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COMUNICACIÓN

al I Congreso Internacional sobre Voluntariado y Asociacionismo. Perspectivas y


Oportunidades. Ponte de Lima, 25 y 26 de Noviembre de 2005.

Actores sociales en las terapias con personas adictas:


entre el voluntariado y la especialización.

Félix Talego Vázquez, David Florido del Corral, Alicia Reigada Olaizola y José María
Manjavacas Ruiz. Departamento de Antropología Social. Universidad de Sevilla. Grupo
de Investigación GEISA.

Palabras clave:
Drogodependencias, adicciones, voluntariado, ayuda mutua, ayuda al otro,
asociacionismo.

Resumen:
La comunicación que proponemos se enmarca en el Proyecto de investigación Estudio de
las asociaciones de familiares y drogodependientes en la provincia de Sevilla:
actividades, planteamientos y relaciones con las instituciones; desarrollado durante el año
2004 por convenio entre el Comisionado para las Drogodependencias de la Consejería de
Asuntos Sociales de la Junta de Andalucía y la Universidad de Sevilla, en el que hemos
participado sus autores.
En nuestro estudio observamos el impacto producido en estas asociaciones por los
discursos socialmente dominantes en materia de “drogas” y “drogodependencias”;
particularmente, su vinculación unilateral a ciertas sustancias, la parcialidad de la
distinción entre “uso” y “abuso” según tipos de consumos y el estatus legal de diversas
sustancias o actividades. Asimismo, la relación con las administraciones y, más
concretamente, su dependencia financiera en un contexto de contención de gastos
sociales, de delegación estatal de determinadas prestaciones públicas en la sociedad civil
y de legitimización biomédica de los abordajes terapéuticos son otros elementos que
entendemos determinantes.
Consideramos pertinente aproximarnos a la cuestión desde un nuevo enfoque: aquel que
distingue entre asociaciones y entidades de “ayuda mutua” de otras que tienen en la
“ayuda al otro” su objeto central de intervención. Desde este ángulo proponemos definir
“voluntario” y “especialista”, actores clave de estos procesos terapéuticos, reparando en
sus orígenes y evolución.
En base a los resultados obtenidos en nuestro trabajo etnográfico reflexionamos sobre una
tipología analítica inserta en un gradiente voluntario-especialista íntimamente relacionada
con las creencias sobre la etiología del mal de la adicción.

Introducción.

El protagonismo que desde un principio, y hasta la actualidad, adquirió el movimiento


asociativo en el campo de atención social a las drogodependencias y adicciones
evidencia, por un lado, la incapacidad de las Administraciones para responder a las
necesidades y situaciones problemáticas que afectaban a los distintos colectivos de

1
drogodependientes y adictos en los primeros años de la década de los ochenta, lo que
explica la emergencia, en este periodo, de las primeras asociaciones y entidades sin
ánimo de lucro que nacen con el objetivo de cubrir ese espacio social marcado por un
claro vacío institucional. Pero, por otro lado, junto a la capacidad de respuesta de la
sociedad civil ante los problemas que afectan a nuestra sociedad, esta situación refleja
los límites y fracasos de las políticas estatales, que mostraron no sólo su ineficacia para
cubrir los servicios sociales que requerían determinados colectivos de población 1, sino
también su incapacidad para ajustarse a los cambios producidos en los últimos años en
el ámbito de las adicciones, tanto en lo que se refiere a las tendencias del propio tejido
asociativo como a la aparición de nuevos tipos de consumos ante los cuales los
tratamientos dominantes se muestran obsoletos.
El presente trabajo2 tiene como objeto de estudio el análisis de ese tejido asociativo que
comienza a fraguarse a partir de los años ochenta desde distintos frentes sociales y
perspectivas pero que comparte el interés por trabajar con personas adictas. Desde un
enfoque antropológico nos proponemos cubrir una laguna existente en las
investigaciones científicas que se vienen realizando en las últimas dos décadas y que
tienen como objeto de estudio la problemática de las drogodependencias y las
adicciones. Frente a las investigaciones centradas en análisis macro de las políticas
internacionales y estatales que regulan el consumo de drogas y los discursos dominantes
e intervenciones institucionales en este ámbito, o las tipologías tradicionales
preocupadas por delimitar tipos de adicción en función de cada sustancia o bien perfiles
ideales de personalidades adictivas3, hemos constatado la escasez de trabajos orientados
1
Con ello no sólo nos referimos a los consumidores de heroína, sino especialmente a los alcohólicos y otras
adicciones sin sustancia como la ludopatía, que quedaron completamente excluidos de la red de atención estatal.
2
La comunicación que presentamos se enmarca en el desarrollo del proyecto de investigación Estudio de las
asociaciones de familiares y drogodependientes en la provincia de Sevilla: actividades, planteamientos y relaciones
con las instituciones, dirigido por los profesores Dr. Félix Talego Vázquez y Dr. David Florido del Corral, miembros
del grupo de investigación GEISA. Este proyecto fue seleccionado para su subvención, durante el año 2004, en virtud
de convenio firmado entre la Delegación provincial de la Consejería de Igualdad y Bienestar Social y la Universidad
de Sevilla. El proyecto estableció como objetivos básicos el conocimiento en profundidad del entramado asociativo
vinculado a las drogodependencias –incluyendo nuevas adicciones no relacionadas con sustancias, como los juegos
de azar- de la provincia de Sevilla y sus relaciones con las administraciones públicas; la aproximación al conjunto de
dispositivos asistenciales, públicos y privados, dirigidos a la población afectada y el estudio de las propuestas y
concepciones de administraciones y asociaciones; así como el análisis de las iniciativas políticas al respecto y la
evolución de las directrices de la Administración Autónoma desde la década de los años ochenta hasta la actualidad.
Y todo ello en un proceso de transformación de las políticas sociales bajo el impacto de nuevas concepciones sobre el
Estado del Bienestar y de la mercantilización de los servicios públicos.
3
Los estudios centrados exclusivamente en análisis macrosociales no tienen en cuenta precisamente el papel que
juega la sociedad civil en este campo de atención social y el impacto que esas políticas institucionales tiene en la
realidad concreta de los actores sociales implicados y/o afectados por esta problemática. Las tipologías que sitúan la
raíz del problema en la sustancia, intentando hacer una clasificación a partir de las características y los efectos
propios de cada droga, no contemplan aquellas adicciones sin sustancia, como la ludopatía, analizan las
drogodependencias de manera aislada del contexto más amplio en el que se desarrollan y atienden prioritariamente a
las dimensiones físicas de la dependencia, olvidando las implicaciones sociales, culturales, psicológicas, políticas y
económicas que influyen en el modo en que las drogas y las distintas formas de dependencia se perciben, afectan y

2
al estudio de las asociaciones y entidades que dirigen su atención a este colectivo de
población y que, sin embargo, nos parecen actores sociales imprescindibles para
comprender la complejidad y diversidad de factores que intervienen en esta
problemática social.
Es por ello que en la investigación más amplia en la que se enmarca este trabajo hemos
intentado apoyarnos en los instrumentos de análisis que nos ofrece la antropología para
abordar el estudio de este tejido asociativo desde una perspectiva multidimensional,
capaz de atender al papel de las instituciones pero sin olvidar nunca a los actores
sociales que participan y construyen esta parcela de la realidad, y que en no pocas
ocasiones tienden a ser relegados a un segundo plano en favor de investigaciones que
sólo atienden a las instituciones y centros de poder; esta perspectiva multidimensional
nos permitirá a su vez articular las dimensiones macrosociales con los niveles y
contextos locales. Asimismo, nos apoyaremos en uno de los métodos principales de la
disciplina, el análisis comparativo, que nos permitirá comprender y explicar los distintos
aspectos característicos, concepciones de las drogas y las adicciones y modelos
terapéuticos en que se basa cada una de estas asociaciones. Y, finalmente, una mirada
histórica y relativista preocupada por captar el dinamismo y las circunstancias históricas
que condicionan y modulan esta realidad así como la diversidad de experiencias y
puntos de vista sobre las drogodependencias y adicciones, en definitiva, de
concepciones sobre el mundo, que coexisten, de un modo más o menos conflictivo, en
nuestra sociedad.
Siguiendo estos objetivos hemos estructurado la comunicación básicamente en tres
apartados. En primer lugar se contemplará el modo en que la voz oficial de las
instituciones públicas, donde encontramos una evidente vinculación de los discursos y
actuaciones de la Junta de Andalucía y el Gobierno central con los parámetros
impuestos desde instancias internacionales, ha determinado, con sus discursos
dominantes y prácticas sociales, la configuración actual de movimiento asociativo, el
perfil de las entidades, sus creencias y el tipo de consumidores de drogas y adictos que
atiende cada entidad.
A continuación se analizará el marco de relaciones establecido entre las
Administraciones y las distintas asociaciones, incorporando algunos de los aspectos que
se nos antojan más relevantes como son el problema de la dependencia financiera de las

son vividas por las personas. Por otra parte, las tipologías que consideran que no existen sustancias adictivas sino
personalidades adictivas han sido cuestionadas desde diferentes estudios que han demostrado las dificultades para
establecer perfiles con tendencias a la conducta adictiva.

3
subvenciones públicas que presentan muchas de las asociaciones, el creciente
protagonismo de las asociaciones y los cambios que se vienen produciendo desde los
años noventa en el tejido asociativo, en el que convive la participación del voluntariado
con la tendencia a una creciente especialización.
En tercer lugar, nos adentraremos en el estudio del caso empírico que nos ocupa,
las características de las asociaciones, su composición social y las concepciones que
están en la base de las terapias que practican. Para caracterizar los diferentes modelos
asociativos que conviven en el panorama actual proponemos una clasificación
alternativa que, a grandes rasgos, distingue entre iniciativas de apoyo al otro, el cual es
concebido como una persona drogodependiente necesitada de ayuda al ser “incapaz” de
protagonizar su propio proceso de rehabilitación, y las denominadas de ayuda mutua,
que consideran a la persona afectada como un “enfermo” en disposición de asumir un
papel activo en la superación de su conducta adictiva.
Esta tipología nos permitirá establecer las características principales y tendencias
generales del movimiento asociativo así como los retos a los que debe enfrentarse en un
contexto, como el actual, marcado por la redefinición del papel del voluntariado, la
transformación de las políticas públicas en materia de drogodependencias y la
mercantilización de los servicios sociales, configurándose así un nuevo marco de
relaciones entre las asociaciones, el Estado y el mercado. Algunos de estos retos
principales serán abordados en las conclusiones del trabajo.

2.- Tejido asociativo y discursos sociales dominantes en materia de “drogas” y


“drogodependencias”

El esfuerzo por comprender el tejido asociativo en torno a las adicciones con y sin
sustancia ha requerido por nuestra parte una aproximación a los saberes y las verdades
aceptadas socialmente en materia de drogas y adicciones, porque son estas creencias las
que explican las actitudes y las prácticas de los actores sociales en todo lo que se
relaciona con los consumos y en la consideración y el tratamiento a los consumidores.
Las creencias en torno a las sustancias y actividades a las que se imputa poder adictivo
han ido conformándose a su vez como efecto combinado de una heterogeneidad de
factores a lo largo del último siglo, pues no fue hasta principios del siglo XX que la
medicina alopática, ya dominante, concibió el concepto de adicción como disminución
o anulación de la voluntad y libre albedrío del individuo como consecuencia de su

4
dependencia a determinadas drogas, ofreciendo el marco de interpretación general para
el despliegue de todas las políticas públicas que han venido después, centradas en
prohibir y prevenir los consumos de las sustancias que las autoridades médicas
determinaban como adictivas, además de castigar y tratar a los infractores. El respaldo
de las autoridades gubernamentales a la medicina alopática (que convirtió a los propios
médicos en autoridades gubernativas) inauguró un régimen novedoso de pensar las
sustancias susceptibles de modificar los estados de ánimo y la percepción de las
personas. Un régimen en el que el Estado se arrogaba, como una vertiente más de su
despliegue “benefactor”4, autoridad para dictaminar qué sustancias serían ilegales y
cuales legales. Antes de que se inaugurase este régimen medicalizado de pensar y tratar
a las sustancias y a sus consumidores, fueron sobre todo las diferentes autoridades
eclesiales las encargadas de sostener los discursos dominantes sobre estas sustancias en
Europa, y fueron ellas las que, con su labor continuada de siglos, contribuyeron
poderosamente a demonizar a todas las drogas (Escohotado, 1990). De esta
consideración sólo se salvó el alcohol en el ámbito de dominio de las iglesias católicas,
sobre todo por su papel ritual en la misa 5. Por tanto, para todo el ámbito católico, el
alcohol, a pesar de su inveterado uso lúdico y mágico, ha sido considerado de modo
distinto y separado de todas las demás drogas susceptibles de los mismos fines6.
Auspiciados por los Estados Unidos, pero con el apoyo más o menos entusiasta de la
generalidad del resto de los estados occidentales, se fueron estableciendo una serie de
acuerdos y convenios internacionales que conformaron la política antidroga que ha ido
extendiéndose al resto del mundo. Tales acuerdos se fundamentan en los saberes
“científicos” (ya no religiosos, aunque, significativamente, continuadores de la tradición
religiosa occidental) de la biomedicina, pues todos ellos contaron con los respectivos
“comités de expertos”. Los gobiernos españoles fueron adoptando estas políticas y
procediendo a su implementación sin mayores discrepancias respecto a la tónica general
(Escohotado, 1990, Usó, 1996). Por tanto, no existen para el caso español diferencias

4
El Estado de Bienestar social contemporáneo, por debajo de las diferencias en su implementación en
cada caso, supone en todas partes una nueva vía de legitimación del poder del Estado, en base a la
pretensión de erigirse en principal y último garante del bienestar de “la población”, entendiendo ese
“bienestar” fundamentalmente como salud física, al modo como la concibe la medicina alopática o
biomedicina. Se trata, pues, de un biopoder, tal y como lo calificó Focault (1997).
5
Un capítulo como el de la “Ley seca” en Estados Unidos hubiera sido harto improbable en Europa,
especialmente la de tradición católica.
6
El caso del tabaco es peculiar, por ser su tráfico actividad monopolizada o con fuerte presencia de
capital público en su comercialización, pero, sobre todo, por la manera como se generalizó su uso: como
hábito rutinario masculino sin específica incidencia en actividades lúdicas o mágico-rituales, las
actividades “irreverentes” a las que se dirigía la sospecha de las iglesias.

5
sustanciales en cuanto al régimen legal y a la gestión del “problema de las drogas” a lo
que está establecido en los Estados vecinos7. Si bien, en lo que refiere al tratamiento
dado al asunto desde la instauración del régimen democrático, los sucesivos gobiernos
han variado su “dureza” en la aplicación de las políticas: unos gobiernos han apostado
más por la persecución del tráfico y la punición de todos los consumos ilegales sin
distinción, mientras que otros (centrales y autonómicos), sin abandonar la vía policial,
han incrementado los esfuerzos en la prevención y han apostado por una distinción entre
las que han llamado “drogas duras” y “drogas blandas” (marihuana y haschis
fundamentalmente), promoviendo mayor tolerancia social, policial y judicial para estas
últimas. Conviene saber también que, en España, las competencias en materia de drogas
están repartidas entre la administración central y las autonomías: todo lo referente al
marco legal general que discrimina drogas legales de ilegales, así como las políticas
punitivas, sigue siendo competencia de la administración central de Madrid, mientras
que lo sustancial de las medidas preventivas y de tratamiento de consumidores está
transferido a las comunidades autónomas. Así es en el caso de la Comunidad Autónoma
Andaluza, donde se ha desarrollado nuestra investigación.
La Junta de Andalucía, gobernada desde su instauración en 1981 por el Partido
Socialista Obrero Español (PSOE) ha optado -sin romper nunca ni aún estorbar las
líneas generales del prohibicionismo- por una política menos centrada en lo punitivo y
más proclive a la prevención y el tratamiento de los consumidores; por una política que
se ha llamado de “reducción de daños”. Yo evitaría la frase precedente, porque se solapa
con cosas que digo, y en su lugar, diría: Como tendremos ocasión de comprobar en el
siguiente apartado, la Administración Autonómica se ha caracterizado por desarrollar un
enfoque asistencialista y preventivo –sin romper nunca un aun estorbar las líneas
generales del prohibicionismo- en su política de drogodependencias y adicciones. No
obstante, esta línea política adolece de serias limitaciones, no sólo porque no cuestiona
la política general criminalizadora, que acentúa la depauperización y deterioro de los
consumidores, sino porque no destina los recursos suficientes para atender de modo
eficaz y continuado al conjunto de la población afectada, por lo que no puede llegar de
modo adecuado a un amplio espectro de consumidores de drogas y adictos. Como
resultado de ello, un porcentaje muy alto, mayoritario tal vez, de consumidores de
drogas, cuando deciden la abstinencia, no tienen la posibilidad real de acceder a los

7
De esta línea se ha distanciado para algunos extremos Holanda, por su legalización del consumo de
haschis y el menor rango punitivo para el resto de los consumos.

6
recursos públicos, pues o no existen o son precarios y se encuentran sobrecargados. Esta
situación ha favorecido la emergencia de muy diversas iniciativas ciudadanas, con
concepciones del “mal” de las drogas y propuestas terapéuticas muy diferentes entre sí.
La población andaluza muestra un alto grado de aceptación de este discurso biomédico
sobre las drogas prohibidas. Así hemos podido comprobarlo en nuestra investigación,
merced al estudio de los resultados de una serie de encuestas bianuales (“Los andaluces
ante las drogas”) que han venido realizándose ininterrumpidamente desde 1987 a 2003,
así como por el propio trabajo de campo, que ha hecho posible acercarnos a una enorme
diversidad de actores sociales implicados en la problemática, sea como afectados o ex
afectados, profesionales, voluntarios, familiares, etc. Algunos supuestos atraviesan esas
creencias y las estructuran, erigiéndose por ello en factores centrales no sólo para
explicar las actitudes de los sujetos ante el consumo de drogas, sino la misma
configuración del tejido asociativo y sus diferentes programas terapéuticos.
La amplia aceptación de las tesis biomédicas, sancionadas por la legislación y
respaldadas permanentemente por los medios de comunicación, imputa las causas de la
adicción de las sustancias prohibidas a los efectos que producen sobre el organismo sus
principios activos, considerando que los consumidores llegan a ser atrapados
(“esclavizados”) por la necesidad que crean en ellos los alcaloides; se produciría no sólo
una toxicidad a nivel neuronal (la neurotoxicidad que explica los síndromes de
abstinencia y el impulso a volver a consumir por el temor a padecerlo y la expectativa
de satisfacción inmediata) sino a nivel psíquico (la psicotoxicidad, que explicaría la
recurrencia a la sustancia con posterioridad a la superación de la neurotixicidad de los
primeros días o semanas). Es la tesis de la potencia de las drogas prohibidas, según la
cual, el poder esclavizador (psicotoxicidad) de esas sustancias químicas sería tan fuerte
que frente a ellas nada o muy poco podría la voluntad humana. De ahí que para la
generalidad de la gente -que cuenta en ello con la sanción de las autoridades médico-
políticas- la única relación adecuada con todas ellas es la no relación, o lo que es lo
mismo, que todo uso de ellas es abuso; que desde el primer contacto con cualquiera de
tales sustancias se coloca el individuo en el inicio de una pendiente que le conducirá
irremediablemente a la destrucción como sujeto responsable y libre, con rapidez e
irreversibilidad variable, pero no en función de cualquier cualidad psíquica de quien
consume, sino sólo en función de la mayor o menor potencia adictiva de los alcaloides.
En este discurso, el dominante, el peso de la causalidad y las consecuencias recae sobre
factores químicos, ofreciendo si acaso importancia marginal al factor humano, que es

7
considerado sólo objeto pasivo, víctima a quien sólo cabe la decisión de la abstinencia
o, si ha comenzado cualquiera de esos consumos, abandonarlo cuanto antes. La
reprobación social, la persecución policial, las condiciones criminales del tráfico, el
elevado precio de las dosis, la presencia incontrolada de aditivos nocivos y otros efectos
bien palpables en la realidad pueden ser contemplados todos como consecuencia de la
criminalización a que somete a esas sustancias la legislación prohibicionista sustentada
en la tesis biomédica, pero son imputadas todas a la supuesta condición inherentemente
destructiva de las sustancias. La consecuencia de todo ello es que, efectivamente, las
sustancias prohibidas representan y significan, tanto para quienes las rechazan como
para quienes las buscan, elixires fantásticos capaces de los mayores prodigios, para el
bien o para el mal, para la salud y la enfermedad, para la esclavitud y para la libertad. El
discurso biomédico ha cargado de una enorme trascendencia a las sustancias que ha
prohibido, equivalente a la que le dio antes el discurso religioso. Cuando alguien, a
pesar de todo, decide probarlas, su decisión adquiere toda esa enorme trascendencia; la
misma radicalidad transgresora que tiene de radical el rigor prohibicionista, porque no
sólo está ingiriendo una sustancia, sino alimentándose de esa enormidad de significados.
Este “mundo de la vida” (Habermas, 1998), esta contundente realidad construida, hace
inviable, o muy difícil, que pueda tener lugar entre nosotros un modo de relación con
esas sustancias liviano, intrascendente, respetable y hasta saludable, como, por ejemplo,
el que tienen muchas personas con el alcohol en la tradición europea, especialmente en
nuestras sociedades de tradición católica.
Efectivamente, los significados atribuidos al alcohol en la sociedad andaluza son
significativamente diferentes, no obstante ser una sustancia cuya toxicidad y potencia
adictiva, según criterio comúnmente aceptado por las autoridades médicas, no es menor
que el de las drogas ilegales más criminalizadas. La gran mayoría de la población
andaluza interpreta que el gradiente de consumo de alcohol a lo largo de la vida de las
personas (en cantidad y en frecuencia) no sería representable en una línea recta en
sentido descendiente, que acercaría a cualquiera ya desde la primera copa al abismo del
alcoholismo, peligro que sólo pudiera evitarse de manera segura y satisfactoria con la
abstinencia. Muy al contrario, se considera por lo general que hay una franja de
consumos normales, representable como una línea, no en pendiente hacia el fondo del
alcoholismo, sino horizontal, quebrada puntualmente por la línea descendiente que
algunos consumidores habrían seguido hasta la dependencia compulsiva del alcohol.
Por tanto, según esta concepción, consumo de alcohol no equivale a alcoholismo, ni a

8
consecuencias negativas reseñables. Por tanto, para los andaluces uso y abuso de
alcohol no son sinónimos, sino que una distancia notable media entre lo uno y lo otro.
Esta creencia (que tiene el mismo estatus ontológico que la creencia contraria que
sostiene la misma gente respecto a las drogas prohibidas) implica a su vez creer que el
alcohol es una sustancia que no necesariamente deteriora o anula la voluntad y demás
cualidades de quienes lo consumen; que, en los casos que ello ocurre, no se debe tanto o
no se debe sólo a las propiedades de la sustancia, sino a las características diferenciales
de quienes así se ven abocados al alcoholismo. El alcohol no es considerado pues como
un principio activo de tal fuerza o con influjo tan decisivo que ante él nada puedan las
propiedades físicas y psíquicas del sujeto, sean cuales sean. Esta manera de contemplar
la cuestión, de tanto arraigo en Andalucía, hace viable la existencia, la visualización
respetable y el reconocimiento de infinidad de consumidores habituales de alcohol que
jamás llegarán a ser alcohólicos. Y conduce a creer que la responsabilidad de quienes
caen en el alcoholismo –las individualidades que describirían esa línea quebrada y
descendiente a que aludimos- no se impute nunca sólo ni quizás principalmente a las
propiedades de la sustancia, sino a cualquier cadena de factores humanos. Así que una
parte notable (o toda) de la responsabilidad del síndrome alcohólico es atribuida
socialmente al sujeto afectado, aunque se reconozcan como coadyuvantes cualquier
cadena de circunstancias, entre las que el alcohol sería, si acaso, una más. A ojos de la
mayoría de los andaluces, es el sujeto el que se entrega al alcohol, no el alcohol el que
lo atrapa, o que, cuando menos, tan decisivo es lo uno como lo otro. Como se verá, esta
manera de contemplar el problema del alcoholismo ha influido decisivamente en la
conformación y características de las campañas públicas dirigidas a los consumidores de
alcohol, de las medidas públicas de tratamiento a los alcohólicos, así como de las
entidades que se ocupan estos adictos y las terapias que proponen.
Pero nuestra investigación no se ha detenido en el estudio de las creencias dominantes
acerca de las adicciones a sustancias y la imbricación entre éstas y las respectivas
prácticas asociativas, sino que hemos hecho lo propio con las creencias comúnmente
aceptadas sobre las formas compulsivas de juego. Las autoridades de la medicina
alopática, por influjo de psiquiatras y psicólogos, han avenido a aceptar, aunque con
notable retraso respecto al reconocimiento de las adicciones a drogas, que pueden tener
lugar adicciones a actividades, aún sin mediar ninguna sustancia química. La ludopatía
es hoy comúnmente aceptada como síndrome dependiente o adicto. Más tardío ha sido
aún el reconocimiento institucional por parte de los poderes públicos de esta nueva

9
categoría de adictos. En el ordenamiento institucional español la contemplación de este
síndrome es muy reciente: la administración andaluza, por ejemplo, no reconfiguró
formalmente sus servicios para contemplar vías de ayuda y tratamiento de ludopatías
hasta el 2002, cuando el respectivo servicio sustituyó su rótulo “Comisionado para las
Drogodependencias” por el nuevo de “Dirección General para las Drogas y las
Adicciones”. Parece indudable que las autoridades médicas y los dispositivos
institucionales han sido lentos –por no decir renuentes- en el reconocimiento del apego
desmedido al juego como un tipo más de adicción (Fernández, 1996; Echeburúa, 2000)
Ello se debe a diferentes factores, pero, entre ellos, sin duda a uno: a que la aceptación
de la existencia de síndromes adictos entre personas no dependientes de sustancias hace
tambalearse la aparente coherencia lógica de la tesis biologicista que hace caer todo o lo
principal de la causa de las adicciones sobre la potencia esclavizadora de las sustancias
químicas. Aceptar que existen adicciones sin sustancia hace admisible, al menos como
interrogación, si será o no lo determinante en las otras la toxicidad química. En términos
de la aparente coherencia del discurso biologicista sobre las drogas, el reconocimiento
de la ludopatía como adicción representa algo cualitativamente distinto y más
trascendente que la suma de nuevos principios activos con potencialidad esclavizadora
al ya largo repertorio de sustancias a las que se reconoce ese poder: porque la
compulsión al juego de los ludópatas es tan poderosa y persistente como la que
muestran los drogadictos, pero sin que haya sustancia tóxica. De hecho, el
reconocimiento de la ludopatía ha supuesto el reconocimiento de un papel más
destacado a los psicólogos en el círculo de los expertos legitimados para entender sobre
estos síndromes, en detrimento de quienes esgrimen explicaciones y terapias
específicamente biomédicas.
Los psicólogos buscan las causas del apego al juego y sus efectos incapacitantes en la
estructura psíquica del sujeto y sus desequilibrios perceptivos, cognitivos y afectivos,
procediendo de igual forma con el resto de adictos, convencidos de que no hay
evidencias de ningún tipo que permitan imputar el apego a las sustancias a la
neurotoxocidad de éstas, más allá del corto espacio de tiempo que dura la dependencia
física; de que no hay evidencias para sostener la tesis de la psicotoxicidad de las
sustancias, cuando la recaída repentina y total en el hábito absorbente e incapacitante
puede producirse a los pocos meses, pero también muchos años después de haberlo
abandonado. El discurso psicológico está logrando un desplazamiento de la focalidad
causal del problema desde la química a la psique individual. Pero, frente a la presencia

10
del discurso biomédico y el psicológico, resulta llamativa la raquítica aceptación del
discurso socio-cultural sobre el problema de las adicciones. Porque el problema no sólo
tiene efectos sociales, sino que el régimen de creencias (sociales) que lo explican
contribuye grandemente a su configuración: nuestro estudio comparativo del tipo de
asociaciones que han ido emergiendo en los últimos años para acoger y tratar a los
ludópatas pretende demostrar su significativa convergencia con los modelos imperantes
para acoger y tratar a alcohólicos. Esa convergencia entre entidades ludópata y
alcohólicas, y su sustancial distancia de ellas respecto de las entidades ocupadas en
atender a adictos a sustancias prohibidas, no puede explicarse por cualquier
encadenamiento de argumentos químicos o psicológicos, sino por las creencias
(sociales) que rigen para explicar las causas de la “caída” en las drogas prohibidas,
distinta a la que rige para explicar la “caída” en el alcoholismo y la ludopatía. En
definitiva, creemos que existe una correlación pertinente entre las creencias dominantes
sobre los efectos de unas y otras sustancias y actividades potencialmente adictivas, las
maneras de interpretar cómo y por qué se llega a la adicción, las formas que adopta ésta
en cada consumo, las creencias sobre cómo superar la dependencia y las prácticas
concretas de tratamiento y curación.

3.- La articulación entre la Administración y el tejido asociativo en Andalucía

Partimos de la hipótesis de que el campo público de actuación en drogodependencias es


complejo y en el mismo actúan tanto diversas agencias de la Administración como
asociaciones de diversa índole –que en nada se parece a un movimiento homogéneo ni
en las propuestas organizativas, ni en los métodos y objetos de trabajo, ni en sus
relaciones con la Administración, ni en sus concepciones y discursos acerca de las
adicciones y sustancias8. Esta realidad no es tanto resultado de un diseño tecnocrático
por parte del Estado, sino producto de la historia de las relaciones entre Administración
y organizaciones sociales. Será la iniciativa de las asociaciones pioneras en torno al
consumo de heroína la que marcará el inicio de una política específica, aunque el
objetivo de estas entidades –estamos hablando de un conglomerado en el participaron
afectados, familiares, personas sensibilizadas, movimientos de cristianos de base,
asociaciones vecinales, etc.-, no era ni mucho menos suplantar la labor del Estado, sino
reclamar su participación, exigirle recursos económicos y asistenciales y participar en la
8
Además de centros estrictamente privados y organizaciones de profesionales del sector–que no
trataremos en este trabajo

11
arena política sobre diversas cuestiones: definir una política en relación al tráfico de
drogas (con diversas posiciones, tan irreconciliables que dieron lugar a escisiones
organizacionales dentro del movimiento inicial), evitar el encarcelamiento de
consumidores (heroína) e impulsar medidas favorecedoras a los consumidores en
prisión; reclamar un enfoque dominante respecto al tratamiento de las sustancias y
consumo (existiendo de nuevo una división coincidente con la anterior entre los que
impulsaban una política de reducción de daños y riesgos en el consumo y quienes
propugnaban una política libre de drogas); participar en el trabajo asistencial dentro de
los dispositivos públicos que la Administración habría de ir desarrollando… Es decir,
que, sobre todo en el caso de consumo de heroína, que será el campo de intervención
que de una forma más notoria y profunda ha condicionado el diseño político en materia
de drogodependencias, las organizaciones tenían una evidente vocación pública, de
participación y creación en ámbitos de debate colectivo sobre los asuntos de interés.
Para entender esto deberíamos tener en cuenta que los consumidores y adictos –sobre
todo a sustancias definidas como ilegales- se conforman socialmente como un grupo de
exclusión que no es el objeto tradicional de los modelos de Estado de Bienestar, ni en
los más “liberales”, ni en los más “socialdemócratas” (Ochando, 1999), puesto que las
tradiciones asistenciales y de prestación de servicios suelen conformarse con criterios
universalistas9. Solamente principios como la solidaridad social o la igualdad, recogidos
en textos legislativos de distinto rango, abren una puerta de entrada a la intervención del
Estado, entrada que hubo de ser estimulada por la invocación de las organizaciones y
por los problemas de orden social y seguridad públicas generados por los consumidores
de heroína.
Cualquier análisis de la política acerca de drogodependencias en Andalucía ha de partir
de la siguiente ambivalencia: se ha pretendido seguir el modelo “social-demócrata”,
según el cual el Estado se compromete a la instauración de un amplio abanico de
servicios, bajo premisas como la igualdad, solidaridad, promoción social 10… Sin
embargo, Andalucía se encuadra en los Estados de la denominada franja latina por los
especialistas de la política pública, en los que la política de servicios sociales se
9
De hecho, la Constitución Española no reconoce explícitamente coberturas sociales que tengan que ver
con colectivos como los drogodependientes y adictos: los artículos 41.1 y el 149.1.17 explicitan el
compromiso de asistencia y prestaciones ante situaciones de necesidad y sólo el 43, que habla de la salud
pública, establece bases constituyentes de actuación en la materia que nos ocupa.
10
La Comunidad Autónoma Andaluza se encuentra entre aquéllas que accedieron a la descentralización
política y administrativa mediante el artículo 151 de la Constitución Española, lo que habrá de traducirse
en una más rápida, extensiva e intensiva capacidad de actuación en determinados ámbitos políticos. Cf.
los art. 12, 13, 21 y 22 de su Estatuto de Autonomía.

12
caracteriza por contar con menor tradición, por la precariedad de recursos y por la
importancia de otros agentes sociales, como organizaciones y la familia (los
denominados tercer y cuarto sectores). La desconfianza mutua y el riesgo de patronazgo
político son rasgos no infrecuentes en los estos sistemas asistenciales (Gomá, 1996,
Ochando, 1999 y Sarasa, 2000)11.
El ámbito político en el que se encuadra la política de drogodependencias y adicciones
es el de la denominada política de servicios sociales, que forma parte de las políticas
asistencialistas; en particular, en el contexto de la denominada por los analistas como
“última red de seguridad” y su contexto normativo no específico de más amplio
alcance es la Ley de Servicios Sociales (Ley 2/1988 de 4 de Abril de Servicios Sociales
de Andalucía), en la que se diferencian los Servicios Sociales Comunitarios y los
Servicios Sociales Especializados. Éstos últimos son los dirigidos a colectivos sociales
específicos que están incursos en procesos de marginación social (discapacidades,
infancia/adolescencia en situaciones especiales, minorías étnicas, mayores, grupos con
especiales problemas sociales, como los dependientes y adictos). Es decir, que estamos
ante los denominados servicios de tercera generación, aquéllos que estaban más allá de
las grades áreas que habían servido como pilar del Estado de Bienestar (Sanidad,
Educación y Protección Laboral) y que perseguían prevenir, atender y disolver las
situaciones de marginación social. De hecho, el enfoque que ha dominado en el
planteamiento estatal –no sin cierto debate, todavía no cerrado completamente- ha sido
la ubicación de la política en drogodependencias dentro del más amplio conjunto de
servicios sociales, y no dentro del ámbito de salud. Ello debe suponer, al menos
teóricamente, que las facetas de prevención, formación e información o inserción socio-
laboral han prevalecido sobre la atención sanitaria.
Ahora bien, efectivamente, el dominio de un enfoque social no solamente se refleja en
la puesta en funcionamiento de recursos específicos, sino que, de forma implícita, puede
quedar de manifiesto en la existencia de objetivos no expresamente formulados de
control social. De este modo, tanto la puesta en marcha de medidas y mecanismos en
relación con los heroinómanos desde los años ochenta, como la incorporación de
medidas acerca del alcohol (sobre todo de su consumo por la población joven en lugares
públicos) desde mediados de los años noventa, han estado impregnadas de una
perspectiva que perseguía el control social de determinados comportamientos o la
11
Algunas de estas problemáticas, han sido explícitamente reconocidas por la propia Consejería de
Asuntos Sociales; como la precariedad de medios; la escasa coordinación entre niveles administrativos y
las demandas que todavía el sistema no ha podido cubrir (Consejería de Asuntos Sociales, 2000: 18-20).

13
erradicación de problemas de seguridad pública. Y ello a pesar de que los textos de los
documentos públicos afirmaban un enfoque en el que se partía de que el consumo de
sustancias ha de entenderse como conjunto de prácticas “vinculadas a motivaciones
culturales, antropológicas o terapéuticas”12.
Establecidas estas premisas, es de destacar que la Administración Andaluza se destaca
por un vigoroso sistema organizacional, jurídico y de planificación en materia de
drogas. Es decir, es innegable un objetivo general que impregna todo el diseño
institucional y que guarda relación con la prestación de un servicio público. Ahora bien,
si la vocación pública es innegable en la planificación, puesta en funcionamiento y
aplicación de este conjunto de instituciones, no es menos cierto que tanto en el impulso
de algunos de sus elementos, como en su desarrollo, la labor del asociacionismo ha sido
destacada, hasta el punto que podemos aceptar que se trata de un modelo mixto, en el
que ha sido muy importante el papel de las organizaciones. De hecho, la llamada a la
participación de los agentes sociales ha sido un eje transversal a toda la política
andaluza, desde el primer documento de planificación hasta sus últimas formulaciones,
y así ha quedado corroborado en todos los documentos consultados y en la proyección
mediática de este campo político. Ello queda de manifiesto en la participación activa
que han tenido las asociaciones en la aplicación de medidas: en una primera fase de la
política autonómica, cuando predominaban los objetivos asistenciales y de reinserción
(programas de inserción laboral, dispositivos de inserción social, etc.); en una segunda
etapa, sobre todo a partir de la segunda década de los noventa, cuando han dominado los
objetivos de prevención (campañas en escuelas, información pública, etc.). Aunque la
Administración niegue expresamente este extremo, la labor de las asociaciones ha sido
importante en el campo asistencial: siguen colaborando en la dispensación de
metadona13, iniciaron el enfoque de la reducción de daños (reparto de preservativos y
jeringuillas) y desarrollan iniciativas de asesoramiento al tratamiento psicológico, socio-
laboral y jurídico. Sólo el trabajo médico queda como ámbito de trabajo excluyente para
la Administración.
Cuadro 1. Síntesis de dispositivos institucionales en materia de Drogodependencias por parte de la
Junta de Andalucía
Planificación Legislación Participación Ejecución, Gestión,
Social Formación, Información

12
Así se afirma en el preámbulo de la Ley 4/1997 de de Prevención y Asistencia en materia de Drogas.
13
La dispensación de opiáceos sustitutivos a consumidores de heroína se desarrolla en Andalucía, pionera
en este eje de actuación, desde 1986. Algunas asociaciones todavía colaboran en esta tarea, que quedó
regulada mediante el Decreto 162/1990 que regula el tratamiento con opiáceos a personas dependientes
de sustancias opiáceas.

14
Plan Andaluz sobre Ley 4/1997 de Comisión de Comisionado para las
Drogas (1985-2001) Prevención y Participación en Drogodependencias
II Plan Andaluz sobre Asistencia en materia Drogodependencia (1985), convertido en
Drogas y Adicciones14 de Drogas, s (1995-1997) Dirección General para
(2002-2007) modificada Consejo Asesor las Drogodependencias y
posteriormente en sobre Adicciones perteneciente a
2001 y 2003 Drogodependencia la Consejería para la
s (a partir de la Ley Igualdad y el Bienestar
de 1997); Social (2004).
Convocatoria de Centro Andaluz de
Ayudas en materia Documentación sobre
de Prevención y Drogodependencias
Reinserción de (desde 1987).
Drogodependencia Sistema Andaluz de
s (desde 1987) Información en
Drogodependencias (desde
1987), Observatorio
Andaluz sobre Drogas y
Adicciones (2002).
Fundación Andaluza de
Atención a las
Drogodependencias (1998)
Encuesta Los Andaluces
ante las Drogas (desde
1987)

Fuente: Elaboración propia

La articulación entre Administración y organizaciones tiene un vínculo evidente de


naturaleza económica; nos referimos al sistema de ayudas públicas a las que concurren
anualmente las organizaciones que trabajan con heroinómanos –salvo las “evangélicas”,
con alcohólicos y jugadores de azar, y que están funcionando desde 1987. Es
imprescindible poner de manifiesto el carácter globalmente insuficiente que las partidas
presupuestarias en servicios sociales: si bien la tendencia durante las dos últimas
décadas es claramente alcista en términos generales –salvo dos inflexiones en 1992 y
1997, años de presupuestos claramente restrictivos en asuntos sociales-, sin embargo, la
presencia porcentual de estas partidas en el conjunto del PIB ha ido menguando, lo que
incide en el mantenimiento y crecimiento de la dualización social (González Temprano,
2003; Rodríguez Cabrero, 1992; Adelantado, 2000). Una situación de este tipo genera
problemas económicos en las asociaciones, sobre todo por las deficiencias, obstáculos y
retrasos en los pagos. Al ser una convocatoria de ayuda de carácter anual, impone una
clara limitación a cualquier planificación de trabajo a medio plazo.
Pero nos interesa destacar sobre todo las consecuencias políticas de este tipo de
vinculación financiera. Independientemente de que no quedan muy claros los criterios
de distribución, de modo que entre los agentes sociales cunde la impresión de que las

14
Se incluía el juego de azar como objeto de atención, junto a sustancias psiscoactivas, alcohol y tabaco.

15
subvenciones son “graciables”, favoreciendo dinámicas clientelares, todavía es más
importante destacar una paradoja de difícil solución para las asociaciones: el sistema de
subvención pública es necesario, pero facilita las relaciones de subordinación respecto
de la Administración, en el sentido de que la aprobación (o no) de ayudas, se convierte
en un instrumento de control político. Algunos de los líderes asociativos consultados
son conscientes de esta dinámica y plantean abiertamente que no es viable una lógica
relacional en la que el sistema de ayudas se base en un incremento indefinido.
Este problema afecta de lleno a la organización de las asociaciones, en cuyo seno se
vienen planteando cierta tensión entre los técnicos –personal contratado por servicios15,
que viene siendo incrementando desde el inicio del movimiento hasta controlar las
directivas de las asociaciones locales-, los directivos con más trayectoria y
representación provincial y autonómica –personal voluntario que viene trabajando en el
asociacionismo con cierta trayectoria y que están animados sobre todo por vocación
política y social- y los familiares –más interesados en la resolución de las situaciones de
dependencia y que añoran los inicios del movimiento, más espontáneo y menos
burocratizado-. Es decir, la burocratización ha ido pareja a la prestación de servicios, a
la contratación de personal –creciendo las expectativas profesionales de los
participantes en el asociacionismo- y a la dependencia político-económica.
Una dinámica de estas características es particularmente relevante en un contexto
político como el actual, en el que se pone en cuestión la racionalidad del Estado Social y
la eficacia económica de sus acciones en política social, se propone la retirada de la
Administración de campos de acción social y la privatización de cada vez más servicios,
se fomenta la profesionalización de servicios sociales –reconocidos como nichos de
empleo emergentes- y la participación voluntaria de otros agentes bajo premisas de
solidaridad. De este modo, las doctrinas neoliberales contactan inopinadamente con las
de mayor participación social y fortalecimiento de la participación cívica y las
propuestas de voluntariado terminan por seguir erosionando la legitimidad del Estado
Social. La flexibilización se convierte así en un argumento retórico que puede facilitar la
“instrumentación de las lealtades personales y de activas responsabilidades” (Rose,
1996: 332). Se trata de un nuevo contexto, en el que se ha recuperado, reiventándola, la
noción de comunidad (De Marinis, 2005), como nuevo espacio de sensibilidad social y
15
Psicólogos y trabajadores sociales son los perfiles profesionales recurrentes. La contratación sólo es
posible si se recaban las ayudas públicas, porque las asociaciones no suelen tener fuentes de financiación
extra-estatales, y éstas son globalmente irrelevantes. De forma voluntaria abogados pueden participar en
las asociaciones prestando servicios jurídicos.

16
de quehacer político, en los márgenes del Estado, aunque con el control de los
organismos burocráticos de éste y con sus recursos financieros.
Ante esta situación se debería evitar interpretar la racionalización político-financiera y
la invocación a la participación social en términos neoliberales, lo que tendría como
consecuencia la desviación de servicios que han sido públicos hacia entidades privadas,
pues en ese caso se produciría una deriva hacia la mercantilización de objetivos y
medios. La reformulación del Estado Social habría fracasado si se entiende como
privatización encubierta mediante argumentos que hablan del equilibrio entre
Estado/Mercado/Sociedad, y que supone un giro cualitativo importante respecto de la
política tradicional en el ramo, basada en el concepto de servicio público. ¿Qué puede
ocurrir cuando la participación social en el ámbito de los servicios sociales –por ende,
en una sociedad donde los procesos de dualización y exclusión se empiezan a percibir
de forma creciente- está sustentada sobre criterios de eficiencia mercantil, de obtención
de beneficio económico, esto es, en términos de la lógica imperante del mercado? Los
análisis críticos han llamado la atención de las posibles consecuencias de esta nueva
realidad: bien la deriva hacia la mercantilización de los servicios sociales; bien la deriva
hacia relaciones clientelares entre Organizaciones No Gubernamentales y
Administración.
Más bien la nueva situación podría cristalizar, no en una demanda del debilitamiento del
Estado Social y sus intervenciones asistencialistas, como se pretende desde ciertas
esferas políticas e ideológicas, sino en la reclamación de nuevas formas de participar en
la política, de responsabilidad de los agentes sociales en los recursos públicos, tanto
económicos, como políticos. Para ello es preciso que partamos de la hipótesis de que es
una condición para la vigorización del Estado Social la existencia de una sociedad civil
fuerte –en nuestro caso, de un movimiento asociativo vigoroso en el campo de atención
a los consumidores de drogas-. Como reconoce D. Innenarity,
“aunque estén agotadas como instrumentos de expansión del Estado de Bienestar, las
políticas sociales tienen no obstante una función movilizadora de los agentes sociales y
pueden modificar la sensibilidad pública respecto de un problema de exclusión social”
(2001: 219).

Así, la democracia civil en el Estado Social no debe ser simplemente un espacio a


ocupar ex novo sino un nuevo modvs operandi que implique a agencias de la burocracia
y a agencias sociales en un terreno común; en nuestro caso, la política social de atención
a consumidores y adictos, en el más amplio marco del ejercicio de nuevos derechos
sociales –los derechos de tercera generación, vinculados a la lucha contra la exclusión y

17
el impulso de la iniciativa social, la equidad y la ciudadanía- que se vayan configurando
como cuarto pilar del Estado Social. Si bien tales proposiciones, en el grado actual de
desarrollo de servicios sociales para colectivos como el que nos ocupa, se antojan
excesivamente ambiciosas, la pertinencia de su formulación nos parece evidente, toda
vez que apreciamos que algo se está moviendo en este campo de actuación política por
parte de la Administración: una mayor voluntad de “racionalizar” los recursos
financieros (distribuir según nuevos criterios más acordes con los nuevos objetivos de la
política social y bajo la premisa de economizar medios), una intención no disimulada de
controlar el trabajo a pie de calle de las asociaciones financiadas y una propuesta cada
vez más explícita de presentar un nuevo modelo de intervención basado en el
voluntariado (Ley 7/2001, de 12 De Julio, del Voluntariado en la Comunidad Autónoma
de Andalucía).

4. Una aproximación a los modelos asociativos que trabajan en drogodependencias


y adicciones: las asociaciones de ayuda al otro y de ayuda mutua.

Como ya se ha apuntado, las diferentes concepciones y percepciones sociales sobre las


adicciones y la centralidad otorgada a la sustancia a la hora de explicar la dependencia,
así como la división entre drogas legales e ilegales 16, han determinado el modo en que
se ha ido configurando el tejido asociativo que nos ocupa, el cual sólo puede entenderse
atendiendo a la aplicación de unas políticas públicas de escasa atención hacia
determinadas conductas adictivas17.
En esta línea, hemos elaborado una tipología que refleja precisamente las consecuencias
que tales extremos tienen en la práctica diaria de las asociaciones a la vez que intenta
captar la heterogeneidad interna del movimiento asociativo. La investigación realizada
nos ha permitido elaborar una propuesta que se basa en la distinción entre asociaciones
de ayuda al otro y asociaciones de ayuda mutua y que, a su vez, se solapa con la
diferenciación entre asociaciones orientadas a consumidores de drogas ilegales y
aquéllas que lo hacen con adicciones a sustancias o actividades legales. En esta línea, la
percepción del heroinómano como “el caído”, adscrito a un colectivo marginal,

16
Mientras que las drogas ilegales, especialmente la heroína, han generado mayor “alarma social” y han servido de
base para la construcción de la percepción de “la droga” como “problema social” (González et al., 1989), otras drogas
o actividades legales son aceptadas socialmente y su consumo es asociado a espacios de sociabilidad y celebración,
distinguiendo expresamente entre uso o consumo y “abuso”.
17
El propio Plan Nacional Sobre Drogas “evitaría la inclusión explícita del alcoholismo” hasta final de los años
noventa (Santo-Domingo, 2002: 16), en una sesgada distinción entre drogas y alcohol que limitó la actuación
institucional a ciertas sustancias ilegales, amén de desconsiderar otro tipo de adicciones en las que, como ocurre en la
ludopatía, no existe sustancia que origine la dependencia.

18
desintegrado y muy deteriorado, se traduce en un modelo asociativo que nace con el
objetivo de ayudar a ese “otro”, incapaz de salir por sí mismo adelante y que, por tanto,
necesita ayuda desde el exterior por parte de personas o entidades capacitadas para ello.
Esta ayuda exterior, como veremos, puede proceder de distintos agentes –el terapeuta, el
psicólogo, el médico, el voluntario, el miembro de una comunidad evangélica...- y
perseguir objetivos diversos. Por otra parte, el alcohólico y el ludópata gozan de la
dignidad del enfermo y son considerados personas socialmente más integradas,
responsables de su situación y capacitadas para superar su problema. Estas percepciones
sobre alcohólicos y ludópatas explican, en buena medida, la débil y tardía atención
hacia ambos colectivos, tanto por parte de las instituciones públicas como de las
asociaciones de lucha “contra la droga”, así como su opción por la autoorganización
desde la filosofía y práctica de la ayuda mutua. Aunque esta tipología propuesta la
entendamos pertinente para nuestro objetivo, en cuanto que fija modelos ideales
operativos, es oportuno insistir en la compleja heterogeneidad y pluralidad de grupos y
asociaciones, tal y como intentaremos reflejar a continuación.

Asociaciones de ayuda al otro


Entre las asociaciones de ayuda al otro podemos diferenciar, a su vez, las asociaciones
confesionales y no confesionales, comenzaremos por las primeras de ellas.
Destacaremos, en primer lugar, el papel que han jugado los centros evangélicos de
origen norteamericano, entre los que sobresalen Reto, REMAR y Betel, que abren sus
puertas en los primeros años ochenta con el propósito de practicar y dar sentido a sus
creencias religiosas a través de la ayuda a los sectores de heroinómanos más marginados
socialmente. La filosofía que da origen a estas organizaciones parte de tres principios
fundamentales: es la propia experiencia en tanto que ex-toxicómanos la mejor vía para
ayudar a los demás; es la vía espiritual y el encuentro con Cristo el camino adecuado
para lograr abandonar las drogas y pasar a una vida mejor, de ahí su desacuerdo con los
planteamientos médicos y psicológicos; el rechazo absoluto de cualquier tipo de droga
-considerada como el mal, como la vida en pecado 18- es un requisito indispensable para
ingresar en la comunidad.

18
Estas organizaciones consideran que se cae en las drogas porque la persona no posee los valores cristianos que le
fortalecen y le permiten llevar una vida estable y adecuada, como queda reflejado en las palabras de un director de un
centro de Reto:“el problema nuestro no es la droga, sino que somos nosotros mismos, que hemos perdido los
valores”.

19
Estas organizaciones proponen un modelo de vida basado en una comunidad formada
por ex-toxicómanos entregados a la causa de la organización –sacar a las personas
drogodependientes de la droga a través de los principios del evangelio y extender así su
comunidad- como una alternativa a los tratamientos profesionalizados que ofrecen otras
asociaciones19. Es la atención permanente que permite este modelo de comunidad el
tratamiento que ofrecen para abandonar las drogas: establecen un sistema de ayuda
formado por un miembro que ya haya superado los problemas de dependencia y que ha
mostrado cierta entrega a la organización, al que denominan “la sombra” y una persona
recién llegada, que estará sistemáticamente acompañada y controlada por su sombra 20
durante las dos primeras fases del tratamiento (la de superación del síndrome de
abstinencia y la de tentación). Ya en la fase de reinserción, en la que la persona se
integra por completo en la jornada de trabajo de la organización y participa en todos los
encuentros y cultos, se considera que está preparada para ocupar el papel de “sombra”.
Otra de las organizaciones que tiene su origen en los Estados Unidos y que ha
comenzado a implantarse, aunque todavía tímidamente, en nuestro país es Narconon,
vinculada a la Iglesia de la Cienciología21. De nuevo nos encontramos ante un modelo
terapéutico muy diferente del resto que se basa en una interpretación particular de la
ciencia médica desde la que definen y persiguen lo que consideran una vida espiritual,
sana y libre de sustancias tóxicas. Para ello parten de un primer proceso de
desintoxicación, lo que llaman un “programa de retirada de drogas”; una vez que la
persona ha logrado abandonar las drogas está preparada para ingresar en el “programa
de purificación”, que es el que le permitirá liberarse espiritualmente. Este programa
tiene como objetivo principal eliminar la sustancia tóxica (la droga) del cuerpo a través
de un tratamiento basado en saunas y ejercicio físico que permite expulsar los restos

19
Los miembros de estas comunidades no se consideran ni profesionales ni trabajadores, puesto que no cobran
ningún tipo de sueldo y su capacidad para ayudar a los necesitados procede de su vocación y de ese don especial
adquirido tras encontrarse con Dios: “Yo no tengo un sueldo, yo no trabajo por dinero. Este trabajo [...] no está
pagado. Es vocacional a tope. Si no lo vives, es imposible trabajar aquí, con personas tan complicadas, tan difíciles.
Si primero no tienes el amor de Dios, si no tienes vocación…, a una persona que viene con esas heridas
emocionales, con ese rechazo y con ese odio, cómo la vas a tratar. Una vocación fuerte, el dinero no cambia las
personas” (director de un centro de Remar).
20
Si bien es cierto que definen su sistema de tratamiento a partir de la ayuda y del apoyo mutuo que se prestan los
miembros en la vida diaria, lo que podría recordar más a un modelo de ayuda mutua que de ayuda al otro, un análisis
detenido nos descubre cómo realmente no se trata de una ayuda en la que todos se sitúan en el mismo nivel, como sí
ocurre en las asociaciones de alcohólicos y de ludópatas, sino que sólo aquellos que han sido nombrados y
reconocidos por la organización como poseedores de una capacidad especial -resultante de la suma de su experiencia
y la asunción de los valores cristianos tras una auténtica conversión- son los encargados de ayudar a los necesitados.
Estos últimos, durante todo el periodo de desintoxicación y de integración en la comunidad, se limitan a recibir la
ayuda prestada.
21
Narconon se apoya en las teorías elaboradas por L. Ronald Hubbard, uno de los máximos impulsores de la
Dianetica (tecnología de curación espiritual que estudia el espíritu en relación al cuerpo) y de la Cienciología
(filosofía religiosa aplicada, es el estudio del espíritu en relación así mismo, al universo y otra vida) en Norteamérica.

20
nocivos a través del sudor22. Esto va acompañado de unos cursos de formación en
valores que ayuden a los pacientes a llevar una vida equilibrada (a partir de una dieta
sana, una rutina diaria, un equilibrio emocional, el deporte y el descanso).
La sustancia adquiere así una centralidad absoluta en la filosofía de la organización, que
parte de una concepción física de la dependencia dejando al margen las explicaciones
psicológicas23 y, sobre todo, las sociales. En este sentido, consideran que es la
permanencia de los residuos tóxicos en el organismo lo que provoca los problemas
habitualmente asociados a la drogodependencia: las alucinaciones, los problemas de
salud, los conflictos familiares, la falta de concentración, los problemas económicos,
etc. Por otra parte, los profesionales, especializados en su programa y no en las
titulaciones que ofrece el Estado, se convierten en la piedra angular del tratamiento: los
médicos, psiquiatras y administradores que poseen los saberes para ayudar a las
personas drogodependientes a abandonar las drogas24 constituyen el respaldo científico
que garantiza el éxito del programa. El precio tan elevado del tratamiento que ofrece
Narconon hace que éste vaya dirigido a un perfil muy distinto al de las organizaciones
evangélicas: ingresa un perfil muy selecto y con poder adquisitivo medio o alto.
Los centros evangélicos y Narconon comparten el situar su religión, ya sea el credo
evangélico o la cienciología, en el centro a partir del cual explicar y definir tanto las
drogas y drogodependencias como las vías para superarlas. Por el contrario, Cáritas y
Proyecto Hombre se alejan de las definiciones religiosas de las drogodependencias y se
apoyan en programas de tratamiento aconfesionales. A pesar de las vinculaciones que
mantienen estas dos últimas entidades responden a modelos bien diferenciados. Cáritas
dirige su trabajo hacia el colectivo de drogodependientes más excluido, comenzó
trabajando con heroinómanos enfermos de SIDA; es partidaria del tratamiento con
metadona, puesto que trabaja desde el programa de reducción de daños; y complementa
la labor del voluntariado católico de ayuda al otro, que es el pilar fundamental de la
asociación, con el trabajo de técnicos y profesionales con título oficial.

22
Las tesis de L. Ronald Hubbard (1986) plantean que los residuos de las drogas (junto con otras sustancias tóxicas
como los pesticidas, residuos químicos, tranquilizantes y los conservantes de alimentos) permanecen alojados en el
organismo, principalmente en los tejidos grasos, y es necesario eliminarlos a través de saunas, deporte y una dieta
sana para conseguir así alcanzar la vida espiritual deseada.
23
Entienden que es la dependencia física la que provoca trastornos psicológicos en el individuo y no que éstos
últimos hayan podido conducir a la persona a un consumo abusivo de drogas.
24
Así lo refleja el que Narconon exija una autorización médica para comenzar el programa y las dos primeras reglas
del programa: “1. No intentes nunca llevar a cabo el programa por tu cuenta; 2. El programa debe llevarse a cabo
bajo la dirección de personas entrenadas y cualificadas para supervisarlo” (Hubbard, 1986:45). El programa es
supervisado por un “Administrador del Programa de Purificación”. Estos profesionales han sido formados en
Narconon y en la propia Cienciología, y no en las titulaciones oficiales que ofrece el Estado.

21
La única entidad que dirige su atención a los nuevos perfiles de consumidores
(especialmente de cocaína y drogas de diseño, la mayoría jóvenes, con apoyo familiar,
integrados socialmente y con recursos económicos) es Proyecto Hombre. A diferencia
de Cáritas, se apoya en un programa libre de drogas contrario al tratamiento de
metadona. Aunque entienden la droga como una sustancia que deriva siempre en un
consumo problemático, dirigen su atención fundamentalmente a la dependencia
psicológica25. El programa de tratamiento está organizado en tres fases: la de acogida, la
de comunidad y la de reinserción, que se van superando en función de los objetivos
alcanzados por el usuario. En la primera fase los usuarios tienen que superar el
síndrome de abstinencia, el proceso propiamente de desintoxicación y encontrar razones
para querer seguir avanzando en su proceso terapéutico, esto es, motivaciones e
iniciativa personal. La fase de comunidad se basa en un proceso de conocimiento
personal y la última fase tiene como objetivo lograr la reinserción de la persona en la
vida diaria de su entorno, su integración en la sociedad.
En esta entidad nos encontramos con un nuevo perfil de profesional, el terapeuta 26, pero
que comparte con el resto de entidades el asumir la responsabilidad de guiar y ayudar al
drogodependiente a superar los problemas de adicción a través de seminarios, grupos de
autoayuda y sesiones personalizadas. Junto al trabajo con los usuarios se inicia un
programa paralelo con la familia, que juega un papel fundamental en el proceso de
recuperación del afectado27. Por último, señalar que Proyecto Hombre recurre al
voluntariado para realizar tareas complementarias dentro del programa.
En otro plano encontramos las asociaciones de ayuda al otro no confesionales donde
destacamos las asociaciones de barrio federadas en Liberación (Federación Provincial
de Sevilla28). Mientras que todas las organizaciones de origen religioso mencionadas
anteriormente se ajustan a un modelo de organización homogéneo, bien delimitado y
definido desde sus orígenes y que se reproduce en cada uno de los centros que se van

25
En los contenidos ofrecidos en los seminarios de usuarios y de familiares se pudo observar cómo explican la
entrada de la persona en el mundo de la droga a partir de trastornos o problemas psicológicos previos (personas
inseguras, acomplejadas, inestables emocionalmente, etc.); lo que recuerda a los planteamientos centrados en tipos de
personalidades más propensas a la adicción.
26
En Proyecto Hombre los terapeutas asumen tal cargo una vez que han realizado el curso de formación específico
que ofrece la entidad y en el que el terapeuta obtiene los conocimientos e instrumentos de trabajo necesarios para
ayudar a los toxicómano s, de este modo también se garantiza la reproducción del modelo terapéutico que defienden.
Observamos pues, cómo, a diferencia de Cáritas, tanto en los centros evangélicos, Narconon y Proyecto Hombre, las
personas capacitadas que poseen los saberes necesarios para ayudar al adicto han sido formadas y nombradas como
“especialistas” por la propia entidad, y no en función de los títulos del Estado.
27
Es la única asociación de ayuda al otro en la que la familia constituye un pilar central del tratamiento, debido, en
buena medida, a que trabaja con nuevos consumidores que gozan del apoyo y la implicación familiar, frente al perfil
de heroinómano muy deteriorado procedente de un entorno marginal y de desestructuración familiar.
28
A su vez, ésta federación se integra a nivel autonómico en ENLACE.

22
abriendo con el objetivo de extenderse en el contexto nacional y/o internacional, las
asociaciones federadas tienen orígenes muy diversos puesto que nacen en los barrios de
manera independiente y es con el paso de los años cuando deciden federarse para aunar
fuerzas, de ahí la gran heterogeneidad que presentan. Constituyen una respuesta a los
problemas derivados de la drogodependencia que afectaban de un modo directo a las
familias de barrios periféricos en la década de los ochenta, de ahí que dirijan su atención
fundamentalmente a la población heroinómana más excluida y con menos recursos.
Aunque en sus orígenes se apoyan en el voluntariado y en familiares de afectados (entre
ellos fundamentalmente las madres), desde mediados de los años noventa vieron la
necesidad de incorporar profesionales con título oficial –psicólogos, trabajadores
sociales, médicos- a sus plantillas y comenzar a participar en la política de subvenciones
de las instituciones públicas para poder así ampliar su campo de actuación.
Actualmente, aunque el trabajo diario en las distintas asociaciones se basa en la atención
y asistencia a los drogodependientes (acompañamiento, educación de calle, tratamiento
de metadona, formación y salida laboral, etc.), la federación actúa como intermediaria
con la Administración a la hora de negociar subvenciones y programas y de elaborar un
planteamiento reivindicativo -desde el que exigen una mayor participación en los
órganos de decisión pública- y muy crítico con las políticas estatales de criminalización
y estigmatización de los drogodependientes29.

Entidades de ayuda mutua


El otro modelo de la tipología que planteamos, conformado por entidades basadas en la
ayuda mutua, engloba en nuestra provincia a los grupos de Alcohólicos Anónimos y las
asociaciones de alcohólicos y jugadores rehabilitados. Antes de pasar a la descripción de
estos grupos y asociaciones creemos pertinente reparar en, al menos, cuatro
consideraciones previas que inciden notablemente en su origen y desarrollo. En primer
lugar, nos referimos a la existencia de una legitimación social del consumo de bebidas
alcohólicas u otras drogas legales tan extendida como lo está la incomprensión hacia
adicciones no vinculadas a sustancias. De otra parte, a las limitaciones, a medio y largo
plazo, de las terapias exclusivamente médicas. En tercer lugar, a la débil intervención

29
“No estamos de acuerdo con la política de penas a drogodependientes, hay otras alternativas orientadas a la
reinserción, que son mucho más económicas y que no se llevan a cabo porque no se quiere, sobre todo por el
anterior gobierno, que ha primado más el tema de penas y prisión que el tema de mediación, que el tema de
reinserción. Cuando está más que demostrado que es mucho más efectivo” (trabajador profesional del Colectivo La
Calle, asociación federada en Liberación).

23
desde los dispositivos públicos asistenciales hacia estas conductas adictivas; y, por
último, a la trascendencia de la filosofía y práctica de la ayuda mutua entre las personas
afectadas.
La provincia de Sevilla cuenta con una veintena de grupos adscritos a la novena área
de la comunidad española de Alcohólicos Anónimos. Estos grupos reúnen a unos
trescientos miembros estables y se inspiran en postulados que han influido en
iniciativas vinculadas a muy variadas adicciones. El más veterano de esto grupos
sevillanos, Renacer, fue fundado hace ya treinta años y, desde entonces, mantiene un
funcionamiento constante. Otros colectivos de creación más reciente se circunscriben a
barrios o comarcas y muchos de ellos presentan denominaciones –Esperanza,
Liberación, Nueva Vida, Nueva Luz, Tradición y Servicio...-, de relevante significación
para el imaginario comunitario.
La comunidad de Alcohólicos Anónimos preserva su propia historia como un valor
definitorio e identitario, y su manifiesto fundacional –Los doce pasos y las doce
tradiciones- y otros textos programáticos constituyen una declaración de principios
fielmente transmitida a través de publicaciones y, muy especialmente, a través de las
sesiones y convivencias de sus miembros. Estas actividades reproducen un ritual
integrador, inspirado en el respeto y apoyo mutuo, mediante lecturas filosóficas,
oraciones, sinceras puestas en común de vivencias y sentimientos, frases singulares y
agradecimientos. Su anagrama, las siglas AA, en un triángulo equilátero –“Tres
Legados de Recuperación, Unidad y Servicio”-, cierra un círculo alegórico de toda la
comunidad: “Dentro de este maravilloso mundo, hemos encontrado la liberación de
nuestra obsesión fatal”.30 Contribuir al crecimiento personal, fortalecer la autoestima y
promover la vocación de servicio figura entre los objetivos de un programa terapéutico
comunitario y espiritual que entiende el alcoholismo como una “enfermedad del
alma”31.
El misticismo y las frecuentes alusiones a un Dios ecuménico e interconfesional, “tal y
como nosotros lo hemos concebido”, coexisten con la pluralidad ideológica de sus
miembros y su independencia de instituciones políticas o religiosas. Su objetivo
30
Mi agenda OSG, España. Oficina del Servicio General de Alcohólicos Anónimos – España. Avilés, 2003.
Publicado con el permiso de A.A. World Services, Inc. Pág. 35.
31
“El alcoholismo es una enfermedad del alma... y una enfermedad del alma requiere una medicina espiritual ”
(miembro del grupo Renacer); “Nuestro programa se basa en la catarsis que se produce en las reuniones de unos
alcohólicos con otros, la comunicación del que lleva veinte años con el que acaba de llegar... El programa son
doce pasos. Sólo el primero habla del alcohol, el resto habla de un crecimiento personal, de un crecimiento
interior” (miembro de Renacer).

24
declarado no es otro que “mantenernos sobrios y ayudar a otros alcohólicos a
alcanzar el estado de sobriedad” y, aún admitiendo el recurso individual a terapias o
centros de desintoxicación, no avala ningún protocolo médico o psiquiátrico en
particular. Asimismo, renuncia a la captación de nuevos miembros pero ofrece una
total disposición a atender a aquella persona alcohólica que voluntariamente solicite
ayuda. Otras de sus características más significativas son el anonimato, su renuncia a
participar de subvenciones económicas y campañas públicas o la sustitución de cargos
directivos por servicios específicos, eventuales y de carácter rotatorio. Algunos de
estos aspectos han contribuido, en mayor o menor medida, al ideario de posteriores
asociaciones de alcohólicos rehabilitados.
Estas asociaciones constituyen organizaciones de mayor complejidad, disponen de un
modelo estatutario y suelen federarse a otras instancias territoriales. Entre ellas destaca
la asociación sevillana de alcohólicos rehabilitados Anclaje. Fundada a principios de
los años ochenta, -“por grupos de alcohólicos que veíamos que manteníamos la
abstinencia durante nuestras reuniones” (Directivo de Anclaje)-, mantiene en la
actualidad veinticuatro “grupos de terapia”, gestiona más de seis mil quinientas
historias clínicas en un vasto programa terapéutico de modelo biopsicosocial (Gual,
2002) y tiene conciertos con administraciones públicas y empresas patrocinadoras. Aún
así, el protagonismo de los alcohólicos rehabilitados –como directivos, portavoces,
monitores voluntarios o socios- y la centralidad de los grupos, la impregnan de la
filosofía de la ayuda mutua. De hecho, su consolidación organizativa, su atención
profesionalizada y sus resultados terapéuticos son auto percibidos como frutos de una
dilatada dedicación colectiva (“Juntos podemos”, reza su lema junto a las figuras de un
hombre y una mujer asidos a un ancla). Sus directivos, que insisten en la radical
independencia de la asociación hacia partidos políticos e iglesias, refieren
motivaciones relacionadas con “una deuda moral: amor con amor se paga. Yo tengo
que pagar con el cariño que me trataron a mí para salir de mi problema” (Presidente
de Anclaje)
Con posterioridad fue impulsada la asociación Despertar. Su definición como
“asociación de ayuda a enfermos alcohólicos” y su ambivalencia como asociación y
“centro de tratamiento” introduce un modelo de cierta proximidad a otras asociaciones
de apoyo a drogodependientes, en el que la filosofía y práctica de la ayuda mutua se
observa más diluida y donde personas no afectadas directamente por la adicción
colaboran y ayudan a otras que sí lo están, ya sea como voluntarios, estudiantes en

25
prácticas o técnicos en los inicios de su inserción profesional. En Sevilla no existe
federación provincial de asociaciones de alcohólicos rehabilitados y, a niveles andaluz
y estatal, Anclaje y Despertar se alinean en ramales federativos distintos, mantienen
distintos niveles de interlocución y desarrollan sus actividades en espacios estancos,
con muy escasos puntos de encuentro. Ambas asociaciones constituyen, junto a los
grupos de Alcohólicos Anónimos reseñados, los referentes del asociacionismo
sevillano entre personas alcohólicas y sus familiares y allegados.
Gran parte de lo expuesto a propósito de las asociaciones de alcohólicos rehabilitados
cabría hacerlo extensivo a l
a Asociación Sevillana de Jugadores en Rehabilitación, ASEJER. Fundada
en 1989, es la única existente en nuestra provincia y está federada, a niveles andaluz y
estatal, en instancias en las que desempeña responsabilidades de primer orden. Su
ámbito de actuación se circunscribe a Sevilla aunque atiende a algunas personas de las
provincias más próximas que solicitan su apoyo. Si el abordaje de las conductas
adictivas desde el sistema público de salud andaluz ha padecido severas limitaciones,
la intervención institucional en materia de juego patológico en particular ha sido
prácticamente inexistente. Afectados y familiares debieron enfrentar, sin recursos ni
orientaciones cualificadas, un problema psicosocial de etiología imprecisa y
tratamiento desconocido. Y, una vez más, la concurrencia de un grupo de afectados, la
puesta en común de su traumática experiencia y el compromiso con la ayuda mutua
suplieron la inhibición de los poderes públicos. ASEJER se configuró bajo la influencia
de la experiencia de las asociaciones de alcohólicos rehabilitados: consideración de la
ludopatía como enfermedad, atención a problemas familiares y sociales, inserción del
grupo de ayuda mutua en un abordaje psicoterapéutico más amplio, generación de
renovados espacios de sociabilidad, protagonismo de los propios afectados en su
rehabilitación... No obstante, la más reciente visibilización social del juego patológico
y la mayor desatención institucional hacia esta conducta adictiva se han traducido en
más dificultades para el desarrollo de ASEJER y, también, en su mayor énfasis en la
acción reivindicativa32. En la actualidad, los portavoces de ASEJER evalúan con
moderada satisfacción sus resultados terapéuticos y la extensión de sus actividades

32

“No solamente era la necesidad de salud, sino que era una necesidad social: tenían que reivindicar y exigir a las
autoridades y a las distintas administraciones que había una problemática y que le tenían que dar una solución,
que ése es también el fin del asociacionismo: reunirse y reclamar y exigir lo que se entiende que es un derecho de
una persona o de un grupo” (Presidente de ASEJER)

26
sociales, su labor de información y sensibilización y su gestión organizativa interna; si
bien refieren un pobre apoyo institucional.
En resumen, las asociaciones de ayuda mutua estudiadas se nutren mayoritariamente de
afectados voluntarios que se prestan ayuda entre sí en base a relaciones de simetría
variable, sin ánimo de lucro ni alineación colectiva política y religiosa, con el objetivo
de la abstinencia y la rehabilitación. Su estructura se dispone alrededor de un sistema de
información y acogida, un programa terapéutico con recursos técnicos profesionalizados
y diversas actividades sociales complementarias, donde la ayuda mutua en general -y
los grupos de ayuda mutua en particular- actúan como eje central (Aliseda, 1991). Tras
unos orígenes con mínimos recursos económicos y asistenciales y débiles estructuras,
han reforzado su infraestructura administrativa, su presencia pública y sus servicios
ambulatorios médicos y psicosociales, irrumpiendo un número creciente de especialistas
titulados profesionales (médicos, psicólogos, trabajadores sociales...) donde siempre
hubo –y continúa habiendo- un voluntariado constituido por personas afectadas y en
proceso de rehabilitación. El difícil mantenimiento de estas dimensiones organizativas
guarda relación con su financiación a través de unas subvenciones institucionales
irregulares y a todas luces insuficientes. Tal evolución aumenta su complejidad y
acentúa sus diferencias con la comunidad de Alcohólicos Anónimos, pues esta última
continúa basando su actividad en la exclusiva implicación voluntaria de sus miembros.
No obstante, unas y otras, y por lo general todas las entidades que denominamos de
ayuda mutua acogen una figura singular de voluntariado: aquel que une su propia
recuperación al compromiso con la entidad que le ayuda y con otras personas que
comparten su padecimiento.

5.- Reflexiones finales. Quienes ayudan a otros: voluntarios, especialistas e


iniciados

Centrémonos ahora en el análisis de las diversas formas que adopta la ayuda al otro en
el abanico de entidades especializadas en consumidores de drogas prohibidas.
Identificamos tres tipos básicos, aunque en ellos puede haber tipos en transición.
Veámoslos:
En unos casos se manifiesta como ayuda voluntaria y desinteresada (tipo A) con
motivaciones caritativas o solidarias (según esté o no presente un componente

27
religioso). El que ayuda identifica al ayudado como persona desgraciada, o menesterosa,
necesitada de comprensión y calor humano, recursos universales, por contraste con los
que veremos a continuación.
En otros casos adopta la forma de servicios especializados (tipo B) que ofrecen
personas a las que se reconoce un saber privativo eficaz para curar, para rehabilitar. La
motivación para prestar el servicio especializado puede ir desde el interés generoso de
los voluntarios al interés crematístico. Pero lo distintivo de este segundo tipo, con
independencia de la motivación o combinación de motivaciones que la animen, es que
se cree en la existencia de saberes que el especialista ha debido adquirir en un proceso
de formación. Y que si esos saberes no se implementan convenientemente, lo que está al
alcance sólo de los especialistas, merman gravemente las posibilidades de éxito en el
proceso rehabilitador. El especialista identifica al ayudado como paciente, que debe
colocarse bajo su dirección hasta que diagnostique su completa recuperación, algo que
sólo su saber puede dictaminar convenientemente. Típicamente, la relación entre
especialista y paciente no conduce nunca a la transferencia de saberes y a la ósmosis,
sino que la relación entre ellos concluye cuando el paciente recupera los atributos de
“normalidad” o “salud”, que siguen siendo completamente diferentes a los del
especialista en tanto que tal. Este rasgo adquiere mayor sentido cuando se contrasta con
lo que es propio del siguiente tipo de ayuda al otro.
Por último, encontramos la ayuda al otro revestida de aquellos rasgos propios de toda
relación entre iniciados y novicios (tipo C). Los iniciados tienen también un saber, o
más que un saber y antes que él, una gracia distintiva, un don, pero ellos, al contrario de
los profesionales, que preservan como privativo su saber, lo transfieren a los novicios,
en una relación que es más de maestro-discípulo que de experto-paciente.
En todas las entidades especializadas en consumidores de drogas prohibidas
encontramos alguno de estos tipos, aunque es también frecuente encontrarse con alguna
combinación de los mismos o transiciones entre ellos. Y es precisamente el que
predominen alguno de estos tipos uno de los factores importantes que dotan de
personalidad a cada tipo de entidad.
El primer tipo de ayuda al otro descrito, el tipo A, está presente en las entidades de
barrio federadas en Liberación y ha sido dominante en ellas, y aglutinante del
acercamiento a las asociaciones de las madres y familiares de los afectados. Si bien,
como explicamos detenidamente en el apartado correspondiente, su protagonismo ha
ido mermando con el tiempo a favor de los profesionales, sin los cuales ya no podría

28
sostenerse hoy ese movimiento. Es interesante reparar en que este tipo de ayuda al otro,
voluntaria y generosa, al margen de cualquier expectativa de profesionalización o de
iniciación, sólo ha adquirido protagonismo en estas asociaciones de barrio, estando
prácticamente ausente de todas las demás entidades. Pero, además, está estancado en
ellas, o en retroceso. La heroinomanía, cuyo auge despertó las motivaciones de estos
voluntarios, está también estancada y en retroceso. Otros caídos y menesterosos
(inmigrantes, pobres del Tercer Mundo, víctimas de las guerras o desastres) disputan en
nuestros días con éxito el interés de este tipo de voluntariado, al que podemos
considerar propiamente voluntariado genuino. No en vano, el Seminario de Estudios de
2004 de ENLACE estuvo dedicado a una reflexión acerca de papel en el marco del auge
del voluntariado denominado social, apoyado desde la Administración y con nuevos
objetivos de atención.
En las mismas entidades de barrio están presentes otros integrantes a quienes podemos
definir también como voluntarios, pero cuya situación real está en transición entre el
tipo A y el tipo B: están motivados solidaria o caritativamente, pero mantienen también
expectativas de ser reconocidos como especialistas, como expertos que puedan
dedicarse profesionalmente a ello. Puede afirmarse que la mayoría de quienes
componen hoy en día el voluntariado en estas entidades son estos últimos.
Los especialistas o expertos responden todos a las características generales señaladas,
pero, al observarlos de cerca, comprobamos que hay notables diferencias entre ellos.
Nos encontramos por un lado con los que llamaremos específicamente profesionales,
que son todos aquellos que acreditan su condición de especialistas en base a la posesión
de un título oficial del Estado 33 (psicólogos, pedagogos, trabajadores sociales…). Los
profesionales están presentes sobre todo en las entidades de barrio federadas, aunque
también en Cáritas, por dos causas que se suman: porque son los especialistas a quienes
otorgan crédito los líderes y voluntarios que constituyen el núcleo de esas entidades (en
competencia ya con los mismos profesionales) y porque el Estado les requiere

33
En un análisis interesante argumenta Bourdieu que, en nuestras sociedades, el Estado actúa como una
especie de banco central que ostenta el monopolio efectivo de expedición de títulos de especialistas, en
base al monopolio del capital simbólico necesario para ello, correlato del monopolio de la violencia
simbólica (Bourdieu, 1988: 138-139). ). Por lo pronto, no nos parece acertado el paralelismo con el que
juega entre Banco Central y Banco de expedición de títulos, porque no es lo mismo un título de
especialista que la moneda oficial, como permiten mostrar por otra parte sus propios análisis. Pero este
es asunto que no hay que dilucidar aquí. Lo que queremos señalar es que el monopolio no es absoluto, o
no lo es tal, aunque sí un dominio abrumador: nosotros, en este ámbito de las entidades ocupadas en
atención a los problemas con las drogas nos hemos topado con especialistas que tienen un dominio
indiscutido en las entidades en las que operan (tampoco marginales por cierto) y que no tienen título
oficial. Y es fácilmente observable que ello no sólo ocurre en estas entidades, sino en otras muchas de
otros ámbitos sociales, tampoco necesariamente marginales.

29
certificaciones de tales profesionales para renovarles las subvenciones, tan importantes
para su mantenimiento. Ya no encontraremos profesionales en ningún otro tipo de
entidades especializadas en consumidores de drogas prohibidas. Pero,
significativamente, sí están presentes también en algunas del ámbito de alcohólicos y
ludópatas (Anclaje, ASEJER, Despertar). La explicación de esto es la misma que hemos
propuesto para las entidades de barrio especializadas en heroinómanos: el común
reconocimiento que otorgan al Estado como agente que ha de comprometerse en el
cuidado y tratamiento de los afectados, y que ha de traducirse en subvenciones y en
trabajo profesional34.
Los especialistas no profesionales los hemos encontrado en Proyecto Hombre y
Narconon. Son muy distintos entre sí, por el tipo de conocimientos y habilidades que
deben adquirir y los diferentes compromisos con las entidades para las que trabajan,
aunque mantienen importantes paralelismos: en ambos casos son formados y
acreditados en el seno de esas entidades, fuera de las cuales su especialidad no
encontraría aplicación por no gozar de reconocimiento; en ambos casos están bajo una
dirección que no la forman especialistas en tanto que tales, sino personas que, aunque
puedan serlo, son de la confianza de las entidades patrocinadoras o matrices con las que
tienen algún tipo de dependencia (no fácil de precisar, por otra parte): la Iglesia Católica
para Proyecto Hombre y la Iglesia de la Cienciología para Narconon. No nos
detendremos aquí a explicar las propuestas terapéuticas de una y otra entidad, ni aún sus
respectivas concepciones sobre la etiología del “mal”, porque ya queda referido en los
respectivos apartados. Pero sí queremos mencionar ahora una diferencia importante y
significativa: mientras que no existe prácticamente ninguna relación de Narconon con
las Administraciones Públicas, porque éstas no reconocen su propuesta terapéutica y su
filosofía; por el contrario, sí existen relaciones importantes entre diversas
Administraciones y Proyecto Hombre, al que contribuyen a financiar. Ello a pesar de
que, como en el caso de Narconon, su terapéutica y la capacitación de sus especialistas
no sean tampoco visadas por el Estado. Proyecto Hombre es el único caso en el ámbito
por nosotros estudiado en que el Estado contribuye a sostener financieramente una
entidad a cuyos especialistas no forma a través de su aparato de formación reglado. No
34
No podemos detenernos aquí en un análisis minucioso de la cultura del trabajo de estos profesionales.
Pero piénsese que hay elementos para plantear la aplicación de este concepto: el compartir itinerarios
formativos y una procedencia social equiparable en muchos casos, la dedicación a las labores en el
asociacionismo, con sacrificios de tiempo y trabajo a otras actividades, el compartir planteamientos socio-
políticos de gran calado, a modo de grandes cosmovisiones, el trabar relaciones sociales –hasta las
matrimoniales- dentro del mismo movimiento. Para un análisis del concepto “culturas del trabajo” y su
aplicabilidad puede consultarse Moreno Navarro 1993 y 1997 y P. Palenzuela, 1995 y 2000.

30
valoramos ni bien ni mal este hecho, como tampoco que tuviera que comportarse igual
con Narconon. Pero no se nos escapa que la posición y el influjo de la Iglesia Católica
en nuestra sociedad permite entender esa diferencia35.
Y entre los tipos de actores que hemos identificado, están finalmente (pero no por
menos importantes) los iniciados, también inscribibles en el amplio campo de la ayuda
al otro: su espacio natural es el de las entidades evangélicas: Reto, REMAR y Betel.
Como ya queda señalado, ellos ven a los consumidores de drogas como enfermos, pero
no como consecuencia de una esclavitud química, sino como enfermos de espíritu. En
todo caso, interpretan que la química alcanza ese poder en los consumidores porque el
camino que han seguido en sus vidas les ha alejado de Dios. Según ellos, en ausencia de
Dios, la química, como otras muchas cosas mundanas, es efectivamente esclavizadora.
Pero la nueva presencia de Dios, o su descubrimiento primero, anulan, como por
ensalmo, la fuerza esclavizadora de todas esas mundanidades. Los iniciados están
convencidos que la cura de la enfermedad de la droga sólo puede ser verdadera cuando
es una y la misma cosa que la conversión a su mensaje de salvación. Su propio
testimonio y el ejemplo de sus vidas los reafirma en la creencia, pues la gran mayoría de
los que sostienen estas entidades llegaron a ellas como heroinómanos y fue la
experiencia de la conversión, que nos relatan con entusiasmo, lo que los llevó a desistir
de su hábito. Su vida anterior, y el hábito pernicioso que les condujo a las comunidades
en las que viven, es interpretado ahora, desde el renacimiento que hace posible la
experiencia total de la conversión, como una vida de pecado, y la droga, como un
señuelo del diablo36. Estas concepciones se inscriben totalmente en el imaginario del
protestantismo evangélico. Ahora bien, las entidades por nosotros estudiadas presentan
rasgos que las singularizan dentro de ese mundo: son justamente comunidades en las
que están transitoriamente los novicios (los consumidores de drogas que aceptan
formalmente las normas de vida en común en ellas) y definitivamente (con voluntad de
tal) los conversos. Esas comunidades se convierten en una gran familia para todos sus
integrantes, que satisfacen en su seno las necesidades materiales y espirituales;
comunidades que, aun viviendo en los márgenes de las ciudades y obteniendo de ellas
por procedimientos harto ingeniosos y múltiples trabajos muchos de sus recursos
35
Para un análisis de la estigmatización de otras creencias y organizaciones religiosas, puede consultarse
Prat, J. (1997).
36
Manuela Cantón ha realizado dos interesantes estudios, ya citados al tratar las entidades de inspiración
evangélica, donde analiza extensamente el fenómeno de las conversiones en las iglesias pentecostales,
uno centrado en el caso de Guatemala (Cantón, 1998) y otro en la Iglesia Filadelfia y su arraigo creciente
entre los gitanos andaluces (Cantón, 2004). En este último hay además un apartado en el que se tratan
experiencias de tratamiento de gitanos heroinómanos con similares premisas.

31
cotidianos, significan un radical apartamiento del mundo. En gran medida, la
comunidad (con sus múltiples centros distribuidos por España y muchos países del
extranjero) ha pasado a ser su mundo, en el seno del cual despliegan prácticamente
todas sus relaciones sociales (desde amistades hasta emparejamientos matrimoniales).
El contacto de los miembros de la comunidad con el exterior está restringido y
estrictamente pautado según se sea novicio o iniciado. Ello no obstante, las puertas
están abiertas y cualquiera de sus integrantes, novicio o iniciado, puede abandonar
cuando quiera la comunidad, pero, si quiere permanecer en ella, ha de observar sus
reglas. Estos rasgos nos permiten calificarlas de monacatos.

Referencias bibliográficas (David)


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Cambios en el Estado del Bienestar. Políticas sociales y desigualdades en España.
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