Está en la página 1de 93

-"Paisanas". ('E;sce11at del campo).

los Roxlo) Un tomo de 120 ¡>4glna1


Un tomo de 160 páginu • 1920) $ O.SO (1925) ....... . ........ : ...... $ 0 .70
. -·'Campo!' (Escenas ck la vida de -"Gaucha" (Novela) •.....• , . • $O.SO
campaf\a). 3.a edición. Ua ~o de 160 -"Abrojos" (Escenas del eampo) S 0.511
páginas (1920. .. . • . . . . .. ... $ O.SO -"Sobre el R~do" (Cue1>to1 V
..:.."Del campo y de la ciudad" (Cu en· camoo .. . ......•.•.•••• •••• : .. •• • • . .
tos). Un tomo de · 176 páginas (1921) - " Pago de deuda" (Cuento1) (1934)
. . . . . ..........-. .. .. .. ..... . . . $ o.so . .......... .. .... ....... . ...... $ 0.60
-"J'btros, toros y aperlacca" (Novela• WILDE (Osear). - La Tragedia de mi
gau•;has). Un lomo de 144 piginaa Vida. (Publicación prohibida en In·
(1922) ........ : . . ........ .... . $ o.so _glaterra hasta el afio 1960). Un tomo
-"Leña · Seca" (Costumbres de cam· · de 208 páginas (1925) ........ $ 0.71
po). 6.a edición. Un tomo de 276 pi· -El N iño Estrella (Cuen to). Prólo¡o
l!Ínas ......................... $ o.7e de Fernando de Araújo. Un folleto
-"Tardes del Fogón" (Narraciones . (1920) .............. . ........ $ 0 . 15
gauchas). Un to-mo de 184 !)4gina1 ZOLA (Emilio), - El E111ueilo (l,s
1925) ..............-.......... $ 0.1• Réve). Versión castellana de Carloe
- " La Biblia Gaucha" (Con un juicio Malagarriga. Dos tomos de 160 '1 136
critico de la obra de Viana, por Car· páginas (1918) ............... $ 0.50

"BIBLIOTECA RODÓ" - Cada número $ 0.50


,_NQ 1 - .RODO (José E.) - Ariel - Con un prólogo de Lcopoldo Alas.
" 2 - RODRIGUEZ (Yamandú) - 1810, Poema dramático en tres ac- RODÓ
tos y El Milagfo, poema en un acto.
3 -REGULES (Elías) - Versos Criollos, con un prólogo del Dr.
·. J. lrureta Goyena y una Semblanza por Eliseo Cantón. DOMINGO ARENA
4 - RODRIGUEZ (Yamandú) - Fraile Aldao, poema dramático en
:los actos - Re11ace11tista, poema en un acto y El Demonio de los
A11dcs, poema en un acto, con un prólogo de Ovidio Fernández Ríós. CUADROS
" 5 - RODO (José E.) - Parábolas y otras /ect11ras.
" 6 - ACEVEDO DIAZ (Eduardo) - Crónicas, discursos y co11.fe1·m-
cias. Páginas olvidadas. Perfil de Ovidio Fernández Ríos.
CRIOLLOS
y
" 7 y 8 - RODO (José E.) - Motivos de Proteo.

"
9 -FRUGONI (Emilio) - Ensayos sobre 111arxis1110.
10 - SANCHEZ (Florencio) - Teatro. Escenas de la Dictadura Latorre
" 11 y 12 - ZORRILLA DE SAN MARTIN (Juan) - · Tabqré. La L~­
ye11da Patria. OVIDIO FERNANDEZ RIOS
" 13 y 14 - MORQUIO (Luis) - Clí11ica de 11iiios. Apuntes de clase•to- Director
mados por el Dr. Dewet Barbato.
" 15 - VIGIL ( Constancio) - Eslabones.
" 16 - VIANA (Javier de) - Abrojos.
·" 17-18-19-20 - QUIROGA - (Horacio). - C11e11/os. CLAUDIO GARCIA Y Cía. - Editores
" 21-22 - LUSSICH (Antonio D.) - Los /res ga1tclios orientales. Calle Sarandí, 441
" 23 - QUIROGA (Horacio) - Cuc11tos de la Selva (para ni_ñ os).
Montevideo
" 24-25-26 - PEREZ PETIT (Víctor). - Rodó. Su vida. Sii obra.
" 27 - PINTOS (Francisco R.}-Batlle .:v el proceso histórico del Umglla.:y.
" 28 y 29 - LARRA (Mariano José de) - Artículos de costrm1bres.
" 30 y 31 - ACEVEDO DIAZ (Eduardo) - Grifo de Gloria.
" 32 - FALCAO ESP ALTER (Mario) . - La coli11a de los vatici11ios.
" 33 - LASPLACES (Alberto). - Nuevas opi11iones literarias.
" 34 y 35 - RODO (José E.) - El Mirador de p,.óspero.
" 36 y 37 - RODO (josé E.) - Hombres de América.
" 38 y 39 - WHITMAN (Watt). - Poemas, traducidos por Armando
Vasseur. (Con un estudio de Angel Guerra).
" 40 - LEPRO (Alfredo). - · Ge11eracio11es.
" 41 y 42 - ARENA (Domingo). - Batlle y los problemas sociales en
el Ur11g11ay.
r

Propósitos
\
Con Ja inquietud de una superior manifestaci6n d e cultura, nace en
Montevideo, con universal destino, Ja BIBLIOTECA "JOSE ENRIQUE
RODOº, Ja quo dará cabida, exclusivamente, en sus ediciones, a lo más
escogido de las letras nacionales.
Abre sus rumbos hacia una finalidad de elevadas directivas, colo-
cando por encima de toda solicitaci6n utilitaria, un serio propósito es-
piritual y un noble afán de divulgaci6n seleccionada, de los más califi•
cados valores de Ja literatura uruguaya.
1
1 En todos Jos grandes centros intelectuales del mundo, donde el ¡ien·
samiento realiza su alta funci6n socio); en todos Jos paises, donde laa
letras, en sus distintas manifestaciones, fundamentan un valor civilizador
y dan carácter de personalidad a la nación misma. existen organismaa
editoriales, - y algunos con carácter de instituci6n pública, - dedicado•

1 exclusivamente a la difusi6n de libros de los escritores nativos más ca-


racterizados y de mayor influencia en Ja, cultura ambiente.

• Y estas empresas de propagación bibliográfica, no a6Jo realizan una


siempre benericiosa misi6n edu1;adora, quizá la más alta que comprendo
el concepto humano; no s6lo vincula con facilidad de nexo al pueblo
con sus pensadores, sabios, o ovelistas, dramaturgos y poetas, sino que,
además, desprende fuera de fronteras, poderosas corrientes que contribuyen
a dar perfil de prestigio a la fisonomia moral del país de origen.
Y nuestra república, que por glorioso destino es cuna de grandea
hombres de let ras - tanto, que sus obras han contribuido profunda y
brillantemente a dar carácter al pensamiento americano, ·- requiere ne-
cesariamente y en forma organizada y de efectiva permanencia, una Bi-
blioteca de escritores nacionales, los más notables y calificados.
Varias han sido las iniciativas de carácter editorial que han habido
en nuestro país; pero indudablemente, fuerza es destacarlo, el más ex-
traordinario esfuerzo en tal sentido es el realizado por CLAUDIO GAR-
CIA y Cia., La Editorial LA BOLSA DE LOS LIBROS, que lleva
ya impresos más de mediQ mi116n de volúmenes, correspondientes a edi·

-3-
l

clone• de centenares de libros de distinto carácter y de autores de na·


ciona?idad varia. Y el mismo espíritu animador de toda esa cuantiosa
obra editorial, es el que mueve esta patriótica iniciativa dando vida a
la BIBLIOTECA "JOSE ENRIQUE RODO", en cuyas ediciones,
que serán mensuales, cabrán todas aquellas obras, ya publicadas o iné-
dita•.. cualquiera sea su tendencia, au carácter, su orientación literaria, filo-
eófica, histórica, politica, etc~ y cualquiera su 6poca, siempre que se ajus-
ten a una máxima condición sustancial: que sean obras de oelección, gratas BIBLIOTECA "RODÓ"
al esp!ritu y al entendimiento, altas en concepto y en bellezu, y, fun·
D IRECTOR: OVIDlO FERNANDEZ RIOS
damentalruente, dignas del espíritu civilizador de la República.

LA DIRECCION.
AUTORES CUYAS OBRAS EDITARA LA
"BIBLIOTECA RODO"
Acufia de Figueroa, Francisco- Acevedo, Eduardo - Acevedo Diaz, Eduar-
do - Agustini, D elmira - Abellá, Rafael J. - Abellá, Jt.an Carlos
- Acosta y Lara, Manuel - Aguiar, Adriano M . - Amorim, Enrique
M. - A Imada, Amadeo - Arias, José F. - Aguirre, Gisleno - Aram·
burú, Domingo - Araújo, Orestes - Arrcguine, Víctor - Arecba·
valeta, José - Arena, Domingo - Acevcdo, Eduardo - Antufia, Hugo
Agorio, Adolfo - Acevcdo Alvarez, Eduardo - Acosta y Lara, Federi~
E. - Aladio, Pedro - Azarola Gil, Enriqut.
Bermúdez, P edro P. - Berro, Adolfo - Berro, Aurelio - Bustamante, Pe-
dro - Bauzá, Francisco - Behety, Matías - Bermúdez, Wáshing'ton
P. - Blanco, Juan Carlos - Bachioi, Antonio - Bernárdez, Manuel -
Blixen, Samuel - Busto, José G. del - Batlle y Ordóñez, José -
Brum, Baltasar - Basso Maglio, Vicer.te. - Bianchi, Edmundo -

i
Biancbi, Enrique - Bollo, Sarab - Benavente, Manuel - Berro,
Bernardo P. - Bollo, Luis C. - Blixen, Carlos - Barbagelata, Hugo
D. - Beltrán, Wáshington - Blanca Acevedo, Pablo - Bellán, Jos6
Pedro - Bonino, Emilio O. - Baethgen, Raúl E. - Benvenuto, Lui1
- Berro, Aureliano.
• Costa, Ar.gel Floro - Carreras, Roberto de las - Casaravilla I,cmos, ~D·
riquc - Casal, Julio J . - Crispo Acosta, O. - Carnelli, Lorenzo -
Cionc, Miguel Otto - Caviglia, H. Buenaventura - Cortinas, Ismael -
Coirolo, Hip6ilto - Cosio, Ricardo - Ciganda, Evaristo.
De María, Isidoro - Díaz, Teólilo E. - Dufort y Alvarez, Anacleto -
Delgado, Jos6 María - Dallegri, Santiago- D'Aurla. Lorenzo F. -
Duhaldc, Eduardo - Del Cioppo, Atahualpa - Del Cioppo, Carlos :U: .-
De Maria, Pablo - De María, Dermidio - De María, Alcides - De·
o:a, Justo.
Espínola, Francisco - Estable, Clemente - Estrada, Dardo.
Fajardo, Heraclio C. - Ferreira y Artigas, Fermín - Ferreira, Eduardo -
. Falco, Angel - Fernández y Mcdir;a, Benjamín - Fernández Ríos,
Ovid!o - Falcao Espalter, Mario - Fusco Sansone, Nicolás - Fer·
nández Saldafia, José M. - Fernández, Elbio - Frugoni, Emilio
Fragueiro R.

-S-
- 4 --
Thicvcnt Vicens, L. - Torres Ginart, Luis. - Terra, puvimioso -
Gómez, Juan Carlos - Guillot Muñoz, Alvaro y Gervasio - Garet, Enri- Thévenin, L. (l\1onsieur Perrich6n) - Torné, Eustaquio.
que Ricardo - Garet Mas, Julio - Gomensoro, José L. - Genta, Ubal- Varela, José Pedro- Vázquez Y Vega, .Prudenc~o- Vaz Ferreira, Carlos d
do E. - Genovese, Bias S. - Gamba, Carlos T. - Giuffra, Santiago Vaz Ferreira, Jllaría Eugenia - V1ana, )av1.er de - :Va.sscur, Ar.man~
E. - Gimér_ez Pastor, Arturo - Garzón, E ue;enio - Granada, Daniel - - Vallejo Carlos María - Verdié, Julio- V1ture1ra, C1priano SantiagA
Gómez Haedo, Juan C. - Gallina!, Gustavo - Genta, Estrella - Vázquez 'Ledesma, Froilán - Villa~r.án Dustama.nte, .H. - Vega, n-
Graucrt, Julio C. tonio - Varela Acevedo, J. - V 1g1I, Constanc10 C.
Hidalgo, Bart<>lomé - Herrera y Obes, Julio - He1Tera y Reissig, Julio - Weisbach, Alberto - Welker, Juan Carlos.
Herrera, E~nesto.
Zorrilla de San Martín, Juan - Zubillaga, Juan Antonio - Zavala M uni.z,
Irureta Goyena, J osé - lbarbourou, Juana de - lpucbe, Fedro Leandro - Justino - Zarrilli, Humbe:rto - Zum Felde, Carlos - Zum Felde, Al·
lbáñez, Roberto - llaria, Juan. berto - Zolessi, Jerónimo.
Jiménez de Arécilaga, Justino.
Kubly y Arteaga, Enrique.
Larrañaga, Dámaso Antonio - Lamas, Amkés - Lamberti, Antor.io -
J...afinur, Luis !IIelián - Luisi, Luisa - Luisi, Clotilde - Luisi, Paulina -
Lasplaces, Alberto - Lista, Julio A. - L erena Acevedo, Héctor A. -
L asso de la Veg>a, Leoncio - Lagarmilia, Eugenio - Legnani, Mateo.
Magariños Cervantes, Alejar.dro - Montes, Victoriano E. - Muñoz, Daniel
- Mitre, Bartolito - Maciel, Santiago - Maesa, Carios M. - Martinez
Vigil, Daniel - Martínez Vigil, Carlos - Montagne, Edmundo -
Morador, Federico - Muñoz, María Elena - Minelli, González Pablo
-1\finclli, Pablo María - Monegal, Casiano - Morosoli, Juan J osé -
Morquio, Luis - Montero Dustamai:tc, Raúl - Moratorio, Orosmán -
Medina Bentancort, Manuel - Morey O tero, Sebastián - Miranda,
Héctor - Miranda, César - Mendilaharzu, Raúl - Maldonado, Horacio
- J\fontiel Ballesteros, A. - Motta, Dante - Monteverde, Eduardo.
- Maeso Tognochi, Carios.
Nin Fr'as, Alberto - Nebel, F er.nando - Núfíez Regueiro, Mar.uel - Nin
y Silva, Celedonio.
Oribe, Emilio - Oliver, Juan M. - Oneto y Viana, Carlos.
Pérez Castellano, José Manuel - Pachec0 y Obes, Melcbor- Pérez, Abe! l . -
Passano, Ricardo - Pacheco, Carlos María - Papini, Guzmán - Pércz
Petit, Víctor - Picón Olaondo, Juan - Piqué, Julio - P érez y Curls,
Manuel - Parra del Riego, Juar:. - Princivalle, Carlos M. - Prunell
Alzáibar, Elbio - Paseyro, Ricardo - Páez Formoso, Miguel - Palo_
meque, Alberto - Parodi Uriarte, María E .
Quiroga, Horacio.

Ramírez, José Pedro - Ramlrcz, Carlos Maria - R¡imírez, Gonzalo -
Ramírez, Juan Andrés - R egules, Elías - Roxlo, Carlos - Reyles,
Carlos - "Rodó, José Enrique - Rossi, Sant;n Carlos - Rodríguez
Fabregat, Enrique - Regules, Dardo - Ricaldoni, Américo - Riestra
Uliscs W. - Reyes, José María - Rodrígouez, Yamandú.
Sienra, Roberto - Santiago, Ramón D. - Soler, Mariano - Sánchez, Ri-
cardo - Salterain, Joaquín de - Soca, Frar.cisco - Sánchez, Floren-
cio - Salaverry, Vicente A. - Supervielle, Julio- Smith Agustín M. -
Silva Valdés, Fernán - Sabat Rrcasty, Carlos - Sabat P ebet, J. C. -
Soto, José (Iloy) - Sáenz, Raquel - Sosa, Julio María - Sim6n
Francisco - Schinca, Francisco Alberto - Scarzolo Travieso, Luis -
Secco lila, Joaquín - Scarone, Arturo - Soiza R eilly, J uan José.
Torres Máximo Maeso - Tcysera, Faustino M. - Trellcs, José (El Viejo
p'ancho) - Torterolo, M . Leogardo - Tacconi, Carlos Emilio -

-6-
-7-
CUADROS
CRIOLLOS
.... Escenas de la dictadura latorre
OVIDIO JIERNÁNDEZ RlOS
Director

CLAUDIO GARCIA y Cía. • Editores


Calle Sarandí, 441
Montevideo
.. ...
.,,.~,

.'
DoMINGO ARF;N A
FICHA BIOGRAFICA

Domingo Arena nació en Italia, el 7 de abril de


I870 siendo sus padres don Francisco Arena y doña
Ana di Lorenzo. En 1877 llegó con su familia a Mon-
tevideo, donde se radicó definitivamente, y donde un
'día, la ley le otorgara derechos de ciudadanía urnguaya.
Cursó estud-ios universitarios, graduándose en la
Facultad de Medicina, con el título de Farmacéutico,
pasando luego a la Fawltad de Derecho, donde ob tuvo,
1

con brillantes notas, su diploma de Abogado. Ditrante


sus años de estudiante ornpó un puesto en la Fiscalía
de lo Civil de Montevideo, donde alcanzó el cargo de
Adj1mto. Con una profunda vocación por las letras, y
dotado de 1tn singular talento, pronto demostró nota-
bles condiciones intelectuales, revelándose un admira-
ble escritor, ágil, brillante y vigoroso, con la publica-
ción de trabajos literarios, que muy pronto le dieron
justo renombre.
Desde joven, su inquietud de luchador, lo inclin6
a la militancia política, desde las filas del Partido Co-
lorado, del que llegó a ser uno de sus grandes prohom-
bres. Fué en varias legislaturas, diputado por Tacu(J;-
nmbó, Soriano y Montevideo; como asimismo sena-
dor por Montevideo en I90 3, en reemplazo del señor

,.-13 -
D OMJNGO A R E N A

Batll~ y OrdóFíez, que renunció para ocupar la Presir


denct~ de la República. Fué Presidente de la CámMa
de Diputados en varios períodos; miembro de la Asat11-
blea de Constitu?entes de I9I7; y gobernante, forman -
do parte del primer Consejo Nacional de Administra-
ción de r9r9 a, 1925.
, como periodista tuvo destacada: actuación, consi- DOMINGO ARENA, Escritor·
d~randosele 11no de los más calificados en la prensa
rioplatense, y consagrando las ponderadas condiciones
de s1t personalt:dad desde la direwión de "Et Día,, don- Pocas personalidades han e,-cistido en nnestro am-
de militó desde joven, ocupando distintos carg~s de biente tan sugestivas >' encantadoras como la de. D?-
Redacción.
111 ingo Arena. Puede decirse de él lo q~te de nmgun
como legislador deja una importante obra habien- otro: que actitó durante cuarenta, anos en nues-
do sido e~ animado~ ~iás eficaz de las más importantes tra brava política criolla, acompañando a José B_atlle
leyes sociales del ultuno cuarto de siglo. Fué el líder '\' Ordór1e:::, que fué el hombre más ásperalllente diset1r-
máximo de la política renovadora del señor José Batlle tido de nuestra historia, en un período febril, agitar
Y Ordóiiez, 31 uno de los más destacados reformadores do, difícil, casi permanentemente revolucionm:~o; ocu,..
de ~a Constitución de la República, del año r830. S-n pando desde 111u31 joven pllestos de responsabilidad, de
acción social, P.olífica y parlamentaria fué eminente y primera filct¡: director de diario, dip1~t~do, ~:1¡adorl,
fecunda, 111erec1endo respet11oso juicio unánime de sus miel1lbro del Consejo Nacional de Ad111tmstracion, etc.,
amigos y adversarios, que lo adntfraron como im no- sin hab'erse hecho 1m enemigo, sin crea.rse u.n odio o nn
ble luchador y alto idealista. ' rencor, sin dejar detrás de sí una de esas a111iarg1~ras
. Domingo Arena murió en ll!fontevideo el 3 de j1~­ que aunque se quiera., no se olvidan. Sin contemp.orizGI/"
nio de r9 39, dando luga,r a una grMi de11iostradón jamás, $1'.n doblegarse, sfri, inclina.rse hacia la fác1l pe~'lr
de duelo popular. diente del térlllino 111edio; firme siempre en sus convic-
ci.o1zes; luchando sin tregua en todos los terr~nos por
sus queridos ideales; bntiéndose aJ pecho deswbie:to por
los intereses y la felicidad del pueblo: por la 7ornada
máxi111a de ocho horas, por el salario 111ínimo, por el
pan de los viejos, por el divorcio, por la separación de
la Jglesi01 )' el Estado, por el Ejecutiva plur~personal,
etc., supo siempre hacerse oir, respetar y admirar, pero

-14 - -15 -
DOMINGO A R E N A C U A D R O S C R 1 O L L O S

supo mucho más todavía qtte eso: hacerse amar. ¿Quién to. La palrtbra, fuera hablada o escrita, 110 lo traicio-
no qttería a don Domingo Arena? Sit sola presencia cal- naba 1111nca, . siempre se /zallaba, diligentemente, a sit
maha en todas partes las teni pestades más furiosas; alca:nce, y siemPr.e la e111pleaba con sabiduría 'V con
su perpetua sonrisa iluminaba todas las sombras; sn precisió11. Hablaba como escribía .JI en "El Día",~ CIL'\'ª
palabra siempre bondadosa, siempre espiritual y oportn- reda~ción Pfrteneció ~11r~nte muchos aííos, desde }o-
na, a semejanw de los sones de la lira de Orfea apa- i1enc1to hasta sn fallec11111ento, era fác~l conocer 11n ar-
ciguaba a las fieras. Todo en él era agradable, cordial, tírnlo Sll)'O, por su orientación )1 por su estilo, 31a se
optimista. Jamás se dió ini portanci<JJ, ni se dejó, co11io ref iriera a v astos y trascendentales problemas políti-
tantos otros, m arear por las -altu.ras, seguramente por- cos o sociales; )'ª 11arrara como se había cometido ttn
que estaba ·h echo para ellas, él, salido de lo más humil- cri;n~n en los arrabales de la ciudad; :va desaibiera, en
de y subido a f uerza de pulso, de inteligencia, de m é- cro111cas sabrosas, el método purgatfr.10 del Dr. Guel-
ritos au.ténticos., Emanaba de sí, hasta físicamente, itna pa a base de agua de alj-ibe. De haber leído él mismo
j ovialida.d, una sim patía contagiosas, no estudiadais co- lo que había escrito, se hubiera /Jodido creer que esta1ba
mo la de ciertos grandes actores, profesionales en los hablando con toda naturalidad.
escenarios de la vida colectiva, jovídidad y simpat'Ía Pero en Do11lingo Arena, 3' ésto no lo sabían to-
naturales, espontáneas, inagotables. Tanto en la banca dos, se.~1n~a111e11te, no había sólo un político, 11n ora'dor,
legislativa, como en la tribwna partidMia, como en cá- 1~n Periodista, 1111 abogado brilla11te: había también un
lida rueda de amigos, como en la redacción o en fa11ii- litera.to, un escritor de primera categoría, itn narrador
lia, presidía siem pre por la magia de su dialéctica m ul- f-'eJtetrante y ameno que en cierta época de s1i vida ocu~
ticolor y movida, con algo de picaresco y de filosófico, Pó. 11n lugar 11111y destac_ado en nuestra i11cipiente repú·-
millonaria en recursos de buena ley, esmaltada con ri- blzca de la.s letras, hacie11do concebir grandes esperan-
sueñas referencias, cuentos al caso, y exactas derivm- zas de un venturoso f uturo. Pero, como ha sttcedido
ciones. Cuando escrib'ía, como cuan do hablaba, los te- con otr~s'. el periodisino 31 la política, acaparando todas
mas más áridos, más herniético~, se transf armaban al sus ~~tivzdades, malograron bien pronto tal tendencia
pasar por su pluma o por sus labios, y se hacían diá- d~sviandolo de un cami!11.~ en el que en, un principio pare-
fanos y comprensibles, limfios y hast(]) atractiv os. N o c~eron encauzarse decididamente sus· tendencias voca-
era orador ni periodista de citas ni de lógicos y seve- cionales. La mayoría de las narraciones literarias de
ros encadenamientos de causas y efectos, ni de tesis y anr- A .re-na fueron escritas cuaindo era estttdiante en JVI onte-
e
títesis, ni de determinismos más o m enos severos. onr- vtdeo, y ellas arrojan distintos aspectos de la vida de
vencía a los demás con la fiierza de su propia convic- nuest; os hombres de campo y de los paisajes de nites-
ción, hablando a la loC(]) de la casa y al corazón mit- tra tierra. H ab'ía en él un arti.sta attténtico y es muy
cho más que a las facultades mentales del razonamienr- de lamentar que no haya insistido en esa m odalidad
2- -17-
,....., 16 -
DOMINGO A R E N A C U A D R O S C R I O L L O S

que le hubiera proporcionado muchas '.V 1111ty 111ere~i.das siempre vigorosas y exhuberantes, Nadie daría más re-
saitisfacciones 31 'que hubiera ·incorporado definitiva- lieve que él a los tipos b'rutales, "bouleversés" de la re-
mente y en una forma mucho más efectiva, sit no.nibre gión fronteriza del Brasil, que prefiere para sus cuen-
a nuestra historia literaria. Que yo sepa la pmnera tos 31 que conoce bien por haberse e-ria.do en ella. Su es-
produccióH de esa clase salida de la plmnar ~e .Domin: píritn es más analista que sintetizador y cuando des-
go Are11a que 111ereció los honores de la p7tbhcidad fne cribe paisajes parece animado de una especie de panteís-
un cuento qite tituló "Cuadros criollos" que leyó en el mo. Todos los seres y todas las cosas toman. para él
teatro San Felipe, la noche del 19 de abril de 1892 .en for111as 31 vidas sobrenatiwales o exageradas, sin deja,r
una velada organizada por la sección, de "EtStitdios de sei- reales". Todo lo cu.al, a través del tienipo trans-
Preparatorios" de la Unive1'sidad de Montevideo, Y. en wrrido 31 a. pesar de los cambios e.vperimentados por el
la q11e además del nombrado disertaron otros estudian- giisto .'\1 la sensibilidad generales, nos parece 11rny pues-
tes qtte más tarde alcanzarían a conquistar ~enombr~: to en ra::ón.
Juan Andrés Raniírez, Angel Carlos Maggwlo, Luis Había, p1tes, en Domingo Arena, 1tn escritor de
Alb'erlo de Herrera, Alfredo Varzi, et'c. Esos "C ua- primera f llerza, del que las circunstancias no pennitie-
dros c1'iollos" y otros cuentos y narraciones que los si- ron la suficiente 111aduración. Es mucho niás lo que,
guieron, escritos en un estilo animado y pintoresco va- con sus condiciones literarias debidamente disciplinadas,
lieron al autor 1ma fama. de escritor que se mantuvo . pudo haber hecho q11e lo que hizo. A pesar de todo, lo
Hnos años para eclipsarse después, ante el abandono que hi::o basta para que poda111os darnos cuenta de la ca-
que hizo de la literatura. Para atestiguar el triimfo ob- lidad del escritor que nos hurtó la política y el periodis-
tenido y las esperanzas que hizo concebir, basta con- 1110, hidra de dos cabezas que en nuestro país desvía y
signar q11e en todas las antologías de aquella época, en arrebata a tantos temperamentos superiores, mejor dota-
que figura.n prosistas ·1tritguayos, e11contramo.s el noin,- dos para otros menesteres. Algunos de sus wentos, como
bre de Domingo Arena circnndado de entus1([1Sta~ el~- • "El burro de oro", "Un baile en la frontera", "Vida
gios. Uno de sus biógrafos de entonces, el Sr. Ben7am11i loca", no podrán olvidarse y defenderán gallardaniente
Fernánde::J y Med·ina, se e,i·presaba de Arena., en 1895, szt. nombre del olvido. Adniim el conocimiento profun-
en esta forma: do que Arena, -que co_mo se sabe era extranjero, a:1tn-
"Desde que publicó el primero de s11s "Cttadros que venido m11y joven al país,- tenia. de nuestras co-
criollos" adquirió ciudadanfo en la literatma nr11g11aya sas de campo, de sus tipos habituales y característicos,
con los mejores títulos. Lo que ha escrito después, le de sus costumbres, y lo que es aún más difícil, de sn
ha valido puesto aparte entre los autores jóvenes y en leng11a je y de sn psicología. Esto le hace decir a s1'
1

cuanto al futuro, no es fácil presnmir hasta d.onde lle- biógrafo, que lo conoció muy joven, en las postrimerías
gará. Tiene imaginación f ecundat y sus creaciones son del siglo pasado, cuando era estudiante, q?te "se ha acli-

-18 - ---: 19 -
DOMINGO A R E N A

matad o física )1 mentalmente hasta el pnnto de que nin-


guno cree en sn origen CllCMtdo él lo declara con pecu-
liar ingenuidad". Aunque nacido b'ajo otros cielos, la
adaptación de Arena a nttestro ambiente fué tan com-
pleta que sie111pre lo t1tvimos por conipatriota, y así, por
encima del azar del nacimiento y de los lazos efccti-
·vos de la sangre 3' de la. herencia, lo consideramos siem-
pre. Poi' eso, en sus escritos, no hay absolutamente
nada qlfe no esté inspirado en nitestras real-ídades, co-
11io si no obedeciera a otra. cosa que a las sugestiones
de la vida externa sobre sn despierta sensibilidad, y hu-
bieran sido rotos en él los puentes que lo ataban a su
pasado familiar, a su atavisn'lO étnico. Criollo anténti-
co, sino por naturaleza, por obra de 1ma asimilación
maravillosa de la que sólo pitdo ser capmz wna menta- CUADROS CR IOLLOS
lidad tan elástica y comprensiva co1no la suya, nos dió
con la redncida pero valiosa obra literaria de su juven-
tud, Hnos cuantos cuadros e:vpresivos y exactos de m1es-
tro ambiente campesino, sobre t'odo del fronterizo con
el Brasil, con el que estuvo en contacto directo ditrante
los años inqitietos y al1tcinados de su niñez y de su ado-
lescencia.
ALBER'ro LASPLACES

Montevideo, 1939 .

..... 20 ......
CUADROS CRIOLLOS

A pesar <le que era pr imavera aquel amanecer ti-


bio prometía un día sofocanle. L os teruteros revolo-
teaban tristes, y los ganados, extrañando aquel calor
prematuro, olfateaban el aire con desconfianza, como si
presintieran peligros cer canos.
Al presentarse el sol en el horizonte estaba desco-
nocido: más que el astro de todos los días, por su for-
ma irregular y su color, parecía una enorme bala de ca-
ñón enrojecida hasta deformarse. La atmósfera es-
taba muy cargada y el cielo despejado; sólo a lo le-
, jos algunas nubes cenicientas asomaban agrandándo-
se y cambiando caprichosamente de forma al empuj e
dél una leve brisa, que parecía el hálito ardiente y
-fatigoso del enfermizo gigante del norte : el Brasil.
J uan que volvía del rancho de su madre, mon-
taba un sobebio redomón tor dillo: de esos animales
mitad potro, mitad caballo, que a la salvaj e agilidad
del uno, reunen la mansedumbre naciente del otro.
Sentado en el recado con la firme .5oltura con
que nuestros gauchos saben hacerlo, mostraba unos
brazos robustos y un pecho saliente mal cubiertos por
la entreabierta camisa y por el pañuelo de golilla que

-23 -
DOMINGO A R E N A C U A D R O S C R 1 O L L O S

le caía a un lado. De la cabeza implantada sobre un vimientos de un enemigo audaz, corría un arroyo en-
cuello poderoso, brotaba una espesa mata de largos y cajonado entre altas barrancas.. Desde donde estaba
enreciados cabellos castaños. A su fisonomía trigueña Juan lo veía en un gran trecho sembrado de islitas,
daban mucha expresión unos ojos azul-claros, una na- deslizarse sin ruido, lamiendo los costados de un mon-
riz per .fccta y unos labios que siempre sonreían tris- te espeso lleno de nidos de pájaros, ele camciatíes, atra-
temente a la sombra de un delicado bozo; y las piernas vesado por caminitos, obra ele los carpinchos, y presen-
dentro de las anchas bombachas hubieran parecido in- tando en los recodos, donde las aguas eran rpás man-
móviles y pegadas a los lados del tordillo, a no ser el sas, grandes superficies cubiertas de verdes camalotes.
tintineo ele las espuelas sujetas a sus gruesas botas cu- Al llegar a cierta altura sus barrancas se ensan-
ya punta de~cansaba apenas en el robusto estribo. chaban y un montón de piedras ele todos tamaños y
Galopaba sin mirar, con el sombrero muy atrás, figuras interceptaba el cauce del arroyo. Este, al ver-
sujeto por el barbijo, sin distraerse por la belleza para se detenido de aquella extraña manera, murmuraba un
él tan familiar de aquella verde y ondulante llanura, momento; después cambiando ele táctica para pasar,
atravesada por zanjas y limitada por sierras que se se dividía en muchos brazos chicos y grandes y mier1-
perdían a lo lejos, confundiéndose con el azul d~l cielo tras los unos ciaban rodeos, los otros más audaces sal-
y en la que pastaban vacas, retozaban potrillos. y acá taban briosos por encima ele las rocas salpicándolas ele
y allá corrían venados y avestruces para esconderse en e.spuma y produciendo, en conjunto el rumor del agua
los espesos chircales; tampoco lo inquietaban las es- hirviendo en una olla enorme. L uego, al reunirse, se
pantadas de su arisco tordillo provocadas por la alga- aremolinaban un momento como para felicitarse de su
zara ele su perro rabón, que con la lengua afuera, co- triunfo, y seguían después juntos, formando de nue-
rría de un lado para otro levantando perdices; y sólo vo un solo brazo que cor ría con mayor rapidez, por en-
de rato en rato, después de un profundo suspiro, mi- tre las barrancas otra vez estrechadas.
raba hacia adelante para orientarse y castigaba, mos- Aquel era el paso llamado de las piedras, ún:co
trando de ese modo su impaciencia por llegar. lugar vadeable del arroyo, y por donde pasó Juan
Siguió así mucho rato. A l llegar a una pequeña con grave peligro de ser estrellado por los saltos clel
loma no pudo menos que salir del ensimismamiento asustadizo caballo.
para mirar; es que tenía ante sí unos de esos espec- Desde que vadeó el arroyo, el aspecto del terreno
táculos hermosos, que la naturaleza ofrece a veces y cambió completamente, sucediendo a la llanura una
ante los cuales el hombre no podrá nunca pasar sin ren- superficie muy quebrada formada por la falda :le una
dirles homenajes con su mirada y admiración. sierra.
De izquierda a derecha y entre dos hileras de ce- Pasó siempre a media rienda, por una m ina aban-
rritos que parecían colocados como para vigilar los mo- donada \le la que no quedaban más que pozos profon-

-24- . - 25 -
DOMINGO A R E N A C V A D R O S CRIOLLOS

dos rocle-ados de moles .d e cuarzo y de arena rojiza que En aquel momento calculaba el número de terneros que
parecía sangre endurecida brotada de la tierra ::ti ser se marcarían al otro día, y debía estar muy satisfecho
h erida por el pico; algunas ruinas de ranchos en cuyas del resultado a juzgar por la codiciosa alegría que bri-
r emovidas paredes de terrón hacían su guarida los la- llaba en sus ojos y por el aire con que, al cambiar de
gartos; y a uno y otro lado picos sin mango, azadas ro- postura. empezó a acariciarse los mechones grises de
tas, pedazos de rueda, todo carcomido por el orín, ·~se su barba.
gusano ele los organismos de acero. Pasó la portera de Al llegar J mm, pasó sin que don Yuca lo mirara;
un alambrado cuya hilera de postes, bamboleantes :il- se apeó en el galpón e iba a desensillar, cuando ele re-
gunos, se perdía en un recodo ele la sierra sosteniendo pente se quedó pálido, sin moverse y respirando ape-
los oxidados alambres y subiendo siempre, llegó a una nas, con la mirada fija en la ventana de la casa que
casa que parecía colgada del flanco ele un gran cerro. tenía al frente.
Era ele material y sus paredes muy blancas apa- Por ella asomaba un busto soberbio de mujer, ter-
recían desde lejos como graneles manchas al través ele minado por una cabeza más soberbia todavía, de la
la espesa arboleda que la rodeaba. Tenía a los lados que se desprendía una larga brazada de cabellos ne-
dos grandes galpones de cuyos tirantes colgaban cin- gros. En su faz algo tostada por el sol pero correctí-
chas, maneadores y otras prendas del mismo género: sima, lucían unos ojos grandes, muy grandes, tras de
y un poco más lejos un corral de piedra ; lo cual, jun- unos párpados apenas entreabiertos, a través de los
to con una docena de perros que se peleaban por roer cuales sus pupilas, protegidas, por hermosas pestañas,
las garras ele un cuero recién estaqueado, una bandada miraban con curiosidad como pilluelos por la rendija
de gansos que se bañaban en la lagunita situada a po- de una puerta.
cos pasos de la casa, y varios caballos atados al pa- Sonriéndose y mostrando así unos dientes blan-
lenque, le daba a aquella el aspecto de lo que realmen- quísimos, dijo:
te era : una estancia - ¡Cómo has demorado Juan ! ¿tu madre estaba en-
Don Yuca, que era el dueño, se recostaba perezo- ferma?
samente en el marco de la puerta. Trnía unos cuaren- -No, pero . . . me extrañó usted, Gervasia, le
ta años, flaco, envuelto en un poncho de verano, con respondió balbuceando.
un pucho detrás ele la oreja y escarbándose los dientes Gervasia se puso roja, lo miró con los ojos muy
con la punta del cuchillo, presentaba un conjunto an- abiertos mostrando así algo tan hermoso como un
tipático que lo señalaba al momento como el tipo judío mundo y se alejó sin contestar. Ya hacía rato que ha-
<le la campaña, sin otra aspiración que ver sus campos bía desaparecido y sin embargo Juan seguía mirando;
llenos de ganados, y sin conocer otro dolor moral que deslumbrado, veía aún aquella encantadora imagen pro-
el producido en ellos por el estrago de las epidemias. yectada en el hueco de la ventana.

-, 26 - ..._ 27 -
C U A D R O S C R 1 O L L O S
DOMINGO A R E N A
Mas de noche toda vía formaron una ancha rueda
Y es que Juan la amaba con un amor tan grande en la espaciosa cocina, alrededor de un asador enorme
como los horizontes que conocía; con un amor tan pu- que se inclinaba bajo el peso de la carne y allí empeza-
ro, como el aire que había respirado toda su vida. Ha- ron s u frugal cena sin más cubiertos que sus cuchillos.
cía tres años que trabajaba en la estancia, hacía tres Después de la cena, mientras alumbraba la luz de
años que la había visto por primera vez, e igual tiem- la luna que entraba por una gran puerta, y corría el
po, hacía que su pensamiento no producía una idea que mate amargo ele mano en mano precediendo a veces al
no estuviera empapada en su recuerdo. frasco ele caña, el más viejo de los asistentes llamado
el Tío Chico, y que pasaba de los sesenta añ~s, contó al-
N unca volvió a la casa, ele sus trabajos en el cam-
gunos episodios ele guerra presenciados por él o tras-
mitidos por sus padres y abuelos; ele esos cue~tos tan
po, sin lle varle algún pichón ele perdiz; algún nielo con
sus huevos o pollitos bajado penosamente del alto y
comunes en esas reuniones, que por sí solos han for-
espinoso arbol; o un panal de miel arrebatado a costa
mado la enseñanza histórica de nuestra campaña, y
de muchas ronchas a las laboriosas y zumbadoras avis-
que con su verdad sencilla han bastado y bastarán pa-
pas. Gervasia aceptaba todó aquello agradecida y rubo-
ra enardecer el alma del gaucho, de suyo tan esfor-
rizada; comprendía todo el significado de aquel nuevo
zada.
lenguaje y lo aceptaba también_; pero, como Juan nun-
ca Je había dicho nada claramente. . . ¿Y cómo había Sentado sobre un tronco de ceibo, una pierna cru-
de atreverse el pobre, tratándose de la hija ele su orgu- zada sobre la otra, el cuerpo echado hacia delante, y
lloso patrón, ya destinada por éste a un ricacho so- las manos agarrándose la pierna, el Tío Chico, con el
brino? sentimiento y la inflexión de voz propia del paisano,
habló ele sangrientos entreveros, de sorpresas ele cam-
pamentos a alias horas de la noche en las que los sol-
II dados medio dormidos fueron pisoteados por las caba-
lladas ; de pasos crecidos vadeados bajo el foeO'o del
Desde las primeras horas de la tarde, con un sol enemigo; de retiradas peligrosísimas agravadas ~or el
ardiente y montados en caballos abombados y cubier- hambre y la sed -y sus palabras, escuchadas con re-
tos de suJor, empezaron a llegar los gauchos de los al- ligiosidad, despertaban en los que las oían entusiasmo
mezclado de admiración.
rededores, en su mayor parte agregados de la estancia.
Al anochecer, unos quince reunidos debajo del galpón, Solamente permanecía ajeno a esta interesante ve-
conversaban sobre las marcaciones que tendrían lugar lada, Juan, que echado sobre un cojinillo y recostando
al otro día, y con sus trajes pobres y variados y sus en una mano la cabeza llena de expresión, soñaba con
distintas posturas formaban un grupo interesante y ex- su amor al par que miraba distraídamente a cuatro
traño.
,... 29 -
- 28-
DOMINGO A R E N A C V A D R O S C R 1 O L L O S

gauchos que en un rincón alumbrados por la luz tem- cuando a don Yuca no se asomó un momento para
blante de un candil, jugaban al truco ciego sobre una afuera y Gervasia sólo lo hacía de tarde en tarde pa-
carona, y que, en un momento dado, mientras uno ba- ra echarle alguna mirada a Juan.
rajaba las cartas preparándose a dar, otro alisaba la Pero al fin el tiempo se compuso; el campo se se-
chala en que había de fumar el tabaco que un compa- có, y la víspera de la h ierra fué anunciada por el en-
ñero picaba con un filoso facón. cierro de la ternera.da en el g ran corral de piedra, des-
Y a tarde, y después de un triste cantado al compás de donde partían luego dolorosos ayes en forma de
de Ja g uitarra con más sentimiento del que suelen gas- mugidos, que contestaban tristemente las vaca¿ que por
tar los buenos tenores, cada uno tendió en el galpón el allí rondaban, impotentes para librar a sus hij os de aquel
recado que había de servirle de cama, y se acostaron; inj usto encierro.
menos Juan que se quedó como siempre, gran parte de A l otro dLa muy temprano empezó el trabajo que
la noche m irando la ventana de Gervasia. se continuó hasta el oscurecer en medio de gritos, sil-
Cuando se apartó de allí para acostarse a su vez, bidos de lazos y carcajadas. De rato en rato un animal
las nubes grises invadían el cielo, y relámpagos como caía volcado por un hábil pía!; y estirado en el suelo
fogonazos de descargas lejanas, se sucedían sin cesar sin poder moverse soportaba entre convulsiones la mar-
en el horizonte. ca enrojecida en una gran hoguera, que al quemarle el
anca producía leves copos de humo con el característico
III
olor a cuero quemado. Después, al verse suelto, se pa-
raba y corría corcobiando con la boca llena ele espuma
A l otro día, como era de esperarse por el tiempo
y bramando lastimosamente, mientras don Yuca senta-
que había hecho, caía el agua a chaparrones. Al tra-
do al lacio ele la puerta ele la manguera, en una t ira de
vés del tupido velo de la lluvia, se veía a los animales
cuero crndo llamada "tarja", hacía un diente más pa-
moverse despavoridos con el estallido de los truenos,
ra indicar que otro ternero había sido marcado.
dando el anca a la tormenta, los terneros cobijándose
debaj o de las vacas, y las ovejas escondiendo la cabeza En todo ese tiempo, Juan, incansable, manejaba
unas debajo el pecho ele las otras, aglomeradas en masas con destreza y soltura el lazo, y no pocos piales en el
compactas, presentando su blanquísimo vellón. Sólo los aire le valieron aclamaciones de entusiasmo; elogios
gansos, medio ahogados pero no satisfechos, se re- que él casi no atendía, para acariciar otro mucho ma-
volvían contentos en la crecida lagun a. yor: las sonrisas ele satisfacción que desde la casa Je
Aquello duró tres días sin parar un momento y enviaba Gervasia.
durante ese tiempo los perezosos paisanos pasaron sen- De noche se dió fin con la acostumbrada comilo-
tados en los lomillos debajo del galpón mirando llover na que tuvo lugar en el comedor, entre todos los peo-
y repitiendo en la cocina las escenas de siempre. En nes y la familia de don Yuca.

,,...... 31 ,......
- 30-
DOMINGO A R E N A
C V A D R O S C R 1 O L L O S
Juan inquieto no comía. Sin saber por qué pensa-
ba con una insistencia extraordinaria en las atenciones le decían los temblores ele sus robustas manos apre-
ele Gervasia para con él, que le habían parecido más tando las suyas, al través de los cuales se le veía el al-
grandes que de costumbre en los últimos días· mien- ma enlera y su gran pasión que la llenaba toda.
tras la miraba sonriendo con más tristeza que ' nunca,· Y así recostados a la pared, y cobijados por aque-
y sin atender para nada la alegre conversación de aque- lla scmioscuridad amiga, pasaron mucho rato, contem-
llos rudos comensales. plándose en silencio y .sintiendo por primera vez las ca-
Al poco rato, salió afuer~ y se acostó boca aba- ricias del amor ...
jo en la húmeda tierra tapizada de verde gramilla, con Cuando un rayo ele luna atravesando por un hue-
los ojos clavados en la ventana ele siempre y golpeando co que dejaban las hojas ele la enredadera, alumbró el
maquinalmente el suelo con la punta ele la bota. grupo, la h ermosa cabeza de Gervasia descansaba en
el homb,ro de Juan mientras que con voz desfallecida le
La luna estaba llena, no se movía una hoja y sólo
decía : ¿Nos querremos siempre así, no es verdad?
se oía ese ruido ele las noches tranquilas, mezcla extra-
En aquel mismo momento don Yuca apareció de-
ña de los cantos ele millares de seres que hablan con
lante ele ellos con los ojos saltados, mirando estúpida-
distinto lenguaje a la naturaleza, dominado ele cuan-
mente aquella escena sin comprenderla.
do en cuando por los ladridos de algún perro.
De repente rechinó una puerta que estaba a la de- IV
recha de la casa, sombreada por una espesa enredadera
en forn1a cJe parra¡ que apenas atravesaba Ja luz de la No se podía esperar otra cosa. El pobre Juan fué
luna, y en su oscuro hueco apareció Gervasia, respiran- echado enseguida sin que bastaran las lágrimas de Ger-
do con fuerza, y mirando tristemente las estrellas. vasia y las súplicas de todos para ablandar a don Yu-
Ante aquello Juan no pudo contenerse; se paró ca, porque aquél hombre podría perdonar ofensas más
casi de un salto y corrió hasta Gervasia sorprendida. o menos grave~, pero nunca perdonaría que le deshicie-
-Por favor, escúcheme usted. . . le elijo tomán- ran, en el momento en que iba a clavarle el diente, un
dole una mano. pastel que había amasado hacía tanto tiempo, durante
Y no elijo más, porque no supo qué decir; porque los mejores años de su vida, y eso precisamente había
la pobre terminología aprendida en su vida de peón era hecho Juan, desbaratándole el casamiento que tenía
impotente para expresa~ el cúmulo de ideas que hervían proyectado con su sobrino, y quitándole así" Ja tutela
dentro de su cabeza. de sus poblados rodeos de excelente ganado, causa ele
Pero no fué preciso que hablara para entender aquella tan antigua combinación.
Gervasia la última página de aquel poema que se venía Juan, al ser arrojado del lugar donde tan honda~
elaborando hacía tanto tiempo. Le bastaba con lo que mente se habían arraigado sus afecciones, sintióse con-
mover todo corno árbol que se arranca violentamente de
- 32-
3- ...... 33-
DOMINGO A R E N A. CUAD~OS C R I O L L O S

la tierra en la que deja sus raíces y con ellas la vida. y los dormilones, volaban lenta y silenciosamente, ha-
No comprendía la existencia sin el calor ele las miradas ciendo círculos alrededor de él.
de Gervasia, y al tener que apartarse de su lado para Después de atravesar la portera casi volteada por
siempre, agrandaba más su desesperación el recuerdo el temporal, y pasar la mina abandonada, llegó a la
de la felicidad completa que había gozado un momen- costa del arroyo, donde el suelo se iba haciendo más
to; que creyó duraría siempre y que no comprendía y más húmedo, hasta volverse un bañado crecido por el
con qué derecho se la arrebataban, de la misma manera desborde de la zanja que lo atravesaba.
que un niño no comprende como puede arrebatársele el
Lo pasó rozándose con las altas y cortantes pajas
precioso juguete que tuvo entre sus manos. que lo cubrían, y castigando su caballo, que todo en-
Y así anduvo mucho rato, meditando con som- cogido y asustado por los pinchazos y por el canto mo-
bría insistencia en estas cosas tristes, mientras resona- nótono de las ranas, miraba a los lados y hundía con
ban los cascos de su caballo en el pedregoso suelo, has- <lesconfianza las patas que se adherían chapaleando en
ta que con la inteligencia cansada y casi extraviada por el pegajoso lodo.
tantos negros pensamientos, cayó en una idea extraña Al concluirse el bañado subió una pequeña cuesta
y fija, propia de ciertos estados absurdos del espíritu de arena, y a pocos pasos se encontró con las aguas del
ocurriéndosele pensar porqué su caballo no pisaba la arroyo crecido que llegaban hasta allí.
sombra que se le escurría velozmente de entre las patas.
Orgulloso como palurdo enriquecido de repente
Trotando siempre, iba dejando la sierra, que pre- corría roncando con fuerza, inundándolo todo con las
sentaba trechos irregulares alumbrados por la luna, al- turbias aguas que habían lavado los campos y arras-
ternando con gargantas oscurísimas llenas de arbustos trando, entre borbotones de espuma, troncos que avan-
y de árboles, por entre los cual.es, pequeños torrentes, zaban dando vueltas, ramas, camalotes y toda clase de
formados por las lluvias de los últimos días, corrían desperdicios.
produciendo al saltar por las piedras una música arru- Nadie hubiera conocido en aquel sucio coloso al
lladora.
arroyo resguardado de montes, con sus límpidas aguas
Por el camino, de distancia en distancia, vacas ru- pasando a saltos por encima de las piedras. Del monte
miando echadas en el suelo, se levantaban perezosa- casi totalmente anegado, sólo se veían las copas de los
mente para darle paso, golpeando con impaciencia la árboles, donde habían hecho campamento los miles de
cola en los cuartos en son de protesta contra el trasno- pájaros desalojados de sus nidos. Las islitas completa-
chador importuno. A los lados, las lechuzas paradas mente hundidas, mostraban apenas las puntas de los
sobre los redondos hormigueros, con los ojos grandes más altos sarandíes, encorvadas por la corriente; y de
y fosforescentes, alzaban sus desapacibles graznidos, las piedras no quedaban ni rastros. Sólo el remolino

- 34- - 35-
DOMINGO A R E N A
C U A D R O S C R I O L L O S
estaba allí, transformando en enorme embudo donde
el agua turbia. Y después . . . la espuma y la resaca
giraban rápidamente la espuma y la resaca.
siguieron girando en el gran embudo. Sólo se oían
Aquello tenía un aspecto imponente. P ero Juan no Jos resoplidos cada vez más lejanos del caballo arras-
vaciló, y sin tomar ninguna de las precauciones que trado por la corriente, y los ~adridos, que parecían car-
aquel peligroso paso exigía, espoleó su caballo que ha- cajadas, de un lobo que de cuando en cuando asoma-
bía empezado a tomar agua. ba su achatada cara, mientras que por un fenómeno ele
Este, al principio, entró sin dificultad, pero al sen- óptica frecuente, producido por el movimiento de al-
tir que el agua le azotaba los flancos se paró y olfa- gunos cirrus blanquecinos, la luna, que había alumbra-
teando con miedo sacudía Ja cabeza a cada rebencazo, do aquella horrible escena, parecía correr vertiginosa-
encabritándose sin avanzar. Pero a l fin acosado por mente en el cielo para esconderse detrás de una nu-
las espuelas entró ele golpe, y al perder pie estiró el pes- be próxima.
cuezo, echó las orejas para atrás y empezó a nadar rá-
pidamente, dando pequeños resoplidos para evitar que
V
el agua que cortaba con el pescuezo le entrara por las
narices, al mismo tiempo que Juan se dejaba resbalar
Al año siguiente y con una tarde magnífica de pri-
por un lado sujetándose por la crin.
mavera, empezaron a juntarse en la estancia ele don Yu-
Avanzó bien unas cincuenta varas, pero al apro- ca, los gauchos que debían tomar parte en las hierras
ximarse al centro del arroyo, se esforzó inútilmente del otro día. De noche como el año anterior, rodearon
para seguir derecho. Poco a poco fué inclinando el an- el asador en ta extensa cocina, y otra vez como entonces,
ca hacia abajo, hasta que, dando el frente a la corrien- acabada la cena, y comenzado el mate, el Tío Chico to-
te fué arrastrado por ésta y llevado al gran remolino, mó la palabra con el tono que le era habitual.
donde caballo y jinete giraron durante algunos se-
gundos. Pero no habló como otras veces de combates en los
chircales, ni ele sorpresas de campamentos, sino que
De repente, el caballo haciendo un violento esfuer-
contó los amores desgraciados ele! gauch ito Juan con la
zo salió del remolino, pero Juan aturdido, demasiado
patronita Gervasia. Contó cómo al ser echado (:le la
pesado, con sus botas y ropas llenas de agua y sor- ·
casa se dirigió al rancho ele su madre que estaba del
prendido por Ja inesperada sacudida, no pudo seguir-
otro lado del arroyo, en el que lo encontraron ahogado
lo y quedó allí, hundiéndose en seguida.
a los pocos días, enredado en las ramas de un guaya-
Un segundo después asomaron un brazo crispa- bo. Además habló de la muerte de la viejita madre de
do moviéndose desordenadamente y una cabeza con Juan a ca!:}Sa del desgraciado suceso, y ele Ja resolución
Jos ojos muy saltados y la boca desesperadamente abier- de Gervasia que no había vuelto a salir ele su cuarto llo-
ta por las ansias de la última inspiración que ahogó rando en silencio el trágico fin <le sus amores; y sus
- 36 - - 37-
DOMINGO A R E N A.

palabras impresionaron profundamente a aquellos sensi-


bles paisan9s.
Sin embargo, como otras veces, se cantaron "tris-
tes" y se jugó al truco, pero no pocos al acostarse en
los recados, dedicaron a su manera, una plegaria al af,
ma del difunto.
Al otro día las marcaciones se efectuaron como
siempre entre chistes y carcajadas sin que por eso no se
echara de menos a ratos la ausencia del que tanta ani-
mación . dió otros años a aquellas fiestas. Como el año
anterior, Gervasia estaba a la ventana más hermosa que IDILIO CRIOLLO
nunca con sus demacradas facciones hundidas en la
suelta y renegrida cabellera. No sonreía, y sus pupilas
sin brillo detrás de los párpados entreabiertos, miraban
s1n ver.
M icntras tanto don Yuca, impasible, sentado al la-
do de la manguera, y con su eterno pucho detrás de la
oreja, no pensaba más que en seguir señalando en su
tarja los animales que se marcaban.

- 38 -

IDILIO CRIOLLO

De veras, nunca organismo alguno sintió con más


rapidez los beneficios de la vida del campo. Agueda
que se marchitaba en la ciudad, recobró de repente sn
lozanía al sentirse acariciada por el aire libre, por el
sol, por las frescas brisas saturadas de los puros aro-
mas que exhalan las verdes c.:uchillas y los montes flo-
ridos. Parecía que su juventud endeble se vigorizara al
contacto de la vigorosa y eterna j uventucl ele las cam-
pañas, y daba gozo ver los aleteos crecientes de su vi-
da antes aletargada, mostrándose en los subidos colo-
res que asomaban a su terso cutis.
Su carácter se modificaba también con su bienes-
tar físico. Se volvía alegre, comunicativa, y aprovecha-
ba las horas frescas ele la tarde en correr hasta el can-
sancio bt1scanclo flores silvestres o persiguiendo algún
pichón de pájaro que empezaba a ensayar sus alas, pa-
ra agarrarlo, y soltarlo después, aturdido por las cari-
cias. Rene.fida ya, se recostaba en el pasto, y con mira-
da perdida, contemplaba el paso de alguna· bandada de
palomas, volando de prisa, muy arriba hasta perderse
de vista; la arreada <le algunos caballos que llegaban
tristes y· cabizbajos al corral presintiendo su encierro;

- 41 -
DOMINGO A R E N A C U A D R O S
C R I O L L O S

o el soberbio acostarse del sol en un suntuoso lecho de , · l tnente a un lado la desjarretó de una pata con
rap1ca . . d ·
caprichosas y coloreadas nube~. un u rf e te hachazo. En segmda, sm detenerse a es1a-
. · 1
En estos momentos soñaba mucho. Su imagina- rretarla de la otra, avanzó otra vez hacia d amma que
ción volaba más arriba, más de prisa que las mismas seguía con más bravura atropellando en tres ?,atas, y
palomas. ' d la si·n miedo por una guampa le hund10 el fa-
toman o , ¡ 1
Pero no soñaba por cierto con su prometido que eón en el pecho -a la vez que volv1a a sacar e e
hacía tres meses que no veía; soñaba con algo nuevo cuerpo para evitar la postrer cornada. .
descortocido hasta en~onces para ella, que había empe- Un río de :;angre brotó de la feroz herida,.: La osca
zado a germinar en su ser, allí, en los momentos de .r en el corazón la fría punzada del puna! se pa-
a1 sentl b .,
quietud majestuosa, y cuyo de~eado arribo que adivi- ró <le repente clectriza~a; .l~vantó la ca eza revo1v1e.n-
naba, esperaba con misterioso recogimiento, como de- l Ja con ansia como s1 qms1era echarle en cara al c1e-
c¡ º aquella i;nfamt"a; lanzó un qne11 .. do po el c;:roso, desga-
be adivinar y esperar la planta joven, el momento de- 0
seado de producir sus flores, atributo el más grande de rra<lor; y después de correr un momento, temblorosa
su vida. jadeante. cayó sentada sobre sus ancha.s ancas. En-
Una de esas tardes, en momentos en que volvía a ~cguida se le vidriar~n los ~jos, se le aflo1aron las ma-
las casas, iban a matar una res de la manera bárbara nos y mientras segma corriendo la ~~ngre y si1s bra-
habitual que aunque hace crueles a los gauchos, no con- midos se hacían más lastimeros, dejo ~aer la ~abeza
tribuye poco a formar su carácter valiente siempre, a ve- del lado de Ja herida, para retorcer al !m los ~JOS en
ces temerario. Para mirar bien aquel espectáculo para un último quej ido, débil, como 'Un gemido mon~u~do.
ella nuevo, se subió a una de las ventanas de la casa. Todavía algunas convulsiones movían sus ya ng1das
Dos hombres traían por delante, entre otros ani- patas, cuando después de cortarle la punta ele la len-
males, la Yaca que iban a carnear. Uno de ellos la en- gua que había sacado fuera de la boca, la empezaro~
lazó, y la osca que era grande y brava, al sentir el la- a desollar, descubriendo la carne que humeaba palpi-
zo, bajó las aspas, bramó de coraje, y forcejeando por tante.
desasirse, empezó a mirar con torvos ojos y correr ele Agueda no pudo mirar con la ate~ci~n. que de-
un lado para otro como si fuera a atropellarlo todo. seaba el triste cuadro, porque desde el prmc1p10 no tu-
Mientras el queº la había enJazado se esforzaba por vo ojos más que para uno de los. detalles : el matador.
sujetarla haciendo cinchar con maña su caballo, el com- Nada vió que no fuera la varoml .soltura d~ su cuer-
pañero se apeó, desenvainó el facón y se acercó resuel- po, su correcta robustez, y su arrojo espontaneo y se-
tamente a la vaca, que al verlo, bajó más las guampas reno. .
y lo atropelló como para aniquilarlo; pero él sin tur- Aquel joven que no debía pasar de ~os 20 años era
barse, con gran soltura le sacó el cuerpo, y echándose Facundo, que vivía vecino de la estancia unas dos le-

- 42- ~ 43-
DO MINGO A R E N A C U A D R O S C R I O L L O S

g uas, sin más familia que la madre ya vieja y acha- En tanto, Aguecla, que desde el principio se sin-
<:osa; a la que le dedicaba todos los momentos que le tió arrastrada hacia él con fuerza irresistible, y que
dej aban libres, el cuidado de la majada, de la tropi- pronto acabó por .amarlo a rdi:ntemente, miraba aq~e­
lla y de algunos otros animales que formaban el con- llo enajenada, sat isfecha de s1 por haber consegmdo
junto de su exígua hacienda. empapar de su amor, tod~s las fib~_as de aquel h_o?1bre·
apasionado. En su entusiasmo olvidaba su rus~ctdad,
Estos hechos y el mismo Facundo, eran descono-
.cidos para Agueda. Lo vino a conocer ese día, en que sn falta de mundo; y hasta encontraba un extrano pla-
casualmen te le habló por haber llegado a la casa des- cer al verlo ante sí, cortado, sin saber que hac~r de
sus propios brazos, como si encontrara en esto, una
pués de concluí da la tarea; de j_ándole al marcharse,
con su cortada actitud y sus formas de Dios olímpi- prueba más de que todo él la perte~ec!a por complc~o.
Fácil fué para Agueda, hacer mtimas las relac10-
co, una impresión vaga, extraña, como si la sombra
11es .de arnhos. Dos meses después del día en _gue se co-
de aquel algo desconocido, motivo de sus sueños, le hu- .
nocieron, tenía en Facundo, un amigo inseparable, que
biese penetrado dentro del pecho empañando el vacío
ele s u alma. Por su parte el pobre Facundo, cuando Ja acompañaba en las pesadas siestas, conversando a la
scmhra ele los verdes saúcos; en los paseos ya fueran de
hundió su mirada tímida en la ardiente y profunda de
la otra, sintió que una ola de sangre se estrellaba con- a pie 0 de a caballo, y en las velacl~s de .las noches lar-
t ra sus sienes, y en seguida un mareo, como si se hu- gas, hasta muy tarde, h ora en qt~e el se iba para su ca-
biera asomado a una sima profunda, a un pozo sin sa, enlor¡uecido de contento'. hac~endo ~orrer en la os-
fondo. curidad su caballo, como si tuviera pnsa ele esconde~
su dicha en Ja sombra, para gozarla a solas, donde ni
Desde ese día, F acundo no dej ó de venir uno só-
las estrellas lo vieran.
lo a la estancia, acompañado ele excusas torpemente re-
buscadas que justificaran sus frecuentes visitas. El En esos paseos y veladas él, con rara verbosidad,
deseo ele verse cerca ele la Señorita lo perseguía cons- Je hablaba ele toros enfurecidos luchando con encono,
tantemente, y al poco tiempo, dominado por él, ya ol- trenzad0s por las robustas astas, hasta tronchár.selas,
vidaba el cuidado de su majada, el orgullo que sentía de potros derrengándose a coces, celosos de la Joven
por su magnífi ca tropilla, y hasta las atenciones para potranca, ele peleas sangrientas entre gauch?s, provo-
con su vieja madre que antes le eran ta n queridas. Hu- cadas por una palabra, por un gesto, nada .mas que por
biera deseado no apartarse de ella, para mirarla, silen- el retozar ele la hirviente sangre demasa1do apretada
cioso, extasiado; y cuando eso no fuera posible, r ecos- dentro de las venas llenas por demás, y ele esas otras
tarse a Ja ventana donde ella se había recostado, o sen- mil luchas, con que manifiestan su potente vigor los
tarse en su silla, como si en estas cosas encontrara hijos salvajes de la naturaleza.
vestigios ele ella, que quisiera adorar como a reliquias. Le hablaba ele las llanuras donde viven el venfido

...... 44- -45- .

,
DOMINGO A R E N A C U A D R O S C R J O L L O S

-v el ñandú, de las ciervas escapadas de esos montes


~
exuberantes de savia, palpitantes de vida, donde en
arrugas los parásitos que lo surcan, se levanta hasta el
cielo, para escupirle al rostro su rabiosa espuma. Y
ple~o caos, confundidos, se anida desde la tierna ma- como sigue así, días y días, hasta que cansado se ale-
riposa hasta el espeluznante reptil; de esos hermosos targa entregándose al reposo, pero siempre murmuran-
arroyos que corren como adormecidos entre los verdes te, como si en sueños le contara a su hermana la tierra,
árboles, para despertar de repente y mostrarse turbios, sus dolores y quebrantos.
desbordados y amenazadores, arrastrando cuanto se de- Por mucho que gustaran a Agueda estas conver-
ja estrechar entre sus braz-os anegadores; y le habla- saciones tenía momentos de tristeza profunda. Pen-
ba, en fin, de carreras, riñas, hierras y apartes, y de saba en el amor que los consumía, y que tenía que
cuanto constituye la vida del campo con todos sus vivir latente dentro de sus pechos a causa del silencio
·goces y penurias. de Facundo que parecía dispuesto a morirse sin aventu-
A su vez ella le hablaba de lo que él descono- rar una queja sobre sus sufrimientos. Más aún: alen-
cía; de las ciudades, esos organismos inmensos que ex- tada por el ejemplo de amor que con la primavera pro-
tienden sus pesados miembros por leguas; que lanzan digaban los pájaros, se permitía a veces entre suspi-
por c~ntos de chimeneas el turbio aliento de su fati- ros algunas insinuaciones que eran comprendidas. Pe-
gosa actividad; muestran el palpitar de su corazón po- ro entonces la verbosidad de Facundo se acababa; se
deroso, con el estrépito de sus fábricas y en la baraún- quedaba cortado, sin atreverse a mirarla, sin acertar
da de sus cafés y de sus calles, y donde los hombres a decir una sola palabra. Es que el pobre sentía dema-
vive~ apilados en cuartos, como las abejas en las apre- siado para poder hablar.
tadas celdas de las colmenas. Le hablaba también del Una tarde se habían entretenido como otras veces
mar, ese monstruo de agua, inmenso, y lleno de vida, pescando en uno de los pequeños puestos del arroyo.
que alimenta en sus entrañas peces más grandes que Tarde ya. estaban sentados en la barranca, envueltos
toros, y sobre cuyo movedizo lomo se pasean botes co- en el tibio suspiro de cansancio, qµe lanza la tierra al
mo cerros, lo n)i.~mo que parásitos por encima de ~le­ finalizarse uno de esos largos y pesados días de enero.
fantes; que cuando está tranquilo es azul como el cielo El agua del arroyo se mostraba gris, reflejando el es-
a quien le sirve de espejo, y con el que parece confun- peso monte que se cubría de sombras, mostrando sólo
dirse a Jo lejos en un abrazo eterno. Y al fin le descri- a ratos manchones dorados: sus árboles más altos ro-
bía sus furores; cómo, cuando en medio de la tempes- ciados por la luz del sol que ya se extinguía. Ramos
tad al sentirse batido por el poderoso aliento del c:ielo de apiñadas flores, se levantaban curiosos so'bre los
se revuelve sobre la arena, lanza al aire su omnipoten- anchos y verdes camalotes. Un casal de torcazas se
te grito de furia que ensordece a la natura toda, y arrullaba parada en la rama más alta de un ceiba, lle-
mientras hincha el lomo, y destroza en sus profundas no de las rojas corolas de sus flores, y un martín
- 46- -< 47 -
DOMINGO A R E N A C U A D R O S C R 1 O L L O S

pescador volaba rozando el agua, bulléndose a ratos Agueda iba impaciente castigando sin cesar a su
para aparecer en seguida con alguna mojarra apretada caballo que se mostraba asustado. De repente éste se
en su largo y chato pico. espantó y ella olvidándolo todo le dió un fuerte reben-
Facundo había recojido los aparejos y sentado al cazo en la cabeza.
lacio de Agueda miraba los anchos círculos que ha- El caballo lanzó un relincho de dolor y encabri-
cían las piedras tiradas distraídamente por ella en el tándose clió un g ran salto que Agueda, poco jinete, no
agua. De repente ésta, r ecostándose en el pasto con
pudo resistir y dando un grito de miedo, soltó las rien-
una mano, se volvió hacia él, suspiró con fuerza y
das inclinándose a un lado.
lo miró de muy cerca con los ojos desmayados, t em-
blándole el seno de emoción. Después sin darse cuenta Se caía . . . pero en ese instante, Facundo que era
de lo que hacía, le tomó una mano, se la estrechó con un jinete consumado, cerró las piernas a su caballo y
fuerza y se quedó un momento con la boca entreabier- ele una atropellada se le puso al lado, y· cuando su cuer-
ta, mirándolo con más fijeza como si quisiera inun- po ya oscilaba en el aire la tomó entre sus brazos co-
darlo en el voluptuoso fluíclo que brotaba de sus gran- mo una pluma, estrechándola contra sí con ansia hasta
des ojos negros. Facundo se quedó pálido; sintió que desvanecerla.
le saltaban las sienes, y se retorció incendiado bajo
Ella con un movimiento instintivo trenzó sus bra-
aquella ardiente mirada, como un pedazo de yesca
zos alrededor de su cuello y permaneció un momento
herida por el sol al través de una lente convergente,
c.on la cabeza caída, los ojos cerrados, palpitante, pá-
quedándose ahogado sin poder hacer un solo movi-
lida y <:an los párpados coloreados debaj o de las negras
miento.
cejas, como si asomaran en ellos las llamaradas de su
Se levantaron, montaron a caballo y tristes y 'si-
lenciosos se dirigieron a la estancia. El sol se ponía alma. En seguida volvió en sí, y al sentirse estrechada
de una manera majestuosamente tranqui la, sin que la contra aquel pecho tembloroso, deslumbrada, arrag...
más pequeña nube en el cielo ele un bellísimo azul, de- trada por el torrente ele pasión que brotaban de sus
bilitara sn último resplandor. Ya oculto, reflejaba ne- ojos centelleantes, no fué dueña de sí, y lej os ele des-
tamente su disco en la límpida atmósfo.-a, como si hu- asirse estrechó más los brazos, y levantando Ja cabe-
biese querido detenerse un momento para arrojar su za, juntó con Jos labios secos de él, los suyos ardoro-
última mirada a aquel pedazo de tierra que se adorme- sos, mezclando así aquellos alientos que hacía tanto
cía. En la extensa llanura interrumpida a Jo lejos por anhelaban confundirse . . .
el lomo ceniciento ele la sierra, todo callaba; sólo los Y entonces el manso oscuro que había permane-
tetuteros dejaban oir un importuno grito revolotean- cido casi sin movimiento, se lanzó a Ja carrera volo'
do alrededor de Ja pareja que cabalgaba. como si quisiese llevarlos a un lugar más sólo, 'que la'

-48 - 4- - 4!?-
DOMINGO A R E N A

misma soledad; más ancho que la llanura inmensa de


los campos, lejos, muy lejos, más allá de la tierra, de-
masiado mezquina para contener aquel vértigo de pa-
sión.

UN BAILE EN LA FRONTERA

- 50-
UN BAILE EN LA FRONTERA

Terminaba un día de enero ferozmente cálido,


durante el cual la paja algo nueva que cubría la casa .
en que vivo, se había retorcido al exhalar el último
suspir<0 bajo aquel ardiente sol que le devoró su más
escondido resto de savia, el último aliento de su aca-
bada vida. Las sombras se iban levantando poco a po-
co de los bajos para llenar el horizonte todo. Una man-
cha rojiza, inmensa e irregularmente recortada apa-
recía en el oeste, asomando por encima de las negras
y azuladas cuchillas como las llamaradas de un incen-
dio lejano; y el vientecillo que venía de aquella direc-
ción parecía empapado de su calor, pues calentaba las
carnes como el vaho de un horno en función.
Me preparaba a pasar las horas que siguen al cre-
púscnlo, sintiendo que la tristeza que se infiltra siem-
pre en el ser en tales momentos, iba a ser más profun-
da, más abrumadora, como si en esa noche la voz de
la soledad de los campos, sonara con más fuerza que
nunca dentro de mí, cuando noté un movimiento inu-
sitado en los peones del establecimiento. Pregunté y
supe que se aprontaban para ir a un baile a casa de la
vieja Pancha.
Vamos, aquello era salvador. Nada mejor que

~ 53 -
DOMINGO A R E N A C U A D R O S C R I O L L. O S

aquel baile para sacarme del aburrimiento en que me rincón, colgaba del techo una bota vieja; junto a un
s umía; y así sin titubear, mandé ensillar mi caballo, gancho <le madera un sombrero de paj a lleno de cintas
resuelto a dedicarle la noche a un espéctaculo que te- colorac;Ias, colgaba de la pared en el frente opuesto;
nía ya bastante olvidado. La noche era oscura y el cie- y en otro rincón sobre una tablita que hacía de rincone-
lo, aunque sin nubes, estaba g ris cubierto por una tenue ra, estaban revueltas muchas baratijas, entre las que
neblina, al través de la cual se veían las .estrellas oscu- <lescollab::m <los velas <le sebo envueltas en papel de es-
recidas sí, pero hermoseadas como se ven hermoseados traza. Los asientos los formaban un banco, dos sillas
los ojos de las mujeres, al través de esos tenues velos desvencijadas y dos cajones. Adentro el calor sofoca-
que a veces les cubren el rostro. Trotamos por un ca- ba. Salí, tendíme en el recado cerca de la puerta del
mino muy pedregoso unas tres leguas, hasta que des- rancho y desde allí resolví asistir a la extraña fiesta.
cubrimos en 'un pequeño valle, cerca de un arroyito, Sentado en el rincón más próximo a la puerta es-
una luz que salía por la puerta de un rancho y por taba el músico; pero no era el músicq criollo templan-
muchos agujeros desparramados en la pared. do su armoniosa guitarra, pues la degeneración del
Era el rancho de la vieja Pancha en donde iba a gaucho en nuestra frontera al ponerse en contacto con
darse el baile. otras razas, y por consiguiente con otras costumbres,
Cuando llegamos, ví retozar por los alrededores <le lo ha hecho olvidar casi por completo su querido ins-
él, cuatro o cinco muchachos, chiquitos, que parecían trumento, que parecía creado expresamente para él, y
otros tantos aperiás jugueteando alrededor de la cue- era el único que sabía reflejar las vibracion~s de sus so-
va. Nos apeamos, y al grito de adelante, entramos, des- noras cuerdas, la dulce melancolía de su carácter viril.
pués de encorvar bastante el espinazo para pasar por E l que estaba allí, tocaba sólo el acordeón, que es lo
la baja puerta, en una pieza bastante ancha, de terro- más detestablemente prosaico y barullento que se cono-
nes sin revocar y cubierta de paja ennegrecida por el ce, y en aquel momento se esforzaba por arreglar uno
tiempo. c¡ue parecía hallarse en muy mal estado.
No tenía más aberturas -no contando los agu- En esto aumentaron la luz pegando una vela en-
jeros, se entiende~ que la puerta que daba al patio cenclida contra la pared y salieron como de una _cueva
y otra que comunicaba con un cuartito que se veía ne- 1;ies u ocho rn uj ere~, entre chinas y morenas, y como
grear como si encerrara tinieblas condensadas. Un hu- ya los bailarines, que se habían anticipado bastante, es-
meante candil mal parado sobre una mesita cubierta con peraban con impaciencia, las "barajaron" antes que tu-
un hule desgarrado, alumbraba la sala y a su luz vaci- vieran tiempo <le sentarse y empezaron a pasearlas por
lante la negrura de las irregulares paredes impresio- la sala.
naba pavorosamente el ánimo. Al lado de la mesa se Entonces el pequeño acordeón, que respi~aba por
veía un barrilito de agua con un jarro encima; en un las muchas heridas de su viejo fuelle, moduló una poi-

,...., 54 - - 55 -
DOMINGO A R E N A C U A D R O S C R I O L L O S

ka con sonidos débiles y destemplados, sólo compara- ra ir cambiándose las parejas entre sí, y éstas, a cada
bles a los lloriqueos de un niño soñolient_o y enfermizo dos vueltas de la pieza, y al grito de "nos juimos" se
a quien las molestias de su mal no dejaran dormir. abrían; hombres y mujeres daban una voltereta si-
Ayudaba sus débiles notas el músico entonando una lenciosos y mamarrachientos como extraño:> títeres,
canción con voz no menos llorona que la del mismo 'PªTª en seguida ir a caer las unas entre los brazos ti-
acordeón, y acompañaba el compás con fuertes y con- bios y sudorosos de los otros.
tinuos zapateos. Y así siguió el schotis también largo, intermina-
Al compás de esta desacompasada batahola, las ble, y acompañado por eJ monótono canto, que no ce-
parejas bailaron sin descanso, jadeando un rato. Las día un momento; y siguió repitiéndose a intervalos re-
mujeres vestidas con trajecitos de colores chillones y gulares, al soltarse las parejas, el mismo grito de "nos
calzando, algunas, alpargatas viejas, y los hombres, más j uimos", tan vigoroso como antes, pero más opaco, en-
variados, unos con botas, otros con pañuelos de dis- ronquecido como si el fino polvo que nadabá en el ai-
tintos colores, a tados al cuello de muchas maneras. re, quisiera poco a poco tapiar la laringe que lo pro-
Y por mucho tiempo siguieron la interminable ducía.
pieza, callados, con los rostros sudorosos, apretándose · Cuando se acabó el schotis todos sentaron sus pa-
sin lástima, respi rando aquel aire caldeado por sus ar- rejas y salieron a respirar afuera, largando de paso al-
dientes alientos, enturbiado más y más por el polvo gunas pullas al músico por las dimensiones de sus pie-
que se levantaba, y en el cual al poco rato, la vela y zas. Sólo uno se quedó paseando a su compañera en
el candil , brillaban en medio de una aureola como los la sala, mientras se enjugaba el sudoroso rostro con
faroles de la calle en una noche de cerrazón. un pañuelo colorado de algodón.
Acabada la polka corrió de mano en mano una No contando el tipo de galanteador cargoso, que
copa sin pie llena de caña, destinada a dar aliento a n unca falta en tales bailes, representado aquella noche
los bailarines y en seguida, como si no quisieran per- por un indiecito joven que hablaba hasta por los co-
der un minuto, empezaron un schotis entre alegres in- dos, mientras se pellizcaba el labio superior en las an-
sinuaciones. sias ele acariciarse un bigote que tardaba en aparecer ;
Y aquí vuelta el acordeón a sus chillidos, el mú- aq11ella pareja que se arrullaba era la única que había
sico a s u monótono canto y las parejas a sus vueltas llamado la atención desde el principio. El, un mocetón
continuas. Ahora bailaban también los chicos de ocho grande y macizo como una estatua ele bronce, cami-
a diez años, y con la apretura, en medio de la semi- naba despacio, haciendo resonar el piso con el golpear
oscuridad, parecían perdidos entre las piernas de los de sus grandes pies calzados con botas g ruesas. De su
grandes. brazo robustísi 1110 parecía colgar la compañera, me-
Había un detalle más : se colocaban en rueda pa- nuda, flexible, con cara ovalada de ojos grandes y muy

- 56- - 57-
DOMINGO A R E N A C V A D R O S C R I O L L O S

abiertos, que centelleaban no tanto por el fulgor de puerta, pude entender que decía Lucas ,muy amosta-
sus pupilas, sino por la blancura mate de sus córneas, zado:
que resaltaban como dos hermosos tonos de albayal- -Y sé por qué la vieja te mezquina tanto; sí ...
de, perdidos en Ja bruñida negrura de sus lindas fac- ya sé que te tiene reservada pa el gallego ese -y mi-
ciones. El esmalte ele sus dientes muy blancos también, rando para afuera, agregó: -Sí afilate no más, paco-
asomaba a los labios finos y oscuros de su boca peque- merte las uñas, que lo que es a Goya ni aunque te
ña, que bien delineada se extendía al abrigo ele su na- mames y ...
riz de alas abiertas, y además, con su seno bien levan- El resto se perdió en el ruido.
tado, y sus motas finas, lisas y onduladas, recogién- Recién entonces me fijé en la vieja Pancha y en
dose con cuida.do sobre la nuca en el supremo esfuerzo otra vieja, su vecina, acurrucadas a un lado y otro de
de formar un moño, era a pesar de su color, la mejor la puerta, desde donde mirabart tomando mate y con-
estampa de la reunión, y la única que a haber trono, versando. Cerca de ellas, sentado en un banquito y con
tuviera el derecho ele ocuparlo como reina de la fiesta. la mejilla apoyada en su mano estaba un hombre mi-
Al mirarlos, sentía cierto contento, viendo todo rando CQ!l cara de aburrimiento. Era el que Lucas
lo que se reflejaba en la enamorada pareja. Lucas, apuntaba llamándole ese "gallego".
que así se llamaba él, no la soltaba un momento, y co- En ese instante miró el ciclo como s i le pregunta-
mo si quisiera tenerla más segura mientras bailaba, ra la hora que sería, y en seguida dijo con un poco de
al par que la estrechaba amorosamente con su brazo, impaciencia :
inclinaba hacia ella su corpacho, y seguía así los com- -Tía Pancha, ¿no le parece un poco tarde y que
pa ~es del acordeón, con la barba casi hundida en las ya es hora de que cese?
motas ele Goya, y cuando durante el schotis tenía que -No sea así, Ramos! -contestó la vieja. Enton-
soltarla, para los dichosos cambios de par que él mal- ces porque Vd. no baila? Deje, hombre, que los mu-
decía, lo veía bailar nervioso, con la lustrosa cara con- chachos brinquen!. . . y dando vuelta la cara miró pa-
traída, revolviendo sus chispeantes ojos p~ra seguirla ra la sala otra vez, y chupó en la bombilla de su gran
por todas partes, hasta que daba la vuelta, la volvía a mate, que con fuerte "gru-gru" anunció que ya esta-
tomar con ansia entre sus brazos y la estrechaba con- ba vacío.
tra sí con fuerza como si quisiera quebrarle el espi- Volví a acostarme sobre el recado. Y a era tarde
nazo. y la luna, como una gran tajada de ~na media esfera
Se hablaban mucho, pero no era posible oir lo que enrojecida, escalaba con brío el cielo, coquetamente
se decían con aquel ruido. Sólo en un momento en que arrebujada en un girón de niebla y apagando a su paso
el acordeón calló, y en el que yo estaba cerca de la a las estrellas. Ya sus rayos bastante debilitados por
el estado de la atmósfera, bañaban el rancho y pene-

- 58- ~ 59 -
¡

11

DOMINGO A R E N A CUADROS C R I O L L O S

trando por la puerta y las muchas rendijas de las pa... sable cantar, aporreando entre sus gruesas manos el
redes, disputaban al candil y a la vela el derecho de acordeón que chillaba tnás desesperado. Su compañe-
.alumbrar la sala. Poco a poco mis ojos se cerraron, ro, un pardito que no le iba en zaga, había arrollado
)r cansados de mirar aquel cuadro monóton<?, desfilando una carona en forma de embudo y soplaba en aquel
invariable por delante de ellos y los lloriqueos del acor- extraño instrumento que llamaba trombón, producien-
deón después de haberme aturdido, parecieron trans- do un bom, bom, infernal, desacompasado, y que sin
formarse en un blando " arrorró" que me adormeció. embargo servía, de lo que estaban todos convencidos,
para marca r mejor el compás de la pieza. Los baila-
rines estaban igualmente enardecidos; sólo Lucas y
II Goya seguían tranquilos, como siempre agarraditos,
.. ~
bailando apretados, el uno con la barba metida entre
Me despertó una fuerte bofetada del viento que las finas motas de la otra y cuchicheando como antes
haibíá recrudecido de repente. En seguida oí un gran con animación y sin dejarse oír.
mido cerca de mí, -un ruido de trilla-, era el baile, El deseo que todos tenían de bailar a Ja vez, y la
IJ que lo había olvidado en medio del sueño. Quedarme falta ele espasio para el desahogo sufici.ente, impusie-
afuera se hacía insoportable, y a mi pesar tuve que ron la necesidad del orden, y para sostenerlo, la crea-

¡ entrar en la sala.
En medio de aquel aire ya fétido y más turbio
<¡ue nunca, donde hasta las dos luces bailaban amena-
ción de un bastonero. Por unanimidad, recayó el nom-
bramiento en un indio descamado, que parecía muy en-
trado en años por la rala y cerdosa barba ya encane-
zando apagarse con los soplidos <lel viento que entra- cida, y que desde época inmemoriable desempeñaba ese
ba por las rendijas, la animación era mayor; rayaba puesto en todos los bailes del pago, en muchas leguas
el' fcbri l. La causa era, que la copa sin pie ya no co- a Ja redonda. Y el bueno del tío Maneco le había to-
rría como antes la sala, pasando de mano en mano. Ya mado tanto cariño a su cargo, que se h ubiera dejado
f había acabado su tarea trasladando toda la caña que 1
tajear en cualquier parte, antes que verse desposeído
había desde las botellas al cuerpo de los circunstantes, de él en un baile donde asistiera.
:l y era aquel alcohol ardiente dentro de sus venas cuyas En un decir Jesús -como ellos decían- organi-
púiiclas llamaradas ardían en los ojos de casi todos, zó la manera ele llenar debidamente sus funciones. J\.l
t! el que producía aquel inusitado entusiasmo. empezar cada pieza, hacía for mar las parejas, las enu-
Los músicos -pues ya no era uno-- estaban prin- meraba cuidadosamente, uno, dos; uno, dos; y des-
cipalmente poseídos de él. E l acordeonista se revolvía pués con voz de jefe bastante entonada, gritaba: "bai-
ll· como un energúmeno sobre el banco pa ra su continuo len primeros y siéntense segundos" ; para en seguida,
zapateo, hinchadas las arterias del cuello por el incan- cuando le parecía haber transcurrido tiempo bastante,..
'
- 60- 1
rl 61 .._,
DOMINGO A R E N A C U A D R O S C R l O L L O S

se levantaba, se levantaba si estaba sentado, y grita- . 1:7'a el viento bramaba entonces con fuerza y los
ba siempre con el mismo tono y la misma voz: "sién- bailarmes, hasta entonces indiferentes, no pudieron me-
tense primeros y bailes segundos''. nos que notarlo. La madrugada, a pesar de la luna la
Inútil es decir que todos obedecían sin replicar.
. .
oscurec1an grandes nubes que se iban acumulando en
'
Es que sabían que el tío Maneco "~guantaba pocas pul- el ciclo. En eso, el viento que entraba por las rendijas
gas" y que las pocas veces que alguien "le había he- apagó la vela, y sólo el candil, más resistente, derra-
cho poco caso" se había "retobao'' sacándolo del bai- maba trabajosamente su humeante luz eQ medio de
le a empujones, o "calentándole el lomo a planchazos" aquc¡ ambiente espeso, consiguiendo alumbrarlo apenas.
con el facón que nunca se " le caía de la cintura". Siguieron bailando. Un momento después, la puer-
A pedido general empezó una polka con relación. ta en loquecida a puñetazos por el viento, quería sal-
Después de un momento de baile, formaron todos una tar del marco; hubo que sujetarla con el banco. Sonó
rueda aferrándose por las manos. De rato en rato, un bramido más fuerte y tembló el rancho todo como
.
s1 el coloso hubiese empujado esta vez con todo su
'
unas después de otras, las parejas entraban al medio,
bailaban allí un momento, y después ele un "alto ele la cuerpo. Se qued-aron a oscuras; el acordeón lanzó su
música", se decían entre sí uno de esos versitos ton- último quejido y algunas de las parejas se quedaron
tos, que nunca vienen al caso, que se vienen repitien- abrazadas, tal vez esperando la luz para seguir; pero
do siempre los mismos, desde que se usa entre ellos el candil no fué posible encenderlo.
la polka con relación, y que se van afeando en su es- Entonces por orden de la vieja Pancha se dejó de
tructura al pasar de unos a otros como las prendas de bailar; las mozas se retiraron al cuarto y los hombres
vestir que se estropean con el uso. Llegó el turno a se quedaron en la sala, esperando que el viento amai-
Lucas: se paró la música; y echado para atrás, ba- nara o que amaneciera.
lanceando de un lado para otro su corpacho, y muy· Y a no sólo era la puerta la enloquecida; la casa
conmovido, dijo su verso a tropezones, como si sus misma amenazaba volar en medio de aquel torbellino
palabras tiritaran at asomar a su ancha boca. E l ver- que había tomado las proporciones de un huracán. De
so fué tan tonto como los otros; le llamó cabellos fuera no se oía en aquella baraúnda, más que los au-
dorados a sus renegridas motas; pero a la pobre Go- llidos lastimeros de algunos perros y el ruido ensor-
ya le pareció tiernísimo ; tembló toda como si se le decedor del monte vecino ele donde los árboles sacudi-
volcara el corazón dentro de] pecho y no contestó. dos y crujientes, chocando entre sí sus verdes cabezas
Quedó tan turbada, que de los muchos versos que sa- hasta destrozárselas, lanzaban al a ire su poderoso ge-
bía no contestó ninguno, y hubo que "desempeñarla"; mido que no conseguían apagar los alaridos rabiosos
haciéndolo con mucho acierto, una chinita que les ha- del viento.
bía seguido la pista toda la noche. Aquello duró una hora, tal vez ni tanto. Cuando

rl 62 - H 63 '-
DOMINGO A R E N A CUADROS
C R 1 O L L O S
calmó un poco, la vieja que estaba impaciente sin sa- aban.donarse a una alegría egoísta; Ja de ver salvados
ber porqué, se apresuró a encender la luz, y con ella en sus, mt~reses con la desaparición de la seca que hacía
alto, miró tocia la pieza. No vió a Goya. Gritó dos ve- algun tiempo estragaba los campos. Uno de entre ellos
ces, j Goya ! ¡ Goya !, pero nadie le contestó. el. que más abati~~ se mostraba al principio, fué ei
Se quedó parada un momento pasándose la tem- primero que romp10 el largo silencio, restregándose las
blorosa mano por la frente humedecida por el sudor, manos de contento y diciendo: ·
pensativa, mientras en sus flacas facciones se pintaba . -¡Qué suerte, al fin nos vemos libres de esta mal-
el espanto, en menos tiempo del que se necesitara para dita seca!
que una sola idea surgiera de su cerebro. Y mientras festejaba la lluvia que caía con tanta
En seguida toda temblorosa, corrió hacia la sala; fu:rza como para aplastar el rancho, la pobre vieja se-
y en el dintel de la puerta, estirando el brazo levanta- g~1a acurrucada, con Ja cara escondida entre Jas ma-
do que llevaba Ja luz y buscando con los despavoridos no_;;, Jl~rando la pérdida de su querida hija, único re-
ojos algo que no hallaba, gritó con voz ronca : ¡ Lucas ! to~o v1~oroso de su ser, que Ja convidara a vivir su
¡ Lucas !, sin que tampoco nadie contestara. existencia en ruinas ... 1
Entonces dejó caer la vela que se apagó chispo-
rroteando; se acurrucó sobre sus piernas en la postura
que le era habitual; escondió la cara entre las manos, y
dijo en medio de sollozos roncos y prolongados, que
parecían reforzarse resonando dentro de su pecho ca-
vernoso: -¡Ah, Lucas. . . trompeta. . . bandido ...
me has robado mi Goyita 1
En efecto; la pareja que tanto se arrullaba, había
desaparecido sin saberse cómo; parecía que el viento
se la hubiese llevado. .
De repente a la luz de un gran relámpago, retum-
bó un trueno prolongado, terrible, como si la bóveda
del cielo herida por su mismo rayo se desplomara en
pedazos. Un escalofrío de espanto dominó a todos.
Después cayó un aguacero inmenso, un verdadero di-
luvio; y a la vista del agua tan apetecida, aquellos hom-
bres a quienes tenía sumidos en profunda tristeza la
desgracia de la vieja Pancha, la abandonaron para

:- 64 - 5-
- 65 -
EL PARDO
EL PARDO

¿Cómo se llamaba? Nadie lo sabía ni él tampoco.


Seguramente, cuando lo soltaron de prisa al mundo,
no se pensó en nombres, ni aún en el de su padre . ...
Le decían El Pardo, y eso porque sí, porque no era
pardo siquiera. Tocios sabían, en oambio, que era va-
go de oficio, tal vez de nacimiento, y él, por su parte,
podía atestiguar, que lo habían echado de aquí, de allí,
de todos lados y que sólo habb podido consolidar su
albergue en aquel rincón estéri~ y salvaje, manchado
de chilcales; lleno ele hormigueros, de cuevas de tatús
y ele otros bichos; y en el cual su choza no ocupaba
más espacio, ni robaba más luz, que las cueva~ de los
tatús y de los otros bichos.
¿Por qué lo perseguían ? Nunca se sabrá ni El Par-
do tqi.tó de averiguarlo. No era, por cierto, porque
fuese ningún asesino, ni porque tuviese aire de serlo.
Cuando se le veía en su postura habitual, tendido el
gran cuerpo de hércules apoltronado, al aire el espa-
cioso pecho, ancho como un campo velludo, la grande
y soñolienta cabeza arrebatada por el arremolinado
torbellino de sus crines, parecía, más que otra cosa,
un apóstol ; - el apóstol de esa raza de raros tacitur-
nos, de silenciosos inofensivos, que aparecen de cuan-

....... 69 -
DOMINGO A R E N A C U A D R O S C R 1 O L L O S

do en cuando tal vez como abortos de cruzamientos de- buey ... ! Por lo demás, sus necesidades no eran como
masiado frecuentes y atrevidos. Hasta tenía unos her- para hacerle cambiar de rwnbos. Su terrible sobriedad
mosos ojos, profundos, de soñador, llenos de extraños sólo era comparable a su terrible inercia. Nacido casi
mirajes, - esos ojos de los poetas tristes que se <;on- espontáneamente como los yuyos que le sirvieron de
sumen en una constante producción eterna y sin salida! rnna, había vivido y vivía casi tan espontáneamente
El único defecto de El Pardo era que no podía como los mismos yuyos. La mayor parte del tiempo Je
trabajar. Y el mal -si era mal- no tenía remedio. bastaba con el agua de Ja cañada y con el gran sol que
No habían trabajado sus padres, seguramente no lo encontraba en todas partes. Lo que no obstaba para
habían hecho sus abuelos, y no comprendía porque qué, en los raros días buenos, en los venturosos días
debía hacerlo él. Por otra parte, todo lo que veía a su abundantes, comiese y comiese sin prisa y sin fin, al-
alrededor no era de lo más a propósito para romper su macenando en su complicado estómago de dromedario
41 ...
tradición ele familia. En el mundo -al menos en el para las inseguras etapas de su desierta existencia ...
que conocía- nada trabajaba. Los árbol~s no tenían En la cueva de El Pardo se abrigaban también
más que dejarse estar para crecer y dar sus frutos; a un muchacho y una vieja. La figura del muchacho era
los arroyos les bastaba con esperar las lluvias ; el toro, su mejor fe <le bautismo y el peor símbolo de su des-
el potro, el mosquito, el último de los gusanos no te- tino. Tenía el mismo cuerpo de hércules naciente, el
nían más que tomar lo que encontraban a. mano para mismo estómago sufrido e inconmensurable de drome-
viYir gordos y felices. De aquella auto-enseñanza con- dario, la misma cabeza grande y soñolienta, los mis-
templativa parecía haber sacado la vaga noción de una mos ojos profundos y pintorescos del poeta estéril ...
fórmula avanzadísima: el derecho a la plenitud de la No de balde lo habían bautizado con el único apodo
vida sin el más mínimo esfuerzo, y por eso, si alguna del hijo de El Pardo. Era El Pardo mismo vaciado en
vez se le hubiese ocurripo pensar en su suerte, habría si- molde más chico. Sólo le faltaba estatura y barba y la
do para demostrarse que él, por lo menos, debía ser tanto barba y la estatura vendrían si se les daba tiempo. De
como el toro, el árbol, el arroyo. . . Es verdad que a la vieja, por habérsele visto siempre junto al Pardo
veces el toro concluía por trabajar, cuando se dejaba podría~ospecharse que fuese 1~ madre, o la madrastra
someter, cuando se daba por vencido, cuando lo hacían u otra cosa parecida. Tercamente silenciosa, de edad
buey. . . Pero, sobre ésto, él tenía ideas muy claras. indefinible, de figuración indefinible, casi impalpable,
Tal vez de los mismos antepasados que había hereda- parecía una sombra de una raza pasada. Su cara aper-
do su amor por la suprema pereza, por la vida silen- gaminada era una máscara de cuero seco. Sus oj os, de
ciosa del vagabundo solitario, había heredado un in- vidrio, fríos, fijos, sin pestañas, sin lágrimas, no te-
quebrantable instinto de independencia. El no podía nían nunca el menor destello, como si estuviesen aisla-
someterse, rto podía ser vencido. ¡Antes muerto que dos del alma, si es que en aquel cuerpo mezquino po-

-70- -71-
DOMINGO A R E N A

día caber una. Jamás la menor queja, jamás el menor


deseo, y si no se la v~se de tarde devorando capones
enteros, se le habría podido tomar por un espantapá-
jaros sin movimiento.
El perro que completaba la vivienda -un perro
viej~, overo, de orejas cortadas y de mirada vivísima
era, sin duda, el ser más inteligente, o por lo menos
el más equilibrado de la familia. En los momentos di-
fíciles era el hombre de las iniciativas y de las resolu-
ciones. Cuando la dieta se había hecho demasiado lar-
ga y sentía la piel de su flácida barriga demasiado cer-
ca del espinazo se permitía sus gruñidos de protesta.
.. ¡MIEDO! .. .
Echado junto a su amo, mirándolo fijamente, inten-
samente, parecía preguntarle entre nerviosas sacudidas
de cola, si ya no era tiempo de ir en busca de alguna
presa. . . Y rnando desesperaba de convencerlo, mal-
b umorado y descontento, con veleidades de abandonar
para siempre aquella sociedad que sólo le había aca-
rreado desdichas e indigestiones, se iba campo afuera
y se lanzaba por su cuenta a la caza desespera<la. rle
cualquier cosa, para devorársela silenciosa y egoísta-
mente detrás de una mata. Y cuando había satisfecho
su exaltada hambre canina, después de limpiarse cui-
dadosamente el hocico en la gramilla para borrar todo
rastro del delito de s u banquete no compartido, volvía
triste y avergonzado hacia sus compañeros, disimulan-
do la repentina preñez de su buche y mostrando en su
mirada recelosa, en su cola abatida y sus orejas gachas
todo el peso de sus remordimientos ...

-72 -
¡MIEDO ! . . .

(Pub'licado en " El Día" - 26 de Octubre de 1938)

¡Oh! ¡Qué miedo, Dios, qué miedo, sintió el po-


bre, aquella noche triste ! No se murió, es· cierto, pero
más le valiera dejar e.le ser, que conservar la existen-
cia con aquel recuerdo negro; más Je valiera perder
Ja razón que tenerla así, enturbiada por aquella esce-
na maldita, por aquella tragedia que le hizo probar en
horas tantas amarguras como no caben en la más lar-
ga vida, aun en aquella que no hubiese venido al mun-
do nada más que para sufrir.

***
Lo que Jo despertó ¿ fué un primer ruido? ¿ fué un
presentimiento de sus nervios adivinos? No podría
decirlo. Sus recnerdos empiezan recién con aquel so-
bresalto, cuando abrió los ojos azorados que se que-
daron ciegos en Ja oscuridad profunda y vacía; recién
recuerda perfectamente desde aquel minuto de doloro-
sa expectativa en que su mente, todavía dormida, se
mandaba, sin saber porqué, que estuviese atenta, muy
atenta . . .
***
Así, apoyado en un coé:lo, con la cabeza levantada
sobre la almohada, extendida fuera de la cama, escu-

, ¡,... 75 -
CUADROS C R 1 O L L O S
DOMINGO A R E N A
corría por las venas y le llegaba al corazón que daba
chaba con ansia profunda: ya el corazón prevenido se un salto. Aplastado por aquella impresión pavorosa,
agitaba tocando alarma. Es que le parecía oir . .. sí . . . trató de pensar con la premura del acosado por un pe-
oía pasos cautelosos, inseguros, y después, así como una · ligro extraño que se siente y no se ve para explicarse
mano sigilosa que arañaba la puerta del cuarto vecino, el desconocido que lo rodeaba. Desde que no era Juan
buscando el picaporte, queriendo abrirlo . .. No enten- el que estaba allí ¿quién sería? ¡Ah! ya se lo decía su
dió, ni adivinó más en aquel primer instante; pero aque- instinto. El que estaba allí debía ser algún asesino,
llo ya bastó para que sus miembros se encogiesen sa- algún asesino de Jos que merodeaban por los subur-
cudidos de frío, para que la sombra del miedo hub~ese bios, tal vez aquel mismo infame que apenas hacía
podido notarse en su rostro de histérico, si no lo im- algunas noches había estrangulado en su propia cama
p idiera la sombra impenetrable. a un vecino suyo sólo por robarle quince pesos ...
Entonces con un irresistible temblor lo asaltó un mie-
*** do bárbaro de morir, de morir estrangulado, con aque-
Pero pronto se dominó ; la cosa no era para tan- lla mnerte qne siempre le había parecido la más odio-
to; no había porqué asustarse; de seguro había de sa de todas. Ya le parecía sentir sobre su garganta la
ser Juan, su trasnochador amigo que al fin se resolvía presión que quita el aliento, que saca la lengua para
a buscar descanso. afuera; le parecía que su tráquea se cerraba bajo la
Tranquilo ya, trataba de dormirse otra vez, medio apretura feroz de unos dedos gruesos y sentía que sus
irritado con su 5 nervios medrosos que habían querido ojos saltaban como si corriesen a ver el estrago. Mo-
asustarlo, cuando se le ocurre llamar : -¡Juan! i Juan! vido por una orden irreflexiva de su carne asustada,
-dice con voz fuerte -¡Juan ! ¡Juan!- repite con se llevó mucha ropa a la garganta como si quisiese
voz más rápida, más nerviosa y menos segura; pero forrarla, protegerla, mientras pensaba con desespera-
Juan no respondió. . . Respondió en cambio el silen- 1 ción que todo aquello lo debía a su descuido, a su
cio lúgubre que aterra. . . Ya no arañaron la puerta, inveterada costumbre, que ahora maldecía, de dejar
y la casa toda hubiese parecido muela, muerta, a no las puertas abiertas, lleno de confianza. Luego, por una
ser por una mosca que empezó a agitarse en el vacío de esas asociaciones extravagantes, se le representó el
·negro de la pieza dejando oir una dolorida música de cadáver ele su vecino con la garganta estr<\)peada, que
zumbidos. presentaba patentes los machucones. . . no le podía sa-
car la vista a aquella lengua larga y negra que caía
*** envuelta en baba, sobre la sábana blanca .. .
Nunca estruendo alguno hizo más daño en un
cuerpo que aquel minuto de negra expectativa. Roberto
se gastó, se quedó helado; sintió una racha fría que le
***
- 77-
-76 .....
DOMINGO A R E N A
C U A D R O S C R I O L L O S

Pero el silencio seguía, seguía; hasta la mosca ha- tera, el barrio todo, aunque sabía que nada de bueno
1'
poc.ian t raer1e sus gritos,
. en aquel lugar desierto don-
bía cesado en su triste sonata y sólo el reloj de bron-
ce dejaba oir su palpitar metálico y acompasado ... de no había oídos que los oyeran. Además pensó en
¿Todo aquello no había sido un engaño, - pensó,- una defenderse, y con movimientos nerviosos recorrió la
alucinación de sus oídos nerviosos?. . . Y otra vez, ya mesa ele luz, sus almohadas. . . pero su maºno temblo-
más sosegado, volvió a empinarse sobre la cama para 1:~ no encontró ni revólver, ni cuchillo, ni siquiera la
escuchar mejor y ver si podía convencer a su cuerpo tiJera con que solía cortarse las uñas; apenas tropezó
ar.ustado que podía dormir tranquilo, sin miedo ... · Pe- con el redondo reloj que seguía impasible su tarea
ro en ese mismo instante se oyó un ruído seco de monótona de medir el tiempo . . . Entonces, recién cuan-
pC'stillo que cede, de visagras que se quejan; se abrió do se sintió impotente, de veras perdido fué cuando
la puerta y dos pies torpes e inseguros, dos pies que se principalmente lo poseyó de una manera brutal el ener-
dejaron oir a su pesar, resonaron sobre el piso de ma- vante miedo. Se le fué a la cabeza, perdió la noción
dera. Entonces se aturdió, dejó escapar un grito que ele las cosas, le. subió a la bo.ca la amargur'!' de todo su
debilitó el miedo y, deshaciéndose de las sábanas, se s~r descompuesto, y sólo movido por la fuerza del ins-
incorporó en la cama, temblando ·todo, completamente tmto, pudo replegarse hacia un rincón ele la cama tra-
dominado por la gran angustia de los supremos mo- ta~do de cu?rirse con una almohada que sus manos
mentos. Y a no le cupo duda: en el otro cuarto había crispadas .su3etaban con furor, como si temiesen que
un hombre, un asesino, que iba hacia él, buscando, pa- se le escapase el escudo que había de poner.lo a cubier-
ra arrebatársela, su vida querida, que le parecía recién to ele mortales golpes ...
nacida. . . Y aquella idea terrible de creerse acorrala-
do, que le hizo entrever la muerte, lo abatió, lo dejó ***
viejo en un segundo. Revolvió sus ojos locos en la
oscuridad profunda como buscando un remedio deses- En aquella postura se quedó anhelante, temble-
perado y se agarró el corazón que le lastimaba el pe- que, con la carretilla caída, sin un movimiento sin
cho a fuerza de correr muerto de miedo, loco por de- una idea, aplastado por la inmensidad de su fin' con
jar su viejo abrigo que suponía en peligro. toda la angustia del condenado que antes de estar 'en el
banquillo ya se siente muerto. Ya el asesino avanza-
*** ba, lo sentía Rober to, tanteando el terreno a oscuras·
un rato más tarde ya palpaba la pared. . . sólo le fal~
Pero no tardó en reaccionar. El no quería morir, ~aba encontrar la puerta, abrirla, y después caer sobre
y le entró una fiebre bárbara de pedir socorros, de sal- el: que no pensaría en esconderse, ni en defenderse,
varse. Iba a llenar con sus gritos la pieza, la casa en- nt en gritar: que se dejaría estrangular, apuñalar, ha-

-78- -79-
DOMINGO A R E N A C U A D R O S C R I O L L O S

cer cualquier cosa, sin que los ojos extraviados, em- su idea hubiese llegado algunos segundos después de
brutecidos, encontraran siquiera la mirada de la últi- lo que hubiera sido preciso. . . Y mientras tanto, a
ma súplica, como se deja destrozar el venado cuando tientas, con los pelos de punta, se agitaba ligero y li-
se siente perdido, presa segura de los rabiosos perros. viano como una sombra en la negrura de la pieza, pal-
pando el piso, clavando las uñas en las hendiduras, co-
mo un sonámbulo delirante que buscara en un sueño
*** debajo del suelo.
Pero de repente, un estremecimiento fuerte en-
dureció su cuerpo blando y, arrojando la almohada, se ***
deslizó hacia el suelo, rápido y silencioso como un ga-
to. ¿Qué habrá sucedido?. . . Es que de una manera Y los segundos pasaban y sus dedos crispados no
inesperada, por un trabajo automático de su cerebro hallaban su objeto. . . La fiebre llegaba ya al colmo...
que había seguido marchando sin gobierno, se le había ya las manos del asesino palpaban la puerta. . . y en-
aparecido la idea salvadora, la idea que había de dar- tonces las suyas, desesperadas, olvidando la prudencia,
le la vida anonadando la de su contrario; se había acor- arañaban el piso, que no cedía, hasta romperse las
dado del sótano, del sótano hondo, escalonado, de pie- uñas. . . Cuando al fin dieron con la tapa del sótano, la
dra que había delante de la puerta. No había más levantaron con rabia y la apretaron con fuerza, como
que abrirlo sin ruido para que el infame fuese a en- si temieran que se les fuera a escapar para cubrir de
contrar el castigo merecido . . . En cuanto asomase a nuevo aquel precipicio que tanto le costara.
la puerta, al querer dar el primer paso, su pie sigiloso
y traidor, se encontraría con el vacío, con el vacío que ***
se tragaría entero su cuerpo malo.
En el momento mismo en que Roberto apretaba
*** la tabla salvadora y cuando empezaban a dibuj arse en
sus labios secos la contracción que se vería en los de
Aún no se le había representado del todo la idea la víctima que en el momento de sentir la cuerda al
diabólica, cuando ya estaba en el suelo, esforzándose cuello pudiera deshacerse de su verdugo, se abrió con
por detener su cuerpo que bailaba, movido por la bár- fracaso la puerta, y el hombre, ante cuyo empuj e ce-
bara excitación de sus nervios enfermos. Las más bru- dió, se precipitó en el oscuro y profundo hueco, lanzan-
tales y encontradas emociones lo gastaban, le envejecían do un grito que horrorizó a la oscuridad misma ... 1

el alma. -Lo desfallecía el contento de adivinarse sal- Al sonar aquel grito de un segundo que en su corta y
vado: lo mataba el temor de que ya fuese tarde, de que suprema articulación trató de pronunciar su nombre,

- 80 - 6- - 81 -
DOMINGO A R E N A

Roberto sintió que algo le entraba en lo más hondo de


su cuerpo para estragarle las fibras más delicadas. Se
quedó frío, alelado, sin conciencia de su propio es-
panto, completamente lleno por aquel grito de dolor en
que se tradujera toda una vida que se va. Como domi-
nado por una infame pesadilla, no fué dueño de su
cuerpo, no pudo moverse, no pudo. gritar. . . Y, sin
embargo, vió claro, muy claro, que en el sótano había
arrojado, había muerto a Juan, el amigo, el hermano
querido .. .
CUENTOS DEL PAGO
** *
Cuando al otro día acudió gente, se encontró a
Roberto arrojado boca abajo sobre el piso, y
a Juan dentro del negro sótano que despedía un
aliento frío y malsano, un aliento de tumba ... El po-
bre Juan estaba muerto., se había desnucado, se había
abierto la cabeza, y de la ancha herida goteaba todavía
su sangre negra y espe\>a. . . Su camisa manchada de
vino y su boca sucia, de bigotes empastados por la be-
bida decían que habían llegado allí perdido de borra-
cho ... En sus grandes ojos, salidos, horrorosos, vaga-
ba su última mirada, helada de espanto al asomar la
pupila .. . ! En cuanto a Roberto, estaba desmayado y
volvió en sí. .. Su desbarajustado organismo de histé-
rico no se acabó con aquella catástrofe ... Ni se murió,
ni siquiera tuvo la su~rte de quedarse enloquecido ...

-82 -
'
CUENTOS DEL PAGO

IMPRE'SIONES

Los "Cuentos del Pago", a su apanc1on fueron


saludados por sueltos expresivos, cariñosos, llenos de
elogios. Pero ésto no ftté todo; poco tiempo después la
crítica tomó al libro por su cuenta para zarandearlo a
su gusto en largos artículos, y mientras en uno se de-
cía todo lo bueno que de un libro puede decirse, en
otros se le daba duro y duro hasta dejarlo mal parado,
muy maltrecho. ¿Quiénes tenían razón en sus aprecia-
ciones? De seguro que no son aquellos que han quy-
rido ver en los lindos cuentos camperos una bagatela
de poco peso. Fácil le sería probar ésto a cualquiera
que quisiera tomarse el trabajo de estudiar despacio la
colección de novelitas, y casi, casi lo intenta el que es-
cribe estas líneas, si no fuese porque no está en su ca-
rácter tomarse un trabajo que con más acierto aunque
no mejor voluntad puede emprender cualquier otro.
A otro pues, la tarea de hacer crítica concienzuda.
Por nuestra parte, nos contentaremos con declarar que
la impresión que en su conjunto nos produjo el libro,
fué tan buena como lo esperábamos y lo deseábamos.
Los cuentos de Fernández nos gpstan, nos gustan mu-

- 85 -
DOMINGO A R E N A C U A D R O S CRIOLLOS

cho y casi se nos antoja decir que debía darse por muy Sabemos que esta frialdad del libro de Fernánclez
satisfecha la gente amiga de lecturas, con que ·apare- y Medina, es justamente uno ele los defectos que se le
ciesen muchos autores nacionales que con frecuencia señalaban, pero es el caso que a nuestro pobre j uicio,
le hiciesen saborear una literatura parecida. eso no parece un defecto ni mucho menos. Para nos-
Muchos de los Cuentos del Pago nos eran conoci, otros constituye sencillamente el temperamento del li-
dos desde antes de aparecer el libro y puede decirse que bro, viene a ser una de sus condiciones originales qüe
de todos los argumentos teníamos noticias más o me- no desmerece el conjunto corno la frialdad de carácter
nos completas, de manera que, cuando el elegante tomo 110 apaga Jos atractivos de una mujer hermosa. Por
llegó a nuestras manos, lo recibimos con el contento ello vemos que en sus cuentos Fernández ha Yertido
con que se recibe un estuche que se sabe lleno de cosas mejor que ninguna otra cosa, su manera de ser blanda
buenas, sabrosas. y sosegada, la apacibilidad ele toe.lo su ser que se vis-
f
Lejos de archivarlo, suerte que desgraciadamente ºl lumbra entero en' su retrato, y cuando los leemos nos
para ~osotros espera a casi todo el papel impreso que parece escuchar al autor, haciéndonos personalmente
nos viene a las manos, lo leímos casi de corrido con sus relatos, con aquella voz bondadosa que raras veces
una rapidez relativa, inusitada para nuestra habitual se altera, ni aún cuando da forma hablada a alguno de
lectu~a, experimentando con él variadas y agradables sus raros odios.
emociones que se sucedían las unas a las otras mansa- La literatura como la ele F ernández y Medina, ca-
mente, sin atropellarse, traídas por los relatos senci- racterizada por ese tono sencillo, debería tener tanta
11os que _había trazado la pluma poco nerviosa del jo- aceptación como_la otra, como aquella que en cada una
ven escritor. La calma que respira todo el libro, aún de s us líneas deja ver el esfuerzo del vigor.
e~ los momentos en que describe las escenas más trá- La una es el complemento de Ja otra, y son indis-
gicas, es l o. que pr~me~o choca y puede que sea lo que pensables para formar el conjunto, como son necesa-
n?s haya hecho mas bien: saturadas por esas lecturas rios los días serenos en el mar y en la naturaleza, co-
vigorosas que a cada página hacen sentir un escalofrío · mo se necesitan valles y llanuras para romper la mo-
nos dejamos llevar gustosísimos por aquellos plácido~ notonía de las montañas. Además, aunque otro mérito
cuentos que nos hicieron asistir a centenares de esce- no tuviese esa literatura, siempre serviría para mostrar
n_as, de las más variadas, algunas de las más fuertes, cómo resultan las pasiones de los hombres, las mani-
sm que una sola vez viéramos nuestra piel hecha car- festaciones de su naturaleza y las distintas situaciones
ne de gallina, sin sentir una sola vez esa rara tensión que pueden herir al espíritu, vistas en ese cuadro apr·~­
<le los múscnlos del rostro que hacen tonnr a Ja cara. ciable, bosquejadas apenas, con el atractivo del suave
más bonachona, un tinte extraíío qne muy poco la fa- colorido, sin esas pinceladas rudas que lastiman
vorece. la tela y que producen en más ele una retina sensibles
impresiones dañinas.
- 86 - - 87 -
DOMINGO A R E N A C U A D R O S C R I O L L O S

Y llevados por su estilo peculiar, todas estas co- yos tan caudalosos y los manantiales tan frescos que
sas se encuentran en el libro de Fernández si es que el lector pudiese en ellos refrescar su cuerpo o calmar
no se le mira con mala voluntad y no se le exije lo que su sed cuando fuese de su ag~ado; sólo así habría pa-
es ajeno a su propia naturaleza. Léase las primeras pá- ra algunos sabor local. Pero por lo que a nosotros to-
. ginas de "Monte cerrado"; todo el " Primer amor", el ca, no somos tan exigentes. Para ver los pantanos y
mismo "Don Patrocinio" y se verá si no se encuentran las cuchillas no necesitamos sumirnos en el barro has-
descritas pintorescas sierras, arroyos y lagunas que ta la cintura, ni experimentar el cansancio de la subi-
enamoran, costas que por sus caracteres patentes no da de una cuesta. Nos bastan que se nos apunten las
pueden ser confundidas con otras porque son las nues- principales líneas del cuadro para "ver por dentro" la
tras. En la " Flor del Pago" se ve entera, encantadora, representación del paisaje ; y gracias a eso será que le-
una morochita llena de gracia que por cier to la desea- yendo algunos de los trozos del libro que nos ocupa
rían para heroína muchos libros de alientos, y por úl- hemos podido comprender y admirar la hermosura de
timo si se quiere saber algo sobre pasiones, no hay algunos pedazos de la sierra de Minas, por lo que le
más que ojear cualquiera de las novelitas, en que amo- hemos quedado muy agradecidos al autor.
res más o menos felices, desdichas profundas, se ven De los catorce cuentos del libro, indudablemente,
trabadas por doquiera, con la misma mano siempre se- el que nos parece mejor es el dd "Ferroc_arril", un her-
gura y tranquila que ni un momento se desdice. moso cuento, que por sí sólo vale un libro chico. To-
Entre otras muchas cosas se ha dicho del libro do está unido en él para que remite artístico: el asun-
que no tiene sabor criollo. Ciertamente que ésta es una to tratado con todo acierto, el estilo levantado, casi
af irrnación que costaría fundarla, porque precisamente fuerte, los personajes pintados con sobriedad pero de
si algún sabor tienen los "Cuentos del Pago" es uno una manera vigorosa. El odio que el paisano ha senti-
criollo bastante pronunciado. Lo que hay al respecto, do hacia ese progreso, que no comprende y del cual
es que a la usada frase, mucha gente le ha dado un no ve más que al telégrafo que invade sigilosamente
signi ficaclo demasiado estrecho. A fuerza de oir decir su pago como un espía y la locomotora que atropellán-
y de repetir que en tal libro se siente el olor ele la gra- dolo todo, desmonta sus campos y destroza sus sierras,
milla, se olvida que se habla en lenguaje figurado y domina los ríos, quema los pastos y asusta sus gana-
se quiere que en realidad, las hojas de papel impre- dos, está perfectamente estudiado en la vieja Ciriaca,
so se presenten verdes y ondu"ladas, despidiendo 'el en aquella vieja flaca y huraña que gracias a los avan-
fresco perfume del pasto de nuestros campos. Para ces del intruso, pierde su hacienda, sus otros medios de
complacer a éstos, había que hacer de las páginas ver- vida, y hasta se queda sin su sobrinita linda y queren-
daderos planos de topografía, donde se viesen los ver- dona que un día, para irse con su hombre, la abando-
des valles, las escarpadas sierras y corriesen los arro- na, tentada por aquella gran bestia de hierro siempre

-- 88 - -89-
DOMINGO A R E N A C U A D R O S C R 1 O L L O S

jadeante y siempre vigorosa, que con sus grandes gri- su libro cosas que resultan inverosími1e~, tontas, a
tos parecía ofrecerle el lomo para llevarla corriendo a fuerza de ser castas. Dos muchachos, de quince años,
la ciqdad. y_ de distinto sexo que se quieren mucho, se encuentran;
Otro cuento que vale es "Don Patrocinio". una cita en un lugar apartado, poético, que convidaba
E l viejo buzo del Polonio está muy bien maldi- a quererse. El sol fecundaba a la naturaleza toda; todo
ciendo siempre al faro porque evita los naufragios, con se estremecía de amor y ele deseo, y los dos muchachos
su vida eterna dedicada a robarle al mar sus despojos si habían de obedecer a sus naturales instintos y ha-
para entregárselos en depósito a las movedizas are- cerse por lo menos alguna expresiva manifestación de
nas, y muriendo al fin, miserablemente rico, entrevien- cariño, se contentan con pasar el rato a distancia, di-
do en el último aliento de su mente, un último botín ba- ciéndose cuatro zoncer as, ni más ni menos que si fue-
lanceándose en las olas. se un tímido seminarista él, y ella la más púdica no-
Muchos otros cuentos no le van en zaga a los nom- v1c1a.
brados. "La muerte en la tapera", lindísimo episodio Y sin embargo, eran dos guapos muchachos, cu-
que se debilita en el desenlace, tiene unos hermosos Y.ª sangre a fuerza de retozar debía reventarles las ve-
versos camperos que por sí solos bastarían para sal- nas. Esto no es más que un ejemplo. En "Et Foras-
var el artículo. "El primer amor'' es un sabroso idilio tero" se ve, es cierto, a una morocha más entusiasta,
campestre de una delicadeza y una verdad envidiables. que se deja enamorar l1asta dar una cita, pero lo que
El libro de Fernández y Medina, escrito correcta- pasó después que el mozo de su pensamiento le había
mente, con buen estilo, con buenos cuadros de la na- arañado la ventana, ni con puntos suspensivos está ex-
turaleza, peca sin embargo en un punto capital, en lo presado siquiera, como si hasta los puntos suspensivos
que se refiere a los caracteres de algunos de los per- le parecieran a Fernánclez demasiado audaces.
sonajes. Estos, desempeñándose bien en todas partes, No hay duda que Fernández y Medina, peca en es-
flaquean cuando de amores se trata. A este respecto, tas cosas a sabiendas y que tienen razón los que di-
puede que tenga un poco de razón el que dijo que todas cen que es preciso que se desprenda cuanto antes ele
las mujeres de sus cuentos se parecen. esos convencionalismos doctrinarios que deprimen sus
Los personajes de Fernández y Medina no es que creaciones. De este defecto se curará pronto Fernández
no sepan quererse, es que él no los deja. Los tutela de y Medina, en cuanto se convenza que con él arraigado,
una manera severa, siguiéndoles los pasos hasta ~l difícilmente podrá hacer nada completo en literatura.
punto ele que los pobres no pueden hacer la menor Pero, para que Fernández y Medina llegue a dar to-
pillería, y si hacen alguna es tan encubierta, tan encu- do lo que puede dar de sí, es preciso que se cure de otro
bierta, que sólo estando en el secreto se puede entrever. defecto que los íntimos le conocen. Fernández y Me-
Gracias a este empeño de Fernández, es que se ven en dina escribe al galope, a vapor. Casi todos sus cuentos

- 90 - ..... 91 -
C U A D R O S C R I O L L O S
DOMINGO A R E N A

bueno bajo todos conceptos a su futuro libro, no tie·


representan sólo el trabajo de algunas horas, y casi to- ne más que atender esta recomendación que todos le
dos ellos han ido de la mesa de trabajo a la imprenta hacen. Deje que sus personajes, si le salen apasiona-
sin recibir modificaciones, tal rual como salieron, de dos, vivan sin trabas Ja· turbulenta vida de las pasiones.
primera intención. Además, si quiere colmar la medida, trabaje más su
Ahora bien, ese sistema no hay duda que no le estilo, y en vez de aceptarle a la imaginación lo que
aprovecha; si él hubiese escrito sus "Cuentos del Pa- buenamente le ofrece, hágale encontrar lo bueno aun-
go" más despacio, Je hubiesen salido más sabrosos, me- que se afane y sude, que para eso es usted dueño y
jores. Y la prueba de ello se tiene en el mismo libro, tien"e sobre ella el soberano influjo de la voluntad.
en las pocas estrofas que de tarde en tarde se encuen-
tran en él. En esos versos se le desconoce casi al au- (De "El Día", Enero 16 de 1894).
tor : se le encuentra con una animación inusitada, con
un colorido que las destaca sobre la prosa, y éste in-
dudablemente no se debe a otra cosa que al trabajo
que ha debido darse para escribir con metro; ha bas-
tado un poco de dificultad, de esfuerzo, para que su
imaginación se vigorizara y adquiriera bríos. Y los
trabajos que le resultan a Fernández cuando medita y
hace trabajar a su mente, tendrá oportunidad de apre-
ciarlo~ el público cuando vea aparecer "Las camperas",
hermosa colección de poesías que a una rara origina-
lidad, une un color nacional pronunciadísimo.
Abrigamos la esperanza de que dentro de muy
poco tengamos que volver a tomar la pluma para ocu-
parnos de un nuevo libro del autor de "Cuentos del
Pago". Se tratará, tal vez, de una colección de cuentos,
puede que de alguna novela; ele cualquier manera lo
que principalmente deseamos para entonces, es que el
nuevo libro aparezca escrito con entera independencia
de criterio, sin que los personajes sufran las pernicio-
sas consecuencias de esa moralidad mal entendida, que
los estrecha y los estrecha sin dejarlos mover, casi
quebrándoles el aliento. Si F ernández quisiera hacer

- 92- - 93-
'

VIDA LOCA
VIDA LOCA

Fermín había sido siempre de carácter raro. Se


le veía en silencio vagar largas horas por el campo, só-
lo y sin objeto, de día o de noche, lo mismo a pie que
a caballo. Si lo detenía alguien para preguntarle que
hacía, lo miraba sorprendido como si despertara de re-
pente sin haber oído, y después de repetirle la pregun-
ta, contestaba invariablemente:
-Nada; tomo el fresquito.
Y a veces hacía un sol que achicharraba.
Una tarde ele un día ele esquila, varios peones dor-
mían la siesta debajo de un galpón, y entre ellos esta-
ba Fermín, tendido sobre una carona, recibiendo todo
el sol que le caía a plomo, haciéndolo sudar a mares
como si lo derritiera. Enfrente del galpón estaba la ca-
sa; un rancho inclinado que parecía quererse echar a la
sombra de los álamos, cuyas ramas se doblaban ago-
biadas por el calor, y un poco más allá, se veía el an-
cho y bajo corral lleno de ovejas, que, ansiosas de
sombra, se apiñaban en grupos, jadeantes y embrute-
cidas.
Temprano había empezado la tarea. Las ovejas
agarrqdas y maneadas en el corral, eran llevadas al
galpón y colocadas sobre cueros tendidos expresamen-
te; y allí los paisanos, casi todos trayendo chiripá de
merino o arpillera, inclinados sobre el animal, en cu-

'l- -97-
DOMINGO A R E N A C U A D R O S C R I O L L O S

clillas unos y otros arrodillados, manejaban hábilmen- Al otro día, el comisario se hizo cargo de él para
te la tijera de esquilar, quitando el vellón que entero y llevarlo al pueblo. Ya entonces estaba más tranquilo,
limpio, otros ataban con un hilo. · se reía a carcajadas sin motivo. miraba a sus amigos
Eran quince los que trabajaban, y sólo bromas li- sin conocerlos, y a tocios les ofrecía vacas y caballos
vianas y el resoplido ele cansancio que lanzaban los ani- por cigarros que mascaba en vez de fumar.
males por las movibles narices de su apretado hocico, El día ele la marcha, se dejó sin resistencia atar
resaltaban sobre d áspero e incesante chirriar de las los pies por debajo de la barriga deJ caballo y, escol-
tijeras. De cuando en cuando alguien concluía, y una tado por la policía, marchó siempre riendo ruidosamen-
oveja era soltada, saliendo del galpón a tropezones, en- te, dejando sin sentimiento el campo, las casas y los
tumida por las ligaduras, extrañada de ver a sus com- montes, que lo habían acompañado toda su vida. Cuan-
pañeras tan feas y de sentirse desnuda, sin el vestido do llegó al pueblo mostró la misma indiferencia; pa-
que hacía un año no 1.11uclaba. recía no ver nada. Lo llevaron al cuartel, donde estaba
Mientras tanto, Fermín seguía durmiendo. De pron- lo que llamaban impropiamente cárcel.
to despertó, y se sentó sobre el recado afirmando las Et cuartel lo formaban dos cuadras largas y pa-
dos manos en el suelo. Estaba pálido, parado el lacio ralelas· en que vivían los soldados ; un cerco muy alto
y cerdoso pelo, y con una expresión de terror en sus separaba la mitad del fondo de un terreno baldío y la
pardos ojos, brillantes y saltados, como si la fermen- otra mitad la limitaba el calabozo : una pieza oscura
tación de su cerebro los empujaran. con un patio al frente, al que encerraba una reja de
L as tijeras dejaron de chirriar y todos Jo mira- hierro enclavada sobre la pared baja; en el lado opues-
ron. Entonces Fermín se puso en pie, con el cuerpo to del cuerpo de guardia que protegía la entrada, a cu-
echado hacia adelante, los brazos entreabiertos y en ya derecha se veía el pequeño cuarto de la mayoría.
tensión, los puños crispados y temblando todo. En se~ En el conjunto y mirado de afuera, era un edifi-
guida atropella al grupo, con fuerza incalculable toma cio grande y viejo, que con descaro mostraba sus pa-
en los brazos a uno, lo aplasta contra el suelo, y le redes hendidas y sus revoques deshechos, como por-
aprieta el cuello como queriéndolo estrangular. diosero acostumbrado desde tiempo a sus andrajos.
Es preciso el esfuerzo de tres hombres para su- En los ladrillos, desnudos y gastados, en las puertas y
jetarlo, y mientras el contuso se alza medio ahogado ventanas desvencijadas, en todo él, se leía ese triste
y uno del grupo grita: "sujeten bien a ese rnamao", él convencimiento del que siente que se arruina sin re-
signe forcejeando, nervioso y terrible, mostrando que medio; y el p0rtón, que era lo ·más alto, con sus r0-
en un momento su mansa manía se había transforma- bustos pilares venciclos, parecía la g ran cabeza del cuar-
do en locura foriosa. tel, inclinándose con resignado cansancio.
Ese día, como en todos, se notaba cientro de él,
***
-98- - 99-
DOMINGO A R E N A C U A D R O S C R 1 O L L O S

el aspecto y la actividad propios de los cuarteles. Dos desde el primer momento como si fuera su casa. Ha-
soldados hacían fagi na barriendo con escobas de chil- blaba a todos con gran confianza y les pedía cigarros,
ca el espacioso patio; otros sentados en las puertas de que era una de sus manías. En cambio ofrecía siem-
las cuadras, limpiaban con perezoso cuidado sus ar- pre caballos y novillos, y hablaba a gritos de los innu-
mas, que debían aprontar para Ja próxima revista. merables animales de su hacienda imaginaria.
En el fondo del patio un cabo armado de una va- Y allí vivía gritando, siempre contento, conver-
ra enseñaba a tres reclutas a marcar el paso, al son del sando familiarmente con los militares y dirigiéndoles
incesante: uno, dos; uno, dos; que pronunciaba con la palabra a los centinelas, a quienes llamaba "her-
aburrido es fuerzo, sin interrnntpirlo ni para dar los manos".
frecuentes varazos. En las cuadras, y vigi la~os por una Las evoluciones y los ejercicios de la compañía, lo
imaginaria, brillaban sobre caballetes los largos fusiles, .. entusiasmaban. Marcaba el paso · como ellos, gritaba
h asta desgañitarse en las alegres dianas y se excitaba ·
caladas las bayonetas, lucientes y puntiagudas. Sobre
las tarimas había ponchos arrollados mostrando su ro- principalmente con las formaciones, que él llamaba
ja bayeta; otros. tendidos, servían de cama a los sol- "paradas de rodeo".
dados que descansaban de la guardia anterior, acosta- Una noche, tiempo andando, Fermín dormía co-
dos, sentados y echados en distintas posturas, hacien- mo de costumbre en la tarima junto con los demás pre-
do cigarros los unos, y otros tomando mate en la "ga- sos. El cuartel estaba en silencio. En las cuadras, al~m­
lleta" lustrosa y con la característica bombilla de la- brados por una lámpara que quebraba su luz en la ba-
ta, vieja y cortada. yoneta de los fusiles, todos dormían, menos el imagi~
En la mayoría, el oficial de guardia, leía la tác- naria que caminaba perezosamente. En el cue1 po de
tica, mientras el capitán se hacía afeitar por su asisten- guardia, varios soldados rodeaban en grupo el fogón,
te. Los presos, algunos se mostraban en lf. reja, recos- otros se sentaban en los bancos del frente bien ilumi-
tándose aburridos, y otros se paseaban en su estrecho nado, donde paseaba el centinela, que se eclipsaba a
patio con las manos atrás, silbando o fumando.: ratos al pasar por la sombra alargada de la garita.
Cuando entró la comitiva que traía a Fermín, muy Desde el patio sólo se veían el oficial de guardia le-
poco se modificó el aspecto general del cuartel: nadie yendo en la Mayoría, y un farol grande que parecía
se movió, acostumbrados como estaban a aquellas en- un ojo vigilante del cuartel, dc$parramando su soño-
tradas. Sin embargo, cuando el oficial de guardia di- lienta mirada sobre el calabozo, y a cuya luz otro cen-
jo que se trataba de un loco, hubo un poco de agita- tinela paseaba también con aire distraído. No se oía
ción, un momento de curiosidad, después como si tal otro ruido que el cuchicheo de la guardia y esas pal-
cosa. madas con que a intervalos regulares los centinelas se
Fermín dentro del calabozo, estuvo tan a gusto preguntan si están alertas.

-100 - - 101 -
DOMINGO A R E N A C U A D R O S CRIOLLOS

De repente Fermín despertó; como le sucedía con Pero éste disparó su fusil, y la bala arrastrada por
mucha frecuencia, más si había de quedarse con los una impulsión vertiginosa, le fué al encuentro para de-
ojos muy abiertos pero indiferentes, medio se recostó tenerlo en su arranque loco, abrasándole el pecho y
en la tarima, y empezó a observar el techo y las negras tumbándolo de espaldas en el suelo. E sto fué tan rá-
paredes a la escasa luz que penetraba por la única puer- pido, que el golpe seco ele la caída, levantándose entre
ta del calabozo, que siempre quedaba abierta. Por pri- un g rito de rabia, fué el eco pesado y lúgubre ele la de-
mera vez, desde que estaba allí, hacía aquello, como tonación que se produjo.
si un vestigio ele lucidez hubiera alumbrado su mente, Aún no había tocado el suelo, cuando Fermín re-
como si hubiese amainado un instante el viento que se volviéndose con el esfuerzo rápido ele la fiera herida,
agitaba dentro de su cráneo, arrebatando su pensa- se levantó abalanzándose ciego, hacia el centinela que
miento. preparaba su fusil ele nuevo, gritando por el cabo; pe-
Después, en oscura asociación, empezó a concebir ro éste se estrechó contra la reja sin conseguir abrir-
gi~ones de ideas que le evocabn r ':'r.uerdos turbios y se paso. Allí, rabioso, forcejeando hasta desgarrarse
lejanos. Pensó vagamente en su vivienda que com- las carnes por querer pasar su espantosa cabeza por
prendía no era aquella, en sus animales, en sus cuchi- entre el espacio ele los barrotes, tomó entre sus puños
llas queridas, y se le despertaron anhelos ele reanudar otros dos, zwnarrcándolos con vigor centuplicado, ca-
sus solitarios paseos. . paz de arrancarlos, moviendo la reja tocia, que crujió
Se levant? ele la tarima brnsco y asustado; pero en un largo quejido como si sintiese destroncarse sus
una_ vez en pie se tranquilizó enseguida y se dirigió miembros metálicos.
hacia la puerta con paso calmoso y la actitud silenciosa En aquel esfuerzo de un segundo, esfuerzo sobre-
que en otros tiempos le eran peculiares. humano, monstruoso, pareció gastar las energías todas
. Salió al patio y al primer paso que dió en él, el <le su vida, pues cerró los ojos entre temblores violen-
centmela le mandó hacer alto. Como no fuese atendi- tos y resuellos ' rápidos, entrecortados y difíciles.
do, le gritó con mucha más fuerza a Ja vez que marti- Después volvió a abrirlos, húmedos y tristes, ilu-
llaba el fusil. minados por la luz de la razón, ausente en ellos desde
Esta vez ~ermín oy~. Se estremeció sorprendido, antes que por primera vez los hiriese la del día, y en-
se le embravecieron los _OJOS y el huracán de su locura volviendo al centinela en una mirada de angustia, lle-
se desencad~nó con más fuerza que nunca dentro de su na de una amarga expresión que nunca sus miradas
cabez~, c?mo si quisiera volarle el cráneo. Fijó la mi- habfan tenido, le dijo con voz quejumbrosa, débil, que
rada mc1erta en el centinela, y amenazador con los parecía abrirse paso apenas al través de una espuma
puryos crispados, se precipitó hacia él con u; salto de sang uinolenta que ya le llenaba la boca : - ¡Qué bár-
fiera. baro, hermano. . . me lastimaste. . . ·

- 102 - - 103 -
DOMINGO A R E N A

Sus brazos se aflojaron, su cabeza pegó en el pre-


til de la reja, produciendo un mido mate, y rodó por
el suelo, silenciosamente, para no levantarse nunca más.

** *
La detonación, el grito y el ruido, pusieron en mo-
vimiento en un instante a todo el cuartel. El oficial sa-
lió al patio, la guardia corrió a sus armas, la soda-
desca, despertada con sobresalto, se levantaba y corría,
saliendo en confusión, desatinada, sin saber de lo que
se trataba ni adonde dirigirse, y los presos, fuera de PERFILES
su calabozo, se aglomeraban alrededor del pobre loco,
cuyo cuerpo ensangrentado alumbraba la luz del farol.
Ordenes, gritos, ruidos de armas, carreras por las cua-
dras, pisoteos en las tarimas, se oían a la vez, confun-
didos, produciendo un rumor sordo, que sonaba como
un amplio murmull~, malhumorado y enorme, crecien-
te más y más. Pronto se supo el origen ele aquella ba-
raúnda, la cual fué disminuyendo poco a poco. Se re-
levó el centinela, levantóse el cadáver, y se mandó que
todos volvieran a sus puestos.
Empezaron a acallar los rumores; las corridas por
las cuadras y pisoteos por las tarimas se hicieron me-
nos frecuentes; se oyerÓn los últimos ruidos de armas,
los últimos comentarios, y un cuarto de hora más tar-
de todo estaba enquiciado y tranquilo. El frío egoísmo
convidaba al descanso y el viejo cuartel vlvió a sun•ir-
se en su letargo de la media noche, sólo interrumpido
por los cuchicheos de la guardia y por las palmadas
con que a ratos, los centinelas anunciaban estar alertas.

-104 -
PERFILES

UN MENDIGO

Lo vi como otras veces, en la noche cleI domingo,


noche serena y tranquila en la que las estrellas cente-
lleando con fuerza parecían dieran saltitos en la oscura
bóveda del cielo.
Como siempre, estaba recostado en el mismo lugar
de la misma esquina, 18 de Julio y Cagancha, cerca
de un farol que lo envolvía en su luz, mostrando a Jo
lejos su triste silueta.
Y la verdad que aquel rincón no debe dejarlo. N in-
gún fondo mejor para hacer resaltar sus miserias, que
aquel suntuoso caserón de la Plaza Cagancha, rico,
raro, que sin concluir todavía, ya parece agobiado por
los años, con sus paredes sin revocar, acribilladas por
innumerabes ventanas y bajo el peso de aquella telara-
ña de andamios y tirantes que lo envuelve y ahoga .
Hoy por hoy, el mendigo es la mejor cariátide del tem-
plo inconcluso. Uno y otro se completan. Estaba allí pe-
gado a las tablas que rodean el edificio, como uno de
los tantos a visos ele toda clase que los llenan; se diría
que Ja escasez de sus fuerzas no le permite estar de
otra manera. De estatura elevada, muestra a las claras

-107 -
DOMINGO A R E N A C U A D R O S C R I O L L O S

en su delgadez, que es un cuerpo que la consunción silla. La noche estaba muy linda, y los paseantes se
acaba. divertían demasiado para mirar y compadecer su mi-
Se sostiene, apoyado en su bastón, sus flacas ma- seria. De tarde en tarde alguno le ponía un vintén en
nos siempre cruzadas, y su encorvado lomo, termina la rugosa mano, pero a veces con r ecelo mirando a los
en un pescuezo largo, demasiado endeble para sostener lados, pues parece que en estos tiempos hasta avergon-
la cabeza que mueve de un lado, inclinada y sin po- zara ser caritativos.
derla enderezar, como pedúnculo ya marchito, inca- Y mientras el mendigo pegado a las tablas del
paz de mantener erguida la fruta que amenaza caer. grande edificio, seguía moviendo a los lados su incli-
Sombreada por sus cabellos largos, blancos y re- nada cabeza, saludando a los que pasaban indiferentes
cortados que cubre un sombrero con luto, sus flacas y pensando tal vez en la muerta por quien llevaba lu-
facciones set muestran apenas, escondidas por barba, to, todo era estrépito y alegría a su alrededor. Pasa-
blanca también y muy espesa, entre cuya lujuriosa ve- ban trenes, caballos y coches, sin interrupción, atro-
getación de pelos descoloridos sólo descuella la nariz nando y atropellándose en la ancha y alumbrada calle.
grande de lomo encor vado, y sus claros y apagados La plaza donde descollaba la estatua nadando en
ojos hundidos dentro de las órbitas, que contribuyen la luz de sus grandes y altos faroles, estaba llena de
a darle a l todo un tinte de melancolía triste y profunda. niñas que saltaban a la cuerda; de muchachos que co-
A su lado y perdiéndose con su vestido negro, en r rían y gritaban; de parejas que sentadas en los bancos,
la sombra que proyectaba su cuerpo, estaba una chiqui- se arrullaban felices; de flores que se inclinaban conten-
ta de cara descarnada, pelo lacio y mal peinado, y ojos tas sobre el pedúnculo, para recibir el fresco y líquido
muy abiertos y de poca expresión. Muy pegada a la polvo que le arrojaban las fuentes; y en los instantes
pared y con los bracitos cruzados, casi no se movía; que la multitud callaba para tomar aliento, notas mis-
sólo a ratos sacaba la cabeza de la sombra para pasear teriosas, girones de acordes, se hacían oir vibrando en
su curiosa y fría mirada. el aire; era el piano de la cervecería cercana que tam-
Y con ella al lado, el mendigo que vestía un ja- bién reía .. .
quet negro bastante aseado, esperaba con cierta digni-
dad el tributo que la caridad había de aportarle para (De "El Día", abri:t 12 de 1892).
sostener su vida macilenta. No pedía. Sólo cuando pa-
saba alguien, desenredaba las flacas manos de sobre
el bastón y movía un brazo para saludar, el que lle-
gaba al sombrero lento y perezoso como si le faltaran
fuerzas. M ucha gente pasó, muchos saludos hizo, pero
muy pocas veces la mano tuvo que llevar algo al bol-

-108- - 109-
EL BURRO DE ORO
EL BURRO DE ORO

j Burro
ele oro !. . . ¡triste mote para cargar con él
toda la vida! Y s in embargo el infeliz nunca había si-
do llamado de otra manera desde que su mala suerte
lo llevan allí, donde ahora envejecía. Burro de oro,
le decía el pulpero; por el burro de oro lo conocía todo
el vecindario, y hasta en su casa, cuando a su flaca y
desdentada mujer se le ocurría echarlo de menos. era
también por el burro por quien preguntaba con su vo-
cesita de flauta rota.
¿Cómo era que tocios, casi sin consultárselo, ha-
bían dado en llamarlo así? ... Era porque, a no decirle
Tndalecio, el nombre que atinaron a ponerle sus pa-
dres por ser el del santo que traía el almanaque ele un
pulpero el día de su nacimiento, no se le podía llamar
de otra manera. De burro era su gran cabeza siempre
agachada, que su largo y robusto pescuezo llevaba
colgando, como si la sostuviera apenas; ele burro eran
sus orejas puntiagudas y anchas; y no podían perte-
necer a otro animalito su vientre abultado y sus extre-
mos torpemente perezosos, ni la gravedad estúpida que
no abandonaba un momento a toda su persona. Se di-
ría que la distraída naturaleza, al formarlo, ya había
bosquejado el embrión de un pollino cuando se dió
s .... -113-
DOMINGO A R E N A C U A D R O S C R 1 O L L O S

cuenta de que quería hacer otra cosa, y que de pura das, surgió otra cuestión que se discutía con calor en
pereza no más, por no deshacer lo hecho, resolvió con- los corrillos de la pulpería: ¿dónde las guardaba? ...
cluir su obra, modificando sin destruir el primer plan ¿en qué? ... ¿cómo? .. .
de organización que para aquel ser había concebido. Y en cuanto a esto, hubo que contentarse con con-
Hacía más ele veinte años que Inclalecio el portu- jtlttras siempre. Nada daba el menor indicio. Y cuan-
gués vivía allí, en una estancia que poco a poco había do entre bromas se le hacían preguntas, a él, sobre el
ido haciendo suya, a fuerza de sacrificar su cuerpo y ~~unto, enroj~cía un poco y contestaba con voz sosega-
los de su familia, a la que vestía mal y daba de comer da que se dejasen efe esas cosas, que él no tenía nada
apenas, de tanto ser mezquino. que esconder ni pensaba tenerlo nunca.
S iempre sucio, siempre en camiseta, con una ca- Y mientras hablaba, n;iantenía los ojos fij os en el
miseta eterna, de a cuadros, cuyos cuadros ya se ha- suelo, -aquellos ojos que nadie recordaba haber visto
bían perdido, hacía tiempo, bajo una capa de mugre; en la vida,- y si por acaso los levantaba a l instante,
con su ancho cinto de cuero, sujetándole el puntiagu- era para que sus párpados se cerrasen en seguida en
do vientre, se le hubiera creído uno de esos elesg~acia­ un aleteo ele pájaro asustado, como si quisiesen escon-
dos que llevan una vida de parásitos, sin iniciativa y der rápidamente la revuelta pupila, temerosos de que en
sin progreso. Pero no era así, el burro no era tal para se fondo pudiera descubrirse el sendero que llevaba al
hacer sus negocios, y por eso, sin cambiar de figura precioso escond ite.
y sin salir un momento de su actitud gravemente si- , No .con~ando la c?dicia, que de grande que era pa-
lenciosa, iba acreciendo más y más su fuerte caudal. rtc1a no. cl:Jar espacio en aquella vida para ningún
Ganaba oro, mucho oro, y la amarilla que caía en sus otro sentimiento,. el burro de oro tenía una pasión, una
manos no volvía a la luz: iba al montón, a formar en- sola, .la ele la bebida. Su paladar, siempre seco, hubiese
tre las que la habían precedido y que serían sus eter- necesitad? '. para estar contento, que una eterna gote-
nas compañeras ele encierro, para sostener estancada, ra. al~oholtca le empapara la lengua con sabor áspero
sí, pero siempre creciente, aquella fortuna, que no lle- y ardiente. Y como la mezquindad de su dueño le im-
garía a ser virle para otra cosa al pobre burro, más que pedía hacer su gusto, llevaba una existencia ansiosa
para completar su apodo. clesespe.rada, ~e ~laga que no cura, que hacía aparece;
A l principio, cuando aun era lJOco conocido en el en la f 1sonomia mflamada del burro todos los matices
pago, todo el mundo se preguntaba: ¿Qué hará el bu- de la más rabiosa anignrria cuando al alcance de su mi-
rro con su dinero? ¿en qué empleará las tantas onzas rada se presentaba una copa de bebida.
que le producen la venta de sus ganados y la de las Era para tratar de aplacar su vicio más bien
lanas de sus ovejas? Y cuando ya se pudo contestar arr~strad~ por él, que el burro se pasaba en' la pulpería'
a ciencia cierta Io que las hacía, que las guardaba to- casi el d1a entero, adonde, desde muy de mañanita

- 114 - - 115 -
DOMING O A R E N A C U A D R O S C R 1 O L L O S

lo llevaba su petizo tubiano, que tan apacible como él, en vano quería ser mesurado, se bebía más de la mitad
lo · esperaba hasta la tarde, triste y resignado, mascan- del contenido. Otras veces se iba donde algunos pai-
do freno debajo ele la enramada. sanos jugaban al truco, se les paseaba por detrás como
P ero en Ja pulpería sólo conseguía irritar más sus sombra, mirando el juego y haciendo que se entusias-
ardientes ansias da alcohol nunca saciadas. Iba con maba con él, conteniendo a duras penas los brincos de
el propósito formal de comprar caña, anís ele los más su lengua, 'lue ante los vasos llenos, de ganas le dis-
fuertes; y beber, beber hasta asarse la lengua, aquella paraba de la boca, y aprovechaba el momento de alga-
lengua infame, que sólo le daba descanso cuando la zara que producía una partida ruidosa, para levantar
mantenía en un remojo ardiente; pero era entrar en la un poco et diapasón de su floja risa, dar también tma
casa, arrimarse al mostrador, y agallinarle el cuerpo opinión, que nadie le pedía, y en la confusión, besar
la más aplastadora do las irresoluciones. Había que con furia el vaso que desde hacía rato pastoreaba. Des-
gastar, dar dinero; y aquello era super ior a sus fuer- pués, cuando todos se levantaban, él se quedaba ron-
zas, y a todo el dom inio ele su voluntad. Hubiera ciado ceando el campo de batalla, para disputar a las moscas
contento un dedo, un pedazo cualquiera de Ja carne Jos restos que lamían y que se apresuraba a coparles
ele su cu,erpo: tenía valor para ello; pero <linero o cual- en cuanto se veía solo.
quier cosa que lo representase, eso no. Se le avergon- Estas cosas del burro de oro, por más que tuviesen
zaba el alma por ello al pobre burro, porque el infeliz su tinte cómico y entretenido, no dejaban de exasperar
reconocía que su proceder era vergonzoso, pero no ha- a los parroquianos, que veían a aquél que era más ri~o
bía más, no podía, era inútil la lucha, y no había más que tocios ellos juntos, dedicado a beber continuame1:te
remedio que resignarse a encontrar alivio en las sobras a sus costillas. Era verdad que aquello les proporc10-
y en las conviclaclas. naba grandes motivos ele jarana, cuando en coro co-
Por eso se pasaba las noches sentado sobre una mentaban las copas que había pescado el burro y las in-
barrica, triste, revueltos los espesos bigotes que le ta- directas mortificantes que las víctimas le habían diri-
paban la boca, m irando al suelo, a la espera ele que ca- girlo en calidad de venganza; pero esto no les parecía
yese algún cliente en su auxilio. Cuando aquél venía, bastante, y discurrían et medio de darle al pobre tma
fuera blanco o negro, rico o zaparrastroso, él, aunque broma pesada, que a más de resultar un chasco sobe-
con ru bor, le buscaba la boca, y hablándole sobre cual- rano que diese mayores motivos ele risa, le sirviera ele
quier cosa, lo comprometía a que lo convidase; y cuan- resabio y cura de su vicio, que al fin resultaba pe-ga-
do le alcanzaban la copa, bajaba ligero ele su asiento, joso para los que lo sufrían, por más que lo rodeasen
tomaba el vaso con man© rápida y temblorosa, la lle- de notas alegres al extraño rubor del vicioso, y los de-
vaba a la boca con las ansias del que quiere comerse talles siempre nuevos que ponía en práctica para al-
a besos un objeto amado, y de un sorbo ansioso que canzar su objeto.

- 116 -.; ;-- 117 -


DOMINGO A R E N A C U A D R O S C R 1 O L L O S

Tiempo hacía que se había declinado unánime- ban de mano en mano para mirar con curiosidad ele ni-
mente en el dueño ele la pulpería -hombre festivo y ~ <:1randes los rótulos coloreados y flamantes.
nos º ' · b d
ele chispa brava en el pago aquel- el encargo de buscar Así fuerón desfilando las botellas de gme ra .e
la broma más a propósito para resabiar al burro y di- campana, grandotas, panzudas, despertando e~ los pai-
vertir a sus marchantes. Pero el tiempo pasaba y la re- sanos las ganas de poseer el f~asco,.. a~nque mas no fue-
tozona mente del pulpero no alumbraba la brorna que se después de vacío; en seguida vm1eron las d~l rene-
el pago entero esperaba con los brazos abiertos. grido bitter, que ellos conocían desde que un JUgad.:>r
Ya su crédito iba en peligro; ya se decía por mu- de otro pago había llevado la moda ele to1~1a: la cana
chos que no era hombre para los casos en que se le "con bitre"; después, las ele limonada, y al ul~11110 unas
precisaba ele veras, cuando una circunstancia inespe- botellas extrañas a la pulpería, pues era la primera vez
rada, al parecer sin ninguna consecuencia, vino a sa- que la visitaban.
carlo ele apuros. Fueron ellas las que llamaron principalmente la
atención de los que estaban reunidos, arrancan~? un
<:1rito de interés. Hacia la primera botella que sah?, las
II ~1anos de todos se extendieron para agarrarla: pnmero
er de cerca el rótulo completamente blanco,. en
por
medio ' ·1a rob t ista. ,
v del cual aleteaba, poderosa, un agm
Recibió un surtido esperado desde tiempo, y las
cansadas carretas asomaron al fin, avanzando pausa- que llevaba una rama en el pico; después por ~acud i r
damente por la vuelta del camino, después de haberse su contenido, de un ligero tono de OJOS ~e rubia,. que
hecho adivinar desde lejos por sus característicos chi- aguaba la boca, y atraía a todos, como s1 en re~hclad
rridos, ásperos y penetrantes, que llenaban ele tristeza flotasen en él los ojos que le dieron aquel colorido.
el aire con tono desgarrador de bestia que se queja Era tanto Jo que ele llamativo encontraban los
porque Ja carga le rompe el espinazo. Se apresuró a paisanos en la nueva ?ebicla, que el pulper~ no tuvo
recibirlo, a disponer las barricas y los barriles en las más remedio qne explicar; lo que ello~ ve1an ahora,
estibas cojas, a colocar las zarazas y los lienzos en los alineadas sobre el mostrador ante sus OJOS, eran .bote-
estantes sucios a fuerza de servir de tranquila morada llas de ajenjo, una bebida nueva que estaba hac1en?o
a las arañas; y al fin, se preparó a abrir los cajones furor por todas partes, por ser un abridor de ape~1to
de las bebidas con toda la ceremonia, delante ele Jos excelente y tener un sabor y un perfume que h ac1an
m~rchantes que, emponchados con su chapeo encajado el cosquilleo más agradable al rozar el tragade;o. Por
hasta los ojos y sin soltar el rebenque, miraban con to- otra parte pronto verían confirmado Jo que decia, pues
cio interés la exhumación de las botellas ele su lecho de iba a estr~nar una botella para convidarlos a todos.
aserdn, y las que, a medida que salían, se las pasa- y en efecto, un momento después, servido y pre-

- 118 - -119 -
DOMINGO A R E N A C V A D R O S C R l O L L O S

parado el licor, lo probaban a cortos sorbos, encontrán- pre igualmente felices por lo reídos., temiese soltar uno
dolo sabrosísimo. Los más entusiastas, sorbiéndose ta e.le repente, que no tuviese la misma su~rte.
leng ua empapada del líquido anisado y opalino, pedían -"Y a los oía, sí, ya los oía, -dijo,- hablando
un segundo, mientras miraban con cierto recelo las águi- ele mi poco acierto . . . ele mi poco acierto pa pialar de
las de los rótulos, temerosos de que remontasen el vue- una vez a ese burro viejo y sacarle pa toda la vida
lo llevándose en sus garras, como presa, las preciadas sus malas artes. . . Pero si ustedes creen que me había
botellas. olvidado de mi encargo, se equivocan feo. Sí, se equ i-
En lo mejor del saboreo estaban y no habían ter- vocan muy feo, porque ahora mesmo les iba a hablar
minado todavía con las ponderaciones del brebaje, por ele es0."
más que hasta entonces no se dijese una palabra que Y en seguida agregó en medio del contento albo-
no tendiera a ese fin, cuando se le ocurre decir a uno: roto que metían los que escuchaban :
- "¡ Carancho !. . . ¡qué lástima que nosté el bu- -"Mañana sin falta le areglaremos la cuenta al
rro pa darse una panzada jefe!" burro, sí, y desde ahora les garanto que la cosa va a
-"No importa: le dejaremos las copas untadas ser gorda y pesada."
pa que les pase el hocico aunque más no sea. Con eso
sólo se va a pelar de ganas, y hasta es capaz de desem-
III
buchar algunos tachos viejos pa mejor tomarle el gusto'.'.
-"Eso y el queso che : . . no te digo que él aflo- Amaneció un día alegre que convidaba a pasarlo
ja así no más ... Hará 10 de siempre: esperará que al- entretenido. Los peones ele la pulpería que, desde tem-
guno lo saque en ancas, y chupará ajenjo de arriba". prano, llenaban sin saciarse sus pulmones del aire tran-
Y la conversación siguió así, entre risas, lamen- quilo saturado de rocío, tomando mate, en la puerta
tando que el patrón no hubiese dado aún con la broma de la cocina, y mirando el bu11icioso correteo de lo~
que había ele sacarle la maña vieja al burro de oro. teros, esperaban con sosegada cachaza las órdenes del
Aquél, mientras tanto, se sonreía, bebía también, patrón para comenzar la tarea, sintiendo que a~uéllas
y atendía con la prontitud del hombre satisfecho, a uno demoraran, pues con el tiempo que corría, perdían las
de sus marchantes. Cuando se agregó ele nuevo al gru- horas frescas ele la mañana, las únicas en que el tra-
po ele los paisanos traía la cara llena, hinchada de una bajo les fuera llevadero hasta no parecerles tal.
bocanada ele alegría. Se golpeaba pausadamente con las Al fin, el patrón apareció para decir que aquel día
manos el estirado odre de su vientre, y hablaba con la se envenenarían cueros; y los cueros no tardaron en
lentitud de siempre, aderezando de a uno, con cuida- bajar ele la alta estiba para tenderse en el suelo, con-
do, Jos cortos y contrahechos períodos que ofrecía a sus tentos tal vez de volver a mirar el sol a quien no le
marchantes, como si, acosttunbrado a que fueran siem- veían la cara desde que los quitaron del estaquen, y
- 120- - 121 -
DOMINGO A R E N A cuADROS CRIOLLOS

de sentir que, aunque a garrotaz?s, iban a librarlos de , no aparecía. Recién a eso de las diez se le vió ~sornar
la poli lla que en sus entrañas había buscado guarida y ¡ ladera vecina traído a cuestas por el petizo tu-
sustento. cn a que, como su' dueno,~ , sum1"do en 1a caeha-
biano, venta
Mientras esto se hacía, el patrón, después de ha- za habitual, de que hacía alarde en el arrastrar de pa-
ber abierto la pulpería y de haberse metido entr e pe- tas de su trote lento y pesado. .
cho y espalda una buena copa de caña, bajó del estan- El burro; al pasar junto a los que trabapban, . ~a-
te la botella que había abierto el día anterior, tomó un lució sin levantar la cabeza, y sin detener el caballo dtJO:
vaso, un vaso grande, de los de a cuarta, y se puso a -"Entao hoje se travalha?"
preparar un ajenjo. Echó mucho de la botella, mucho, - "Sí, di jo el patrón, vamos a envenenar estos
sin mezquinarlc el cuerpo, como diría uno de sus mar- cueros renegaos, que se estaban enllenanclo de polilla."
chantes al verse tan bien ser vido; agregó al líquido
igual cantidad de aguardiente, del bueno, de aquel que
ardía solo, como decía para ponderarlo, y después em-
pezó a dejar caer agua, a gotas, nada más que Ja suf i- IV
ciente para hacerle tomar al todo un tinte opalino.
Luego, para probar el menjunje que había preparado, El burro dejó su petizo debajo de la enramada Y
mojó en él la lengua que tuvo que retirar en seguida se dirigió a la pulpería, que en esos momentos estaba
como si hubiese lamido una brasa, y enseguida tapó el sola. Se hubiera encontrado allí, desahogado, a sus an~
recipiente con un papel y lo dejó en un rincón, J e ma- chas si hubiera hallado algo que beber en alguna copa,
nera que estuviese bien visible. Concluído esto, se que- pero' era tan temprano que no había que pensar en eso:
dó en la puer ta, mirando al suelo, riendo por un buen casi Je daban ganas ele saltar el mostrador y cazar une.
rato con toda la fuerza de una risa m uda, algo muy botella. .
alegre que se Je dibujaba en la mente. D espués, sin Se dirigía con aire taciturno a la barrica, sm con-
dejar de reir, se dirigió donde estaban los cueros que se<ruir trauar un nudo que sentía en la garganta, por-
los peones golpeaban. ~ b b"
que los músculos se negaban a obedecer como !sagras
Y a varios paisanos de los que estaban advertidos, faltas de aceite cuando vió sobre la mesa una copa,
habían acudido a presenciar la broma que se le prepara- una copa grand~ y llena, la que había dejado el patrón
ba al burro. Ya era tarde, y un sol grandote, rebosante tapada con papel.
de rayos, hacía vibrar su cálida luz en el ambiente, Y a no pudo seguir. Se quedó c9n el corazón te:n-
y anegada en ella, se sacudía la blanca banderilla de blando como el que viese surgir ele súbito la querida
la pulpería, como si quisiera despabilarse de su sueño que desea y llora ausente. P or instinto, sin mover:e,.em-
de la noche d?rmida al rocío. Y sin embargo el burro pezó a mi rar con recelo a todos lados para cerc101arse

- 122 - -123 -
DOM INGO A R E N A C U A D R O S CRIOLLOS

de si estaba solo, y cuando de ello estuvo bien seguro cometido. Ni siquiera se dió cuenta de la entrada del
se precipitó hacia la mesa y tomó con mano trémul; patrón, que sobrevino al poco rato.
1a copa. Este recorrió de un lado para otro con cierta pre-
Vaciló un momento. Aquello tan verde tan tur- cipitación, como si buscase algo que no hallaba. Se-
.
1)10, , , ;i L ' impacientaba, murmuraba, daba patadas en el suelo.
¿que sena. . . . e tenía recelos, lo miraba con
extrañeza y miedo, como se mira una cara sospechosa - "Lo puse por aquí, decía, estoy seguro ; y sin em-
que no se conoce. Pero al fin no pudo contenerse: bargo. . . ¿ quén se habrá metido a tocarlo, a sacarlo
a quel vaho anisado que se desprendía de la copa, lo ele su lugar ? ... " Y el burro, que ya había oído, tris-
mar~aba, lo envolvía en una atmósfera de delirios y te, miraba aquella mímica con azoramiento, sin com-·
dommado i~or los ~!aridos de su garganta, que clama- prenderla, como si fuese una alucinación, el principio
lJa por aceite, belJ.10, desencaj ó sus tragaderas en un de una dolorosa pesadilla.
trago brutal, estupendo. De repente los oj os del patrón se fijaron sobre la
Cerró los párpados y sacudió la cabeza presa de copa, y al verla vacía, pareció que sus facciones se in-
una mueca horrible. Sentía que aquello, al pasar, le mutaban, confundidas por un soplo ele desesperación.
clcsgarraba la garganta, le pelaba el esófago, y que allá, Corrió hacia ella; se quería arrancar la cabeza con las
~! deteners~, le clavaba las uñas en el estómago. Tosió, manos, y, con voz destemplada y violenta, como si
) se qu~do descompuesto, con la boca abierta, como quisiese interrogar a Ja mesa, a la copa misma, a todo
para dejar escapar las llamaradas de aquel infierno lo que lo rodeaba, gruñó:
que !,e dev~raba las entrañas y lo ahogaba. Pero no -"¡Por la gran perra! ¿qué desgraciao se chu pó
acerto. a depr la. copa que t~nía en la mano. S us ojos el veneno ... sí .. . el veneno que había en esta copa? ...
no dejaban ele mira~ el turbio contenido, y su lengua, Después, con agitación creciente, con el esfuerzo
aquella lengua mald1ta, seguía apete.ciéndolo, con ga- del que se ve desfallecer de rabia y de desconsuelo, si-
n.as ele hacerse abrasar de nuevo por la ardiente cari- guió gritando la suerte del que se había envenenado,
c 1.~; Y otra vez, de una manera fatal, inevitable, vol- llamando a los peones que acudían asustados, metiendo
v10 a llevar la copa a los labios y bebió el ·resto, de un alboroto que azoraba a todo el mundo. Un chi quito
otro trago, con las ansias y la desesperación de] en- en camisa que había acudido llamado por el ruido, y
fermo qt~e ve perdida s u vida si no vacía el re~ipicnte que miraba con ojos estupefactos la ex traña escena,
que contiene una medicina asquerosa. chupándose un dedo hasta secárselo, huyó como un ga-
.Entonces, lacrimoso, tosiendo a ratos, se fué a la tito as ustado, al ver que uno de los amenazadores gri-
barrica que era su habitual asiento, y se dej ó estar allí tos lo tomaba de blanco.
con la c~beza humillada, en la actitud torpe del animal Mientras tanto el pobre burro había estado su-
que presiente un castigo por una mala acción que ha friendo las penas amargas y negras que deben sentirse

- 124 - -125 -
\
DOMINGO A R E N A C U A D R O S C R 1 O L L O S

en la antecámara de la muerte. A la primera palabra ·era si no hubiesen brotado de los fin os labios de su
del patrón, cuando oyó hablar de veneno a aquella voz 'rostro
' , . "
terroso, dos mostachos chmescos; - no te JU-
.
que brotaba violenta, a borbotones, como si quisiese lepiés tan fiero", le repetía, "mirá que el patrón, te ha
asustar a a misma muerte, si es que ya se cernía por de sacar en ancas con alguna droga ... ya sabe~ que
allí, su cuerpo se sacudió todo y sintió en el pecho no es el primer cuero que salva de que se apolille al
una impresión ele vacío, como si se le escapara el alma. ñudo".
El corazón cesó en su tarea ele empujar la sangre; una Mas el pobre burro no oía, ni atendía siquiera. E l
terrible anemia agotó en un instante sus torpes faccio- resto ele sus -facultades, que el miedo no le había arre-
nes, y en medio ele temblores de epiléptico, apenas tuvo batado todavía se concentraban para seguir mugien-
1
:fuerza para lanzar un quejido y dejarse caer en la ba- do su implacab le queja, que repetía con la voz débil Y
rrica. temblona de un autómata descompuesto:
Y en el suelo, al verse rodeado de todos, empezó -"Fu. eu.. . mett Deus . .. eu nao sabía . .. En
a murmurar entre vagidos tristes, desconsoladores:
tn.orro . . . morro . . . ¡ay! . .. "
-"Fit eu . .. fu en ... 111eu Deus... e nao sabía... " Pero los demás paisanos no se enternecían como
Los temblores le entorpecían los extremos, ati- el indio de los bigotes chinescos. Lejos de eso. Veían
nando sólo a pronunciar sus dolorosos quejidos que lle- la broma con gusto, y sólo querían que la cosa marcha-
gaban al alma. Se creía morir, le parecía sentir los es- .se adelante para gozar con ella; por eso metían gran al-
tragos ele un cáustico en las paredes de su estómago; boroto mientras rodeaban al burro haciendo que se
y un miedo cerval, una angustia sin límites, aflojaba '
interesaban ' estaba a sus
nor él. En cuanto al patron,
todos los resortes de su organismo, cuya vista nau- anchas. Su -simulado apre<;uramiento disfrazaba ape-
seabunda inspiraba horror. Sus párpados, relajados los nas los placeres del triunfo que pujaban p~r estall~r
músculos que los gobernaban, abiertos ahora ele par en una carcajada estruendosa. Por lo ciernas, quena
en par, no escondían los ojos, aquellos ojos que los llevar la farsa hasta el fin, y por eso gritaba movién-
paisanos miraban con extrañeza porque era la primera dose de un lado para otro :
vez que se los veían a gusto, y los globos turbios y -"Güeno no se asusten ... eso. no es nada .. ·
gordos, flotando al ras de la aplastada cara, velados ' .. · ·
le daremos un ~aomitivo de aceite ... sí, un gomit1vo.
por una nube de espanto, pedían a gritos vida, aquella .
Vamos. . . ¡Jesús!. . . venga pronto ese aceite ...
vida que ya emp~zaba a írsele en un derrame asqueroso.
El aceite vino. Y a entonces el burro no hablaba;
-"Por Dios, burro, no te julepiés tan fiero", le resollaba fuerte, y se dejaba manejar no más, corno
decía, mientras iba a sostenerlo por la espalda, un pai-
una cosa entorpecida. Le pusieron el vaso en la boca,
sano alto y seco, de ojos chispeantes, que hubieran pa-
y sin graneles esfuerzos, le ~icieron trag~r el líquido
recido brillar en el fondo de las órbitas de una cala- viscoso y repugnante, que haciendo gorgoritos, se hun-
- 126 -
- 127 -
D OMJNGO A R E N A C U A D R O S CRIOLLOS

día por el ancho esófago. E l vaso se acabó y no vo- otra más violenta que la primera se produjo; y enton-
mitaba: hubo que traer otro; - y poco a poco, ha- ces, el estómago, como si se hubiese deshecho de sus
c~endo gorgoritos también, su contenido fué a depo- ligad uras, enloquecido, pareció saltarle la garganta, pa-
sitarse en el abultado estómago, sin que éste se diese ra vaciarse allí, en una bocanada única, larga, estu-
ni siqttiera por aludido. Acostumbrado como estaba a penda.
digerir de todo, no quería soltar su presa, y parecía Después, el burro soltó un doloroso suspiro, un
guardar y esconder lo que recibía, con la misma ava- hondo y desgarrador relincho. Agitó dos o tres veces
ricia con que había ele guardar el escondite del burro, la . cabeza con el movimiento del animal moribundo
los tesoros que le entregaban. que intenta el último es fuerzo para deshacerse del bo-
E l que le sujetaba la cabeza se impacientó ele su zal que lo ahoga, cerró los ojos, y se quedó aletargado,
tarea, y la dejó caer; y la cabeza se clió contra el sue- entre los temblores ele su carne asustada y las carca-
lo pesadamente, corno si estuviera separada. del tron- jadas de los paisanos que festejaban lo qtie creían el
co, con los ojos siempre abier.tos que mostraban los desenlace ele la broma.
turbios globos de pupila incoherente, y los bigotes em- Y a todo esto, el chiquitín en camisa, que había
pastados, tapándole la boca, ele la que se desprendía v uelto arrastrado por su curiosidad, desde un rincón y
un ligero hilo de baba aceitosa. chupándose siempre el dedo, asistía sin comprender a
Y los minutos pasaban y el burro no vomitaba. la extraña escena, abriendo mucho sus graneles ojos,
Entonces un indiecito j oven, de cara redonda y tosta- claros y sorprendidos.
da, que tenía la costumbre de mirar y escuchar en si-
lencio mascándose el barbijo, quiso tomar cartas en el V
a sunto, y levantándose dijo:
-"Es al ñudo : este burro sotreta no suelta el zo- E l burro dormía siempre. T endido sobre un ca-
rm. Hay que arrancárselo por Ja cola''. tre, hubiera parecido una masa inerte, a no ser por el
Y diciendo y haciendo, le levantó la cabeza, for- resuello lento ele fuelle viejo y cansado, que salía en
zó las mandíbulas y le sumió hasta el tronco, en la gar- un suave y lastimero ronquido por su boca a~i('rta. Y
ganta, dos ele su dedos, revolviendo allí bru talmente un sin embargo el miedo no había abandonado del todo
instante, como si quisiese tritura rle las glándulas y aquella carne que ya agobiaba por su propio peso, co-
arrancarle la leng ua. mo si estuviese muerta; de cuando en cuando se refle-
Ante este rudo ataque, la cara del burro se contra- jaba en un temblor de sus mandíbulas, al que seguía
jo en una mueca desesperada, y como si Je hubiesen un áspero chirriar de sus dientes que se t rituraban en
desfondado el diafragma, un hipo enorme, una arcada un espasmo doloroso.
descomunal, le sacudió las vísceras. Casi en seguida Era inútil gritar, meter una algarabía estruendo-

- 128- 9- -129 -
DOMINGO A R E N A C U A D R O S C R l O L L O S

sa. Sus tímpanos entorpecidos no reaccionaban, como hablaba, y una sonrisita estúpida se agitaba debajo del
no reaccionaba tampoco ninguno de sus sentidos ante revuelto . bigote entre los labios cuarteados y resecos.
las torpes judiadas ele los parroquianos. Uno le metía Fueron inútiles las preguntas ele todo género : no
una pluma en la nariz, otro le hacía cosquillas en los se le pudo sacar palabra, como si tuviese la lengua pa-
pies, y no faltaba quien le echase gotas de bebida en ralítica. A uno se le ocurrió alcanzarle agua. Le trajo
la boca para ver si dormido conservaba todavía su vi- un vaso; pero, al ofrecérsela, la cara del burro se al-·
cio; pero nada sentía: parecía que hubiese perdido los teró, se agitó en el catre, y rechazando con mansa ener-
nervio..§. gía el vaso, dijo con voz apagada :
Al segundo día convinieron todos en que había que -"Nao, nao quero . .. isso fai mal: e veneno ."
despertarlo. Lo rodearon los que estaban jugando un Se le contestó con un~ carcajada.
partido al nueve. "¡Burroi ¡burro" , le gritaban en co- - "Miren si será zorro el burro mañero 1, dijo uno
r o. Pero los gritos no bastaron: fué preciso sacud ir- de la rueda ; quiere chupar caña. Denle, y verán si no
lo fuerte, casi destroncarlo. se le duerme al vaso".
Entonces se agitó, se llenó y vació el pecho con Pero no fué así. A la caña le hizo el mismo gest0.
un suspiro gt;ancle, largo, articulado; abrió los pár- No quería . . . aquello era veneno. Y sin muestras de
pados, bostezó, y paseó por todos el atolondramiento irritación ni de de,scontento, volvió a dormirse.
en que se perdían sus ojos inyectados. Respondió con Y ya fué inútil. No se consiguió que tomase na-
una sonrisa automática a las risotadas, y volvió a clor- da. Dos <lías después se llamó al curandero del pago,
mir~e. ya con alguna alarma. Pero nada se consiguió con la
- "¡Burro, burro, despertá ... no seas tan dormi- presencia ele aque] hombre que a su manera hacía prác-
lón. . . mirá que ya has gozado bastante! . . . " le vol- tica de ciencias: el burro seguía en su torpe obstinación,
vieron a gritar, mientras Jo sacudían de nuevo. rnsegada e invencible. Por otr a parte, el curandero no
Y recién entonces despertó del todo. Sus ojos se le daba importancia al incidente.
abrieron con el tolondro de antes, y se quedaron así, -"Déjenlo no más, déjenlo -decía.- Ya come-
desencajados e indiferentes. Ya no huían las miradas rá en cuanto se le vacíe del todo el buche ... A la fija
ele tocios; ya sus párpados no se cerraban como antes, que no va a vivir de aire."
con el aleteo del pájaro asustado, temeroso de que en Lo dejaron estar, siguiendo los sanos consejos del
el fondo de las pupilas pudiera descubrirse el sendero curandero. Pero el tiempo pasaba y el buche parecía
que llevara al escondite de su oro: es que él mismo lo no vaciársele nunca, porque nunca pedía. Ya hacía tiem-
había perdido. po que su cuerpo extraviado se devoraba a .sí mismo
Estaba muy pálido, sin fuerzas para sentarse, con con una ansia atroz, presa de una fiebre intensa, de-
algunas mechas de su pelo rev uelto y levantado. No sesperada, que lo estr agaba, que lo dejaba seco : se

:-- 130 - - 131 -


DOMINGO A R E N A

quedaba sin vientre, sin pulpas. Las costillas, desnu-


das de carne, se combaban como para romper el cue-
ro, y los ojos, en la cara trabajada, marchita, rodea-
dos de un círculo de carne negra y machucada, se le
hundían más y más, como si se los chupasen las órbitas.
Entonces ya la debilidad del burro era extrema.
Como el animal caído que se muere de hambre, ya no
tenía fuerzas para levantar la cabeza. Un delirio tran-
quilo le hacía gesticular palabras raras, ininteligibles,
y su aliento fétido, brutalmente fétido, parecía el há-
lito ele una cloaca revuelta.
Cuando lo vió en este estado, el indio de la cara DE MONTEVIDEO A LA AGRACIADA
descarnada no pudo contener un movimiento de asco
y de dolor.
- -"¡Qué barbaridad! - dijo. - Este hombre es-
tá podrido por dentro, está dijunto."
En efecto, el burro se moría, lo veían todos. Esta-
ba desconocido. Su piel sólo abrazaba el esqueleto, y
dentro de ella ya no podía vivir ni la misma fiebre,
que se fué retirando poco a poco, falta de tejidos que
gastar. Se le acabó el delirio; el frío de la muerte le
invadía el corazón desde los extremos; cayó en un co-
ma profundo, y sin agonía, silenciosamente, sin un
estertor que acusara el desenlace. . . se le fué la vida.
L os ojos, turbios, le quedaron abiertos, con las pu-
pilas dilatadas, incoherentes ...

-132-
DE MONTEVIDEO A LA AGRACIADA

La partida. - Los co111/Jafíeros de viaje. - El buqite.


-Saliendo del puerto. - Aspecto de la¡ ciudad. -
Al llegar la noche. - MIÍsica en el niar. - A dormir.

A las cuatro y media del domingo pasado, nos


trasladamos en una falú2. de la Comandancia ele Ma-
rina a bordo ele la cañonera "Joaquín Suárez", acom-
pañando al Sr. Alberto Gómez Ruano, representante
del Poder Ejecutivo, en la fiesta que iba a realizarse
y con quien iba el Sr. T eniente del Colegio Militar
don Coralio Enciso en calidad ele Secretario.
Además nos acompañaba un colega ele "La Tri-
buna" y el joven Buxareo, intérprete ele la Capitanía.
Fuimos recibidos con atenta finura por los ofi-
ciales y el 2 '1 Comandante señor Ravia, y allí es-
peramos a los alumnos del Colegio Militar, que debían
representar al Ejércilo en el homenaje que se haría a
la memoria de los Treinta y Tres ante el monumento
del Arenal Grande.
Ya estaba allí la Banda de la Artillería al mando
del ayudante teniente Leopolclo Muró, y los cadetes del
Colegio Militar no tardaron en llegar.
Venían de Bella Vista en una chata remolcada por

- 135-
A R E N A C U A D R O S C R 1 O L L O S
DOMINGO

el vaporcito "Rayo", en número de veintitrés, todos te! del I 9 de Cazadores y los demás edificios de los al-
jóvenes, vestidos con sus largos y bien cortados capo- rededores.
tes, empuñando sus fusiles nuevos de brillante empavo- Un cuarto de hora después, estábamos frente al
nado y agrupados, descansando en pie sobre las ar- Cerro y desde allí se divisaban a lo lejos las desgarra-
mas, formaban un conjunto marcial y simpático . . das y roj izas barrancas ele la Playa Ramírez y la P un-
Los mandaba el teniente 2 9 Ruprecht y ve- ta ele Carretas extendida en el Plata y terminando en
nía con ellos a más del Teniente I 9 Lyons, el Sub-Te- la torre ele su gran faro. Veíamos también desde cer-
niente Dufrechou, y el digno Comandante Bassano en ca la villa del Cerro, pintorescam~nte desparramada
representación del Colegio. en su falda; el gran dique Cibils tendido como un gran
cetáceo sobre las olas, mostrando en sus ennegrecidos
Los fuegos de la máquina hacía tiempo estaban
muros sus muchos años de trabajoso servicio; más aJlá
encendidos. A las cinco en punto palpitaron los émbo-
un gran número de álamos dispuesto en cuadro, que
los, la hélice giró sobre su eje azotando el agua con
parecía un batallón de gigantes escalando la fortaleza;
sus robustos y torcidos brazos, y la "Suárez" se mo-
y después la playa arenosa con sus saladeros, y sus
vió, y avanzó disparando cohetes al son de las alegres
casas rodeadas de árboles, prolongándose a lo lejos has- .
marchas de música. ta la Punta ele Y eguas. ·
Marchaba lentamente como si quisiera dejarse ver,
deslizándose por entre los pintados barcos que osten- L a música había callado. La cañonera caminaba
taban banderas en los mástiles y multitud de marine- más de prisa empujada por el esfuerzo de su máquina
ros apiñados en racimos sobre los castillos. y nos alejábamos más y .más, dejando a la ciudad en-
El cielo se cubría de nubes, crecía el viento y del vuelta en la niebla que se levantaba de sus calles, en
muelle parlían .cientos de miradas que nos seguían cu- el humo que se desprendía de sus chimeneas y en las
Tiosas. La ciudad se apiñaba ante nosotros, extendién- primeras sombras de la noche, que el nublado apresu-
dose después por la izquierda a . la sombra de los ár- raba. Ya la torre de Punta Carretas desaparecía para
boles de sus quintas, esforzándose por darse la mano mostrar al rato la luz de su faro; buques de gran ca-
con la villa del Cerro, como para abrazar a la bahía. lado se proyectaban en semicírculo descollando entre
De su centro, la decapitada torre de San Francisco, las ellos el "Chicago", ese coloso que por un capricho yan-
cúpulas ele la Matriz, y otros templos, parecían peda- kee encierra sus poderosos elementos mortíferos den-
zos de la ciudad empinándose para ver mejor, y cuan- trq ele sus corazas de nítida blancura, y daba la nota
do nos alejábamos más, mientras el centro se escondía culminante y dominadora el Cerro, ese centinela eter-
tras el bosque flotante de mástiles, se mostraba al fren- no, siempre vigilante,' dispuesto a lanzar su voz de
te completamente descubierto, la gran mole del Hotel alarma, sobre la cit1dad que defiende, atronando con
Nacional, el edificio balneario de Gouneilhob, el Cuar- la ronca voz de sus cañones.

...... 137 -
- 136-
DOMINGO A R E N A C U A D R O S C R 1 O L L O S

A las seis cenábamos, empezando a gozar enton- bre cubierta, el continuo moverse de las máquinas y
ces la espléndida hospitalidad que, en los días que du- los golpes de campana que a ratos sonaban para in-
rara el paseo, habíamos ele recibir junto al comandan- dicar las horas.
te Ravia.
La comida fué animadísima y a los postres, la
banda dirigida por el maestro Spinelli, la animó más, II
ejecutando piezas escogidas. La "Cavallería Rustica-
na", tal vez por primera vez sonó sobre las aguas del La Diana aborda. - Llegada a la. Colonia. - La 7,•ie-
gran río, y su Siciliana, parecía más voluptuosa, acom- ja ciitdad port11guesa. - Estado decadente. - Entra-
pañada por el blando rumor ele las olas, mientras sus da al Urngua'y . - Las Islas. - El arroyo de la.s Va-
concertantes soberbios, adquirían mayor grandiosidad cas. - Paisaje. - El pueblo de Carnielo, antes y aho-
mezclándose, con el rudo golpear ele los émbolos. ra. - Ob'sequios.
A las nueve ele la noche debíamos de haber reco-
rrido muchas millas, porque ya habíamos dejado atrás La alegre diana nos hizo abandonar la cama cuan-
La Panela y el faro del Cerro. En el barco muy lim- do todavía no había amanecido el día lunes. El río,
pio y en el más cómodo de la flotilla nacional, los mú- aunque más tranquilo, movía bastante el barco para
sicos y los cadetes, se preparaban a dormir. Envueltos hacer más incómoda la impresión de una mañana hú-
en sus capotes, y haciéndose cama con los ponchos, se meda y fría: Temprano avistamos la Colonia y a las
tendían en la toldilla y en la plataforma, y en el casti- ocho y media, anclábamos en su puerto, con el objeto
llete, debajo del cual velaba la guardia de la tripula- ele invitar para la fiesta al señor Jefe Político, que no
ción, mientras el resto descansaba en su departamento pudo acompañarnos porque no estaba.
de proa, acostados en hamacas. Desde la cubierta se dominaba la ciudad, cuyo as-
El teniente Ravia, en su afán de ser galante, ce- pecto monótono y triste acentuaba más con la tristeza
dió al señor Gómez Ruano y a nosotros su camarote, del día, sin que por eso clej ara de aumentar la belleza
y poco después, no contando los que vigilaban en el del paisaje.
puente y Ja guardia, tocios trataban de dormir. La vieja Colonia, echada con indolencia sobre las
Pero entonces el viento recrudecía más y más ha- piedras, nos mostraba sin rubor sus edificios v iejos,
ciendo vibrar todo el aparejo. El río enojado .empuja- sus calles estrechas en zig-zag, y sus restos de murallas
ba fuertemente el barco, sacudiéndolo con balanceos transforma das en cercos, segura ele que los recuerdos
de borrachb, y por esto algunos y entre ellos nosotros, de un glorioso pasado, la ponían a cubierto de toda
en vez ele dormir, pasamos la noche oyendo a más de injusticia, garantiéndole la admiración y el respeto de
la ligera farra de los elementos, la caída del agua so- quien la mirara.

- 138- - 139-
C U A D R O S CRIOLLOS
DO MJNG O A R E N A
medio del cuál descuella la triste silueta de la chime-
Era ya tarde y nadie se movía en sus calles ni e? nea de un horno ele cremación, y a las doce, divisamos
sus muelles, llamando la atención solamente por domi- a lo lejos Ja principal boca del Guazú, señalada por Ja
nar su frente, la torre del faro completamente nueva punta ele Magdalena o L as Palmas.
y vestida de blanco, que contrasta con un lienzo de .una Entonces estábamos en la gran boca del Uruguay
vieja pared, ruinas de un antiguo convento; la 1gk- y na vcgábamos perdidos en medio de ella, distinguien-
sia que parecía ahogarse apretada entre las cas~s .que do apenas sus lejanas y enormes quijadas pobladas ele
la r odeaban, y dos altas chimeneas de dos fabn.cas espeso monte. Dos horas después en frentábamos a las
que fueron, y que se levantan tristemente en el aire, islas ele las Dos Hermanas que debían llamarse además
ansiosas de soltar humo. gemelas por lo parecidas, frente a las cuales se supo-
Un molino que aparecía por encima de los techos, ne que hay.a sido muerto Salís, ~íctima de la justa bra-
mostraba los caídos brazos sin movimiento: a pesar del vura de los indígenas que defendieron su territorio con
viento, no trábajaban. el tesón legado después a sus ~ ucesores, y por último
El puerto con sus muelles completamente vacíos, nos aproximamos a la isla Sola y a la desemboqidura
parecía que quisiera hacerle dúo, y hasta los barcos ele! arroyo de "Las Vacas", caminando el buque a tien-
que anclaban en él, languidecían de viejos y descolo- tas, temiendo varar en aquel canal estrecho y peligroso.
ridos. Cuando anclamos, venía hasta nosotros desde Car-
Salimos ele allí poco después, pasando por la isla melo, donde nos habían visto llegar, un vaporcito em-
ele San Gabriel y el Farallón, pequeño islote que con- pavesado con banderas de distintas naciones, entre las
tribuye no poco a hermosear el variado paisaje. y .n~­ que estaban las de Artigas y Lavallej a, remolcando
vegamos mucho tiempo siguiendo la costa, al pr111c1p10 tres lanchas que estaban empavesadas igualmente. Lle-
pedregosa, después de arena, cubierta a interv~l~s de garon hasta nosotros, saludados con cohetes y con la
pequeños montes ele ceibo,_y parejo siempre, vm1endo banda y subieron a bordo los señores de la Comision
a levantar su cabeza, recién en los cerros de San Juan que la formaban el señor don L orenzo Libou, como-
que avistamos a las diez y media. presiclente; D. Defré, como vice; Juan A. Rodríguez,
P oco después pasamos adelante del puerto de Con- secretario y Gabriel G. P aseyro (hij o) tesorero; y
chillas, pequeña población que se dedica ª. la explota- a los que acompañaban don Máximo R. Cicao, Crisós-
ción de la piedra, y que instalada en un bajo, entre sus tomo Iriarte, Sebastián Raf fo, Juan B. Giménez, Jo-
dos grandes muelles, mostraba apenas los techos de sé B. Castro, el señor Cura Pároco, César Villegas Zú-
sus ranchos, escondidos entre los árboles; y pasando el ñiga y otros señores como éstos, de caracterizada re-
canal del Infierno, dejamos a un lado la isla de Mar- presentación.
tín García, que en la cima de su suave pendiente mues- Fueron recibidos por el señor , Gómez Ruano, y
tra los departamentos del Lazareto, muy blancos. en
- 141 -
- 140.....,
DOMIN GO A R E N A C U A D R O S C R 1 O L L O S

en las manifestaciones de que fué objeto, pudo notarse las yare~ es. Después de un rato, se doblaba de repente,
las simpatías de que gozaba, cultivadas. en sus frecuen- casi en angulo recto, para mostrar s u pequeño puerto
tes estadías en el pueblo, y en el cometido que por sex- que llenaban barcos abanderados; el desembarcadero y
ta vez desen1peñaba, desde que se iniciaron las fiestas el pueblo que asomaba a él, la Receptoría y sus galpo-
ele la Agraciada. . nes, y en el fondo algunas casas de comercio, que limi-
Después de aceptar el galante obseqmo que e~ co- taban un espacio en forma de plaza.
mandante Ravia hizo a los que llegaban, procednnos . En ella desembarcámos y en seguida fuimos invi-
al desembarco, llevando la banda y los cadetes, y po- tad ~s por la Comisión para asistir a un refresco que
cos momentos después, bogábamos, remolcando en sar- hab1a preparado para esperarnos. Al efecto, los cade-
tas las lanchas, rebosantes de gente, 4e brillo Y de co- tes del Colegio Militar que debían asistir con nosotros,
lor~s, con sus banderas, los músicos y los cadet~s ve~­ formaron con sus armas al hombro, enseguida la banda
tidos de gala y las armas y Jos instrumentos relucientes. a_l compás de cuya marcha íbamos a caminar, y por úl-
Caminábamos despacio, por no encallar en la are- t11no la Comisión que llevaba a su derecha al .señor
na que el arroyo llev~ hasta su desagüe, sin que el Gómez. Detrás ven.í a parte de la numerosa comitiva
Uruguay Ja arrastre ; veíamos la costa, tortuosa, llena que nos esperó en el puerto.
de árboles, con su ribete arenoso que separaba su ver- Después de caminar algunas cuadras por una de
dor de las turbias aguas del río, y poco a poco, al son las calles principales, doblamos a la derecha para diri-
de la música contestada desde á bordo con cohetes, en- girnos al ·café de don Valerio Loyola, y cuando llega-
trábamos en la embocadura del arroyo de "Las Vacas " , mos a él, nos hicieron penetrar en sus salones, donde
que 110 está demás recordar que se llama así, •porque allí esperamos a los cadetes que habían ido a dejar sus
desembarcaron Jos primeros ganados : Jos padres de a rmas.
esa inmensa prole que llenando después nuestros cam- Cuando volvieron, entramos en un gran salón en
pos, nos ha hecho ricos. el que sobre la mesa en forma de herradura muy gran-
E l ar royo, corría tranquilo, y parecí~ contento de de, estaba servido un espléndido refresco.
acabar tan bien su carrera, entre las bajas barrancas Se había aprovechado una de las columnas del sa-
llenas de verdor; y como si al acabarse, sintiese l,a nece- lón para disponer con banderas nacionales un trofeo
sidad de la coquetería, adornaba una de sus m~rgenes ele efecto bastante artístico, en el que se colocaron dos
con sauces llorones altos y apiñados, que lo libraban cuadros ele los Treinta y Tres, mirando a cada uno
por aquel lado de ~1iradas indiscretas, mientras que la de los lados.
otr a Ja salpicaba en desorden, con árboles y arbustos Después de un momento inició los discursos el se-
propios de Jos montes naturales, y entre los que, algu- ñor Cicao, hablando por encargo ele la Comisión y en-
nas casas y ranchos mostraban Jos techos y pedazos de comiando los esfuerzos del señor Gómez, siempre dis-

-142 - - 143 -
DOMINGO A R E N A C U A D R O S C R 1 O L L O S

puesto y lleno de alientos para fes_tejar el glorioso ani- d~sting,uida ~amilia y oyendo alg unas piezas que nos
versario del arribo de los Treinta y Tres. En seguida, hizo oir la 1.nteresante señorita, hija del señor Ville-
agradeció el señor Gómez estas palabras, y además en gas, .la que ejecuta en el piano con un gusto y precisión
nombre del Poder Ejecutivo y en el s uyo, hizo notar ~dmira~Ies; ,r ya t~r?~, con nuestro compañero de
la laudable conducta del pueblo carmelitano que siem- L~ Tnbun~ , nos clmg1mos a la casa del señor Cicao,
pre ha sabido responder dignamente al llamado del go- antiguo penodis~¡.t, qu~en galantemente nos obligó a
bierno, contribuyendo con todas sus fuerzas a la rea- aceptar su atenc10sa hospitalidad, haciéndonos gozar
lización de la patriótica fiesta. durante l~s dos noches que estuvimos af!í, toda clase
E n seguida habló el Teniente Lyons, en nombre· de comodidades, que le agradeceremos siempre. Nos
del Colegio Militar y finalmente nosotros, dijimos al- apres~:amos a dormir, porque en la mañana siguiente,
go para hacer constar de alguna manera, nuestro agra- del m1e:coles, teníamos que embarcarnos temprano pa-
decimiento por la acogida que la sociedad del pueblo ra seguir hasta la Agraciada.
del Carmelo nos hacía. . El pueblo de Carmelo que se tieQe aquí bastante
Esa noche la banda <lió una alegre retreta en una ol~1dado, es de seguro. uno de los pequeños de nuestro
de las plazas de la localidad, y aunque desprovista de pa1s, que más merece llamar la atención. No contando
atriles, supo llevar el contento al ánimo de las niñas sus condiciones de población comercial, que son mu-
que llenaban la plaza, ansiosas de oir lo que hace tiem- chas, hay ~n hecho, que por si sólo, debe bastar para
po carecen. que se le mire con cariño; y es Ja predilección que tuvo
Y a tarde, se manifestaron deseos de oir la "Ca- P.?r . él, el padre de nuestra independencia, el inmortal
vallería" de Mascagni ; y para .complacer a las simpá- Artigas.
ticas concurren les, hubo que tocarla; y como no era po- Y esta predile~ción se explica, porque se dice que
sible hacerlo sin atriles y con la poca luz de los faroles cu~ndo el levantamiento de Benavídez en Mercedes, el
a kerosene que alumbraban la plaza, se reclutaron mu- primer punto del territorio que aquél pisó, fué el que
chachos que teniendo velas y las libretas de música, hi- ahora ºC:ttpa Car?1elo, y que puede decirse, fundado
cieron posible la ejecución. Se consiguieron los mucha- por el mismo Artigas, por haber sido quién donó el te-
chos con algunas dificultades, pero al fin pudieron vi- rreno que ocupa, como consta en el acta que se encuen-
brar las notas de la alegre Siciliana, y elevando el go- t~a en la J unta de aquel lugar, y que hemos tenido a la
zo a todos, hasta a los árboles, que parecían estreme- v~sta; en el cual se lee que donó al pueblo legua y me-
cerse de contento. dia de campo, por un documento firmado en su cuartel
De allí, fuímos a casa del Sr. V illegas Zúñiga, por general el 12 de febrero de r8r6.
quien habíamos sido invitados para un té, y donde pa- Sin embargo, estas circunstancias muy poco a su
samos algunas horas agradables, conversando con la favor le han valido a Carmelo, pues nada han hecho
10-
-144 - - 145 ~
DOMINGO A R E N A C U A D R O S
C R 1 O L L O S
los gobiernos para fomentar su progreso, y por el con- ces junt~s y ,ºt:as separadas por los cercos que son la
trario se preocupaba cuando la mensura de su · ejido, nota caractensttca de los pueblos.
que se hizo hace algunos años, de dejarlo sin un so- . Sus calles sin adoquinar y bien tiradas a cordel
lar municipal, <le los muchos que tenía. t~enen ver,ecl.as estrechas no siempre empedradas y a-
Con las autoridades municipales parece que tam- :ias ~ .la ultnna Comisión Auxiliar presidida por el~e­
poco ha sido mucho más feliz que se diga, pues a pe- nor Inarte, se están arreglando las pr'mc1pa . 1
sar que es uno de los pueblos que ha producido más L as escuelas no bastan, sobre todo pares.
rentas, no se hizo nada en él en mucho tiempo. pues no h , a varones,
ay ~1~s qué una, en cierta barraca destarta-
E l pueblo se ha visto entregado a sus propias fuer- lad~,Y con los util~s,. los antiguos de la Sociedad de Edu-
zas, y gracias a su union e iniciativa, es que tiene ~ac1on Popular, p1d1enclo a gritos reposición en los ro-
plazas arregladas y escuela, pues el único edificio se- urasl de los bancos Y en el desesperante aspecto de los
rio que merece ese nombre, está construído en terre- cartees.
no adquirido por suscripción del pueblo mismo. Ti~ne dos plazas, una de las cuales, la del Gene-
Pero con 'todos estos inconvenientes a c~1e'Stas, ral Artigas, h~ sido delineada por mandato del mis-
Carmelo ha progresado mucho; tiene colonias agríco- mo ?eneral; tiene teatro, teléfono con.-Palmira y una
las bien planteadas, que hace tiempo exportan sus pro- Igles1~ qt1e para modificarla artísticamente habría qu
ductos a Buenos Aires y Montevideo; tiene una cur- des~r~1r ~asta los cimientos; dos periódic~s, "El Por~
tiembre, sobre el arroyo de "Las Vacas" que produce ve~ir y E~ ~rogresista", redactados el primero por el
excelentes suelas, becerros, baquetas, etc., de propie- senor Angelm1 y el segundo por el Dr. Castro, pero lo
dad de don Bernardo Cambrone cuya fábrica está ro- que le hace falta a toda costa, es la canalización de
deada de una linda quinta adornada con pinos y cipre- la entrada del arroyo que es navegable, hasta más de
ses, donde entre otras cosas cultivan la viña; posee tres leguas, y que su realización haría. de Carmelo uno
además fábricas a vapor de fideos, un molino tam- de los puntos más importantes de nuestra costa
bién a vapor, y fábrica de soda, licores, etc.,
Su comercio que era muy activo, ha decaído bas- (De "El Día", 2r y 22 de abril de rs92 ).
tante con la crisis que pasamos aquí y sobre todo en
Buenos Aires, con cuya plaza operaba principalmente.
El aspecto del pueblo es el ele todos los pueblos.
En el rincón que forman el arroyo de "Las Vacas"
y el Uruguay, se extiende un llano, en una extensión
de 1 5 cuadras de largo por diez de ancho, mostran-
do casas nuevas y viejas, casi todas de un piso, a ve-

- 146 - - 147 ,_
LA DOMA
LA DOMA

Después de encerrar la tropilla en la manguera,


Floro se apeó, descolgó el lazo que traía atado a Jos
tientos y después ele a rmarlo y revolearlo un mo-
mento haciendo correr así a los caballos en el ancho
círculo, lo arrojó y silbando fué a enroscarse en el
pescuezo de un bagual que al sentir por primera vez
aquello que le castigaba las carnes hasta quemárselas,
relinchó lleno de miedo y con la cola levantada buscó a
fa carrera la salida.
Floro corrió unos pasos detrás ele él, con los bra-
zos estirados sin soltar el lazo; después, por una con-
, tracción violenta los encogió, apoyó los puños en la
cadera y echando para atrás resbaló un momento arras-
trado por el malacara, hasta que, sujeto, éste se que-
dó clavado sobre sus patas mirándolo con ojos extra-
viados, tal vez preguntándose cómo aquel hombrecito
podía dominar su salvaje vigor.
En seguida el compañero de F loro, volteó al ani-
mal maneándolo. En el suelo, entre los dos lo emboza-
laron, le ataron fuertemente las riendas a la boca, y
después ele ensillado, levantado y sacado fuera, mien-
tras lo sujetaban fuertemente tapándole a la vez un
oj o con la oreja, Floro lo montó de un salto.

- 151 -
D OMJNG O A R E N A

El potro desde que lo hicieron levantar, atontado


con tantas maniobras, no hacía más que arrollarse y
bufar. Cuando sintió el peso de aquel hombre, 1al sen-
társele en el lomo, se arrolló más, dió un salto, y em-
pinándose sobre las manos lanzó una formidable coz
creyendo ele seguro deshacerse así de aquella molestia,
y Gomo lejos de conseguirlo sintiera enseguida en los
flancos los morcliscones de las espuelas y los golpes del
rebenque, sacudió la cabeza entre las manos y arrolla-
do siempre, empezó a corcovear al compás de los azo-
tes de Floro, que firme en los estribos, ajeno al peli-
gro, sonreía tranquilo haciendo gala del incansable po-
der de su brazo.
Y así sin avanzar, retrocediendo a veces y cor- PAISAJE DE SI ERRA
coveando en círculo, y de una manera_ frenética, estu-
vo mucho rato. Al fin la terquedad de fa bestia fué
vencida por la voluntad mañosa del hombre, y entonces
el animal, loco de dolor, con los ojos inyectados de
sangre y la desgarrada boca llena de espuma sangui-
nolenta, levantó la cabeza y al ver que corría delante
de él el caballo que lo apadrinaba, se lanzó sin tino en
una carrera vertiginosa, hostigado siempre por el re-
benque y las espuelas.
Una hora después los dos jinetes volvían, Floro
detrás en el' bagual a quien seguía castigando y tiro-
neando con fuerza de las riendas. Cuando llegaron
cerca de la casa, lo desensillaron y atado a un fuerte
cabestro, vencido, cubierto de sudor y con las carnes
palpitantes el pobre animal iba a pasar su primera no-
che de esclavitud junto al palenque, soñando tal vez
con su querida libertad que tan injustamente le arre-
bataban.

- 152 -
PAISAJE DE SIERRA
(Fragmento)

Ya desde allí se veía la sierra cortando el hori-


zonte casi de norte a sur, como una muralla cenicienta
de líneas sinuosas que se extendían más allá de lo que
alcanzaba la vista.
Un camino vecinal llevaba hasta ella, atravesando
al principio un terreno baj o de tierra negra, que re-
blandecido por las lluvias, transfor mábase en extenso
bañado, conservando al endurecerse, '.entre su pasto
gn~cso, que crecía entre sus matas aisladas, la huella
de cuanto animal o vehículo lo atravesaba.
Más adelante se levantaban peqneñas lomas que
a poco andar se volvían cuchillas al mismo tiempo que
el pasto se afinaba y se extendía corto y tupido como
un tapiz; hasta que, quebrándose más y más el terre-
no, y haciéndose muy pedregoso, se llegaba a los ce-
rros, más numerosos a medida que se avanzaba.
Finalmente se enfrentaba a un paredón alto y con-
tinuo qlle se ensanchaba en aqllel lugar en forma de
semicírculo. Presentábase inaccesible por todas partes
y con su verde superficie llena de arrugas y protube-
rancias, salpicado a ratos de arbustos alimentados por
pequeños manantiales ; de rocas salientes que parecían
desplomarse sobre el que las miraba, y de animales que

-155 -
- ..
1

C U A D R O S C R 1 O L L O S
D QMJNGO
A R E N A
vos y entre otros pájaros de distintas clases, descollan-
en algunos puntos a donde se podía lle~a~ pastaban do eq las copas de los árboles, algunos loros, los ton- ''
tranquilamente, mirando a veces co:i curiosidad a sus tos ele Ja familia alada, que como los tontos de todas I

compañeros del bajo como sorprendidos de verlos des- partes, envanecidos en el colorido de sus vestiduras
I•
de allí tan chiquitos. no hacían más que gritar, llenando el aire con su insul-'
1
Para subir aquello que interceptaba el paso se ne- sa cháchara; mosquitos que volaban en montones for-
cesitaba una escalera enorme proporcionada a la enor- mando copos, y moviéndose de una manera ordenada,
' midad del obstáculo, y eso había hecho la natural:za disciplinada, como un batallón al son de su música de
construyendo una con la ruda magnificen.c ia de quien zumbidos; y por el suelo algún aJ]ereá jugueteando en-
todos los materiales y las fuerzas todas tiene a su al- tre los troncos que al menor ruido corría atropellada-
mente para la cueva; y toclps aquellos seres se movían
cance.
La formaba un girón del muro semejando uno más, chillaban más cuando algún viajero atravesaba
de los tantos cerros que por allí andaban y que po~ el su vivienda y hasta las ramas parecía que aguzaban
es fuerzo de un hércules nacional sin leyenda hubiese más sus espinas para clavarlas en las ropas del intruso
siclo echado hacia atrás y aplastado y soldado ~,la y desgarrárselas.
gran muralla· haciendo más verosímil la comparac1on, Cuando saliendo del monte se llegaba a lo más al-
los zanjones ~ue rodeaban la base como si la tierr~ se to se dominaba desde allí un panorama incomparable.
hubiese desgarrado al empuje, y el ?1ºn!e q~,e crecia ª Hacia el este, y del lado de donde venía el camino,
los lados -a guisa del callo de c1catnzac10n que se se veía un caos, un momento de delirio de la naturale-
forma al juntarse los labios de una herida~ por d~n­ za, traducido en moles de granito, como si Ja tierra
de subía el camino costeando los árboles y encaraman- hubiese querido mostrar la exuberancia de fuerzas que
dose poco a poco hasta la cima. encierran sus entrañas, sembrando en una ancha faja
Y en aquel pequeño bosque encajonado en ~m.a de su superficie, desordenadamente, cerros de todos ta-
garganta donde abundaban pitangueros, talas y espmt- maños y figuras, cónicos los unos, achatados otros y
llos que en verano lo llenaban de sus coloreados frutos algunos rodeados en su cúspide de un círculo de matas
y del perfume de sus flores, fijaba su resid:ncia toda y arbustos. Al sur otras elcrvaciones cortaban por com-
una colonia de los hijos de nuestras pequenas selvas. pleto el horizonte; hacia el oeste y empezando desde aJlí
Se veían allí hermosas y extrañas mariposas aca- mismo las vertientes de la pequeña cuenca de una zan-
riciándose al volar con sus grandísimas alas, y mo- ja, la cual completamente cubierta de pajas y pastos
viéndose con tanta lentitud que parecían hojas muy verdes, secos, y algunos floridos, parecía una víbora:
tenues columpiándose en el aire; picaflores sin parar enorme de muchos colores, que tendida a lo largo en el
un momento buscando con sus largos y delgados picos bajo se enroscaba un momento alrededor de unos árbo-
el néctar en el fondo de las flores; carpinteros, cuer-
-1!!7,.......
- 156-'

li
·,
DO.MINGO A R E N A

les e iba a hundir su chata cabeza en un arroyito, quien


después de serpentear mucho tiempo en las sierras, can-
sado de que sus aguas en el incesante trabajo de siglos
no hubieran podido labrarse más que un mezquino le-
cho sobre los lomos resbaladizos de la misma, despun-
tó el paredón y buscó ya el llano, donde se le veía co-
rrer, medrado y satisfecho; más al oeste todavía, se
divisaba un cerro muy grande cuya cima pedregosa
brillaba como una calva enorme reflejando los rayos
del sol ; y má~ lejos, otra vez el caos, el delirio de ce-
rros, que seguían viéndose los unos como encarama-
dos sobre las espaldas de los otros, hasta que los últi- ESCE.NAS DE LA DICTADURA
mos, los más distantes, se proyectaban en la bóveda LATORRE
azul como una decoración monstruosa de un escenario
colosal.

- 158 -
UNA DIANA CON MUSICA

Era una madrugada de Diciembre de I 878.


Dos carnpanazos acababan de indicar las dos de
la mañana en el reloj de la Matriz. Aquella era la ho-
ra señalada por los misteriosos designios del tirano ·
para la ejecución de Rafael Giménez, soldado de línea,
de 19 años de edad, sobre quien recaía la acusación
de haber intentado violentar una niña de tres años.
El que poco después debía violar a las niñas del Asilo
de Huérfanas, no quería rivales.
E l acto debía tener lugar con siniestro aparato
para que dejase honda h uella en el espírit u de 'los es-
pectadores y ,agravarse con los sombríos terrores que
engendra la prolongada agonía de la víctima.
De cada uno de los cuerpos de la Capital había
concurrido un piquete a presenciar el espectáculo. Es-
tos piquetes formaban en cuadro con el batallón del
reo, en el patio de su cuartel, y dentro de aquel cua-
dro, como símbolos terroríficos de la muerte, podía
distinguirse oscuramente una escalera tendida en el sue-
lo, una caja fúnebre formando martillo con ella, cua-
tro hombres que con amarillos faroles en las manos
hacían las veces de velones mortuorios, y un sacerdote
cuya larga vestidura ondeaba tristemente al empuje de
las ráfagas del aire.

-1'1-
DO MJNG O A R E N A C U A D R O S C R I O L L O S

El escenario estaba preparado con sencillez trági- El oficial encargado de la ejecución señalaba con
ca, reinaba en él profundo silencio turbado apenas por la punta de la espada los parajes todavía sanos.
la angustiosa res pi ración de la soldadesca; sólo falta- Y de rato en rato, como una figura lúgubre alre-
ba la víctima. dedor de cuya cabeza resplandecían todos los horrores
El lento y acompasado campaneo de los pesados de aquella noche, aparecía el siniestro rostro del dic-
grillos, anunció bien pronto su paulatina aproximación. tador ... perfumado y envuelto por el humo de rico ci-
Con los brazos caídos, la barba pegada al pecho y garro habano que saboreaba con indiferencia.
el paso macilento, llegó por fin Giménez al lugar del Once mil azotes en hora y media de martirio pa-
suplicio, sin exhalar una queja, sin pedir compasión a recían haber bastado. Giménez había muerto. El cajón
nadie, tan irrevocable, sin duda, le parecía su destino. estaba pronto y fiué arrojado en él.
La sentencia fué leída. Pero, como si la naturaleza gozase en aumentar los
F.l reo debía recibir catorce mil azotes: era una dolores del reo, aquella era una muerte momentánea
sentencia ele muerte; bien ciaban testimonio de ello la solamente, y vuelto en sí, y comprendiendo el horror
caja fúnebre y la presencia del sacerdote. de su situación indescriptible, el desgraciado rogó a sus
En aquel momento algunos soldados sollozaban de víctimas j única súplica ! que apagasen en él los restos
compasión y de terror. de vida que le quedaban. Y la súplica fué atendida.
Así la desproporción y crueldad del castigo suele Giménez murió envenenado con estricnina.
rodear de profundas simpatías al criminal!
Giménez fué desnudado, tendido boca abajo sobre
la escalera y í ucrtemente amarrado a ella.
La ejecución principió. Los datos de esta primera escena de ba·rbarie, son
Redoblaron los tambores, sonaron diana Jos cla- rigurosamente exactos, relatados por un testigo pre-
sencial.
rines, rompió himnos la banda y aq uel ruido estrepitoso
y confuso de distintos sonidos y diferentes compases,
apagó los primeros ayes del ejecutado. (De "El Día", 22 de febrero de 1896) .
Un momento después todo era indiferente. Diez
cabos giraban diez vetes alrededor del reo dándole ca-
da uno de ellos diez azotes en cada vuelta; y otros
diez cabos relevaban a aquéllos haciendo las vueltas en
sentido opuesto, pero ejecutando la misma operación.
La sangre y los pedazos de carne salpicaban en
torno ...

- 162 - - 163 -

.1
1 EL CRIMEN DEL ASILO DE
HUERFANOS
EL CRIMEN DEL ASILO DE HUERFANOS

No es éste el relato ele la violación de las huérfa-


nas del Asilo, que se hará más adelante; es el relato
ele otro crimen cometido en las cercanías de aquel es-
tablecimiento. Se verá en él, si la versión oficial de
aquel tiempo es cierta, cómo cuidaba Latorre de los
intereses de las pupilas que debían saciar después su
voracidad de sátiro.
La pandilla de ladrones encabezada por Pedrín
y sus compañeros, habían resuelto, según parece, asal-
tar el Asilo de Huérfanos en Ja noche del 7 del mes
de. . . con el objeto de apoderarse del dinero que allí
se cleposita:ba todos los meses en aquella fecha, para
abonar ·los sueldos de las amas al día siguiente. La
realización del plan de Pedrín no podía, pues, adelan-
tarse ni postergarse.
Llegó el día 7- Montero, el digno compañero de~
tirano, había tomado, de acuerdo con él, las medidas
necesarias para que el delito que preparaban los · 1a-
drones, no escaparan al crimen que preparaba la po-
licía. Aquellos hombres vivían atormentados por sed
Je sangre y la derramaban hasta hartarse cuando la
ocasión se presentaba propicia. Pero no era un exalta-
do sentimiento ele j usticia lo que los guiaba: ellos eran

- 167 -
D OMJNG O A R E N A CUADR:OS C R 1 O L L O S

más ladrones y más asesinos, siempre; que sus vícti- gido el día antes Montero al oir que el oficial encar-
mas, entre las cuales se cuentan muchos hombres hon- gado ele la empresa entendía que se trataba sólo de
rados. Nueve hombres, escogidos entre los de mayor una prisión, como correspondía en el case-.
resolución, fueron apostados desde el oscurecer en los -No comprendía, señor, ~ había contestado el
alrededores del Asilo ele Huérfanos : cuatro ele ellos oficial.
ocultos en los zanjones que bordeaban en aquella épo- Los hombres restantes fueron encontrados mo-
ca el camino que lleva al Asilo, y los cinco restantes, mentos más tarde. La orden era terminante, y el tirano
más allá del punto amenazado, como para impedir to- se hacía obedecer ciegamente, sobre todo <:uando se
da retirr.da. trataba de un asesinato.
A las cl<:?s de la madrugada apareció la pandilla. La autoridad maniató con toda sangre fría a aque-
Los hombres del zanjón se agazaparon cuidadosmente llos desgraciados, teniendo al mismo tiempo la crueldad
y una. v~z que hubo pasado, salieron siguiendo la pista de hace'r!es comprender la suerte que les esperaba; lue-
con sigilo, ocultos por las sombras ele la noche y los go cumplió su misión: cayeron apuñaleaclos y a balazos
acciclentec; del terreno. según el gusto del ejecutor.
Al llegar al Asilo y tal vez al paraje por donde La oscuridad de la noche ocultaba a la vista aque-
debía verificarse el asalto, alguno de la pandilla dis- lla escena siniestra pero el eco llevó a lo lejos, los de-
ti.nguió a los que la vigilaban, o éstos creyeron conve- sesperados clamores de las víctimas y el estallido de
rnente mostrarse en aquel momento. Sea lo que fuere, los pistoletazos.
Pedrín y sus compañeros pensaron, sin duela, que el Al día siguiente, los hombres y mujeres, trémulos,
golpe se haibía frustrado y buscaron la salvación en como asustados, se decían al oído, al encontrarse en
la fuga. las calles de Montevideo, que en los alrededores del
Vano empeño! Todo estaba previsto. Los cinco Asilo ele Huérfanos se había cometido un crimen la
hombres restantes apostados sobre el camino, les cie- noche anterior. . . y los nombres de Latorre y Mon-
rran la salida, descargando sobre ellos sus pistolas y tero, apenas pronunciados, hacían comprender que el
revólveres. Uno de los ladrones cae herido y los otros crimen era grande, y que no convenía hablar de él.
consiguen evadirse en el primer momento, ocultándo- Se decía también, -y no sabemos si con razón,-
se en iuna zanja. que Peclrín y sus amigos no eran ladrones, sino hom-
La sentencia del tirano empieza por cumplirse en bres a quienes Latorre temía por su resolución que ha-
el prisionero, que después ele sufrir las burlas y sar- bían sido atraídos a una celada.
casmos de la "autoridad" es ultimado a puñaladas.
(De "El Día", 24 de febrero de 1896).
-Ya veo que usted no sirve para nada -ya veo
que usted no es el hombre que yo busco,- había ru,

- 168 - - 169 -
LA MUERTE DE LEDESMA
t
LA lrfUERTE DE LEDESMA

El hecho se produjo al finalizar el dominio de La-


torre, cuando Santos tuvo la idea de recorrer el lito-
ral para afianzar su influencia personal y prepararle
al amo la gran trastada. El viaje se hacía en el vapor-.
cito "Rayo". Se recorrió una buena parte del camino
sin novedades. Santos iba contento porque las cosas le
salían a medida de sus deseos. Así llegó a Fray Ben-
tos. Allí se supo que en los alrededores, pero en la.
otra orilla anda~a Ledesma, un hombre medio cabe-
cilla. Santos debía agregar un número más a su pro-
grama: iba a asesinar a Ledesma nada más que para
romper la monotonía del viaje e inspirar más confian-
za al sanguinario dictador.
Esa noche misma se aprehendió a Ledesma. Para
ello hubo que violar el territorio argentino y caer so-
bre su hogar como una gavilla de bandidos. Todo se
hizo perfectamente : los satélites del dictador estaban
en su verdadero papel. Aigunas horas después, Ledes-
ma, atado codo con codo, era conducido a ibordo del
"Rayo".
Sobre cubierta le esperaba sonriente el General
Sant06, que lo recibió con este significativo saludo:
"Andá no más, que ya te vamos a enseñar .•.." Ledes-
,.... '¡73 _
D OMJNG O A R E N A C U A D R O S C R I O L L O S

rna fué conducido a la bodega. Pasó sin decir una pa- Leclesma, medio muerto, fué sacado del cepo co-
labra por entre las filas de soldados. lombiano, e inmediatamente con los maneaclores que lo
Probablemente desde que fué arrancado de su ca- habían estado apretando, lo ligaron fuertemente, con
sa supo que iba a morir. También debía saber, que an- cien v¡1eltas, desde los pies hasta el cuello, empleando
te aquellos tigres eran inútiles las súplicas. la fuerza de varios hombres. Y así, de una pieza, trans-
Poco después empezó para Ledesma el martirio formado en un salchichón enorme, lo subieron a cu-
que debía concluir con una siniestra muerte. B'a jo la bierta.
dirección del mismo Santos que asistía al acto como Cuando los tripulantes lo vieron, a pesar ele su fa-
al más ameno de los espectáculos, se puso a la pobre miliaridad con las esc~nas sangrientas de todo género,
víctima en el cepo colombiano. Se le colocó un fusil se quedaron espantados, preguntándose tal vez, a qué
deuajo de las corvas y otro sobre el pescuezo, se pasa- nuevo género ele muerte iban a asistir.
ron por los extremos de las armas unos maneadores Y no tardaron en saberlo. Desde la bodega del
perfectamente sobados a fuerza de servir para el mis- barco, se subieron dos grandes piedras redondas de las
mo castigo, y cuatro soldados, dos de cada lado, em- que formaban . el lastre del buque, agujereadas en el
pezaron a tirar. El cuerpo de Ledesma se fué doblan- centro. Se le sujetó una a los pies y otra al cuello y
do poco a poco entre dolores atroces hasta que al fin se ordenó que se le echase aJ agua. Y el desgraciado
los dos fusiles se juntaron. Entonces Santos, con sal- Ledesma, fué llevado en peso hacia la popa, demacra-
vajismo digno ele él y de su jefe, se dio el lujo de apli- do como un muerto, mirando con ojos de espanto sus
carle a aquel cuerpo torturado, hecho un ovillo, un últimos instantes ele vida.
terrible puntapié en el trasero.
Desde que Ledesma había sido embarcado, el "Ra-
Y ante aquel brutal impulso, las vértebras del
yo" había emprendido la marcha aguas arriba. Cuando
espinazo desencajaron y aquella pelota humana empe-
había llegado el momento supremo ya era muy tarde. '
zó a rodar, lanzando los últimos alaridos de desespe-
ración. Una noche serena que una gran lt.tna llenaba de luz,
hacía dulce la vida ...
Se puede pensar que después de aquello, todo hu-
biese concluído, o que ya no quedaba más que arran- ·
Al llegar a cierta ' E~ s t a-
a1tura e1 "Rayo " se paro.
carle a cuchillo, al desgraciado Ledesma, el resto de ba sobre una laguna ancha y honda, que había sido
vida que le hubiesen dejado. Pero, no debió ser así. escogida para fondear a .Ledesma.
A los bárbaros sicarios del dictador no les bastaba ma- Entonces obedeciendo a Ja orden de Santos, que
tar después ele algunas horas de martirio. No; necesi- no se apartaba un momento de su víctima, cuatro hom-
taban extremar hasta el más allá su crueldad. Así lo bres movieron el cuerpo para arrojarlo al agua. Pero
hicieron en la ocasión que nos ocupa. en aquel momento mismo el alférez que mandaba la

- 174 """' - 175


DOMINGO A R E N A

maniobra, detuvo a los soldados y echando mano a la


cintura les dijo:
-Espérense, voy a degollarlo. Pero el hombre no se
animó. En balde un cabo le dijo: "¿Y qué hace que no
lo degüella de: una vez ? ... "
Probablemente el oficial se había encontrado con
la mirada aterradora de Ledesma y le había dado
frío ...
Entonces los soldados no esperaron, y levantando
al desgraciado lo arrojaron al agua . . .
No se oyó más que el lúgubre ruido.de la zambu-
llida que encontró un eco triste en los montes ... EL ASESINATO
Un momento después, el Uruguay corda como
siempre, escondiendo en el más profundo secreto aque-
DEL CAPITAN QUEIROS
lla brutal infamia. Y el secreto hubiese durado eter-
namente, si los propios actores no lo hubiesen relatado.
Este asesinato, de los más bestiales, creemos, de
la dictadura, llegó a oídos de muchos. Los detalles
con que acabamos de describirlo nos los han propor-
cionado dos testigos presenciales del hecho, que forma-
ban parte de la tripulación del "Rayo".
(De "El Día", 29 de febrero de 1896).

-176-
EL ASESINATO DEL CAPITAN QUEIROS

Allá por los tiempos en que la dictadura estaba en


su mejor auge, cuando ponía en juego las mayores
crueldades para entretener sus ocios y amedrantar al
pueblo, fué aprehendido el capitán N. Queirós, hom-
bre de malos antecedentes. Naturalmente fué llevado
al taller de adoquines, el terrible purgatorio latorrista,
no por sus malos antecedentes, que tampoco por ésto
hubieran podido aprehenderlo, sino porque tenía la des-
gracia de ser cabecilla. Allí, tenía la seguridad de que-
brar Latorre a cualquier hombre, aunque fuese más
duro que el capitán Queirós.
Queirós, tuvo que tallar adoquines, como todos sus
compañeros de desgracia, bajo la vigilancia de capata-
ces directamente instruídos por el dictador y que por
consiguiente sabían hacer las cosas. Allí, el que no tra-
bajaba bien y con gusto, era estimulado a palos. Quei-
rós no tuvo suficiente resignación para sujetarse a su
desgracia; el pobre, en su vida campera e independien-
te, no había aprendido a ser sumiso. Un día, harto de
fatigas, se rehusó a trabajar, tal vez quiso sublevarse.
No lo hubiera hecho nunca. Los capataces se le echa-
ron encima como fieras; uno de ellos le descargó sobre
la cabeza un terrible golpe de viga que lo tumbó ro-

-179-
DOMINGO A R E N A C U A D R O S C R 1 O L L O S

dando. La viga había tenido .unos clavos y la violen- que seguía sentado, medio idiota, sin pensar siquiera
cia del goli:e había hecho saltar un pedazo de cráneo que asistía a sus últimos momentos; le tomó la ca-
a la altura de la nuca, dejando en descubierto la masa beza y por la abertura del cráneo sumió brutalmente
encefálica. el dedo en el cerebro al descubierto.
Queir?s quedó sin sentido, arrojando sangre por El movimiento fué rápido y feroz como 1t1na pu-
la honda herida. Se le comunicó el hecho al dictador ñalada. El seso, .deshecho, brotó de la herida. El po-
y el dictador se presentó enseguida en el taller. Lato-' bre Queirós se recogió en un violento espasmo y en-
rre no desperdiciaba ninguna escena de sangre: esos seguida se estiró en el supremo arranque del animal
cuadros le alegraban la vista y el corazón. desnucado ...
Aquel día el dictador no iba solo; lo acompañaba Todos, peones y ·capataces, se quedaron fríos ante
un médico, un médico muy conocido entonces, no tan- aquel asesinato bestial y cobarde que colmaba la medi-
to por su ciencia sino por los buenos servicios que pres- da de la infamia.
taba a la dictadura.
Se podrían citar de él, muchas intervenciones efi- (De "El Día", marzo 6 de 1896).
caces. Cuando el médico y el dictador estuvieron ante
Queirós, mientras el dictador contemplaba al herido
con natural satisfacción, el médico examinaba atenta-
mente la herida.
Se trataba de un caso grave, sin duda alguna, pero
perfectamente curable. Y a Queirós había recobrado en
parte los sentidos y estaba sentado mirando- con ojos .
aturdidos a los que lo miraban.
De repente el médico se irguió, contento, como si
se l~ hubiese ocurrido una idea salvadora; se dirigió
al dictador, y con la vivacidad del que hace una cosa
complaciente, le dijo:
-¿Quiere ver cómo muere un hombre? ...
•El dictador no contestó: siguió mirando con in-
terés la cabeza partida de la víctima. Luego dejó entre-
ver una sonrisa de hombre que está tentado.
El digno facultativo, que conocía perfectamente
a su amo, no necesitó más orden. Volvió sobre Queirós,

- 180 _.. -181-


1ND1 CE
PAO.

Ficha Biográfica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • 13
Domingo Arena, escritor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • l 5
Cuadros Criollos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
Idilio Criollo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
Un Baile en la Frontera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
El Pardo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69
Miedo! ........................ · ·. · · · · · · · 75
Cuentos del Pago (Impresiones) . . . . . . . . . . . . . 85
Vida Loca ......... .......... . ..... · .... · . 97,
Perfiles - Un Mendigo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107
El Burro de Oro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . II3
De Montevideo a la Agraciada . . . . . . . . . . . . . . 129
La doma ................................. 151
Paisaje de Sierra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . l 55
Escenas de la dictadura Latorre ............. 159
Una; Diana con Música ... . ................ 161
El Crimen del Asilo de Huérfanos ........... r67
La Muerte de Ledesma ... .... ............ . . 173
El Asesinato del Capitán Queirós . . . . . . . . . . . . r79

1,

-183-
-"La Revoluci5n 7 la Cultura Bol· MAUPASSANT (Guy de). - "La H~
cheviata". (Prólogo de Nicolás Tasia) . ra Sexual" (Cuentoa). Un tomo de 64
Un tomo de 128 pigioas (1920) $ 0.3S páginas (1922) ................ $ 0.25·
- Un Compaliero Extralio (Cuentos). -"Miserables y Vagabundoa" (Nove-
Un tomo (1920) .. ......... ... $ 0 .35 las cortas). Un !omito de 72 página11
GUYAU (Juan M.). - Eabozos de una (1922) ..... .. ..... . .......... $ 0.25·
moral sin eanción ni obligación. (Tra- -''De la Guerra" (Cuei:tos breves).
ducción de Leonardo Rodrlguez y Ar· Un tomo de 72 páginas (1922) $ 0.2S.
turo Casares). Un tomo de 288 pá- MISTRAL (Gabriela). - Selección de
ginas (192S) ......... ...... . $ 1.00 poesías. Un tomo de 64 piginaa
HARDY (G) . - Medios para evitar el (1924) .. ..................... $ 0. 30
emba1azo (con ilustraciones) .. $ 0 .40 -"Ternura" (Canciones de nliíos). Un
HERRERA (Ernesto). - Su Majestad tomo de 74 páginas (1925) . .. . $ 0 .35
el Hambre. (Cuentos Brutales) Con NERVO (Amado). - "Perlas Ne¡rae".
un estudio critico de Cannelo M. Bo· Misticas. Las Voces (Poeslas). Un
net . ...... .. .................. $ O. SO tomo de 152 páginas (1924) .... $ O. SO
IPUCHE (Pedro Leandro). - Tierra -Selección de Poeslas. Un tomo
Honda (Poeslas). Un tomo de 112 pá· (1924) . .............. . . ...... $ 0.30
ginas (1924) .... ............. $ 0 .70 -Ideas y Observaciones Filoaólicaa de
LASPLACES (Alberto), - Opinio- Tello TEllez (Prosa). Un tomo de 64
nes Literarias. (Prosistas uruguayos paJ¡"ir.as (1919) ... ......... .. .. $ 0.25
contemporáneos). Cor, un prólogo de - · 'La Amada Inmóvil" (Prosa y ver·
Víctor PErez P etit. Un tomo de 204 so). Un tomo ................. • .. ..
páginas (1919) . ... ..... ..... . $ 0.80 OBLIGADO (Rsfael). - Poeslaa. Pre-
-Cinco meses de Guerra. Estudio de cedidas de un prólogo del Dr. Joa·
la Guerra Europea. Un tomo de 289 quin V. González. Un tomo de 232
páginas (1915) . .. .. . ..... ..... .... . páginas (1920) ........ . ...... $ O.SO
-Eduardo Acevedo Dlaz • . ••. . $ 0.40 -Leyendas Argentinas (Santos Vega).
LUGONES (Leopoldo). - Las Monta· Un folleto de 64 páginas (1920) $ O. 25
ñas del oro (Poema). Con un juicio POE (Edgar Allan). - Poemaa. Con no
de Rubfo Darlo. Un tomo de 104 pá- prólogo de Baudelaire (1938) $ O.SO
ginas (1919) ................. $ 0 .60 ROXLO lCarloa). - El Libro de lu
MAETERLINCK (Mauricio). - La VI· Rimas. (Segunda edición, corregida y
da de los Tennes (Hormigones) . Con aumentada). Un tomo de 136 pá¡rinas
una i:oticia biográfica d e J. Ernest (1918) ................. . ..... $ 0.35
Charles. U o tomo de 212 páginas SABAT ERCASTY (CarltJa). - "Vi-
(1927) ..... . .... .. ........... $ 0.70 das". (Poemas). Un tomo de 118 pi-
-"La Vida del Espacio" (La Cuar- ginas (1923) ..... .......... .. . $ 0.61>
ta Dimensión. La Cultura de los Sue· SANTOS (Femando). - "Yracema".
líos. Aislamiento del hombre. Juegos (Drama en tres actos). Un tomo de
del Espacio y del Tiempo-Dios) Tra- 56 páginas (1919) ............ $ 0.30
ducción y prólogo de Enrique E. Po- SHAW (Jorge Bernard). - Manual del
trie. 1 t omo de 176 pág. (1926) $ 0.70 Revolucionario y las Máximas para Re-
-El HuEaped Desconocido (Fantas· volucionarios. (Traducción de Lula
mas de vivos y de muertos. La Pai Bertrán). Un tomo de 104 pol.gioaa
cometria. El Conocimiento del Porve· (1923) ........ . . .. . .......... $ 0.3S
nir, etc.). Un tomo de 16!1 p'ginas STECCHETTI COiindo Guerrlnl). -
(1922) ..... . . . . . .. . ....... . .. $ o.so Póstuma. (Poeslas). Estudio de Ro-
- ' 'La Vida de las Abejas". Un tomo berto Sienra. Un tomo de 128 páglca1
tic 176 páginas .. .... .. .... ........ . (1934) ....................... $ 0 . 40
-"El Tesoro de loa Humildes" Un TAGORE (Rabindranath). - "La Lu-
tomo de 144 páginas (1926) .. $ O. 35 na Nueva". (Poemas de Niños). Tra-
-·'Loa Dioses de la Guerra", Un to· ducción de Z. C. de Jimfoez con un
mo de 80 páginas (1921) ..... . $ 0.3S poema de J:•an R. JimEnez. Un tomo
-"La Tragedia Cotidiana". Un tomo de 72 páginas (1926) ...... .. $ 0.35
de 88 páginas (1922) ........ $ 0.35 - "Pájaros Perdidos" (Sentimientos).
- "La Inteligencia de laa Flores"¡ ae· Un tomo de 80 páginas (1922) $ O. 35
guido de los poemas en prosa: 'Los -"Gitanjali" (Oraciones Líricas). Un
Perfumes" y "La Medida de las Ho- tomo de 76 pálfinas (1921) •..•$ 0.35
ras". Un tomo de 130 páginas (1921) -"La Cosecha• (Poemas). Un tomo
-"El Alcalde de Stilmonde". Drama de 72 páginas (1922) ........ $ 0 .35
en tres actos. Versión castellana de -"Tránsito" (Poemas). Un tomo de
Enrique Góme<i: Carrillo. Un folleto 64 páginas (1922) .•. • . ••• • •.. $ 0. 35
(1918) .... .. ................. $ 0.25 -"La Fugitiva" (Poemas). Un tomo
-"La Muerte". Un tomo ........ .. de 84 páginas (1925) .......... $ 0.35
MARGUERITTE (Víctor). - "El Vi· VASSEUR (Alvaro Armando), - "Ha-
cio en Parla" (ProstituEe) . Un tomo cia el gran Silencio". Poes!at. Un to-
de 168 pá¡rinas (1923) .... .. ... 0.35 mo de 144 páginas (1924) •... $ o.se
-"Ven¡ada" (Continuación de la an- -Selección de Poes!H. Un tomo de
terior). Un tomo de 168 piginaa 64 páginas (1924) ............ $ O. 30
(1923) ......... .. .. . ......... $ 0. 35 VAZ FERREIRA (Marfa Eu¡enia), -
MARK TWAIN. - Cuentos Escor;idoe. Selección de Poealaa. Un tomo de 44
Traducido por Augusto Barrado. Pró· páginas (1924) ................ $ 0.30
logo de Angel Guerra. Un tomo de 132 VIANA (Javier de), "Rancho•"·
páginas (1921) .. . ..... , .. . . . $ 0 .35 (Costumbres del campo). Un tomo de
MARTINEZ VIGIL ( Dr. Carlos). - 176 páginas (1920) .......... $ 0 .50
Por tierra• ami¡aa. (Crónicas de via· -"Guri" y otras novelas. 3.a edición).
je) ......... . ... . .......... . . . $ 0.80 Un tomo de 192 páginato ( 1920) $ O. SO

También podría gustarte