. Wilder se
sumergió y giró un poco, bajando la mirada para vernos rozando la
superficie de la nube. Era como el patinaje sobre hielo que los aldeanos
de vuelta en casa habían disfrutado cuando estaban en las garras del
invierno.

Wilder aminoró la marcha, y mientras flotábamos, sus alas


levantaron grandes ráfagas de color gris perlado. Me atrajo, y en un
abrazo aún más apretado nos sumergimos en la niebla y la llovizna,
saliendo por el otro lado de la nube. Palpando el corazón, cantando a la
sangre, levanté la vista y jadeé. El cabello dorado de Wilder se había atado
con miles de gotas de lluvia, cada una brillando a la luz del sol y llena de
un crisol de colores.

Una corona para un rey.

Curiosa, las alcancé con las yemas de los dedos. Un pozo de


emoción que no podía ser negado me hizo abrir la boca y decir:

—Wilder, yo...

Me apagué porque terminar esa frase se sentía demasiado


peligroso, tal vez incluso destructivo.

Pensando agitadamente, estaba completamente ciega cuando se


agachó para besarme ligeramente. Entonces me lamió la cara.

Me eché hacia atrás. Un reflejo. Pero no podía ir a ninguna parte


mientras lo hacía de nuevo. Y otra vez. Atrapada entre el disgusto y la
diversión, esperé a que se detuviera para preguntar:

—¿Para qué fue eso?

Una sonrisa tímida. Algo que nunca había pensado ver en una cara
tan dura.

—Te veías sabrosa.

Apreté mis labios, pero no pudieron evitar que se derramara una


risa. Un sonido puro pero sin aliento.

—¿Fue tan malo? ¿Serena?

Mi nombre sonaba como una risa y una plegaria en sus labios. Ese
pensamiento me atrapó, haciéndome querer estallar en luz y brillar como
una estrella en el cielo. Y olvidé.

Olvidé que era joven y que él viejo, al menos según los estándares
humanos.

Olvidé lo aterrorizada que estaba del rechazo.

Y dije dos palabras:

—Te amo.
Me quedé mirándole fijamente a los ojos, un hueco ardiendo en mis
entrañas, esperando a su reacción.

Y algo patinó. Y vi mi error.

Ojos muy abiertos, fosas nasales inflamadas, frente arrugada.


Sorpresa, miedo y cautela.

Dioses, eso dolió.

Su expresión pronto se convirtió... en algo peor. Una sonrisa triste


que estaba condenadamente cerca de la compasión.

—Valo, esas palabras no deberían ser dichas a la ligera a un fae.

Ligeramente.

Eso por si solo fue suficiente para vaciarme.

Wilder continuó:

—Después del matrimonio o el vínculo de unión, declarar amor es


la unión más poderosa y significativa que reconocemos.

Indignada, no esperé a que terminara.

—¿No crees que es lo mismo para los humanos?

Un músculo se tensó cerca de su labio; parecía estresado.

—Creo que con su corta esperanza de vida son más propensos a


acelerar los sentimientos. También son más propensos a querer
tranquilidad y permanencia en el amor. Y tan extraño como suene, una
vez que has vivido cientos de años, y sabes que exceptuando la
enfermedad o lesiones, vivirás por muchos más, te das cuenta de que
nada es para siempre. No al menos que tengas la suerte de encontrar a
tu compañero.

Ahí fue cuando se detuvo; no podía mirarme a los ojos.

¿De dónde venía esto?

—Entonces, ¿qué es lo que estás diciendo? No quieres...

¿Yo? ¿Nosotros? Pequeñas palabras que parecía que no podía


pronunciar.
Ojos amables me sostuvieron mientras contestaba.

—Quiero que estemos seguros el uno del otro antes de que digamos
y hagamos cosas que nos cambien permanentemente.

Eso expulsó el aliento de mis pulmones, haciéndome callar. Porque


estaba segura. Claramente, él no lo estaba.

Wilder se zambulló otra vez, sin esperar mi nula respuesta.

Se instaló un silencio pegajoso, y mi valor para presionar la


aclaración se evaporó. Me rendí a ello, desenredando conscientemente
las bolsas de tensión que reclamaban mi cuerpo. Pero sin conversar,
otros pensamientos—otros miedos—giraron y atacaron de nuevo. Algún
tiempo después, me desplomé y les di una voz.

—¿Crees que Tysion habrá vuelto con Dimitri?

—No lo sé —respondió en voz baja—. Pero te mantendré a salvo,


sin importar qué.

Mis músculos se congelaron y mis entrañas hirvieron.

—No. No quiero que la gente me escude. Nunca debes entregarte a


ella. ¿Entendido?

—Haré lo que deba, valo —murmuró.

Su mirada se fijó en el horizonte y se quedó allí. Ni siquiera me


miró. Se sentía inútil discutir, pero me preguntaba si sabía lo que me
hubiera hecho si esas flechas encontraban su corazón.

EL DÍA PASÓ con aleteos rápidos y pocas palabras habladas.


Esperaba que la calma por su parte fuera simplemente porque nos
dirigíamos hacia el peligro. Pero esa noche, acurrucada bajo el dosel
después de la cena, su recién encontrada reserva se hizo evidente. Wilder
me abrazó con cautela y, a pesar de mis intentos de acariciarle el cuello,
permaneció rígido e insensible.

Sentí que se había levantado una barrera, y peor aún, era obvio
que mi declaración había causado la distancia.
Demasiado cobarde para mencionarlo, desaté otra serie de
preguntas, todas sobre cuál era su plan para mañana. Cualquier cosa
para que me hablara.

Me dijo que quería consultar a sus aliados en el campamento y


exponer las lealtades de Dimitri y Tysion. No es que alguien se fuera a
sorprender.

Al detectar un fallo en este esquema, pregunté:

—Si les dice lo que pasó, ¿no me descalificarán? Dimitri tendrá la


excusa perfecta para llamar a la Caza.

Wilder frunció el ceño.

—No harán eso. No cuando entiendan porqué. Les diré que te


dirigiste a cazar la belladona, y que dejaré de lado cómo descubriste su
ubicación.

—¿No les dirás quién soy? —pregunté planamente.

Se apartó un poco para mirarme.

—¿Tienes que preguntar? —Palabras cautelosas que me


empujaron a evaluar su rostro; allí se manifestó el dolor y la ira.

La escarcha alrededor de mi corazón se agrietó.

—Lo siento. Yo…

Mientras buscaba las palabras correctas que decir, se movió para


besar cada uno de mis párpados hasta cerrarlos.

—Duerme, Serena.

Mi boca se abrió, pero la cerró con un suave beso. Me incliné ante


ese toque, pero retrocedió casi inmediatamente. Pasara lo que pasara con
él, sentí que esta noche tenía que ser suficiente. Así que me apoyé contra
su pecho, escuchando los latidos.

Mañana volaríamos de regreso al caos y a la intriga, pero ahora


mismo, el dosel actuaba como nuestra cueva. Seguros, escondidos del
mundo en medio de ramas oscilantes. Las estrellas eran nuestros únicos
testigos.
BAJO LAS NUBESplateadas y las lluvias torrenciales, apareció el
campamento a la mañana siguiente. Wilder se detuvo y planeó.

—¿Lista para esto?

Mi estado de ánimo cayó, ennegreciendo. La brecha entre nosotros


no se había curado, y él había estado distante y pensativo desde que nos
habíamos despertado. Parecía que el mundo que se había abierto ante
nosotros—en lo que había crecido—se había puesto aparte. Solo podía
esperar que no hubiera sido destruido. Suspiré, repentinamente agotada
y respondí:

—No, pero terminemos con esto.

Asintió y cayó en picado.

La alegría—una libre de miedo—quedó atrapada en mi garganta.


No respiré propiamente hasta que aterrizamos fuera de la puerta trasera.
Wilder me soltó, y escudriñamos el área. Aparte de dos centinelas alados
que lo saludaron desde lo alto de la atalaya, Kasi parecía desierta.

—¿Y ahora qué? —murmuré.

Las fosas nasales de Wilder se ensancharon, aspirando los olores.

—Te llevaré a mis habitaciones. —La sorpresa me sacudió mientras


continuaba—. Tus amigos no volverán de momento, y no puedes quedarte
sola.

—¿No se verá mal?

Wilder me cogió del codo, dirigiéndome hacia los cuartos de


personal.

—No tiene sentido fingir; nuestras esencias están entrelazadas.


Junto con la de Frazer.

Mis mejillas se calentaron un poco. Estrellas.

Llegamos a su salón sin incidentes. Wilder cerró la puerta, tiró su


bolsa y su capa al suelo y se volvió hacia mí.
—No puedo quedarme. Cuanto antes enviemos un mensaje a
Morgan y nos reunamos con los demás, mejor estaremos.

Asentí con la cabeza, la ansiedad creciendo.

Wilder dejó la mano extendida.

—Dame la belladona y la llevaré conmigo. Debes presentar tu


artículo a Goldwyn, pero estoy seguro de que no le importará que lo haga
yo.

Dejé caer mi bolsa junto a sus cosas y me zambullí, sacando la


bolsa de cuero. Se la entregué y cuando me aparté, las puntas de
nuestros dedos se tocaron y nuestros ojos se encontraron. Respirar se
volvió difícil. Demasiado pronto, él se echó hacia atrás.

—Quédate aquí. Te encerraré. No le abras a nadie —dijo


ásperamente.

No había ni rastro de una llave.

—¿Cómo lo cerrarás?

Hizo una pausa, lo suficiente para explicarse.

—Hay una frase que activa un hechizo protector alrededor de la


habitación. Solo impide que las personas entren, por lo que si hay una
emergencia, puedes irte.

Wilder se fue rápidamente. Apoyé mis armas contra la pared, me


quité la capa, las botas y me puse en pie, vacilando.

¿Ahora qué?

Sin querer pensar en qué se estaría enfrentado Wilder, busqué algo


que hacer. Explorar parecía ser un buen punto de partida. Girando a la
izquierda, crucé la habitación y entré por una puerta. Las pilas de libros
y las sábanas arrugadas de la cama confirmaron que esta era la
habitación de Wilder.

Y era una cama doble. No había pensado... no había considerado


lo que significaba quedarse con él. Sofocando pulso de emoción que me
hacía temblar las piernas, estudié los detalles. Había una mesilla de
noche con una lámpara de luz de fuego, un baúl de pino empotrado en
la esquina, otra puerta que daba a un baño anexo y una ventana con el
vidrio salpicado ligeramente por la lluvia.

Sintiéndome agotada, me senté en la cama y dejé que mis pies


colgaran por el borde.

Silencio absoluto. Sola con mis pensamientos. No era un buen


lugar para estar.

Colapsando en la cama, miré las motas de polvo flotar inmóviles en


el aire, me deslicé hacía el bendito entumecimiento.

Me desperté para encontrar la habitación envuelta en la oscuridad.


Desorientada, me senté y tanteé en la penumbra. Tan pronto como mi
mano rozó el borde de cristal de la lámpara de fuego, se encendió.

Aturdida por el repentino brillo, levanté la lámpara con los ojos


entrecerrados y me puse en pie. Me moví hacia el salón, optimista. La luz
inundó la habitación con un resplandor parpadeante. Se me revolvió el
estómago. Sin Wilder.

Un golpe en la puerta casi me hizo dejar caer la lámpara. Recuperé


la compostura, solo para que el sonido del golpeteo se hiciera más
insistente.

Me quedé helada. Insegura.

Las instrucciones de Wilder habían sido claras: no abras la puerta.


Pero se había ido todo el día. ¿Y si algo hubiera pasado? ¿Podría la
persona que golpeaba tener la información que necesitaba?

El golpeteo disminuyó justo cuando mi imprudencia y


desesperación casi habían ganado. Sintiéndome como gelatina, caminé
hasta un sillón junto al fuego apagado y me hundí. Colocando la lámpara
a mi lado, agarré una manta para colocarla sobre mi regazo y elegí un
libro para hojearlo. Las palabras se difuminaban y volví a leer la misma
línea al menos una docena de veces.

Cada hora que se retrasaba aumentaba un poco mi impaciencia,


hasta que sentí ganas de gritar y golpear las paredes. Pensé en irme, pero
decidí al menos esperar durante la noche. Mi estómago ya había estado
protestando bastante tiempo, así que me acerqué a mi bolso al lado de
puerta y agarré los paquetes de sobras. Tragué sin saborear el mantillo y
casi me atraganté cuando la puerta se abrió. Retrocediendo, tropecé
hasta detenerme.

Wilder.

Un jadeo medio sofocado salió a trompicones de mí. Solo acababa


de traspasar la puerta cuando corrí y choqué contra ese cuerpo duro y
masculino, lanzando mis brazos alrededor de su cuello. Wilder me atrapó
y, por un momento, sus defensas se rompieron. Un brazo se envolvió
alrededor de mi cintura y me levantó del suelo. Entonces nos quedamos
abrazados. El alivio me ahogó hasta tal punto que las preguntas que
quería hacer murieron en mi garganta.

—¿Estás bien? —murmuró.

—No —dije, con la voz apagada.

Wilder me soltó y me miró fijamente.

—¿Qué pasa?

—Han pasado horas. Pensé… bueno, no sé lo que pensé.

Tomó mi mano y me guió a un sillón.

—Lo siento. He estado atrapado con Hilda y los demás.

—¿Dimitri también? —pregunté.

—Desafortunadamente, sí —dijo, liberando su mano—- Voy a hacer


un fuego; estas demasiado fría.

Traté de sofocar la frustración, pero el animal enjaulado dentro de


mi pecho se sentía como si todavía estuviera gruñendo y caminando de
un lado a otro.

—Por favor, solo dime lo que pasó. He odiado sentarme aquí, sin
saber.

Wilder dudó un segundo, luego se agachó y comenzó a apilar leña


en la chimenea.

—Lo sé. Pero me alegra que no estuvieses allí. No estoy seguro de


que hubiera podido mantener mi temperamento a raya si hubieras
estado. Los insultos de Dimitri fueron incluso más viles que de
costumbre. —Una respuesta silenciosa e iracunda que socavó la fuerza
de mis extremidades.

Me dejé caer en el forro acolchado de la silla mientras él agarraba


una caja de cerillas de lo alto de la chimenea. Encendiendo una, la arrojó
en medio de la madera. Llamas color granate y dorado cobraron vida,
crepitando y bailando. Lo observé y esperé a que me lo explicara.

No lo hizo.

—¿Y? —insté con impaciencia—. ¿Me están echando? ¿Morgan


viene a por ti?

Wilder se volvió hacia mí.

—Tysion y Hunter no han regresado. Y desde que ambas partes son


solo de oídas, Hilda se reserva el juicio.

Fruncí el ceño.

—¿Qué significa eso? —pregunté, poniendo los pies en el sillón.

—Significa que no está castigando a nadie. Pero desde que admití


que te ayudé, y que Dimitri dice ser inocente, realmente se está
decantando por nuestro lado.

Teniendo en cuenta lo que había sucedido, todavía no parecía


justo.

—¿No le mostraste a Hilda los puntos de sutura en tu ala?

Se frotó el cuello, haciendo una mueca.

—Por supuesto. Pensó en enviar rastreadores detrás de Tysion para


obtener algunas respuestas. Pero muchos de ellos son espías de Morgan,
sería inútil.

Al resignarme a ese hecho, dije:

—¿Y ahora qué?

Se desabrochó la funda del arma, la dejó caer al suelo y se deslizó


en el sillón a mi lado.
—Cuidamos nuestras espaldas y te ayudamos a pasar la séptima
prueba.

Si tan solo fuera así de fácil.

Una preocupación molesta me hizo agregar:

—Alguien vino aquí antes, golpeó. ¿Crees que fue Dimitri?

La espalda de Wilder se enderezó.

—¿A qué hora fue esto?

—No tengo idea, ya estaba oscuro afuera.

—El único instructor que dejó temprano a Hilda fue Cecile —dijo
Wilder, acariciando su barba—. Pero ella habría sabido que yo no estaba
aquí. —Se lamió los dientes y continuó—: Es una excelente rastreadora,
por lo que podría haber captado tu esencia desde el exterior. No sé porque
necesitaría hablar contigo aunque...

Salté por dentro, esperanzada.

—Tal vez quería decirme que Cai y Liora están de vuelta.

Wilder negó con la cabeza distante.

—No están... lo verifiqué. —Mi decepción pudo haberse mostrado


porque dijo—: Estarán bien. Todavía tienen mucho tiempo para regresar.

Un tono amargo coloreó mis siguientes palabras.

—¿Qué hago hasta entonces? ¿Quédame encerrada aquí?

Los músculos de su espalda y hombros se tensaron aún más, y un


susurro llenó el aire cuando sus alas se movieron contra la tela.
Cambiando a esa piel de Guerrero Sabu, la voz de Wilder se profundizó.

—Estoy tratando de mantenerte a salvo, Serena.

Tal vez. Pero se sentía como otra jaula. Y había tenido suficiente de
esas.

La tristeza se hundió.
Wilder me ofreció la palma abierta. Lo miré fijamente, resentida y
hosca.

No seas niña, se quejó Tita.

Me arrepentí y dejé que me pusiera en su regazo. Entrelazó sus


dedos con los míos y acaricié los duros callos de su palma con mi pulgar.
Mientras tanto, su otra mano hizo grandes pasadas por mi espalda.
Masajes reconfortantes.

—¿Me ayudas a quitarme la armadura?

Hizo un gesto hacia la armadura de sus brazos y hombro con


nuestras manos entrelazadas.

Silenciosamente, encontré los broches que sujetaban el metal.


Wilder no dejaba de mirarme mientras quitaba pieza tras pieza de
armadura y la ponía a un lado, en la alfombra. Una vez que la última
pieza tocó el piso, dijo:

—No quiero que duermas sola; ¿es eso tan malo?

Mi corazón y mis pulmones dejaron de funcionar mientras


observaba su expresión en la luz arenosa y sanguinaria.

—Cuando dices que no quieres que duerma sola...

Un golpe de calor viajó por mi columna, golpeando mi núcleo.

Wilder sonrió tristemente.

—No quise decir que deberíamos dormir en la misma cama.

No había desdén allí. Solo incertidumbre. Mi estómago se revolvió


y se apretó cuando reuní la fuerza para decir:

—No me importaría compartir una cama contigo.

Aspiró con un pequeño jadeo. Una parte primordial de mí brilló


ante eso. Entonces, sus músculos se tensaron.

—Serena.

Oh, mierda.

—Sé que he estado distante contigo.


¿En serio?

Las manos de Wilder se deslizaron para sujetar mis caderas.

—Eso estuvo mal de mi parte, pero necesitaba ordenar ciertas


cosas. Y la verdad es que quise decir lo que dije acerca de que nos
tomáramos un tiempo para estar seguros el uno del otro. —Continuó con
una mirada baja y una mueca—: De vuelta en esa cueva fue fácil olvidar
a lo que nos enfrentábamos y quién eres. En parte, porque estaba muy
aliviado de que te convirtieras en fae.

Me opuse a eso. Casi desatándome sobre él.

—He vivido lo suficiente como para ver morir a muchos de los


humanos que me importaban. Quererte, querer esto, significaba tener
que aceptar y soportar tu muerte. Sin mencionar el peligro en el que te
estaría metiendo. Estaba listo para asumir eso. Para cuando salimos para
Attia, estaba listo. Y soy un bastardo egoísta por ello.

Me desplomé contra él para evitar tambalearme.

—Entonces, cuando me contaste sobre tu herencia y ser fae, se


sintió como la solución a todos los obstáculos que enfrentamos.

Mis pensamientos se aceleraron.

—¿Pero ahora? —le pregunté de una manera improvisada.

Unos ojos verde oscuro perforaron los míos, intensos y sombríos.

—Ahora hay toda una nueva serie de obstáculos.

Nos quedamos congelados en los brazos del otro. Me derrumbé


primero. Aunque, cada palabra me costó muy caro.

—Parece que solo empezaste a tener estas dudas cuando te dije


cómo me sentía.

Me sentí enferma esperando que la respuesta se formara en su


esculpida boca.

Wilder se apartó el pelo de los ojos. Un gesto exasperado.

—Mira, sigues siendo humana. No sabemos cómo serán las cosas


cuando seas fae, o si aún sentirás lo mismo…
Oh dioses, suficiente.

Me solté de su agarre y me puse en pie. Cualquier cosa para


conseguir algo de espacio, a cierta distancia de ese agujero negro abierto
bajo mis pies. Wilder estaba en su centro. Pero el bastardo obstinado
estaba de pie y bloqueándome antes de que diera dos pasos.

—No me des la espalda.

Un escudo interior se cerró de golpe y el instinto se hizo cargo. Me


deslicé en una piel fresca, separada. Una mujer a la que no le importaba
nada, que no sentía la punzada del rechazo.

—Estoy dándote la espalda porque no tengo nada que decirte.

Y simplemente así, pasé junto a él. No tenía ni idea de cómo, solo


me moví. Como el hielo que cae en cascada por una montaña. Por
supuesto, no llegué muy lejos antes de que me atrapara en un abrazo y
empujara mi espalda contra su torso. Me abrazó fuerte y rápido, su
agarre me encadenó a la tierra.

—Escucha —siseó, sus palabras eran calientes contra mi cuello—.


Si viene la guerra, entonces admitir y reclamar amor por el otro nos hace
vulnerables. Podría destruirnos… —Se interrumpió con un suspiro y se
desplomó contra mí, ligeramente.

Casi me vi dándome la vuelta, tirando de él hacia mí, besando esa


hermosa boca. Me resistí. Porque esta vez... Esta vez, supe que me
detendría.

Murmuró contra mi nuca:

—Serena, si ella pone sus manos sobre ti o sobre mí, usará todos
los sentimientos que pueda para manipularnos. E incluso si derrotamos
a Morgan, entonces serás la heredera de una corte, o al menos, una
princesa. No puedes estar con un Guerrero deshonrado que mató a
sprites y fae en el nombre de esa perra malvada. Podemos ser amigos y
amantes y mucho más entre medias, pero amor... eso es diferente.

Me aparté de un tirón, pero él mantuvo el agarre de mi antebrazo.


Como si no me pudiera dejar ir. Me enfrenté a él. La ira, junto con el
deseo, ardía en mis venas.
—No puedes decidir eso por los dos, Wilder. Por amor de Dios, es
probable que todo lo que mencionas esté a años de distancia, y pueden
suceder cientos de cosas entre ese momento y ahora…

—Mi alma no se está muriendo.

Parpadeé ¿Qué?

—La profecía de Maggie —forzó—. Me lo contaste, ¿recuerdas? El


alma de tu compañero se está muriendo, en la oscuridad… ese no soy yo,
Serena.

—¿Y? —No podía pensar qué más decir.

Su mano cayó. Casi alejándose de mí.

—Así que, tienes a alguien más ahí fuera, esperándote. Ya hay un


reclamo en tu corazón. E incluso si hay amor aquí… —Tragó duro,
apretando la mandíbula—. Lo escogerás a él. Todo el mundo lo hace. El
vínculo de compañeros es demasiado fuerte. Y hasta que entiendas eso,
y entiendas lo que significa realmente amarme, y qué sacrificios y
compromisos puede forzarte a hacer, no deberíamos estar juntos.

Finalmente había dicho las palabras. Tal vez había estado


desesperado por pronunciarlas desde mi confesión. Tal vez solo había
imaginado algo más profundo, algo… más.

Solté una risa plana y fría. Estaba más allá de preocuparme en este
punto.

—Déjame aclarar esto. ¿Estás de acuerdo en que seamos amigos y


tengamos relaciones sexuales, pero no podemos amarnos por un macho
que nunca he conocido? ¿Un fae que tal vez ni siquiera esté vivo? ¿O
porque Morgan podría capturarnos? Eres un cobarde.

El color desapareció de su piel mientras siseaba a través de los


dientes.

—¿Qué acabas de decir?

Una herida supurante había sido abierta ante mis ojos. Había
mordido demasiado profundo, ido demasiado lejos. Debería disculparme.
En su lugar, solté:
—Eres un cobarde. Ni siquiera estás seguro de que no seamos
compañeros. Las cosas pueden cambiar o ponerse en su lugar más tarde,
y no le estás dado una oportunidad. Simplemente estás usando una
profecía que no tiene sentido para poner distancia entre nosotros.

—¿Por qué haría eso? —preguntó, enseñando los dientes.

Parecía que quería escupir fuego. Pero en sus ojos, había algo
bastante familiar, que las palabras salieron atropelladamente.

—Porque si hay alguien más ahí fuera para mí, hay una posibilidad
de que te rechace. Tienes miedo.

Dado la sorpresa y el dolor en su rostro, supe que tenía razón. La


culpa me atravesó.

—Wilder… —comencé.

Me atraganté mientras él se volvió cruel y gruñó:

—Cogeré el sofá. Puedes tener la cama. Solo sal de mi vista.

Un zumbido comenzó en mis oídos. Una alarma, una caída era


inminente. Girando, de alguna manera encontré mi camino a la
habitación. Cerrando la puerta, apagando la luz, caí sobre la cama y me
deslicé entre las sábanas heladas. ¿Cómo había pasado esto? La noche
anterior nos habíamos abrazado bajo el dosel, y el día anterior, sus dedos
y lengua habían estado entre mis piernas. Ahora, dormía sola.

La pena rompió la presa dentro de mi mente. Arrancándome,


arañándome, barriéndome. Agarré una almohada y presioné mi cara
contra sus pliegues, desesperadamente intenté ahogar las lágrimas y los
sollozos. Quería ir con él, disculparme, pero…

Sal de mi vista.

El agotamiento pronto paró el agua salada de derramarse. Y la


marea retrocedió, el peso emocional me rompió y dejó una cáscara.

ESPERABA QUE LA grieta entre nosotros pudiera enmendarse una vez


que el calor de nuestras palabras se hubiera desvanecido.
Lamentablemente, estuve equivocada. El tiempo pasó arrastrándose y
una escarcha se atascó, separándonos, envenenando el aire. Me reprendí
una y otra vez; ya debería haber aprendido que el corazón rara vez se
cura tan rápido o tan fácilmente como el cuerpo.

Ignorada y confinada, busqué la distracción, principalmente el


entrenamiento y la lectura. Opciones obvias, dada la plétora de armas y
libros que me rodeaban. Ninguna de las dos actividades llamó mi
atención y siempre la abandonaba a mitad de camino. Incluso mis
sesiones con Goldwyn habían sido canceladas. Todo para protegerme.

Finalmente, después de una espera de cinco días, llegó un


centinela con la noticia de que Adrianna y Frazer habían sido vistos
regresando.

A pesar de las súplicas desesperadas para ir a verlos, Wilder me


convenció de que me quedara mientras él iba a recibirlos. Me dejaron sola
para golpear el suelo del salón, esperando.

La cerradura de la puerta hizo clic. Corrí a abrazar a quienquiera


que apareciera primero.

Fue Frazer.

Me atrapó en un abrazo aplastante, y el dolor supurante en el


pecho me alivió un poco. Me alegro de verte, Siska.

Se alejó rápidamente, pero el vínculo hizo eco de un alivio palpable;


algo mucho más valioso para mí que cualquier palabra.

Adrianna salió por detrás de él, y me abalancé. Se tensó en el


abrazo y me dio una palmadita en la espalda torpemente.

Hm. Había olvidado que nunca la había visto abrazar a nadie. Me


eché hacia atrás y los miré a los dos. Deben haber acabado de regresar:
sus bolsas y sus armas aún estaban atadas a ellos.

—¿Fue todo bien?

Adrianna cerró la puerta y se giró hacia mí para decirme:

—Por supuesto.

Sonreí por primera vez en días.


Frazer dejó caer su bolsa y dijo:

—Wilder nos atrapó cuando estábamos aterrizando. Nos dijo que


nos quedemos aquí contigo.

Hirviendo en silencio, dije:

—Bueno, al menos tendré compañía en mi nueva prisión.

Los ojos de Adrianna se agudizaron.

—¿Prisión? ¿No te has divertido encerrada aquí con...?

Se detuvo a mitad de la frase, estudiando mi rostro. El torrente de


energía que les había dado vida a su llegada se había apagado,
parpadeado y muerto. Claramente, mostraba amargura o rabia rara vez.
Me ponía nerviosa.

—No me ha tocado.

Frazer pasó junto a mí y noté una tenue coloración rosada en sus


mejillas hundidas. Empezó a husmear, explorando el área.

Algo me dijo que no quería oír hablar de las frustraciones sexuales


de su hermana.

Un gruñido resonó en el hilo. No te equivocas.

Adrianna esperó hasta que Frazer desapareció en la habitación


para preguntar:

—¿Qué pasó entre ustedes dos?

Mis ojos se movieron renuentemente hacia los de ella.

—Él decidió que no deberíamos estar juntos.

—Ah. —Los labios de Adrianna se adelgazaron, y preguntó—: ¿Dijo


por qué?

—Cree que nos hará más vulnerables, pero yo creo que es porque
no cree que sea mi compañero, gracias a la profecía de Maggie. Así que
quiere esperar hasta que yo entienda lo que significa amarlo.

Casi escupo la última parte.


—Bueno, todo suena muy sensato —dijo suavemente.

Susurré una triste risita.

—Sí. Muy sensato.

El rostro de Adrianna se iluminó con una sabia sonrisa.

—Pero no quieres eso, y odias que él sea el que decidió, y que te


haya cerrado tan rápido.

Mis cejas se levantaron.

—¿De dónde salió eso?

Un pequeño encogimiento de hombros descuidado.

—Solo tengo treinta años, y no hay muchas faelings en nuestra


sociedad. Los machos que son jóvenes tienden a estar interesados en
follar y pelear. Tristemente, se espera más de mí.

Una risa chillona hizo cosquillas en la parte de atrás de mi


garganta.

Adrianna continuó:

—Así que todos los fae que me han gustado han sido mayores.
Mientras más viejo sea el fae, más cauteloso. Es por eso que nunca he
tenido sexo —admitió sin rodeos.

Intenté ahogar un guiño de sorpresa.

—¿Y no has considerado estar con un humano?

Adrianna inclinó su cabeza en un movimiento cuidadoso y


cauteloso.

—En realidad, no, no lo he hecho —dijo frunciendo el ceño—. No


quería las complicaciones de tener un amante humano. ¿Por qué?
¿Tuviste a alguien en mente?

Hablé demasiado rápido.

—No. Solo estoy interesada.

Adrianna hizo un ajá. Pobre Cai.


Una distracción llegó en forma de Frazer, que había regresado de
explorar y ahora estaba mirando por la ventana.

—¿Qué estás haciendo? —lo llamé.

—Solo comprobaba.

Adrianna se fue de mi lado para caminar hacia él.

—Entonces, ¿éste es el cristal encantado? —preguntó, pasando la


punta del dedo a lo largo del cristal de la ventana.

—Mmm.

Adrianna miró por encima de su hombro.

—Wilder mencionó que Hilda convocó a los instructores. Deberían


estar fuera la mayor parte del día.

Sonreí débilmente y me acerqué para descansar a su lado.

—¿A quién quieres robarle?

—Cecile —contestó Adrianna—. Ya he probado las puertas del


pasillo, pero solo la de Goldwyn estaba abierta.

—Wilder me dijo que las puertas están protegidas con una frase.
Pero no pude oír lo que era.

Asintiendo distante, apoyó su bolsa y su equipo de arquería contra


la pared.

Frazer fue quien la interrogó.

—¿Si no puedes ver las habitaciones desde afuera cómo propones


encontrar su ventana?

Adrianna se movió para sentarse en el alféizar de la ventana.

—La habitación de Cecile probablemente estará al lado de la de


Goldwyn. Como hasta donde llega el hechizo, espero que como he visto
estas ventanas, sea capaz de visualizarlas. Eso es a veces lo suficiente
para romper el glamour.

—La palabra clave siendo a veces —dijo Frazer con una ceja
levantada.
Adrianna falló con el pestillo.

—No lo sabré hasta que lo intente. Solo cuida mi bolso, tiene la


pluma en ella. —Mirando hacia arriba y hacia abajo por el camino
exterior, abrió la ventana y escaló a través de. Una vez afuera, esperó lo
suficiente para decir—: No vayan a ninguna parte, los necesitaré para
volver a entrar.

—No lo haré —dije y cerré la ventana.

La vi desaparecer, pero la mirada de Frazer me hizo concentrarme.

—¿Qué pasa? —preguntó.

Mi respuesta fue corta, distante. ´

—No es nada. Solo me siento... agotada.

—¿Por qué? —presionó Frazer, el acero sonando en su voz.

No dejaría pasar esto.

Me encogí de hombros e intenté desviar la conversación.

—¿Por qué no me dices cómo mataste al navvi? ¿O cómo consiguió


Adi la pluma del ave fénix?

Frunció el ceño, obviamente viendo a través de mí.

—No hay nada que contar. Le corté la cabeza y Adrianna voló


durante días en busca de un nido. Contar historias no me interesa. Lo
que me preocupa es por qué nuestro vínculo se siente tan débil. —
Aterrizó un rápido golpe en mi pecho, el lugar donde nuestro hilo se
conectaba—. Estuviste repleta de energía unos días y ahora te sientes
como un fantasma. ¿Por qué?

La última palabra resonó con una demanda silenciosa.

Me apoyé en el alféizar de la ventana, apoyando la cabeza en el


cristal frío. Mis palabras fueron un susurro.

—No puedo manejar esto.

—¿Qué parte? —preguntó, acercándose. Ni un toque, pero aun así


era para ser reconfortante—. ¿Tu nueva identidad? ¿Morgan? ¿Wilder?
—Todo —dije con aspereza—. Es demasiado. Demasiado rápido.
Cuanto más grande y más complicado se vuelve todo esto, más pequeña
me siento.

Frazer me miró fijamente.

—¿Esto viene de ti o de él?

Le eché un vistazo.

—¿Quién? ¿Wilder?

No dijo nada. Ni siquiera parpadeó. En cambio, algo pasó a través


de nuestro vínculo. Un fragmento de una oscura emoción que me hizo
decir:

—¿Aún no confías en él? Frazer, se paró delante de flechas para


mí.

La mirada de mi pariente me cortó hasta los huesos.

—Confío en que él proteja tu cuerpo, pero tu corazón es una


historia diferente.

Apoyé mi mano en la cornisa. Por alguna razón mi corazón


temblaba, se deshilachaba.

—¿Qué estás diciendo?

El brazo de Frazer fue a agarrar mi codo, como si pensara que


necesitaría el apoyo.

—Wilder tenía razón, no es tu compañero.

Mis miembros se debilitaron. Frazer me empujó de nuevo a una


posición sentada en la cornisa. Sus manos se quedaron en la parte
superior de mis brazos, y cuando no me desmayé, se soltó y se puso de
pie, mirando fijamente.

Me quedé boquiabierta.

—¿Cómo es posible que sepas eso?

—Bueno, aparte de que no encaja con la profecía de Maggie, he


visto el vínculo en acción, y he visto tus recuerdos. Y en el fondo ansías
aventura y peligro. Un horizonte abierto. Tomarás vida en esos
momentos. Y un compañero lo sabría instintivamente.

La tristeza se apoderó de todo.

—¿Crees que no ve eso?

Frazer respondió con frialdad.

—En realidad, creo que es una de las razones por las que se siente
tan atraído por ti. Pero aun así te empujó a quedarte confinada en sus
habitaciones durante días.

Una débil protesta salió de mis labios.

—Dijo que era para protegerme.

Un rápido destello de lástima descongeló su rostro.

—Sí, está actuando como un macho protegiendo a alguien que le


importa. Pero prefiere sacrificar su vida por la tuya que arriesgarse a que
trabajes con él. Y yo probablemente he hecho lo mismo, pero Maggie dijo
que tu compañero está destinado a ayudarte, no a protegerte de peligro.

Abrí la boca, pero no sabía si estar de acuerdo o discutir. La


repentina llegada de Adrianna evitó de tener que elegir. Abrí la ventana y
ella se metió de nuevo, jadeando pesadamente, viéndose afligida.

Frazer se unió a su lado pero no se movió para tocarla.

—¿Qué pasa? —exigió.

Adrianna se hundió contra la cornisa.

—Cecile está muerta. Asesinada.

Sus palabras rotas hicieron que el mundo se me escapara de las


manos. Mi mano se agitó instintivamente y agarré su hombro.

—¿Quécómocuándo? —escupí.

Sin pestañear, Adrianna comenzó:

—Rompí el glamour y me metí a través de la ventana de su


habitación. Agarré esto. —Sacó una concha y un peine de perlas de su
bolsillo y se los colocó sobre la cornisa—. Me iba cuando olí la sangre.
Adrianna exhaló un fuerte aliento y arrugó su nariz, como para
despejar sus fosas nasales del olor.

—¿Cómo fue asesinada? —Frazer expulsó.

Adrianna parpadeó entonces, haciendo una mueca.

—La encontré en el salón con un cuchillo incrustado en la espalda.

Mis ojos se nublaron.

—¿Qué hacemos?

Frazer y Adrianna compartieron miradas cautelosas.

—¿Oliste a alguien más en la habitación? —La voz de Frazer era


fría. Toda eficiencia despiadada.

Un acto. La pena y el disgusto que brillaban en nuestro vínculo


demasiado real.

Adrianna se enderezó, pero sus ojos estaban vidriosos.

—No. Había tanta sangre... no pude oler nada más.

Mis brazos se aflojaron a mis costados.

—¿Deberíamos ir con Hilda? —pregunté.

—No —replicó Adrianna. Al ver mi estremecimiento, cedió—. Cecile


solía ser una espía para mi madre. Necesito ser yo quien vaya a la corte
y explicar lo que sucedió. Si le decimos a alguien más ahora, significará
pedir permiso para ir a verla. Algo que podría no ser concedido.

—¿Por qué no enviar un mensaje a Diana? —preguntó Frazer.

Adrianna no respondió mientras se agachaba hasta donde


descansaba su bolsa. Revolviendo, sacó una gran pluma de rubí y se la
dio a Frazer. Solo entonces habló.

—Porque quiero mirarla a los ojos cuando le pregunte si sabe quién


querría la muerte de Cecile. Y, he querido hablarlo con ella desde que
supe que estaba sacrificando a los reclutas bajo su cargo a ese cuervo
malvado, Morgan.

Frazer asintió, satisfecho.


Agarrando su ballesta al lado de la ventana y asegurándola entre
sus alas, ella agregó:

—Wilder se ha ganado nuestra confianza. Díganle lo que ha


pasado, pero oculten la concha y el peine hasta que Cai y yo podamos
entregárselo a Bert. —Levantó la barbilla hacia la cornisa donde estaban
los artículos y siguió—. Volveré pronto.

Antes de que pudiéramos plantear objeciones, había cargado el


bolso y el carcaj y había salido por la ventana, corriendo hacia el cielo.

Cerré la ventana y murmuré:

—Todo esto está girando fuera de control.

Frazer se quedó mirando la pluma, girándola.

—No sabemos lo que pasó. Esto podría no tener ninguna conexión


con nosotros.

No lo creí ni por un segundo. Sintiéndome un poco enferma, me


guardé el peine y la concha y me moví hacia lo que se había convertido
en mi lugar favorito junto al hogar. Arrastrando mis piernas hacia arriba,
envolví mis brazos alrededor de éstas y apoyé mi frente contra la parte
superior de mis rodillas.

Mi corazón sintió una pequeña punzada. No conocía a Cecile tan


bien, pero parecía honorable y, a su manera, amable. Y había sido una
espía... ¿alguien se había enterado? ¿Lo había hecho Dimitri? Un cuchillo
en la espalda ciertamente parecía algo que él haría. Un acto malvado y
cobarde.

Frazer apareció a mi lado. Usó tonos tranquilizadores:

—Necesito esconder la pluma. ¿Dónde pusiste la belladona?

Sin levantar la vista, dije:

—Hay un baúl con monogramas en la habitación de Wilder.


Después de que se lo mostró a Goldwyn, lo guardó.

Frazer sonaba tenso cuando le preguntó:

—Sin embargo, te dijo cómo abrirlo, ¿no?


Asentí con la cabeza contra mis rodillas.

—Pon tu mano en éste y di valo.

Se alejó, regresando un momento después para encender un fuego.


Frazer parecía contento de permanecer en silencio. Algo por lo que estaba
infinitamente agradecida; de todos modos no quedaban palabras en mí.
Mientras se movía, preparando té y luego sentándose a mi lado para leer,
me quedé quieta, en algún lugar entre la tristeza y el agotamiento. Me
quedé dormida alrededor del mediodía, solo para ser despertada por el
chirrido de una puerta.

Wilder entró y realizó una exploración rápida del área.

—¿Dónde está Adrianna?

Frazer dijo antes que yo:

—Se fue.

Un grito estalló desde el pasillo. Wilder se giró y salió corriendo por


la puerta.

Miré a Frazer que estaba mirando a la puerta, congelado y sin


respuesta.

—¿Qué hacemos? —exhalé.

—Nada —susurró a través de sus labios pálidos.

Intenté que mi pulso se calmara mientras esperábamos, pero fue


en vano.

Un sucio gruñido vino de la puerta.

—Sabía que estarías en algún lugar cerca.

Dimitri estaba allí, batiendo las alas.

Frazer se puso de pie y, con un movimiento casual, se sentó en el


borde de mi reposabrazos.

Los ojos oscuros de Dimitri brillaron ante la protección con ese solo
movimiento.
—Cecile es asesinada, ¿y tú y tu demonio sin alas son los únicos
alrededor?

Mostró sus dientes. Sentí su sed de morder, me hizo temblar.


Afortunadamente, no vio esa vulnerabilidad porque su atención fue
atraída por algo en el pasillo. Wilder lo empujó hacia el salón. Actuando
como nuestro amortiguador, dijo con una calma gélida:

—Vete ahora.

Dimitri se dirigió directamente a la cara de Wilder. Mi garganta se


contrajo al ver sus dientes tan cerca de los de mi macho...

A la garganta de Wilder.

—Buena idea —Dimitri arrastró las palabras—. Iré e informaré a


todos que tu mascota y su amiga fueron las únicas en el momento del
asesinato de Cecile.

Frazer se puso rígido a mi lado. Levanté la vista para verlo llevando


una máscara de muerte.

—Adrianna Lakeshi estaba con nosotros —dijo en un gruñido


asesino—. Ella ya se fue a contarle a su makena lo que ha pasado.

Los hombros de Wilder se juntaron, pero no hizo ningún


comentario. Dimitri, por otro lado, siseó con su lengua viperina:

—Eso solo prueba mi punto. Si no cometieron el crimen, ¿cómo


supieron lo que había sucedido? ¿Cómo entraron a sus habitaciones?

Con desprecio haciendo eco en cada palabra, Frazer replicó:

—Tendrás que preguntarle a Bert.

La boca de Dimitri se curvó en una sonrisa complaciente. Como


una araña agazapada.

—Supongo que te estás refiriendo a algo para la cuarta prueba...


pero sea lo que sea que deban hacer, no es posible entrar en sus
habitaciones. Ella cierra la puerta con llave; solo aquellos con la frase de
paso pueden abrirla. ¿Realmente esperas que crea…?

Eso rompió mi paciencia.


—No te estamos pidiendo que creas nada. Adrianna descubrió que
el cristal estaba encantado. Fue la que encontró a Cecile. Entonces, a
menos que quieras acusar de asesinato a la Princesa de la Tierra de los
Ríos...

Dejé colgar la amenaza, esperando no haber jugado tan mal.

Wilder soltó un ladrido sin aliento.

—No, él no hará eso. ¿Lo harás?

Dimitri mostró sus dientes en un amargo levantamiento de su


labio, pero se veía más grosero que amenazante.

Wilder se movió para cerrar la puerta.

—Sal. O la siguiente persona acusada de asesinato serás tú.

Dimitri gruñó una vez y se deslizó lejos.

La puerta se cerró de golpe y Wilder se volvió hacia nosotros.

—¿Estaban diciendo la verdad sobre Adrianna? —exigió.

—Sí —Frazer y yo dijimos al mismo tiempo.

—¿No olió ni vio nada inusual en la habitación de Cecile?

—No —respondí desde mi posición sentada—. Frazer le preguntó


sobre otras esencias, pero ella dijo que había demasiada sangre.

Empujé hacia abajo las imágenes espantosas que amenazaban. Y


Wilder se acercó a la ventana. Parecía inquieto, enjaulado, como un león
alado incapaz de volar.

—La protección significa que Cecile dejó entrar a su atacante, o que


conocían acerca de las ventanas y se metieron de esa manera. Pensaría
que esto lo hizo Dimitri, pero Cecile no lleva mucho tiempo muerta. Y ha
estado derramando mentiras en los oídos de Hilda durante horas.

—¿Qué pasa con Hunter? —Frazer me miró—. ¿Crees que lo habría


hecho? Tal vez tenía otro de esos encantamientos de ocultamiento.

Levanté mi mirada cansada a su mirada feroz.


—Hizo que pareciera que solo tenía uno, pero no es como si pudiera
confiar en él.

—¿Tysion entonces? —sugirió Frazer.

—¿Pero por qué? —murmuró Wilder.

—¿Sabes que solía ser una espía? —le dije a la espalda de Wilder.

Se volvió lentamente.

—¿Adrianna te lo dijo?

Eso respondió a esa pregunta.

Asentí, y dio un pequeño suspiro.

—Cecile me dio la impresión de que iba a renunciar —admitió—.


Supongo que vivir y respirar secretos es un hábito difícil de romper.

El silencio cayó. Repetí todas mis interacciones con Cecile. ¿Había


estado actuando extraña? ¿Cuándo la vi por última vez? Como un golpe
en la cabeza, la inspiración golpeó.

—Dijiste que Cecile podría haber sido la que llamó a la puerta el


día que regresamos. ¿Crees que descubrió algo?

La frente de Wilder se arrugó.

—¿Por qué se acercaría a ti y no a mí?

No tenía respuesta. Nadie dijo nada ya que nos perdimos en


nuestros pensamientos. Minutos se arrastraron con Wilder pisando las
tablas del suelo y Frazer avivando el fuego.

Me estremecí y abracé mis extremidades, conservando el calor. Por


alguna razón, el calor en la habitación no se pegaba. Entonces, una
escarcha negra se extendió, creciendo y mordiendo profundamente en
mis huesos. ¿Qué estaba mal conmigo?

La voz de Tita llegó en un susurro mortal. ¿Serena? El reloj ha


comenzado a correr. No puedo protegerte de la magia en tu sangre por
mucho más tiempo.
Una lanza helada se deslizó por mi columna vertebral. Mi pulso
disminuyó, al igual que el ruido ambiental. Me quedé mirando las llamas,
viendo el ámbar y el zafiro bailar juntos. La magia en mi sangre—mi
herencia fae—había comenzado su curso destructivo.

Una mano me agarró del hombro. Levanté la vista para ver una
cara salvaje por el miedo. Frazer.

—¿Qué es? —susurró, mirando dentro de mi alma.

—Estoy muriendo.
El Vínculo
Traducido por Wan_TT18

LA MUERTE TARDÓ en reclamarme.

En los días que siguieron, esperé en la periferia, acechando mis


pesadillas, acechando mis momentos de vigilia.

Frazer se convirtió en mi compañero constante, nunca abandonó


mi lado por mucho tiempo. Incluso dormía a mi lado, pero en el suelo.
Intenté convencerlo de lo contrario. Era pariente; no vi nada malo con él
durmiendo en el colchón. Pero hubo murmullos y vagas referencias a las
costumbres fae. No tuve la energía para discutir porque mi tiempo fue
medido por cambios de humor severos. En un segundo estaría lleno de
chispas y relámpagos, listo para enfrentar al mundo. Lo siguiente, quería
dormir por años.

Adrianna regresó a nosotros tres días después del asesinato de


Cecile, llegando en una tormenta iracunda. Nunca la había visto tan
desquiciada. Después de descartar su equipo de tiro con arco y arrojar
su bolsa en la esquina, escupió que el viaje había sido inútil.

—¡Ella no iba a responder ninguna de mis preguntas! Entonces,


me ordenó que se lo dejara a Hilda. Al menos nos libraremos de su
compañía en el juicio final, prometió no asistir, de modo que eso es una
ventaja —dijo, con amargura envenenando su voz.

Wilder la miró fríamente desde la puerta de la cocina.


—Si me hubieras consultado antes de irte, podría haberte dicho
eso. Diana no interferirá en la política interna del campamento.
Especialmente cuando la muerte pudo haber sido ordenada por Morgan.

Adrianna parecía que estaba tragando un limón mientras mordía


una réplica. Cambió de táctica y preguntó:

—¿Ha ocurrido algo en mi ausencia?

Una pausa. Frazer se encontró con mi mirada pesada y distraída


desde nuestras posiciones sentadas junto al hogar. Actualmente estaba
envuelta en mantas y me había estado congelando durante horas, a pesar
de las llamas que lamían la chimenea. Incapaz de pensar más allá del
hielo que me retenía, o el dolor de cabeza que palpitaba detrás de mis
ojos, le hice un gesto a Frazer. Dile tú.

Obedeció.

Adrianna esperó un segundo entero antes de estallar.

—¿Entonces qué podridas cortes estamos haciendo aquí todavía?


¡Tenemos que dirigirnos a Ewa, ahora!

Frazer habló por mí... Cómo habían cambiado las cosas.

—Hilda ha doblado la guardia desde la muerte de Cecile, y todavía


no podemos irnos sin Cai y Liora. Sin sus ingredientes, no importará si
estamos en Ewa. El hechizo no funcionará.

Adrianna dejó de pasearse y se volvió hacia Wilder.

—¿Qué tienes que decir sobre esto?

Mi pecho se ahuecó. Me hizo escatimar:

—Él no dice nada. Apenas nos habla.

Adrianna parpadeó, boquiabierta. Bajé la mirada y no me molesté


en reconocer el suave gruñido que venía de cerca de la cocina. Frazer se
apresuró a protegerme mientras Wilder cerraba el espacio entre nosotros.

—No la tocarás —dijo mi pariente, bloqueando su camino.

Wilder se detuvo a unos metros de distancia.


—¿Honestamente crees que la lastimaría? —le preguntó en voz
baja.

Los vellos del cuello de Frazer se levantaron.

—Una pregunta estúpida, teniendo en cuenta cómo la has estado


tratando.

Adrianna me agarró del hombro y me sujetó contra el respaldo del


sillón. Un gesto protector, y la única señal de que la agresión la
preocupaba.

Wilder me llamó por mi nombre. Estaba decidida a no responder.


Pero mi cuerpo traidor e inútil respondió. Ojos demacrados me
saludaron.

—Sé que no he estado aquí para ti.

Frazer gruñó con tanto desprecio, me sorprendió que no se hubiera


movido para matarlo.

—Ni siquiera has reconocido lo que le está pasando. Simplemente


nos has estado ignorando y desapareciendo durante horas a la vez.

Wilder se trasladó al espacio de Frazer; inminente violencia cubrió


el aire.

—Sí —dijo en un susurro. Se sentía más peligroso por ello—.


Perdóname, pero no soy capaz de sentarme aquí, verla destruirse. He
estado ocupado, rastreando y espiando a Dimitri en su lugar.

Un silencio aturdidor siguió.

—¿Por qué no nos dijiste eso? —dijo Frazer.

—Pensé que podrías sentir que necesitabas ayudar y tu lugar está


aquí, con ella.

Insufrible. Justo cuando estaba dispuesta a odiarlo.

Después de la confesión de Wilder, Frazer se descongeló un poco e


incluso se ofreció a ayudar. Adrianna reclamó ese trabajo e insistió en
que mi pariente se quedara conmigo. Así que tuve que verlos asumir toda
la responsabilidad mientras me alejaba, completamente indefensa.
Al día siguiente, estaba sentado en mi silla favorita con dos mantas
que me cubrían y un libro en mi regazo, mientras Frazer avivaba el fuego.
Sin duda para mi beneficio. Porque a pesar de las llamas que lamían la
chimenea, las puntas de mis dedos eran como carámbanos mientras
acariciaban las páginas de La Canción Más Oscura. Últimamente me
había costado dejarlo. Por alguna razón, me consoló. Frazer solo estaba
hablando de preparar el almuerzo cuando la puerta se abrió. No me
molesté en alzar la mirada. Wilder nos había dicho la frase de contraseña
días atrás y la habíamos mantenido cerrada. Sabía que solo podía ser
una de dos personas.

El sonido de una garganta que se aclaró atrajo mi atención hacia


Adrianna. Estaba en la puerta, sonriendo.

—¿Qué pasa? —pregunté.

Se movió a un lado. Cai y Liora caminaron a través; regresaron con


un solo día de sobra.

Enderezándome, me apresuré a ponerme de pie. El brazo de Frazer


estaba instantáneamente a mi lado, apoyándolo, levantándolo. Mi libro
cayó al suelo mientras Liora caminaba de frente. Extendí mis brazos y
chocamos en un fuerte abrazo. Cai no estaba muy lejos. Nos envolvió a
los dos.

—Lamentamos que hayamos tardado tanto —dijo Liora en mi oído.

—Las misiones son mucho más largas y mucho más aburridas


cuando no tienes alas —dijo Cai alegremente, frotándome la espalda.

Me aparté para mirarlos, y sus sonrisas calentaron mis huesos. Por


primera vez en días, no estaba adormecida.

—¿Supongo que tienen los artículos? —preguntó Frazer.

Cai enganchó su bolso más alto.

—Están en nuestras bolsas. Pero acabamos de devolver nuestras


armas cuando Adi nos encontró, por lo que aún no hemos tenido tiempo
de mostrarlas a Goldwyn.

Me quedé quieta e intercambié breves miradas con Adrianna y


Frazer.
Cai continuó, ajeno.

—Probablemente deberíamos ir a verla ahora...

—Goldwyn no está viendo a nadie —dijo Adrianna, con la tristeza


modulando en su voz—. Muéstraselas a Wilder en su lugar.

Liora la observó. Luego a Frazer, y finalmente, a mí.

—¿Necesitan decirnos algo?

Adrianna rió débilmente.

—¿Dónde empezamos?

Los ojos brillantes de Liora encontraron los míos. Una petición de


información.

—Espera. —Cai nos mostró sus palmas—. Antes de que


aprendamos cosas que sin duda harán nuestra vida más complicada y
horribles, ¿podemos tener algo de beber y toda una tonelada de comida?
Porque he tenido suficientes bollos rancios y carne seca para toda la vida
de un fae.

Sacó la lengua con disgusto.

Liora chasqueó la lengua.

—Vaya dificultades.

Una pequeña sonrisa acarició mis mejillas. Se sintió forzado.

Adrianna se dirigió a la cocina y, sin mirar atrás, dijo:

—La cocina está por aquí. Nos haré un poco de café, lo


necesitaremos.

—Qué tranquilizador —bromeó Cai sarcásticamente. Aun así dejó


su bolsa en la alfombra y la siguió.

Liora miró a su alrededor.

—¿Adi dice que has estado guardando la pluma y la belladona en


una caja fuerte? ¿Dónde está?
—Es el baúl del dormitorio —dijo Frazer, señalando el camino—.
La frase de contraseña es valo.

—Bueno. Debería ir a poner nuestras cosas en la caja fuerte, pero


solo sé que pase lo que pase, lo arreglaremos, juntos.

La mano de Liora me apretó la muñeca en una promesa tranquila.


No parecía necesitar una respuesta ya que desapareció en el dormitorio
con sus maletas.

Sus palabras levantaron mi espíritu, pero no lo suficiente como


para sostener mi fuerza. Me caí de espaldas a los resortes y alcancé las
mantas que ahora se esparcían en el suelo.

Frazer ya estaba allí, cubriéndome, metiéndome dentro.

—Quisquilloso —murmuré.

—Solamente estoy cumpliendo con mi deber fraternal —dijo con


una sonrisa de lado.

Sospeché que lo hizo para relajarme. Porque debajo de esa


máscara, el vínculo sonaba claro con ecos de un terror que latía con
fuerza. Quería decirle lo mucho que lo sentía, pero la disculpa se quedó
en mi garganta.

El reconocimiento parpadeó en su lado del vínculo cuando mis


emociones se filtraron. Los ojos de Frazer se encendieron más brillantes
en respuesta. Con su garganta moviéndose, se inclinó y rápidamente me
besó en la parte superior de mi cabeza.

Aturdida por la sumisión, no me moví ni hablé hasta que todos se


reunieron, minutos después. Liora se desplomó en el suelo frente a mí,
apoyándose contra mis piernas. Debe haber estado desesperada por
respuestas, pero se contuvo con la calma y el equilibrio típicos. Para
mantener mi mente quieta, trencé perezosamente sus rizos rojo dorado.

Cai y Adrianna trajeron varias rebanadas de pastel de cumpleaños,


magalenas y galletas de jengibre. Todo dulce, grasoso, y necesario.
También habían encontrado un conjunto de servicio de café, uno que
parecía extrañamente formal para un hombre como Wilder. Se despejó
un espacio en la alfombra, se dejó la bandeja y mi manada se colocó en
un círculo debajo de mí.
Adrianna sirvió café en tazas y las puso encima de los platos, cada
uno con golosinas. Nadie habló mientras repartía el alimento.

La paciencia de Cai se rompió primero.

—Entonces, antes de comenzar con la historia de la desgracia


inevitable, ¿estoy en lo cierto al asumir que Wilder está ocultando el
hechizo ese porque le has dicho lo que estamos haciendo y quién eres?

Todos los ojos en mí.

—Él sabe todo.

—Está bien. ¿Quién quiere empezar? —dijo Cai bruscamente.

Los ojos de Frazer se levantaron hacia los míos. Asentí. No necesité


palabras.

Comenzó a relatar el drama de los últimos trece días. Me acurruqué


y seguí trenzando los mechones de Liora, mantenía mis manos ocupadas
y me distraía de sus reacciones. Pero, pronto se hizo difícil ignorar el color
que drenaba de la cara de Cai, o la inestable subida y caída de los
hombros de Liora mientras luchaba contra las lágrimas.

Frazer terminó y Liora habló con voz ronca:

—Pobre Cecile.

Cai meneó la cabeza en un estupor.

—No puedo creerlo.

El peso de la tristeza y el miedo causaron una dura pausa, una en


la que Liora dejó su plato y giró sobre sus rodillas para mirarme. Con su
expresión de intención y ardor, dijo:

—Podríamos haber llegado demasiado tarde para salvar a Cecile,


pero sé cómo podemos ayudarte.

Eso atrajo la atención de todos. Adrianna parecía interesada;


Frazer, desesperado; y Cai se vio extrañamente cauteloso.

—Bueno, ¿qué es? —Frazer instó, inclinándose hacia adelante.


—Hay un hechizo que puede sostenerte —comenzó Liora, sin
interrumpir el contacto visual conmigo—. No durará para siempre, pero
nos da tiempo.

—Un hechizo que es increíblemente peligroso —dijo Cai.

Liora se volvió para encontrarse con la mirada de su hermano y


dijo bruscamente:

—No es peligroso para el lanzador.

Cai parecía que había sido alimentado a la fuerza con veneno;


golpeó su plato de manera que el café y las migajas volaron allí y allá.

—Eso no es lo que quise decir, y lo sabes.

Debía ser malo.

Liora se incorporó y siguió con calma.

—Ella merece escuchar sus opciones. No puedes negarle esa


elección.

—Yo sería el que lo haría —dijo con enojo.

Frazer se enfrentó a Cai.

—¿No quieres salvar a Serena? —su susurro sonaba peligroso.

Agotada, desesperada, mi cabeza se marchitó y cayó en mis


palmas.

—No. Te. Atrevas. —La magia de Cai retumbó en lo alto, una


tormenta se avecinaba.

Zumbidos de sangre, alguna brasa de mi magia crepitaba en


respuesta. Un rayo para unirse al trueno.

Cabezas se volvieron en mi dirección.

Adrianna agarró el brazo de Cai en advertencia.

—Antes de que esta habitación sea destruida en pequeñas astillas,


¿quieres explicar a qué te refieres, Liora?

—Se llama trenzado —respondió ella.


Cai gimió, y su magia explotó. La mía con eso.

Liora continuó.

—Se descubrió cuando una bruja fae estaba viendo morir a su


compañero. Se desesperó tanto que vinculó sus fuerzas de vida para
darles tiempo de llegar a un curandero.

Mi cuerpo se congeló y luego se calentó en el espacio de una


respiración.

—He pensado que podría ayudar en esto —agregó Liora en un


murmullo—. Le he dicho a Cai que quiero ser yo quien te ayude.

—¡Li! Tu energía ya está demasiado fracturada por el bloqueo... —


estalló Cai.

—No lo sabes —replicó ella—. ¿Cuál es la alternativa? ¿Dejamos


que nuestra mejor amiga muera?

Mi corazón se retorció y brilló al mismo tiempo.

—Li, no te puedo dejar...

—Déjame. Déjame —Liora me enfrentó con los ojos desorbitados.

Me eché hacia atrás, alarmada.

Eso instantáneamente rompió algo en ella y con un suspiro


tembloroso dijo:

—Necesitas ayuda. Y te necesitamos. No hay nada más que decir.


Puedo hacer esto —agregó, tan silenciosamente.

Oh, Li. Mi pecho se expandió y mis ojos se empañaron.

—No —dijo Frazer, con el cuello rígido.

La cabeza de Liora giró para enfrentar su desafío.

Su voz era firme.

—Puedes tener magia, pero aún tienes las limitaciones físicas de


un humano. Si alguien está atando su vida a la de Serena, debería ser
alguien que ya lo haya hecho una vez, y con las capacidades físicas para
soportar la carga.
Liora abrió la boca, frunciendo el ceño.

Frazer la atravesó con palabras despiadadas.

—No dudo de tu corazón, pero es obvio que estás ofreciendo tu vida


para demostrarte un punto. Y no eres la mejor opción, así que no
permitas que lo que está pasando dañe las posibilidades de supervivencia
de Serena.

La ira de Liora se desvaneció, disminuyó.

Me rompió el corazón.

—Este argumento no tiene sentido. Nadie se está atará a mí.

—Sí lo harán. Y seré yo —dijo fríamente Frazer.

Arrogante, presumido asno.

Adrianna intercedió y le preguntó a Cai:

—¿Qué pasaría si no llegara a Ewa a tiempo? ¿El hechizo la mataría


a ella y a Frazer?

La pregunta fue brutal y al punto. Mi estómago se revolvió.

El silencio de Cai fue más que suficiente confirmación.

Más convincente de lo que había sido en días, dije:

—Está resuelto entonces. No seré responsable de matar a ninguno


de ustedes.

Frazer me miró con una mirada de dolor.

—Si mueres, yo muero. He perdido a alguien una vez antes, y casi


me destruye. Si le sucediera a mi pariente, y podría haberlo detenido,
perdería la cabeza o me cortaría la garganta para poder morir y traerte
de vuelta.

Me le quedé mirando, horrorizada. ¿Cómo podría discutir con eso?

Frazer debe haber notado que mi resolución se desvaneció porque


dirigió su atención a Cai.

—¿Qué debo hacer?


Los ojos de Cai parpadearon con una mueca de dolor y dejó una
pausa que Liora llenó.

—Se toman de las manos mientras él lanza el hechizo. Entonces,


necesitarás repetir las palabras: “Te ofrezco mi vida. Comparto mi alma
contigo. Si mueres, yo también moriré”.

Un temblor nauseabundo corrió por mis manos.

—Entonces, ¿Frazer y yo moriríamos el mismo día?

Liora se levantó.

—Esto no es como un vínculo: Cai puede romper el trenzado


cuando lo necesite.

Frazer solo tenía una aceptación severa mientras se levantaba.


Adrianna se enderezó a su lado y murmuró:

—No tienes que soportar esta carga. Yo puedo hacerlo.

Él no la reconoció. Solo dio un paso con un propósito hacia mí y


me tendió una mano.

—Cai —dijo Liora en una orden silenciosa para ponerse de pie.

Sus movimientos eran rígidos y reacios; pero, aun así se levantó.

Yo era la única que se resistía. Volví a mirar la palma abierta de


Frazer. A la oferta. No podía aceptarlo No mataría a mi hermano.

—Siska.

Su voz me llamó a unirme a él. El tirón de nuestro vínculo fue


inflexible, cada vez más insistente. Esa luz trenzada terminó, haciendo
que mi núcleo se apretara más y más.

Una batalla de voluntades. Y yo estaba débil.

Está bien, niña. Él necesita que vivas; todos lo necesitamos. Ahora


ponte de pie.

La tranquilidad de Tita fue el golpe final. Mi resistencia se rompió,


contuve las lágrimas mientras tomaba su mano. Me levantó y entrelazó
nuestros dedos.
Todo lo que podía pensar era en cómo era una maldita cobarde, y
enferma de culpa, observé a Cai cantar en una lengua extranjera.
Entonces, Frazer repitió la frase que lo maldeciría.

Nuestras almas se conectaron, uniéndose por segunda vez. Una


trenza que era de dos hilos ahora se convirtió en tres cuando otra se
desenroscó y fijó en su lugar. El cedro, la nieve y los cítricos golpearon
mi nariz. Una ráfaga comenzó en mis oídos, acelerando un rugido, y una
ola tras otra de energía inundó mis venas. Me doblé, ahogándome.
Intoxicante, nauseabundo, y en una carrera completa.

Tita suspiró profundamente. Sonaba aliviada.

Los brazos de Liora me rodearon, sosteniéndome cuando me apoyé


en ella y me encontré con los ojos de Frazer. Estaba pálido, pero firme.
Cai, por otro lado, se desplomó en una silla, temblando y sudando.
Adrianna se movió a su lado pero no lo tocó. En tono cortante, preguntó:

—¿Estás bien?

La cara dibujada de Cai se elevó a la de ella. Pensé que vi pasar


algo entre ellos. Un entendimiento, tal vez.

El chirrido de una puerta nos hizo girar a todos; Wilder entró en la


habitación y se detuvo, observando la escena. Aflojó un gruñido.

—¿Qué han hecho?

A PESAR DE las primeras impresiones, Wilder se mostró contento


con el trenzado. Se sentó en el diván a mi derecha durante la explicación
de Liora, y cuando ella terminó, asintió y dijo:

—Bien. Si mantiene viva a Serena, estoy feliz.

La ira, aguda y amarga, se desplomó, todo lo que no había podido


sentir en el adormecimiento. Sin importar sus razones, él me había
dejado sola para enfrentar el confinamiento y la muerte.

Sentí sus ojos en mí entonces.


—Como Goldwyn aún se niega a ver a alguien, Hilda me nombró
como tu instructor —dijo en voz baja.

No sabía qué podría decir si abría la boca, así que la mantuve


firmemente cerrada.

Adrianna hizo lo decente y le dio una respuesta.

—¿Quieres que sigamos quedándonos aquí?

Un rápido asentimiento.

—Es lo mejor. Deben estar cerca de los objetos de la misión en caso


de que tengamos que irnos rápidamente. —Su muñeca se movió entre
Liora y Cai—. ¿Obtuvieron los últimos ingredientes?

—Están en la caja fuerte —respondió Liora.

—Bien. Ahora que Serena está mejor, todos deben volver a entrenar
para la batalla en la arena.

Frazer estaba tenso.

—¿Todavía estamos haciendo eso?

El labio de Wilder se frunció a un lado, esas cicatrices gemelas se


arrugaron.

—Supongo que eso depende. No debemos tomar a la ligera los


cambios que Hilda ha hecho a la guardia. Si el trenzado puede soportar
la demora, entonces vale la pena esperar.

Todos los ojos fueron a Cai, pero Liora fue la que respondió.

—Depende de la fuerza de Frazer, pero la historia de origen tiene


un trenzado que duró meses...

Cai la interrumpió:

—Ninguno de los fae en esa historia tuvo que sostener la magia de


la luz. Eso acortará su tiempo. Tal vez por mucho.

Los brazos de Frazer se doblaron.

—Mi fuerza puede resistir cuatro días adicionales.


—¿Seguro? —preguntó Wilder, mirando a Frazer.

Sus ojos se estrecharon ante la pregunta.

—Sí —golpeó.

La mirada de Wilder me atrajo. Me resistí. El tirón no se desvaneció,


sin embargo, incluso cuando dijo:

—¿Ya completaron la cuarta prueba?

Cai se movió, visiblemente incómodo.

—Sí —respondió Adrianna rápidamente—. Cai y yo solo tenemos


que registrarnos con Bert antes de la prueba final.

Mis ojos viajaron a Cai. No se veía molesto ni triunfante. De hecho,


estaba mirando a Adrianna. Su expresión parecía decir: Mírame. Mírame.

Wilder estaba hablando, distrayéndome de su no cortejo.

—Después de que terminen la última prueba, los acompañaré a


todos aquí. Será más fácil si todos ganan sus combates para que no
tengamos que lidiar con la Caza. De cualquier manera, esperaremos a
que nos cubra la oscuridad y luego saldremos. Mientras tanto, deben
reunir todo lo que se necesitará para el viaje a Ewa. Tenemos que estar
listos para salir en cualquier momento. Y necesitamos un plan en caso
de que nos separemos. O seamos atacados.

Tensión—anticipación—dio vuelta en mi estómago como un resorte.


No podía tragar. Mi boca se había secado demasiado. Nadie dijo nada ni
se movió ni una pulgada.

Wilder escudriñó nuestras caras. Esperó un momento antes de


planear por nosotros.

—Aquellos de ustedes que no están familiarizados con el terreno,


comiencen a aprender. No marquen ningún mapa con el destino. Si nos
atacan y nos superan en número, nos separaremos y nos reuniremos en
el lago más tarde.

Siguió esta línea, planificando con una eficiencia tan despiadada


que incluso Frazer pareció respetarlo por eso.
Tan impresionada y ansiosa como me puso, mis sentimientos no
perdieron su fragilidad. Es decir, hasta que sus ojos verdes finalmente
me sorprendieron.

—Necesitarán llenar sus bolsas con raciones —ladró, manteniendo


su mirada fija en mí—. Todos van al pasillo. Digan que les di permiso
para traer de vuelta toda la comida que puedan llevar como recompensa
por completar la prueba.

Me preparé para ir junto a los demás.

—Tú no, Serena.

Mi manada se quedó inmóvil, mirándonos.

—¿Por qué no? —le pregunté en voz baja.

—Será más seguro para ti permanecer aquí.

Sentí la chispa del argumento en mi lengua. Antes de que pudiera


decir algo, había agregado:

—Podría hablar contigo.

Una fisura de conmoción rompió mi corazón.

—Oh.

Adrianna fue la primera en seguir órdenes. Cai la siguió


rápidamente, murmurando algo sobre un baño. Liora y Frazer vacilaron,
esperando mi respuesta.

—Está bien —les dije.

La boca de Liora se estremeció en una sonrisa oculta. Entonces,


arrastró a un Frazer muy reacio lejos.

Wilder se estaba moviendo el segundo en que la puerta se cerró,


cruzando hacia donde yo estaba sentada. No para besar o tocar, sino para
arrodillarse. Arrodillarse ante mí. Este hombre orgulloso y fuerte se
estaba humillando a sí mismo. Y no tenía ni idea de por qué.

Me quedé boquiabierta.

—¿Qué estás haciendo?


—Juré que serías la última persona a la que me entregaría y lo dije
en serio.

Me apoyé en el respaldo de la silla mientras desenvainaba una daga


de su cadera.

Puso la hoja curva sobre mis muslos. Una ofrenda.

—Necesito que hagas algo por mí. O más bien, necesito que me
dejes hacer algo por ti.

Wilder extendió sus manos y las puso a cada lado de mi cuerpo.


Completa rendición.

La emoción, caliente y embriagadora, se atascó en mi garganta


mientras se extendía el momento, y él no se movió ni un centímetro. Una
lágrima se deslizó a través de mi control. Y entonces otra y otra. Odiaba
a cada una de éstas.

Mi orgullo herido me impidió hablar primero.

Me miró como si hubiera adivinado mis pensamientos. Se


humedeció los labios nerviosamente y habló en voz baja.

—He actuado vergonzosamente al ignorarte. Mi única excusa es


que confundí mi edad con sabiduría. Pensé que al distanciarme, nos
salvaría a ambos. Tenías razón. Fui un cobarde.

Bajó un poco la cabeza y añadió:

—Sin embargo, no te mentí. Cuando vuelvas a ocupar el lugar que


te corresponde en el tribunal, nadie querrá que estemos cerca. Y las cosas
pueden cambiar cuando te conviertas en fae, y si te encuentras con tu
compañero, él luchará por ti. Y tal vez, ganará...

La vulnerabilidad en la línea de sus hombros y mandíbula, en esos


tonos bajos y ásperos, casi me hizo acercarme a él. Casi.

Un rayo, una emoción, me atravesó mientras continuaba.

—Lo que sé, ahora mismo, es que no necesito un vínculo de


emparejamiento para decirme cómo me siento. Y no me impedirá querer
estar cerca de ti, o pelear a tu lado. Entonces, no importa lo que nos
suceda, quiero... no, necesito saber que tengo un lugar en tu corte. Uno
tan poderoso que otros no pueden forzarme o manipularme para irme.

—¿Qué estás diciendo? —me obligué a decir en un susurro.

—Quiero luchar por ti, Serena... ¿Smith? ¿Raynar? —dijo, con una
sonrisa jugando en su boca.

Esa boca hermosa y estúpida.

Su expresión se deslizó. Más serio. Más sincero.

—Así que déjame jurarte el voto de guardián. Es el único vínculo


que puedo ofrecer. El único servicio que puedo proporcionar. Sé que no
merezco esto, pero si me lo permites, si me tienes, te entregaré mi espada
y mi honor a tu causa. Ahora y siempre.

El peso de esas palabras me dejó revuelta y sin aliento.

—No puedes. No puedo.

Me cortó en seco.

—Esta no es una elección apresurada por mi parte. He pensado en


esto. Mucho. Es la cosa justa que hacer. Sé que es... confía en mí.

No había nada que decir. Había hecho un vínculo antes sin


entender las consecuencias, ¿cómo podría hacerlo de nuevo?

—Por favor, valo.

Era tan tranquilo, tan suave. Una súplica que tiró de mí.

Maldito sea.

¿Tita? ¿Algún consejo?

Confía en tu corazón.

Doble maldición.

Parecía tan esperanzado.

Seguramente me quemaría en la corte oscura por estar de acuerdo.

—Solamente lo haré si me dices lo que significa valo.


Sus ojos brillaron con sorpresa. Luego su rostro se dividió en una
sonrisa, amplia y con un toque de maldad. Sin romper mi mirada, tomó
su daga de mis muslos y la llevó a través de su muñeca.

Un pequeño jadeo se me escapó cuando la sangre goteaba allí.

Se levantó lentamente. Todo mi ser se redujo al punto de mis labios


donde presionó su muñeca. El olor metálico asaltó mi nariz, pero no me
atreví a moverme.

—Significa luz de las estrellas celestiales. La única cosa ante la cual


todos los fae se arrodillan —dijo en un murmuro.

Entonces, una serie de palabras susurradas de Kaeli nos


vincularon. Honrar, proteger, cuidar. Ahora y siempre.
La Batalla Sangrienta
Traducido por Candy27 & Rimed

—SERENA SMITH, TU oponente en esta prueba es Myla Peron —


anunció Hilda.

La líder formal de la manada de Cecile.

No necesitaba observar la arena. No faltando solo nueve de


nosotros.

La multitud en la arena aplaudió cortésmente mientras caminaba


hacia delante para reunirme con la hembra a mi lado. Mantuve un agarre
firme de mi Utemä; cualquier cosa que mantuviera mis manos ocupadas.

Ahora, hombro con hombro con Myla, me dio un pequeño


asentimiento y sonrió.

Maldición.

Siempre me había gustado Myla. Sería más fácil luchar contra una
persona odiosa.

¿A quién le importa lo amable que es? Dijo Tita. Luchas por tu


manada.

Mi manada. Busqué sus caras.

Frazer y Cai ya habían sido emparejados. Cai estaba de pie,


agarrando una larga espada, cerca de Lucian, ese gusano sin forma que
había emboscado a Adrianna. La expresión tormentosa de Cai hizo claro
que recordaba su último encuentro también. Por la ira en los ojos rojos
de Lucian, parecía que tampoco lo había olvidado. Parecía un mordisco
helado. Como el invierno hecho carne. Mi mente conjuró imágenes
mezcladas con una fábula de La Canción Más Oscura, de una batalla hace
mucho tiempo entre el Dios del Hielo y el Dios del Viento. En la leyenda,
este último había ganado. Rezaba para el mismo resultado.

Mis ojos viajaron hacia Frazer. La culpa caliente abrasó mis


entrañas ante la vista del enorme cuerpo a su lado. Otro miembro de la
manada extinta de Tysion. ¿Quién sabría cuánto estaría debilitando a mi
pariente el trenzado? A lo mejor le hacía vulnerable al gigante fae alado
que ya estaba apretando los nudillos.

—Liora, tu estarás con Emilie Gretson.

La voz de Hilda fue a través del aro de entrenamiento y mi cabeza


giró inmediatamente hacia Liora. Era la más cercana a mí. Y a presa de
que estaba de pie, altiva, su cara palideció bajo sus pecas, y sus facciones
besadas por el sol se oscurecieron.

Adrianna era la última candidata por emparejar.

Sentí a Frazer hundiéndose en el borde de mi mente. No queda


nadie.

¿Uno de los instructores? Sugerí.

Hilda caminó hacia nosotros, gritando:

—Dado los números, dejamos a un recluta solo. Adrianna Lakeshi


no puede progresar sin enfrentarse a un oponente; por lo tanto,
promulgamos la cláusula de la quinta prueba, le ha sido concedido a Cole
Vysan una segunda oportunidad.

Él caminó a través de la verja de metal. Incapaz de mirar a tal


monstruo, con los brazos cubiertos y empuñando metal, vagué entre las
gradas, buscando a Wilder. Había tomado asiento cerca de la barrera y
estaba flanqueado por Dimitri y Mikael. Estaba demasiado lejos para ver
su expresión, pero no dudaba de él, sabía que estaría nervioso por
nosotros, por mí. Aunque no habíamos reavivado nuestra intimidad de la
cueva, nuestro nuevo vínculo había recorrido un gran camino para
reparar la fisura entre nosotros, y para derretir ese resentimiento
construido hacía él por mi pariente.
Hilda bramó:

—Sean cuidadosos, las mismas reglas se aplican que en la quinta


prueba: aterricen tres golpes y ganarán. Sin magia. Sin dejarse llevar por
la ira. El ganador se quedará en el borde del aro hasta que todos los
demás emparejamientos hayan concluido. —Hizo una pausa mientras
caminaba hacia la periferia de la arena para supervisar—. Encaren a sus
oponentes, saquen sus armas.

Mi espada suspiró mientras la liberaba.

—¡Prepárense para emplearse a fondo!

Me puse en posición de lucha, estudiando los movimientos de Myla.


Parecía calmada, sus alas rosas estaban apretadas juntas. Suponía que
habría visto mi enfrentamiento contra Jace y había decidido ir a lo
seguro.

Bien. Los fae sufren sin una apropiada movilidad de sus alas. Será
más lenta y torpe.

—¡Empiecen!

Myla acechó, haciendo un círculo a mí alrededor, forzándome a


imitarla. Se movía cuidadosamente, su cuerpo entero se ajustaba al más
leve movimiento mío.

Estás dejando que dicte los términos. Haz algo. Urgió Tita.

—¿Cómo qué? —murmuré en alto.

La cabeza de Myla se inclinó; pensaría que estaba loca.

¡SOL! Gritó Tita.

Tuve un segundo de pánico para darme cuenta de mi error, y


levantar mis defensas. Manipulada hacia el camino del sol y ciega, mi
única advertencia de donde venía el ataque era del crujido de la arena
bajo los pies. Me moví, sacudiendo hacia atrás, girando hacia la derecha.

Cada acción se sentía desconectada, separada de mi intención.

Choque de metal y un baile con la canción sangrienta de la batalla.


Myla era inteligente; esquivó más ataques que los que se molestó
en chocar. Una estrategia similar a la de Jace. Él solo dependía de la
agresión y la fuerza para agotarme. Myla usaba la paciencia y el control.

Sabía cuál era más peligroso. Campanas de advertencia sonaban


dentro de mí. Si no hacía algo pronto, ella ganaría. Esa no era una opción.

Cambié de estrategia, atacando con toda la fuerza. Myla se ajustó


fácilmente. La frustración me urgió a golpear, acertando su garganta. Un
afilado jadeo fue mi entrada. La dejé sin aire. La golpeé con mi espada,
dirigiéndome a su pecho.

Un golpe.

No pares.

Apenas moví mi espada de su pecho antes de golpearla en la rodilla.


Se tambaleó. Realicé un empuje directo al hombro de su espada,
parándome antes de causar verdadero daño.

Dos golpes.

Myla no entró en pánico, algo que me enojó. Se recobró lo


suficientemente rápido para que mi movimiento hacia sus alas fallara.
En su lugar, intentó atacar con su espada, forzándome a enfrentarme y
bloquear.

Sácala de su balance de nuevo.

Nuestras espadas se encontraron, inclinándose lejos de nuestros


cuerpos. Tomé el riesgo y me empujé contra su lado, los bordes del acero
chirriaron cuando mi espada rozó la suya. Apenas se movió, había
calculado mal.

Antes de que ella pudiera empujar de vuelta o presionar hacia


abajo, hice la cosa más estúpida inimaginable; liberé una de las manos
de la espada.

En ese único latido donde falló en romper mi resistencia, mi mano


agarró su hombro. Mi pierna golpeó la suya e hice un bloqueo de tijera.
No caímos al suelo de espaldas. Si fuera una batalla real, ambas
estaríamos muertas; levantamos nuestras espadas para asestar golpes al
mismo tiempo. Mi espada contra sus costillas, la espada de Myla contra
mi garganta.
Victoria.

—¡Myla Peron, estás fuera! —gritó Hilda.

Nos miramos la una a la otra, jadeando ligeramente. Los ojos del


color del whisky se encontraron con los míos. No había sorpresa o ira.
Era más como cansada resignación. Su espada dejó mi garganta, y dio
un salto para levantarse de una manera grácil. La piel del color del ébano
de Myla brillaba con sudor mientras extendía una mano, la agarré,
agradecida, y me ayudó a levantarme. Nos quedamos de pie, mirándonos
la una a la otra por un momento. Después, inclinó la cabeza. Un gesto de
respeto, tal vez. El momento se fue, rompió el contacto y fue al borde de
la arena para reunirse con Lucian.

Una sonrisa apareció en mis labios ante la vista del macho. Envainé
mi espada y caminé hacia el lado de la arena, hacia el área de los
ganadores. Cai era el único ahí. Corrí y le cogí en un fiero abrazo.

— Lo hicimos —susurré.

—Por supuesto —dijo, su respiración hizo cosquillas en mi oído.

Me eché hacia atrás y escudriñé la multitud por la cara de Wilder.

Miré y miré. Los instructores se habían ido.

Una punzada de ansiedad chisporroteó brillante. Pero Liora,


Frazer, y Adrianna seguían luchando por sus puestos, así que me giré
para ver las batallas inacabadas.

Adrianna y Frazer estaban luchando. Liora, por otro lado…

—¡Emile Gretson, estás fuera!

Cai murmuró algo que creo que podría ser: “Gracias a las
hermanas” mientras Liora esprintaba. Chocamos en un abrazo a tres
bandas, nuestras cabezas chocaron.

—¿Puedes escudar nuestra conversación? —le susurré a Cai.

Sus ojos brillaron con sorpresa, pero asintió una fracción. Un pulso
cálido me atravesó repentinamente. Nos liberamos los unos a los otros y
Liora habló.

—¿Qué está mal?


—Los instructores se han ido. Wilder también.

—¿Crees que ha pasado algo? —preguntó Cai con voz profunda.

Se lo dejé a Liora.

—Tus sentidos son los más afilados, ¿qué crees?

Sus cejas se arrugaron e hizo un barrido de la arena.

—Wilder no se iría sin una buena razón.

Eso es lo que temía.

Mi mano fue hacía el colgante. Un hábito nervioso.

Liora entrelazó el brazo conmigo.

—Le encontraremos.

Cai murmuró en acuerdo. Puse una sonrisa diluida en mi cara y


volví mi atención de vuelta al pozo.

Frazer estaba concentrado en mantener lejos la corpulencia de su


contrincante, mientras Adrianna bailaba alrededor de Cole,
atormentando a la bestia golpeando su mandíbula.

Una buena estrategia, sin embargo, gruñí en voz alta cuando fue
contraatacada. Previendo una finta, Cole golpeó suavemente su brazo.
Un golpe a su favor. Las alas de Adrianna se extendieron ampliamente
en sorpresa y se tambaleó, realmente se tambaleó hacia atrás.

Mi corazón saltó. Cai dio un paso hacia ella, como si no pudiera


detenerse.

—¿Qué está mal con ella? ¿Por qué se ve así?

Liora me soltó para colocar una mano calmante en su brazo,


parándole, recordándole dónde estábamos.

—Probablemente simplemente no se lo esperaba, eso es todo.

—¡Icarus Bale, estás fuera!


Fui la primera en reconocer la victoria de Frazer. Su familiar
zancada sacó el aire de mis pulmones. Le saludé con un suspiro sonoro
y una sonrisa pálida. Él tomó su lugar a mi lado.

—Cuatro abajo —murmuró Cai, con sus ojos fijos en Adrianna.

—Cai puso la burbuja de sonido —le expliqué a Frazer en voz baja.

Frazer inclinó la cabeza, en mi dirección. ¿Por qué?

—Noté que los instructores se habían ido, y necesitada decírselo a


los otros.

La alarma se marcó en rápidos y pequeños movimientos: ojos fijos


y las aletas de la nariz dilatándose. Lo enmascaró dándome levantado
una ceja divertido.

—Cierto, ¿y fuiste la primera en ganar tu combate?

Sonreí a pesar de mi misma.

—No. Ese fue Cai.

Un asentimiento diestro.

—Aun así derrotaste a tu oponente antes que yo. Sigo


esforzándome para perdonarte por eso.

—Encontrarás una manera.

Hizo un sonido, un ladrido sin aliento parecido a una risa.

Mi atención cambió de nuevo, moviéndose hacia Adrianna.


Después de otro minuto de comerse las uñas, aterrizó un golpe mientras
aporreaba a Cole en las costillas.

En represalia, le dio a Adrianna un puñetazo en las tetas. Jadeó,


se agarró el pecho con la mano y se tambaleó hacia atrás. Entonces Cole
llevó su sable con toda su fuerza hacia una de sus alas extendidas.

Adrianna lo esquivó pero no fue lo suficientemente rápida para


evitar el contacto. Excepto que si ala no se arrugó por el impacto de un
filo romo, la espada se deslizó limpiamente a través de una sección de la
frágil membrana. Ella estaba sangrando, rociando de rojo la arena del
aro.
Un silencio tan atronador en mi cabeza.

Cai fue el primero de nosotros que corrió hacia delante, aullando.


Le perseguí detrás de Frazer y Liora.

Hilda echó a correr hacia delante, aleteando hacia Adrianna al


mismo tiempo que ella caía de rodillas y Cole levantó su espada en un
golpe mortal. Esto se había vuelto repentinamente en una ejecución
pública.

Cai estiró su mano tatuada, gritando algo.

Cole dejó caer su espada, sus manos fueron al pecho, buscando


detener el flujo de sangre que salpicaba hacia delante. Su boca se retorció
en un grito silencioso y colapsó a un lado, extendiéndose sobre la arena.
Sin moverse. Muerto.

Hilda se ralentizó por una fracción demasiado largo. Ahí fue cuando
un arpón la atravesó la garganta. Un lanzamiento imposible posiblemente
desde el otro lado de la arena.

Me tambaleé; el mundo se quedó quieto cuando Frazer dio la vuelta


y me cogió en brazos.

Cai alcanzó primero a Adrianna. Estaba consciente y luchando por


ponerse en pie. Cai la agarró del hombro, poniéndoselo alrededor de los
hombros y corriendo, dirigiendo la marcha.

Los gritos acribillaron mis tímpanos mientras entraban los sonidos


que habían estado apagados en esos explosivos momentos. Reclutas
compañeros y la gente en las gradas estaban huyendo, empujándose los
unos a los otros fuera del camino.

Un segundo después, Frazer rugió:

—¡Cai! ¡Flechas!

Los sonidos susurrantes me hicieron cerrar los ojos y prepararme


para el impacto. Solo que nunca llegó. Me atreví a mirar. Cerca de las
verjas, Adrianna estaba medio arrastrándose, medio siendo llevada a la
habitación anexa encima de Liora, mientras Cai los encaraba con ambas
palmas extendidas. Miré sobre el hombro de Frazer a tiempo para ver tres
flechas deteniéndose en el aire; estaban siendo barridas a un lado por un
viento mágico.
Frazer alcanzó a Cai y gritó:

—¡Muévete!

Mi mente se demoró, captando la cara pálida de Cai, sus labios


pálidos y sus ojos vidriosos. ¿Había usado demasiado poder? Pero sus
movimientos eran rápidos cuando se giró y nos siguió.

Mientras corríamos hacia la habitación de piedra, escuché a


alguien gritar:

—¡No!

Parpadeé, ajustándome a la oscuridad, capturé fragmentos


sombríos.

Jace estaba esperando con un arco de cuerda, una flecha


apuntando a mi pecho, marcándome para morir. Gritando “Zorra” dejó
volar la flecha.

Frazer giró, cubriendo con su cuerpo el mío.

No, no, no, no, no.

El miedo por la vida de mi hermano me hizo patalear y gritar y


lanzar mis brazos alrededor de su espalda. Como si pudiera coger la
flecha.

Un nauseabundo golpe. Fuego y hielo me consumieron, entonces


se detuvo en mis venas. Porque Frazer estaba girando, sin daño.

Cai había estrellado a Jace contra la pared de piedra opuesta.


Estaba sangrando por una herida en la cabeza. Muerto o inconsciente.
No me importaba cuál.

Golpeé a Frazer en el pecho.

—¡Nunca hagas eso de nuevo! ¿Me has escuchado?

Sonidos del vómito de Cai contra las baldosas viajó por encima de
mis gritos.

Adrianna me silenció graznando:

—Necesitamos llegar a donde Wilder. Ahora.


No me gustaba su aspecto, sus facciones se apretaron con dolor,
desplomada contra Liora quien estaba luchando por soportar su peso.

—Cierto, tú. —Pinché a Frazer en el pecho—. ¡Bájame, ahora!

Sin objeciones. Me bajó y fue a levantar a un gruñón Cai. Me


agaché bajo el brazo de Adrianna, levantándola, compartiendo su peso
con Liora. Nos lanzamos hacia delante, corriendo lo mejor que podíamos
por el túnel hacia la puerta de roble.

Fuera era el caos. Los visitantes humanos estaban huyendo a


través de la arena a pie. Gritaban y pisándose los unos a los otros en un
intento de escapar de las flechas y de los cuerpos de fae caídos que llovían
por encima.

Demasiado para los centinelas. Parecía que había unos pocos


guardias realmente luchando de vuelta. Y aquellos que se esforzaban por
alcanzar a los arqueros en lo alto de los muros se enfrentaban a
enjambres de fae en pánico, fae estúpidos que no se juntaban, sino que
volaban en todas direcciones, haciéndose blancos más fáciles para las
flechas.

Un verdadero baño de sangre.

La bilis quemo mi garganta cuando nos movimos nuevamente,


manteniéndonos cerca de las paredes, evitando los espacios abiertos
tanto como era posible. Frazer nos guió, mirando hacia atrás cada dos
segundos para ver cómo estaba. Los ojos de Cai observaron el cielo.
Probablemente en busca de flechas que detener.

De algún modo, logramos llegar a las habitaciones del personal sin


ser empalados. Atravesando una puerta y luego otra.

Con la puerta de la instancia cerrada de golpe detrás de nosotros,


Adrianna se tambaleó hacia una silla, jadeando. Frazer depositó a Cai de
pie; a pesar de balancearse ligeramente, se mantuvo recto.

Bendito alivio.

Con la mente acelerada, el mundo torcido, corrí a la habitación.

Estaba vacía. Wilder no estaba allí. Una débil esperanza, pero su


pérdida aún quemaba y dolía. Caminé de regreso al salón, media en
estupor, y encontré a Adrianna luchando por pararse.
—Deberíamos coger los bolsos e irnos.

Cai se arrodilló frente a ella. Examinó su ala y frunció el ceño.

—No iremos a ningún lado contigo en este estado —discutió.

—No tenemos opción —presionó ella ásperamente.

—¡Patrañas! —Se levantó tambaleante.

Algo sobre la vista hizo que Adrianna colapsara en el sillón.

Cai recitó órdenes:

—Li, Serena, llévenla a la cocina. Laven su herida, denle algo de


comer y beber. Frazer, junta los objetos de la búsqueda y cualquier cosa
que pudimos haber olvidado. Yo recogeré las mochilas y kit médicos.

Se detuvo. Pasó un segundo. Entonces, todos hicieron como


ordenó. Liora y yo arrastramos a Adrianna a la cocina color beige. Estudié
la habitación: cuatro desvencijados gabinetes que contenían comida y un
lavaplatos de piedra para el agua.

Adrianna nos empujó a un lado y cayó al suelo. Me moví para


ponerla de pie, pero me alejó con un gesto de su mano.

—Solo necesito un momento —dijo, sin aliento.

Liora abrió el grifo y llenó un tazón. Las sangrientas huellas de


manos en la pared, el gran y sangrante corte en su ala, y ese olor metálico
llenando el aire hizo que un frio malestar se asentara en mi vientre. Sigue
moviéndote. No pienses; la voz de Tita sonó, llamándome desde el olvido.

Liora dejó en el piso una cuenca, con una toalla empapándose


dentro.

—Lavaré la herida yo misma —dijo Adrianna mientras se quitaba


sus sucios guantes.

Liora se acercó al fregadero, murmurando:

—Entonces te conseguiré algo para tomar.

—No agua. Algo más fuerte, para calmar el dolor —Adrianna dejó
salir forzosamente.
—El Braka está en el segundo gabinete desde la derecha —dije,
naturalmente, demasiada familiarizada con las habitaciones de Wilder.

Adrianna siseó entre dientes al poner la empapada toalla contra el


desgarrado borde de su ala. Me hizo agregar:

—Liora, toma suficientes vasos para todos.

No se molestó en preguntar por qué. La razón era obvia. Lo que


acababa de ocurrir—lo que habíamos visto—era demasiado horrible para
las palabras.

Frazer apareció con el kit médico mientras Cai esperaba en su


sombra.

Adrianna levantó la mirada y frunció el ceño.

—¿Tú vas a hacerlo?

Frazer se arrodilló a su lado.

—Tengo más experiencia tratando alas. Coseré y Cai curará lo que


pueda con magia.

—Cai no usará magia en mí —dijo Adrianna planamente.

—No seas estúpida. Por supuesto que lo haré —insistió él.

Adrianna y Cai se miraron mientras Frazer preparaba una aguja


curva e hilo.

—No, no lo harás —habló pesadamente Adrianna—. Necesitarás


cada pizca de tu magia cuando huyamos, y mi ala se curará a sí misma
en las próximas horas de todas formas, así que no desperdicies tus
recursos.

Cai abrió su boca, furioso, pero ella lo cortó:

—Es lo mejor para todos nosotros.

Eso lo detuvo. Su manzana de Adán se movió, paso una mano por


sus inteligentes ojos y los frotó, como intentando ocultar la evidencia de
humedad. Cuando su mano bajó, su mirada estaba clara y molesta.

—Eres un real dolor de cabeza, ¿Lo sabes?


Adrianna respondió con un gruñido cuando Frazer frotó una pasta
limpiadora por su ala. Cole casi había cortado limpiamente por el
costado.

—Adi, termínalo.

Liora empujó un vaso con braka en sus temblorosas manos. Luego


le ofreció una a Frazer, quien lo rehusó. Liora me ofreció a mí el braka en
su lugar. Lo acabé en un trago y mi pecho se llenó de fuego. Un poco de
vida regresó a mis huesos.

La aguja encontró la delicada carne, deslizándose dentro y fuera,


uniendo nuevamente el ala. Frazer trabajó rápido, pero aun así no pude
soportar mirar. Así que maniobré cuidadosamente por la estrecha cocina
buscando comida.

Tomé unas manzanas y le entregué dos a Liora y Cai, quienes


estaban cuidando sus vasos, tomando sorbos medidos.

—No beban esa cosa sin llenar su estómago con algo.

Los dos se estiraron a coger una con expresiones vacías,


murmurando sus agradecimientos. Adrianna se negó a comer algo. No
era algo sorprendente, se veía como si estuviera lista para vomitar. Yo
comencé con algunas galletas. Luego de un minuto de silencio Cai
murmuró:

—¿Ahora qué?

—Huimos —respondió Liora. Se veía más presente ahora, sus ojos


ardían mientras miraba a Frazer coser lentamente a Adrianna.

Dejé las galletas a un lado. Había perdido mi apetito.

—¿Qué hay de Wilder?

Nadie habló porque nadie quería sugerirlo. Pero sus pensamientos


estaban claros.

—No podemos simplemente dejarlo —dije acaloradamente.

Frazer fue el que señaló lo obvio.


—Sin la protección de Hilda y Wilder, este lugar se ha convertido
una gigante trampa para sprites. No queda nadie que nos ayude y no
podemos organizar un rescate sin información.

No estaba lista para rendirme, pero no podía pensar qué hacer.


Estaba perdida.

Todo estuvo en silencio mientras Frazer anudaba los puntos de


Adrianna. Entonces se levantó, confrontándome.

—Serena, Wilder planeó esto. Sabe dónde encontrarse con


nosotros.

Ewa.

—Él no me dejaría detrás —dije con un tono áspero.

Lo sabía con cada fibra de mí ser. Me buscaría por el tiempo que


tomara, me seguiría a donde sea. Él había probado eso, el segundo en
que vinculó su servicio y vida a la mía.

—Exacto —dijo Adrianna, poniéndose de pie—. Es fuerte y devoto,


lo que significa que te encontrará. A donde sea que vayas.

Soné como el susurro de un fantasma cuando murmuré:

—¿Qué pasa si no puede encontrarme porque está muerto?

Parpadeé lágrimas mientras Frazer venía junto a mí para tirar el


agua ensangrentada y lavarse las manos.

—Aún debemos cambiar nuestras armas. Tomémonos un minuto.

Todo tiempo era un regalo. Él sabía eso.

—¿Crees que deberíamos coger nuestras armaduras? —preguntó


Cai, jugueteando con la manga de su túnica de cuero.

Frazer se volteó hacia él.

—Depende de ti, pero las túnicas no detendrán afiladas espadas, y


se sentirán calientes y pesadas en el camino.

Cai asintió brevemente.


Con eso arreglado, Liora dejó la cocina. Luego de un momento de
duda, Cai extendió su brazo para Adrianna. Una sutil oferta de apoyo.

—Estaré bien —dijo ella con rigidez.

—Cierto.

Los ojos de Cai se arrugaron, la única señal de dolor que mostró


antes de caminar por el salón. Adrianna cojeó después. ¿Lo dejaría ella
entrar alguna vez?

Frazer no se movió de mi lado. En cambio, se apoyó contra los


gabinetes y miró a la puerta donde permanecían gotas de sangre. Lo sentí
preparándose para decir algo. Tenía la sensación de saber qué era.

—Si estás intentando hacerme sentir mejor sobre abandonarlo, no


te molestes —dije.

Una grave y lastimera mirada fue mi respuesta antes de que me


tirara bruscamente entre sus brazos. Sorpresa fue mi reacción inicial.
Mientras seguía sosteniéndome, mi dolor se propagó por mi cuerpo,
empujándome a sentir. Mi garganta se cerró, pero no había lágrimas que
derramar. No había palabras que decir. Así que me alejé y nos miramos
el uno al otro, nuestros espejos opuestos. Ahí, vi mi propio miedo, dolor
y determinación reflejados en cada línea, curva y sombra del rostro de mi
hermano.

Las cuerdas en mi corazón se tensaron mientras cogía una. Wilder.

—Voy a encontrarlo.

—Lo sé —dijo Frazer instantáneamente.

—Pero hoy, hoy debemos huir —dije, odiando cada vil palabra que
escupí de mi lengua.

—Sí, siska —susurró.

Eso casi me destrozó.

—Vamos. Recojamos nuestras cosas antes de que cambie de


opinión.

Entramos juntos al salón y pusimos nuestra atención en el anaquel


de las armas. Sorprendentemente, Adrianna era la única que no buscaba
cambiar su espada. Se había desplomado en una silla junto al fuego,
llevando una confusa y vacía expresión.

Frazer y yo nos unimos a los otros en el anaquel junto a la ventana.


Cambié mi espada roma por otra Utemä. Solo que esta tenía una negra
funda con grabados verdes que me recordaban a Wilder. Eso se sentía
bien, no olvidaría mi promesa. Encontraba el balance y peso
satisfactorios. La deslicé en mi cinturón y apreté la hebilla.

Liora había elegido una hoja delgada y recta. Cai había cogido una
espada larga. Luego de guardar el kit médico, Frazer sacó una daga y una
Utemä. Adrianna fue la última en el anaquel, seleccionando una larga
hoja de doble filo; afilada por un lado, serrada por el otro. Cuando se
movió hacia los arcos, Frazer la bloqueó.

—Podríamos necesitar un segundo arco —dudó Adrianna.

—Sí, pero los arcos son incómodos para llevar volando y no estás
completamente curada. Así que seré yo el que lo lleve —dijo Frazer,
cogiendo un carcaj.

Adrianna retrocedió. Un pequeño milagro.

Con toda esta charla de arcos, me dirigí al cuarto de Wilder y cogí


el kaskan, enganchándolo al carcaj completo y deslizándolo sobre mi
hombro. Estaba por darme la vuelta, pero una atadura a la habitación—
a él—me previno. Irme se sentía como una declaración. Como una
despedida.

—¿Tenemos todo? —Escuché a Adrianna decir en el salón.

—Empaqué los objetos de la búsqueda, pero todo el resto lo


empacamos hace días. Ni siquiera necesitamos reponer el agua —
respondió Frazer.

Habíamos hecho eso esta mañana. Wilder había pensado en todo.


Dejando escapar un suspiro que se llevó mi culpa con él, dejé la
habitación y me uní a mi manada.

Todos los bolsos estaban apilados en la alfombra frente al fuego.


Había seis. Frazer había tenido la esperanza…

Observé, clavada en el lugar.


—¿Deberíamos dejar el bolso de Wilder aquí?

Un silencio.

—Depende de ti —respondió Frazer—. Pero él podría volver aquí y


necesitar sus suministros. No queremos dejarlo sin nada.

Asentí distantemente y robé otro minuto quitándome mis guantes


y túnica. El cuero se estaba pegando ya a mi camiseta y solo me
ralentizaría. Para mi sorpresa, mi manada siguió mi ejemplo. Adrianna
tuvo problemas maniobrando alrededor de su ala herida, pero con la
ayuda de Liora se las arregló para lograrlo en el tercer intento.

Cada uno de mis amorosos instintos me hizo querer quedarme,


pero estábamos listos. No había razón para demorarnos, excepto…

Un suave golpeteo en la puerta.

Me apresuré hacia ésta, pero Frazer me impidió el paso.

—Podría ser Dimitri.

Intente de empujarlo.

—O podría ser él.

—¿Por qué tocaría la puerta? —razonó.

Me desinflé instantáneamente. Por supuesto, Wilder solo habría


entrado.

Los golpes se apresuraron.

—¡Si están allí, déjenme entrar! —Era Goldwyn.

Cai llego primero a la puerta con señas para que entrara. Había
pasado un tiempo desde que la había visto; el cambio en su apariencia
era sorprendente. La muerte de Cecile la había devastado: moretones
púrpuras manchaban sus párpados inferiores, su bronceada piel se
había vuelto pálida, y ese halo dorado de cabello se veía grasiento. Las
únicas partes de ella que permanecían fieles a su estatus de guerrera
eran las placas negras de armadura que llevaba y la hoja curva en su
cadera.

—¿Qué…? —comenzó Liora.


Goldwyn la silenció con una mirada.

—Puedo ver por los bolsos que están planeando huir. Considerando
lo que acaba de pasar no los culpo. Pero si quieren la oportunidad de
recuperar a Wilder, estoy aquí para ayudar.

No había ni rastro de la sociable mujer que llegué a conocer. Su


cara se veía dura y carente de alegría.

—¿Qué quieres decir con de vuelta? —preguntó Adrianna, sus ojos


se tensaron.

—Dimitri se ha llevado a Wilder —dijo sombríamente.

Mi pulso gritó. Frazer me agarró del codo, apoyándome, lanzando


olas de calma por nuestro vínculo.

Goldwyn dijo en un ajetreo:

—Si nos apresuramos, seremos capaces de intervenir. No soy tan


buena rastreadora como Cecile… Pero me enseñó lo suficiente.
Obviamente, preferiría tener un respaldo. Dimitri es un perro vicioso
cuando quiere serlo. Iré por mi cuenta si es necesario.

Me convertí en un mar turbulento contra las rocas irregulares.


Inclinándome en Frazer, agarrándome a su fuerza, le hice mi ancla.

—¿No les perderemos tan pronto como estén en el aire? —preguntó


Cai.

Goldwyn respondió mientras ataba su pelo en lo alto y lo aseguraba


con una banda de su muñeca.

—Mi fuente dice que Dimitri se está dirigiendo hacia una araña en
el bosque. Después de eso, sus órdenes son volver aquí y tomar el control
de las cosas. Aparentemente está obsesionado con capturarte —terminó,
mirándome fijamente, frunciendo los labios.

—¿De qué fuente estás hablando? —interrogó Adrianna.

—Mikael —dijo Goldwyn, un frio disgusto cubría su voz—. Es un


traidor; uno que acaba de intentar matarme. Pero hablemos más tarde
de ello, ¿a menos que hayan decidido no venir conmigo?
Intenté ser racional, pero mi corazón estaba gritando la respuesta.
Esperé que alguien tomara la iniciativa, que respondiera, pero mi
manada solo me miró. Me estaban dando la elección. Seguramente era
un error.

Naturalmente gravité hacia Frazer. Sus ojos del color de la noche


azul se hundieron completamente.

—Estaremos bien —dijo.

Me conocía demasiado bien. Lo único que me detenía de salir


corriendo por la puerta era la preocupación por él, por mis amigos. Mis
ojos viajaron hacia Cai. Puede que no fuera el único líder natural de
nuestra manada, pero fue al que me giré.

Entendimiento y reconocimiento cruzó su cara. Abrió la boca para


adelantar el juicio, pero entonces su mirada giró hacia Liora. En esa
única acción, supe que estaba indeciso.

Liora, con la espalda recta y resolutiva, dijo:

—Vamos a ir detrás de Wilder.

Decisión hecha.

Cai empezó pasándonos nuestras bolsas.

—Entonces deberíamos apresurarnos.

Tomando mi mochila, poniendo mi kaskan y mi carcaj alrededor,


los aseguré a mi espalda. Nadie habló mientras Goldwyn nos dirigía.

Un silencio mortal descendió sobre el campamento. Mientras


Goldwyn buscaba signos invisibles y estudiaba la hierba bajo los pies,
capté vistazos de Bert y de los guardias supervivientes moviendo a los
cuerpos de la arena. Mi único consuelo era que los gusanos asesinos,
quienes habían matado a tantos, parecían haber sido derrotados.

Nos movimos lejos de esta vista enfermiza y nos fuimos camino de


la puerta trasera. Goldwyn nos guió subiendo por las colinas empapadas
por el sol, rodeando el rio plateado en un trote. Ahora en mitad de la
primavera, el agua había perdido sus profundidades heladas. Cruzamos
por donde el agua nos llegaba a la rodilla.
Subiendo por la orilla del rio, entramos en la extensión salvaje del
bosque, dejando el cielo azul brillante detrás. Goldwyn inmediatamente
se agachó para estudiar la tierra, respirando profundamente, pero lo que
sea que viera u oliera se escapaba de mí.

Frazer usó la pausa en el camino para preguntar:

—¿Cómo estás rastreándolos tan fácilmente? Sus movimientos son


aperas trazables.

No estaba equivocado. No había hierba pisoteada o signos de lucha.


Asumía que los famosos sentidos fae estaban siendo usados para
rastrearlos; obviamente no.

Goldwyn se desenroscó para mirarlo a los ojos.

—Conseguí la localización general de Mikael cuando lo torturé


hasta matarlo —una respuesta que heló la sangre.

Liora y yo compartimos la misma expresión: conmoción.

La expresión de Frazer se oscureció.

—¿Eso era necesario?

—Intentó apuñalarme por la espalda. Justo como a Cecile —


respondió, su voz era cruda y sangrante.

—¿Él la mató? —preguntó Adrianna duramente.

—Me perdí tu prueba esta mañana debido a mi reclusión. —


Goldwyn empalideció, no necesitaba añadir que fue porque estaba de
luto—. Ese bastardo llamó a mi puerta justo antes de que todo se fuera
a la mierda. Me lanzó alguna mierda acerca de cómo había llegado un
mensaje y los atrajo de las gradas. Supe que era una sucia mentira al
minuto que me dijo que había escapado de Dimitri pero que Wilder no
había sido capaz —dijo, su cara se torció con odio.

Ninguno de nosotros supo qué decir. Mikael siempre había sido


callado, presagiador incluso. Seguía siendo difícil imaginarle asesinando
a Cecile.
Goldwyn giró hacia atrás para recorrer con la vista el laberinto de
árboles delante. Caminando hacia delante, pasó los dedos por una rama
rota y nos hizo un gesto para seguir.

—Seguiremos por aquí.

No hubo tiempo para discutir. La única duda vino de Frazer cuando


frunció el ceño un segundo demasiado largo hacia el suelo. ¿Qué pasa?
Proyecté silenciosamente, trotando para mantener el ritmo con el grupo.

Su hombro acarició el mío mientras corríamos el uno al lado del


otro. Esto se siente demasiado fácil. Dimitri puede ser arrogante como el
infierno, pero no es estúpido. El rastro es débil, pero trazable. Y no hay
signos de lucha, lo que me hace pensar que Wilder está inconsciente. Así
que, ¿por qué Dimitri no vuela hacia el punto de encuentro? ¿Por qué
mantenerse en tierra donde puede ser seguido?

De reojo, me encontré con su mirada preocupada. ¿Piensas que es


una trampa?

Dimitri sabe que tienes buenos rastreadores en tu manada. A lo


mejor espera que le sigas e intentes un rescate.

El miedo floreció internamente. ¿Deberíamos advertir a los otros?

Estuvo callado por un momento. Mi ansiedad me envolvió en la


pausa. Intenté distraerme, haciéndome camino por la tierra suelta y la
nube densa de árboles.

Finalmente. Advierte a Liora. Simplemente sé discreta.

¿Significado? Dije por el vínculo.

Significa que si es una trampa, podemos estar siendo vigilados. Las


Arañas pueden moverse sin ser detectadas, incluso para los fae. No
queremos que piensen que estamos sospechando.

¿No podemos simplemente parar y explicárselo, que Cai use su


magia?

¿Después de lo que ha pasado en la arena? Creo que necesita


guardarse para lo que encontremos esperándonos.

Por supuesto…
Me retrasé un poco para flanquear a Liora y encontrarme con su
expresión curiosa. Moví mi kaskan e hice un gesto a su espada.
Intentando señalarle con mi cara y cuerpo. Estate preparada.

Esos ojos perceptivos se encendieron con entendimiento. Salió para


pasarle en mensaje a su hermano.

Nuestra carrera a través del bosque debió continuar por al menos


una hora. Hace un par de meses, el trote me hubiera matado. Ahora,
excavaba profundamente y seguía moviéndome, incluso si el golpeteo
brutal de mis rodillas convirtió mis pensamientos en papilla. Le di la
bienvenida: paraba la caída en picado mental que me llamaba.

Una de nuestra manada era la que lo estaba sufriendo peor:


Adrianna. No se quejó, pero su piel se había enfermado hasta un gris
mortal, y sus andares se había vuelto más como un arrastre.

Goldwyn eventualmente fue más lento y se giró hacia nosotros,


susurrando:

—Su esencia crece más fresca. Ahora, necesitamos movernos


rápidamente su queremos cogerle. Porque al mínimo signo de problemas,
Dimitri tomará el aire, y ahora mismo, soy la única persona que puede
darle caza. —Sus ojos color ámbar se dirigieron a la apariencia
demacrada de Adrianna.

Un recuerdo se liberó y desnudó ante mí.

—Llevo un encanto de ocultación. Puede que no seamos detectados


—murmuré.

Las cejas de Goldwyn se elevaron.

—¿Lo has cargado recientemente?

¿Qué en las cortes ardientes significaba eso?

Mi confusión debió mostrarse porque continuó:

—Si no lo sabes, no podemos confiar en ello para que funcione.


Talismanes como ese necesitan ser cargados cada mes en luna llena. Pero
solo porque no podemos confiar en que el encanto funcione, no significa
que no podamos usar magia. —Echó un vistazo a Cai, expectante—.
¿Puedes lanzar un hechizo que evite que los demás nos escuchen?
Una vena en su cuello latió, pero un segundo después un
chisporroteo familiar acarició el aire.

—Intentaré contener nuestras esencias también.

Goldwyn sonrió tensamente.

—Bien. Entonces, deberíamos ir rápido y con fuerza. ¿Alguna


objeción?

Nos quedamos en silencio. Aunque sentí las dudas de Frazer por el


vínculo de pariente. Aun así, su cara era de piedra. Fría e impasible.

Goldwyn fue generosa y nos dio otro aliento para protestar. Nadie
lo hizo, así que se volvió hacia Adrianna.

—Deberías quedarte detrás.

Sus ojos azul brillante se volvieron salvajes.

—Absolutamente, no —dijo de alguna manera entre un siseo y un


jadeo—. Mi ala ya está casi curada. Solo es la pérdida de sangre.

—Lo que ha ralentizado tus reflejos —terminó Goldwyn,


planamente—. ¿Vas a arriesgar tu vida, la vida de tus amigos, por tu
orgullo?

Bajo la ira helada de Adrianna, una chispa de dolor brilló entre


medias. Casi me rompí e insistí que viniera.

Justo cuando pensé que estaba preparando una argumentación


épica, los puños apretados de Adrianna se aflojaron, miró a lo lejos y
murmuró:

—Bien.

Nada estaba bien, eso estaba claro. Aun así Goldwyn asintió. No en
aprobación. Sino con un desolador entendimiento.

—Mientras para el resto de ustedes, su prioridad debería ser llegar


a Wilder. Yo me encargaré de Dimitri.

No esperó a nuestro acuerdo antes de empujarse hacia delante con


pies silenciosos. Cada uno de nosotros le dio a Adrianna una mirada
compadeciéndola o la tocó antes de ir. Fui la última, estirando los
hombros, intentando perder la rigidez causada por la mochila, la tira del
carcaj y el kaskan. Una vez que recorrimos una cierta distancia, miré
hacia atrás para comprobar a Adrianna, pero ya estaba fuera de la vista.
Mis pensamientos se oscurecieron. ¿En que nos estábamos metiendo?
Desenmascarada
Traducido por Mais

GOLDWYN BAJÓ LA velocidad después de unos cuantos minutos. Nos


había llevado a la base de una loma sembrada de hojas. En lo alto, una
pequeña abertura en los árboles apareció, y el susurro de una corriente
de bosque sonó cerca.

Trepamos, acercándonos. Todos con manos en las armas,


preparados para disparar ante la ligera provocación, pero sin atrevernos
a hablar a pesar del hechizo. Eso fue hasta que Goldwyn alcanzó la
pendiente y se detuvo, perpleja.

—Ahí. —Asintió hacia más adelante.

Casi me choco contra ella en mi premura por ver.

Mi corazón tembló.

A través del claro, Wilder estaba con los ojos cerrados, obviamente
inconsciente. Estaba atado a un árbol. Su pelo caramelo se había soltado
del nudo donde usualmente lo mantenía, y tenía un horrible corte en su
labio. Más allá de eso, se veía de una sola pieza.

Mi estómago dio volteretas. Dimitri no estaba por ningún lado.

Goldwyn rompió nuestro estancamiento, corriendo por delante


hacia el claro mientras liberaba su espada. Nuestra manada dio caza,
pero antes de que el anillo de árboles me diera paso, Frazer me atrapó
del brazo, jalándome hacia atrás.
—¡Detente!

Cai y Liora se detuvieron de golpe, mirando hacia atrás como si


Frazer hubiera perdido la cabeza. Goldwyn había llegado donde Wilder y
estaba tratando de deshacer los nudos. A través de fosas nasales
blanquecinas y ojos saltones, Frazer siseó:

—Hay algo malo con este lugar. Cai… ¿es magia?

Las cejas de Cai se fruncieron, y se giró hacia el claro. Se quedó


quieto un momento, su cabeza inclinada como si estuviera escuchando.

Entonces retrocedió y su rostro colapsó en horror.

—Es lo opuesto. Mi hechizo se está deshaciendo. Tenemos que salir


de aquí.

Cai jaló a fuerza a Liora.

Frazer fue a levantarme.

Un silbido explotó a través del aire.

Tysion cayó desde el cielo.

Me moví al mismo tiempo que Frazer; demasiado tarde.

Tysion hizo a un lado a Cai y se enfrentó a Liora. Dando vueltas y


vueltas en un anillo de fuerza, la liberó. Cai gritó como un animal herido
y se tambaleó tras su hermana mientras volaba, chocándose contra un
árbol a través del claro. La imagen de él inclinándose sobre ella,
sacudiendo su cuerpo inerte, tuvo hielo cubriendo mis huesos, enviando
un escalofrío. Un grito comenzó en mi mente. Traté de correr para ayudar,
pero Frazer me atrapó en un agarre fuerte. No vayas a ese claro. Sin
importar qué. Luchamos desde aquí.

Con mi mente en un torbellino, solo podía obedecer.

Frazer me liberó y buscó su arco. Lo mismo hizo Tysion.

Dos flechas se prepararon.

Dos arcos se levantaron.


Frazer apuntó al corazón y Tysion respondió igual. Solo la muerte
que él buscaba era la mía; su flecha estaba dirigida a mi garganta.

Ningún macho se movió. Un estancamiento.

¡Serena! ¡Saca tu arma! Gritó Tita.

¿Cómo todo se había vuelto tan malo?

¡SERENA!

El grito estridente de Tita me trajo de vuelta del salto de romperme.


Como era un combate cercano, mis instintos me urgían a ir por mi
Utemä. Se deslizó de su funda en un respiro helado.

No, no el…

Tita fue ahogada por el cloqueo de una lengua y una extraña helada
voz femenina.

—Jueguen bien, niños.

Mi cabeza se giró a la derecha. Lo que vi robó la fuerza de mis


extremidades: Cai estaba arrodillado, protegiendo a Liora con nada más
que sus manos desnudas, ya que su espada seguía envainada.
Goldwyn—Goldwyn—tenía su daga curvada presionada contra su pecho;
esa clase de hembra valiente se había desvanecido. Como si tan solo se
hubiera deslizado una piel y en su lugar estuviera una perra sin corazón
con un rostro cruel.

Mi corazón dejó de latir, pero mi mente estaba corriendo en busca


de explicaciones. ¿Qué? ¿Por qué?

Un crujido de alas distorsionó el aire. Dimitri cayó desde lo alto,


aterrizando a su lado, espada lista. Estábamos rodeados, tres armas
contra dos.

La voz de Goldwyn fue contundente, fresca:

—No perdería más flechas, querido Frazer. No a menos que quieras


que yo desarme a tu amiga.

Frazer respondió al moverse para bloquearme de cualquier flecha


que Tysion pudiera lanzar, así su sangre se derramaría en lugar de la
mía. Mi espada se sacudió en mis manos.
—Suficiente Goldwyn.

Gruñí en alto mientras reconocía la voz de Hunter.

Cuatro espadas contra dos. Estábamos tan, tan muertos.

Hunter aterrizó en el claro; dudaba que estuviera aquí para


salvarme de nuevo. Esa sonrisa fácil parecía largamente perdida, y esa
ropa verde de primavera y cueros marrones habían sido reemplazados
por una impía oscura armadura decorada con espinas.

Sin atrapar nunca mi mirada, liberó una daga curva de su cinturón


y dijo:

—Ahora que he ayudado a colocar tu trampa, me llevaré al cautivo.

—Te perderás toda la diversión —dijo Dimitri en alegría burlona.

—No tengo deseos de formar parte de esto —replicó Hunter,


cortando las cuerdas de Wilder.

Goldwyn se puso tan rígida como la daga en su mano. Se posicionó


de tal manera que tenía los ojos puestos en Cai y en Hunter.

—No llegarás a ningún lado hasta que te dé permiso.

Hunter la ignoró mientras separaba lo que quedaba de las cuerdas.


Cuando un gruñido se deslizó fuera de Dimitri, Hunter se enderezó y giró
la daga en un movimiento impresionante. En lugar de amenazarlos, la
enfundó y dijo en tonos filosos y fríos:

—No tienes poder sobre mí. Soy una araña ahora.

Gemí en voz alta.

—Hunter, no.

Me miró entonces, sus ojos glaciales.

—Arriesgué todo, todo por ti. En regreso tú robaste mi única


esperanza de escapar. —Tuve un destello de culpa, recordando el hechizo
que había tomado—. Ahora, yo soy su esclavo, para siempre… y desearía
poder odiarte, pero mayormente solo lo siento. Jodidamente lo siento. Por
todo.
Goldwyn se veía disgustada por su miseria.

—¿Eres tan débil como para ayudarla de nuevo?

La mano de Dimitri que tenía la espada se retorció en respuesta.

Hunter exhaló una suave y muerta risa.

—No podría, incluso si quisiera.

Un cuchillo se retorció en mi corazón. Sin esperanza aquí entonces.

—Sería cuidadoso con él por cierto. —Hunter lanzó su mentón


hacia Frazer y continuó, cada palabra más silenciosa que la última—. Él
puede estar sin alas, pero es más resbaladizo y rápido que un navvi. Y
moriría por ella.

Vi los vellos de Frazer elevarse, pero mantuvo su enfoque en Tysion.

Bien. Alguien tenía que ver a ese connivente bastardo.

La boca de Goldwyn se cortó en una horrible línea.

—Has jurado de sangre a Morgan. Harás lo que se te diga.

—Exactamente —dijo Hunter, sombrío—. Pertenezco a las órdenes


de ella, no las tuyas. Me dijo que capture a Wilder y he hecho eso.

Wilder estaba libre; Hunter lo estaba levantando.

Quería gritar, cargar, luchar.

No te muevas, me advirtió Frazer.

Hunter estaba explayando sus alas y algo chasqueó. Me lancé hacia


adelante. Frazer hizo lo impensable y dejó su flecha volar. Tysion se
agachó justo mientras Frazer dejaba caer su arco para poder agarrarme.
Envolvió un brazo alrededor de mi parte media, encadenándome,
mientras la otra mano sacaba su espada. La niveló al lado de Tysion,
quién estaba recuperando su caminar y viéndose mortal. Los
pensamientos de Frazer tocaron los míos. Si te capturan, estarás
maldiciendo a Wilder también.

Eso se sintió con una helada abofeteada, congelando mi cuerpo.


Medio-fiero con rabia, Tysion levantó su arco para encontrar de
nuevo la garganta de Frazer.

—¡Suficiente! —espetó Goldwyn—. Mantente calmado, Tysion.

—No lo necesitamos.

—Cálmate. No lo diré de nuevo.

Tysion gruñó y estampó su pie contra el arco de Frazer. Un crujido


lo hizo sonreír con suficiencia, pero no dejó que vuele una flecha. Una
suspensión de la ejecución. Asomé la mirada de vuelta al claro y solté un
respiro pesado.

Hunter no se había ido. Sus miserables ojos todavía sostenían los


míos. Tenía que hacer algo. Cualquier cosa. Pero las palabras de Frazer
actuaron como un paralítico. Sintiendo mi duda, mi hermano presionó
con más lógica fría. No te comparas con Goldwyn y Dimitri. Deja ir a
Hunter, él será un fae menos por luchar. Entonces tendremos una
oportunidad de salvar a Cai y Liora.

Todo verdad.

La vista de los duros rasgos de Wilder suavizado con el sueño tenía


sentido común volar fuera de la puerta. Un sonido de ruego salió de mi
voz mientras dije:

—Hunter, por favor, no.

Una risa cruel salió de Dimitri.

Hunter se veía cerca a poseído cuando forzó las palabras:

—No tengo elección.

—Siempre hay una elección —dije, casi con lágrimas.

—¿No estás escuchando? —ladró—. La sirvo a ella hasta la muerte.

Fue entonces cuando una de sus manos discretamente palmeó su


arco y su cabeza se inclinó una pulgada.

Tita se apresuró. Él quiere que tú lo mates. ¡Deja caer esa jodida


espada y saca el kaskan!
No he sido capaz de usarlo apropiadamente, dije, desesperada.

Hunter se preparó para salir, sus alas golpeando como los ecos de
pánico de mi corazón. Obtuve una última torturada mirada mientras él
murmuraba:

—Adiós Serena.

Quería estrangularlo con mis manos desnudas, y me sentí


desesperadamente apenada por él.

¡Hazlo ahora! Lloró Tita.

Enfundé mi espada y luché contra el agarre de Frazer. ¡Déjame ir!

Es demasiado tarde Serena. Él tenía razón, por supuesto. Los dos


machos estaban rompiendo a través del dosel. Un sollozo se atrapó en mi
garganta.

Wilder… ¿Lo volvería a ver?

Dimitri escupió en el suelo del bosque.

—Buen libramiento.

Goldwyn asomó la mirada hacia los dos fae desvaneciéndose de la


vista.

—Tiempo de mover las cosas.

Así que, esto era… estábamos por ser capturados o asesinados.

Evaluando el único movimiento de alas en donde los ojos de


Goldwyn estaban en alguna otra parte, Cai rodó y sacó su espada.

Ella lo desarmó en tres movimientos. Dimitri ni siquiera se molestó


en intervenir.

—¡Estúpido chico! —Goldwyn llevó a Cai de vuelta a sus rodillas y


lo hizo soltar su espada. Frunciendo el ceño, presionó su daga contra su
pecho de nuevo—. Más movimientos como ese, y tu hermana estará
llorando sobre tu cuerpo destripado.

Enojo y un odio quemando marcó la expresión de Cai.

—¿Por qué siquiera sigues viva? Has obtenido lo que querías.


—¿No es obvio? Eres valioso. Bueno, no tú. —Blandió un poco su
espada y río roncamente—. Aunque, podrías probarte a ti mismo útil en
controlar a tu hermana.

Mi estómago cayó a mis botas, a la misma corte oscura.

Todo el color se drenó del rostro de Cai.

—Liora no es poderosa… tómame a mí en su lugar.

La mentira solo hizo que Goldwyn bufe y ladre:

—Sabes, su bloqueo casi me tomó por tonta. Si fueras


suficientemente hombre para hacer lo mismo por ti mismo, nunca podría
haber adivinado lo que ella era. Es raro, verás, para que un hermano
brujo sea fuerte y el otro tan débil. Aun así, tuve que comprar mi tiempo
y asegurarme. Morgan no hace sufrir a los tontos con alegría, verdad,
¿Dimitri?

Dimitri gruñó e inclinó su cabeza, humillado. Morgan realmente


debe ser aterradora para llevar a un monstruo como él tan bajo.

Toda la lucha pareció dejar a Cai mientras murmuraba:

—¿Eres una araña?

Goldwyn giró su cuello ligeramente. Como si la etiqueta no le


encajara bien.

—Me gusta pensar en mí misma más como un camaleón. —Y


entonces, como si le hablara a un niño, se inclinó un poco, agregando—:
En muchas cosas verás, un asesino, un espía… pero mi pasión es atrapar
brujos para Morgan. Es lo que sentiste, ¿verdad? Que este claro es un
vacío mágico. —Se enderezó, asintiendo hacia la tierra, diciendo—: Las
líneas de sal y hierro y esa piedra maldita corren bajo este claro.

Tita gruñó. Antes de poder preguntar por qué, Goldwyn continuó:

—Aunque, no me da vergüenza decir que necesito guía. Los vacíos


pueden ser bestias tramposas. Por suerte, tengo una cierta bruja en
cadenas que fue muy ayudadora. Creo que la conoces, Serena. ¿Isabel
Montagar?

Un gruñido de desesperación se deslizó fuera.


—Morgan estaba muy sorprendida que Hunter pensó que un
encantamiento era todo lo que debía tomar para protegerlo de ella. Aun
así, trajo a la bruja a nuestra atención.

—¿Qué le hiciste? —dije, a través de dientes apretados.

—Oh, está viva —dijo Goldwyn, con una sonrisa de araña—. Un


poco golpeada pero nada de lo que no se pueda recuperar.

El control en mi temperamento se tensó.

Ella está tratando de lanzarte hacia el ataque, advirtió Frazer.

Pensé que se supone que íbamos a luchar ahora que Hunter se ha


ido.

Pedazos de docenas de pensamientos o más me golpearon al mismo


tiempo. Como si hubieran roto a través de la presa en la mente de Frazer.
Como si él hubiera perdido control. Su monólogo interior era rápido pero
enfocado. Siguió cada acción a través de su conclusión, anticipando el
resultado, pesando el costo. Estaba jugando ajedrez. Finalmente, lo dejé
saltar sobre una decisión. No podemos movernos. Cai necesita liberarse
primero.

Sus palabras no detuvieron el deseo de sangre casi hirviendo, pero


fue Cai quien dijo:

—Es difícil decir quién es más una perra loca: tú o Dimitri.

Dimitri se lanzó a por él, su espalda balanceándose. Goldwyn gruñó


un comando y justo así, el perro fue liberado. Cai respondió con una risa
burlona que haría mostrar sus dientes a la mayoría de los machos.

Goldwyn resumió una exhalación calmada y helada.

—No sabes nada. Hago lo que debo para mantener fuerte el imperio
de Morgan, para proteger a su gente de algo peor. ¿Crees que me ha
gustado perder mis años en ese campo de mierda, espiando a Wilder?
¿Qué nos ha gustado? —Retorció su cabeza hacia Dimitri—. Pero Morgan
quería su perro macho, su Sabu. Oh, cuando llegaste Serena, fue una
bendición de la corte de luz. Dimitri tuvo que tratar muy muy fuerte para
esconder su brillo. Aun así, yo fui quien tuvo el trabajo más difícil; pasé
semanas escuchando los mortales monólogos de Wilder. Él no podía estar
contigo, pero no se había sentido así antes, bla, bla, bla.
Una lágrima encontró mi mejilla.

La voz de Goldwyn se enterró en mi cráneo.

—Entonces Cecile me contó que él iba a ir contigo para la sexta


prueba…

—¿Cómo supo ella eso? —dije de golpe.

Un temblor involuntario sacudió la espada de Goldwyn.

—Cecile siempre ha mantenido una mirada cercana en él. Órdenes


de Diana.

—¿Por qué Diana se preocuparía por Wilder? —espetó Cai.

Goldwyn hizo un sonido de disgusto.

—Él solía trabajar para Morgan, tonto. ¿Necesita otra razón?

—¿La mataste?

Mi alma cantó en alivio mientras Liora se puso de pie.

—¿Ya has despertado? —dijo Dimitri con desprecio, girando su


espada para mostrar sus sentimientos.

Liora, la lectora de almas, ignoró a Dimitri y miró fijamente a


Goldwyn.

—Fuiste tú, ¿verdad? Tú mataste a Cecile. Ella se dio cuenta que


tú eras la única que podía haber hecho la trampa. Que eras una traidora.

La cabeza de Goldwyn se inclinó en silencioso cuestionamiento.

—Te has convertido en una buena espía.

—Dime —demandó Liora.

Un fruncido fue su respuesta.

—Como lo dices. Ella tuvo que morir porque empezó a sospechar


después de la fallida trampa de Dimitri —dijo Goldwyn, fríamente.

Dimitri se estremeció y eso provocó un destello de satisfacción en


mi pecho.
—Mikael nunca intentó apuñalarte —dijo Liora.

Goldwyn se rio; un sonido fuerte y amargo, como vidrio


rompiéndose.

—Ese estúpido kurpa intentó detenernos de llevarnos a Wilder así


que… —Hizo una mímica de cortar su garganta con un deslizamiento
delicado de su dedo.

—¿Por qué? —preguntó Liora—. Debes ver lo que es Morgan.

Por primera vez, Goldwyn se vio totalmente desquiciada, y una


carga explosiva retumbó a través del claro. Un movimiento, una palabra
equivocada, y todos nos encenderíamos.

—¡Ninguno de ustedes sabe lo que está sucediendo en este reino o


afuera! —ladró Goldwyn, su cuerpo temblando en rabia comprimida—.
Eres tan rápida en condenar, pero Morgan es la única fae suficientemente
fuerte para enfrentarse a Abraxus y sus legiones.

—¿Abraxus? —dijo Liora, silenciosamente—. ¿Es real?

—¡Por supuesto que es real! —gritó Goldwyn—. ¡Es por el que


deberían de mearse de miedo! Él nos odia. ¡Quiere que sangremos en la
tierra así puede beber la magia que flota en nuestras venas! Su ejército
de híbridos fae manchados está planeando invadir…

Un grito se lanzó al aire. Una pelea comenzó y nosotros atacamos.


Como si hubiéramos estado esperando eso todo este tiempo. Frazer me
empujó contra la tierra, esquivó un proyectil y cargó contra Tysion. Salté;
el instinto me hizo buscar proteger a mi hermano. Ensarté una flecha a
mi kaskan y busqué mi objetivo.

El carcaj de Frazer, el arco de Tysion, ambos habían sido reducidos


a astillas. Los dos machos estaban entrelazados en un abrazo letal,
golpes llenos de colmillos y rompe-huesos. Entonces, sus espadas se
cruzaron, y comenzó una furiosa y sucia batalla por dominio.

Era demasiado riesgoso perder una flecha… fácilmente podía


golpear a Frazer. Había fallado en lograr que funcione antes el kaskan,
¿por qué ahora sería diferente? En práctica, el objetivo siempre había
estado a la vista, pero el enfoque y el corazón para matar a otros
permanecía elusivo.
Con los nervios temblando, caminé hacia el claro, buscando por
fáciles objetivos.

Santo fuego… Adrianna estaba ahí. Había volado hasta aquí y


había aterrizado en la espalda de Goldwyn. Sus espadas habían caído al
borde del camino durante la lucha. Y ahora, eran un borrón de
extremidades entrelazadas y alas aleteando. Adrianna se sostenía con
fuerza.

A unos cuantos pasos, Cai de pronto rugió y se lanzó contra


Dimitri. Liora sacó su espada, avanzando, sus piernas temblando debajo
de ella. Tenía que hacer algo.

Usa el arco, susurró Tita. Confía en ti.

Exhalé, y mi corazón hizo eco del nombre. Conocía el objetivo.

Me giré, apunté y disparé. Encontró su marca en el hombro de


Tysion, golpeando su ala, ocasionando que deje caer su arma. Su rugido
salvaje me atravesó, pero Frazer no perdió ni un segundo. Agarró a Tysion
por el pelo, lo arrastró al borde del claro y presionó su espada contra su
cuello.

—¡Dimitri… retírate! ¡O mataré a tu hijo!

Me acerqué a su lado, apuntando otra flecha en un suave


movimiento. Busqué en el claro por la mejor marca. Adrianna todavía
estaba entrelazada con Goldwyn, ninguna deteniéndose para respirar.
Cai y Liora se habían unido para luchar contra Dimitri. Espada contra
espada. Pero ahora, el fae macho estaba retrocediendo, mirando a Frazer,
sus ojos negros un torbellino de piscina mortal. Como si él estuviera
planeando exactamente cómo nos mataría a todos.

—¿Matarías a un fae desarmado? —siseó Dimitri.

Frazer respondió al presionar acero en el cuello de Tysion hasta


que perforó la piel. Un cúmulo de sangre apareció.

Cai y Liora se giraron para ayudar a Adrianna. Mantuve mi flecha


enfocada en Dimitri. ¿Quién sabía qué tan profundo iba su vínculo de
pariente? Como resultó, no muy lejos.
—¡Entonces mátalo! —se mofó Dimitri—. Él me ha fallado también
demasiadas veces para contarlas. Una completa decepción, así como su
makena perra.

—¿Isa? Por favor.

El ruego ronco de Tysion apretó mi corazón. No tenía tiempo de


preguntarme en ese momento de insanidad. Dimitri cargó hacia nosotros.

Frazer desnudó sus dientes, retrocedió, y en un giro limpio, atacó


el ala izquierda de Tysion. Gotas de rojo rubí rociaron el suelo del bosque.

Dimitri se detuvo. Un destello de conmoción cruzó su rostro. En un


respiro, lo vi morir y cambiar hacia disgusto.

Todos parecíamos impotentes observar mientras Frazer lanzaba a


Tysion, sangrando y gritando al lado opuesto del claro. Frazer desnudó
sus dientes de nuevo, haciendo girar su espada, atrayendo a nuestro
enemigo. Las alas negras de Dimitri aletearon y voló hacia mi hermano.
Él se acercó lo suficiente para ver el blanco de sus ojos. Vida—no—amor
retumbó a través de mis venas. Proteger. Proteger. Proteger.

—Dimitri —susurré su destrucción y dejé volar la flecha.

Él se agachó, pero la flecha todavía se golpeó en su pecho. Fracasó,


y Frazer se movió. En un movimiento bruta, abrió la garganta de Dimitri
en el suelo. El macho se desplomó y cayó, muerto. Quería vomitar pero
el repentino grito de Liora me mantuvo continuando, buscando mi última
marca.

Goldwyn era un torbellino, pateando a Adrianna en la tierra y


enviando a Cai volando hacia nosotros.

Estrellas de agradecimiento para Frazer. Atrapó a Cai antes de que


pueda lanzarse contra nosotros y lo puso de pie.

Lancé otra flecha, pero era demasiado tarde. Las espadas de Liora
y Goldwyn se habían perdido en la lucha, pero esa perra de dos caras
tenía una daga escondida y estaba presionándola contra la garganta de
Liora.

Mi dedo en el arco se retorció. Desde el rabillo del ojo, vi a Frazer


sosteniendo a Cai, susurrándole algo al oído.
—Toma un paso, haz un movimiento y comenzaré a hacer agujeros
—dijo Goldwyn en un ronroneo impío.

Podría soltar la flecha, pero sería la última prueba de fe. Goldwyn


tenía a Liora contra ella. No había nada que golpear excepto a mi amiga.

No, proyectó Frazer.

Mis ojos se movieron hacia los suyos, buscando explicación.

El claro es un vacío; la magia del arco podría fallar.

Por supuesto, el camino de la flecha podría fallar. Podría matar a


Liora.

Goldwyn ladró sobre Adrianna, quién había comenzado a acercarse


a ellos.

—A menos que quieras que la querida dulce sangre de Liora esté


en tus manos, ve a ponerte al lado de tus amigos. ¡Ahora!

Los ojos amplios de Liora encontraron a Adrianna. Está bien,


parecieron decir.

Un sonido entre un gruñido y un rugido vino de Adrianna y ella


concedió. Con un esfuerzo gigante, se movió para unirse a nosotros,
recogiendo su espada en el camino.

Pánico y frustración golpeó a través de mis venas, empujando a mi


corazón a acelerarse. Goldwyn estaba a solas. Tenía una última marca,
pero no podía disparar. Dioses, ayúdenme.

Goldwyn miró hacia Tysion. Él estaba sangrando, acercándose a


ella.

—¡Levántate, pedazo de mierda! —ladró.

Un susurro de una risa ahogada escapó de Liora.

—Deberías estar preocupada.

Ante esa burla, la máscara de Goldwyn se deslizó, quemó odio, y


su cuchillo se enterró un poco más profundo. Liora hizo una mueca y la
mano de Cai se levantó.
Risa hizo eco.

—Inténtalo si quieres, la magia no puede entrar —se burló


Goldwyn.

Cai intentó de todos modos, invocando y desatando una explosión


de aire. Causó un ciclón, azotando hojas y tierra en pedazos, pero la
destrucción no nos molestó o el corazón del claro. Solo destrozó las
afueras de donde nosotros estábamos de pie. Aquellas corrientes
siguieron moviéndose, empujando, probando el vacío hasta que Cai cayó
de rodillas. Se desvaneció la tormenta de aire, y quedó exhausto—
quemado—mientras Goldwyn y Liora permanecían intocados.

—Qué inútil —dijo Goldwyn ligeramente. Sus ojos afilados volaron


hacia los míos—. Ahora, no me iré de aquí sin la llave a la obediencia de
Wilder. —Una orden clara. Su voz se profundizó hasta un jadeo gutural—
. O, haré que tu amiga bruja sufra agonías que no podrías ni imaginar.

—No puedes llevarnos a los dos —murmuró Liora hacia ella.

Eso hizo que Goldwyn coloque su mano libre el lado de la mejilla


de Liora y entierre sus uñas, arrastrándolas hacia abajo, marcándola.
Los ojos de Liora se llenaron de lágrimas, sus labios presionados con
fuerza. No lloró. Mi corazón se hinchó con amor y orgullo.

—No necesitaré hacerlo —dijo Goldwyn, hundiendo sus labios en


la oreja de Liora—. Tengo amigos, arañas leales que vendrán a mí cuando
son llamadas. Hasta entonces, Serena caminará a nuestro lado como una
buena pequeña mascota, ¿verdad cariño? A menos que quiera ver
mientras te rompo?

Relajé mi cuerda del arco lentamente y dejé que el kaskan y la


flecha caigan al suelo. Antes de poder caminar, Frazer y Adrianna me
restringieron.

—No —ladraron a la vez.

Cai gruñó en alguna parte a mi izquierda, pero no objetó.

Mantuve mi mirada fija en Liora. No lo hagas Serena, me rogó con


sus ojos.
—Mantén tus amenazas ociosas —espetó Adrianna a Goldwyn—.
Necesitas a Liora. Supongo que quieres lamer el culo de Morgan? Es por
eso que están enlazados y determinada a llevarle regalos.

—Tenlo a tu manera entonces.

Goldwyn jaló la cabeza de Liora hacia atrás y levantó la daga.

—¡Detente!

—¿Por qué deberías hacerlo? —canturreó Goldwyn.

—Serena, no lo hagas —jadeó Liora, retorciéndose.

No había elección. La punta de la daga estaba suspendida, lista


para tomar su vida.

—Llévame a mí en lugar de ella. Ella está bloqueada. Me necesitas


más a mí.

Goldwyn se burló de eso:

—Siempre podemos romper las cadenas que la atan. Ahora, ¡ven!


No más juegos, o Liora muere.

Como para probar su punto, bajó la daga y la deslizó a través de la


clavícula de Liora. Un collar de gotas rubí brilló mucho contra su piel
suave.

Una resistencia por fin se derrumbó, y esta vez no lo pedí. Demandé


que mi magia venga. Una gigantesca ola de frío, una rabia destellante se
crestó y se detuvo por un momento cuando la voz de Tita retumbó en mis
oídos. ¡Hija, no! ¡Te destrozarás!

Estaba más allá de razonar, más allá de duda. Solo eres una voz en
mi cabeza.

Soy mucho más que eso.

No importaba, no ahora. Sin embargo, dudé por la vida de Frazer.

Mis ojos se fijaron en Tysion mientras él levantaba la mirada hacia


Goldwyn. Conmoción y dolor—tales agonías sin fin—cazaban sus ojos.
No me importaba, pero me escuché decir:
—¿Qué le sucederá a Tysion?

Los ojos de Goldwyn se entrecerraron hasta rendijas.

—¿Qué me importa?

—¿Entonces lo dejarás a morir?

Ella graznó rudamente como si dijera, por supuesto. Mientras


tanto, Tysion se arrastró con su estómago y llegó a ella.

En un rápido movimiento, Frazer me jaló a un lado, fuera del agarre


de Adrianna; con los ojos quemando, lanzó palabras por el vínculo. Lo
que sea que necesites hacer, hazlo. Sobreviviremos. No te dejaré morir.
Seré tu ancla.

Y con solo un pensamiento y mi voluntad, abrí todas las puertas y


dejé que el poder y la luz tome poder. Solo déjame salvarla, susurré a la
magia.

Si vas a hacer esto, espera un minuto más y déjame ayudar, dijo


Tita, su voz un ruego.

¿Cómo?

Estaba solo vagamente consciente de Tysion agarrando el tobillo de


Goldwyn, murmurando algo mientras Tita continuaba hablando. El poder
del collar sostiene lirios de sal, hierro y obsidiana en tu sangre. Contiene
la magia ahora en tu sistema, así los fae no lo pueden sentir, y es lo que
previene que tu poder te destruya inmediatamente. Pero los liros no son
compatibles, actúan como un vacío y colocan un amortiguador en tu magia.
Yo he estado lentamente borrándolos para que puedas acceder a más de
tu poder, pero me he aguantado de limpiarte, esperando preservar tu
protección.

Si la salvará, quémalo.

Me drenará. No seré capaz de hablarte de nuevo. Solo prométeme


que llegarás donde Ewa tan pronto como sea posible. Estarás dependiendo
solamente de la fuerza de Frazer, en el trenzado, para detener la magia de
quemarte, así que no demores. Una vez ahí, dale el collar a los undines.
Ellas serán capaces de liberarme.
No me molesté en considerar la extrañeza de su requerimiento. Lo
prometo.

Esto dolerá, advirtió.

La gotita se calentó. Apreté mi mentón y mis puños, esperando.

—¡Aléjate! —Goldwyn abruptamente pateó a Tysion en la cabeza.


Él gruñó y rodó fuera.

—¡Estoy esperando Serena! —ladró—. ¿O debo cortar la oreja de


Liora antes que escuches?

Agarró el lóbulo de la oreja de Liora y Cai avanzó. Adrianna dejó


caer su espada y se lanzó por él.

Entonces, el collar—Tita—se convirtió en un inferno flameante. Mis


manos dejaron de trabajar, mi espalda de arqueó, y mi columna se estiró.
Estaba indefensa mientras la gotita se encendía un fuego en mi piel.
Estaba siendo destrozada. Arrancada, destrozada y quemada. Alguien
gritó en la distancia. No, no alguien. Yo.

Manos me agarraron por los lados de mi rostro mientras caía de


rodillas. Frazer cayó conmigo y me mantuvo derecha con sus
pensamientos abollados contra los míos. El dolor actuaba como barrera.
Nada podía pasar.

El grito se detuvo; mi voz había colapsado. La fuerza dentro de mí


continuó rugiendo y golpeando. Sangre rugió en mis orejas y surgió por
mi nariz y boca. Me ahogué en ello.

Gritos llenaron dentro y fuera. El mundo parpadeó, volviéndose


oscuro, pero en la periferia. Vi a Frazer arrodillado conmigo, sangre
goteando fuera de su nariz. Mi espejo; estábamos muriendo. Solo déjalo
significar algo. Sálvala. Salva a alguien.

Entonces déjalo ir, Serena. Déjalo salir. Eres libre ahora, susurró
Tita.

Le pedí y ordené y rogué a la luz parpadeante nublando mi visión


y quemando mis venas, que se vaya: que esa ola de hielo y fuego ruede
fuera y consiga la destrucción de Goldwyn y su maldito vacío.
La ola atendió mi llamada. Bolas de fuego, lagos brillantes como la
luna, y un cielo nocturno llenó mi visión. En algún lugar lejano, la
tormenta rodó y retumbó en respuesta. Y una luz puramente blanca
parpadeó con plata y llama rubí explotó hacia afuera, cargada en la parte
trasera de una sombra tachonada de estrellas.

Era luz; era oscuridad. Orden y caos entrelazados.

Tita rápidamente canalizó la furia de mi magia, direccionándola


hacia un arroyo que se veía como hilos líquidos bailando en el viento.
Tenía un trabajo que hacer. Enterrando profundamente en la tierra,
buscando líneas de sal, hierro y piedra las devoró, inundando el claro
hasta que todos los demás desaparecieron. Solo Frazer y yo existíamos.
Su frente helada tocó la mía. Ojos azules anillados con plata fundida me
sostuvieron balanceada mientras el mundo brillaba.

Sentí algo romperse y quemar. ¿Mis huesos? No, la sal, el hierro y


la piedra. Una risa estridente y loca llena de agonía y felicidad surgió de
mí.

Entonces, estaba cayendo. Desvaneciéndome hacia una corriente


helada hasta que brazos me atraparon, jalándome hacia arriba, arriba,
arriba y hacia un mundo pintando de negro alineado con un glorioso mar
de arena de sol. Un desierto en la noche. El rostro de mi madre me sonrió
de vuelta, pero no el que había conocido de niña. Era su verdadero rostro,
más afilado, más fuerte, y más etéreo que el que había conocido. Alas
amatistas llamearon.

Estoy muerta…

Una sonrisa débil arrugó esos ojos cálidos, los ojos de una mujer
por la que había llorado la mayoría de mi vida.

—No, cariño, tu corazón aún late, pero no lo hará por mucho


tiempo si no llegas con Ewa.

Tenía que comprobar así que susurré:

—¿Eres Tita?

—No, no soy el guardián del collar. Desearía poder explicar sobre


eso y tantas otras cosas, pero hablar así está prohibido y hay tan poco
tiempo, así que debes escuchar. Después de Ewa, busca a tu hermana,
porque la necesitarás. Ella espera por ti al otro lado del mar, en el este
donde el sol es más brillante. Para salvar esas tierras, y tantas que
esperan, también debes encontrar a tu compañero. No está en mi poder
saber su ubicación. Solo puedo advertirte que no te intimides de la
oscuridad en el que él está envuelto. Naciste para iluminarla. Dile a Sefra
que lo siento, que no quería mentir. Recuerda, Ena, te amo hasta la luna
y las estrellas y el mar brillante.

Su mano buscó mi rostro. Cerré mis ojos, esperando y necesitando


sentir su toque, pero en su lugar había una fuerza masiva, empujándome
de vuelta hacia el mundo despertando. El rostro de mi madre se
desvaneció. No…

—Quédate conmigo, por favor —exhalé, con el corazón roto, un


nudo en mi garganta.

—Nunca me fui. Y nunca lo haré —susurró.

Esto todavía se sentía como otra despedida. Y mientras ella


susurraba, dolor fresco me cortó abierto mientras mi cuerpo se agitaba.
Otra tormenta mágica fluyendo a través de mis venas había muerto,
dejando atrás cenizas y humo, y un recuerdo.

Luz se filtró. Frazer estaba allí.

—¿Siska? —graznó.

Parpadeé. Todavía estábamos tocándonos nuestras frentes.

—Hola —jadeé de vuelta.

El rostro de Frazer se rompió en dos. Rara vez sonreía, y menos


rebosaba. Me dio la fuerza para preguntar:

—¿Funcionó? ¿Ella está a salvo?

Su sonrisa hermosa cayó, y rodó lejos.

Un pitido de tierra quemada rodeando el claro era la única señal


de lo que había sucedido. Goldwyn y Tysion se habían ido. Y Cai estaba
ayudando a una entumecida Liora a levantarse del suelo. Con las piernas
debilitadas, me golpeó el alivio, con fuerza y rapidez.
Adrianna caminó hacia mí y sostuvo su mano. Usé su fuerza para
ponerme de pie. Piadosamente, no la dejó ir.

Frazer se puso de pie sin ayuda y guardó su espada caída. Era un


completo desastre. Su color era pastoso y gris, golpeando horriblemente
con la sangre manchando sus orificios nasales y labio superior. No tenía
duda de que yo era un eco de él.

—¿Dónde están Goldwyn y Tysion? —dije, con voz ligera.

—Se han ido —murmuró Adrianna—. Goldwyn se distrajo. Primero


por Tysion arañando su pierna y luego por tus gritos. Liora se liberó
cuando tu magia…

Un silencio incómodo. Obviamente, ella quería una explicación. Yo


solo no estaba segura de qué decir; cómo explicar. Porque para hacer eso,
tenía que entender. Y no lo hacía. Nunca esperando por la verdad,
Adrianna me presionó con una mirada dura y preguntó:

—¿Sabes cómo finalmente accediste a ello?

Liora me salvó de responder al acercarse cojeando. La escudriñé.


La sangre todavía era de un color rubí brillante en su cuello y tenía un
pequeño corte en su mejilla, pero de lo contrario, se veía bien. Nos
movimos al mismo tiempo y nos encontramos con un abrazo. Sobre su
hombro, observé a Cai coleccionar sus dagas esparcidas por todos lados.

—¿Cómo estás? —balbuceé entre sus mechones frambuesa.

—Viva —exhaló Liora—. Mi mochila tomó la mayoría del impacto


tras golpearse contra el árbol.

Me aparté del abrazo de Liora cuando Cai se movió para unirse a


nosotros. Regresó su propia arma a su cadera y le ofreció a Liora su
estoque, el cual ella cuidadosamente se colocó. Entonces él se agachó y
agarró la daga de Adrianna. La que ella había soltado cuando se lanzó
por él. Cai la ofreció de vuelta con una expresión que no pude descifrar.
Adrianna tomó la daga con un asentimiento de agradecimiento y la
deslizó en su funda.

Todos los ojos ahora estaban en mí. Querían una explicación.


Reprimí un suspiro y compré tiempo para agarrar mi kaskan del suelo.
Mientras lo ataba de vuelta a mi correa de carcaj, transmití las palabras
de Tita, su advertencia. La visión de mi madre, sin embargo, se mantuvo
conmigo.

Un silencio de sorpresa siguió mi explicación.

Liora fue la primera en hablar:

—No sabía que siquiera fuera posible usar las líneas ley en una
persona.

En un intento débil de una broma, Cai agregó:

—Solo un misterio más, ¿eh?

Ugh. Era cierto.

Cai no pudo resistirse girarse hacia Adrianna para preguntar:

—¿Cómo supiste que tenías que venir tras nosotros? ¿Adivinaste


sobre Goldwyn?

—No. Solo no soy del tipo que se queda atrás.

Su sonrisa tímida suavizó algo en mi pecho. La conmoción violenta


que había quedado de la batalla se desvaneció. Aunque el cuerpo cortado
de Dimitri y el olor enfermizo de sangre aseguraba que no podría olvidarlo
por completo.

—Entonces, ¿qué hay ahora? —Miré hacia el cielo, anhelando por


Wilder.

—Bueno, Goldwyn ha visto tu poder —remarcó Adrianna. Tan


directa como siempre—. Y lo que vio es suficiente para ella para estarse
orinando en los pantalones de felicidad. Le chillará a Morgan apenas la
vea así que necesitaremos habernos desaparecido para entonces.
Supongo que nuestra marcha hacia Ewa comienza ahora.

Leyendo mi culpa y pena, Liora dijo:

—Entonces, traeremos de vuelta a Wilder.

Hice una mueca mientras todos los demás balbuceaban en


acuerdo. No habían escuchado las palabras de mi madre, y ahora las
implicaciones potenciales me estaban atormentando.
Busca a Sefra. ¿Antes que todo? ¿Antes que podamos salvar a mi…
amante? ¿Compañero? Odiaba la idea pero mi madre había roto las reglas
de la muerte misma para advertirme. ¿Cómo podía ignorar su consejo?

Los pensamientos de mi pariente se rompieron a través de mi


confusión y dolor. Sin importar el camino que tomemos primero; todos ellos
eventualmente nos llevarán hasta Morgan. Y Wilder.

¿Escuchaste lo que ella dijo? Una pequeña parte de mí se había


preguntado si la había imaginado.

Un miedo retumbante se filtró. Tu dolor era abrumador. No es de


sorprender que tu mente estuviera completamente abierta para mí.

Mi corazón trastrabilló.

Adrianna interrumpió nuestra conversación silenciosa al rechinar


sus dientes.

—Nunca me acostumbraré a ustedes dos hablando así.

—Lo siento —mentí.

El labio de Adrianna se giró como si sospechara la verdad.

—Solo díganme, ¿lo que sea que estuvieran hablando es algo que
deberíamos de saber?

Cai y Liora se vieron curiosas, expectantes.

Quería mantener profundamente enterrada el recuerdo, en lo


profundo de mi alma. Pero todos ellos estaban deseando volar y ver el
rostro de los lobos conmigo… les debía la verdad.

—Mi madre vino a mí en una visión cuando la magia erosionó. Me


dijo que vaya al este y encuentre a mi hermana.

Con las mandíbulas abiertas, y ojos abiertos en sorpresa, Frazer


era el único normal.

Adrianna abandonó la conmoción primero.

—¿Cómo esperas encontrar a una mujer en un continente cinco


veces el tamaño del nuestro?
Eso me tuvo perpleja. Mi madre no había dado exactamente un
nombre.

—Lo descubriremos —dijo Liora, tranquilizando—. Además,


deberíamos ir lejos, lejos de Morgan cuando Serena está aprendiendo a
usar su magia y adaptándose a su cuerpo fae. Y nos dará una
oportunidad para descubrir si Goldwyn estaba mintiendo sobre Abraxus.

Frazer y Adrianna se pusieron muy, muy tensos. Mi espalda picó


en respuesta. Algo me dijo que ellos se habían arrepentido de preguntar,
pero tenía que saber.

—¿Quién es él?

Mis ojos inmediatamente se enfocaron en dos fae en nuestro grupo


pero ellos parecían afligidos. Al final, fue Liora quien respondió:

—Siempre pensé que solo era una leyenda fae.

—Oh, él es suficientemente real —dijo Adrianna, sonando vacía—.


Pero nuestra historia puede esperar. Necesitamos empezar a movernos.
Goldwyn estará enviando cada rastreador y araña en la Tierra de los Ríos
tras nosotros—. Su mirada destelló detrás de mí hacia Dimitri después
que terminó. —Hay sangre por todas partes.

Frazer ignoró a Adrianna completamente, y dijo:

—Nuestros ancestros dicen que Abraxus casi sin ayuda cazó los fae
de Aldar del este. Él era el líder, invicto en el campo de batalla. Y sin
embargo, no tenía magia propia.

Mi boca cayó abierta.

Frazer continuó con el horror.

—Se dice que él debe haber odiado nuestra especie por nuestra
riqueza y poder, particularmente nuestros lanzadores de luz mágica, que
son únicas en nuestra raza.

Temor se desató en mi estómago.

Sombras cazaron mis ojos mientras él agregó:

—Entonces, montó un ejército contra nosotros, uno temido en todo


el mundo, nuestra gente acordó exiliarnos.
—¿Qué estamos diciendo entonces? —Cai enterró su mano a través
de su cabello color frambuesa, viéndose perdido—. ¿Abraxus es un
guerrero estilo Dios que no tiene magia pero que de alguna manera hace
que huyan los lanzadores de luz en los reinos?

Su expresión se volvió ligeramente salvaje.

Liora recogió la idea de la conversación.

—Y él puede estar viniendo por nosotros después de todo.

—Eso lo resume todo —dijo Adrianna, sombríamente.

—Bueno, que me jodan —dijo Cai, desatando una risa.

Mi estómago giró de nuevo mientras las cosas encajaban.

—Morgan ha estado construyendo sus ejércitos con esclavos


humanos para enfrentar eso. Bueno, ellos serán masacrados.

—Absoluta carnicería —dijo Cai, rudamente.

Liora hizo una mueca.

Adrianna apretó los dientes.

—Suficiente. Necesitamos empezar a movernos, no quedarnos aquí


discutiendo condenas futuras. —Su muñeca entonces se movió hacia
mí—. Goldwyn vio lo que Serena vio. Y ella no tiene las líneas ley para
protegerla de ser descubierta. Todo lo que tenemos es un encanto de
ocultación que puede o no puede funcionar.

—Funcionará —interrumpió Cai—. Hacer esos amuletos puede


estar más allá de mis habilidades, pero puedo cargar uno fácilmente. —
Asomó la mirada hacia el cielo de mediodía—. Solo tengo que esperar
hasta que la luna muestre su rostro.

Adrianna siguió su mirada hacia arriba.

—Entonces aún tenemos horas donde podemos ser rastreados


mágicamente. Volaré por encima de nosotros y mantendré la guardia.

La cabeza de Cai se bajó y se inclinó a un lado.

—¿Qué hay de tu ala?


Los ojos de Adrianna se movieron a los suyos.

—Este no es el momento para mimarse. Si mis puntos de sutura


se rompen, solo tendrás que remendarme.

Hizo un esfuerzo valiente de actuar despreocupada. Su ala


retorciéndose la puso en descubierto.

Cai se quedó mirando por un momento muy largo. Adrianna


levantó su mentón. Un silencio.

Cai habló primero:

—Bien. Si crees que puedes lidiar con el dolor, será mejor que te
levantes y comiences a guiarnos. Usaré mi magia para esconder nuestros
rastros y nuestras esencias mientras vamos. No seré capaz de mantenerlo
infinitamente pero mi fuerza deberá durar hasta que hayamos aclarado
este desastre.

El rostro de Adrianna estaba sombrío mientras apretaba su equipo


en preparación para volar. Una vez hecho, dijo:

—Diré direcciones si las necesitan. —Con eso, se lanzó hacia


arriba.

Cai soltó un suspiro exasperado, puso más alto su mochila y


comenzó a marchar a través del claro.

Yo tuve dificultad siguiendo; mis ojos se habían encajado en el


cuerpo de Dimitri.

—¿Qué hay de él?

Liora deslizó su mano alrededor de mi muñeca.

—No hay nada que podamos hacer por él ahora.

Por supuesta, ella tenía razón, pero no podía moverme. Había


evadido mirar, realmente mirar, antes de ahora. Sus ojos todavía seguían
abiertos, vidriosos y sin vida. La flecha que había enviado a través de su
pecho sobresalía en un ángulo absurdo, mientras el ala rota de su hijo
yacía en una piscina de sangre a su lado.

—No se vuelve más fácil —murmuró Frazer. Como si él también


hubiera experimentado esa fría y retorcida vergüenza.
Lágrimas quemaron mi visión. Parpadeé rápidamente y me giré.

—Vamos.

Liora soltó mi muñeca y caminamos lado a lado. Frazer caminó a


nuestro lado con suaves pisadas. Mientras me movía bajo la celosía del
bosque, traté de razonar con mis fantasmas: las sensaciones de disgusto
de tomar otra vida y la culpa por no ir tras Wilder. Simplemente se
situaron en lo alto de mi mente como aceite en agua. Cabeza y corazón
se enlazaron en batalla, yo solo estaba parcialmente al tanto de Frazer
enviándome algo a través de nuestro vínculo.

Entonces me golpeó: amor, incondicional y fuerte. Él nunca había


dicho esas palabras. Nunca lo había mostrado a través del vínculo. No es
que necesitara hacerlo. Lo había sabido.

Sí, lo había sabido. Pero esto era diferente.

Porque él había visto todo: los pensamientos viles, las buenas


andanzas; cada recuerdo. A través de todo ello, a pesar de todo, me
amaba.

Estudié las duras líneas de su rostro, las partes de su espalda


donde sus alas índigo una vez yacían, y aquellos ojos azules donde las
sombras todavía habitaban. Tal vez, aquellas pesadillas siempre cazarían
su rostro, incluso si el amor brillaba en tándem. Eso, ahí, era lo que nos
hacía parientes. Porque él entendía lo que era ser un alma perdida en el
mundo. Una estrella caída, exiliada de casa.

Una clase sombría de reconocimiento fluyo desde él.

No me lavé las manos o traje de vuelta a los seres queridos. Y ese


vacío nació de la muerte de mis padres que ahora dolía por Wilder;
todavía estaba allí. Pero nuestra afinidad y su absoluta aceptación me
sostenían. Los pensamientos de Frazer rozaron los míos. Tenían una
sensación tentadora. Si el cielo nocturno no nos desea, construimos juntos
un hogar.

Otra emoción se estremeció a través del vínculo. Reconocí la luz


que fluía y nos calentaba a los dos.

Esperanza. Frazer tenía esperanza.

Dejé que eso me llevara al norte, a Ewa.


“Solo a través de la oscuridad de la noche podemos ser guiados
por la luz.” —Meera Garland.
Agradecimientos de la autora
AKOE fue elaborado con el apoyo de tres muy talentosas
mujeres.

Linda, editora extraordinaria, muchas gracias por prestar tu ojo


de águila en esta historia.

Rachel, ¿qué puedo decir? Tu arte en la portada es un sueño.

Melissa, el mapa es increíble. Capturaste Aldar a la perfección.

Este libro le debe mucho a R.L.P. Me mantuviste cuerda. Me


mantuviste riendo. Y sobre todo, me mantuviste creyendo.

A mi madre, hermana, hermano, los amo a todos.

Roo, eres un gato hechicero, y la bola de pelos más dulce que


puedas imaginar. Me mantienes compañía cuando estoy luchando con
las palabras. Aunque, tu desafortunado hábito de sentarte en mi
regazo mientras estoy escribiendo te convierte literalmente en un
dolor de trasero.

Finalmente, a ti, lector. Si te has llevado a Serena y a su alegre


(y no tan alegre) banda de marginados en tu corazón, entonces
gracias, gracias, y gracias de nuevo.

S.B.Nova
Próximamente
A Kingdom of Nomads (Outcast #2)

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