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© Ignacio Martín Jiménez, 2001 Temario Específico – Tema 21

TEMA 21: GRANDES LÍNEAS DE INVESTIGACIÓN


HISTÓRICA EN LOS SIGLOS XIX Y XX.

1- PLANTEAMIENTO.
2- EL NACIMIENTO DE LA HISTORIOGRAFÍA
CONTEMPORÁNEA: LA HISTORIA BURGUESA DEL XIX.
3- EL MATERIALISMO HISTÓRICO.
4- LA DESTRUCCIÓN DE LA HISTORIA COMO CIENCIA.
5- LA RECONSTRUCCIÓN DESDE OTRAS CIENCIAS
SOCIALES.
6- LA RECONSTRUCCIÓN DE HISTORIA DESDE SÍ MISMA:
DE LA ESCUELA DE LOS ANNALES AL MARXISMO.
A- LOS ANNALES.
B- LA RENOVACIÓN DEL MATERIALISMO HISTÓRICO.
C- ESTRUCTURALISMO.
7- LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA ACTUAL.
8- BIBLIOGRAFÍA

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1- Planteamiento.
La historiografía atraviesa en la actualidad por una profunda crisis metodológica y
formal, propia de las coordenadas mentales de la posmodernidad. En síntesis podría decirse
que la ausencia de un horizonte histórico futuro (en cualquiera de los siglos pasados existía un
ideal de futuro como colectividad, del que hoy se carece en absoluto) produce una
incapacidad de proyectar el conocimiento histórico hacia el pasado. El hombre posmoderno
se convierte de esta forma casi inevitablemente en un producto homogéneo de la nueva
sociedad industrial, en ese "hombre cósmico" del que habla Wyndham Lewis habla,
desnacionalizado, e incluso habría que decir sin raíces, sujeto al ocaso de la historia. El
occidente actual es una cultura sin relato, y por tanto sin historia, especialmente una vez
fracasado el última intento de constituir un horizonte, el marxismo. Caído el comunismo como
única otra alternativa, fracasados el Mayo francés del 68 y la Primavera de Praga, occidente
se debate en un tiempo sin historia.

En efecto, la caída del comunismo, la reducción de todos los modelos políticos al ya


hegemónico democracia-capitalismo (fin último del tortuoso camino de pruebas históricas
desarrolladas, podría interpretarse -y de hecho se interpreta desde posiciones conservadoras-
) anunciaría supuestamente el fin de la Historia: recientemente Francis Fukuyama ha titulado a
su obra precisamente así, El fin de la Historia, dando por sentado que el ciclo evolutivo
histórico llega a su anunciado fin, y en el futuro costará distinguir sistemas y etapas históricas,
características diferenciales: todo será un confuso caos de elementos heterogéneos y
sincréticos, autorrepetidos.

La Historia como ciencia pierde el sentido que venía poseyendo en cuanto los
historiadores dejan de percibirla como guiada por un fin. El azar, la consideración de la no
perfectividad como norma de la evolución, la dispersión e impredictibilidad actual, obligan a
un replanteamiento y relativización del sistema de falsas seguridades de que hasta hace poco
estaba dotado la Historia, tanto por la historiografía liberal como por el marxismo
catequístico.

Aún fuera de los más radicales postulados neoidealistas actuales, encarnados por
ejemplo por Fukuyama, la mayoría de los diagnósticos actuales sobre la Historia redundan en
expresiones como "Tiempos de incertidumbre", "crisis epistemológica"; los principios de
inferencia y relatividad son aplicados como concepción epistemológica a una ciencia que, en
tanto discursiva -capacidad de establecer niveles de lectura sobre un conjunto de datos y
hechos-, siempre estuvo amenazada por el talante "subjetivista" del historiador, por su
proyección intencionada o no sobre los hechos historiados. Pondremos un ejemplo: cuando
Menéndez Pidal y Sánchez Albornoz se enzarzaron en una férrea lucha sobre el talante que en
España había tenido la República romana, en realidad estaban sosteniendo un enfrentamiento
sobre unos postulados de fondo que no reproducían la situación bélica anterior a la guerra
civil de 1936: hablaban, vaya, de "otra" España republicana. Como en el conjunto de la
ciencias, en la Historiografía comenzó a incluirse las conclusiones finales del principio de
inferencia ("el observador influye sobre lo observado"), a descartarse la validez de los
anteriores paradigmas historiográficos (entre ellos aquellos con aspiraciones de mayor
"objetividad" esa visión neopositivista de la historia, que pretende contar los hechos sin
analizarlos, una historia "de tijera y cola"). Como afirma Fontana, tras cada producción
historiográfica existe una teoría de la historia, es decir, un pensamiento que sirve al historiador
para orientar su trabajo, con sus ideas sociales y políticas subyacentes y su proyecto social
para el futuro. Tal vez, como indicábamos antes, la ausencia de un proyecto social, colectivo,
para el futuro -¿qué queda fuera del estrecho margen de ese Estado capitalista neoliberal hoy

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absolutamente hegemónico?; ¿cuáles son sus alternativas?-, se sitúa en la incapacidad actual


que algunos historiadores denuncian para hacer historia.

La causa principal de la crisis de la Historia hay que buscarla en el eclipse de los


modelos de compresión, de los principios de inteligibilidad que habían sido aceptados por los
historiadores hasta los años 80. La Historia tiene un carácter dinámico, abierto: es un campo
en continua revisión. Por otro lado, el reconocimiento de la "huella" del historiador en lo
historiado, el reconocimiento de sus intenciones -conscientes o no- ha provocado una crisis en
la confianza de la Historia como ciencia. Basta comprobar cómo todos los consensos sobre
temas históricos se han ido borrando a un ritmo vertiginoso: a cada tesis historiográfica le
sucede su conjunto de trabajos cuya finalidad es precisamente rebatir sus conclusiones,
cuando no sus métodos de trabajo, fuentes, postulados de fondo... Desde el punto de vista
del destinatario, del lector -especialista o no en la Historia-, el resultado es así desolador: la
profusión de obras de Historia sobre un mismo tema, que además parten de conceptos
metodológicos, intencionales, etc., diametralmente opuestos, hacen de la Historia un campo
crecientemente confuso: hoy cuesta más que nunca saber siquiera qué significa el concepto de
"revolución francesa", "neolítico", "visión histórica del marxismo"... Por otra parte, la
popularización de la historia ha ido acompañada por el predominio en el mercado editorial de
un tipo de historiografía simplista, dogmática, anecdótica, de gran consumo popular pero que
se escribe a costa de sacrificar los pocos principios historiográficos que pueden salvarse de
esta crisis epistemológica que sufre la historiografía.

Sin embargo, sobre este panorama de crisis -que estrictamente, como veremos, no es
nuevo, sino que abarca a los últimos dos siglos- también se dibujan conclusiones positivas. La
definición de una nueva forma de hacer y leer la historia, que acepte la proyección de la
subjetividad del historiador -a cambio de que éste acepte a un proceso de "autocontrol" de
sus intencionalidades, mediante la inclusión y debate en sus obras de otras interpretaciones
historiográficas- como un factor inevitable pero que no invalida radicalmente sus
investigaciones, y que acepte la parcialidad de los resultados y conclusiones de cada una de
las investigaciones -esto es, el carácter permanentemente abierto que debe atribuirse al
conocimiento histórico-. Se trata, pues, de una concepción de la historia no dogmática, plural,
abierta -la historia concebida como una ciencia de síntesis en continua evolución-, que tal vez
deba renunciar a otra exigencia metodológica que no sea la coherencia interna en la
formulación de sus discursos historiográficos.

En los siguientes epígrafes veremos cómo se han ido forjando los grandes paradigmas
historiográficos de los siglos XIX y XX; y lo haremos, más que con una pretensión de
exahustividad, intentando mostrar las relaciones entre las distintas corrientes del pensamiento
histórico.

2- El nacimiento de la historiografía contemporánea: la Historia burguesa del XIX.

El nacimiento de la historiografía contemporánea hay que situarlo en relación con la


emergencia de la burguesía en el siglo XIX. Este sector social precisaba fortalecer su nuevo
orden a través de un mensaje integrador de voluntades y enmascarador de los conflictos
sociales latentes. Se trataba de "nacionalizar el pasado", de explicarlo y magnificarlo con la
idea de colaborar a la construcción del sentimiento de nacionalidad, de pertenencia a un "ente
común" para así justificar mejor el orden burgués imperante. Paralelamente a este nacimiento
de las historiografías nacionales, se inició un adoctrinamiento de las masas populares que
coincide con al aparición de la instrucción pública. La introducción de la historia en la escuela,
la profesionalización de las tareas historiográficas y la publicación de los primeros manuales

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divulgativos, respondieron a ese objeto de difundir los valores del orden social burgués a
través de una visión nacionalizadora e idealizada del pasado.

Durante el siglo XIX, la educación secundaria supone el ámbito de adquisición de los


conocimientos-marcas de clase propios de los sectores sociales dominantes: se trata de un
nivel educativo marcado por coordenadas intelectualizadas propias de élite: formación
aristocratizante, idealista-espiritualista (sin conexión con lo real, con cierto desapego de lo
contingente, y fijación por lo esencialista), con cierto desprecio respecto a todo lo que
suponga la masa, etc.

El Romanticismo (Chateaubriand, Michelet, Herder, Fustl de Coulanges) y el


Positivismo (Taine, Comte) tratan de edificar una explicación del pasado acode con esto
planteamientos de la burguesía dominante. En Alemania la historiografía nacional prusiana
debió encaminar todas sus energías y esfuerzos a colaborar en la construcción de un
nacionalismo exacerbado, entre cuyas características más acusadas se encuentra la
mitificación del estado, que se identifica con el concepto de nación. En este marco se
desarrollo el Historicismo alemán de Ranke, fruto de un cierto sincretismo entre romanticismo
y positivismo.

El positivismo supone una reacción frente a dos siglos de predominio del idealismo:
para éste, el motor de la Historia es el desarrollo de una idea en la práctica. Pero frente al
providencialismo, en el que Dios controla y mediatiza su transcurso (y por tanto la "idea" aquí
en desarrollo sería la salvación del hombre de acuerdo al plan divino), el idealismo coloca este
desarrollo eidético del lado de lo estrictamente natural, incluso de lo biológico: es el caso de
Herder (los pueblos y su historia como desarrollo de una etnia peculiar -base del racismo
alemán posterior, que ve así justificados muchos de sus postulados-) cuando concede un valor
determinante a la lengua a la hora de determinar las diferentes razas (en su Filosofía del
lenguaje).

Por su parte, la historia consistirá para los idealistas en un proceso de racionalización


progresivo, concebido como un "parto doloroso" en el caso de Kant, y como una lucha de
contrarios dialéctica en Fichte y Hegel (aunque reconoce que la razón no siempre actúa de
forma inmediata -"la razón hace que las pasiones obren por ella"-, también declaró que los
individuos son herramientas inconscientes de la fuerza del mundo, y que carecen de voluntad
propia).
El positivismo huirá de ese marco de acción presidido por el desenvolvimiento de
ideas en su desarrollo temporal. Heredero de la Ilustración, su punto de partida
(especialmente formulado por Comte) es la evolución histórica a través de tres estadios: el de
predominio de lo teológico como fuente de interpretación del presente; el estadio metafísico; y
el estadio positivo que el protopadre Comte habría inaugurado, caracterizado por conocer la
Naturaleza a través de la razón.

Su interés por la historia estriba en que el pasado es un campo en el que se pueden


analizar las leyes, los mecanismos por los que se rige la Humanidad (desde este punto de
vista, Durheim podría ser considerado como el padre de la Sociología, aunque desde luego
con una componente determinista evidente).

En su búsqueda de objetivación de la Historia, Taine muestra este constante trasvase


entre el método racional propio de los campos científico-naturales y la búsqueda de una
historiografía "objetiva", con evidente rigidez: es la Historia anatómica y mecánica de Taine.
A nivel de investigación, se trata de un método de "tijera y cola", es decir, de mera

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recopilación de verdades "objetivas" (¿pero es que hay alguna selección que sea
absolutamente neutral, "inocente"?), a fin de que la vertiente subjetiva del hombre intervenga lo
menos posible.

A pesar de las críticas al positivismo que supone el historicismo, tienen varios puntos
en común:

. Pretensión de objetividad. Responden a una misma concepción de la historia: el empeño de


mostrar "sólo lo que realmente existió y sucedió" (Ranke)

. Historia de "lo relevante" (hechos políticos, personajes...) La tarea del historiador se


circunscribe a dar cuenta empíricamente de las personalidades y de los hechos políticos
irrepetibles del pasado que han ayudado a conformar los estados nacionales (auténtico objeto
de investigación)

. Identificación entre el historiador y lo narrado: es decir, no se acepta la "huella", la


"proyección" de quien interpreta los hechos, postulando sus narraciones históricas como un
hecho objetivo. De hecho, la pretensión positivista radica en la creencia de que el historiador
no debe ir más allá de las fuentes: en la práctica, resulta una historia "de cola y tijera", de
exposición supuestamente objetiva de documentos, datos y fuentes directas. Pero sin embargo
no se tiene en cuenta que la propia selección de unas u otras fuentes, de unos u otros datos,
constituye en sí misma una opción subjetiva: priorizar (pues es imposible poner todas las
fuentes documentales) equivale a aceptar qué debe ser resaltado, desde qué punto de vista,
etc.

. Obsesión erudita de las fuentes, utilizando unas completas técnicas de crítica textual que
aseguren la autenticidad de los testimonios manejados, y cuidado de presentación en los
resultados para crear un estilo por medio de una bella narración.

Tras estas pretensiones de neutralidad, cientificidad y asepsia, existe y subyace una


teoría social elitista -la historia es la narración de los grandes hechos, entre los que destacan
los bélicos, los que tengan una proyección territorial internacional...- y una filosofía finalista en
la que la historia aparece siempre como un largo camino que conduce inexorablemente al
triunfo de los valores del estado liberal-capitalista; bien entendido que aquí caben
matizaciones según las peculiaridades de cada proceso de gestación nacional.

La influencia del positivismo e historicismo traspasará las fronteras del siglo XX,
robusteciéndose con la incorporación de nuevas filosofías y teorías, y su impronta se dejará
sentir largo tiempo en la historia académica. La repercusión del acontecimiento y de lo político
que se está operando en la historiografía francesa de los últimos años (G. Duby y Le Roy
Ladurie) traslucen una forma de retornar al origen, tras la violenta reacción llevada a cabo
contra la historia evementacial por la escuela de los Annales desde los años treinta.

3- El Materialismo Histórico.

En el marco de las tensiones sociales de mediados del siglo XIX nace el materialismo
histórico de Marx y Engels (Las tesis sobre Feuerbach). En el materialismo histórico son
inseparables la visión de la historia y la interpretación que de ella se hace del proyecto social
antiburgués.

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Entre las tomas de posición teórico-metodológicas que plantean Marx y Engels


podríamos destacar:

- El antihistoricimo y el primado del razonamiento estructural. El marxismo da prioridad al


estudio de las estructuras sobre el de su génesis y evolución. Un razonamiento anti-historicista
no significa, en absoluto, un tratamiento anti-histórico: para el marxismo la estructura es
inseparable de su génesis, evolución y superación. pero la "historia" considerada desde el
punto de vista empirista, no como simple sucesión lineal de eventos, separada de la teoría, o a
partir de una concepción idealista o filosófica, es insuficiente en el sentido de la percepción de
la estructura.

- La producción y reproducción de la vida real es su base económica-material. El factor


determinante en última instancia de la estructura global social es el modo de producción del a
vida material, la economía. La economía consiste en la articulación, en una totalidad integrada,
de diversos elementos: producción, distribución, intercambio, consumo; justamente porque se
trata de un sistema estructurado, sus elementos actúan los unos sobre los otros, pero es la
producción el elemento predominante y estructurante.

- La causalidad última del movimiento histórico está representada por la relación dialéctica
entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción: la concepción de la lucha de
clases como "motor" de la historia.

4- La destrucción de la Historia como ciencia.

Los años que transcurren entre 1917 y la Segunda Guerra Mundial son difíciles para
las ideologías hasta entonces sostenidas, y no lo son menos para la historia. La burguesía ve
cómo su sistema se tambalea, y no reparará en medios para mantener el control social y
restablecer el orden. Esta realidad crispada acelera el proceso de destrucción de la historia
como ciencia. La amenaza de un materialismo histórico emergente dio un marcado carácter
antimarxista a todas las teorías que se encargarán de demostrar la inviabilidad científica de la
historia.

Croce y Collinwood defienden que la historia no puede ser sino un reflejo de las
preocupaciones presentes (Presentismo). No hay datos históricos objetivos, sino puntos de
vista "presentes" con los que nos aproximamos al pasado. La historia pasa a ser así algo
interesado, una búsqueda de supuesto refrendo en el pasado de aquello que se intenta
sostener en el presente. Como ejemplo de la historiografía presentista podría citarse a Turner
y su concepto de "frontera": según él, es esa vida de los pioneros en condiciones de extrema
dificultad, de "conquista", lo que acabará por dotar el carácter al norteamericano, mientras
que en el nivel político es la extensión de la democracia (un modelo de democracia que en
realidad dista mucho en los años de la conquista del Oeste y la vigente cuando Turner escribe)
lo que da sentido a la Historia de EE.U.

Pero no se trata tan sólo de incurrir en una proyección de los valores del presente a la
hora de intentar analizar las sociedades y procesos históricos del pasado, sino que esta forma
de proceder, una historia "para" defender la democracia -la historia como un arma, idea
también asumida por el marxismo a partir de un momento determinado-, es asumida por los
propios historiadores como legítima, conscientemente desarrollada, lo que lleva a una historia
desde luego acientífica, subjetivizada e interesada.

Otra representación de la muerte de la historia la constituyen las morfologías históricas

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que tienen en los filósofos de la historia, Spengler y Toynbee, a sus más claros cultivadores.
Buscan las regularidades repetidas a lo largo de la historia y deducible de caracteres
meramente formales, con independencia del entorno histórico en que se insertaban. Visiones
de conjunto, pues, brillantes, pero carentes de apoyo razonado, más ideológicas que
científicas: así, hablan de distintas fases de desarrollo histórico, cada una provista de una
características propias, que se aplicarían a toda civilización, desde la romana antigua hasta la
cultura burguesa: nacimiento, fase "medievalizante" o arcaica, fase de madurez, fase de
decadencia, muerte; culturas "faustica", etc. En cierto modo, se trata de la búsqueda de una
justificación para la supuesta necesidad de un cambio brusco de sistema, de la fundación de
un nuevo proyecto histórico, como serán las soluciones totalitarias, una vez "agotado" el
modelo del liberalismo burgués. En estas concepciones se apoyará el nazismo como discurso
histórico (desarrollando esta idea, el nazismo lo único que hace es acelerar un final inevitable y
agónico). Pero admitir tales premisas equivale a pensar que la Historia no es un decurso
abierto, y por tanto que la historia sólo resulta ser la narración de una fases hasta cierto punto
prefijadas de antemano.

En pleno siglo XX surgirá una maximalización de la búsqueda de leyes "naturales" al


comportamiento humano. Los propios títulos de las obras, o incluso la denominación del
conjunto de la corriente, "Historia morfológica" nos hablan a las claras del trasfondo de este
intento de encontrar factores suprahistóricos que rijan al desarrollo del comportamiento
humano en su devenir temporal.

Así, en 1911 Pettrie publica su famosa obra Las revoluciones de la civilización, en


la que postula la existencia de siete civilizaciones mediterráneas en su desarrollo, diríamos,
"biológico": nacen, crecen, se desarrollan, mueren... Pero Spengler irá más allá: en 1922
publica La decadencia de occidente, en la que aplica estos conceptos biológicos, en
concreto el de decadencia a la cultura occidental (cada civilización, se aventura, duraría unos
1.000 años), abogando así por el nacimiento de una nueva era. La fecha no es ni mucho
menos ociosa: en 1922 sube al poder Mussolini, y el nazismo empezará a reorganizarse.
Analogías y homologías (visibles a simple vista o con similitudes más profundas) son
entresacadas en la comparación de las culturas-civilizaciones, extrayendo así de estos
"paralelismos perfectos" entre esos casi diríamos organismos vivos como aparecen formuladas
las mismas, leyes de comportamiento universales. Spengler que habla del "invierno de la
cultura faustica", y Toynbee que en los albores de la segunda guerra mundial aplica los
principios de supervivencia de las especies a los pueblos (en definitiva, legitimando el "espacio
vital" como reacción ante los desafíos propios de las sociedades dinámicas). Hay que tener en
cuenta que, en el momento en que estas obras son formuladas, existe una especie de
conciencia profética generalizada, un afán de codificar el pasado en grandes estructuras ante la
certeza de estar en un mundo que se desmorona.

El desconcierto que producen estas filosofías neopositivistas sobre un importante


sector de la historiografía académica llega hasta nuestros días e impregna la práctica
investigadoras de muchos historiadores, escépticos sobre las posibilidades que le quedan a la
historia de "explicar algo" y defensores de la "vuelta a la narración" (Stone; se entiende: de una
"narración" como libre descripción, casi literaria, de los hechos reales del pasado)

5- La reconstrucción desde otras ciencias sociales.

Paralelamente, y a consecuencia del desafío que supone la aniquilación de la historia


como ciencia, se llevan a cabo intentos de reconstrucción del trabajo de historiador. En primer
lugar destacan los intentos realizados a partir del cuerpo doctrinal de otras disciplinas sociales,

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como la sociología, la antropología, la economía.

En Sociología fueron muy importantes las obras de Durkheim y Max Weber. Estos
autores inspiran la sociología funcionalista, en la que toda sociedad queda absolutamente
codificada en sistemas, elementos y estructuras, donde el hombre la diacronía se diluyen y
todo está equilibrado y programado para la autorregulación en el caso de que algún elemento
del sistema perturbe el equilibrio deseado. Este utillaje de la sociología es el empleado muy
particularmente por la llamada Social History anglosajona (Tilly, Shorte, Stone), que tiene
como característica rehuir todo lo político, o sea, el conflicto social, que no existe como tal
para los historiadores de esta corriente. Para ellos, en todo caso, existen perturbaciones a las
reglas del sistema; las clases sociales son sustituidas por categorías profesionales, etc. Para
encandilar al público con viso de modernidad se lanzan a la conquista de nuevos campos para
desarrollo del conocimiento histórico, como el sexo, la familia, la locura, el crimen (Shorter,
"La edad de las primeras reglas en Francia, 1750-1950").

La reconstrucción de la historia a partir de la ciencia económica ha dado lugar al a


génesis de una escuela bastante compacta. Se trata de economistas-historiadores que tratan
de aplicar la economía y los métodos de la economía clásica para reconstruir las economías
de épocas pasadas a base de la aplicación de modelos econométricos, mediante complejas
ecuaciones y cuantificaciones. Esta tendencia tuvo un enorme éxito en EE.U. con la New
Economic History (Furtado, Rostow: define las distintas fases de desarrollo previas a la
consecución de un capitalismo pleno, en un esquema que está pensado partiendo de un único
tipo de capitalismo y una única vía para su consecución, y por tanto determinista)

Teoría, método y estilo llevaron a estos historiadores a cierto aislamiento, que les
plantea la necesidad de revisar algunos supuestos teóricos y tender puentes hacia otras
ciencias sociales. Parece observarse, pues, cierto reflujo hacia la consideración, dentro del
propio análisis económico, de los fenómenos poco susceptibles de cuantificación. Los valores,
las clases sociales, las aspiraciones de cada grupo social (no siempre coincidentes con la
obtención de máxima productividad), la política y las instituciones no pueden quedar
relegados a un papel residual en la explicación del crecimiento económico.

Esta corriente ha recibido fuertes críticas. El abuso de la cuantificación por parte de


los "historiadores-matemáticos", llamados también "cliometristas", ha podido llevar en algunos
casos a confundir la utilización adecuada de la estadística y las computadoras con obtusas e
incomprensibles gráficas y fórmulas matemáticas sobre problemas muy particulares que
difícilmente pueden revertir en una ampliación de los conocimientos históricos.

6- La reconstrucción de Historia desde sí misma: de la Escuela de los Annales al


marxismo.

A partir de los años treinta la ciencia histórica experimenta una profunda renovación
desde sí misma, si bien en contacto con el vocabulario, los métodos y la problemática
aportada por las otras ciencias sociales. Esto ocurrió en dos campos distintos: la escuela
francesa de Annales y la renovación del materialismo histórico, dos campos que en más de
una ocasión han experimentado confluencias.

Frente al paradigma positivista, descontento con los resultados de su análisis, surge la


corriente humanista, "antipositivista". Pretende iluminar siempre aspectos que se consideran
propios del hombre y que se supone que quedan enmascarados en otras consideraciones. En
el fondo, se niega la unidad epistemológica postulada por los positivistas. Las consideraciones

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psicología o de psicología social serán frecuentemente invocadas: es preciso estudiar al


hombre completo (no sólo racional, por ejemplo), sin las mutilaciones a que la determinación y
los deterministas someten al hombre en la imago por ellos presentada. Muchos de los rasgos
planteados vienen de geógrafos provenientes del campo de las ciencias humanas.

Historicismo y humanismo son la antítesis del naturalismo: Historia como especifica,


como suceso ideográfico, y por tanto no predeterminable. Hay una forma especial de
conocimiento científico propio de estas ciencias: los hechos encuentran gran parte de su
explicación en sí mismos y en su propio pasado, lo que debilita la búsqueda de factores
ajenos y explicaciones mecanicistas. No hay "explicaciones" generales, sino sólo
"comprensiones", en las que entran, además de la razón, la empatía, la intuición y la
imaginación. Como antecedente Edmund Husserl, continuado a través del vitalismo,
existencialismo, y otras formas políticas (marxismo, anarquismo y hasta las contraculturas...).

A- LOS ANNALES.

La práctica historiográfica de los historiadores académicos a comienzos del XX


seguía respondiendo a los parámetros del historicismo y positivismo: historia episodio o
evennemencial (los hechos singulares y únicos). En este ambiente aparecen las primeras
críticas desde la actividad de historiadores como P. Lacombe, P. Mantoux, H. Berr o H.
Pirenne, que ya no se conforman con "narrar", sino pretenden una visión explicativa y de
conjunto: estructurada.

El cambio decisivo con respecto a la historia tradicional se produce con la fundación


en 1919 de la revista Annales de Histoire Economique et Sociale (L. Febvre y M. Bloch).
Generó cambios profundos en el trabajo de los historiadores, siendo evidente la inmensa
trascendencia de Annales en la ciencia histórica posterior; influencia que sin duda llega hasta
nuestros días. Algunas de sus principales aportaciones serían:

- Renovación del concepto de historia. Rechazo del historicismo y la erudición factual.


Reivindicación de una historia analítica de carácter fundamentalmente socioeconómicos, frente
la vieja e inútil historia positivista de hechos y relatos, principalmente de talante político-bélico.
Toman como objeto de estudio lo colectivo más que lo individual (frente a la anterior historia,
que atribuye un protagonismo desmedido a las voluntades individuales: si en la concepción
historicista América se descubre "gracias a" Colón, en la E. de los Annales el descubrimiento
de América se produce porque existe una coyuntura general favorable a dicha circunstancia).
Tienen una vocación de síntesis, de totalidad: mostrar la concomitancia entre la organización
económica, social y política. Bloch y Febvre bregaron incesantemente por una historia total,
es decir, una historia centrada en la actividad humana, en la vida de los grupos y las
sociedades: es historia aquello que afectó al mayor número de personas, por lo que surgen
nuevos campos, casi vírgenes, de investigación histórica: la historia de los comportamientos
íntimos, de las mentalidades, de la prensa, de la escuela...

- Plantearnos esencialmente una historia-problema, una historia que no debía caer en el


refugio positivista de la monografía exclusiva o la absurda pretensión de la filosofía de la
historia (a lo Spengler: síntesis a ultranza)

- Defensa de una historia abierta al resto de las ciencias sociales, como geografía, sociología,
antropología. Los Annales se convirtieron desde el principio en un lugar de diálogo entre las
distintas ciencias humanas; y su historia en un ejercicio lúcido de síntesis de las aportaciones
de distintas disciplinas que tienen al hombre, su conducta, su comportamiento, su organización

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espacial, etc, como centros de su conocimiento.

- Renovación metodológica, utilizando todo tipo de fuentes y no sólo documentos escritos:


desde imágenes -cuadros, formas de las casas, etc.- a testimonios orales, narraciones
populares de tradición oral, etc. De esta forma, podemos decir que se produce una
considerable ampliación del concepto de fuente y de documento.

- Preocupación por las coordenadas espacio-temporales. Frente a la idea de un tiempo


histórico único y homogéneo, Braudel (Las civilizaciones actuales) define una pluralidad de
tiempos y duraciones: sucesos coyunturales, estructurales, tiempo corto, medio y largo (que
responden a factores crecientemente estructurales), etc.

- Asignación a la función del historiador de responsabilidades mucho más transcendentes que


la estrictamente entretenedora de la vieja historia tradicional, tales como la comprensión total
del mundo y el servicio al progreso de la humanidad. Preocupación por la vida de las clases
no hegemónicas, por las desigualdades sociales, por los efectos duales (positivismos y
negativos) de un mismo hecho histórico: se trata, pues, de una historia más plural y abierta.

Desde el punto de vista de la historiografía, la crisis de 1929 con toda su carga de


imprevisión, indeterminabilidad, será el germen que alumbre a la Escuela de los Annales de
Marc Bloch y Lucien Febvre. En un primer momento, se trata de un intento de efectuar una
lectura interpretativa de la crisis. Con ello se va instituyendo toda una metodología que apela
no solo a las causas más epidérmicas de cada fenómeno, sino a las estructurales. En un
principio (antes de la contienda mundial), basando su análisis (por lo mismo en cierto modo
próximo al marxista) en la historia económica, y posteriormente (la guerra ha puesto en
muchas interpretaciones más acento en el aspecto humano, idiosincrático), en el campo social.

En el plano de la historiografía, la pretensión de estudios centrados en el hombre-


productor como motor histórico (desde perspectivas distintas al marxismo) dataría de las
interpretaciones de la propia crisis de 1929: la New Economic History propone una
cuantificación de los flujos económicos y stocks acumulados, de la actividad económica de un
determinado espacio-tiempo. Sin embargo, su pretensión de determinabilidad les lleva a tomar
los períodos históricos como si de un laboratorio experimental se tratara. Por un lado, sus
puntos de vista son anacrónicos (aplican criterios vigentes en su momento a otros distintos), y
por otro, su afán de objetividad conduce a una mera descripción, no interpretativa, de series
de datos. Es lógico, pensado desde otro punto de vista, que la NEH aplique criterios
"presentistas" al pasado, dado que en élla está presente un carácter hasta cierto punto
nomotético: predecir el futuro, anticipar la evolución del comportamiento económico. Más
tarde se comprobaría la ineficacia de estas profecías, la indeterminabilidad de los
comportamientos económicos por más que se quiera ver en el pasado señales de lo que, así,
sería una evolución lógica de los parámetros histórico-económicos, a partir del empleo de una
metodología "cliométrica", hipotético-deductiva o de simulaciones (prescindir de un elemento
para en el sistema para ver cómo se comporta éste sin él).

La creciente complejidad del panorama de postguerra, la renuncia a las todavía


rígidas interpretaciones anteriores, lleva al nuevo líder de la Escuela de los Annales, F.
Braudel, a una apertura hacia un frente que contemple las aportaciones de otras ramas de las
ciencias sociales, como una "Historia integrada": a la historia de corte económico, luego
también político, se le suma una visión de tercer nivel, la historia de las mentalidades, preludio
del estructuralismo. Ello no implica, sin embargo, una renuncia a campos que se han mostrado
fructíferos en otras disciplinas, como el método serial y la inferencia estadística, con

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innegables excesos que poco a poco irían sacando a la luz la dificultad de cuantificar
comportamientos humanos (principalmente demográficos) a partir de analogías: de nuevo el
carácter idiosincrático ponía en entredicho estas pretensiones de corte metodológico
científico-matemático, pese a la innegablemente fructífera apertura de miras hacia el concepto
de hombre integral que la Escuela ofrece.

Dentro de la asunción de la complejidad del tiempo histórico (muy lejos ya de los


rígidos esquematismos de tipo biológico precedentes en los historiadores morfológicos),
Braudel habla de tres tipos de tiempos: de larga duración, de estructuras económicas y
sociales, y de tiempo corto. Es decir, una instancia histórica diríamos "basal" (susceptible
entonces de sujeción a modelos de abstracción fructíferos como punto de partida) sobre la
que estructuras, y luego coyunturas creciente más concretas actúan en forma de
ramificaciones. En definitiva, supone la superación del determinismo histórico precedente, la
aceptación de una sociedad no biológica, donde el azar tiene cabida dentro del marco general
de desarrollo de la sociedad (infraestructural, diríamos), donde la complejidad de hombre-
social es aceptada como un hecho inherente (de ahí la importancia concedida a las
mentalidades e ideologías: la percepción del hombre como motor de su comportamiento, la
creciente importancia otorgada a los medios de formación de la opinión pública, incluso
interpretaciones de corte psicoanalítica y lacaniana que van ganando terreno dentro de la
aceptación de la dificultad de estudio de la mentalidad colectiva, etc.)

Las mayores críticas a la Escuela de Annales proceden de su eclecticismo teórico -


incrementado en el transcurso del tiempo- en cuanto a las normas, paradigmas y estilos, al
abandonar la ambición de historia total e integrada de sus inicios: la globalidad, la síntesis -
consecuencia de la ausencia de una teoría que diera soporte a la investigación- se han
transformado en un caos metodológico: las definiciones empleadas por unos historiadores
("sistema", "clase social") no siempre son seguidas por los restantes, no existe una visión clara
sobre cómo ha de enfocarse un problema histórico, sino un conjunto abigarrado de intentos
parciales. La variopinta adscripción ideológica de sus miembros también colabora a impedirlo.
Este eclecticismo es también síntoma de una extraordinaria capacidad de adaptación a las
modas intelectuales. Podríamos señalar que progresivamente se han ido acomodando a
postulados estructuralistas (las influencias de Claude Leví-Straus durante bastante tiempo han
sido evidentes), visiones neomarxistas, y un largo etcétera.

Esta carencia de bagaje teórico (por qué evolucionan las sociedades, cuál es su
comportamiento histórico) ha sido sustituida por una casi enfermizo síndrome de sofisticación
metodológica muchas veces estéril. Sólo hablan de métodos, instrumentos de análisis e
investigación, sin que queden inequívocamente definidos: "El punto esencial acerca de la nueva
historia, la característica que la hizo tan ampliamente aceptable, fue que no buscó dar fuerza a
un nuevo dogma o filosofía sino que suscitó una nueva actitud y nuevos métodos; no ató al
historiador a un rígido lecho de teoría, sino que abrió nuevos horizontes", según Bracvlugh.
Bloch y Febvre creían más en la práctica que en el discurso teórico como elemento renovador
de la historia, y la Escuela de los Annales estuvo más volcada a la realización práctica de
investigaciones históricas que a la definición coherente de la metodología histórica.

Junto a ello, un frívolo diletantismo a la caza y captura de la última moda han hecho
que la Escuela se deslice en un tobogán ininterrumpido del fetichismo cuantitativista al morbo
de la historia de las mentalidades, pasando por el más espeso estructuralismo:

- Durante los años 50, recibiendo influencias de la geografía e historia neopositivistas


norteamericanas, vivió la vorágine cuantitativa: toda afirmación debía ser fruto de complejas

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demostraciones seriales, de riadas de datos y su tratamiento matemático-estadístico (aquí


puede situarse a Rostow), elidiendo el peso de factores menos calibrables desde el punto de
vista numérico.

- El boom de la historia de las mentalidades (tras el surgimiento de un nuevo horizonte en la


historiografía: el surgimiento del lector no especializado, que derrotó parcialmente a esa
forma de concebir la historia academicista en favor de la difusión de la historia morbosa como
deflagración de lo que inicialmente fue la historia de los comportamientos esenciales), los
Annales evolucionaron peligrosamente hacia una historia simplista y basada en aspectos no
siempre sustanciales de la forma de vida íntima (historias del vestido, historias de la posición
de la mujer en la sociedad, etc.: más que por el tema en sí mismo -partimos de la base de que
todo ítem histórico tiene significado, puede ser estudiado, pero no como un fin en sí mismo
sino como muestra de un macrocosmos histórico más amplio-, son obra criticables por la
estrechez de sus miras, por la topificación en que se incurre -se incide en aquello que el lector
quiere leer-, por su talante de anecdotario superficial -precisamente aquello contra lo que
había nacido la Escuela de los Annales)

- El influjo del estructuralismo fue letal para los Annales, especialmente a partir de los años 70:
las influencias tan dispares como las de Leví-Straus en antropología, Lacan en psicoanálisis o
Noam Chomski en psicolingüística supusieron que los Annales se situaran en terreno
quebradizo: al pairo de la nueva moda, intentaron sin una base teórica sólida imitar y competir
con los estructuralistas, dando paso al descrédito tanto de los Annales como del
estructuralismo, en medio de un caos conceptual (¿qué es clase social para muchos de los
historiadores de los Annales que lo emplean como aspecto central de su investigación?; ¿qué
es modo de producción?), complicado aún más por ese eclepticismo que operarán con los
préstamos de la historiografía marxista, la geografía de la desigualdad (Y. Lacoste), y otras
ramas historiográficas, sociológicas (introducción de la influencia de Dewey), etc.

B- LA RENOVACIÓN DEL MATERIALISMO HISTÓRICO.

El marxismo permaneció básicamente fosilizado y al margen de la historiografía


académica hasta finalizada la década de los 50. La renovación del corpus tétrico y conceptual
del marxismo frente a la escolástica del estalinismo vino de la obra de pensadores como
Gramsci (notable por su interpretación histórica, de trasfondo economicista, de la guerra fría),
Korsch e historiadores como el antropólogo V. Gordon Childe (quien basa su concepción de
la "revolución neolítica" en la interrelación entre una nueva forma productiva -agricultura- y
una nueva organización social e ideológica), o Dobb. La ubicación de textos casi olvidados de
Marx como las "Líneas fundamentales de la crítica de la Economía Política" en 1953, e
incluso una nueva lectura de "El capital" al hilo de los acontecimientos económicos más
recientes, ayudaron a dar el último paso hacia reconstrucción del materialismo histórico,
alejado ya de esa visión tópica del supuesto marxismo ortodoxo (ese mismo que predica la
intangibilidad de los postulados de estatalización al modo soviético, pero que tras 1954, con la
muerte de Stalin y la llegada de Nikita Kruschev queda temporalmente relegado entre las
ideas dominantes).

A partir de los años 60 se abre un gran debate teórico y metodológico entre marxistas
de muchos países, en una fase mucho más plural y crítica y abierta a la interpretación personal
del historiador que la anterior. El relativo deshielo internacional (suavizador del dogmatismo,
especialmente hasta la crisis de los misiles de 1962), la circulación de textos antes
desconocidos de Marx (en el Grundrisse se muestra mucho más próximo a una concepción
no mecanicista de la sociedad, suavizando bastante el concepto de "superestructura

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ideológica"), la propia debilitación del dogmatismo soviético anterior, o la expansión de la


historiografía marxista en países muy numerosos y diferentes, condujo a nuevos enfoque y
campos de estudios. Nos gustaría resaltar especialmente las grandes influencias que la
geografía de la desigualdad supuso sobre la historia marxista: nace un nexo, fecundamente
explotado, entre la situación del Tercer Mundo como problema emergente en los años 60 y
muy distintos campos de análisis histórico, como la conquista y colonización de América por
España, etc. Por otra parte, la llegada de corrientes como el existencialismo y el
estructuralismo lingüístico (de Saussure a Chomski) y antropológico (sobre los primeros
pasos de la freudiana M. Mead, Claude Lévi-Strauss yergue toda una interpretación sobre la
influencia de las creencias profundas -también plasmadas en los mitos- en los
comportamientos sociales), que obligan a los marxistas a volver a plantearse y discutir muchos
conceptos y principios metodológicos que en la fase del dogmatismo parecían evidentes,
definitivos y sin problemas. Pondremos un ejemplo: para el marxismo ortodoxo anterior, toda
ideología es una función derivada directamente de la infraestructura económica, como una
forma de protección de la misma para perpetuarse (ejemplo: el arte es sólo una forma de la
clases dominantes de proyectar sus valores sobre la sociedad, de dominarla en el plano de las
ideas). Pero el estructuralismo antropológico puso de manifiesto la existencia de determinadas
formas "arquetípicas" que preexisten a las organizaciones económicas más recientes, que se
proyectan en el tiempo, e incluso condicionan la forma de organizarse la economía: el
neomarxismo histórico asumirá la existencia de dichas factores como base, pero analizando
cómo las clases dominantes se apropian de ese substrato en beneficio propio, con lo que
metodológicamente estamos asistiendo a cierto sincretismo que contribuye a enriquecer no
poco al materialismo histórico de los años 60 y 70.

Una de las características del marxismo en su fase actual en la multiplicación de las


tendencias, de líneas de interpretación a veces profundamente divergentes. Hasta cierto punto,
nos parece sensato hablar incluso de un substrato metodológico materialista más que de una
corriente historiográfica cerrada.

Los dos focos de historiadores marxistas más importantes se encuentran en Francia


(Pierre Villar, preconizador de la "historia total": integración de la ideología, sociedad, arte y
cultural, etc. con los modelos productivos; Soboul, etc.) y Gran Bretaña (Grupo de
Historiadores del Partido Comunista, con Dobb, Hill, Hobsbawn, Hilton...) Tras la ruptura
con el partido comunista en 1956 a raíz de la intervención soviética en Hungría, se produce el
afloramiento de varios grupos como el History orkshop o el grupo de R. William y E.P.
Thompson. La preocupación por la historia de las clases populares, por las relaciones entre
infraestructura y superestructura, sin caer en el reduccionismo economicista, han hecho de los
historiadores marxistas británicos los impulsores de una renovada historia social entendida
como totalidad, bien distinta de la Social History.

Actualmente casi nadie puede substraerse a la influencia del marxismo, incluso fuera
de los historiadores reconocidamente marxistas. Su impacto principal tiene lugar sobre tres
grandes campos de análisis:

- Un impulso de los estudios de los procesos económicos y sociales a largo plazo.


- Un interés en la investigación de las clases sociales y el papel del los movimientos de masas
en la historia.
- Una preocupación creciente por los problemas de interpretación, y en especial por el
estudio de las leyes o mecanismos de evolución de las sociedades y por su comparación: a los
marxistas se debe la preocupación por la visión sincrónica histórica.

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C- ESTRUCTURALISMO.

El estructuralismo también supone una reacción contra los métodos cliométricos o


hipotéticos-deductivos. Como aclara Levi-Strauss, el estructuralismo no es tanto una doctrina
filosófica, sino un método para la fabricación de modelos: "toma los hechos sociales de la
experiencia, los lleva al laboratorio no tomando en consideración los términos sino las
relaciones de los términos". Es decir, busca entender la realidad profunda para explicarla de
"forma global", sacando a la luz las relaciones de interdependencia. Por otro lado, el modelo,
que nace aplicado a la etnografía y lingüística, no tiene en cuenta el tiempo como elemento
rígido.

Estructuralismo y marxismo aparecen vinculados al positivismo en parte, al humanismo


en otra: en ambas corrientes subsiste un intento de determinismo (especialmente en el
marxismo) sin renunciar por ello a la dimensión esencialmente humana del hombre (singular
por lo demás en el estructuralismo): el marxismo tal vez se aproxime más al positivismo en
cuanto a intento de explicación monofocal (económica), pero también apela a la historia, a la
ideología (en cierto modo recurrencia psicológica) y otros factores no mecanicistas.

7- La investigación histórica actual.

El interés por la Historia es creciente, como pone de manifiesto la amplitud del


mercado editorial. Sin embargo, la "crisis interpretativa" también es progresivamente más
constatable. El desarrollo del pensamiento posmoderno (relativista, cuando no nihilista, que
desconfía de todo sistema de pensamiento codificado), la caída del comunismo y la
hegemonía de las ideas neoliberales (básicamente caracterizado, desde el punto de vista
ideológico, por el "fin de las ideologías") no son buenos principios para edificar una teoría de
la historia, una teoría sobre el sentido de la historia. Todo pensamiento humano, permítasenos
la tautología, requiere un marco de referencia, un "respecto a qué". La actual sociedad
desideologizada, carente de un horizonte hacia el cual caminar (caídos los anteriores marcos
ideológicos que hacían sombra al neoliberalismo productivista y socialmente aséptico), no
brinda un buen punto de apoyo para comparar el cómo ha sido con el qué debe ser: trayecto,
éste, en el que sin duda, lo queramos reconocer o no, se inscribe la producción de cualquier
discurso histórico. Vivimos en un momento en el que la historiografía se muestra
especialmente angustiada: el historiador vive debatiéndose entre el anhelo por la síntesis
globalizadora y la atomización de la realidad: entre una historia que busca una teoría global
capaz de servir para explicar los distintos aspectos de un período histórico (su economía, su
sociedad, su política...) y otra que intenta un nivel de superespecialización temática capaz de
romper todas las críticas y objeciones que habitualmente ocasiona toda afirmación histórica al
poco tiempo.

Se ha renunciado, al menos en su vertiente simplista, a poner como motor de la


historia, de las relaciones sociales, de la ideología, de la "superestructura" política, al sistema
productivo (concepto, éste, por lo demás en crisis). Pero ninguna otra interpretación histórica
ha venido a llenar su hueco en tanto teoría capaz de articular el conocimiento histórico.

La proliferación de monografías, a modo de infinitas piezas de un puzzle, viene a


complicar aún más la necesidad de una visión sintética de la historia. So pretexto de no
incurrir en el dogmatismo, de no violar la libertad del historiador, o de argumentos al estilo de
"todo es historia", empiezan a ser demasiadas las voces que renuncian a explicar nada. Esta
teoría, definida como anti-teoría, tiene viejas raíces, y utiliza los mismos argumentos,
camuflados ligeramente, que los neopositivistas de comienzos de siglo.

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La visión histórica de la actualidad se caracteriza por:

- Un cambio en las prioridades de la investigación: la historia de las estructuras y de los


grandes temas socioeconómicos ha sido sustituida por una "historia de ítems" (mentalidades,
sentimientos, muerte, salud, vida cotidiana, vestido, sexo, religiosidad, cultura material...),
ampliándose considerablemente el objeto de la investigación histórica, incluso sus prioridades.

- Una fragmentación del discurso histórico, compartimentalizada en multitud de opciones de


investigación, aunque sin ruptura entre ellas: Ecohistoria, (Ponting), Historia de l cultura
material (Pounds), vuelta al relato, a la narrativa, al acontecimiento (Duby), mircrohistoria
(Ginzburg), antropología histórica (Le Roy Ladurie), historia de las mentalidades (Camporesi),
de la vida privada (Ariès y Duby)...

- La aparición de revivals interpretativos (neopositivismo, neorromanticismo...)


Teóricamente se trata de rescatar la positiva y deseada objetividad total, para anclarse en la
fiabilidad e imparcialidad del documento. El viejo positivismo del siglo XIX vuelve por sus
fueros, sustituyendo ahora el misticismo objetivista del documento por la cifra, por lo
cuantitativo (neopositivismo). También ha vuelto a surgir con fuerza el Neorromanticismo,
unido a los principios del nacionalismo exacerbado. La aparición de estas corrientes no es de
extrañar, pues en toda de crisis se reacciona en dirección conservadora (se echa mano del
baúl de los recuerdos); así se vuelven a desempolvar obsoletas interpretaciones,
aparentemente remozadas, que se presentan como innovadoras, cuando en realidad son
simples restauraciones.

En sí mismo nada tiene de inoportuno la multiplicidad de temas nuevas o de enfoques


que están actualmente siendo objeto de las investigaciones de los historiadores. Esta variedad
ha realizado algunas interesantes aportaciones a la investigación histórica:

- Nueva temática: amplía la base del conocimiento de las sociedades del pasado. Explorar el
campo de las mentalidades, las ideologías o la cultura popular para enriquecer el marco de la
investigación histórica es válido. Plantearlo como alternativa es inaceptable

- Cambio en el concepto de documento: nueva relectura de los documentos (qué es lo que no


dicen, cómo se dice, atención a los aspectos formales, a la relación entre el documento y otras
fuentes -como la prensa-, etc.)

- Introducción de técnicas auxiliares, como la iconografía, arqueología, semiótica, etc.

No obstante, estas tendencias tienen algunos peligros: la vuelta a un discurso empírico,


descriptivo, abandonando el análisis y la explicación; la tendencia a presentar la historia como
algo inmóvil (el cambio y las resistencias son consustanciales a la Historia), la desvinculación
de estos temas y problemas de la realidad social en que se forjan (no debe olvidarse que
todos ellos, sentimientos, familia, juego, ocio, sexo, vivienda, etc, adquieren dimensión y
relevancia en cuanto se pueda relacionar en una totalidad que entienda y explique las
determinaciones de la vida de los hombres en la sociedad.

En todo caso, lo que cuenta no es la originalidad del tema ni la novedad del método,
sino la importancia del tema planteado y su utilidad para hacernos entender el mundo en que
vivimos. La temática y el método no bastan para caracterizar o definir el trabajo de un
historiador.

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La historia también ha asumido (incluso a la fuerza, bien a su pesar) el indeterminismo


propio de nuestro tiempo. La percepción de la sociedad como una totalidad estructurada
(Escuela de los Annales, estructuralismo, incluso historiografía marxista) que había
evolucionado guiada por algún principio rector que dotaba así a esta evolución de un sentido,
empezará a ser cuestionada. El descubrimiento de las grandes leyes que rigen los destinos
(así, no ocultos) de las sociedades, convertía al historiador en un "oráculo, un profeta". Como
indica Santos Juliá: "Los historiadores [...] sufren una crisis de sentido: no saben con seguridad
para qué sirve su profesión. Donde antes existía una concepción de la historia, un paradigma
científico que unificaba la investigación y un claro objetivo del trabajo histórico, hoy reina la
dispersión de concepciones, el desmigajamiento de temas, la pluralidad de métodos y caminos
y la falta de un claro propósito."

La Historia como ciencia pierde el sentido que venía poseyendo en cuanto los
historiadores dejan de percibirla como guiada por un fin. El azar, la consideración de la no
perfectividad como norma de la evolución (al igual que en Darwin, existía una tendencia
implícita a considerar los modelos sucesivamente dominantes como los lógicos a las
circunstancias dadas), la dispersión e impredictibilidad actual, obligan a un replanteamiento y
relativización del sistema de falsas seguridades de que hasta hace poco estaba dotado la
Historia. Por otro lado, la caída del comunismo, la reducción de todos los modelos políticos
al ya hegemónico democracia-capitalismo (fin último del tortuoso camino de pruebas
históricas desarrolladas, podría interpretarse -y de hecho se interpreta desde posiciones
conservadoras-) anunciaría supuestamente el fin de la Historia: Recientemente Francis
Fukuyama ha titulado a su obra precisamente así, El fin de la Historia, dando por sentado
que el ciclo evolutivo histórico llega a su anunciado fin.

8- BIBLIOGRAFÍA

CARDOSO, C. Y PÉREZ BRIGNOLI, H.: Los métodos de la Historia. Barcelona, 1977.


BURKE, P: Formas de hacer historia. Madrid, Alianza, 1993.
DOSSE, F: La Historia en migajas. Valencia, 1988.
FONTANA, J: Historia. Análisis del pasado y proyecto social. Barcelona, Grijalbo, 1982.
JULIÁ, S.: Historia social/Sociología histórica. Madrid, 1989.
KAYE, E.J.: Los historiadores marxistas británicos. Zaragoza, 1989.
LE GOFF, J. y NORA, P.: Hacer la Historia. Barcelona, 1985.
STONE, L: "La Historia como narrativa", en Debats, nº 4, Valencia 1982, pp. 91-116.
VÁZQUEZ DE PRADA et al. (eds.): La historiografía en Occidente desde 1945.
Actitudes, tendencias y problemas metodológicos. Actas de las II Conversaciones
Internacionales de Historia. Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona, 1985.

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