sintetizar lo esencial de la teoría económica y de sus dos ramas aplicadas -estructura e historia-, uniendo a ello lo imprescindible de los conceptos estadísticos, y lo más relevante del vasto mundo de la economía de la empresa -o administración de negocios si se prefiere- que hoy genera un gran cúmulo de nuevos conceptos para sectores como la bolsa, la banca, el comercio internacional, etc. Además, en el Diccionario se dedican amplios espacios a las escuelas de pensamiento, y a los economistas y autores más preclaros, no faltando tampoco una extensa referencia a los organismos nacionales e internacionales, que configuran la "envolvente institucional" de la realidad económica de nuestro tiempo. Al final de cada término figura siempre la versión del mismo en inglés, hoy lingua franca de todos los economistas; y en la última parte del libro se incluye un vocabulario inglés/español de todas las voces que comprende la obra. Fernando Lázaro Carreter, de la Real Academia Española, en el prólogo a este Diccionario, lo califica de verdadera enciclopedia, destacando que recoge no sólo tecnicismos provenientes de las disciplinas económicas, sino también de otras próximas y conexas a ellas, como urbanismo, ecología, demografía, etc., "en un repertorio -nos dice- con el que Ramón Tamames presta un importante servicio a la lengua española". A mi querido amigo y esforzado luchador por la salud de sus semejantes, el Dr. Manuel Marcos Lanzarot, a quien debo la vida, entre otras cosas. a Andrea Carlón Tamames, que luminosamente llegó a este mundo el 27 de febrero de 1988. Prólogo De la lectura continuada de las páginas de este Diccionario, salgo enriquecido con saberes que, en gran parte, desconocía; y no superfluos o de lujo, porque muchos de ellos constituían antes, en mí, ignorancia casi culpable. Los términos económicos pululan hoy de modo tan atosigante por prensa y ondas, que desconocerlos conduce a la inopia. Siglas, vocablos ingleses y tecnicismos que los calcan más o menos torpemente, son anclas imprescindibles para no ser arrastrado por el oleaje informativo. Bastaban hasta hace poco palabras corrientes o de fácil acceso, para entender elementalmente cómo andaba el país. Desde hace pocos años, si no se poseen claves macroeconómicas, puede quedarse el ciudadano sin saber cómo y dónde vive, y qué le aguarda. Basta comparar los discursos del Parlamento republicano con cualquier perorata actual sobre el Estado de la Nación; aquellos se entendían, emocionaban, agitaban a los oyentes; los de ahora convierten la Cámara en un bloque de metacrilato, y salen por las antenas en forma de chorro gélido, con cifras agrupadas bajo misteriosas etiquetas. Unico remedio para interesarse por la cosa pública es comprender: y, además, deprisa, para que no descienda el tiempo per cápita. Un Diccionario como el presente deberá estar al alcance de todo ciudadano lego en esos términos que le exige el ejercicio competente de la ciudadanía. Después de su lectura, podré ya decidir mi próximo voto; incluso, tal vez lo aprendido me baste para aspirar a concejal de una lista cerrada. Ha evitado Ramón Tamames llamar enciclopedia a su libro. Pero lo es; y en eso se aparta ventajosamente de otros diccionarios. No sólo acoge tecnicismos austeros de las disciplinas económicas, sino de otras próximas, aunque conexas: política, urbanismo, historia, demografía, etc.; y breves artículos biográficos, y hasta expresiones castizas: ya en la primera página, a tocateja (apréndanlo en los grandes almacenes, donde suelen preguntar si se paga cash). Es un diccionario enciclopédico; le gusta al autor este último término, según declara, pero renuncia a él por cuanto sugiere dimensiones de mamotreto. No necesariamente. Acuñó Rabelais el vocablo en cyclop\die en 1532, para adaptar la egkuklios paideia de Plutarco, esto es, la "instrucción que abarca el círculo entero de los conocimientos". Hacia 1580, ya lo usaba en Español Fernando de Herrera. Nuestro Diccionario de Autoridades lo definía como "ciencia universal". Vino después la Encyclop\die por antonomasia, que ya era un libro: todo el saber convertido en papel. A tal fin, lo hicieron enorme; escaso, con todo, en comparación con los que le han sucedido. Y pretensión inútil, ésa de registrar todo el saber: no se recogerá más agua en un canasto descomunal que en un cestillo de trama bien tupida, como éste. Aquel afán universalista se repartió más tarde en los llamados diccionarios metódicos, consagrados a aspectos particulares del saber, de menor volumen, por tanto; los cuales, a su vez, podían ser sólo léxicos o enciclopédicos, ya he advertido que éste es de los últimos. Más útil, por tanto, porque atiende a intereses más amplios, y, por tanto, menos focales, de los profanos. En cualquier caso, sólo un verdadero experto puede elaborar un diccionario valioso: no es asunto para aprendices. Todas las ciencias, en especial las humanas, distan de constituirse como sistemas homogéneos; se entrecruzan en ellas supuestos diversos y metodologías diferentes, con sus respectivos arsenales terminológicos. Sólo alguien que, como Ramón Tamames en el caso de la Economía, señoree sistemas y métodos, puede garantizar el resultado nítido que constituye la obra presente. Porque, si un diccionario ordenado alfabéticamente dispersa, por el azar del abecedario, los conceptos que los sistemas relacionan, su autor ha de tener éstos muy sólidamente dominados, para contrarrestar los posibles contagios perturbadores entre unos y otros, mediante referencias rigurosas y unidad en la doctrina a que cada término obedece. Eso ocurre aquí. Se queja nuestro amigo de ciertas ranciedades del Diccionario académico; así, de que la edición que utilizaba en la cárcel hiciera equivaler el dólar a 5,42 pesetas. Sería una edición prehistórica, de cuando se fijaba el valor de esa moneda. En la versión de 1984, se ha renunciado a declarar la paridad, porque no puede imprimirse una edición diaria. Sin embargo, los académicos "del fija, limpia y da esplendor", como nos llama, sabemos que es imperfecto nuestro Diccionario, y trabajamos para remediarlo. Nos será, pues, muy útil este repertorio de tecnicismos económicos con que Ramón Tamames presta un importante servicio a la lengua española. Fernando Lázaro Carreter De la Real Academia Española Nota preliminar del autor Se ha dicho muchas veces que es bueno tener tiempo para pensar. Y coincido con una reflexión así. Y por ello, como punto de partida de esta nota haré una evocación personal, señalando que en pocas ocasiones hay tanto espacio para la reflexión como cuando se está entre rejas, circunstancia que, si bien por lapsos muy cortos, tuve ocasión de experimentar dos veces a lo largo de mi vida. Y la verdad es que en ambas eventualidades, la falta de obligaciones inmediatas, la ruptura de la rutina de un quehacer cotidiano, la ausencia de reuniones más o menos inacabables -y más o menos inútiles-, y la lejanía de los teléfonos resonantes, me hicieron concebir la idea de poner en marcha una obra de ficción; o al menos, sin la acuciante necesidad inmediata de consulta de copiosas bibliografías, que no están precisamente a mano en tan apartados como herméticos lugares. El primero de los dos episodios aludidos se produjo en 1956, cuando contaba veintidós años de edad. Por entonces estaba haciendo los seminarios del doctorado en Derecho, que simultaneaba con el tercer curso de Económicas. Mi ingreso en la prisión de Carabanchel se debió a la participación en el movimiento estudiantil que por primera vez planteó frontalmente al régimen de Franco la insoslayable senda de la libertad; y a nadie extrañó que buscando la libertad nos topáramos con su privación. Pero como en todo lo malo puede haber algo bueno, en los meses que pasé enclaustrado fue sentando las bases de lo que después sería mi libro "Estructura económica de España", aparecido por primera vez en 1960, y que actualmente se encuentra camino de su 18ª edición. En la segunda de mis visitas a la cárcel de Carabanchel, veinte años después, y sólo para una estancia de pocas semanas -aparte del tiempo dedicado a especular sobre el futuro, y al margen de las clases que di en la academia que allí habíamos montado para los neófitos-, llené los potenciales ocios con dos nuevos proyectos literarios. El primero, el esbozo de una novela, en la que luego trabajé varios meses, y que se publicó bajo el título de "Historia de Elio". El segundo fue, nada más y nada menos, que la preparación de un "Diccionario de Economía". Aún está en mi biblioteca el ejemplar del Diccionario de la Lengua de la Real Academia, con el extraño ex libris de la "Prisión Provincial de Carabanchel, Servicio de Censura", por el cual se autorizaba a entrar en la cada de las sombras una obra tan conspicua como necesaria, y en parte también tan obsoleta (entre otras obsolescencias: la definición del dólar como "moneda de plata de valor equivalente a 5,42 pesetas"). Y fue en esas jornadas de silencio y de celda, con la voluminosa opera prima de nuestros ilustres académicos del "fija, limpia y da esplendor", sobre la más elemental de las mesas, como di comienzo a este trabajo. Después, la labor así iniciada, la continué durante 1977, 78 y 79, completando el emergente léxico con las aportaciones de bibliografías ya considerablemente amplias, de toda una serie de obras que se citan en anexo a este libro. Pero en 1979, ocupaciones más urgentes me apartaron de tan deleitosa tarea, que sólo reanudé en las postrimerías de 1986, cuando me reencontré con aquellos materiales, bastante ordenados, pero que estaban a la espera de un nuevo soplo de vida, impulsor de un tránsito de lo inerte a lo verdaderamente vivo. Y casi con el entusiasmo de un joven doctorando, puse manos a la obra, con el firme propósito de terminar de dar a luz este libro, en cuya fase final de realización encontré -sobre todo en las horas silentes de la noche y del amanecer- no pocas compensaciones, en un cierto reconectar con planteamientos básicos de mis primeros estudios de Economía. Oh tempora, oh mores... A algunos, un diccionario puede parecerles una obra fenecida, sin vida posible, un depósito sistemático pero lóbrego de palabras, un inventario fosilizado de términos pendiente de que alguien se decida a emprender su taxonómica lectura. Pero si queremos ver las cosas desde otro ángulo completamente distinto, un diccionario puede aparecérsenos como un acervo multiforme de información, o si se prefiere -en lenguaje muy informático de nuestro tiempo- como un banco de datos al cual recurrir a modo de periférica memoria, para completar el mental archivo de nuestro particular hardware de materia gris. Pero no exageremos ni divaguemos en demasía. Todo forma parte de un todo, y por ello mismo cada cosa existe, fundamentalmente, por su conexión con el amplio entorno. De ahí que un diccionario -como libro de dicciones o palabras de una misma ciencia, la economía en este caso- más que un gran espacio compartimentado en microscópicas entradas, pueda concebirse como una malla formada por relaciones lexicográficas entre fonemas que componen, a la postre, la expresión escrita del propio lenguaje vivo, de un mundo de ideas en constante ebullición; porque las palabras, en definitiva, no son otra cosa que la evocación de las ideas y éstas nacen, cambian y mueren con la propia vida social en un heraclitiano devenir sine die. Y por ello mismo, un diccionario como el presente, recoge términos que hace cincuenta años ni siquiera existían en el mundo económico (p. e.: OPEP, big-bang, insider trading, time-charing, eurodivisas, etc.), al tiempo que pasamos a considerar como arcaicos o semiarcaicos toda una serie de enunciados que se configuran ya como superados, o que se sitúan claramente en el contexto de lo histórico. Pensando ahora en voz alta, o haciéndolo -mejor dicho- en "negro sobre blanco", deberíamos preguntarnos sobre el sentido que tiene un diccionario, y para qué puede servir realmente. Un diccionario, se dice casi siempre, es un libro de consulta para encontrar en él los espacios de conocimientos no suficientemente atendidos por su lector hasta precisamente el momento de su búsqueda. O sirve el diccionario para contrastar ideas relativamente etéreas, a fin de posibilitar la fijación de los perfiles de un concepto no consolidado en sus diversas acepciones (p. e.: lo que es el interés en sus fórmulas de simple, compuesto, legal, etc.), o para definir con cierto rigor una categoría lógica (p. e.: el principio de aceleración, que relaciona consumo e inversión); una magnitud mensurable (p. e.: el PNB), o una circunstancia concreta en un determinado proceso (p. e.: la fase de auge dentro del ciclo económico). Y todo eso, efectivamente, puede conseguirse expresarlo en un diccionario. Pero además de explicar las dicciones, hay que trabajar para que las representaciones que se pretende exponer se relacionen entre sí, de modo que llegue a ser factible que las palabras sean como neuronas cerebrales, no desconectadas unas de otras, sino unidas a través de los intrincados mecanismos -de la sinapsis, que decía Cajal-, cuya naturaleza no se percibe de inmediato. En el mundo de la física avanzada, de la mecánica cuántica, se puso casi de moda decir que en caso de no existir un observador, el fenómeno en cuestión es como si no existiera. Por analogía (y tal vez aún con mayor razón) cabe aseverar que en el mundo del lenguaje, con sus circuitos intrincados en los que subyace una sintaxis matematizable -que el estructuralismo lingüístico intenta desentrañar día a día-, en ese mundo verdaderamente fantástico... las definiciones no serían otra cosa que a modo de corsés del idioma. De ahí que en vez de definiciones, debamos aspirar a develar las conexiones de los términos que utilizamos, a modo de trama y urdimbre del denso tejido del pensamiento en expresión dinámica de la propia razón en marcha. No sé si todo lo anterior resulta excesivamente pretencioso, si viene a suponer algo así como una especie de gran estela de humo que sale de un pequeño, incierto y movedizo fuego. Pero la verdad es que cada uno tiene su concepción de las cosas, y esa, muy en resumidas cuentas, es mi concepción de lo que debe ser un diccionario. Un problema metodológico importante en la elaboración de un diccionario es la selección de sus términos y de las expresiones que en él han de figurar como entradas. Lo cual obliga, evidentemente, a todo un extenso recorrido previo, una especie de prolongado excurso por gran número de textos y dilatadas lecturas de toda clase de documentos y de la biblioteca de diccionarios, para contribuir al primer índice bruto de palabras, que después ha de depurarse, retirando y agregando en una labor que inevitablemente evoca -por su mecánica y por la alternancia día-noche- la vieja leyenda homérica del velo de Penélope. Es difícil determinar dónde debe fijarse la demarcación de lo que queremos incluir. Y en el caso concreto que nos ocupa, esa dificultad se nos presenta todavía más ardua -y lo mismo dirían, supongo, los especialistas en otras materias-, porque estando la economía dentro del vasto marco de las Ciencias Sociales, resulta difícil establecer una frontera -incluso más como franja que como nítida separación- de sus pretendidos bordes; que, por lo demás, se interpenetran con la sociología, la antropología, la historia, la estadística, la ecología y tantas áreas, que como sucede en las superficies de Euler se solapan unas con otras: creando espacios intermedios, intersticios, que acaban siendo "tierra de nadie", y por ello mismo "tierra de todos". En fin de cuentas, lo que sucede es que las relaciones entre tales materias no cabe formalizarlas de la forma simplificada (hoy en día, no ayer) que se dio en el frondoso "árbol de la ciencia" ideado por Raimundo Lulio. Más bien pertenecen a una red de interconexiones científicas, de complejidad que entra en lo asombroso y que nos pone de relieve lo mucho de convencional que hay en la división de las ciencias, o de la ciencia, en áreas que se resisten a las otrora anheladas divisiones nítidas. Para ser más concreto, en este libro he tratado de recoger lo que a mí me parece esencial de la teoría económica; con sus dos ramas aplicadas, de la estructura y de la historia económicas, uniendo a ello "lo más" imprescindible de los conceptos estadísticos -con sus especialidades demográficas- y asimismo lo más relevante del vasto mundo de la economía de la empresa -o de "la administración de negocios", si se prefiere- que hoy genera todo un vasto cúmulo de terminología, en su mayor medida importada, en sectores como la bolsa, la banca, el comercio internacional, etc. Hay además en este diccionario un gran número de entradas sobre autores, escuelas de pensamiento y títulos de revistas (el Anexo 2); todos ellos, elementos por entero pertinentes para una apreciación mínimamente fundada de lo que es la ciencia económica. Y al tiempo, figura el elenco de las organizaciones económicas, que en buena parte conforman la "envolvente institucional" de la realidad económica. Desde luego, el diccionario podría haber sido mucho más extenso. Pero ello habría significado romper con el principio que me marqué, ya desde 1976, de hacer un libro accesible, legible y utilizable; y no una especie de mamotreto, por no decir, en expresión que admiro y que me resisto a utilizar aquí, una enciclopedia. Por lo demás, he pretendido elaborar un trabajo al alcance de todos los que se interesan por los temas económicos, aunque no tengan una preparación especial sobre tan amplias cuestiones. Para eso precisamente sirve el libro, pues pienso que hacer un diccionario para eruditos habría sido pura redundancia. Y en la línea de facilitar una aproximación sucesiva a los temas, me pareció interesante que todos los términos fuesen explicados de manera sencilla, directa y no demasiado extensa, insertando muchas veces ejemplos para ilustrar el caso concreto analizado, dejando para un apéndice, al final del libro, las explicaciones exigentes de formulaciones matemáticas o de expresiones gráficas. Este diccionario tiene lo que me atrevo a denominar otra ambiciosa circunstancia. Me refiero a que habiendo sido hecho para hispanohablantes, he tenido en cuenta las no pocas diferenciaciones -pero no tantas como a veces se nos quiere hacer pensar- entre el español que se habla en España y el que se habla -con diversidades a su vez entre países- en la vasta área idiomática de la lengua de Cervantes en América. Pero además de esas matizaciones -y en lo que creo que es un cierto esfuerzo para tratar de homogeneizar el uso de nuestro hermoso idioma común-, me ha parecido que era fundamental relacionar, paso a paso, en todo su conjunto, este diccionario en lengua española, con lo que la indiscutible lingua franca, prácticamente para todos los usos, y de manera muy polarizada en la economía, que es el inglés. Lo cual se ha acentuado en los últimos años por la creciente interpenetración de la economía mundial, un aspecto más de la "integración planetaria" inevitable, a la que casi medio siglo atrás ya se refirió Teilhard de Chardin. Y aquí, también, nos encontramos con matizaciones y diferenciaciones. Alguien dijo una vez que los angloparlantes de ambas riberas del océano, Inglaterra y Estados Unidos, están separados por el mismo idioma; aludiendo a las grandes diferencias entre el inglés de las dos orillas, cuya zona intermedia es imposible de definir como un punto equidistante, o como un área imaginaria entre las Azores y las Bermudas. Por eso, me pareció que, además de dar la versión inglesa de todos los términos, en algunos casos, bastantes, habría que ofrecer las versiones de las dos formas de expresarse en el mismo idioma. Lo cual, evidentemente, no ha sido siempre fácil, pues no se trata simplemente de dos modos distintos de llamar a la misma cosa, sino que muchas veces son cosas bien distintas. Aparte de ello, y simplemente por su mayor difusión universal, en la grafía inglesa he adoptado la norma estadounidense. Que nadie se extrañe, pues, al ver escrito center en vez de centre, labor en lugar de labour, o program y no programme. Y ahora, para terminar, el inevitable, obligado y reconfortante capítulo de los reconocimientos. Y digo reconfortante, porque a pesar de tantas ocupaciones como todos vamos echándonos encima a lo largo de nuestras vidas, aún encontramos a colegas, amigos y compañeros de trabajo que nos ofrecen de lo mejor de su más precioso tiempo laboral, o de su ocio potencial -lo que aún es más de agradecer- "para echarnos una mano" atendiendo a la solicitud de ayuda. Al profesor Juan Velarde, maestro y amigo de las lides estructurales, tengo que expresarle mi reconocimiento. Vio este diccionario en su fase pre-final y me hizo observaciones importantes y útiles. Con el profesor José B. Terceiro, catedrático de Estructura Económica en la Universidad Complutense de Madrid -y autor que fue de un "Diccionario de Economía" aparecido en 1972, y que tuvo un éxito considerable en cinco ediciones sucesivas-, estoy en una deuda muy especial, pues si bien es cierto que una serie de ocupaciones en otras fases de su quehacer académico y profesional llevaron a José B. Terceiro a dejar la publicación de su lexicografía, mantuvo la atención por el tema y fue engrosando progresivamente su biblioteca de diccionarios, que en 1986, al reanudar yo mis trabajos para esta obra, puso generosamente a mi disposición. Y además, leyó el primer manuscrito y me hizo sustanciosas observaciones. Por otro lado, en lo referente a la versión inglesa de los términos de este Diccionario, recibí la valiosa ayuda del profesor José María Lozano Irueste -de reconocida experiencia en las relaciones lexicográficas inglés/español en el área económica, que aceptó mi solicitud de hacer una revisión a fondo de la inicial redacción de las correspondencias anglosajonas; resultado de tan laboriosa cooperación fueron una serie de indicaciones de gran utilidad para la mejora de este libro. Hay un largo capítulo más de profundos agradecimientos a personas que de una u otra forma me expusieron sus pre-críticas a este libro y que son las siguientes: -César Albiñana, para las cuestiones de Hacienda Pública y sistema fiscal. -Felipe Ruiz Martín, en Historia Económica. -José Manuel Núñez Lagos, para determinadas precisiones en materia bursátil. -Antonio Pulido, para las "entradas" sobre marketing y predicción coyuntural. -Eduardo Bueno, en lo tocante a aspectos globales de Economía de la Empresa. -Leandro Cañibano, para el área de la Contabilidad. -Fernando Fernández, en el extenso campo de la Teoría Económica. -Jaime Terceiro Lomba, en lo relativo a Estadística y Econometría. -Paloma Sánchez, para toda una serie de términos referentes a comercio exterior y otras transacciones internacionales. -Fermín Martín, en el área del Urbanismo. -José Manuel Revuelta, en lo concerniente a organismos económicos internacionales. -Carlos Moreno Aparici, en Economía Agraria. -Luis Alcaide de la Rosa, José Manuel Méndez, David Rivas, Antonio Vázquez Barquero, Santiago Gallego, Emilio Ontiveros y Miguel Vidal, que me hicieron observaciones de carácter general o particular muy útiles. -Luis Portillo, para las biografías de algunos de los grandes economistas, y para el índice de revistas económicas. -Santos Ruesga, para Economía del Trabajo. -Lena Cervantes, para la terminología en inglés.