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Para este trabajo utilicé el libro “Los cuatro amores” y el apartado sorbe el

matrimonio en “Mero Cristianismo” ambos textos de C.S. Lewis. El objetivo es


analizar, bajo la mirada de este autor, a los protagonistas de Niebla y de Don
Juan Tenorio respectivamente. Partiendo sobre todo del concepto de Lewis
alrededor del amor que hoy llamamos romántico, o el que compete a la relación
de un hombre y una mujer. Lewis realiza una división de este tipo de amor en
“Venus” y “Eros”. Dice Lewis: “al elemento sexual carnal o animal dentro del
eros voy a llamarlo- siguiendo una antigua costumbre- Venus. Y por venus
entiendo lo que es sexual no en un sentido críptico o rarificado sino en un
sentido perfectamente obvio: lo que la gente que lo ha experimentado entiende
como sexual”.

Aquí cabe hablar de Don Juan Tenorio. Se trata de un hombre mujeriego, cuya
concepción del amor es prácticamente nula. El amor no tiene lugar en su vida
de hombre corrupto. Está preocupado por su propio orgullo y nada mas, no
encuentra en los demás sino herramientas para saciar su deseo. De manera
que cuando habla de las mujeres lo hace en estos términos:
“Partid los días del año entre las que ahí encontráis, uno para enamorarlas,
otro para conseguirlas, otro para abandonarlas, dos para sustituírlas y una hora
para olvidarlas”
Es don Juan este hombre lascivo del que nos hablaba Lewis, el hombre que no
quiere a las mujeres sino lo que puede obtener de ellas. El amor para Don Juan
es un juego frívolo para su divertimento. La ausencia total de eros, no obstante,
lo convierte en un enemigo de su propia salvación.
Recordemos que Don Juan y Doña Inés están comprometidos al principio de la
obra, de manera que hay una promesa implícita de matrimonio que Don Juan
no tiene intenciones de cumplir. Esto, según Lewis, es lo que hace
verdaderamente corrupto cualquier acto sexual o incluso una manifestación del
eros.
Sin embargo, Zorrilla nos brinda un personaje que es capaz de evolucionar y
esto es muy rico a la hora de analizar a Don Juan Tenorio. Lewis expone la
idea de que venus no necesita de Eros para ser puro. “Si todos los que yacen
juntos sin estar enamorados fueran abominables, entonces todos provenimos
de una estirpe mancillada”. “Dios no ha querido que la distinción entre pecado
y deber dependa de sentimientos sublimes. Este acto se justifica o no por
criterios mucho más prosaicos y definibles; por el cumplimiento o
quebrantamiento de una promesa, por la justicia o injusticia cometida, por la
caridad o el egoismo, por la obediencia o la desobediencia”. En definitiva, lo
que hace de Don Juan un hombre terrible no es que se haya acostado con
mujeres sin sentir amor, sino que no haya cumplido las promesas de
matrimonio y que ese acto se haya hecho fuera del matrimonio.
No obstante, Eros entra en la vida de Don Juan cuando escucha hablar de Inés
en estos términos:
“No cuenta la pobrecilla diez y siete primaveras, y aún virgen a las primeras
impresiones del amor, nunca concibió dicha fuera de su pobre estancia, tratada
desde su infancia con cauteloso rigor.”
Brigida es honesta con Don Juan, aunque sus palabras sean maliciosas todo lo
que dice es cierto. Inés es el ser más puro con el que Don Juan se haya
cruzado jamás. Y esto produce un efecto decisorio en él:
“Tan incentiva pintura los sentidos me enajena, y el alma ardiente me llena de
su insensata pasión. Empezó por una apuesta, siguió por un devaneo,
engendró luego un deseo, y hoy me quema el corazón”.
Brigida se sorprende y dice: “yo os creía un libertino, sin alma y sin corazón”.
La respuesta de Don Juan es desentenderse de ese comentario. Todavía
quiere creer que no está enamorado. Lewis dice que lo primero que encanta a
un hombre de una mujer es ella misma, y luego se despierta el deseo sexual.
Si bien en Don Juan esto se da al revés, el carácter único del personaje nos
permite la licencia. De todas maneras, una metáfora utilizada por Lewis es
particularmente rica para analizar a Don Juan cuando está enamorado:
“Lo mas probable es que sienta que la inminente marea del eros, habiendo
demolido muchos castillos de arena y convertido en islas muchas rocas, ahora,
por fin, con una triunfante séptima ola, ha inundado también esa parte de su
naturaleza…” “El eros entra en él como un invasor, tomando posesión y
reorganizando una a una todas las instituciones de un país conquistado; puede
haberse adueñado de muchas otras antes de llegar al sexo, que también
reorganizará”.
En este punto de la historia, el Eros ha invadido el corazón de Don Juan pero
no ha derribado aún todos los castillos de arena. Aún es un hombre orgulloso y
por eso rapta a Inés. Confunde amor con posesión. Afortunadamente, el padre
de Inés acude al rescate de la joven. Y digo afortunadamente porque esto nos
permite ver un estado más de transformación en Don Juan, quien se humilla
para que Don Gonzalo le permita casarse con Inés. Ha comprendido que lo que
realmente quiere es a la mujer y no al cuerpo. Aunque aún no está listo para
arrepentirse de todo lo que ha hecho y por eso recién en el segundo acto nos
encontramos con el desenlace final de la historia y el ultimo cambio de Don
Juan.
Cuando Don Juan está verdaderamente arrepentido frente a las tumbas y
fantasmas de sus víctimas, acude doña Inés para salvarlo definitivamente:
“Fantasmas, desvaneceos: su fe nos salva…. Volveos a vuestros sepulcros,
pues. La voluntad de Dios es de mi alma con la amargura purifiqué su alma
impura y Dios concedió a mi afán la salvación de don Juan al pie de la
sepultura” y luego dice “los justos comprenderán que el amor salvó a don Juan
al pie de la sepultura”
Esta unión postuma de Don Juan y Doña Ines es el modelo del casamiento
reparatorio. El drama que nos presenta Zorrilla es a fin de cuentas edificante,
ya que no habla solo de la salvación por amor sino de la recuperación del
desorden por el orden amoroso de la familia. La fe sincera se logra en un
pecador blasfemo gracias a la obra del amor que se vive en una relación
monógama y bendecida por Dios. Es en definitiva una defensa del matrimonio
como lo postula el propio Lewis, que es como lo plantea la iglesia Catolica,
como un sacramento que ha de ser respetado en su promesa. Que es
edificante y ordenador del caos, y por eso no debe depender de Venus sino ser
Eros.
En la novela (o mejor dicho Nivola) de Unamuno titulada “Niebla” nos
encontramos con un personaje que se enamora de una mujer simplemente
porque ésta pasa por su lado mientras el estaba dando un paseo. Augusto
Perez es la encarnación de un hombre cuyo exceso de venus lo tortura y lo
domina. Se trata de un joven adinerado que se dedica a pasear por las calles
de la ciudad y a hacer tertulia con sus amigos. La primera vez que ve a
Eugenia, lo que advierte son sus ojos.
“Pasó por la calle no un perro sino una garrida moza y tras de sus ojos se fue,
cono inmantado”
Mas adelante veremos que la atracción de Augusto no es exclusivamente hacia
Eugenia. Dirá más adelante :
“Y que hermosa es, esta y aquella, una y otra. El cuerpo de la mujer irradiante
de frescura, de salud y alegría, que pasó a su vera, le interrumpió el soliloquio”.
Aquí se hace eco el discurso de Lewis cuando dice “La cosa es un placer
sensual, esto es, un hecho que sucede en el propio cuerpo. Usamos una
expresión desafortunada cuando decimos de un hombre lascivo que va
rondando las calles en busca de una mujer que “quiere una mujer”.
Estrictamente hablando, una mujer es precisamente lo que no quiere. Quiere
un placer, para el que una mujer resulta ser la necesaria pieza de su
maquinaria sexual”.
Exactamente este tipo de personaje es Augusto en gran parte de la novela. Se
convence a si mismo de que lo que siente es amor, porque es lo que la
sociedad le pide que sienta. No olvidemos que el motivo por el cual averigua el
nombre de Eugenia es porque se dio cuenta de que la venia siguiendo sin
motivo:
La portera de la casa le miraba con ojillos maliciosos, y aquella mirada le
sugirió a Augusto lo que entonces debía hacer. «Esta Cerbera aguarda ––se
dijo–– que le pregunte por el nombre y circunstancias de esta señorita a que he
venido siguiendo y, ciertamente, esto es lo que procede ahora. Otra cosa sería
dejar mi seguimiento sin coronación, y eso no, las obras deben acabarse. ¡Odio
lo imperfecto!»
La consideración que merece el matrimonio en Niebla es en apariencia
contraria a lo que propone Lewis.
Víctor, aunque el más íntimo amigo de Augusto, le llevaba cinco o seis
años de edad y hacía más de doce que estaba casado, pues contrajo
matrimonio siendo muy joven, por deber de conciencia, según decían.
No tenía hijos” Ya sabes, Augusto, que me tuve que casar muy joven...
––¿Que te tuviste que casar?
––Sí, vamos, no te hagas el de nuevas, que la murmuración llega a
todos. Nos casaron nuestros padres, los míos y los de mi Elena, cuando
éramos unos chiquillos. Y el matrimonio fue para nosotros un juego.
Jugábamos a marido y mujer. Pero aquello fue una falsa alarma...
––¿Qué es lo que fue una falsa alarma?
––Pues aquello porque nos casaron. Pudibundeces de nuestros sendos
padres. Se enteraron de un desliz nuestro, que tuvo su cachito de
escándalo, y sin esperar a ver qué consecuencias tenía, o si las tenía,
nos casaron.
Si observamos esto podríamos decir que en niebla se privilegia el matrimonio
fruto del amor y no del arreglo. Más adelante, Eugenia hablando con su tía dirá
“Pero si no le quiero ¿Cómo he de casarme con él?” y la respuesta de la mujer
es reveladora, ahora quiere a su esposo, pero no lo quería cuando se casó:
Sí, ahora creo que sí, me parece que sí; pero cuando me casé no sé si le
quería. Mira, eso del amor es una cosa de libros, algo que se ha inventado no
más que para hablar y escribir de ello. Tonterías de poetas. Lo positivo es el
matrimonio. El Código civil no habla del amor y sí del matrimonio. Todo eso del
amor no es más que música...

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