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Mujeres supervivientes que matan.

La justicia penal marplatense en


casos de mujeres que matan a sus
parejas en contextos de violencia
de géneroPor Ludmila Azcue

Sumario: 1.- A modo de introducción; 2.- La obligación internacional de incorporar la


perspectiva de género como criterio interpretativo de las normas jurídicas; 3) Una lectura
con perspectiva de género de la legítima defensa como causal de justificación de la
conducta punible; 4) Experiencia local: Cómo resuelve la justicia penal marplatense los
casos de mujeres supervivientes que matan a sus parejas sentimentales; 5) Conclusiones
finales; 6.- Referencias bibliográficas.-

1.- A modo de introducción

En orden a haber sido desarrollado en el contexto de teorías e instituciones contraladas


por varones, el derecho históricamente ha reflejado características, necesidades y
experiencias masculinas. Los feminismos han criticado al derecho por caracterizarse a sí
mismo como objetivo, neutral y universalmente válido omitiendo asumir que su creación,
interpretación y aplicación responde a la óptica masculina (Olsen, 2009; Ávila Santamaría,
2009; Costa, 2016). Así pues, califican al derecho como androcéntrico cuando su estudio
toma la mirada masculina empero como si ésta no fuese una particular perspectiva sino
una óptica válida para toda la especie humana. Por ello, entienden que los estudios
jurídicos tradicionales son parciales, específicos y subjetivos en tanto sólo presentan una
parte de la realidad como si fuera la totalidad de la misma (Facio, 2009; Costa, 2016).

Ahora bien, si se pretende que el derecho recoja la realidad universal, éste debe recoger la
realidad femenina y, para ello, debe ser leído con perspectiva de género (Ávila
Santamaría, 2009). La introducción de la perspectiva de género en la lectura de las normas
jurídicas demanda cuestionar la aplicación de las normas engendradas a partir de la óptica
masculina. El análisis jurídico con enfoque de género importa evidenciar el impacto
diferenciado que un dispositivo legal puede tener en varones y mujeres a la par que
impide que, con una aplicación automática y mecanicista del derecho, se generen
situaciones de poder o desigualdades basadas en el género (Pizani Orsini, 2009; Smart,
2009). En definitiva, cuando se juzga con perspectiva de género se efectivizan los derechos
a la igualdad y no discriminación de las mujeres y, a su vez, se asegura un adecuado
acceso a la justicia a aquéllas (Casas, 2014).

Trasvasando estas anotaciones al campo jurídico-penal, cabe marcar que si bien las
críticas feministas dirigidas a normas penales discriminatorias han dado pie a su
reformulación y/o promulgación de leyes expresadas en términos genéricamente
neutrales; aún existen normas penales que, sin perjuicio de la neutralidad de su
formulación, se aplican de acuerdo a la perspectiva masculina y toman como medida de
referencia a los varones (Larrauri, 1994, 2002). De esta manera, introducir la perspectiva
de género en la interpretación y aplicación de las normas penales mediante la
ponderación de características, necesidades y experiencias del género no considerado en
la elaboración de tales normas, contribuiría en la instalación de la equidad genérica en el
campo jurídico-penal (Casas, 2014).

Más específicamente, uno de los supuestos de invisibilización de la experiencia femenina


se halla en el instituto de la legítima defensa, el cual permite eximir de responsabilidad
penal al agente que despliega una conducta delictiva en los términos del inciso sexto del
artículo 34 del Código Penal Argentino. Tradicionalmente, tal eximente de responsabilidad
penal ha sido pensada para ser invocada en los casos en los cuales los varones precisarían
invocar su aplicación -los ejemplos clásicos son los casos de quien se defiende en una riña
en un bar o en su casa de un intruso- y, por consiguiente, discrimina a las mujeres al
negarles la posibilidad de invocar la misma herramienta en los casos en los cuales son ellas
quienes necesitan valerse de dicha eximente (Larrauri, 1994; Williams, 2009; Roa Avella,
2012; Casas, 2014).

Como derivación de la violencia ejercida contra las mujeres, particulamente en el ámbito


doméstico, se observan casos de mujeres que han dado muerte a sus agresores[i]. Esta
situación mueve al estudio de las posibles circunstancias de exclusión de responsabilidad
que podrían ser de aplicación. Normalmente, el primer análisis que se hace desde la
defensa de tales mujeres es la aplicabilidad de la legítima defensa, lo que supondrá
ingentes esfuerzos y superación de obstáculos complejos como lo será la dificultad de
demostrar algunos de los requisitos tradicionalmente exigidos para la configuración de la
causal (Roa Avella, 2012).

Sin embargo, se observan una serie de valladares erigidos desde un enfoque tradicional
para enervar la aplicación de la eximente de responsabilidad prevista en el inciso 6° del
artículo 34 de nuestra ley penal a los casos de mujeres supervivientes que dan muerte a
sus parejas, precisamente, en legítima defensa de sus derechos (Larrauri, 1994; Roa
Avella, 2012). Valga adelantar que uno de los principales escollos será cumplir con la
exigencia de que la agresión ilegítima repelida sea actual o inminente en tanto
posiblemente la mujer necesite aprovechar que el hombre se encuentre de alguna
manera desprevenido para darle muerte, ello en función de sus disimiles características
físicas y emocionales. Puede pensarse que otro de los escollos a sortear seguramente será
la afirmación en abstracto de que la mujer tiene medios menos lesivos a su alcance para
poner fin a la situación de maltrato doméstico, entre ellos: la formulación de la
correspondiente denuncia, el abandono del hogar, o el pedido de auxilio policial. Sin
embargo, se advierte que tales obstáculos podrían ser sorteados a partir de la lectura de
la legítima defensa desde una perspectiva que reconozca la experiencia femenina, lo cual
importará interpelar la tradicional concepción de la legítima defensa[ii].

Este trabajo pretende estudiar dos sentencias judiciales marplatenses dictadas en el


marco de casos de mujeres que, en un contexto de violencia de género, dieron muerte a
varones con los que mantenían una relación de pareja sentimental. Con este horizonte,
primeramente se presentará la obligación internacional de introducir la perspectiva de
género como criterio interpretativo de las normas jurídicas (acápite “2”) para luego pasar
a proponer una lectura con perspectiva de género de la legítima defensa preceptuada en
el inciso sexto del artículo 34 del Código Penal Argentino (acápite “3”). Finalmente, se
analizarán los dos casos judiciales escogidos desbrozándose los argumentos jurídico-
penales de los que se valieron los magistrados para resolver absolver o condenar a las
mujeres acusadas e identificándose especialmente la introducción -o no- del enfoque de
género en las sentencias judiciales bajo estudio (acápite “4”).

2.- La obligación internacional de incorporar la perspectiva de género como criterio


interpretativo de las normas jurídicas

En este acápite nos daremos a la tarea de estudiar la obligación internacional de


incorporar la perspectiva de género al razonamiento judicial plasmada en
pronunciamientos jurisdiccionales internacionales y locales. Siguiendo un orden
jerárquico, tomaremos de la Corte Internamericana de Derechos Humanos el “Caso del
Penal Miguel Castro Castro c. Perú”, el “Caso González y otras (“Campo Algodonero”) c.
México”, y el “Caso de la Masacre de las Dos Erres vs. Guatemala”. Vale adelantar que en
el primero de los casos se remarcó que, ante una situación violatoria de derechos
humanos que afecta a varones y mujeres, el impacto diferencial de género es un criterio
interpretativo para establecer hechos, calificación legal y consecuencias jurídicas; en el
segundo de los casos referenciados se indicó que la indiferencia, minimización y/o rechazo
de antecedentes o indicadores de violencia de género originan responsabilidad estatal por
violación de obligaciones internacionales en materia de derechos humanos; y en el
restante caso mencionado se expresó que la perspectiva de género emergente de las
convenciones internacionales sobre derechos humanos debe penetrar la actividad estatal.
En un segundo orden analítico, estudiaremos la necesidad de incorporar la dimensión de
género en la resolución de los conflictos judicializados reconocida por la Suprema Corte de
la Provincia de Buenos Aires en el marco de la Causa n°118.472 (04/11/2015). Y ya en un
último orden, expondremos que los casos atravesados por violencia de género en el
ámbito conyugal deben ser analizados desde el prisma de género para asegurarse la
aplicación normativa igualitaria en términos genéricos, tal como sostuvo la Sala Sexta del
Tribunal de Casación Penal de la Provincia de Buenos Aires en el contexto de las Causas nº
69.965 (05/07/2016) y n° 69.680 (29/12/2016).
(a) Corte Interamericana de Derechos Humanos: La consideración del impacto diferencial
en virtud del género se desprende de la sentencia dictada el 25 de noviembre de 2006 por
la Corte IDH en el contexto del “Caso del Penal Miguel Castro Castro c. Perú” en el que se
ventilaba la violación de derechos humanos de varones y mujeres privados de libertad por
parte de agentes estatales[iii][iv]. Así pues, en oportunidad de estudiar la responsabilidad
que le cabía al Estado, la Corte advierte que analizará los hechos y sus consecuencias
teniendo en cuenta los siguientes extremos:

 que las mujeres se vieron afectadas por los actos de violencia de manera diferente a
los varones;
 que algunos actos de violencia se encontraron dirigidos específicamente a las
mujeres; y
 que otros actos de violencia les afectaron en mayor proporción a las mujeres que a
los varones (párr. 223).
Es dable inferir del texto sentencial en cuestión que una misma práctica puede tener
diferentes implicancias según el género de su destinatario/a. En este sentido, existen
prácticas -entre ellas: la exposición del cuerpo semidesnudo frente a agentes
penitenciarios, la inspección vaginal violenta, la presencia de agentes armados durante el
uso de sanitarios, la desatención de las detenidas embarazas- cuyas consecuencias se
sobredimensionan cuando las afectadas son mujeres y tal afectación diferencial debe ser
ponderada por el órgano jurisdiccional interviniente.

Asimismo, se desprende del voto razonado del Juez Sergio García Ramírez con respecto a
la sentencia dictada en el Caso Castro Castro (Perú), específicamente sobre la aplicación
de la Convención de Belem do Pará al caso concreto, que la protección específica de los
derechos y libertades de las mujeres constituye una pieza indispensable para la
construcción integral de un sistema de protección de los derechos humanos así como la
vigencia eficaz de éste (párr. 9). Indicó que la propia Corte IDH tiene dicho que el principio
de igualdad y no discriminación no es afectado cuando se brinda un trato diferente a
personas cuya situación lo justifica, esto para colocarlas en posición de ejercer
verdaderamente sus derechos. “La desigualdad real, la marginación, la vulnerabilidad, la
debilidad deben ser compensadas con medidas razonables y suficientes que generen o
auspicien, en la mayor medida posible, condiciones de igualdad y ahuyenten la
discriminación”. El principio de juridicidad -enraizado en el trato igual para todos/as- exige
“…de una especificidad que alimente ese trato igualitario y evite el naufragio al que
frecuentemente se halla expuesto” (párr. 11).

La necesidad de incorporar la perspectiva de género a toda actividad estatal en tren de


fulminar la violencia contra las mujeres también se colige de la sentencia dictada por la
Corte IDH el 16 de noviembre de 2006 en el marco del “Caso González y otras (“Campo
Algodonero”) vs. México”, en el que se discutía la responsabilidad internacional del Estado
por la desaparición y ulterior muerte de tres jóvenes mujeres pobres cuyos cuerpos
fueron hallados en un campo algodonero de Ciudad Juárez en el contexto de una fuerte
oleada de casos de violencia contra las mujeres en la localidad desde el año 2001. Interesa
destacar las siguientes tres aristas del pronunciamiento referenciado atento las mismas
guardan directa imbricación con el objeto de este trabajo.

Cabe poner de relieve que la Corte indicó “…que los Estados deben adoptar medidas
integrales para cumplir con la debida diligencia en casos de violencia de contra las
mujeres. En particular, deben contar con un adecuado marco jurídico de protección, con
una aplicación efectiva del mismo y con políticas de prevención y prácticas que permitan
actuar de una manera eficaz ante las denuncias” (párr. 258). Más sencillamente, la
obligación de debida diligencia en casos de violencia machista -reconocida expresamente
en los instrumentos internacionales en la materia- demanda la adopción de medidas
integrales, entre las cuales vale aquí descollar la aplicación efectiva de un adecuado marco
jurídico de protección.

También corresponde anotar que el órgano jurisdiccional interamericano reconoció que


los estereotipos genéricos atraviesan la actividad estatal, derivándose de ello la causación
de violencia contra las mujeres. En este sentido, entendió que si es posible asociar la
subordinación de las mujeres con prácticas basadas en estereotipos de género
socialmente dominantes y persistentes, esta condición se agrava “…cuando los
estereotipos se reflejan, implícita o explícitamente, en políticas y prácticas,
particularmente en el razonamiento y el lenguaje de las autoridades de policía judicial,
como ocurrió en el presente caso. La creación y uso de estereotipos se convierte en una
de las causas y consecuencias de la violencia de género en contra de la mujer” (párr. 401).

La última arista a destacar de la sentencia referenciada radica en la exigencia de específica


capacitación continua de funcionarios públicos con perspectiva de género, la cual
“…implica no solo un aprendizaje de las normas, sino el desarrollo de capacidades para
reconocer la discriminación que sufren las mujeres en su vida cotidiana. En particular, las
capacitaciones deben generar que todos los funcionarios reconozcan las afectaciones que
generan en las mujeres las ideas y valoraciones estereotipadas en lo que respecta al
alcance y contenido de los derechos humanos” (párrs. 522 y 540).

La exigencia internacional de incorporar la perspectiva de género a la actividad estatal se


desprende, asimismo, de la sentencia dictada por la Corte IDH el 24 de noviembre de 2009
en el marco del “Caso de la Masacre de las Dos Erres vs. Guatemala”. En el caso
referenciado se discutía la falta de debida diligencia en la investigación, juzgamiento y
sanción de los responsables de la masacre de dos cientos cincuenta y un habitantes del
Parcelamiento de Las Dos Erres, la Libertad, Departamento de Petén, ocurrida entre los
días 6 a 8 de diciembre de 1982. Huelga resaltar que en el contexto de tal masacre -
ejecutada por miembros de un grupo especializado de las fuerzas armadas de Guatemala
e inscripta en un contexto sistemático de violaciones masivas a los derechos humanos en
dicho país- mujeres y niñas fueron sometidas a actos de mayor crueldad que varones y
niños (párrs. 2, 72, 152)[v]. Al respecto la Corte señaló que, en oportunidad de
pronunciarse sobre otra masacre sucedida durante el mismo período dictatorial, tuvo por
probado que la violencia sexual contra las mujeres se dirigió a destruir la dignidad de éstas
a nivel cultural, social, familiar e individual (párr. 139).

Bajando más concretamente a los aspectos del texto resolutivo que aquí interesa poner
de relieve, cabe destacar que la Corte IDH indicó que el Estado debía haber iniciado de
oficio la investigación de lo sucedido durante la Masacre de Las Dos Erres con perspectiva
de género, siendo ésta una obligación derivada de la Convención Interamericana de
Derechos Humanos (1969) y ratificada posteriormente mediante la Convención de Belem
do Pará (1994) (párr. 141). Y más específicamente aún, se desprende del voto razonado
concurrente del Juez Ad-Hoc Ramón Cadena Rámila que la perspectiva de género
emergente de la Convención de Belem do Pará debe de aplicarse al caso concreto puesto
que (a)“…enriquece la manera de mirar la realidad y de actuar sobre ella…”; (b) “…permite
(…) visualizar inequidades construidas de manera artificial, socioculturalmente y detectar
mejor la especificidad en la protección que precisan quienes sufren desigualdad o
discriminación”; y (c) “Ofrece, pues, grandes ventajas y posibilidades para la efectiva
tutela de las personas y concretamente, de las mujeres”.

(b) Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires: La Suprema Corte de


Justicia de la Provincia de Buenos Aires, el día 04 de noviembre de 2015, en el marco de
una causa en la que se discutía si la causante -con retraso mental, epilepsia, dependencia
económica y emocional de sus progenitores, y siendo víctima de reiterados abusos
sexuales por parte de su progenitor- se encontraba en condiciones de ejercer la
maternidad de sus tres hijos/as, puso sobre el tapete bonaerense la obligación de
incorporar la perspectiva de género en el juzgamiento de los conflictos conducidos a la
órbita judicial -en concreto, se trata de la de la Causa n°118.472 caratulada “G. ,A. M. s/
Insania y Curatela” y sus acumuladas Causa n°118.473 y Causa n°118.474 caratuladas “G.,
J.E. s/ Abrigo” y “S., R. B. y otro s/ Abrigo”, respectivamente-.

En cuanto aquí interesa destacar, se desprende del texto sentencial en cuestión que una
adecuada respuesta jurisdiccional exige la consideración de aquellos factores que
permitan inferir que la causante se encuentra en una situación de vulnerabilidad en
función de su género, debiendo ésta enmarcarse en un contexto social de discriminación
en atención al género. Asimismo, se observa en el pronunciamiento objeto de estudio dos
derivaciones de los instrumentos jurídicos en materia de derechos humanos de las
mujeres: la obligación internacional de prevenir, investigar y sancionar con la debida
diligencia las violencias ejercidas contra las mujeres tanto en el espacio público como en el
privado -por un lado-; y la obligación de utilizar la perspectiva de género como pauta
hermenéutica -por el otro-. Abordemos estos argumentos con mayor profundidad.

Uno de los aspectos más interesentes del fallo en estudio radica en la existencia de “riesgo
de género” derivado del sufrimiento de abusos sexuales y violencia familiar. Plafón
fáctico-probatorio que, a criterio del más Alto Tribunal bonaerense, debe contextualizarse
en un proceso histórico y social generador de desventajas y de subordinación por ser
mujer (del voto de Lázzari).
En esta dirección, una adecuada respuesta jurisdiccional al caso demanda la consideración
de los factores estructurales que exponen a la causante a una situación de vulnerabilidad
por su condición de género -los cuales hubieron sido desatendidos por las instancias de
grado- (del voto de Hitters).

Otro de los aspectos a destacar radica en el mérito judicial de la problemática de género


para asegurarse un adecuado dimensionamiento del caso concreto y, en definitiva,
garantizar a la causante el goce de una vida libre de violencia. En este sentido, se
desprende del fallo en estudio:“En definitiva, frente al deber de garantía y desde la
aplicación del método de perspectiva de género para juzgar y una noción más robusta de
igualdad -estructural o material-, una vez detectada la presencia de relaciones asimétricas
de poder y situaciones estructurales de desigualdad, como sucede en el caso, se identifica
el problema en su real dimensión. A partir de esta herramienta que posibilita el quehacer
jurisdiccional, y con el paraguas protector de la normativa aplicable al caso (…) se provoca,
a través de las medidas transformativas antes expuestas, un cambio real de oportunidades
de vida para que de esta forma se garantice el derecho que tiene A. de vivir una vida libre
de violencia” (del voto de Lázzari).

Una tercera nota saliente es el cuestionamiento a la justicia de garantías -interviniente


con motivo de la comprobación fehaciente de que el progenitor de la causa la había
violado- haber ordenado la prohibición de contacto entre los sujetos imbricados pero
rechazado el pedido de exclusión del hogar de aquél -puesto que si bien vivían en un
mismo terreno, lo hacían en casas diferentes-. Así las cosas, la medida protectoria
ordenada pasa a carecer de eficacia -máxime cuando no es acompañada de custodia
permanente-. Se desprende del fallo en estudio que el rechazo de exclusión del hogar
coloca a la víctima frente a una situación de mayor vulnerabilidad, no se asegura a la
víctima mecanismos para aminorar el riesgo de que los actos violentos se repitan, y se
desconoce el legítimo interés estatal de controvertir el mensaje de tolerancia propio de
una sociedad patriarcal hacia violaciones de derechos humanos de las mujeres (del voto
de de Lázzari).

Por último, huelga relevar la consideración judicial de los criterios desarrollados en el


sistema interamericano en punto al juzgamiento de los casos con perspectiva de género,
ello en el entendimiento de que constituyen una fuente de derecho importante para los
países adherentes al modelo supranacional. Tal como liminarmente se expuso, de la
normativa específica sobre violencia contra las mujeres se desprenden dos
consideraciones que, para una mayor claridad expositiva, merecen ser estudiadas
separadamente.

En atención de la línea trazada por la Corte y la Comisión IDH, los Estados signatarios de la
convenciones internacionales sobre género son responsables de la violencia contra las
mujeres ejercida tanto en la esfera pública como en la privada. De los dispositivos
jurídicos internacionales se deriva la obligación de los Estados partes de guardar la debida
diligencia para prevenir, investigar y sancionar a los/as responsables de la violencia contra
las mujeres -ya sea que ésta sea ejercida en el espacio público y/o en el privado-. “Esto
supone que desde el momento en que una mujer víctima de discriminación o de violencia,
se presenta en una dependencia pública pidiendo protección, poniendo en conocimiento
del país tales hechos, ése debe hacer todo lo necesario para atender integralmente su
situación (arts. 1.1 y 2 de la C.A.D.H.)” y, de no hacerlo, ello puede acarrear la
responsabilidad internacional del Estado, no por ese hecho ilícito atentador de derechos
humanos femeninos en sí mismo, sino por falta de la debida diligencia para prevenir la
violación o para tratarla en los términos requeridos por la normativa internacional. Se
entiende que la “debida diligencia” es una obligación de los Estados y, a su vez, un
principio informante del derecho internacional de los derechos humanos (conf. art. 7.b de
la Convención de Belem do Pará). “En suma, la noción de “debida diligencia” tiene una
creciente raigambre en la protección de las mujeres y resulta una herramienta
indispensable al momento de exigir, nacional o internacionalmente, el derecho de éstas a
vivir libres de violencia y discriminación; perspectiva de género que esperan las
comentaristas de fallo que se refuerce en lo sucesivo” (del voto de Hitters).

Asimismo, la adopción de instrumentos internacionales específicos en materia de


violencia contra las mujeres evidencia una sensibilización progresiva del derecho
internacional de los derechos humanos hacia la perspectiva de género, incorporándose
literalmente esta noción en los textos nacionales e internacionales de derechos humanos,
siendo ésto advertido como signo evidente del valor que la comunidad internacional ha
dado al mismo. Igualmente, la perspectiva de género supone “…un criterio hermenéutico
fundamental en relación con todos los documentos del sistema, porque permite que se
evalúe en cada caso el impacto diferencial que, en relación al derecho en juego existe para
los hombres y para las mujeres…” (del voto de Hitters).

(c) Sala Sexta del Tribunal de Casación Penal de la Provincia de Buenos Aires: Continuando
este descenso jerárquico, corresponde pasar a estudiar el criterio de la Sala Sexta del
Tribunal de Casación Penal de la Provincia de Buenos Aires en punto a la introducción de
la perspectiva de género como pauta interpretativa de las normas jurídicas. Se traerán dos
pronunciamientos presentándose atendiendo a su fecha de dictado.

Primer pronunciamiento: El día 05 de julio del 2016, el Tribunal casatorio entendió que,
con carácter previo al análisis de las impugnaciones de las partes acusadoras contra la
sentencia de primera instancia por la que se absolviera a una mujer acusada de matar a su
cónyuge con arma de fuego en el entendimiento de que había actuado en su legítima
defensa, debía detenerse en la noción de “perspectiva de género” puesto que desde este
particular prisma correspondía analizar esta causa “…caracterizada por la violencia de
género dentro del ámbito conyugal…” -en concreto, se trata de las Causas n° 69.965 y
69.966 caratuladas respectivamente “L, S. B. s/ Recurso de casación interpuesto por
Particular Damnificado” y “L., S. B. s/ Recurso de casación interpuesto por Agente Fiscal”-.

Respecto de aquello que aquí interesa destacar, el texto sentencial estudiado identifica el
origen de la noción “perspectiva de género” en las convenciones internacionales
ratificadas y jerarquizadas constitucionalmente por nuestro país pero también en la
normativa nacional específica en materia de derechos de las mujeres, ofrece una
conceptualización del término en cuestión a partir del material provisto por ONU Mujeres,
observa que la perspectiva de género es una herramienta que permite incluir a la mitad de
la población históricamente excluida y, en definitiva, conformar una sociedad democrática
y diversa. Expuestas tales consideraciones teóricas, luego las transfunde al ámbito de la
administración de justicia y, particularmente, al campo jurídico penal para, finalmente,
volcarlas al caso concreto. Veamos.

El pronunciamiento objeto de análisis entiende que la noción de “perspectiva de género”


se desprende de la normativa nacional e internacional sobre violencia y/o discriminación
contra las mujeres. En un primer orden, expone que es dable colegir la necesidad de
incluir la perspectiva de género a partir de las obligaciones internacionales asumidas por
nuestro país en torno a los derechos de las mujeres. En un segundo orden, refiere que la
inclusión de la perspectiva de género en la actividad estatal está expresamente receptada
en la legislación nacional en la letra de la Ley n° 26.485 de Protección Integral de las
Mujeres.

Deteniéndose en el plano internacional, explica que “las obligaciones internacionales


asumidas por la República Argentina a través de la ratificación y jerarquización
constitucional de ciertas normas del derecho internacional de los derechos humanos (art.
75 inc. 22), establecen la necesidad de cambios coyunturales en la leyes y la
administración de justicia”. En este plano, se identifican dos instrumentos jurídicos: la
CEDAW y la Convención de Belem do Pará.

Por un lado, se contempla que el primero de los dispositivos legales mencionados tiene
como objetivo -expreso- incorporar la mitad femenina de la humanidad a la esfera de los
derechos humanos. Se afirma que esta incorporación implica “…la reafirmación de la
igualdad de género frente a los derechos y, en consecuencia, el respeto de la dignidad
humana…” pero también la inclusión de “…medidas o planes de acción que los Estados
deben llevar a cabo con el fin de cumplir con los requisitos establecidos en dicho
instrumento jurídico”. Se concluye que el concepto de “perspectiva de género” surge de
estos fines normativos -es decir, de garantizar las obligaciones estatalmente asumidas-.
Por otro lado, en el segundo de los dispositivos legales se infiere la necesidad de aplicar
una perspectiva de género a partir de que aquél reconoce la existencia de patrones
socioculturales y relaciones históricamente desiguales como generadores de las diferentes
formas de violencia contra la mujer.

Valiéndose de la producción de ONU Mujeres, el fallo presenta la siguiente


conceptualización: “La perspectiva de género implica, entonces, “el proceso de evaluación
de las consecuencias para las mujeres y los hombres de cualquier actividad planificada,
inclusive las leyes, políticas o programas, en todos los sectores y a todos los niveles. Es una
estrategia destinada a hacer que las preocupaciones y experiencias de las mujeres, así
como de los hombres, sean un elemento integrante de la elaboración, la supervisión y la
aplicación de las políticas y los programas en todas las esferas políticas, económicas y
sociales, a fin de que las mujeres y los hombres se beneficien por igual y se impida que se
perpetúe la desigualdad. El objetivo final es lograr la igualdad [sustantiva] entre los
géneros” (ONU Mujeres, 2016). Continúa afirmando la ONU que “la incorporación de una
perspectiva de género integra la igualdad de género en las organizaciones públicas y
privadas de un país, en políticas centrales o locales, y en programas de servicios y
sectoriales. Con la vista puesta en el futuro, se propone transformar instituciones sociales,
leyes, normas culturales y prácticas comunitarias que son discriminatorias” (Ob. Cit.)”.

Como liminarmente se adelantó, el pronunciamiento bajo examen sostiene que la


inclusión de la perspectiva de género persigue la resignificación de prácticas y
conocimientos a partir de la consideración de las mujeres, en tanto éstas han sido
históricamente desatendidas en la construcción de dichas prácticas y conocimientos. En
este sentido, mantiene que “…la concepción androcéntrica de la humanidad dejó fuera a
la mitad del género humano, es decir, a las mujeres. [En este contexto,] la perspectiva de
género tiene como uno de sus fines contribuir a la construcción subjetiva y social de una
nueva configuración a partir de la resignificación de la historia, la sociedad, la cultura y la
política desde una perspectiva inclusiva de las mujeres”.

Identifica un segundo propósito en la inclusión de la perspectiva de género: la


construcción de una humanidad diversa y democrática genéricamente. Así pues, citando a
Larrauri, se afirma: “Esta perspectiva reconoce, asimismo, la diversidad de géneros y la
existencia de las mujeres y los hombres, como un principio esencial en la construcción de
una humanidad diversa y democrática (…) Una humanidad diversa y democrática requiere
que mujeres y hombres (…) seamos diferentes de quienes hemos sido, para ser
reconocidos en la diversidad y vivir en la democracia genérica”.

Lejos de conformarse con exponer estas consideraciones teóricas, se las hace descender
primeramente a la administración de justicia, luego al derecho penal y, por último, al caso
llevado a conocimiento del órgano casatorio. Así pues, mantiene que la administración de
justicia, el derecho en general y el derecho penal en particular también deben ser vistos
desde la perspectiva de género. El decisorio releva la doctrina jurisprudencial escandinava
surgida en la década del setenta “…que se fundamenta en la determinación
discriminadora de la ley actual y en la necesidad de un cambio con una perspectiva de
género en la interpretación judicial, ya que facilitaría velozmente la adecuación del
sistema jurídico a la igualdad empírica”. Con cita de Cain, explica que esta doctrina
mantiene que la jurisprudencia es masculina en tanto atiende a la conexión entre las leyes
de un sistema patriarcal y los seres humanos. Ocurre que tales leyes presuponen que
dichos seres humanos son varones -excluyendo, por consiguiente, a las mujeres-. “Así
pues, corresponde a la ley incluir a todos quienes pertenecen a la sociedad en diversidad
de género, pero también a quienes formamos parte del sistema de justicia corresponde
realizar una interpretación legal abarcativa de esta perspectiva”.
Más precisamente, entiende que el derecho penal también debe ser analizado con
perspectiva de género para lograr una aplicación normativa igualitaria en términos
genéricos evitando así la discriminación de las mujeres. Al respecto, citando nuevamente a
Larrauri, explica que las posturas que buscan la igualdad de género vienen afirmando que
las normas penales así como también la interpretación judicial de las mismas están
dotadas de contenido desigual. Se dice que las normas penales y su interpretación tienen
contenido de género desigual para significar que “…normalmente los requisitos que
rodean su interpretación han sido elaborados por hombres pensando en una determinada
situación o contexto”. De ello se deriva que la aplicación de la norma tal como
normalmente ha sido intepretada reproduce los requisitos y contextos para los cuales fue
ideada -por varones- y, desde este punto de vista, tenderá a discriminar a la mujer ya que
ni su género ni el contexto en el cual necesita de la norma han sido considerados en la
elaboración de los requisitos. “Pues entonces, la aplicación de una perspectiva de género
en el análisis de la normativa, persigue el fin de crear un derecho verdaderamente
igualitario e inclusivo –de la otra mitad de la población-, en donde los paradigmas propios
de las sociedades androcéntricas sean finalmente destruidos”.

En virtud de estas consideraciones, concluye que el caso concreto debe estudiarse


tomando la perspectiva de género como pauta interpretativa constitucional -en la medida
que la imputada fuera víctima de violencia de género en el ámbito conyugal previamente
desplegada por el occiso-. De hecho, valiéndose de la jurisprudencia de la Corte IDH,
resalta que “…la indiferencia, minimización y/o rechazo de los antecedentes e indicadores
de violencia de género, obrantes en el caso, originan asimismo responsabilidad estatal por
la violación de las obligaciones asumidas mediante la normativa internacional de derechos
humanos…”.

Segundo pronunciamiento: El día 29 de diciembre de 2016, el Tribunal casatorio estimó


que, con carácter previo al estudio de las críticas asestadas por la defensa a la sentencia
condenatoria que motivara la apertura de la instancia recursiva, debía ponderarse que la
acusada se encontraba en una situación particularmente vulnerable puesto que era
inmigrante, perteneciente a una minoría étnica, quechua parlante, analfabeta y, a su vez,
víctima de violencia de género en el ámbito conyugal -en concreto, se trata de la Causa
69.680, caratulada “M. B., R. s/ Recurso de Casación”-.

Ciñéndonos estrictamente al estudio de la perspectiva de género como pauta


intepretativa de las normas jurídicas, cabe marcar que a las consideraciones sobre la
temática efectuadas anteriormente por el órgano jurisdiccional -en el mes de julio del
mismo año- se adiciona la consideración de que desde un sector de la doctrina penal se
afirma que la “cuestión femenina” conduce a un doble examen. Desde esta postura,
deben examinarse tanto los valores que el derecho estima dignos de protección como los
comportamientos que el derecho supone y exige de los partícipes en el sistema jurídico.

Se advierte que en esta línea se enroló la Corte IDH en el Caso “Campo Algodonero” al
entender que “la influencia de patrones socioculturales discriminatorios puede dar como
resultado una descalificación de la credibilidad de la víctima [de violencia de género]
durante el proceso penal en casos de violencia y una asunción tácita de responsabilidad
de ella por los hechos […]. Esta influencia también puede afectar en forma negativa la
investigación de los casos y la valoración de la prueba subsiguiente, que puede verse
marcada por nociones estereotipadas sobre cuál debe ser el comportamiento de las
mujeres en sus relaciones interpersonales”.

En virtud de estas anotaciones, concluyó que la revisión casatoria de la valoración


probatoria de primera instancia debe hacerse con perspectiva multicultural, intercultural y
de género. Más precisamente, entendió que la credibilidad de la imputada debe
contextualizarse teniendo en cuenta su condición de mujer, migrante e indígena;
cuestionando duramente el decisorio materia de revisión por carecer de las perspectivas
antes mencionadas en el entendimiento de que su inclusión es obligatoria a la luz de la
normativa internacional específica y la interpretación que los organismos supranacionales
vienen haciendo de aquélla.

3.- Una lectura con perspectiva de género de la legítima defensa como causal de
justificación de la conducta punible

Tal como se adelantó liminarmente, aunque el derecho penal se presente a sí mismo


como objetivo y universal, ha sido históricamente pensado desde la perspectiva masculina
y, en ese camino, invisibilizado la experiencia del género femenino[vi]. Si bien las críticas
feministas dirigidas a normas jurídico-penales que discriminaban a las mujeres han dado
pie a su reformulación y/o promulgación de leyes expresadas en términos genéricamente
neutrales, existen normas que aún formuladas de manera neutral se aplican de acuerdo a
la perspectiva masculina y toman como medida de referencia a los varones. Desde esta
particular óptica, cuando se afirma que el derecho penal se aplica de forma objetiva se
desconoce que esta forma objetiva en realidad responde a un razonamiento elaborado
para el mundo masculino y, en consecuencia, que la aplicación objetiva del derecho es
representativa de una subjetividad. En tanto la aplicación de un razonamiento “objetivo”
responde a una determinada subjetividad como lo es la masculina, si se quiere conseguir
una aplicación equitativa del derecho en cuanto al género y que las normas se apliquen de
forma realmente objetiva, deberá incorporarse la perspectiva femenina (Larrauri, 1994).

El inciso sexto del artículo 34 del Código Penal Argentino contenedor de la legítima
defensa como causal de justificación de la conducta punible[vii] ha sido señado como uno
de los preceptos legales cuya interpretación y aplicación “objetiva” pude reportar una
situación injusta para las mujeres que pretendan su invocación, por lo cual implora ser
interpretado con perspectiva de género. Una lectura insensible al género de esta causal de
justificación puede implicar que deban sortearse tres obstáculos si quien exige su
aplicación es una mujer y, más específicamente, una mujer inmersa en un contexto de
violencia de género que da muerte a su pareja hombre.
Estos tres obstáculos a superar pivotan en derredor de los siguientes extremos: (a) el
elemento de actualidad o inminencia en la agresión severamente cuestionado en aquellos
casos en los que la mujer aprovecha que el hombre está de alguna manera desprevenido
para darle muerte; (b) el requisito de necesidad racional del medio empleado haciendo
hincapié en la existencia -o no- de medios menos lesivos a los cuales la mujer podría haber
recurrido para poner fin a la situación de violencia; y (c) el plano subjetivo de la eximente
de responsabilidad penal descollando si puede inferirse ánimo vindicativo de los
antecedentes de violencia de género en la pareja. A seguido abordaremos cada uno de
estos escollos pretendiendo arribar a una lectura de la legítima defensa con perspectiva
de género en tren de facilitar su aplicación en aquellos casos en los cuales mujeres, y
particularmente las mujeres inmersas en contextos de violencia de género en el marco de
una relación de pareja, necesitasen invocar dicha eximente.

(a) La exigencia de actualidad o inminencia en la agresión ilegítima con enfoque de


género: Liminarmente cabe apuntar que la agresión inicial ilegítima requerida para poder
invocar la legitima defensa como causal de justificación de la conducta punible refiere a
una conducta humana que genere peligro para el individuo y/o para sus intereses
jurídicos, implicando la ilegitimidad contrariedad con el ordenamiento jurídico y pudiendo
afirmarse que esa ilegitimidad conlleva conductas que el individuo no tiene la carga de
tolerar (Roa Avella, 2002:52).

Explica Larrauri (2002:6) que las mujeres violentadas por sus parejas varones no suelen
beneficiarse de la eximente de la legítima defensa debido, entre otros motivos, a que para
la invocación de dicha eximente se les exige que la agresión ilegítima de la cual se
defiendan sea actual o inminente. Ahora bien, esta imposibilidad de valerse de la causal
de justificación prevista en el art. 34 inc. 6° del Código Penal se constará mayormente en
los eventos no confrontacionales, tales son los casos de la mujer que mata a su
maltratador cuando éste duerme luego de amenazarla de muerte (Roa Avella, 2002:66) o
de aquella que da muerte aprovechando que el varón está desprevenido, embriagado, de
espaldas, volvió al hogar común después de una pelea, o que se encuentra
momentáneamente desarmado.

Ya sea que se interprete que la agresión deba actual o que se interprete que la agresión
deba ser inminente, las posibilidades de que la mujer pueda matar a su atacante son
prácticamente inasibles tanto en uno como en otro caso. Por un lado, si se interpreta esta
exigencia como que el ataque debe estarse produciendo, este extremo es de difícil
cumplimiento por parte de las mujeres puesto que en el supuesto de estarse el ataque
produciendo, lo habitual es que la mujer no pueda matar al contrincante y deba esperar
que el ataque cese de algún modo. Por el otro, si se interpreta como que el ataque debe
ser inminente, el tribunal necesitará considerar el conocimiento específico de la mujer
para poder apreciar que, en efecto, de acuerdo a sus experiencias previas, la mujer podía
pensar que el ataque era inminente (Larrauri, 1994). Sin embargo, la incorporación de los
conocimientos específicos previos colisiona con la línea doctrinaria y jurisprudencial que
entiende que las causas de justificación no pueden interpretarse de acuerdo a un juicio
individualizado sino respetándose el estándar del hombre medio.

El indeterminado concepto de hombre medio se transforma así en un valladar erigido en


la aplicación de esta causal de justificación en los casos de mujeres supervivientes que
matan a sus parejas varones en tanto aquél plantea dificultades en la valoración de la
realidad vivida por estas mujeres. Retomando las consideraciones teórico-feministas
efectuadas en el acápite introductorio, vale poner de relieve que, por motivos culturales e
históricos, las construcciones que se refieren al individuo, al hombre y/o al ciudadano han
sido identificadas y construidas desde lo masculino como un referente que no es inclusivo
en materia de género. Esto trae consecuencias en el análisis de la ausencia de
responsabilidad penal, derivadas de las elaboraciones marcadamente masculinas que
acompañan la satisfacción de los requisitos de figuras como la legítima defensa (Roa
Avella, 2002:62).

La referencia al parámetro objetivo del hombre medio -o incluso de la mujer media- es


insuficiente de caras al análisis de las eximentes de responsabilidad en tanto importa
desconocer las especiales circunstancias del autor o de la autora que condicionan su
particular subjetividad. En esta línea de pensamiento, Roa Avella (2002) postula que debe
descartarse el parámetro del hombre medio y/o la mujer media cuando hablamos de una
mujer sometida a malos tratos constantes que puedan haber afectado su capacidad de
reacción, su autoestima, su autopercepción y sus posibilidades de defensa. Se requiere
que se valore una mujer situada en ese escenario y con las consecuencias que de ello se
derivan. Que ello deba ser así obedece a que “la mujer víctima de maltrato no es una
mujer media, es precisamente una mujer ubicada en un contexto específico, con
características especiales derivadas de ese maltrato y que harían desigualitario y
discriminatorio que se le exija actuar negando esa realidad que la rodea”.

Siguiendo esta postura, señala Williams (2009:277) que “para entender por qué una mujer
en esta situación de violencia aguda y crónica mató a su agresor, y por qué esperó hasta
que él estuviera dormido para hacerlo, una debe entender su experiencia de género,
como mujer y como madre. Esto no implica que debamos tener una norma para defensa
propia de las mujeres, y otra para la de los hombres” sino que la doctrina penal
tradicional, concebida por hombres e interpretada para encajar en los extremos propios
de la vida masculina, debe ser extendida a los extremos propios de la vida femenina
(Angel, 2007:1). Es decir, no se pretende quitarle objetividad a los parámetros de la
legítima defensa sino reconocer que en el escenario de la mujer superviviente debe
hacerse un examen de sus requisitos bajo una perspectiva situada que pondere y tenga en
cuenta que no se trata de una mujer cualquiera -mujer media- sino de una mujer en un
contexto específico -mujer víctima de violencia de género en el ámbito doméstico- (Roa
Avella, 2002:62).

En virtud de estas anotaciones, puede decirse que la inminencia de la agresión ilegítima


en los casos de mujeres supervivientes debe determinarse indagando acerca de lo que la
persona razonable hubiera hecho estando en la particular situación de la autora, lo cual
permitirá que se tome en cuenta, por un lado, cualquier conocimiento que tenga la mujer
que se defiende del carácter pendenciero del agresor así como también de los actos
violentos cometidos por éste en el pasado y, por el otro, las características físicas -
incluyendo el sexo/género- de quien agrede y quien se defiende (Casas, 2014:15).

A lo hasta aquí expuesto se suma la consideración de que, en el caso de las mujeres


víctimas de violencia constante por parte de sus parejas hombres, la agresión jamás
pierde actualidad toda vez que el control de la situación sigue en manos del agresor y la
defensa se efectúa en un contexto en el cual la agresión no cesó; ello en el entendimiento
de que el suceso -esto es, la agresión masculina desencadenante de la defensa femenina-
debe leerse como parte de un proceso histórico donde no existe una cesura precisa entre
el comienzo y el fin de la agresión (Casas, 2014:14).

Desde este prisma analítico, la Sala Segunda de la Suprema Corte de Justicia de Mendoza
(23/06/2014) en el marco de la causa caratulada “F. C./ R. E., C. Y. P/ homicidio simple s/
casación” entendió que al examinar la extensión que debe asignarse a la legítima defensa
fragmentar la situación que vive la mujer superviviente -entendiendo que su defensa sólo
puede tener lugar en el preciso momento en que sufre un golpe- equivaldría a olvidar que
ha sido golpeada anteriormente y que volverá a ser golpeada después. “Tanto el
condicionamiento social de género como la especial situación de continuidad de la
violencia a que está sometida la mujer golpeada, obligan a entender que el ámbito de la
legítima defensa necesariamente debe extenderse más allá del momento preciso de la
agresión ilegítima, y por esto cuanto la agresión ilegítima no es algo que ocurre en un
momento aislado, sino que forma parte de un proceso en que se encuentra sometida la
mujer golpeada y del cual no puede salir por razones psicológicas, sociales e incluso por
amenazas que sufre de parte del agresor”.

Profundizando estas ideas, cabe observar que la ya mencionada Roa Avella (2002:67)
explica: “Inclusive puede que el peligro permanente no esté dado por manifestaciones
verbales ni físicas, el maltratador logra establecer un lenguaje no verbal para mantener
intimidada a su víctima y hacerle entender con una mirada, un gesto amenazante o una
seña que represente una agresión mortal que en cualquier momento el ataque se
producirá. Y en efecto, el ciclo de la violencia permite afirmar que el violento ataque se
producirá. ¿No es ello el vivo ejemplo de la permanencia del peligro? Es claro que tal
peligro es asimilable a la inminencia”.

En sintonía con esta postura, sostuvo el Superior Tribunal de Justicia de la Provincia de San
Luis (28/02/2012) en el marco de la causa caratulada “G., M. L. s/ homicidio simple”:
“Cabe destacar que en un contexto de violencia doméstica, la mujer se encuentra
entrampada en un círculo, donde la agresión siempre es inminente, precisamente porque
es un círculo vicioso del que no puede salir, porque tiene miedo a represalias, sabe que en
cualquier momento la agresión va a suceder, los celos siempre existen, con lo cual la
inminencia está siempre latente, generalmente no se formulan denuncias por miedo, la
víctima de violencia se va aislando y muy pocas veces cuenta todo lo sucedido, ya sea por
miedo o vergüenza”. A ello se agrega la crítica formulada al pronunciamiento de su
inferior jerárquico en tanto omitió ponderar los celos excesivos del occiso para con la
imputada atento los mismos “…generaban un estado de violencia permanente…” así como
también otros fenómenos característicos de la violencia de género, tales como la negativa
a formular denuncias o la ausencia de testigos presenciales derivada de que los episodios
violentos suelen ocurrir en el interior del hogar.

Más adelante en el tiempo, de manera similar se pronunció la Sala Sexta del Tribunal de
Casación Penal de la Provincia de Buenos Aires (05/07/2016) en el contexto de las causas
caratuladas “L., S. B. s/ recurso de casación interpuesto por Particular Damnificado” y “L.,
S. B. s/ recurso de casación interpuesto por Agente Fiscal” señalando que desde la
perspectiva de género la exigencia de que concebir la actualidad de manera puramente
temporal y entendida como tiempo presente implicaría negarle a la mujer la posibilidad
de salir airosa del enfrentamiento. “En este sentido, no debe entenderse a la violencia de
género doméstica como compuesta por hechos aislados sino como una agresión continua,
incesante, porque existen ataques en forma permanente a ciertos bienes jurídicos como la
libertad, la seguridad y la integridad física y psíquica”. A este criterio interpretativo agrega:
“la violencia de género tiene justamente la característica de permanencia puesto que la
conducta ilegítima del agresor hacia su víctima, en la situación de convivencia, aparece en
todo momento y bajo cualquier circunstancia desencadenante, generando en la víctima
temor, preocupación y tensión constantes que la tienen a la espera permanente de una
agresión inminente…”.

Larrauri (1994) formula tres críticas al razonamiento seguido por los tribunales de Estados
Unidos de América y Alemania en oportunidad de juzgar los homicidios perpetrados por
mujeres a su parejas. La primera de dichas críticas es que a partir de acreditarse la
existencia de maltrato previo desplegado por los hombres sobre sus parejas mujeres,
infieren los magistrados la existencia de dolo de matar como indicio que descarta que las
mujeres hayan matado en legítima defensa de sus derechos. La segunda de estas críticas
es la calificación como homicidio alevoso en consideración del aprovechamiento por parte
de la mujer de las circunstancias de embriaguez de su marido para darle muerte o que
éste se encontraba dormido. La tercera de las críticas que le merecen a la autora es la
aplicación del eximente de trastorno mental transitorio. Por su conexión con el tema
analizado en el presente subapartado, nos detendremos aquí a analizar la segunda de las
críticas formuladas por la autora sindicada.

Lejos de ser valoradas las particulares circunstancias de las cuales se debe valer una mujer
que sobrevive al maltrato de su pareja para terminar dándole muerte a ésta, aquéllas son
convertidas en extremos a partir de los cuales construir la agravante de la alevosía. En
este sentido, explica la autora de mención que en numerosas sentencias -especialmente
alemanas- hubo apreciado que el tribunal aplicó la alevosía por la “forma cautelosa y
taimada” en orden a haberse constatado que la mujer aprovechó que su marido estaba
embriagado, desprevenido, durmiendo, o de espaldas para darle muerte.
Entonces, el razonamiento tradicional sería el siguiente: si la alevosía es ejecutar el hecho
aprovechando o buscando la indefensión de la persona, la mujer se aprovecha de la
situación en que el marido está indefenso y, en consecuencia, mata alevosamente. Sin
embargo, sostiene la autora que la alevosía sólo tiene sentido cuando existe la alternativa
entre realizar el hecho o realizar el hecho en forma tal que se asegure su ejecución, de
manera que frente a dos formas posibles de matar se opta por la más segura. “Pero
precisamente esta alternativa no está al alcance de la mujer. La mujer que tiene intención
de matar a su marido debe normalmente optar entre realizar el hecho con alevosía o no
realizarlo”. Y agrega: “No se trata de que elige la norma más grave sino que en ocasiones
es la única posible”.

No es plausible exgirle a la mujer que la agresión sea actual -en el sentido de estar
produciéndose- y pretender que acabe con la vida de su pareja varón. Tomando el
razonamiento seguido por el Tribunal Supremo norteamericano, concluye que exigir que
el ataque sea actual equivale a condenar a la mujer superviviente a “una muerte a plazos”.
La inclusión de la perspectiva de género demanda que los tribunales contemplen que en
numerosos casos en los que se produce la muerte de la pareja varón el ataque está
meramente interrumpido -por ejemplo, por haber caído al suelo, por encontrarse
momentáneamente desarmado, etc.- pero que se continuará a la brevedad. En otros
casos -por ejemplo, el marido embriagado, marido que vuelve a casa después de una
pelea, marido dormido, etc.- los tribunales debieran considerar que la “actualidad” de la
defensa no es un requisito autónomo sino exclusivamente una forma de precisar la
necesidad de la defensa.

Recorriendo este camino de ideas, la Sala Sexta del Tribunal de Casación Penal de la
Provincia de Buenos Aires (05/07/2016) en el marco de las causas arriba citadas afirmó
atendiendo a “…las características particulares de socialización, educación, experiencias
personales -inclusivas o no de violencia doméstica- y, muchas veces, contextura física de la
mujer, es claro que ésta debe defenderse cuando el hombre se encuentra desprevenido y
con sus defensas bajas, a diferencia del hombre que comúnmente no necesita de esta
circunstancia para consumar su defensa”.

Para terminar de ilustrar irracionalidad de la rígida exigencia del extra normativo


requerimiento de inminencia en la agresión en los casos de homicidios cometidos por
mujeres víctimas de violencia familiar, postula McColgan (2014:56-57) el caso hipotético
de un rehén de unos terroristas al cual estos últimos -expresa o tácticamente- le hacen
saber a aquél que en los próximos días lo van a lastimar seriamente o lo van a matar.
Explica la sindicada autora que en el supuesto del rehén, los tribunales no le exigirían a
éste que espere hasta el momento en que sus captores le apunten con un arma de fuego
antes de permitirle utilizar la violencia contra los mismos. “No puede estar
completamente seguro que sus captores van a cumplir con la amenaza de muerte, pero
tampoco se puede esperar razonablemente que posponga su uso de la fuerza hasta que
llegue el tiempo en que él probablemente ya no podrá defenderse dada la superioridad
numérica de sus captores o por el hecho de que sus captores están armados y él no. Su
único método factible de escape sería aprovecharse de una oportunidad de atacar a sus
captores mientras están dormidos o de otra forma vulnerable”.

A partir de esta ejemplificación, concluye la autora en estudio que la ausencia de


inminencia en la agresión ilegítima no debiera dar pie al descarte de la legítima defensa en
aquellos supuestos en los cuales no existiera otra alterativa “real” para quien fuese
amenazado de muerte. Conectando el ejemplo del rehén de los terroristas -al cual no se le
exige que espere a que sus captores le coloquen el arma de fuego en la cabeza para darles
muerte cuando estos se encuentren en una posición vulnerable- con el caso de la mujer
superviviente que da muerte a su pareja, entiende la autora que -al igual que la persona
secuestrada- la mujer superviviente se encuentra envuelta en una situación potencial de
amenaza de muerte. Entonces,“así como una persona secuestrada puede pensar que un
desesperado intento de libertad puede resultar en su muerte más que en su libertad,
también puede pensar razonablemente la mujer maltratada que cualquier intento de
escapar puede terminar en su muerte más que en su libertad”. Profundizando esta lectura
con enfoque de género de la legítima defensa, descarta la búsqueda de ayuda en personal
policial o el escape del hogar como adecuadas herramientas alternativas al despliegue de
fuerza mortal por parte de la mujer superviviente en tanto aquéllas resultan ser
temporales e inidóneas para culminar con la situación de abuso por parte de su pareja.

(b) La necesidad racional del medio empleado en la defensa en clave de género:


Primeramente huelga anotar que la doctrina penal tradicional ha sabido ser aún más
cautelosa en la aplicación de la legítima defensa cuando entre agresor y agredido existe
una relación de proximidad en el entendimiento de que de dicha relación emanan ciertos
deberes especiales que exigen que el agredido adopte en su defensa el medio menos
lesivo para con su agresor aunque el dicho medio menos lesivo no le asegure cabalmente
su defensa. Así pues, se afirma que en el marco de las relaciones de garantía como lo son
las relaciones de pareja existen limitaciones para invocar la legítima defensa en la medida
que cuando uno de los miembros de la pareja sea agredido a manos del otro está obligado
aquél a escoger el medio defensivo que aparezca como el menos lesivo, aunque éste no
resulte absolutamente eficaz e inclusive implicando la exposición del agredido a ser
lesionado en sus bienes jurídicos (Bacigalupo, 1987; Jakobs 1997). Otro sector doctrinario,
aunque también carente de perspectiva de género, apunta que el deber de especial
consideración derivado de esta suerte de posición de garante se mantiene siempre y
cuando no se rompa como consecuencia de maltrato doméstico constante (Roxin, 1992;
Maurach-Zipf,1994).

Estas formulaciones de corte teórico gestadas desde una óptica insensible al género
estimo pueden ser traducidas en las ideas de “sentido común” referidas a que si el
maltrato que la mujer recibe en el ámbito doméstico fuese real, ésta huiría del hogar; que
la mujer permanece en el hogar común porque es una vaga “mantenida” y abandonar a su
agresor le significará trabajar; o incluso que a la mujer le agrada que la golpeen toda vez
que, de no ser así, no permanecería en el hogar. Si continuamos este sendero de ideas
insensibles al género y las hacemos descender directamente a la situación de la mujer
inserta en un contexto de violencia doméstica que da muerte a su pareja, la exigencia de
que recurra al medio más suave para su defensa aunque él sea más inseguro advierto se
traducirá en que la mujer disponía de mecanismos menos lesivos para terminar con la
situación de violencia. Se le exigirá a la mujer superviviente haber activado dispostivos de
prevención específicamente diseñados para atender a casos como el de ella. Puede
pensarse en la exigencia de que denuncie maltrato en las comisarías específicas, que
active el llamado “botón antipánico”, que recurra a organizaciones gubernamentales y/o
no gubernamentales en busca de asesoramiento jurídico gratuito, haber convocado a
personal policial para que la auxilie frente a la agresión, haber buscado ayuda en su red de
contención, etcétera.

Se ha advertido en las decisiones de órganos jurisdiccionales españoles y alemanes que la


exigencia derivada del vínculo de solidaridad existente consistente en que se utilice el
mecanismo más benigno para la defensa, en el caso de la mujer superviviente implica que
acuda a otras posibles herramientas con anterioridad al despliegue de la defensa. Ilustra
Roa Avella (2012:64-65) diciendo que las sentencias extranjeras afirman que a la mujer le
asiste la posibilidad de abandonar el hogar, denunciar o pedir ayuda a la policía y, peor
aún, que se interpretan los antecedentes de maltrato en contra de la mujer en el
entendimiento de que, habiendo sufrido anteriores episodios de maltrato, aquélla podía
conocer que el episodio que desencadenó su defensa tampoco sería mortal. Más
llanamente, estos tribunales extranjeros suelen ser reacios a considerar penalmente
justificada la conducta de la mujer que, inmersa en un cuadro de violencia de género, da
muerte a su pareja en el entendimiento de que aquélla disponía de “otros medios” para
poner fin a la situación de maltrato; es decir, que tenía a su alcance mecanismos
alternativos al uso de fuerza mortal.

Advierte Larrauri (2002:7) que no puede aseverarse en abstracto que la mujer disponía de
“otros medios” sino que una afirmación del estilo exige un análisis del caso concreto,
estudiando cuáles medios se encontraban al alcance de la mujer y evaluando si tales
medios a su disposición eran adecuados y le eran exigibles. Continuando esta línea de
pensamiento, sostiene esta autora que el requerimiento de exigencias legales pensadas
para contextos masculinos conlleva que la legítima defensa sea apenas discutida como
causa de eximente de responsabilidad penal en los supuestos de mujeres supervivientes
que matan a sus parejas.

Siguiendo este sendero de ideas, la Sala Segunda de la Suprema Corte de Justicia de


Mendoza (23/06/2014) en el contexto de la ya citada causa caratulada “F. C./ R. E., C. Y. P/
homicidio simple s/ casación” consideró “…que la afirmación de que “existían otros
medios disposibles parece realizarse en el reino de lo ideal, que “el medio menos lesivo no
está a disposición de las mujeres” y que para defenderse “debe obligatoriamente utilizar
un medio de mayor intensidad que el del hombre”. Que “en síntesis, repetir
mecánicamente que existen otros medios y, simultáneamente, reconocer que no están
disponibles, o que ha probado no ser eficaces, o que no son exigibles, implica admitir que
en la práctica éstos no existen”.
Continuando este análisis, la Sala Sexta del Tribunal de Casación Penal de la Provincia de
Buenos Aires (05/07/2016) en el marco de las caratuladas “L., S. B. s/ recurso de casación
interpuesto por Particular Damnificado” y “L., S. B. s/ recurso de casación interpuesto por
Agente Fiscal” también estimó que, en el caso concreto, los medios menos lesivos
sugeridos por los acusadores -denunciar, huir con su hija, separarse- únicamente serían
realizables en un plano ideal en tanto el plano real plasmado en las estadísticas existentes
refleja lo contrario -esto es, la imposibilidad objetiva y subjetiva de escapar fácilmente del
círculo de violencia doméstica- a la par que contradice el contenido de la normativa
internacional específica en materia de género. “Por todo lo expuesto, no resulta idóneo
impedir o repeler una agresión en circunstancias de violencia doméstica utilizando
medidas disuasivas y advertencias, pues éstas podrían provocar reacciones aun más
violentas; por lo tanto, el medio más idóneo será el medio más seguro, que es muchas
veces el más grave o duro”.

Una construcción de la dogmática penal no contemplativa de la experiencia femenina trae


aparejada la figuración de la justificación de la conducta homicida para aquellos casos en
los cuales un varón se defiende de otro varón que lo agrede en un espacio público.
Tomando las ideas de McColgan (2014), podemos valernos del paradigmático ejemplo de
la discusión entre dos extraños en un bar que amenaza con escalar hacia violencia física.
Este tradicional supuesto admite esperar razonablemente que el agredido se aleje o huya
del lugar -el bar-. Pero entendemos que este pensamiento no puede replicarse
automáticamente cuando es una mujer la que se defiende de un hombre en el ámbito
doméstico. Esperar que la agredida huya del lugar equivale a exigirle que abandone su
hogar y, eventualmente, que deje a sus hijos/as con el agresor. Otra posibilidad sería
pedirle que lleve a sus hijos/as con ella, mermando sus posibilidades de encontrar
alojamiento pero también forzándola a lidiar con la idea ser responsable directa de
modificar drásticamente la vida del grupo familiar y, en especial, la de sus hijos/as. En este
particular contexto, sostiene McColgan (2014) que “la falta de prestaciones sociales
adecuadas y viviendas a bajo precio y la extendida percepción de la policía como hostil o
al menos apática a lidiar con los asuntos “domésticos”, junto con un a veces bien fundado
miedo a una represalia, disuaden a las mujeres de dejar a sus abusadores”. Y añade:
“Incluso sin navegar las turbias aguas del llamado “síndrome de la mujer maltratada” está
claro que visto desde la perspectiva de la mujer, el uso de la fuerza sería la única manera
de escapar a un espiral ascendiente de violencia el que, según ella, acabará con su
muerte”.

Pretendiendo explicar por qué la mujer víctima de violencia doméstica no suele


abandonar su hogar, se ha evidenciado la incidencia de la dependencia ecónomica y/o
emocional, el miedo, la depresión, la falta de autoestima y la creencia en las promesas de
cambio por parte de su pareja. A mayor ahondamiento, la psicología ha sabido decir que
la inacción de la mujer respondería al padecimiento del “síndrome de indefensión
aprendida” que produciría que aquélla pierda la capacidad de tener el control sobre su
propia vida así como también la capacidad de defenderse y, en consecuencia, no pueda
detener las agresiones. Desde esta perspectiva, se explica que “la mujer permanece en la
relación no porque le guste, o porque en realidad no tema por su vida; no se va porque no
cuenta con los recursos o la fuerza para hacerlo” (Di Corletto, 2006:6-7).

Poniendo el acento en el temor de la mujer a una represalia como consecuencia de haber


tentado finalizar la relación de pareja, Di Corletto (2006:7) mantiene que “los estudios dan
cuenta de que las agresiones más feroces se dan en el momento en que la mujer intenta
irse”. Indica que la mujer que abandona a su marido se enfrenta a un riesgo mayor de ser
lesionada o asesinada, ello por cuanto la pretensión de independencia de la mujer y, más
específicamente, el acto de separación, exacerban la violencia masculina. Agrega la autora
que “el momento de la separación es reconocido como el período más peligroso en una
relación de maltrato y se estipula que puede durar hasta dos años después de terminado
el vínculo”.

En esta dirección, se desprende de los votos individuales de Highton de Nolasco y Argibay


(01/11/2011) en el marco de la causa “L., M. C. s/ homicidio simple” que lejos se
encuentra la mujer superiviviente de decidir libremente permanecer en la misma vivienda
que su agresor. Más concretamente, las Magistradas pusieron en crisis el argumento de su
inferior jerárquico consistente en desechar la legítima defensa en función de “libremente”
haber permanecido en el domicilio común de la pareja, advirtiendo que tal tesitura se
daba de bruces contra la normativa específica nacional e internacional en materia de
género.

Desde la perspectiva de género, al medirse la racionalidad del medio empleado en la


defensa debe recogerse la experiencia de la mujer víctima de violencia doméstica y, para
ello, será necesario meritar “…el drama que vive diariamente al lado del tirano de la casa,
su desventaja natural física y psicológica para enfrentarse a él y sus minadas capacidades
como resultado de la feroz violencia que influye en los medios, momentos y escenarios en
los que puede defenderse” (Roa Avella, 2012:63).

Adoptando la inteligencia de que la necesidad racional del medio empleado debe medirse
desde la particular óptica de la mujer inmersa en un contexto de violencia doméstica,
deberá pensarse en que las capacidades de quien se defiende deben de ser ponderadas al
analizar la herramienta elegida por la mujer para dar muerte a su pareja. En este mismo
sentido, expone Di Corletto (2006:7): “a fin de evaluar si el uso de un arma por parte de
una mujer golpeada constituye una legítima defensa, se debe reflexionar sobre las
desventajas típicas de las mujeres con relación al tamaño y a la fuerza y a la falta de
entrenamiento en su protección física, a diferencia del que reciben los hombres”. Para
ilustrar esta anotación, valga señalar que en el caso de la mujer que se defiende armada
de un hombre desarmado deberá contemplarse la superioridad física del hombre al
analizar la racionalidad del medio empleado en la defensa.

(c) La intención defensiva por oposición a la intención vindicativa: El elemento subjetivo


requerido para la aplicación de la legítima defensa, es decir, la constatación de que el
agente tenía la intención de defenderse, ha dificultado eximir de responsabilidad penal a
las mujeres supervivientes que matan a sus parejas, especialmente, en eventos no
confrontacionales. El aprovechamiento de la mujer de períodos en los que el matratador
está dormido o ha bajado la guardia, ha sido interpretado como alevoso o vengativo,
derivándose de ello el descarte de que la mujer tuviera la intención de defenderse y, en
consecuencia, el descarte de la aplicación de la legítima defensa (Roa Avella, 2012:67).

Como se marcó arriba, Larrauri (1994:1) formula tres críticas al razonamiento seguido por
los tribunales estadounidenses y alemanes al momento de juzgar los casos de mujeres
supervivientes que dan muerte a sus parejas alegando hacerlo en defensa legítima de sus
derechos. La primera de dichas críticas se refería, precisamente, a descartar el dolo de
lesión al inferir el dolor de matar a partir del arma empleada por la mujer para dar muerte
a su maltratador, generalmente cuando el hombre había bajado la guardia o se
encontraba de algún modo desprevenido. Pues bien, corresponderá en este subapartado
puntualizar que la autora mencionada señala que en todas las sentencias que hubo
consultado en las cuales una mujer ataca a su marido se afirma que existe ánimo de
matar, exceptuándose una única en la cual ello no ocurría. Más específicamente, refiere
que las sentencias por ella estudiadas repiten mecánimente que “el cuchillo de grandes
proporciones utilizado no deja lugar a dudas de que la intención de la mujer era causar la
muerte a su pareja”.

Poniendo en crisis el razonamiento tradicional apuntado, la autora bajo estudio señala


que si bien habitualmente se acostumbra inferir el dolo homicida, fundamentamente, a
partir del arma empleada por el agente y la zona del cuerpo de la víctima afectada, éste
razonamiento adecuado cuando se analiza una pelea entre hombres, pierde plausibilidad
cuando quien se enfrenta a un varón es una mujer. Siguiendo esta línea crítica, propone
que en el segundo de los supuestos anotados, debiera ponderarse que, aún cuando
quisiera lesionar, la mujer debe utilizar un arma de grandes proporciones puesto que, no
obstante para el hombre existe la alternativa de “golpear con las manos” o “matar con un
arma”, esta opción no existe cuando una mujer se enfrenta a un hombre.

Asimismo, advierte en las sentencias extranjeras por ella analizadas que el dolo homicida,
en desmedro del dolo lesivo, es inferido también a partir de las malas relaciones
conyugales, las frecuentes discusiones y/o las múltiples palizas sufridas por la mujer. De
esta manera, se corrobora que el historial de maltrato en la esfera doméstica juega de
forma distinta para el hombre que para la mujer, ello por cuanto si el hombre golpeó a la
mujer durante un año y finalmente la mata, las palizas anteriores sirven como prueba de
que tampoco en esta ocasión la quería matar sino que “se le fue la mano”. Sin embargo, el
maltrato continuado produce el efecto opuesto cuando se juzga la conducta de la mujer
toda vez que, en ese caso, se afirma “…que cuando reacciona no busca sólo la lesión sino
la muerte, no sólo la defensa sino la venganza”.

Continuando la inteligencia sostenida en los subacápites predecentes, la evaluación de la


intencionalidad defensiva de la agente también debe hacerse con perspectiva de género
derivándose de ello la consideración de la particular situación de la mujer inserta en un
contexto de violencia de género ejercida por un varón con quien mantiene una relación de
pareja sentimental. Así pues, “el elemento subjetivo de la causal también debe responder
a la realidad de la mujer víctima de maltrato, enfocándose su exigencia a la intención de
hacer prevalecer su derecho a una vida sin violencia, más allá de la intención específica de
defenderse del maltratador” (Roa Avella, 2012:67).

En este orden de cosas, se avizora que la filtración con contenido de género del elemento
subjetivo de la legítima defensa importa discontinuar su valoración tomando ciegamente
los criterios históricamente sostenidos en el campo jurídico-penal, como si estos fuesen
parámetros objetivos aplicables a todo/a agente con independencia de su género, para
pasar a considerar la situación del/la agresor/a atendiendo a su género puesto que sólo
así se arribará a una solución jurídica verdaderamente justa. Siguiendo esta línea de
razonamiento, el empleo de arma por parte de una mujer frente a su agresor desarmado
no puede conducir automáticamente al operador jurídico a la inferencia de ánimo
vindicativo en detrimento de ánimo defensivo; ello por cuanto la consideración de las
características físicas y emocionales de la mujer posiblemente nos permita concluir que el
valimiento de arma es la única herramienta que permitirá a aquélla su supervivencia o, al
menos, salir ilesa de la agresión masculina. Desde esta óptica, cobra vital importancia la
ponderación de que, como regla general, las dimensiones y habilidades físicas de las
mujeres son más disminuidas que las de los hombres a la par que, mientras estos
históricamente han sido socializados para ser violentos, todo lo contrario ocurre con las
mujeres, por lo cual luce poco probable imaginar a una mujer defendiéndose de un
hombre a golpes de puño.

Esta lectura de la legítima defensa que interpela su tradicional interpretación carente de


tintes de género entiendo posibilitará su aplicación a los casos de mujeres que, en un
contexto de violencia de género, den muerte a sus parejas -ello sin perjuicio de que
alguna/s argumentación/es pueda/n extenderse a otros supuestos en los cuales sean
mujeres quienes demanden su aplicación- sin embarcarnos en la importación de
conceptos elaborados en el extranjero para justificar el accionar de mujeres que mataron
a sus parejas. Con esto pretendo decir que, a mi modo de ver, una interpretación de la
legítima defensa con perspeciva de género como la que vengo de exponer permitirá la
justificación de las conductas aquí estudiadas sin que sea necesario echar mano a las
nociones de “síndrome de la mujer maltratada” y “síndrome de la indefensión
aprendida”[viii].

4.- Experiencia local: Cómo resuelve la justicia penal marplatense los casos de mujeres
supervivientes que matan a sus parejas sentimentales

Este apartado se dirigirá al estudio de las dos sentencias que hubieron de ser dictadas por
tribunales pertenecientes al Departamento Judicial de Mar del Plata con motivo de
homicidios de varones cometidos por quienes fueran sus víctimas en el marco de una
relación de pareja signada por el flagelo de la violencia de género. Para facilitar la lectura
de este acápite, se abordarán separadamente las dos sentencias judiciales cuyo estudio
aquí se propone y en cada caso se efectuará primeramente un breve racconto de los
hechos para luego adentrarnos al desbroce de los argumentos jurídico-penales plasmados
cada texto sentencial.

(a) Sentencia dictada el día 21/09/2005 por el Tribunal en lo Criminal n° 3 del


Departamento Judicial de Mar del Plata en el marco de la Causa n° 3.102 caratulada “B., G.
L. s/ homicidio calificado”: El Tribunal de juicio entendió acreditado el siguiente hecho: “El
18 de agosto de 2004, aproximadamente a las 18.00 horas, en circunstancias en que G. B.
y su hija J. P. J. regresaban caminando a su domicilio (…) de esta ciudad, fueron
interceptadas en la entrada por A. P. J., esposo de la primera y padre de la segunda, quien
violentamente les cruzó la camioneta en que se movilizaba, las insultó, amenazó y
comenzó a pegarles trompadas y paradas obligando a las mujeres a ingresar a la casa.

Hacia el mes de mayo del mayo del mismo año J., que se había separado de hecho de B.,
inició convivencia con su cuñada M. G., la cual había sido además empleada del
Minimercado que el matrimonio J.-B. tenía en la planta baja de su casa. Pese a la
separación J. seguía concurriendo a la vivienda, ello con el doble propósito de continuar
percibiendo las ganancias del comercio y de seguir manteniendo relaciones sexuales con
su esposa G. B., muchas veces contra la voluntad de ella.

Volviendo a lo ocurrido el día 18 de agosto, una vez que madre e hija fueron forzadas por
J. a ingresar a la casa, comenzó para ellas un verdadero calvario, que incluyó una serie
ininterrumpida de golpes de A. J. hacia G. B. que le causaron múltiples lesiones. La
violencia se ejerció, además, rompiendo vidrios y blandiendo en forma amenazante un
arma de fuego, la que J. usualmente portaba y que en la ocasión se disparó dos veces
hacia la persona de G, B. en el local de la planta baja, obligándola luego a subir a la casa
con la finalidad de mantener relaciones sexuales. En forma intimidante, arma de fuego en
mano, J. llevó a B. a la habitación principal, lugar donde la mujer comenzó a quitarse sus
prendas íntimas, en tanto J. la esperaba acostado en la cama, momento en el cual,
aprovechando un descuido de su esposo, G. B. tomó el arma de fuego que llevaba J. y le
descerrajó dos disparos en la sien derecha, poniendo fin a la agresión y a la vida de quien
hasta ese día había sido su esposo”.

Este cuadro fáctico fue construido a partir de la declaración testimonial prestada por la
hija del matrimonio conformado por la imputada y la víctima fatal del caso, marcándose
que aquélla se encontraba probatoriamente respaldada por constancias objetivas de la
causa así como también en la juramentada de la hermana del occiso, quien fuera
convocada telefónicamente por la acusada y personalmente por su sobrina.
Particularmente, las golpizas a las que la imputada era sometida por parte de su esposo
quedaron patentizadas no sólo a través de su relato, el de su hija y el de un vecino sino
también mediante las constancias documentales incorporadas por lectura al debate. Así
pues, vale destacar que el informe médico confeccionado el día del hecho daba cuenta de
la presencia de lesiones en el cuerpo de la acusada que se compadecían con las agresiones
que describía como desplegadas por su esposo; las constancias de exposiciones civiles en
comisaría local en las que explicaba el maltrato al que era sometida por parte de su
marido habiendo explicado la mujer que no formalizaba las denuncias por temor; y el acta
policial que diera inicio al expediente de la cual se desprendía, entre otras cosas, que los
policias que se apersonaron en el domicilo el día del hecho investigadio constataron la
existencia de dos marcas en cielo raso y pared que razonablemente se correspondían con
los dos disparos de arma de fuego que la imputada describiera como efectuados por su
marido.

Vale destacar que se releva en la sentencia bajo estudio que, en relación a la situación de
maltrato que antecedió el episodio fatal, la acusada dijo “…que J. siempre le había
pegado, que era una persona golpeadora y que el maltrato físico comenzó cuando cursaba
el embarazo de su primer hija. Luego del nacimiento de J., el maltrato aumentó, lo que la
llevó a separarse pero luego, esperanzada de que J. mejoraría, volvió con él.

En los últimos dos años la situación de maltrato se agudizó. Ella cargaba con los hijos, a
punto tal que él ni siquiera asistidó a las reiteradas operaciones de A., el hijo varón de la
pareja. Estaba a cargo del comercio pues desde la separación de J. sólo aparecía a cobrar,
lo que hacía prácticamente todos los días, suscitándose discusiones que terminaban
muchas veces en amenazas y/o golpizas; dijo que no efectuó denuncias por temor, aun
cuando más de una vez concurrió a la comisaría local en busca de ayuda. Mencionó B.
cómo una vez J. le pegó con una pala de punta, concurriendo a la Comisaria Jorge
Newbery, pero allí no le tomaban las denuncias. “Me violó varias veces…”, dijo la
imputada, recordando cómo la forzó a mantener relaciones sexuales las dos o tres veces
que volvió a dormir a su casa luego del mes de mayo de 2004. Dijo B. que fue a la
Comisaría y pidió que mandaran algún patrullero, que pusieran alguna vigilancia para
evitar que su marido entrara a la casa, pero le dijeron que ello no era posible. La
existencia de reclamos de Justicia ante la Comisaría de Jorge Newbery tienen respaldo en
la documental de fs. 24 y 25, exposiciones civiles que la experiencia indica son, muchas
veces, subestimaciones a situaciones de violencia en la familia, en especial contra la mujer
y los niños que deben ser especialmente atendidos por mandato constitucional y legal.
Arts. 10 Constitución Provincial; art. 7 Ley Nacional 24632 Convención Belem do Pará”.

Asimismo, en el decisorio en análisis se advierte que la imputada dijo con respecto a lo


sucedido el día del hecho “…que volvía con su hija del colegio cuando “…su esposo les
frenó la camioneta… las agarró a las trompadas, las llevó al fondo y les sacó las llaves… le
siguió golpeando… hoy va a ser el último día, les gritaba a ella y a su hija… les disparó un
tiro que la dejó dura y luego otro… ello cuando estaban abajo… en todo momento llevaba
consigo un arma de fuego… la golpiza fue continua… Todo esto sucedió en la parte de
abajo…. Luego tomó una botella de vino y la obligó a subir… se sentó en la mesa y rompió
botellas… su hijo estaba doblando y su hija descompuesta, pues presenciaban la escena…
ella no paraba de sangrar de la herida que le había infringido en la golpiza… fue al baño…
él quería acostarse conmigo… yo no podía… me gritaba, me decía que tenía otro hombre…
fui a la cocina y me fue a buscar para ir a la cama… me volvió a pagar… me empecé a sacar
la ropa… él seguía con el arma… siempre me violaba… J. se acostó… luego recuerdo que
estaban en las escaleras…””.

Cabe poner de resalto la observancia en la sentencia estudiada que el representante del


Ministerio Público Fiscal, al formular sus alegaciones finales, estimó que el hombre estaba
dormitando o entredormido al recibir los balazos. Sin embargo, tal apreciación del
acusador público fue descartada por el Tribunal en el entendimiento de que una
valoración probatoria acorde al “benefitio rei” conducía a colegir que el hombre se
encontraba despierto a la expectativa de mantener relaciones sexuales con la imputada,
ello sumado a la existencia de una pluralidad de indicios en ese sentido -estos son: la
violencia previa era incompatible con una relación sexual consentida, la presencia de un
corpiño sobre la mesa de luz, el encontrarse acostado en una cama en la que había dejado
de dormir meses atrás- y que respaldaban lo declarado por la imputada y su hija.

Además, se dio responde a la pregunta formulada tanto por el representante del


Ministerio Público Fiscal como del Particular Daminificado consistente en por qué la
imputada toleró la violencia y no denunció ni los malos tratos ni los abusos sexuales de su
esposo recordando que la nombrada “…dijo en el juicio que quiso hacer denuncias y que
buscó protección policial, pero en la Comisaría le recibían exposiciones y no tuvo
respuestas. También manifestó que le temía a su marido, y que por ello no había insistido
con hacer denuncias. Dijo que tenía la esperanza de que las cosas cambiaran, todo lo cual
se encuentra acabadamente descripto en el informe elaborado por el Centro de Apoyo a
la Mujer Maltratada, hecho por la Licenciada en psicología Alcira Pérez”.

Con este plafón fáctico-prabatorio, no habiendo sido discutida la autoría del suceso
crimonoso, se indicó que la enjuiciada resultaba ser “…la verdadera víctima de este
caso…”, se consideró que la nombrada había actuado en legítima defensa de su vida y, por
ende, se la absolvió del delito de homicidio calificado. En ese camino, se entiendió que la
prueba producida permitía entender colmados tanto la existencia de agresión ilegítima
por parte del esposo como la ausencia de provocación por parte de la esposa, por lo que
la discusión pivotaba sobre si la acción de la acusada podía pasar por el tamiz de la
necesidad racional del medio empleado para impedir o repeler dicha agresión y, más
específicamente, sobre la existencia de “…actualidad o inminencia en la agresión al
momento de efectuarse los dos disparos a la cabeza de J. pues, aún cuando no estuviese
dormido sino acostado con la expectativa de mantener relaciones sexuales con su esposa,
el modo de ingreso de los proyectiles y la disposición del cadáver llevan a concluir que B.
aprovechó un intersticio de cese de violencia para tomar el arma que antes detentaba J. y
poner fin al castigo al que hasta ese momento estaba siendo sometida”.

Para asegurarnos una adecuada claridad expositiva, huelga esquematizar los argumentos
cristalizados a los efectos de resolver el nudo gordiano del caso de la siguiente manera:

(*) La inminencia o actualidad en la agresión valorada desde la particular óptica de la


acusada, quien se encontraba conmocionada tras haber sido sometida a una golpiza,
amenazada de muerte y obligada a mantener relaciones sexuales. En este sentido, cabe
relevar al siguiente fragmento del fallo: “Juzgar la inminencia o actualidad de la agresión, y
la consecuente necesidad racional de la defensa nos debe llevar a situarnos fuera del
escritorio y a ubicarnos en la conmocionada humanidad de la encartada al momento del
hecho, luego de ser sometida a una feroz golpiza, amenazada de muerte y obligada a
mantener relaciones sexuales”.

(*) Si bien la agresión había cesado, en la medida que el hombre se hallaba acostado en la
cama semidesnudo mientras la mujer se desvestía para mantener relaciones sexuales
como aquél le requería, seguramente la golpiza hubiese continuado si ella se negaba a
satisfacer tales exigencias. La huida del lugar a efectos de evitar ser sexualmente sometida
por su esposo se vislumbró como impracticable en atención a la conmocionada
subjetividad de la encausada, al arma de fuego en poder del hombre que éste ya había
sido disparada dos veces, y a la larga distancia que debía recorrer hasta la puerta de
egreso del inmueble. Así pues, se lee en la sentencia: “Estimo que J. había dejado de
pegarle a B. pues, como ésta lo dijo en el juicio, comenzó a desvestirse para mantener las
relaciones sexuales que aquel quería. Es indicativo de ello que J. se acostó semidesnudo
en la cama y que se halló el corpiño de B. sobre la mesa de luz. Pero lo que debemos
preguntarnos es que hubiera sucedido si la mujer se negaba a los deseos de J.; con toda la
seguridad la golpiza hubiera seguido”.

Párrafo aparte se descarta la huida como parte del catálogo de opciones que tenía la
encausada a su alcance para repeler la agresión ilegítima: “El Fiscal ponderó en contra de
B. no haber escapado del lugar. La huida, más allá de la limitación de las opciones propia
de la situación de fuerte conmoción afectiva por la que atravesaba la imputada no era
algo que asegurara su liberación, pues J. estaba armado y ya le había efectuado dos
disparos con anterioridad. A más de ello mediaba un largo trayecto hasta la puerta de
salida: la casa se encuentra en los altos y la puerta en la planta baja. Nada aseguraba que
frente a la negativa a satisfacer sus deseos, huyendo del lugar, J. no la persiguiera y
volviera a agredir con el arma de fuego.

(*) La existencia de peligro cierto derivado de una situación de peligro inminente de


carácter objetivo -conformada por los golpes sufridos, las amenazas con arma de fuego y
la seguridad de que los golpes continuarían si no se prestaba a mantener relaciones
sexuales- pero también de una situación de carácter subjetivo -conformada por el gran
temor que los golpes y las amenazas le habían infundido-. En tal sentido, se dijo: “El
peligro subsistía para B. resultando inminente la continuación de los golpes y la agresión
con el arma de fuego. La acusada corría peligro cierto. Existía amenaza manifiesta de parte
de J. que tornaba inminente el peligro y la situación de riesgo para la vida de B.: de no
acceder a la relación sexual la agresión continuaría (v. Zaffaroni, E. R. “Derecho Penal.
Parte general. Ediar 2001 pág. 624).

Pero a esta situación objetiva de inminente peligro para la vida de la acusada debemos
sumar una subjetiva, también abonada en el juicio. La golpiza y las amenazas sufridas
antes del hecho generaron en la imputada, confirme informara el perito psiquiatra de este
Departamento Judicial Diego Martín Otamendi, gran miedo en su persona. Esa situación
de terror afectó sus valoraciones y limitó sus posibilidades de actuar; conforme el Perito,
vivió la situación con gran temor.

Entiendo, entonces, que en el caso concurren los requisitos que exige la ley para la
invocación de la legítima defensa, pues no sólo procede contra una agresión actual, sino
también contra la que se presenta como inminente. En el caso todo indicaba que de no
ceder a las pretensiones sexuales de su esposo la agresión anterior (dos disparos y los
politraumatismos antes descriptos) se reiniciaría (CP, 34 inc. 6). Quiso poner fin a esa
agresión y no tuvo, desde lo objetivo y desde lo subjetivo, otra forma distinta a la de
utilizar el revólver que había dejado de utilizar J. en la creencia de que dominaba la
situación y que, como tantas veces sucediera, podía volver a usar y abusar sexualmente de
su mujer. B. tomó el arma y disparó contra J. de modo tal que éste no pudiera volver a
agredirla”.

(*) La decisión de la causante de tomar el arma y disparar contra la humidad de su esposo


fue racional en atención a que éste se encontraba armado, ebrio, venía de disparar dos
veces el arma, golpearla con sus puños y amenazarla, y la doblaba en peso. Así pues, se
lee en el texto sentencial estudiado: “La repulsa fue racional: J. estaba armado y había
disparado dos veces en contra de B.; pero no sólo ello, también estaba alcoholizado (…)

Armado, ebrio y habiendo usado el revólver y sus puños minutos antes para amenazar y
golpear a B., con una diferencia física que doblaba en peso a la víctima (más de 100 kilos
contra 50), el peligro aún subsistía, pues J. la esperaba en la cama para mantener las
relaciones exigidas. En ese contexto la decisión de la imputada de tomar el arma que
antes blandía amenazante J. y de disparar contra éste para poner fin a la agresión debe
reputarse racional. Percibió y sintió que su vida corría serio peligro, ello conforme
informaran unánimamente peritos psicólogos y psiquiatras, y en esa situación de fuerte
conmoción tomó el arma y disparó para evitar una nueva agresión que se presentaba
inminente (CP 34 inc. 6to. b)”.

Asi las cosas, cabe formular una serie de anotaciones. Una primera anotación destinada a
poner de resalto que la reconstrucción de los hechos que se entendieron acreditados no
se reduce a describir la materialidad delictiva sino que se inicia refiriedo que J. había
abordado -violentamente- a su esposa e hija y, a su vez, se da cuenta del pasado abusivo
interrumpiendo así el relato cronológico de los hechos. Una segunda anotación dirigida a
destacar que si bien al tiempo del dictado de la sentencia aquí estudiada no había sido
sancionada la ley nacional en materia de género, se advierte que el maltrato dispensado a
la acusada es colocado en un plano central al momento de evaluar la existencia de
actualidad o inminencia en la agresión. Una tercera anotación referida a evidenciar que la
prueba producida permite observar que la acusada era sometida a una serie de malos
tratos por parte de su cónyuge que, al pasar por el tamiz de la normativa actualmente
vigente, deben ser traducidos como violencia de género física, sexual, psicológica y
económica. Entiendo que el maltrato dispensado a la causante por parte de su esposo -
quien había dejado el hogar común para mantener una relación sentimental con su
cuñada- no consistía únicamente en abuso físico y violencia sexual sino también en relegar
resposabilidades de cuidado y crianza de los/as hijos/as en común en la mujer,
abandonarla en el emprendimiento familiar, exigirle las ganancias de dicho
emprendimiento y, para el caso de no ser “suficientes”, golpearla. Una última anotación
enderazada al directo entrelazamiento del caso local con algunas consideraciones teórico-
jurícas plasmadas en los apartados precedentes en tanto la acusada formuló diferentes
exposiciones civiles haciendo así conocedor al Estado de las agresiones sufridas por parte
de su marido, omitiendo aquél activar las medidas de protección necesarias para asegurar
la integridad física, psicológica y sexual de la encartada. Estimo que la inercia estatal
obligó a la mujer a asegurar su superviviencia dando muerte a su agresor, empujándola
ferozmente a transitar por el sistema penal no como la víctima de su esposo maltratador
sino, por el contrario, como su victimaria.

(b) Sentencia dictada el día 08/06/2009 por el Tribunal en lo Criminal nº 2 del


Departamento Judicial de Mar del Plata en el marco de la causa caratulada “T., E. P. s/
Homicidido en estado de emoción violenta”: El Tribunal de juicio entendió debida y
legalmente acreditado que el día 27 de febrero de 2007, siendo aproximadamente las
15:00 horas, en el interior del patio trasero de su vivienda ubicada en nuestra ciudad, la
señora E. P. T., “…luego de sostener una discusión con su pareja conviviente , R. L., quien
venía dispensándole a la misma, desde años atrás, malos tratos, como también
sometimiento físico y psíquico, bajo un estado emocional violento, tomó una escopeta (…)
que se encontraba en la vivienda y le efectuó tres disparos de los cuales impactaron en la
víctima dos de ellos…”, produciendo heridas que causaron su deceso. En consecuencia,
resolvió condenar a la causante por entenderla autora jurídicamente responsable del
delito de homicidio en estado de emoción violenta (arts. 45 y 80, inc. 1° ap. “a” del Cód.
Penal) e imponerle la pena de un (01) año de prisión de ejecución condicional más las
costas del proceso, debiendo cumplir por el plazo de dos años una serie de reglas de
conducta (arts. 26, 27 bis inc. 1° y 29 inc. 3°, del Cód. Penal; art.531 del C.P.P.B.A.).

La prueba producida durante el juicio oral más la incorporada a éste para su lectura
permitió conocer holgadamente que la imputada había sido víctima de violencia de
género no sólo por parte de su última pareja sino también de su progenitor. Lejos de
emplear el término “violencia de género” o, de alguna otra manera, dar cuenta de que el
caso en estudio se enmarcaba en una problemática social concreta que encuentra a las
mujeres como sus principales víctimas, particularmente, en el ámbito doméstico, los
sentenciantes prefieren hablar de “malos tratos permanentes”. En este sentido, puede
leerse en la sentencia en cuestión: “No cabe duda que la víctima L. le venía dispensando a
la imputada desde hacía varios años malos tratos permanentes, consistentes en golpes,
insultos, aislamiento social, trabajos pesados, control y vigilancia sobre todo lo que hacía -
o debía hacer- la imputada”.
Las partes en litigio no discutieron la materialidad delictiva e, incluso, coincidieron en que
se trataba de un homicidio cometido por la encausada en un estado de emoción violenta,
derivándose de ello que ésta fuese la única eximente -incompleta- de responsabilidad
penal analizada por el órgano jurisdiccional interviniente. No obstante el homicidio tuvo
lugar en el contexto de una relación atravesada por la violencia de género y, más
precisamente aún, en el marco de un episodio agresivo, la actuación en legítima defensa
no fue barajada como justificante de la conducta desplegada por la mujer superviviente.

Se observa que para entender que la mujer había matado a su agresor violentamente
emocionada, los sentenciantes hacen mella en dos extremos: por un lado, el elemento
psicológico requerido al exigirse que el/la agente actúe en un estado de emoción violenta
y, por el otro, la existencia de una causa externa que dé lugar a tal emoción violenta.

Sobre el primero de los extremos se lee en la sentencia bajo estudio que, según la
explicación de Peña Guzmán, el homicidio emocional requiere que el/la agente obre
violentamente emocionado/a y, en atención a lo dicho por Creus, el/la agente obra con
los sentimientos exacerbados de tal modo que se hallan desordenados y potentes,
resultándole dificultoso controlar los impulsos de acción contra la víctima. De esta
manera, se expone que “la capacidad de reflexión del agente debe haber quedado tan
menguada que no le permitiera la elección de una conducta distinta con la misma facilidad
que en supuestos normales…”.

Con respecto al segundo de los extremos, tomando a Buompadre, se señala que la


emoción violenta no puede ser producto del propio carácter del/la agente sino que
encontrar su estímulo en una causa externa fuera de aquél. Retomando la explicación de
Peña Guzmán, se afirma que el/la juzgador/a posee un amplio campo valorativo para
evaluar la excusabilidad de las circunstancias que motivan la emoción violenta.

Desde este prisma teórico analiza lo declarado por diferentes testigos en punto al matrato
físico y psíquico reiteradamente sufrido por la causante por parte de su pareja conviviente
durante veinte años, lo informado y declarado por expertos en salud mental así como
también lo relatado por la misma imputada, oteando que se encuentran presentes los
extremos arriba mencionados. Así pues, se ponderó que la agresión física y verbal que el
hombre había dirigido el día anterior a la hija de la imputada -que se encontraba en el
domicilio visitándola- sumada a la discusión y a la agresión física hacia la propia imputada
el día del suceso criminoso, provocaron la violenta emoción de la enjuiciada que la llevara
a efectuarle disparos con el arma de fuego que se hallaba en el domicilio.

En concreto, se dijo: “Entiendo, que la agresión física y verbal a su hija el día anterior y las
recriminaciones que le hizo el mismo dia del hecho en relación a supuestos excesos de
gastos a cosecuencia de la estadía en su cada de la hija de T., sumado a los golpes
propinados ese mismo día, han provocado una conmoción de tal magnitud que en la
imputada han operado como estímulo eficiente para provocar la violenta emoción y
consecuente reacción, siendo ilustrativas las declaraciones testimoniales de los
funcionarios policiales que arribaron al lugar en cuanto al estado de alteración,
nerviosismo y ofuscación que se encontraba la imputada”.

En este orden de cosas, avizoro un pronunciamiento huérfano de dimensión de género no


sólo en la solución jurídica final al condenarse a la mujer superviviente imponiéndosele
una pena exigua sólo en el entendimiento de que sus capacidades reflexivas se
encontraban reducidas producto de las agresiones de su pareja sino también en la
escogencia de un lenguaje “neutro” observado, por ejemplo, al sostenerse que la
imputada fue sometida a “maltrato” o que el homicidio emocional tuvo lugar en el marco
de una “discusión de pareja”. Más aún, si se hacen descender al caso concreto las
consideraciones de los órganos jurisdiccionales superiores más arriba estudiadas, huelga
aquí anotar la nula ponderación de la historia de vida de la acusada signada por la
violencia contra ella ejercida tanto por su pareja durante veinte años como por su
progenitor, dándose tal tesitura de bruces contra la inteligencia jurisprudencial
internacional de entender que la indiferencia, minimización y/o rechazo de antecedentes
de violencia de género pueden acarrear responsabilidad estatal con motivo de la violación
de obligaciones asumidas en materia de derechos humanos de las mujeres y, a su vez,
colisionando flagrantemente contra el entendimiento de los máximos tribunales
bonarenses sostenedores de la necesidad de analizar los casos judicializados desde el
prima de género, decantando esto último en el mérito de las diferencias sexo-génericas en
punto a contexturas físicas empero también respecto a socialización, educación y
experiencias personales -incluida la violencia de género padecida-. Entiendo que la
incorporación de la dimensión de género en los razonamientos de los/as operadores/as
jurídicos/as intervinientes en esta causa penal podría haber conducido -al menos- a
barajar la posibilidad de que la acusada hubiese matado a su pareja defendiéndose
legítimamente en lugar de considerar que lo hizo por hallarse reducidas sus facultades
reflexivas, derivándose de ello que la mujer superviviente transite el sistema penal como
“mentalmente enferma” mas no como víctima de un caso enraizado en un precupante
flagelo social como lo es la violencia de género.

5.- Conclusiones finales

En tanto el derecho penal ha sido históricamente elaborado, interpretado y aplicado


atendiendo a las características, necesidades y experiencias del género dominante, la
conformación de un derecho penal equitativo en términos genéricos demanda su
atravesamiento con contenido de género a través de la consideración de las
características, necesidades y experiencias del género tradicionalmente ignorado. De
hecho, ya han sabido pronunciarse diferentes órganos jurisdiccionales tanto en el plano
nacional como en el internacional afirmando que la perspectiva de género debe permear
todo el tejido jurídico-normativo.

Más específicamente, la legítima defensa es un instituto jurídico-penal que reclama ser


leído con perspectiva de género por cuanto las características, necesidades y experiencias
de las mujeres fueron ignoradas al momento de su construcción, derivándose de ello
posibles complicaciones al momento de aplicar la eximente en cuestión cuando ésta es
invocada por una mujer y, particularmente, por una mujer que sobrevive a situacioes de
violencia de género en el marco de una relación de pareja sentimental con un varón. Si
bien la literatura feminista especializada constata tres escollos que obturarían la
aplicación de la legítima defensa en los casos de mujeres que en contextos de violencia de
género dan muerte a sus parejas, aquí se propuso una lectura de la eximente con
perpectiva de género como herramienta superativa de tales escollos y, en suma,
vehiculizante de la aplicación de la eximente a dichos casos.

En este contexto de ideas, se estudió la situación del Departamento Judicial de Mar del
Plata a través de dos sentencias. Por un lado, en la primera de las sentencias (2005) se
observó la colocación de la violencia ejercida contra la imputada en un plano analítico
central impactando contundentemente en la lectura que se hizo tanto de la inminencia en
la agresión ilegítima como la necesidad racional del medio empleado para defenderse de
dicha agresión; esto significó el dictado de una sentencia absolutoria a favor de la
enjuiciada en orden a haber obrado en los términos del inciso sexto del artículo 34 del
Código Penal. Por el contrario, en la segunda de estas sentencias (2009) se advirtió la
condena de la mujer superviviente por entenderla autora penalmente responsable del
homicidio de su marido en estado de emoción violenta. Con independencia de la solución
jurídica impresa por los sentenciantes, se observa un fallo que adoloce de perspectiva de
género aún cuando el episodio fatal se inscribió en un contexto de violencia de género
ejercida en el marco de una relación de pareja. Resta poner de relieve que la legítima
defensa no fue barajada por ninguno de los operadores jurídicos imbricados en este
último caso estudiado.

6.- Referencias bibliográficas

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woman and a sleeping man”, http://works.bepres.com/marina_angel/1, recuperado
el 26/01/2017.
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de género a la legítima defensa y al estado de necesidad exculpante” en Nova et
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 Williams, Joan. “Igualdad sin discriminación”, en El género en el derecho. Ensayos
críticos, Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, Quito, 2009.
 Zaffaroni, E. Raúl – Alagia, Alejandro – Slokar, Alejandro. Derecho Penal Parte
General, Ediar. Buenos Aires, 2008.
Notas:

[*]

Ludmila Azcue es Abogada (UNMDP). Becaria de investigación UNMDP (actualmente


categoría “A”, anteriormente categoría “estudiante avanzado”). Docente adscripta a la
cátedra de Criminología (Facultad de Derecho, UNMDP). Integrante del grupo de
investigación “Crítica Penal” (Facultad de Derecho, UNMDP). Estudiante de la
Especialización en Derecho Penal (UNMDP). Coordinadora de proyectos de extensión en
contextos de encierro con perspectiva de género (Facultad de Cs. de la Salud y Trabajo
Social, UNMDP).

[i]

Si bien toda la literatura feminista consultada refiere a mujeres “maltratadas” que matan
a sus parejas en legítima defensa, en este trabajo preferiremos hablar de mujeres
“supervivientes” que matan a sus parejas en legítima defensa por cuanto aquel término
podría conducir a reducir la cuestión a un mero conflicto individual y colocaría en un rol
pasivo a las mujeres.

[ii]

Cabe liminarmente aclarar que este trabajo no persigue sostener argumentalmente que
las mujeres víctimas de violencia doméstica deban automáticamente ser absueltas por la
aplicación de la legítima defensa sino que la perspectiva de género debe atravesar las
decisiones judiciales derivándose de ello que la interpretación de la legítima defensa deba
recoger la experiencia femenina y, particularmente, la situación de la mujer víctima de
maltrato en el ámbito familiar.

[iii]

Más concretamente, se consideró la responsabilidad internacional de Perú con motivo de


muertes -total de 41-, lesiones y sometimiento a tratos crueles, inhumanos y degrantes de
internos/as de los pabellones 1A y 4B del Penal Miguel Castro Castro acusados o
sentenciados por los delitos de terrorismo o traición a la patria -presuntamente miembros
del Sendero Luminoso- (párr. 210). Se consideró que los agentes estatales habían usado
ilegítimamente la fuerza y que se trató de un ataque ejecutado para atentar contra la vida
e integridad de los/as internos/as alojados/as en dichos pabellones (párr. 216). Se
contextualizó este caso en el marco de una sistemática violación a los derechos humanos,
en el que hubo ejecuciones extrajudiciales de personas sospechosas de pertenecer a
grupos armados al margen de la ley, como Sendero Luminoso, y dichas prácticas eran
realizadas por agentes estatales siguiendo órdenes de jefes militares y policiales (párr.
236).

[iv]

Se desprende del voto razonado del juez Sergio García Ramírez con respecto a la sentencia
dictada en el Caso Castro Castro (Perú), específicamente sobre la aplicación de la
Convención de Belem do Pará al caso concreto, destaca que es el primer caso en que la
Corte que tiene como personajes principales de manera específica a la mujer (párr. 6). en
el caso se planteó por primera vez la aplicabilidad de la Convención de Belem do Pará,
acerca de la cual no existe pronunciamiento anterior de la Corte (párr. 8).
[v]

En aras de marcar que los cuerpos de las mujeres y niñas de Las Dos Erres recibieron
castigos adicionales a los recibidos por los varones y niños, cabe marcar que si bien todos
ellos fueron encerrados, golpeados y asesinados; sólo mujeres y niñas fueron víctimas de
violencia sexual en el contexto del operativo ejecutado por miembros de las fuerzas
armadas guatemaltecas. Se destaca en el texto sentencial que durante el operativo militar
arribaron al Parcelamiento dos niñas, quienes fueron violadas para ser llevadas con los
militares, vueltas a violar y luego degolladas (párr. 80). Se observa que la crueldad
desplegada por los agentes sobre los cuerpos de las mujeres se acentúa en el caso de las
mujeres embarazadas en tanto, terminado el operativo, se acercaron vecinos de zonas
aledañas y apreciaron sangre, cordones umbilicales y placentas en el suelo producto de
los abortos causados a las gestantes propinándoles golpes e incluso saltando sobre el
vientre de aquéllas hasta que egresaba el feto (párr. 81).

[vi]

Para ilustrar que el derecho penal responde a la cosmovisión masculina, valga reparar en
que en el derecho penal todas las normas se expresan por medio de la fórmula “el que”.
La necesidad de que el lenguaje admita a las mujeres, aún cuando sea por medio de la
trabajosa fórmula “el/la”, puede parecer poco relevante empero debe recordarse que la
formulación actual -“el que”- es un medio para mantener invisibles a las mujeres (Larrauri,
2002:3).

[vii]

Sintéticamente, la legítima defensa importa entender exento de responsabilidad al/la que


realiza una conducta típica bien sea de su persona o derechos propios o bien de la
persona o derechos ajenos, siempre y cuando concurran los requisitos que la ley fondal
requiere. De esta manera, su efecto, en tanto causa de justificación, es el de excluir la
antijuridicidad que se le presume a toda conducta típica. En orden a que la defensa sólo
puede ser legítima cuando no es posible apelar a los órganos o medios establecidos
jurídicamente, se concluye que el fundamento de la legítima defensa se halla en el
principio de que el derecho no tiene por qué soportar lo injusto (Bustos- Hormazábal,
2006:259).

En concreto, dispone el inciso 6° del artículo 34 del ordenamiento penal que no es


punible: “El que obrare en defensa propia o de sus derechos, siempre que concurrieren las
siguientes circunstancias: (a) Agresión ilegítima; (b) Necesidad racional del medio
empleado para impedirla o repelerla; (c) Falta de provocación suficiente por parte del que
se defiende”. De esta manera, es suficientemente claro el precepto legal en punto a los
diferentes extremos que deben constatarse para invocar la legítima defensa y, por
consiguiente, no merecer la conducta ilícito reproche punitivo.
[viii]

Sin perjuicio de estas ideas, no se descarta de plano la plausible inclusión de informes


periciales de expertos en la temática (síndrome de la mujer maltratada y síndrome de la
indefensión aprehendida) hasta tanto la mirada judicial esté suficientemente impregnada
por la cuestión de género.

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