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En el poema “Interrogaciones” de la escritora chilena Gabriela Mistral, es posible apreciar

una vena mística encaminada a su propia fe que interroga, cuestiona y que de manera análoga,
se configura respuestas piadosas ante el posible destino de la muerte por suicidio. La
existencia terrenal ya no existe en sus preguntas, más bien, se permite dar paso a la
interrogante existencialista del propio ser “suicida”; “¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los
suicidas?” (v.1)

Por otra parte, tomando la misma ruta de la poesía mística es posible identificar al
símbolo de la rosa como una especie de renacimiento místico. La rosa, entendida pues como
simbolismo de regeneración atribuido desde la antigüedad, presenta una relación directa con
la figura de Cristo dentro de la iconografía cristiana. Ya sea la copa que recoge la sangre de
Cristo, la transfiguración de las gotas de su sangre o como puro simbolismo de sus llagas, la
rosa también funge como símbolo de la concepción del amor.

Ahora bien, si se considera a la figura de la rosa como el origen de un centro místico


se puede entender que la figura de Dios en el poema no es más que un símbolo para
representar aquello desconocido del ser, es decir, cada una de sus interrogaciones. Pero el ser
no es sino otro símbolo para remitir al Dios desconocido, ese dios piadoso que Mistral intenta
reconfigurar por medio de sus preguntas y amparada bajo la idea o concepción del amor
mismo; “Tal el hombre asegura, por error o malicia; / mas yo, que te he gustado, como un
vino, Señor, / mientras los otros siguen llamándote Justicia, / ¡no te llamaré nunca otra cosa
que Amor!” (vv. 25-28).

Las rosas pues, se depositaban sobre las tumbas dentro de la tradición o ceremonia
cristiana denominada como <<rosalía>> y es su relación con la sangre derramada lo que a
menudo les otorga la concepción de ser un símbolo de renacimiento místico, mismo que tiene
como punto de inicio al amor. De tal forma, Mistral consigue dotar a su poema de
interrogaciones encaminadas hacia una reconfiguración de un Dios piadoso ante la muerte
de sus hijos suicidas. Dios como centro místico del amor y la figura de la rosa como símbolo
que refuerza la idea continua de este centro que crece o se encuentra sobre la tierra en que
descansan los cadáveres; “El rosal que los vivos riegan sobre su huesa / ¿no le pinta a sus
rosas unas formas de heridas?” (vv. 9-10)

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