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Persona humana en el centro de la naturaleza y de la ciencia

Introducción hacia la crisis: ser humano, naturaleza, ciencia


La naturaleza ha sido objeto de uso, apropiación y explotación para el ser humano y
para la sociedad y esto ha impactado de manera negativa en las condiciones de los
recursos naturales necesarios para la vida.
Desde el punto de vista de los procesos civilizatorios, en principio, la relación que
existió entre el hombre y la naturaleza fue recíproca y de mutua transformación en las
diversas culturas, representada en una concepción integradora (Martínez, 2001, p. 4)
"y unificadora del contenedor y del contenido [que] en lugar de establecer jerarquías,
instaura lazos de continuidad y reciprocidad entre lo viviente y lo inerte, como
elementos conformadores de una cultura, donde todo se re-crea y se renueva (Grillo,
1993, p. 15)" (Flórez & Mosquera, 2013, p. 86). "Desde la aparición de la especie
humana, el hombre está transformando la naturaleza (…) como cualquier otro viviente,
el hombre toma recursos para asegurarse su supervivencia y devuelve la materia
empleada" (Corte Constitucional, 2012, p. 28).
A medida que las civilizaciones avanzaron, la relación sociedad-naturaleza sufrió
modificaciones que pasaron de una visión sagrada propia del mundo antiguo [en la que,
según Lobo (2004), lo eterno/lo espiritual se concibe en la naturaleza y se representa
en dioses y semidioses que son reflejo de la naturaleza misma], para dar inicio a una
visión antropocéntrica en el mundo greco-romano (en tanto lo espiritual se percibe
fuera de la naturaleza y puede ser confinado dentro de templos sagrados), la cual se
consolida en la Edad Media y la época industrial (ya que, de un lado, admite lo espiritual
al interior del ser humano y, al mismo tiempo, lo faculta a usar y abusar de la
naturaleza) y se transforma por último en una visión ambientalista de la relación ser
humano-naturaleza (en la medida en que se advierte lo finito de los recursos naturales,
la crisis planetaria y la necesidad de alimentar en el tiempo el papel
simbólico/estético/funcional de las configuraciones espaciales producidas por el ser
humano como un conjunto de signos cuyo significado es el espacio mismo).

La centralidad de la persona humana en la naturaleza y en la ciencia


La ciencia y la tecnología nos han ayudado a profundizar los límites del conocimiento
de la naturaleza y, en particular, del ser humano. Pero una y otra no bastan, por sí solas,
para dar todas las respuestas. Hoy nos damos cuenta cada vez más de que es necesario
recurrir a los tesoros de la sabiduría que se conservan en las tradiciones religiosas, en
la sabiduría popular, en la literatura y las artes, que llegan profundamente al misterio
de la existencia humana, sin olvidar, sino al contrario, redescubriendo, las contenidas
en la filosofía y en la teología.
La Iglesia ofrece algunos grandes principios. El primero es la centralidad de la persona
humana que hay que considerar como un fin y no como un medio. Debe estar en relación
armoniosa con la creación y, por lo tanto, no debe comportarse como un déspota con la
herencia de Dios, sino como un custodio amoroso de la obra del Creador.
El segundo principio a recordar es el del destino universal de los bienes, que también
atañe al conocimiento y a la tecnología. El progreso científico y tecnológico sirve al bien
de toda la humanidad, y de sus beneficios no pueden disfrutar solamente unos pocos.
De esta forma, se evitará que el futuro agregue nuevas desigualdades basadas en el
conocimiento y aumente la brecha entre ricos y pobres. Las grandes decisiones sobre
la orientación de la investigación científica y la inversión en ella deben tomarse por toda
la sociedad y no estar dictadas únicamente por las reglas del mercado o el interés de
unos pocos.

Dios en el centro de la persona humana


El hombre es un ser de la naturaleza, pero, al mismo tiempo, la trasciende. Comparte
con los demás seres naturales todo lo que se refiere a su ser material, pero se distingue
de ellos porque posee unas dimensiones espirituales que le hacen ser una persona.
De acuerdo con la experiencia, la doctrina cristiana afirma que en el hombre existe una
dualidad de dimensiones, los materiales y las espirituales, en una unidad de ser, porque
la persona humana es un único ser compuesto de cuerpo y alma. Además, afirma que el
alma espiritual no muere y que está destinada a unirse de nuevo con su cuerpo al fin de
los tiempos. Esta doctrina se encuentra en la base de toda la vida cristiana, que quedaría
completamente desfigurada si se negara la espiritualidad humana.
El hombre se encuentra por encima del resto de la naturaleza y puede dominarla,
aunque debe ejercer ese dominio de acuerdo con los planes de Dios. El Papa Juan Pablo
II afirma: «Es algo manifiesto para todos, sin distinción de ideologías sobre la
concepción del mundo, que el hombre, aunque pertenece al mundo visible, a la
naturaleza, se diferencia de algún modo de esa misma naturaleza. En efecto, el mundo
visible existe "para él" y el hombre "ejerce el dominio" sobre el mundo; aun cuando está
"condicionado" de varios modos por la naturaleza, la "domina", gracias a lo que él es, a
sus capacidades y facultades de orden espiritual, que lo diferencian del mundo natural.
Son precisamente estas facultades las que constituyen al hombre. Sobre este punto, el
libro del Génesis es extraordinariamente preciso: definiendo al hombre como "imagen
de Dios", pone en evidencia aquello por lo que el hombre es hombre, aquello por lo que
es un ser distinto de todas las demás criaturas del mundo visible».
Todas las criaturas reflejan, de algún modo, las perfecciones divinas. Pero, entre los
seres naturales, sólo el hombre participa del modo de ser propio de Dios: es un ser
personal, inteligente y libre, capaz de amar. La Sagrada Escritura, al narrar la creación,
lo pone de relieve diciendo que el hombre está hecho a imagen de Dios: «Dios creó al
hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó (Gen. I, 27). El
hombre ocupa un lugar único en la creación: "está hecho a imagen de Dios"».
La imagen de Dios se da en el hombre independientemente del sexo, tal como se
advierte en el relato inspirado donde se dice que la persona humana fue creada por Dios
como hombre y como mujer.
Que el hombre es imagen de Dios significa, ante todo, que es capaz de relacionarse con
Él, que puede conocerle y amarle, que es amado por Dios como persona. «De todas las
criaturas visibles sólo el hombre es "capaz de conocer y amar a su Creador" (Conc.
Vaticano II, Const. Gaudium et Spes, 12, 3); es la "única criatura en la tierra a la que Dios
ha amado por sí misma" (ibid., 24, 3); sólo él está llamado a participar, por el
conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y ésta es la razón
fundamental de su dignidad». Cuando se buscan los factores que distinguen al hombre
de los demás seres naturales, éste es el fundamental: el hombre es capaz de relacionarse
con Dios; sin duda, existen otras diferencias importantes, pero ninguna es tan profunda
como ésta.
El hombre es persona, no es simplemente una cosa. La persona tiene una dignidad
única: nadie puede sustituirla en lo que es capaz de hacer como persona. Y sólo entre
personas puede darse la amistad y el amor. «Por haber sido hecho a imagen de Dios, el
ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz
de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras
personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una
respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar».
Bioética y biotecnologías animales y vegetales

Es la rama de la ética aplicada que reflexiona, delibera y hace planteamientos


normativos y de políticas públicas para regular y resolver conflictos en la vida social,
especialmente en las ciencias de la vida, así como en la práctica y en la investigación
médica que afectan la vida en el planeta, tanto en la actualidad como en futuras
generaciones.
La Bioética surge como una necesidad en la época contemporánea para intentar regular
la moralidad de la toma de decisiones racionales en condiciones de incertidumbre en
relación a la vida en su totalidad como a la vida humana. Destacan como condiciones de
posibilidad en su aparición el desarrollo científico acelerado y la emancipación de los
pacientes.
Su fundamentación es multidisciplinar y requiere para su expresión de pluralismo,
racionalidad, autonomía y condición crítica. Su método ideal se basa en la prudencia y
responsabilidad, las condiciones necesarias de la razón práctica. Tanto su fundamento
como su método de acción se funden en la Deliberación, aplicable en la relación clínica
como en otras éticas aplicadas.

Enfoque deontológico – contractualista


El paradigma del modelo ético deontológico es la filosofía de Inmanuel Kant y se suele
ejemplificar en las formulaciones del imperativo categórico. De esta forma, se afirma:”
compórtate de tal forma que tu máxima de actuación se convierta en ley universal”.
Este parece un principio moral importante, sin embargo, algunos sostienen que está
vacío. Con la suficiente habilidad, alguien puede convertir la ley universal, pretensiones
poco aceptables. Veamos cómo funciona este mecanismo. Si alguien quiere utilizar el
lenguaje del odio contra las minorías parece que esto no podría universalizarse. Sin
embargo, si alguien defendiera políticas de discriminación positiva ¿podrían
universalizarse? Alguien podría sostener que no realiza lenguaje del odio, sino que el
principio a universalizar es la libertad de expresión de personas con orgullo propio.
Este modelo ético deontológico es legalista, rigorista, anterior a la experiencia, racional,
de aplicación universal. Existen dos máximas que defiende este modelo que tienen
especial trascendencia estratégica. La primera es que se deben siempre cumplir las
promesas. En EEUU, algunos periodistas van a prisión por no revelar sus fuentes en
juicio. Su promesa de confidencialidad es más fuerte que el deber jurídico de declarar.
Cumplir las promesas es un buen principio ético y la sociedad se basa en gran medida
en la expectativa de que se van a cumplir las promesas. Las objeciones podrían venir
del modelo ético maquiavélico, donde no siempre la mejor solución es cumplirla
palabra dada. El modelo deontológico sostiene que siempre se deben cumplir los
compromisos, independientemente de las circunstancias. La estrategia debe prevenir
de no ser explotado por quienes afirman compromisos y luego no los quieren cumplir.
El modelo ético deontológico es una propuesta exigente moralmente, podría calificarse
de rigorista. Se basa en principios de validez universal anteriores a la experiencia.
Puede funcionar como un mecanismo para hacer sólidos y creíbles los compromisos y
las amenazas. Sin embargo, la estrategia aprende de la experiencia. Así, pueden existir
situaciones especiales donde se pueda hacer una excepción a los principios generales,
siempre que estén adecuadamente justificadas.

Enfoque utilitarista
Bentham y Mill argumentaron que existe un principio moral fundamental, al que
nombraron “principio de utilidad” y que se entiende como “el principio que aprueba o
desaprueba cualquier acción, según la tendencia que tenga para aumentar o disminuir
la felicidad de las partes de cuyo interés se trata” (RACHELS: 2007,148). Según este
principio, ambos filósofos suponían que la regla fundamental de la moral debía ser
entonces: actuar de modo tal, que produzcamos la mayor felicidad.
El argumento utilitarista es muy sencillo, nos dice que “debemos juzgar las acciones
como correctas o incorrectas dependiendo de si causan más felicidad o más
infelicidad” (RACHELS: 2007,160); siguiendo esta idea, una acción justa, sería
simplemente la que produce la mayor cantidad de felicidad contra la menor o nula
cantidad de infelicidad, o dicho de otro modo, “las acciones correctas son aquellas que
producen el mayor balance posible de felicidad sobre la infelicidad, y en que la
felicidad de cada persona cuenta como igualmente importante” (RACHELS: 2007,165).
Así, el utilitarismo que proponen Bentham y Mill se resume en tres proposiciones: la
primera, es que las acciones son juzgadas como correctas o incorrectas sólo en virtud
de las consecuencias que provocan. La segunda es que cuando se evalúan dichas
consecuencias, lo único importante es la cantidad de felicidad o infelicidad que se crea,
mientras lo demás permanece irrelevante. La última proposición es que la felicidad de
cada persona cuenta por igual. Estas proposiciones, aunque en inicio parecieran
atractivas, han sido debatidas con una serie de argumentos anti utilitaristas, los cuales
ponen en duda ideas como las siguientes: en primera, no todo aquello que te hace feliz
es necesariamente bueno, en segunda instancia, no podemos considerar que las
consecuencias son lo único que importa para determinar si los actos son buenos y por
último, no es posible “tratar el bienestar de cada persona como de igual importancia”
(RACHELS: 2007,174); con el utilitarismo, se tiende a convertir en problemas morales,
cosas que simplemente no lo son.
Enfoque ontológico – personalista
No tiene otra finalidad que la de promover el bien íntegro de la persona humana, vértice
de lo creado, eje y centro de la vida social.
“No se podrá prescindir de una antropología de referencia, dentro de la cual el valor de
la vida física corpórea, del amor conyugal y de la procreación, del dolor y de la
enfermedad, de la muerte y del morir, de la relación libertad-responsabilidad, individuo
y sociedad, encuentren su propio marco y su valoración ética. El pensamiento
personalista, de un personalismo ontológicamente fundado encuentra en esta reflexión,
un punto de confrontación cultural y enriquecimiento”.
El personalismo sustenta, de forma mayoritaria, la visión ontológica de la Bioética. El
personalismo se encuentra, de forma implícita, en la larga tradición deontológica de la
medicina europea13. No obstante, como forma estructurada y con esta denominación,
se puede hacer referencia a la contribución de Monseñor Elio Sgreccia. En 1984 se
propuso sistematizar las ideas que transmitía en la Cátedra de Bioética. Después de
desechar el “principialismo”, el “utilitarismo”, y el “contractualismo” por su marcado
relativismo, pasó a estudiar el “personalismo”. Llegó a la conclusión de que, si esta
concepción había servido como sólido fundamento en el campo de los derechos
humanos, la ética política y la ética social, también podía ser útil para fundamentar la
Bioética.

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