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• Durante las últimas semanas, al reflexionar sobre lo que les podría decir esta noche, he pensado muchas veces en la bendición que tenemos de poseer el sagrado sacerdocio de Dios. Cuando miramos al mundo
en su totalidad, con una población de más de seis y medio millares de millones de personas, nos damos cuenta de que somos un grupo muy pequeño y selecto. Los que poseemos el sacerdocio somos, en las
palabras del apóstol Pedro: “…linaje escogido, real sacerdocio…”1.
• El presidente Joseph F. Smith dijo que el sacerdocio es: “El poder de Dios delegado al hombre, mediante el cual éste puede ac tuar en la tierra para la salvación de la familia humana…, por medio del cual se pued
declarar la voluntad de Dios, como si ángeles estuviesen presentes para declararla ellos mismos,… mediante el cual los hombres están facultados para que lo que aten en la tierra sea atado en los cielos, y lo que
desaten en la tierra sea desatado en los cielos”. El presidente Smith agregó: “[El sacerdocio] es sagrado, y la gente debe conservarlo sagrado”2.
• Mis hermanos, el sacerdocio es un don que trae aparejado no sólo bendiciones especiales sino también responsabilidades solemn es. Es nuestra responsabilidad vivir de manera tal que seamos dignos del
sacerdocio que poseemos. Vivimos en una época en la que nos encontramos rodeados por muchas cosas que tienen la intención de atraernos a caminos que nos conducen a la destrucción. Evitar esos caminos
requiere determinación y valor.
• El valor es importante. Esa verdad la aprendí hace muchos años por medio de una experiencia vívida y dramática. En ese entonc es prestaba servicio como obispo. Se llevaba a cabo la sesión general de nuestra
conferencia de estaca en el Salón de Asambleas de la Manzana del Templo, en Salt Lake City; se iba a reorganizar nuestra presidencia de estaca. El Sacerdocio Aarónico, incluyendo a los miembros de los
obispados, estaba encargado de la música para la conferencia. Cuando terminamos de cantar el primer número musical, el presid ente Joseph Fielding Smith, la autoridad que nos visitaba, leyó desde el púlpito lo
nombres de la nueva presidencia de estaca, para que la congregación los aprobara. Entonces mencionó que Percy Fetzer, quien sería nuestro nuevo presidente de estaca y que John Burtstoy sería nuestro prime
consejero —cada uno de los cuales había sido consejero en la presidencia anterior— ya sabían con anticipación acerca de su nuevo llamamiento, antes de comenzar la conferencia. Pero él indicó, que yo,sin
embargo, que había sido llamado como segundo consejero de la nueva presidencia de estaca, no había tenido conocimiento de mi llamamiento hasta ese momento, en que se había leído mi nombre para el voto
de sostenimiento. Después anunció: “Si el hermano Monson está dispuesto a aceptar este llamamiento, nos gustaría escuchar sus palabras ahora”.
• Cuando me paré ante el púlpito y miré ese mar de personas, recordé la canción que acabábamos de cantar; se refería a la Palab ra de Sabiduría y se llamaba: “Ten valor, hijo mío, para decir que no”. Ese día esco
como tema de mis palabras: “Ten valor, hijo mío, para decir que sí”. Todos necesitamos valor constantemente, valor para defen der nuestras creencias, valor para cumplir nuestras responsabilidades, valor para
honrar nuestro sacerdocio.