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1- PLANTEAMIENTO.
2- EL NACIMIENTO DE LA HISTORIOGRAFÍA
CONTEMPORÁNEA: LA HISTORIA BURGUESA DEL XIX.
3- EL MATERIALISMO HISTÓRICO.
4- LA DESTRUCCIÓN DE LA HISTORIA COMO CIENCIA.
5- LA RECONSTRUCCIÓN DESDE OTRAS CIENCIAS
SOCIALES.
6- LA RECONSTRUCCIÓN DE HISTORIA DESDE SÍ MISMA:
DE LA ESCUELA DE LOS ANNALES AL MARXISMO.
A- LOS ANNALES.
B- LA RENOVACIÓN DEL MATERIALISMO HISTÓRICO.
C- ESTRUCTURALISMO.
7- LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA ACTUAL.
8- BIBLIOGRAFÍA
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1- Planteamiento.
La historiografía atraviesa en la actualidad por una profunda crisis metodológica y
formal, propia de las coordenadas mentales de la posmodernidad. En síntesis podría decirse
que la ausencia de un horizonte histórico futuro (en cualquiera de los siglos pasados existía un
ideal de futuro como colectividad, del que hoy se carece en absoluto) produce una
incapacidad de proyectar el conocimiento histórico hacia el pasado. El hombre posmoderno
se convierte de esta forma casi inevitablemente en un producto homogéneo de la nueva
sociedad industrial, en ese "hombre cósmico" del que habla Wyndham Lewis habla,
desnacionalizado, e incluso habría que decir sin raíces, sujeto al ocaso de la historia. El
occidente actual es una cultura sin relato, y por tanto sin historia, especialmente una vez
fracasado el última intento de constituir un horizonte, el marxismo. Caído el comunismo como
única otra alternativa, fracasados el Mayo francés del 68 y la Primavera de Praga, occidente
se debate en un tiempo sin historia.
La Historia como ciencia pierde el sentido que venía poseyendo en cuanto los
historiadores dejan de percibirla como guiada por un fin. El azar, la consideración de la no
perfectividad como norma de la evolución, la dispersión e impredictibilidad actual, obligan a
un replanteamiento y relativización del sistema de falsas seguridades de que hasta hace poco
estaba dotado la Historia, tanto por la historiografía liberal como por el marxismo
catequístico.
Aún fuera de los más radicales postulados neoidealistas actuales, encarnados por
ejemplo por Fukuyama, la mayoría de los diagnósticos actuales sobre la Historia redundan en
expresiones como "Tiempos de incertidumbre", "crisis epistemológica"; los principios de
inferencia y relatividad son aplicados como concepción epistemológica a una ciencia que, en
tanto discursiva -capacidad de establecer niveles de lectura sobre un conjunto de datos y
hechos-, siempre estuvo amenazada por el talante "subjetivista" del historiador, por su
proyección intencionada o no sobre los hechos historiados. Pondremos un ejemplo: cuando
Menéndez Pidal y Sánchez Albornoz se enzarzaron en una férrea lucha sobre el talante que en
España había tenido la República romana, en realidad estaban sosteniendo un enfrentamiento
sobre unos postulados de fondo que no reproducían la situación bélica anterior a la guerra
civil de 1936: hablaban, vaya, de "otra" España republicana. Como en el conjunto de la
ciencias, en la Historiografía comenzó a incluirse las conclusiones finales del principio de
inferencia ("el observador influye sobre lo observado"), a descartarse la validez de los
anteriores paradigmas historiográficos (entre ellos aquellos con aspiraciones de mayor
"objetividad" esa visión neopositivista de la historia, que pretende contar los hechos sin
analizarlos, una historia "de tijera y cola"). Como afirma Fontana, tras cada producción
historiográfica existe una teoría de la historia, es decir, un pensamiento que sirve al historiador
para orientar su trabajo, con sus ideas sociales y políticas subyacentes y su proyecto social
para el futuro. Tal vez, como indicábamos antes, la ausencia de un proyecto social, colectivo,
para el futuro -¿qué queda fuera del estrecho margen de ese Estado capitalista neoliberal hoy
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Sin embargo, sobre este panorama de crisis -que estrictamente, como veremos, no es
nuevo, sino que abarca a los últimos dos siglos- también se dibujan conclusiones positivas. La
definición de una nueva forma de hacer y leer la historia, que acepte la proyección de la
subjetividad del historiador -a cambio de que éste acepte a un proceso de "autocontrol" de
sus intencionalidades, mediante la inclusión y debate en sus obras de otras interpretaciones
historiográficas- como un factor inevitable pero que no invalida radicalmente sus
investigaciones, y que acepte la parcialidad de los resultados y conclusiones de cada una de
las investigaciones -esto es, el carácter permanentemente abierto que debe atribuirse al
conocimiento histórico-. Se trata, pues, de una concepción de la historia no dogmática, plural,
abierta -la historia concebida como una ciencia de síntesis en continua evolución-, que tal vez
deba renunciar a otra exigencia metodológica que no sea la coherencia interna en la
formulación de sus discursos historiográficos.
En los siguientes epígrafes veremos cómo se han ido forjando los grandes paradigmas
historiográficos de los siglos XIX y XX; y lo haremos, más que con una pretensión de
exahustividad, intentando mostrar las relaciones entre las distintas corrientes del pensamiento
histórico.
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divulgativos, respondieron a ese objeto de difundir los valores del orden social burgués a
través de una visión nacionalizadora e idealizada del pasado.
El positivismo supone una reacción frente a dos siglos de predominio del idealismo:
para éste, el motor de la Historia es el desarrollo de una idea en la práctica. Pero frente al
providencialismo, en el que Dios controla y mediatiza su transcurso (y por tanto la "idea" aquí
en desarrollo sería la salvación del hombre de acuerdo al plan divino), el idealismo coloca este
desarrollo eidético del lado de lo estrictamente natural, incluso de lo biológico: es el caso de
Herder (los pueblos y su historia como desarrollo de una etnia peculiar -base del racismo
alemán posterior, que ve así justificados muchos de sus postulados-) cuando concede un valor
determinante a la lengua a la hora de determinar las diferentes razas (en su Filosofía del
lenguaje).
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recopilación de verdades "objetivas" (¿pero es que hay alguna selección que sea
absolutamente neutral, "inocente"?), a fin de que la vertiente subjetiva del hombre intervenga lo
menos posible.
A pesar de las críticas al positivismo que supone el historicismo, tienen varios puntos
en común:
. Obsesión erudita de las fuentes, utilizando unas completas técnicas de crítica textual que
aseguren la autenticidad de los testimonios manejados, y cuidado de presentación en los
resultados para crear un estilo por medio de una bella narración.
La influencia del positivismo e historicismo traspasará las fronteras del siglo XX,
robusteciéndose con la incorporación de nuevas filosofías y teorías, y su impronta se dejará
sentir largo tiempo en la historia académica. La repercusión del acontecimiento y de lo político
que se está operando en la historiografía francesa de los últimos años (G. Duby y Le Roy
Ladurie) traslucen una forma de retornar al origen, tras la violenta reacción llevada a cabo
contra la historia evementacial por la escuela de los Annales desde los años treinta.
3- El Materialismo Histórico.
En el marco de las tensiones sociales de mediados del siglo XIX nace el materialismo
histórico de Marx y Engels (Las tesis sobre Feuerbach). En el materialismo histórico son
inseparables la visión de la historia y la interpretación que de ella se hace del proyecto social
antiburgués.
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- La causalidad última del movimiento histórico está representada por la relación dialéctica
entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción: la concepción de la lucha de
clases como "motor" de la historia.
Los años que transcurren entre 1917 y la Segunda Guerra Mundial son difíciles para
las ideologías hasta entonces sostenidas, y no lo son menos para la historia. La burguesía ve
cómo su sistema se tambalea, y no reparará en medios para mantener el control social y
restablecer el orden. Esta realidad crispada acelera el proceso de destrucción de la historia
como ciencia. La amenaza de un materialismo histórico emergente dio un marcado carácter
antimarxista a todas las teorías que se encargarán de demostrar la inviabilidad científica de la
historia.
Croce y Collinwood defienden que la historia no puede ser sino un reflejo de las
preocupaciones presentes (Presentismo). No hay datos históricos objetivos, sino puntos de
vista "presentes" con los que nos aproximamos al pasado. La historia pasa a ser así algo
interesado, una búsqueda de supuesto refrendo en el pasado de aquello que se intenta
sostener en el presente. Como ejemplo de la historiografía presentista podría citarse a Turner
y su concepto de "frontera": según él, es esa vida de los pioneros en condiciones de extrema
dificultad, de "conquista", lo que acabará por dotar el carácter al norteamericano, mientras
que en el nivel político es la extensión de la democracia (un modelo de democracia que en
realidad dista mucho en los años de la conquista del Oeste y la vigente cuando Turner escribe)
lo que da sentido a la Historia de EE.U.
Pero no se trata tan sólo de incurrir en una proyección de los valores del presente a la
hora de intentar analizar las sociedades y procesos históricos del pasado, sino que esta forma
de proceder, una historia "para" defender la democracia -la historia como un arma, idea
también asumida por el marxismo a partir de un momento determinado-, es asumida por los
propios historiadores como legítima, conscientemente desarrollada, lo que lleva a una historia
desde luego acientífica, subjetivizada e interesada.
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que tienen en los filósofos de la historia, Spengler y Toynbee, a sus más claros cultivadores.
Buscan las regularidades repetidas a lo largo de la historia y deducible de caracteres
meramente formales, con independencia del entorno histórico en que se insertaban. Visiones
de conjunto, pues, brillantes, pero carentes de apoyo razonado, más ideológicas que
científicas: así, hablan de distintas fases de desarrollo histórico, cada una provista de una
características propias, que se aplicarían a toda civilización, desde la romana antigua hasta la
cultura burguesa: nacimiento, fase "medievalizante" o arcaica, fase de madurez, fase de
decadencia, muerte; culturas "faustica", etc. En cierto modo, se trata de la búsqueda de una
justificación para la supuesta necesidad de un cambio brusco de sistema, de la fundación de
un nuevo proyecto histórico, como serán las soluciones totalitarias, una vez "agotado" el
modelo del liberalismo burgués. En estas concepciones se apoyará el nazismo como discurso
histórico (desarrollando esta idea, el nazismo lo único que hace es acelerar un final inevitable y
agónico). Pero admitir tales premisas equivale a pensar que la Historia no es un decurso
abierto, y por tanto que la historia sólo resulta ser la narración de una fases hasta cierto punto
prefijadas de antemano.
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En Sociología fueron muy importantes las obras de Durkheim y Max Weber. Estos
autores inspiran la sociología funcionalista, en la que toda sociedad queda absolutamente
codificada en sistemas, elementos y estructuras, donde el hombre la diacronía se diluyen y
todo está equilibrado y programado para la autorregulación en el caso de que algún elemento
del sistema perturbe el equilibrio deseado. Este utillaje de la sociología es el empleado muy
particularmente por la llamada Social History anglosajona (Tilly, Shorte, Stone), que tiene
como característica rehuir todo lo político, o sea, el conflicto social, que no existe como tal
para los historiadores de esta corriente. Para ellos, en todo caso, existen perturbaciones a las
reglas del sistema; las clases sociales son sustituidas por categorías profesionales, etc. Para
encandilar al público con viso de modernidad se lanzan a la conquista de nuevos campos para
desarrollo del conocimiento histórico, como el sexo, la familia, la locura, el crimen (Shorter,
"La edad de las primeras reglas en Francia, 1750-1950").
Teoría, método y estilo llevaron a estos historiadores a cierto aislamiento, que les
plantea la necesidad de revisar algunos supuestos teóricos y tender puentes hacia otras
ciencias sociales. Parece observarse, pues, cierto reflujo hacia la consideración, dentro del
propio análisis económico, de los fenómenos poco susceptibles de cuantificación. Los valores,
las clases sociales, las aspiraciones de cada grupo social (no siempre coincidentes con la
obtención de máxima productividad), la política y las instituciones no pueden quedar
relegados a un papel residual en la explicación del crecimiento económico.
A partir de los años treinta la ciencia histórica experimenta una profunda renovación
desde sí misma, si bien en contacto con el vocabulario, los métodos y la problemática
aportada por las otras ciencias sociales. Esto ocurrió en dos campos distintos: la escuela
francesa de Annales y la renovación del materialismo histórico, dos campos que en más de
una ocasión han experimentado confluencias.
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A- LOS ANNALES.
- Defensa de una historia abierta al resto de las ciencias sociales, como geografía, sociología,
antropología. Los Annales se convirtieron desde el principio en un lugar de diálogo entre las
distintas ciencias humanas; y su historia en un ejercicio lúcido de síntesis de las aportaciones
de distintas disciplinas que tienen al hombre, su conducta, su comportamiento, su organización
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innegables excesos que poco a poco irían sacando a la luz la dificultad de cuantificar
comportamientos humanos (principalmente demográficos) a partir de analogías: de nuevo el
carácter idiosincrático ponía en entredicho estas pretensiones de corte metodológico
científico-matemático, pese a la innegablemente fructífera apertura de miras hacia el concepto
de hombre integral que la Escuela ofrece.
Esta carencia de bagaje teórico (por qué evolucionan las sociedades, cuál es su
comportamiento histórico) ha sido sustituida por una casi enfermizo síndrome de sofisticación
metodológica muchas veces estéril. Sólo hablan de métodos, instrumentos de análisis e
investigación, sin que queden inequívocamente definidos: "El punto esencial acerca de la nueva
historia, la característica que la hizo tan ampliamente aceptable, fue que no buscó dar fuerza a
un nuevo dogma o filosofía sino que suscitó una nueva actitud y nuevos métodos; no ató al
historiador a un rígido lecho de teoría, sino que abrió nuevos horizontes", según Bracvlugh.
Bloch y Febvre creían más en la práctica que en el discurso teórico como elemento renovador
de la historia, y la Escuela de los Annales estuvo más volcada a la realización práctica de
investigaciones históricas que a la definición coherente de la metodología histórica.
Junto a ello, un frívolo diletantismo a la caza y captura de la última moda han hecho
que la Escuela se deslice en un tobogán ininterrumpido del fetichismo cuantitativista al morbo
de la historia de las mentalidades, pasando por el más espeso estructuralismo:
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- El influjo del estructuralismo fue letal para los Annales, especialmente a partir de los años 70:
las influencias tan dispares como las de Leví-Straus en antropología, Lacan en psicoanálisis o
Noam Chomski en psicolingüística supusieron que los Annales se situaran en terreno
quebradizo: al pairo de la nueva moda, intentaron sin una base teórica sólida imitar y competir
con los estructuralistas, dando paso al descrédito tanto de los Annales como del
estructuralismo, en medio de un caos conceptual (¿qué es clase social para muchos de los
historiadores de los Annales que lo emplean como aspecto central de su investigación?; ¿qué
es modo de producción?), complicado aún más por ese eclepticismo que operarán con los
préstamos de la historiografía marxista, la geografía de la desigualdad (Y. Lacoste), y otras
ramas historiográficas, sociológicas (introducción de la influencia de Dewey), etc.
A partir de los años 60 se abre un gran debate teórico y metodológico entre marxistas
de muchos países, en una fase mucho más plural y crítica y abierta a la interpretación personal
del historiador que la anterior. El relativo deshielo internacional (suavizador del dogmatismo,
especialmente hasta la crisis de los misiles de 1962), la circulación de textos antes
desconocidos de Marx (en el Grundrisse se muestra mucho más próximo a una concepción
no mecanicista de la sociedad, suavizando bastante el concepto de "superestructura
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Actualmente casi nadie puede substraerse a la influencia del marxismo, incluso fuera
de los historiadores reconocidamente marxistas. Su impacto principal tiene lugar sobre tres
grandes campos de análisis:
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C- ESTRUCTURALISMO.
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- Nueva temática: amplía la base del conocimiento de las sociedades del pasado. Explorar el
campo de las mentalidades, las ideologías o la cultura popular para enriquecer el marco de la
investigación histórica es válido. Plantearlo como alternativa es inaceptable
En todo caso, lo que cuenta no es la originalidad del tema ni la novedad del método,
sino la importancia del tema planteado y su utilidad para hacernos entender el mundo en que
vivimos. La temática y el método no bastan para caracterizar o definir el trabajo de un
historiador.
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La Historia como ciencia pierde el sentido que venía poseyendo en cuanto los
historiadores dejan de percibirla como guiada por un fin. El azar, la consideración de la no
perfectividad como norma de la evolución (al igual que en Darwin, existía una tendencia
implícita a considerar los modelos sucesivamente dominantes como los lógicos a las
circunstancias dadas), la dispersión e impredictibilidad actual, obligan a un replanteamiento y
relativización del sistema de falsas seguridades de que hasta hace poco estaba dotado la
Historia. Por otro lado, la caída del comunismo, la reducción de todos los modelos políticos
al ya hegemónico democracia-capitalismo (fin último del tortuoso camino de pruebas
históricas desarrolladas, podría interpretarse -y de hecho se interpreta desde posiciones
conservadoras-) anunciaría supuestamente el fin de la Historia: Recientemente Francis
Fukuyama ha titulado a su obra precisamente así, El fin de la Historia, dando por sentado
que el ciclo evolutivo histórico llega a su anunciado fin.
8- BIBLIOGRAFÍA
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