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CONTRATAPA › 18.

000 POR DIA


Muertes gratuitas
Por Bernardo Kliksberg *
Diariamente perecen 18.000 niños, más de 6 millones por año por causas totalmente evitables. Son
muertes gratuitas. Las tres causas principales son la desnutrición, que los coloca en extrema
vulnerabilidad; la falta de agua potable, con la consiguiente ingestión de agua contaminada, y la
ausencia de instalaciones sanitarias. Pasan hambre 842 millones de personas, en un mundo que
produce alimentos que podrían abastecer a una población muy superior a la actual. Más de 700
millones no tienen acceso a agua potable y 1000 millones de personas hacen sus necesidades a cielo
abierto.
Las tres causales se refuerzan mutuamente. Una reciente investigación en la India, que tiene más de
un 40 por ciento de niños desnutridos, exploró un enigma. Algunas políticas sociales hicieron llegar
alimentos a niños desnutridos. Cuando se los comparó con otros desnutridos que no los recibieron,
se comprobó que todos estaban igual. Una razón central fue que el 50 por ciento de la población se
ve obligada a hacer sus deposiciones a cielo abierto por la dramática carencia de instalaciones
sanitarias. El nivel de contaminación produce infecciones bacterianas repetidas en los niños. Ellas
dañan significativamente su aparato digestivo, que no puede metabolizar los alimentos.
Por otra parte, según Unicef, la ingestión repetida de agua contaminada lleva a que los niños con
diarrea se debiliten y puedan contraer neumonía y otras enfermedades graves. Asimismo, puede
producir un daño cognoscitivo permanente.
Una de las desigualdades más groseras es el acceso al agua. Según la ONU, una persona debe poder
contar con un mínimo de 20 litros de agua diarios. Se estima que más de 1000 millones tienen
menos de 5 litros diarios. En los países desarrollados se consumen 400 litros diarios per cápita.
La alimentación de los niños en los primeros 1000 días de vida es crucial para toda su existencia.
Si carecen de algunos de los micronutrientes necesarios, contraerán enfermedades agudas.
Amartya Sen realizó una constatación sorprendente (ver Amartya Sen/Bernardo Kliksberg, Primero
la Gente). Encontró que reconstruyendo las series estadísticas sobre esperanza de vida en Inglaterra
en el siglo XX, el período en que mejoraron fue la Segunda Guerra. El país tuvo que racionar
alimentos y distribuirlos equitativamente. Ello mejoró el nivel nutricional promedio.
Alimentación, agua segura, instalaciones sanitarias, deberían ser derechos básicos totalmente
garantizados para todos los habitantes del planeta. No lo son. Matan niños, silenciosamente. En
mayor escala que ninguna guerra.
Atando cabos
Las grandes discusiones sobre las alternativas de modelos económicos y sociales están envueltas
para la ciudadanía con frecuencia en una bruma. Están plagadas de mitos, falacias, coartadas,
argumentos justificatorios, racionalizaciones que en definitiva impiden “atar cabos”, conectar
efectos con causas y poder identificar lo que es más conveniente para el bienestar colectivo.
Uno de los temas donde se observa con mayor fuerza el esfuerzo sistemático para que la gente “no
ate cabos” es el de las conexiones entre pobreza y desigualdad.
Se explica. Cómo justificar la actual explosión de desigualdades, que ha llevado a niveles
escandalosos las brechas de ingresos, activos, acceso a educación y salud.
El 1 por ciento más rico ya domina más del 50 por ciento del producto bruto mundial. A su interior,
una porción ínfima, 86 personas, tiene más que los 3500 millones personas de menores recursos del
mundo.
Los muy ricos, según describen los informes de bancos suizos, cuando desean que su dentista los
vea, adquieren sus servicios en exclusividad, y le mandan un avión esté donde esté. Un príncipe
saudita se compró un Boeing para 300 pasajeros para su uso personal. En él instaló un trono, para
que la servidumbre y los familiares que viajen con él le rindan homenaje permanente.
Hay una ofensiva de think tanks sobre la idea de que riqueza y pobreza no tienen vasos conectores.
Los que son muy ricos es por mérito propio. Los que quedaron abajo es un problema totalmente
diferente. Se debe a sus características personales, su falta de iniciativa, su indolencia, o a las de su
familia, que no hizo lo suficiente para darles educación.
Si la ciudadanía no ata cabos, las grandes disparidades quedan legitimidas. Entre otras, la brillante
senadora Elizabeth Warren, nueva estrella intelectual del Partido Demócrata (la profesora de
Harvard que preparó la ley de regulación financiera después de la crisis del 2008/9 y que ocupa la
banca que perteneció a Edward Kennedy), insiste dirigiéndose a los más ricos sobre esas
conexiones. Su argumentación es: a ustedes les ha ido muy bien, pero la inmensa mayoría tenemos
mucho que ver con eso. Sus empresas existen y rinden grandes beneficios porque el pueblo
americano construyó con sus impuestos los puentes, los caminos, la infraestructura, las escuelas
donde se formaron sus operarios y muchas otras cosas. El Premio Nobel de Economía Robert Solow
es muy directo. Dice que detrás de la disparada de las desigualdades están la destrucción del
movimiento sindical que ha dejado a los trabajadores sin protección, el desmantelamiento de la
legislación social y los sueldos muy bajos. Como lo demostró Thomas Piketty, desde 1970 la
participación del capital en el producto crece y la de los asalariados baja sistemáticamente.
Sueldos bajos, precarización de los trabajos, outsourcing, situaciones monopólicas, elusión de
impuestos a través de declarar las ganancias en paraísos fiscales, auge de la especulación financiera,
son algunas de las bases del crecimiento casi exponencial de las fortunas del 1 por ciento.
La contracara son las grandes masas de trabajadores con ingresos que los colocan por debajo de la
pobreza, los precios en ascenso de los bienes básicos, la fiscalidad regresiva, la incertidumbre
laboral severa ante la flexibilización de los mercados laborales.
La presidenta de la Reserva Federal de Estados Unidos, Janet Yellan, alertó recientemente sobre las
desigualdades y sus efectos corrosivos. Señaló que, mientras el financiamiento público para
educación temprana no ha crecido desde la recesión, el costo de la educación superior siguió
aumentando. Eso hará más difícil para los jóvenes pobres llegar a las universidades. También
subrayó la caída en la formación de pymes.
No es que en el mundo hay pobreza y hay desigualdad. Una causa eje, no exclusiva pero muy central
de la pobreza, es la desigualdad.
Costaría 0,25 centavos de dólar diario darle a un niño desnutrido una taza de micronutrientes con
todos los que necesita. Con aproximadamente 540 millones de dólares se podría dar esos nutrientes
a los 6 millones de niños que mueren anualmente por males de la pobreza. Esto significa una cuarta
parte de lo que cada uno de los 300 más ricos ganaron en el 2013.
El papa Francisco puso los puntos sobre las íes sobre esas conexiones. Señaló (2/10/14): “En los
Estados más ricos la globalización aumentó el abismo entre los grupos sociales creando más
desigualdad y nueva pobreza”.

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