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Orígenes de la Independencia Hispanoamericana

Orígenes de la Independencia Hispanoamericana

Resumen: Breve descripción de los principales acontecimientos que desencadenaron los


movimientos independentistas de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX en América
Latina

-La metrópoli subdesarrollada

A finales del siglo XVIII, se da una paradoja histórica; existe un régimen colonial que
tiene por centro una metrópoli “subdesarrollada”. España, dueña de los inmensos dominios
americanos, no ve los beneficios de dicha dominación, pues su estructura económica le
impide beneficiarse de ellos, o al menos, en la proporción que correspondería a tan vasto
imperio.

Con el arribo de los Borbones al poder, los intentos por reformar esta situación
tuvieron diferentes ideas inspiradoras; en muchos casos incluso contradictorias,
mezclándose tendencias tradicionales con otras modernas y progresistas. El objetivo, sin
embargo, nunca fue construir una nueva estructura económica, sino reformar la existente,
esencialmente agrícola, con sólo unos pocos asomos de desarrollo industrial. El acento fue
puesto, mediante reformas tributarias y legales, en el afianzamiento de este sector
(agrícola) en desmedro del fomento industrial.

Hubo incipientes intentos de industrialización, sobre todo en el rubro textil, en


Cataluña y otras provincias. Los fabricantes y mercaderes esperaban abrir nuevos nichos
para sus productos, o al menos generar un mercado de consumo interno, lo cual no ocurrió,
debido, principalmente, a un esquema insalvable para esta época en España: la mentalidad
proclive al gasto suntuario o la adquisición de tierras, y no a la inversión del capital ganado,
además de la tendencia casi nula al ahorro de la aristocracia española y de la sociedad en
general. Todo ello, sumado a otros importantes factores (deficiente sistema de carreteras y
comunicación, apatía gubernamental, oposición férrea de los propietarios agrícolas)
impidieron el desarrollo de un mercado nacional español, o al menos en las colonias, ya que
el comercio exterior sólo fue visto como salida de excedentes agrícolas.
Si bien hubo cierto impulso reformista bajo la administración de Carlos III, éste se
centró, como en las administraciones anteriores, en el desarrollo agrícola. Por otra parte, el
auge de la Revolución Francesa había puesto en entredicho la legitimidad de la corona
como gestora de reformas, y era ésta el único ente con capacidad técnica para llevar a cabo
un proceso de reforma estructural con éxito. Entretanto, las colonias americanas suplían de
otras fuentes las carencias del mal manejo administrativo español, fundamentalmente con el
comercio, legal e ilegal, con barcos ingleses.

De 1780 a 1800, el desarrollo fabril inglés no tuvo prácticamente contrapeso en el


mundo; los niveles de exportación de su producción nacional no tenían paralelo con
ninguna otra potencia, excepción hecha de la pálida sombra de Francia. En la práctica, el
único límite para el comercio británico fue el propio poder adquisitivo de sus clientes. En
cuanto a Hispanoamérica, el interés de Gran Bretaña fue siempre puramente comercial, y
no encontró justificación suficiente para disputar las colonias a España por vía de la guerra
abierta. El comercio y el tráfico resultaban más cómodos y lucrativos. Por último, desde la
perspectiva sicológica, una Inglaterra pujante que, sin embargo, había perdido sus colonias
norteamericanas, y una España decadente, que aún las mantenía (a decir de los
americanos ¿en virtud de qué?) causó un profundo impacto.

-Correlación de fuerzas

En América, el equilibrio de poder se sostenía en la correlación de tres fuerzas: la


administración (el prestigio político de la corona y sus funciones burocráticas y judiciales) la
Iglesia, (sostenida por la administración y el poder económico) y la elite local, conformada
por españoles y criollos, pero poseedores de una fuerte identificación local y de intereses
diversificados entre la tierra, la minería y el comercio.

En conjunto, y a lo largo del tiempo, estos tres grupos desarrollaron en las colonias
efectivas formas de contrarrestar el poder de la corona, manteniendo cierta independencia
en cuanto a sus intereses locales. Sin embargo, las reformas llevadas a cabo por los
Borbones alteraron esta relación, ya que el Estado redujo el poder y la tierra de los
hacendados locales, al realizar reformas económicas estatizantes (empequeñeciendo a las
clases dominantes locales) y administrativas (creación de nuevos virreinatos, métodos de
gobierno y puestos de funcionarios) todo lo cual fue percibido como un ataque a los
intereses locales. La política de gobierno racional, implantada por la corona, fue saboteada
en las colonias, e influyó en la decisión de tomar el poder a fin de evitar futuras y molestas
intromisiones de la monarquía.

Con estas reformas, la iglesia también resultó debilitada. Una muestra de ello fue la
expulsión de los jesuitas en 1767. Esta expulsión fue interpretada como ataques nacionales,
en vez de ver en ello una afirmación de la autoridad imperial. En cuanto a los criollos, si bien
se resintieron de esta medida, su comportamiento fue ambivalente, ya que pronto pasaron a
usufructuar los bienes que los jesuitas habían dejado.
La supresión de los privilegios eclesiásticos, piedra angular en el espíritu de las
reformas, buscó la manera de ejercer un mayor control de la monarquía sobre la iglesia, a
través del recorte del fuero eclesiástico. La estrategia era que, una vez debilitado su poder
jurídico, podía echarse mano a las propiedades, ante lo cual la iglesia reaccionó con dureza.
Aunque logró conservar gran parte de su poder y patrimonio, se resintió lo suficiente de las
reformas como para ganar ente sus filas adeptos a la causa independentista,
particularmente en México.

-El papel de los ejércitos locales

España no disponía de muchos efectivos (oficiales y tropas) peninsulares, por lo cual


debía reclutarlos en las colonias. La carga de la leva local, tuvieron que solventarla las
economías locales, con el consecuente desagrado. Sin embargo, ante un hecho puntual,
España se percató que, más que crear un ejército español, lo que se estaba formando eran
ejércitos nacionales, que eventualmente podían (como de hecho ocurrió) volverse en su
contra.

Esto quedó de manifiesto cuando estalló una rebelión indígena en el Alto Perú, en
1780. Entonces, como lo temía la corona, la milicia local demostró ser un arma de doble filo,
pues su lealtad y eficacia fueron puestas en entredicho (se envió a indios y mestizos a
sofocar una rebelión de indios y mestizos). Tuvo que ser enviado un ejército regular de la
costa para terminar con el foco, comandado por oficiales españoles y compuesto
principalmente por negros y mulatos.

A raíz de dicha rebelión, el control de la fuerza fue encomendado al ejército regular, y


el fuero militar y la promoción en las carreras fueron restringidos para los criollos, que vieron
truncados su desarrollo en la oficialidad. Sin embargo, aunque las clases dirigentes de
América se sintieran frustradas al ser desplazadas en el mando militar por los españoles,
esto constituía un factor de cohesión, ya que el miedo a las castas y a las clases populares
era mucho mayor que su aversión a la metrópoli.

Sin embargo, aunque reducida, la americanización de las jerarquías militares fue un


proceso continuo, creciente e irreversible. La corona no percibió esto como un peligro
mayor, puesto que hacía descansar su poder sobre la antigua legitimidad monárquica y su
sistema administrativo.

-Medidas impopulares
A medida que las reformas Borbónicas se profundizaron, mayores fueron los
síntomas de decadencia que experimentó el dominio español.

Debido a las guerras con Gran Bretaña, el imperio hispano exigió cada vez mayores
partidas de ingresos, los cuales se convertían rápidamente en fondos para financiar su
política exterior.

Por una parte, esto generó altos impuestos; y por otra, escasez, con el consiguiente
resentimiento. Se comenzó a percibir el dominio español como un obstáculo al comercio y a
la productividad, se resistió (a veces violentamente) la recaudación de impuestos
imperiales, y el deseo de establecer una autonomía local creció.

En este contexto, la situación más delicada se vivió con la promulgación del decreto
del 26 de diciembre de 1804, llamado de la Consolidación de Vales Reales, el cual consistía
en la confiscación de los fondos de caridad que poseía la Iglesia y su remisión inmediata a
España.

Esto no sólo afectó al patrimonio específico de la Iglesia, acumulado por siglos de


donaciones y legados de los creyentes, sino también a las economías locales, ya que estos
fondos eran puestos en circulación por la iglesia como capitales activos, efectuando
principalmente préstamos; por ejemplo, a quien quería comprar una casa o un terreno. La
recaudación de los fondos representó otro duro golpe más para las colonias.

Además de ser una medida impopular, dejó en evidencia la honda corrupción del
sistema administrativo español: de los millonarios fondos que se recibieron, un gran
porcentaje quedó en manos de los funcionarios que lo recaudaron, por concepto de
comisión. Ello generó una crisis de confianza y una cohesión horizontal en las clases de
América, en el sentido de buscar una solución a los problemas de autonomía.

-El comercio marítimo

La idea de los reformadores era exportar, a un mercado imperial, productos agrícolas


(y en menor medida manufacturas) en barcos propios. Para ello, se rebajaron tarifas, se
abrieron puertos y se autorizó el comercio entre las colonias. En el centro de este impulso al
comercio marítimo estaba siempre, desde el principio, el desarrollo español, no el de las
colonias. La estructura de la exportación de materias primas de América, además de
metales preciosos no se alteró.

El aumento del comercio trasatlántico fue notable, y la producción agrícola y fabril


españolas tuvieron un auge notorio. Cádiz y Barcelona se consagraron como los puertos de
entrada y salida del mercado imperial español.

Las exportaciones americanas no complementaban la producción hispana, sino que


competía con ella. La corona, por su parte, cegada en el esquema colonial, no hizo esfuerzo
alguno por complementar estos sistemas de producción, y los productos faltantes fueron
suplidos por extranjeros, quienes incrementaron su margen de participación en el
intercambio comercial americano.

A fines del siglo XVIII, el sistema hizo crisis. Se generaron bancarrotas, la industria
local decayó, y los productores americanos no podían, por ley, comerciar con otras
naciones. Si bien es cierto que el libre comercio potenció algunos sectores (agrícola,
principalmente) más que nada afianzó el sistema de dominación colonial, desmembrando
de paso los sistemas de producción regionales, de manera que en América los intereses de
las regiones eran contrapuestos, produciéndose fricciones, las que heredarían después las
nuevas repúblicas.

Desde el punto de vista de la administración hispana, esto era una condición


necesaria para el dominio político. Es por esta razón que, pese a que todas las condiciones
eran favorables para implementar una política de industrialización de las colonias
americanas, esto no se llevó a cabo, porque se percibía claramente la amenaza que ello
significaba para el comercio de la metrópoli. La excusa oficial fue que la industria podría
quitar mano de obra a las necesidades primordiales de la economía de guerra española: la
minería de oro y plata y la producción de frutos coloniales. Se instruyó específicamente a
los funcionarios reales para sofocar cualquier intento fabril, y, si era necesario, destruirlo por
la fuerza. Esto se hizo parcialmente, ya que gracias al bloqueo español algunas
manufacturas pudieron sobrevivir a la fiscalización, pero esto no fue en modo alguno
suficiente, ya que la estructura económica latinoamericana estaba afianzada como
productora agrícola y minera.

Pese a que se produjo un repunte de la producción minera en México y Perú a fines


del siglo XVIII, España no pudo ver los beneficios, ya que, paradojalmente, su flota
comercial y su poder naval habían sido barridos por los ingleses, acelerando con ello el
proceso de decadencia del imperio

-La guerra con Gran Bretaña


En abril de 1797, la armada británica bloqueó los puertos españoles, Cádiz,
principalmente, pero también Barcelona. Las consecuencias para España fueron nefastas,
ya que todo su comercio marítimo quedó paralizado, produciéndose una enorme escasez
de insumos en América. Mientras se discutían las soluciones al bloqueo (la cual se centraba
por un lado, en liberalizar el comercio, y por otro, en mantener el monopolio) los puertos
americanos, comenzando por la Habana, simplemente abrieron sus mercados al comercio
con países neutrales.

Al ver esto, los españoles reaccionaron, y adoptaron, como medida tardía, el permiso
de comercio con neutrales, a condición de que estos pasaran primero por puertos
españoles. Bajo esta modalidad, por un tiempo, el comercio con las colonias tuvo un
repunte, y los volúmenes de intercambio volvieron a ser significativos.

Al finalizar la guerra con Inglaterra, España trató de revocar el decreto, pero los
puertos hispanoamericanos hicieron caso omiso de la medida y prosiguieron como si nada
el comercio con británicos, norteamericanos y de otras potencias europeas. Los barcos
españoles que trataron de hacer la ruta atlántica fueron interceptados por la flota británica, y
muy pocos de ellos pudieron alcanzar las costas de las colonias. En este punto, América
Latina ya había dejado de lado el comercio con la península, y la independencia económica
fue antes que la independencia política.

Cómo pálido reflejo del poder de otros tiempos, la corona española trató de mantener
un simulacro de poder, vendiendo licencias comerciales, pero esto no duró. Los
norteamericanos pasaron entonces a sustituir a los españoles en el papel de socio
comercial de las colonias españolas.

Una vez finalizada la guerra con Gran Bretaña, España trató de recuperar el antiguo
monopolio comercial, pero se enfrentó con la protesta decidida de las colonias. En 1805 se
autorizó el comercio con barcos neutrales, pero esta vez, sin la obligación del retorno a
puertos españoles, lo cual era la confirmación, algo ridícula, de la desaparición de España
como agente de importancia en el comercio trasatlántico. Como muestra, un dato elocuente:
en 1807, España no recibió ni un solo cargamento de metales preciosos provenientes de
América.

Para la economía española, esto fue un desastre. Sus manufacturas, carentes de


mercado, se hundieron, el sector agrícola entró en receso y la carencia de metales
preciosos (sobre todo oro) afectó el circulante, y por ende, todo el comercio. España se dio
cuenta que había perdido el control económico de las colonias, y ahora estaba en tela de
juicio el dominio político.
-La situación de los criollos

Los españoles nacidos en América vivían con la presión de la administración colonial.


Desde la segunda generación de españoles nacidos en las colonias, éstos tuvieron que
competir por los puestos en la administración con los españoles peninsulares. La principal
diferencia estribaba en que, mientras el español “de España” venía designado a América
para hacer carrera, para los criollos, sobre todo si no eran ricos, un puesto en el Estado
constituía una necesidad, un medio para ganarse la vida. De otra forma, salvo que fueran
terratenientes, y no todos lo eran, se quedaban sin empleo, en una situación bastante
difícil.Esta rivalidad se acrecentó con el tiempo. Por muchos años, los criollos no tuvieron
mayores problemas para ascender a las más altas jerarquías administrativas, militares y
eclesiásticas, formando estrechos lazos de poder entre sus familias. La corona se percató
de ello, y desde 1758 a 1808, tomó medidas para “desamericanizar” las cúpulas de poder.
La antipatía entre unos y otros era evidente.

Sin embargo, la cuestión racial añadió matices a esta relación, ya que, respecto a
esto, la actitud de los criollos era más bien ambivalente. Existía antipatía, sí, pero había
fuertes motivos para las clases poderosas de permanecer, con antipatía y todo, junto a
España y sus funcionarios, ya que esta relación representaba un lazo con la administración
imperial, y el miedo a las clases populares y a las castas era mucho mayor que cualquier
otra cosa.

Los criollos sabían bien que su poder emanaba, entre otras cosas, de cuán blancas
permanecieran sus familias y sus círculos cercanos, en el sentido de no mezclarse con el
pueblo (compuesto de indios, esclavos negros, mulatos, etc.) aunque en muchas partes
hubo castas que mejoraron su condición social y se integraron, mediante cédulas de
blancura, en las respectivas aristocracias locales. Sin embargo, el miedo a la revuelta de las
clases bajas era más poderoso que cualquier competencia con la península.

Los Borbones, al implementar una política de acercamiento de las castas (como una
manera de liberar la presión que estas, cada vez más, ejercían) a través de la venta de
cédulas y certificados de blancura, y de permitir el ingreso de no blancos a las jerarquías
militares, añadieron un motivo más para que los criollos, sintiéndose amenazados por estas
medidas, buscaran independizarse.

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