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FIESTA DE LA

INMACULADA CONCEPCIÓN
Publicado el 9 diciembre, 2018 por LICDO: NÉSTOR FLORES ARAUJO
La Fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María es una Fiesta de la Iglesia
Católica Universal, la cual se conoce como “FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN”
Periodista Lcdo. Néstor Flores Arujo- “Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que
la Santísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, fue por singular gracia y privilegio de Dios
omnipotente en previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador del genero humano, preservada inmune de
toda mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios, por tanto, debe ser firme y constantemente creída
por todos los fieles.”
Dogma proclamado por el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, en la Bula Ineffabilis Deus.
Lo que debes saber sobre la Inmaculada Concepción de María
Cuando el Magisterio de la Iglesia define un dogma no obedece a un «capricho dogmaticista», ni a una razón
puramente estética. Nos basta su autoridad, pero la ejerce siempre fundada en razones. Indaga en la Sagrada
Escritura, en la Tradición apostólica, en el sentido de los fieles y también se pregunta por las razones que ha
podido tener nuestro Padre Dios para hacer las cosas de un modo que a veces no era de unívoca necesidad.

Las razones más claras que la Iglesia ha encontrado para explicar el designio de Dios sobre el misterio que
tratamos son las siguientes:
1. La Maternidad divina. María fue «dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante»
[LG, 56; CEC, 490]. Pues «esta excelsa prerrogativa (…) mayor que la cual ninguna otra parece que pueda
existir, exige plenitud de gracia divina e inmunidad de cualquier pecado en el alma, puesto que lleva consigo
la dignidad y santidad más grandes, después de la de Cristo» [FC, l.c.; cfr LG, 53].
2. El amor de Dios a su Madre. «¿Cómo nos habríamos comportado, si hubiésemos podido escoger la madre
nuestra? Pienso que hubiésemos elegido a la que tenemos, llenándola de todas las gracias. Eso hizo Cristo:
siendo omnipotente, sapientísimo y el mismo Amor, su poder realizó todo su querer (…). Los teólogos han
formulado con frecuencia un argumento semejante, destinado a comprender de algún modo el sentido de ese
cúmulo de gracias de que se encuentra revestida María y que culmina con la Asunción a los cielos. Dicen:
«convenía, Dios podía hacerlo, luego lo hizo» [cfr Juan Duns Escoto, In III Sententiarum, dist. III, q. 1]. Es la
explicación más clara de por qué el Señor concedió a su Madre, desde el primer instante de su inmaculada
concepción, todos los privilegios. Estuvo libre del poder de Satanás; es hermosa –tota pulchra!–; limpia, pura
en alma y cuerpo» [Beato Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 171; cfr CEC, 490].
3. El CEC indica otra poderosa razón de la gran conveniencia de la plenitud de gracia de María desde el primer
instante de su concepción: para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso
que ella estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios [cfr CEC, 722]. La respuesta de María al mensaje
divino del Ángel requería toda la fuerza de una libertad purísima, abierta al don más grande que pueda
imaginarse y también a la cruz más pesada que jamás se haya puesto sobre el corazón de madre alguna, la
«espada» de que le habló Simeón en el Templo [cfr Lc 2,35]. Aceptar la Voluntad de Dios implicaba para la
Virgen cargar con un dolor inmenso en su alma llena del más exquisito amor. Era muy duro aceptar tal suerte
para quien había de querer mucho más que a Ella misma [cfr Is 53,2-3]. La Virgen María necesitó toda la
fuerza de su voluntad humana, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo en plenitud para poder decir
–con toda consciencia y libertad– su rotundo fiat al designio divino. Esta enorme riqueza espiritual no rebaja
un punto su mérito; sencilla y grandiosamente hace posible lo que sería humanamente imposible: da a María
la capacidad del fiat. Pero Ella puso su entera y libérrima voluntad. Para entendernos: Dios me ha dado a mí
la gracia de responder afirmativamente a mi vocación divina. Sin esa gracia no habría podido decir que sí;
pero con ella no quedé forzado a decirlo. Podía haber dicho que no, pues, en principio, la vocación divina no
es un mandato inesquivable, sino una invitación: «Si quieres, ven y sígueme» [Lc 10,21].
Privilegios incluidos en la plenitud de gracia
a) Inmune de toda imperfección voluntaria [cfr. P. ej. San Agustín, De nat. et gratia, XXXVI; cfr CEC, 493], en
modo alguno inclinada al mal. Esto es teológicamente cierto [cfr LG, 56].
b) Con plenitud de Gracia inicial, como ya hemos visto, y plenitud creciente de Gracia en el transcurso de su
vida. La plenitud de Gracia inicial de María no fue absoluta, infinita, como la de Jesucristo Hombre (unido
hipostáticamente al Verbo), sino relativa. Era plena y perfecta, pero no infinita. Podía crecer y de hecho, al
corresponder en todo momento a las mociones de Dios, creció a lo largo de su vida. Es sentencia común de
los teólogos, que en el momento de la Encarnación, como consecuencia del «fiat», recibió un aumento de
Gracia que sería notabilísimo. Es lógico si pensamos que Cristo Hombre es Causa (subordinada a la Causa
primera, que es Dios) de la Gracia. Por lo demás, el amor recíproco entre el Hijo y la Madre sería una causa
ininterrumpida de incremento de Gracia para Ella.
Sin embargo, es seguro que María estuvo sujeta al dolor y padeció al corredimir con Cristo. El privilegio de la
Inmaculada Concepción, lejos de sustraer el dolor de María, más bien aumentó en Ella su capacidad de
sufrimiento, y la dispuso de tal modo que no desaprovechó ninguno de esos dolores y sufrimientos dispuestos
o permitidos por el Padre, ofreciéndolos con los de su Hijo por nuestra salvación.

La criatura que está en lo más alto, no es, con todo, la más lejana a nuestra poquedad.

La Iglesia ha salido al paso de errores sobre este particular, y ha proclamado en el Concilio Vaticano II
queMaría es «Aquélla, que en la Santa Iglesia ocupa después de Cristo el lugar más alto y el más cercano a
nosotros» [LG, 54; cfr FC I y InD].
Los orígenes de la Fiesta.
1. En la Constitución Ineffabilis Deus de 8 de Diciembre de 1854, Pío IX pronunció y definió que
la Santísima Virgen María «en el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia
concedidos por Dios, en vista de los méritos de Jesucristo, el Salvador del linaje humano, fue preservada
de toda mancha de pecado original». De esta manera proclamaba como dogma de fe de forma definitiva
lo que la tradición popular había sostenido desde los comienzos de la Iglesia.

Pio IX (1792 – 1878)

Lo que debes saber:


LA SAGRADA ESCRITURA:
En la Sagrada Escritura encontramos algunas referencias (aunque no directas) a la Virgen. El primer pasaje
escriturístico que contiene la promesa de la redención menciona también a la Madre del Redentor: “Yo pondré
enemistad entre ti y la mujer y su estirpe;ella aplastará tu cabeza cuando tú aceches para morderle su talón”
(Génesis 3:15).

Por otra parte en el evangelio de San Lucas, el saludo del ángel Gabriel (Cfr. Lucas 1:28) “Dios te salve, llena
de gracia” , “chaire kecharitomene”, indica una alabanza a la abundancia de gracia, un sobrenatural estado del
alma agradable a Dios, que encuentra explicación sólo en la Inmaculada Concepción de María. También se
han visto referencias a la Virgen María en el libro de los Proverbios, el Eclesiático y el Cantar de los Cantares
(Cfr. Cant. 4:7).LOS PADRES DE LA IGLESIA

Respecto de la impecabilidad de María, los antiguos Padres son muy cautelosos, aunque insisten en dos
puntos sobre todo: la absoluta pureza de María y su posición como segunda Eva (Cfr. 1 Cor 15:22). Esta
celebrada comparación entre Eva, por algún tiempo inmaculada e incorrupta -no sujeta al pecado original- y la
Santísima Virgen es desarrollado por varios Padres de la Iglesia: San Justino, San Ireneo de
Lyon,Tertuliano, San Cirilo de Jerusalén y Sedulioentre otros.
Los escritos patrísticos sobre la absoluta pureza de María son muy abundantes: Orígenes la llama «digna de
Dios, inmaculada del inmaculado, la más completa santidad, perfecta justicia, ni engañada por la persuasión
de la serpiente, ni infectada con su venenoso aliento». San Ambrosio dice que «es incorrupta, una virgen
inmune por la gracia de toda mancha de pecado». San Agustín declara que todos los justos han conocido
verdaderamente el pecado «excepto la Santa Virgen María, de quien, por el honor del Señor, yo no pondría en
cuestión nada en lo que concierne al pecado».

Los Padres sirios nunca se cansaron de ensalzar la impecabilidad de María. San Efrén describe la excelencia
de la gracia y santidad de María: «La Santísima Señora, Madre de Dios, la única pura en alma y cuerpo, la
única que excede toda perfección de pureza, única morada de todas las gracias del más Santo Espíritu [..], mi
Señora santísima, purísima, sin corrupción, la solamente inmaculada».
Respecto de la impecabilidad de María, los antiguos Padres son muy cautelosos, aunque insisten en dos
puntos sobre todo: la absoluta pureza de María y su posición como segunda Eva (Cfr. 1 Cor 15:22). Esta
celebrada comparación entre Eva, por algún tiempo inmaculada e incorrupta -no sujeta al pecado original- y la
Santísima Virgen es desarrollado por varios Padres de la Iglesia: San Justino, San Ireneo de
Lyon,Tertuliano, San Cirilo de Jerusalén y Sedulioentre otros.

Los escritos patrísticos sobre la absoluta pureza de María son muy abundantes: Orígenes la llama «digna de
Dios, inmaculada del inmaculado, la más completa santidad, perfecta justicia, ni engañada por la persuasión
de la serpiente, ni infectada con su venenoso aliento». San Ambrosio dice que «es incorrupta, una virgen
inmune por la gracia de toda mancha de pecado». San Agustín declara que todos los justos han conocido
verdaderamente el pecado «excepto la Santa Virgen María, de quien, por el honor del Señor, yo no pondría en
cuestión nada en lo que concierne al pecado».

Los Padres sirios nunca se cansaron de ensalzar la impecabilidad de María. San Efrén describe la excelencia
de la gracia y santidad de María: «La Santísima Señora, Madre de Dios, la única pura en alma y cuerpo, la
única que excede toda perfección de pureza, única morada de todas las gracias del más Santo Espíritu [..], mi
Señora santísima, purísima, sin corrupción, la solamente inmaculada».

EL ORIGEN DE LA FIESTA
La antigua fiesta de la Concepción de María(Concepción de Santa Ana), que tuvo su origen en los
monasterios de Palestina a final del siglo VII, y la moderna fiesta de laInmaculada Concepción no son
idénticas en su origen, aunque la fiesta de la Concepción de Santa Ana se convirtió con el paso del tiempo en
la de la Inmaculada Concepción.
Inmaculada Concepción de Murillo

Para determinar el origen de esta fiesta debemos tener en cuenta los documentos genuinos que poseemos. El más
antiguo es elcanon de la fiesta, compuesto por San Andrés de Creta, quien escribió su himno litúrgico en
la segunda mitad del siglo VII. En la Iglesia Oriental la solemnidad emergió de comunidades monásticas, entró en
las catedrales, fue glorificada por los predicadores y poetas, y eventualmente fue fijada fiesta en el calendario de
Basilio II, con la aprobación de la Iglesia y del Estado.
En la Iglesia Occidental la fiesta aparece cuando en el Oriente su desarrollo se había detenido. El tímido
comienzo de la nueva fiesta en algunos monasterios anglosajones en el siglo XI, en parte ahogada por la
conquista de los normandos, vino seguido de su recepción en algunos cabildos y diócesis del clero anglo-
normando. El definitivo y fiable conocimiento de la fiesta en Occidente vino desde Inglaterra; se encuentra en
el calendario de Old Minster, Winchester, datado hacia el año 1030, y en otro calendario de New Minster,
Winchester, escrito entre1035 y 1056. Esto demuestra que la fiesta era reconocida por la autoridad y
observada por los monjes sajones con considerable solemnidad.

Después de la invasión normanda en 1066, el recién llegado clero normando abolió la fiesta en algunos
monasterios de Inglaterra donde había sido establecida por los monjes anglosajones. Pero hacia fines
del siglo XI, a través de los esfuerzos de Anselmo el Joven, fue retomada en numerosos establecimientos
anglo-normandos. Durante la Edad Media la Fiesta de la Concepción de María fue comúnmente llamada la
«Fiesta de la nación normanda», lo cual manifiesta que era celebrada en Normandía con gran esplendor y que
se extendió por toda la Europa Occidental.

Por un Decreto de 28 de Febrero de 1476, Sixto IV adoptó por fin la fiesta para toda la Iglesia Latina y otorgó
una indulgencia a todos cuantos asistieran a los Oficios Divinos de la solemnidad. Para poner fin a toda
ulterior cavilación, Alejandro VI promulgó el 8 de Diciembre de 1661 la famosa constitución «Sollicitudo
omnium Ecclesiarum» en la que declaró que la inmunidad de María del pecado original en el primer momento
de la creación de su alma y su infusión en el cuerpo eran objeto de fe.

Desde el tiempo de Alejandro VII hasta antes de la definición final, no hubo dudas por parte de los teólogos de
que el privilegio estaba entre las verdades reveladas por Dios. Finalmente Pío IX, rodeado por una espléndida
multitud de cardenales y obispos, promulgó el dogma el 8 de Diciembre de 1854.

DOS EJEMPLOS DE DEVOCIÓN MARIANA: DON BOSCO Y MADRE MAZZARELLO


La devoción a María como Inmaculada, caracterizó los primeros veinte años de su sacerdocio. En esos años
Don Bosco vivió con inteligente entusiasmo el clima eclesial que precedió y acompañó la proclamación
dogmática de la Concepción Inmaculada (8 de diciembre de 1854) y las apariciones de Lourdes (1858). La
fecha del 8 de diciembre llegó a ser una fecha céntrica en su metodología pastoral y espiritual. Una fecha que
coincide también con el inicio de una de las obras salesianas más significativas: los oratorios festivos: 8 de
diciembre de 1841.
En 1854, don Pestarino constituyó en Mornese la Pía Unión de las Hijas de María Inmaculada. A sus 17 años,
Maín fue de las primeras en formar parte de ese grupo. Como otras jóvenes de Mornese, cultivaba un gran
amor a la Virgen, bajo el título de la Inmaculada, modelo de vida cristiana y, sobre todo, de pureza.

ORACIÓN
¡Virgen Santísima, que agradaste al Señor y fuiste su Madre; inmaculada en el cuerpo, en el alma, en la fe y
en el amor! Por piedad, vuelve benigna los ojos a los fieles que imploran tu poderoso patrocinio. La maligna
serpiente, contra quien fue lanzada la primera maldición, sigue combatiendo con furor y tentando a los
miserables hijos de Eva. ¡Ea, bendita Madre, nuestra Reina y Abogada, que desde el primer instante de tu
concepción quebrantaste la cabeza del enemigo! Acoge las súplicas de los que, unidos a ti en un solo
corazón, te pedimos las presentes ante el trono del Altísimo para que no caigamos nunca en las emboscadas
que se nos preparan; para que todos lleguemos al puerto de salvación, y, entre tantos peligros, la Iglesia y la
sociedad canten de nuevo el himno del rescate, de la victoria y de la paz. Amén.

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