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Teología i

Formación Pastoral
Iglesia Metodista Libre
Latinoamérica
Teología i

Ustedes estudian con diligencia las Escrituras porque piensan que en ellas hallan la vida
eterna. ¡Y son ellas las que dan testimonio en mi favor!
Juan 5:39 NVI

FORMACIÓN PASTORAL
Iglesia Metodista Libre
Latinoamérica
Equipo Directivo

Directora de área
Dra. Delia Nüesch-Olver

Equipo de Formación Pastoral Latinoamérica


Dr. Paul Olver, Dr. Glenn Lorenz y Dr. Ricardo Gómez

Coordinador de proyecto
John Jairo Leal Rincón

Equipo de Trabajo
Beth Gómez, Jennifer Porras Pabón, Luis Fernando Pérez Rojas y Shirley Yomara Cadena
Maldonado

Diseñador
Johan Ferney Ríos Arboleda

Permitimos a otros distribuir, remezclar, retocar y


crear a partir de esta obra de modo no comercial,
siempre y cuando nos den crédito y licencien sus
nuevas creaciones bajo las mismas condiciones.

Elaborado en Medellín, Colombia


2018
INTRODUCCIÓN

La teología es el estudio acerca de la persona de Dios y sus relaciones con su creación. De ante
mano debemos reconocer que es una tarea que nos desborda, pues como podrá el ser humano finito,
limitado, entender a un Dios infinito y eterno. Sin embargo, el llamado de Dios a que lo conoz-
camos y entendamos que Él es Dios y que no hay otro fuera de Él. Así pues, nuestro esfuerzo en
este módulo es dar a conocer lo que Dios nos ha revelado en las Escrituras sobre sí mismo. Para
tal fin hemos decidido seguir mayormente la estructura del Libro de Disciplina en sus artículos de
religión ¶101-131. Este material ha sido preparado por Luis Fernando Pérez Rojas, Shirley Yomara
Cadena Maldonado y John Jairo Leal Rincón. Hemos usado y adaptado material de PIC y del Cur-
so Omega para Plantadores de Iglesia Manual 2.

Se sugiere que este módulo se enseñe usando la metodología de aula invertida porque es la que
mejor ayuda a desarrollar los materiales y lograr las metas. En esta, los plantadores o pastores-es-
tudiantes reciben los materiales previamente al encuentro (el tiempo presencial de clase), hacen
la lectura comprendiendo el contenido y realizan todas las asignaciones dadas. En el encuentro se
socializan los materiales, se profundiza en los contenidos, se revisan los ejercicios y se solucionan
interrogantes que hayan surgido.

Preferiblemente esta asignatura se debe realizar en grupo y bajo la supervisión de un formador de-
bidamente avalado por la Iglesia Metodista Libre; para una excepción, por condiciones especiales,
debe comunicarse con la persona a cargo en su iglesia, distrito o conferencia. Este material está
dirigido tanto para personas que están en el proceso de Plantación de Iglesias Comunitarias, como
para pastores en iglesia ya establecidas que están camino a la ordenación.

El diseño del módulo presupone que cada lección de esta asignatura corresponde a 3 horas de en-
cuentro de grupo (incluyendo un tiempo de descanso por lección); por ello es ideal seguir una de
las siguientes modalidades para completar esta asignatura:

Plan extendido: 12 encuentros semanales de 1 hora y media cada uno. Esta modalidad es ideal
cuando un mismo grupo está realizando 2 o más asignaturas al mismo tiempo. En esta modalidad
recomendamos que en una semana se revise la asimilación del contenido (use las actividades de
evaluación llamadas “preguntas de reflexión” y “lecturas complementarias”), y en la siguiente re-
vise el desarrollo de los ejercicios de evaluación personal y los planes de acción.

Plan regular: La asignatura se puede completar en 6 encuentros semanales de 3 horas cada uno (una
variante a esto son 2 encuentros semanales de 1 hora y media cada uno). Antes de cada encuentro
usted deberá completar todas las actividades indicadas para la lección.

Plan intensivo: La asignatura se puede completar en e1 encuentro de aproximadamente 18 horas.


En esta modalidad se espera que el estudiante sea muy disciplinado de tal forma que, durante cada
una de las 6 semanas previas al encuentro, lea completamente el contenido del manual, desarro-
lle las actividades de evaluación tocantes al pensamiento (preguntas de reflexión e informes de
lectura) y evaluación personal. En el encuentro el formador indicará cuándo y cómo completar y
reportar las actividades de evaluación llamadas planes de acción.
A lo largo de todos los manuales podrá encontrar algunos de los siguientes íconos. En ocasiones
puede encontrar dos de estos íconos fusionados, esto implica que tiene el significado de los dos. A
continuación se los presentamos con su significado:
CONTENIDO

Sílabo ..................................................................................................................................................... 7

1 Introducción a la Teología ............................................................................................................... 9

• Introducción ......................................................................................................................................... 10
• ¿Qué es la Teología? ............................................................................................................................ 11
• Revelación general ............................................................................................................................... 14
• Revelación especial .............................................................................................................................. 15
• Revelación redentora ........................................................................................................................... 16
• La Escritura .......................................................................................................................................... 17
• Actividad de evaluación ....................................................................................................................... 22

2 La Santa Trinidad ............................................................................................................................ 23

• Introducción ......................................................................................................................................... 24
• Definición ............................................................................................................................................. 24
• Hay un solo Dios .................................................................................................................................. 25
• Dios creador ......................................................................................................................................... 26
• La Trinidad en el Antiguo Testamento ................................................................................................. 28
• La Trinidad en el Nuevo Testamento ................................................................................................... 29
• Actividad de evaluación ....................................................................................................................... 35

3 El Padre ............................................................................................................................................. 37

• Introducción ......................................................................................................................................... 38
• Dios Padre en el Antiguo Testamento .................................................................................................. 39
• Dios Padre en el Nuevo Testamento .................................................................................................... 43
• Actividades de evaluación ................................................................................................................... 48

4 El Hijo ................................................................................................................................................ 49

• Introducción ......................................................................................................................................... 50
• Dios hombre ......................................................................................................................................... 51
• Jesús, nuestro gran profeta ................................................................................................................... 53
• Jesús, nuestro gran sumo sacerdote ..................................................................................................... 56
• Jesús, nuestro rey eterno ...................................................................................................................... 58
• Títulos de Jesús .................................................................................................................................... 59
• Actividad de evaluación ....................................................................................................................... 64
5 La Persona del Espíritu Santo ......................................................................................................... 65

• Introducción ......................................................................................................................................... 66
• La persona del Espíritu Santo .............................................................................................................. 68
• La obra del Espíritu Santo en la Biblia ............................................................................................... 70
• La obra del Espíritu Santo en el creyente ........................................................................................... 73
• Actividad de evaluación ....................................................................................................................... 78

6 El Espíritu Santo y la Iglesia ............................................................................................................ 81

• Introducción ......................................................................................................................................... 82
• El Espíritu Santo y el comienzo de la iglesia ....................................................................................... 82
• El Espíritu Santo y las personas ........................................................................................................... 86
• El Espíritu Santo y la comunidad ........................................................................................................ 90
• Actividad de evaluación ....................................................................................................................... 95

Bibliografía ........................................................................................................................................... 96
Sílabo 7
Sílabo

Asignatura
Teología I

Descripción del curso


Este curso articula las doctrinas de la fe cristiana respecto a la Trinidad. En lo posible,
se expondrá en qué consiste la santa Trinidad, su unidad, pero a su vez, el misterio de
las tres Personas.

Objetivos generales
Al concluir esta lección el estudiante:
• Articulará las doctrinas de la fe cristiana con respecto a la Trinidad.
• Reconocerá las herejías históricas y su influencia en nuestras creencias actuales.
• Será consciente de las implicaciones que tiene comprender la Trinidad para su vida
personal y ministerial.

Evaluación
• El estudiante llevará un diario, físico o digital, en el que responderá las preguntas
que se presentan durante la lección y desarrollará las actividades de evaluación que
se encuentran al final de cada lección.
• El estudiante deberá elaborar un sermón.

Recursos cibergráficos
¿Quién es Dios? Introducción a la Teología
https://www.youtube.com/watch?v=ou4VmhJr2d4&feature=youtu.be

Nadie es más importante que papá


https://www.youtube.com/watch?v=WJLYXXl31Bs

¿Quién es Jesucristo? Introducción a la Teología


https://www.youtube.com/watch?v=kzz8LFGRmRY

La iglesia llena del Espíritu Santo


https://www.youtube.com/watch?v=axDlplpB8Yo
8 Sílabo
Criterios de evaluación – sermón

Por favor escriba un sermón que trata la naturaleza trinitaria de Dios. El sermón puede
centrarse principalmente en un miembro de la Trinidad, pero en algún momento debe
describir la relación entre las tres Personas. Usted es libre de usar cualquier texto bíbli-
co que quiera usar, pero necesita hacer un estudio y una exposición claros de cualquier
texto primario que elija. Se revisarán las analogías y descripciones que use y cómo las
usará, así que sea claro y preciso. Si la ilustración que utiliza tiene defectos, asegúrese
de describir las limitaciones de la ilustración. Por ejemplo, si dice que la Trinidad es
como un huevo, también debe asegurarse de describir cómo la Trinidad NO es como un
huevo. El sermón se calificará según la claridad teológica, la simplicidad y la precisión,
así como sobre la buena técnica para elaborar sermones.
Sílabo

INTRODUCCIÓN A LA
1 TEOLOGÍA

Propósito de la lección
Conocer en qué consiste la teología bíblica y cómo esta se en-
carga de interpretar la revelación de Dios.

Resultados de la lección
Al concluir esta lección el estudiante:
• Comprenderá la diferencia entre teología sistemática y te-
ología bíblica.
• Identificará la revelación general y la revelación especial. A
su vez, comprenderá sus funciones específicas.
• Profundizará la seguridad de la Escritura como guía para la
salvación.

Contenido
• Introducción
• ¿Qué es la Teología?
• Revelación general
• Revelación especial
• Revelación redentora
• La Escritura
• Actividad de evaluación
10 Introducción a la Teología
INTRODUCCIÓN
L os indígenas de los Andes, los incas, adoraban la Pachamama, en otras palabras, la
madre tierra. La Pachamama fue la diosa de la fertilidad que tenía que ver con la
siembra y la cosecha, ella encarnaba las montañas y causaba los terremotos. Además,
los incas creían que era una deidad siempre presente e independiente que tenía su pro-
pio poder autosuficiente y creativo para sostener vida en esta tierra. Los santuarios de
la Pachamama eran rocas sagradas, o los troncos de árboles legendarios. Algunos de
sus artistas la imaginan como una mujer adulta con cosechas de papas y hojas de coca.
Los cuatro principios sobre el origen de todas las cosas, según Quechua son: Agua,
Tierra, Sol y Luna, sin embargo, afirman que la Pachamama es su primer origen. De
igual manera que en otras culturas los incas también tenían sacerdotes que sacrificaban
animales como llamas, cuyes y prendas elaboradas, en minia-
tura, quemadas para ella, pues es una diosa cruel con ganas
de cobrar sus sacrificios. La Pachamama es la madre de
Inti, el dios del sol, y Mama Killa, la diosa de la luna. Se
dice que Pachamama también es la esposa de Inti, su hijo.
Después de la conquista por España, que forzó la conver-
sión al catolicismo romano, la figura de la Virgen María
se unió a la de la Pachamama para muchos de los indígenas.

Esta ilustración nos deja ver la creencia que existe un ser divino mucho más grande que
el ser humano, en todas las culturas y civilizaciones es común. Esto se debe, en parte,
al hecho de que el ser humano razona buscando una explicación para la existencia de
nuestro mundo; se llega a la conclusión que solo un ser superior al ser humano podría
crearlo. El ser humano, intuitivamente, por su propia naturaleza religiosa, propende a
buscar un ser que de algún modo es mucho más alto y superior a él. Comúnmente, las
personas no buscan pruebas de su propia existencia, ni de la existencia de las cosas
materiales porque las reconoce por sus sentidos. Aunque Dios es invisible en su per-
sona, su existencia es tan evidente que los seres humanos por lo general no requieren
pruebas para comprobar su existencia. La duda de la existencia de Dios es consecuen-
cia de la perversidad del propio ser humano, de su ceguera espiritual. La evidencia de
la existencia de Dios en la creación es tan clara que rechazarla es el fundamento de la
condenación del mundo, que no ha escuchado el evangelio. Según Romanos 1:19-20,
es porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó, porque
las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde
la creación del mundo, siendo entendidas.

La revelación de Dios mediante los profetas, antes de que la Palabra fuese escrita, y la


revelación procedente de la Palabra, ha penetrado, en cierto grado, la conciencia total
del ser humano hoy día. Aunque el mundo, en general, es ignorante de la revelación
escritural, algunos conceptos de Dios han penetrado en el pensamiento de todo el mun-
do, de tal forma que la creencia en un ser superior es generalmente cierta, incluso entre
los seres humanos a quienes no ha llegado directamente la Escritura (Chafer). Es aquí
donde la teología tiene un papel fundamental.
Introducción a la Teología 11
¿QUÉ ES LA TEOLOGÍA?
Al definir el término teología recurriremos a dos asuntos para hacerlo. En primer lugar
al significado de la palabra y en segundo lugar al quehacer de la teología. La palabra
teología proviene del griego “theos” que significa Dios, y “logos” que quiere decir
“estudio”, “tratado” o “razón”; es decir, la teología es el estudio de todo lo concerniente
a Dios. De ahí que la teología trata de responder preguntas como por ejemplo: ¿Quién
es ese Dios que se estudia? ¿Cómo lo conocemos? ¿Cuál es el propósito de la teología?
La teología es la ciencia de la revelación, es decir, descubre algo que está oculto para
que se pueda ver y conocer. Ahora bien, a través de la historia la teología ha tenido
varios quehaceres importantes:

1. La teología como explicación de la realidad física


Siglos antes de la encarnación de Cristo ya se usaba el término “teología”. Los griegos
llamaban “teólogos” a los poetas y a todo aquel que intentara explicar el origen del
mundo. Estos basaban sus creencias de la creación del mundo en los mitos existentes.
En cierto sentido, la fe cristiana y, por ende, la teología ofrece una explicación de la
realidad física. No de cómo funciona esta realidad ni de los pasos que Dios usó para
formar su creación, sino que fue Dios quien la creó de lo no existente. La teología
asegura que fue Dios quien creó todo lo existente, es decir, muestra que Él está por
encima de lo creado. Evidencia que la existencia tiene su inicio en Dios. Por esta razón,
hay que tener cuidado con las “teologías” que pretenden explicar de manera detallada
y estructurada cómo funciona cada aspecto de la creación teniendo como base las
Escrituras. La teología afirma que todo lo que existe es creación de Dios, y que todo
tiene su lugar en el plan de Dios (González & Maldonado, 2003, pp. 8-9).

2. Teología como sistematización de la doctrina


La teología sistematizada intenta resumir y sintetizar los hilos principales de las afir-
maciones teológicas. Desde los primeros años del cristianismo, la iglesia se vio en la
necesidad de sistematizar puntos esenciales de la fe cristiana. Surgió la necesidad de
responder adecuadamente a las herejías
que surgieron en la iglesia naciente. Por
esta razón, en los siguientes años fueron
necesarios algunos concilios para estable-
cer ciertos parámetros de fe basados en la
Escritura. Orígenes, uno de los padres de
la iglesia, fue el primero en sistematizar de manera formal la fe cristiana. Él abarcó
desde la creación de todas las cosas hasta los últimos tiempos. Después de él, se han
escrito cientos de libros de Teología sistemáticas que pretenden mostrar la doctrina
cristiana como un todo ordenado y coherente (por lo menos para la estructura de pen-
samiento occidental).

Tener las doctrinas bíblicas de manera ordena-


da y estructurada por temas nos ayuda a juzgar
cualquier doctrina llamativa que emerge, sin
embargo, también tiene sus peligros (González
& Maldonado, 2003). Un peligro es acercarnos
a la Biblia principal o únicamente por estas ca-
12 Introducción a la Teología
tegorías, divisiones o estructuras cuando no fue escrita para esto. Se corre el riesgo
de olvidar que la Biblia nos muestra la historia de salvación y responde a necesidades
específicas. A Dios, aunque queramos, no lo podemos encasillar y ni ajustar a nuestra
comprensión limitada. Cada vez que intentamos sintetizar o definir algo sobre Él, lo
estamos reduciendo a nuestra capacidad limitada. En este módulo, y en el de Teología
II, no pretendemos hacer una sistematización de la Biblia. Antes bien, pretendemos
mostrar una teología bíblica que tiene en cuenta a Dios en la historia y cómo Él se re-
veló a los seres humanos de maneras diferentes. En la teología bíblica la organizamos
según los conceptos cronológicos y antecedentes históricos. Es decir, vemos cómo un
concepto es ampliado o corregido a través de la historia de la salvación. En contraste
con la teología sistemática que se organiza sobre temas específicos sin tener en cuenta
los antecedentes históricos.

3. Teología como defensa de la fe y puente a los no creyentes


Desde el inicio de la iglesia, la teología ha sido una manera
eficaz de defender la fe. Los evangelios son muestra de ello.
En ellos se muestra que Jesús era el mesías esperado por Israel,
a pesar de que había muchos judíos incrédulos. De hecho, Es-
teban fue el primer mártir por hacer defensa de su fe en Cristo y
desde ese momento Jesús se hizo evidente para los no creyentes.
En los siglos siguientes, se hizo aún más urgente la necesidad de de-
fender la fe ante los no creyentes, quienes criticaban, y se burlaban de los cristianos por
no tener dioses visibles. Fue allí donde se usó la teología para defender la fe.

Además, la teología también sirvió como estrategia para preparar el camino ante los
no creyentes y así ellos pudieran escuchar el evangelio con mayor claridad. Algunos
líderes, con grandes capacidades intelectuales, comenzaron a buscar puentes entre su
fe y la cultura de ese momento. Fue allí, donde encontraron que el filósofo Platón se
había referido al Ser Supremo. Este había expresado que por encima de todos los seres
visibles hay un primer ser, infinito e inmutable, del cual todos los seres dependen para
la existencia. Ese Ser Supremo era el mismo que los cristianos llamaban Dios. De esta
manera, Justino Mártir, Clemente de Alejandría y Orígenes (líderes de la iglesia de los
primeros siglos y a quienes se les llama “Padres de la iglesia”) defendieron la fe ante
muchas falsas doctrinas, y construyeron puentes para una buena exposición de la fe
ante los incrédulos. De ese modo, los cristianos mostraban que la fe no era irracional
como se decía. Antes bien, dejaron en evidencia que su fe era real y dependiente total-
mente de un único Dios, no de muchos dioses (González & Maldonado, 2003, págs.
11-12).

4. La teología como crítica de la vida y de la proclamación de la iglesia


La teología ha sido la encargada de señalar las áreas en que no se está viviendo de
acuerdo con la Palabra de Dios. Tiene como propósito la proclamación del evangelio.
Afirma que las acciones diarias y el carácter deben reflejar la fe en Cristo. Por esta
razón, la teología interpreta la Palabra de Dios y a su vez, examina la vida humana
teniendo en cuenta sus debilidades, dolores, y penurias.

La teología también se encarga de examinar lo que se está enseñando en la iglesia y


confrontarlo con la verdad expresada en las Escrituras a fin de que sea fiel al evangelio.
Introducción a la Teología 13
La teología analiza detalladamente el mensaje que la iglesia expresa para que sea acor-
de con la Palabra de Dios. Ilustremos esto con la conocida “teología de la prosperidad”
y su interpretación de las Escrituras. En primera instancia, no es una “teología” porque
no es un conjunto ordenado y estructurado de doctrinas respecto a la prosperidad. Es
un movimiento de fe no una teología en sí. Es decir, esta “Teología” no toma en cuenta
lo que dice el contexto global de las Escrituras sobre la prosperidad, sino que mal in-
terpreta algunos pasajes específicos para apoyar su posición.

Observemos la interpretación de Proverbios 18:21: “La muerte y la vida están en poder


de la lengua; y el que la ama comerá de sus frutos”. Osteen interpreta que: “nuestras
palabras llegan a ser profecías que se cumplen solas”. Sin embargo, en el contexto
más amplio el proverbista expresa que: si con la lengua se siembra muerte, muerte se
cosechará; si vida, con ella se nos pagará. Es decir si el hombre ofende o chismea de
alguien, el hombre ofendido puede vengarse y hasta lo puede matar, por esta razón San-
tiago dice que la lengua es un fuego de maldad, llena de veneno mortal que enciende
con una pequeña chispa un inmenso bosque (Stg. 3:1-8). Vale decir de nuevo, que la
teología bíblica ayuda a evitar estos errores, porque se trabaja el texto en su contexto
literario y bíblico siendo fiel al texto. Esta, y otras “teologías” modernas, requieren con
gran urgencia el uso de la teología bíblica para la buena interpretación de las Escrituras
en los sermones, lecciones y escritos.

De igual manera, la teología examina las acciones de la iglesia, llamándola a ser co-
herente entre sus palabras y acciones. Una pregunta que nos ayuda en este punto es la
siguiente: ¿Cómo refleja lo que que estoy haciendo y diciendo el evangelio de Jesu-
cristo pide?

Sin embargo, entender la teología simplemente como crítica del actuar de los creyentes
y de la misma iglesia, tiene una debilidad. No dice nada a los que no son parte de la
iglesia. De ahí que, la teología debe revisar la proclamación de la iglesia en su encuen-
tro con el resto del mundo (González & Maldonado, 2003, págs. 13-14).

5. La teología como contemplación


Acercarnos a la teología a través de la contemplación contrarresta la
tendencia moderna de verla como cualquier otra disciplina. La teología
como contemplación resalta el carácter devocional de la teología, es
decir, va acompañada de la oración y la meditación de las Escrituras.
Sin embargo, el peligro es irse al otro extremo de solamente orar
y meditar sin hacer un estudio consciente y organizado. El indi-
vidualismo a la hora de hacer teología ha tenido consecuencias
graves, puesto que ha dado pie para visiones e interpretaciones
privadas. Por ejemplo, se ha llegado al extremo de darle autoridad
teológica a lo que una persona presenta como una “revelación”, “visión” o “mensaje
de Dios”. En estos casos debemos tener claro que estas no son verdaderamente “reve-
lación”, porque la revelación ya se completó a través de la obra de Jesús y lo que los
escritores del Nuevo Testamento consignaron a cerca de ello.

Como hemos visto, la teología y sus funciones se pueden entender de varias formas,
pero en ninguna instancia estas se contradicen, sino que se complementan. A la teolo-
gía le interesa la realidad humana, y esta afecta el quehacer teológico. Sin embargo, la
14 Introducción a la Teología
meta de la teología es el conocimiento acerca de Dios. Este se logra exclusivamente a
la medida que él mismo se ha dado a conocer. Si Dios no se hubiera revelado no podría-
mos conocerlo (1Co. 2:11). La revelación es indispensable por las siguientes razones
(Milne, 2008, pág. 34):
• Somos seres creados y, por ende, totalmente dependientes de Dios para nuestra ex-
istencia. A diferencia de Dios que existe libremente de nosotros (Gn. 1:27). Es decir,
Dios y el ser humano pertenecen a diferentes categorías del ser. Sin embargo, la
diferencia no es absoluta porque el hombre fue creado a imagen de Dios; y Dios
se comunica con los seres humanos (Gn. 1:28). Es decir, fuimos creados con el
propósito de tener alguna relación y sensibilidad hacia Dios mismo. Además, Dios
se encarnó, se hizo ser humano en Cristo (Jn. 1:14), y el Espíritu de Dios mora en
los cristianos y los posibilita para tener una relación personal con Dios (Ro. 8:9-17).
• Somos pecadores. Esta triste realidad, necesitaba con urgencia de la revelación de
Dios donde es manifiesto su amor y misericordia para con el hombre. La caída dañó
la realidad espiritual y moral del ser humano (Ro. 1:18; 1Co. 1:21; 2Co. 4:4; Ef. 2:1,
4:18). Dios se ha revelado de dos maneras: revelación general y revelación especial.

REVELACIÓN GENERAL
Dios es el creador de todo cuanto existe, visible o no. Él se ha reve-
lado al ser humano a través del tiempo y sin importar el lugar por
medio de la majestad de las cosas creadas. La belleza inalte-
rable e inimaginable de su creación, declara sin palabras su
procedencia. Al contemplar tal solemnidad, inevitablemen-
te surgen preguntas como las siguientes: ¿Quién diseñó lo
que vemos? ¿Quién tuvo tanta creatividad para hacer todo
diferente y maravilloso? ¿Quién perfeccionó cada detalle de
la naturaleza? Frente a esto, Pablo expresó: “Porque las cosas
invisibles de él [Dios], su eterno poder y deidad, se hacen clara-
mente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas
hechas, de modo que no tienen excusa” (Ro. 1:20). Es decir, la naturaleza habla de su
creador, revela a Dios.

En este sentido, el salmista expresó: “los cielos cuentas la gloria de Dios y el firma-
mento anuncia la obra de sus manos” (Sal. 19:1). Dentro de la revelación natural, se
encuentra a Dios obrando como el creador de los cielos y de la tierra (Gn. 1:1); como
quien provee y sustenta a los seres humanos (Gn. 8:22); como el dueño absoluto de
toda la tierra (Sal. 24:1); como quien imparte justicia (Job. 36:37); como el que llena
la tierra con su misericordia (Sal. 33:5), y finalmente, como el Dios de toda la histo-
ria, él es quien sostiene, dirige y determina los pasos de toda su creación (Sal. 33:10,
67:4;,90, 104, 107, 145, 147).

Finalmente, podemos afirmar que Dios dejó la creación como testimonio para que los
seres humanos lo busquen, todo lo creado da cuenta de la providencia y el cuidado de
Dios. Por otro lado, Dios también nos dejó la conciencia que nos indica qué es bueno y
Introducción a la Teología 15
qué es malo. “Estos muestran que llevan escrito en el corazón lo que la ley exige, como
lo atestigua su conciencia, pues sus propios pensamientos algunas veces los acusan y
otras veces los excusan” (Ro. 2:15). Esto lo dijo Pablo refiriéndose a los gentiles. De
igual manera, todo ser humano tiene un instinto para adorar. Lutero expresó que todo
los seres humanos adoramos algo, ya sea a Dios o un ídolo. Como vimos al principio,
los incas adoraban la Pachamama, la madre tierra, los aztecas al sol y hoy en Latinoa-
mérica la Virgen María. De ahí que, no hay ningún pueblo que carezca de un sentido de
acogimiento ante lo sobrenatural. Los chinos creen en los espíritus de los antepasados,
los musulmanes en Allah, los de la india en muchos dioses y nosotros los cristianos
en Cristo. Por esta razón, Calvino se refirió a “un sentido de deidad” el cual ha sido
implantado en el corazón del ser humano (Milne, 2008).

Así que, el ser humano no tiene excusa ante Dios porque la naturaleza misma, su con-
ciencia y el instinto de adorar, revelan la existencia de un Dios. Todo ser humano tiene
alguna idea o noción correcta o incorrecta acerca de Dios. De esta manera, la búsqueda
de Dios es algo innato en las personas (Sal. 19:1; Ro. 2:15).

En conclusión, el ser humano sabe que existe un Dios creador de todo lo visible e in-
visible, y la misma creación da testimonio de Él. Este Dios sustenta su creación, y esta
refleja su bondad (Sal. 19:1). Además, Dios le ha dado la conciencia, la capacidad de
discernir entre el bien y el mal (Ro. 1:20), a pesar de todo, el ser humano no busca a
Dios (Ro. 1:24). Aunque a través de la revelación general sabemos que hay un Dios,
tal conocimiento no salva, puesto que apenas sirve para dejar al ser humano sin excusa
ante Dios.

REVELACIÓN ESPECIAL
Como hemos visto, la revelación general resulta incompleta a causa de
la magnitud del pecado que habita en el ser humano. De ahí que, nace
la necesidad de una revelación salvadora, que provea los medios ade-
cuados y necesarios para que el ser humano pueda restaurar su relación
con Dios. En la revelación especial, Dios se da a conocer con claridad
y plenitud teniendo como clímax la encarnación, resurrección y exal-
tación del Hijo de Dios (Jn. 1:1, 14). Bavinck ha definido la revelación
especial como: “el acto consciente y libre de Dios por medio del cual se da a
conocer al hombre, para que este llegue a ponerse en relación correcta con él [a través
de Cristo]” (Donner, 2008, pág. 13).

La revelación especial es a través de la encarnación de Cristo, esta es la suprema au-


to-revelación de Dios (Jn. 1:1, 14). En el milagro de la encarnación, Dios construyó
un puente sobre el abismo (el pecado) que separaba al ser humano de su Creador. Je-
sús voluntariamente se ofreció, tomando la naturaleza de siervo y se manifestó como
hombre para revelar al Padre (Fil. 2:7-8). Juan expresó: “A Dios nadie le vio jamás;
el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Jn. 1:18).
De ahí que, Jesús es quien ha revelado a Dios, nos ha dado a conocer al Padre, porque
no habló por su propia cuenta, sino que habló lo que el Padre mismo le mandó a decir
16 Introducción a la Teología
(Jn. 12:49). En Cristo: “Dios está presente en persona y su carácter y naturaleza esen-
cial son revelados a nosotros” (Milne, 2008, pág. 40). Por esta razón, Jesús dijo: “el
que me ha visto, ha visto al Padre” (Jn. 14:9). Él es la imagen de Dios, nos revela todo
lo que alcanzamos a conocer y a entender de Dios. Él es el resplandor de la gloria de
Dios, la fiel imagen de lo que Dios es (Heb.1:3). “En Jesús nos confrontamos con el
corazón eterno de Dios. Jesucristo es, por tanto, el centro y la cumbre de toda la reve-
lación divina” (Milne, 2008, pág. 40).

Todo lo que Jesús hizo y enseñó se revela en la Biblia, ella es la que da testimonio del
carácter y contenido de esta revelación especial (Donner, 2008). “Estas dos formas de
revelación especial no pueden ser separadas. Cristo es la Palabra encarnada, se da a
conocer por medio de la Palabra escrita de Dios: la Biblia” (Milne, 2008, pág. 40).

REVELACIÓN REDENTORA
Dios se reveló en su máxima expresión con la vida, muerte, resurrección y exaltación
de Cristo. Sin embargo, a causa de la naturaleza pecaminosa del ser humano “la reve-
lación especial en Cristo y la Escritura no es suficiente para darnos un pleno y satisfac-
torio conocimiento de Dios” (Milne, 2008, pág. 41). Dado que todo ser humano tiene
una tendencia a resistir a Dios y una inclinación evidente hacia el pecado, no es posible
que por su propio deseo se acerque a Dios. Un ejemplo de esto fueron los judíos, ellos
conocían las Escrituras, quizá muchísimo más que nosotros y también conocieron a
Jesús, incluso físicamente, pero no le aceptaron. “Si vamos a conocer verdaderamente
a Dios entonces la revelación debe redimir a la vez que informar, al mismo tiempo que
enseñar” (Milne, 2008, pág. 41).

La revelación progresiva es muestra de la gracia de Dios para nuestras vidas. En este


sentido la revelación progresiva implica varios momentos: 1) la revelación general a
través de la naturaleza y la conciencia. 2) La revelación especial, Dios mismo se reve-
la a través de la Palabra encarnada y 3) La Escritura donde el centro de la revelación
radica en la muerte de Cristo por nuestros pecados (1Co. 15:3). Pero, hasta aquí solo
hay una revelación en conocimiento; por esto, era necesaria una revelación que hiciese
efectiva la grandeza de la muerte de Cristo en nuestras vidas. Solo es el Espíritu Santo
quien nos lleva a Cristo, “Y, cuando él venga, convencerá al mundo de su error  en
cuanto al pecado, a la justicia y al juicio” (Jn. 16:8). Milne afirma:
El Espíritu Santo hace efectiva la redención de Cristo, sometiendo nuestra voluntad
rebelde y abriendo nuestros ojos ciegos para que podamos creer en el evangelio y
así permitirnos entrar al reino de Dios y conocerlo verdaderamente (Jn. 3:1; 15:26;
1Ts. 1:5; Tit. 3:5) (2008, pág. 41).

El Espíritu Santo nos lleva de un mero conocimiento del plan de salvación a creer en la
obra de Cristo, hace viva nuestra fe a través de la experiencia personal. Solo el Espíritu
Santo hace que nos encontremos con el Cristo Resucitado y oigamos la voz del Padre
a través de la Escritura.
Introducción a la Teología 17
LA ESCRITURA
La Biblia es la Palabra escrita de Dios, inspirada únicamente por el
Espíritu Santo. Da testimonio inequívoco de Jesucristo, la Palabra
viva. Atestiguada por la iglesia primitiva y concilios posteriores, es el
informe fidedigno de la revelación de Dios, completamente verdade-
ra en todas sus afirmaciones. Ha sido fielmente preservada y demos-
trada su verdad en la expresión humana.

Las Escrituras han venido a nosotros a través de autores humanos,


que escribieron, movidos por Dios, en las lenguas y formas literarias de sus tiempos.
Dios continúa hablando, por la iluminación del Espíritu Santo, por medio de esta pala-
bra, a cada generación y cultura.

La Biblia tiene autoridad sobre toda la vida humana. Ella enseña la verdad acerca de
Dios, su creación, su pueblo, su único Hijo y el destino de toda la humanidad. También
enseña el camino de salvación y la vida de fe. Nada que no se encuentre en la Biblia ni
pueda probarse por ella ha de ser requerido como artículo de fe ni como algo necesario
para la salvación (Libro de Disciplina, 2015, ¶108).

La revelación especial se ha dado por medio de la Palabra encarnada y la Palabra es-


crita. La Escritura es la Palabra escrita de Dios, y a través de esta trasmite su voluntad
al ser humano (Jn. 10:35; 2Ti. 3:16). Dios, a través de años de historia, ha conservado
su Palabra por medio de su divina providencia para todas las generaciones (Hch. 7:38;
Ro. 15:4; 1Co. 10:11).

La Biblia nos muestra quién es Jesús, qué hizo y cuál era su enseñanza. Por lo tanto, la
Escritura es la base para conocer a Dios y la norma para toda predicación y enseñanza
acerca del Dios trino. La Biblia es la forma material de la revelación divina y especial.
Esto tiene tres implicaciones importantes (Milne, 2008, págs. 45-47):
1. La condescendencia de Dios
Como se ha expresado anteriormente, a Dios lo podemos conocer en la medida que Él
se ha dado a conocer. Él, se rebajó a nuestra condición para comunicarse con nosotros
y mostramos el camino. Es como la historia de un indígena motilón que después de ha-
ber recorrido unos buenos kilómetros para llegar a su casa después de cazar, se sentó a
descansar y observó un montón de hormigas que trataban de construir un hogar. Él ha-
bía querido ayudarlas a hacer una buena casa, como las casas de los motilones, así que
comenzó a cavar en la tierra. Pero debido a que él era tan grande y tan
poco familiar, las hormigas habían tenido miedo de él y habían huido.

Entonces, milagrosamente, el motilón se convirtió en hormiga. Él


pensaba como hormiga, tenía aspecto de hormiga, y hablaba el idio-
ma de las hormigas. Vivía con las hormigas, y ellas llegaron a confiar
en él. Un día el motilón les dijo que no era realmente una hormiga, sino
un motilón, y que en una ocasión había tratado de ayudarles a mejorar su casa, pero
que las había asustado. Las hormigas dijeron: ¿No nos engañas? ¿Aquel eras tú?, y se
burlaron de él, porque no tenía el aspecto de aquella cosa inmensa y terrible que ante-
riormente había movido la tierra.
18 Introducción a la Teología
Pero en ese momento él fue convertido en un motilón y comenzó a mover la tierra y
darles la forma de una casa de los motilones. Aquella vez las hormigas lo reconocieron
y le dejaron hacer su trabajo, porque sabían que él no les haría daño. Por eso, según la
historia, las hormigas tenían montículos que se parecerían a las casas de los motilones
(Olson, 2007).

De igual manera, Dios se ajusta a nuestra cultura y lenguaje, aún a nuestra capacidad
de comprensión, para que podamos conocerlo y relacionarnos con Él. Calvino expresó:
“Como las nodrizas con las criaturas, Dios acostumbra a “balbucear” en cierta medida
al hablar con nosotros” (1Ts. 2:7). Por consiguiente, Dios ha hablado por medio de la
Palabra escrita. Dios ha utilizado la cultura y el lenguaje humano con el fin de comu-
nicarse con nosotros y así poder establecer una relación. Esto constituye la posibilidad
de la revelación verbal. Es evidente que los autores bíblicos comunicaron la verdad de
Dios a través de los recursos disponibles. El Dios creador puede comunicarse al nivel
del ser humano y hablarles por medio de su lenguaje. El Dios que ha creado la boca, se
comunica con sus criaturas (Sal. 94:9).
2. Verdad analógica
Dios para darse a conocer al ser humano utiliza la analogía, en otras palabras una se-
mejanza por medio de la cual algo que pertenece a una esfera de la experiencia y el
lenguaje del ser humano, se usa para explicar algo de
otra esfera. Dios elige aquellos elementos conocidos
por el ser humano que pueden servir como analogías
para poder comunicarse de manera clara. Dios se co-
noce así mismo y nos conoce a nosotros, él sabe qué
y cómo puede revelarnos algo de manera que com-
prendamos (Dt. 29:29). Así que, la Escritura es la ex-
presión material de esta auto-revelación de Dios. Por
ejemplo, Dios utiliza la figura de la madre terrenal para dar su mensaje de compasión
y misericordia: “¿Puede acaso una mujer olvidarse del niño que cría, no tener com-
pasión del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella lo olvidara, yo no me olvidaría de
ti” (Is. 49:15).

Sin embargo, la cosa o imagen con la que se realiza la analogía no refleja plenamente la
verdad total de lo que se quiere comunicar. El lenguaje se queda corto para expresar la
verdad de Dios. Así que el lenguaje de la Biblia sigue siendo humano, por tal razón, no
se puede comunicar toda la verdad de Dios, ni mucho menos entenderse. No obstante,
el lenguaje humano es un medio totalmente adecuado para comunicarnos la verdad
de Dios. Debido a esto, podemos decir que las afirmaciones de la revelación especial
a través de la Biblia, cuando se reciben como palabra fidedigna de Dios, trasmiten un
verdadero y confiable relato de Dios y sus propósitos.
3. El propósito de Dios con la Escritura
Dios en su sabiduría nos suministra la Escritura como un relato escrito donde Él se
revela. Tener la revelación de Dios por escrito tiene las siguientes ventajas:
• Alcanza durabilidad. Se reducen los errores de memoria y las alteraciones acciden-
tales o deliberadas a lo largo de un periodo prolongado.
Introducción a la Teología 19
• Puede diseminarse universalmente por medio de la traducción y la reproducción.
• Posee los atributos de pureza y fijeza.
• Tiene la finalidad y calidad normativa que otras formas de comunicación no logran.

Bases para aceptar la Biblia como palabra escrita de Dios


Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento afirman que son la Palabra de Dios. Una
manera de expresar la convicción de que la Biblia es Dios mismo hablando, la encon-
tramos en el Antiguo Testamento. Dios en su pacto con Israel, da Palabras escritas
que forman los acuerdos bilaterales con el pueblo (Ex. 24:4, 7, 31:18, 32:16, 34:1, 28;
Dt. 4:13, 10:4). Además, observamos que se escriben los mandamientos concretos del
pacto en “el Libro del Pacto” (Ex. 24: 4,7). A menudo Dios da repetidas instrucciones
a Moisés para que ponga por escrito algunos acontecimientos que el pueblo no podía
olvidar en ninguna circunstancia (Ex. 17:14, 34:27; Nm. 33:2). De ahí que, Moisés
escribió una copia de la ley y la entregó a los sacerdotes (Dt. 31:9). Además, Moisés
escribió un cántico que enseñó al pueblo (Dt. 31:22). También la Biblia registra que
Josué escribió en el libro de la ley (Jos. 24: 26). Esto deja al descubierto que la Palabra
de Dios fue cuidadosamente registrada por personas.

Observamos en la antigüedad la costumbre de escribir todos los acuerdos y estipu-


laciones de los reyes con sus súbditos. Al igual que registrar los eventos históricos
más importante relacionados con la ley (Dt. 1-11, 31:9). Esto también se aprecia en la
Biblia. Por dar un ejemplo: “Jehová dijo a Moisés: Escribe esto para memoria en un
libro, y di a Josué que raeré del todo la memoria de Amalec de debajo del cielo” (Ex.
17:14 cf. Nm. 33:2). Sin embargo, hay casos donde la Biblia actualmente no contiene
el documento al cual se alude, pero sí había certeza de su existencia en el momento que
se cita (1S. 10:25).

El concepto de Jesús del Antiguo Testamento


Jesús mismo le otorgó autoridad al Antiguo Testamento. El Antiguo Testa-
mento fue la Biblia de Jesús. Él la leía, la meditaba, la memorizaba y
la enseñaba (Mr. 1:22; Mt. 4:4; Lc. 2:41-52). Jesús se refería a ella
con respeto y la tenía como la Palabra de Dios. No solo de pan vive
el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt. 4:2,
19:4; Mr. 7:11-13; Jn. 10:34). Jesús reconoció la autoridad y utilidad de la
Escritura y recomendó escudriñarla porque en ella está la vida eterna y ella
da testimonio de Él (Jn. 5:39). Por esta razón, “Jesús siendo Dios encarnado, ejerció
su autoridad de Dios mismo, pero en ningún momento enfrentó su autoridad personal
a la autoridad de la Escritura” (Milne, 2008, pág. 48). Además, expresó su inspiración
divina (Mr. 13:36). El mismo Jesús reconoció la división de la Escritura judía para
argumentar que la ley, los profetas y los salmos hablaban de su ministerio mesiánico
(Lc. 24:25-27, 44; Mr. 7:6, 12:10). A través de la Escritura, Jesús pudo reconocer el
sufrimiento que tendría que enfrentar cumpliendo su rol de Mesías. La Escritura le
ayudó a comprender el plan de Dios para traer salvación a los seres humanos. Esto le
impulsó a seguir obediente a la voluntad del Padre sometiéndose a la muerte en la cruz
(Mt. 26:24). De ahí podemos concluir que Jesús aceptaba el Antiguo Testamento como
Palabra de Dios, como la revelación de Dios en la historia donde estaban escritos sus
propósitos y anunciaba su venida.
20 Introducción a la Teología
El concepto apostólico del Antiguo Testamento
El Nuevo Testamento contiene gran cantidad de citas, ecos y alu-
siones al Antiguo Testamento. Los apóstoles citaron el Antiguo
Testamento para mostrar el cumplimiento de la Escritura en Jesús
(Hch. 2:15, 25-28, 34-35). Es decir, toda la teología del Nuevo
Testamento encuentra su base en el Antiguo Testamento. Toda en-
señanza y acción de los apóstoles se desprenden de la autoridad del Antiguo
Testamento. Los apóstoles no estaban creando una nueva religión, sino que estaban
anunciando el cumplimiento correcto de la Escritura (Hch. 2:16-35, 3:22-25; 4:11, 7:2-
53, 13:29-37; Ro. 1:2; Ga. 3:16-18). “Los apóstoles estaban preocupados por mostrar
las formas en que la vida y la misión de Jesús cumplían las esperanzas de salvación del
Antiguo Testamento” (Milne, 2008, pág. 50).
Por otro lado, el concepto de pecado, sacrificio, pacto y ley no se explican en el Nuevo
Testamento, sino que se construye sobre estos conceptos que están explicados clara-
mente en el Antiguo Testamento (Ro. 2:1729, 3:23; Heb. 9:14-26). Es decir, daban por
sentado que la audiencia tenía claro algunos conceptos y por ello, no los volvieron a
ampliar en el Nuevo Testamento. De ahí podemos concluir que, los apóstoles recono-
cían la Escritura como Palabra escrita de Dios, que es útil para “enseñar, redargüir,
corregir y para instruir en justicia con el propósito de que el hombre de Dios esté
preparado para toda buena obra” (2Ti. 3:16-17).

Las palabras y enseñanzas de Jesús


Jesús como la Palabra encarnada de Dios sabía que sus palabras eran espíritu y vida
(Jn. 6:63). Las palabras de Jesús tenían autoridad y poder para perdonar pecados y
para sanar (Mr. 2:5). Jesús muestra que sus palabras tenían poder y autoridad sobre
la naturaleza y la muerte (Mr. 4:41, 5:41). Además, Jesús afirmó que sus palabras no
pasarían y que por sus palabras seríamos juzgados (Mr. 13:31). En este mismo sentido,
los apóstoles reconocieron la autoridad y el poder de Jesús para calmar el mar (Mr.
4:42), para resucitar (Jn. 11:43) y alimentar a una multitud (Mr. 6:41-44). Los apóstoles
reconocieron la autoridad divina de Jesús en muchos eventos (Heb. 10:35; 1Co. 7:10,
11:23). Los apóstoles, Pedro y Santiago, son fieles reproductores de sus enseñanzas del
sermón del monte en sus cartas, al igual Pablo en sus escritos. Las palabras y acciones
de Jesús están investidas de autoridad divina; los cuatro evangelios nos muestran esto.

La autoridad especial de los apóstoles


La misma potestad que Jesús tenía como Dios, se las impartió en la gran comisión a sus
discípulos (Mt. 28:17-19). De igual manera, les proporcionó el bautismo en el Espíritu
Santo que los invistió de poder para ser testigos de Cristo en todas las naciones (Hch.
1:8). El Espíritu Santo guiaría a los discípulos en sus enseñanzas y su testimonio (Jn.
14:26, 15:26, 16:13). Las enseñanzas de Jesús que transmitieron sus discípulos fueron
respaldadas por milagros, prodigios y señales (Hch. 5:15). Esto les daba la confianza
que sus enseñanzas y sermones eran proclamadas por medio del Espíritu Santo y que
no dependían de ellos (1P. 1:12; 1Co 1:10). Cuando los discípulos predicaron sobre
Cristo no lo hicieron por medio de sabiduría de hombres sino bajo el poder de Dios.
Muestra de la autoridad con que contaban los apóstoles, fueron las cartas que escribie-
ron, pues eran sustitutos de su autoridad (2Ts. 3:6-12). La iglesia temprana reconoció
la autoridad de los apóstoles y obedeció a sus enseñanzas porque tenían la autoridad
de Dios.
Introducción a la Teología 21
Inspiración de la Escritura
El término “inspiración” se refiere a la forma en la cual Dios mismo se da a conocer
al ser humano a través de palabras humanas registradas en la Escritura. El término
“inspiración” utiliza la imagen de Dios mismo exhalando el aliento, su palabra que se
materializa en la Escritura. El Espíritu Santo guió y supervisó a los autores humanos
para que sus escritos se convirtieran en una expresión normativa en lenguaje humano
de la revelación de Dios mismo. Esta auto-revelación es la forma en que Dios se da
a conocer al ser humano y se constituye como la Palabra de Dios al ser humano. Al
ser Palabra de Dios, inspirada por Él mismo, contiene autoridad exclusiva para hablar
sobre quién es Él y mostrar su voluntad. Expresar que la Escritura es “inspirada” en
términos sencillos, quiere decir que es la auto-revelación misma y autoritativa de Dios.
En otras palabras sería la autobiografía autorizada de Dios para que la lean los seres
humanos. La Escritura por su inspiración divina produce es sí misma autoridad que
confirma el Espíritu Santo (Milne, 2008).

La inspiración significa que Dios inspiró y supervisó a los escritores bíblicos para
que registraran cada palabra que tenemos en la Escritura y usó sus talentos y recursos
literarios para trasmitir el mensaje de Dios de manera dinámica e impactante. Pablo
nos presenta la idea de la inspiración: “toda la Escritura es inspirada por Dios” (2Ti.
3:16). Es decir, toda la Escritura es dada por el aliento de Dios. El término aliento hace
eco a una metáfora muy familiar en el Antiguo Testamento para hablar de la acción de
Dios por medio de su Espíritu (Gn. 2:7; Job 33:4, Sal. 33:6). Lo anterior, ya establece
el carácter de la Escritura, es de origen divino. Así que, toda la Escritura es producto
de la exhalación de Dios y Él continúa hablando, por la iluminación del Espíritu Santo,
por medio de la Biblia, a cada generación y cultura.

Por tanto, aunque escrita por medios humanos, la Biblia es el mensaje de Dios para la
humanidad, más que un mensaje del ser humano a su prójimo. La doctrina de la ins-
piración, precisamente por ser sobrenatural, presenta algunos problemas para la com-
prensión limitada del ser humano (ver módulo de interpretación bíblica página 14).

La Seguridad de la Escritura para Salvación


En la Escritura encontramos de manera fidedigna, la guía pre-
cisa para llevarnos a la salvación. Es decir, todas las afirma-
ciones que presenta la Biblia acerca de la obra de Cristo para
salvación son verdaderas y dignas de toda confianza, lo cual
establece un contraste con las palabras humanas que sí fallan,
palabra escritas como textos considerados como sagrados en
donde se deben cumplir ciertos requisitos o hacer determina-
dos ritos para la salvación

La Biblia no lleva a conclusiones erróneas para salvación porque es el testimonio de


Dios escrito por Él mismo. La Biblia son las Palabras de Dios y dignas de confianza
que apuntan a Cristo como salvador. Por lo tanto, no nos lleva a errores o conclusiones
erradas sobre la salvación. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento
señalan la obra de Cristo para salvación, no hay otro camino por el cual el ser humano
pueda ser salvo (Hch. 4:12 cf. Jn. 5:24-27; 2Ti. 1:9-10). A través del sacrificio de Cristo
en la cruz es que el ser humano es limpiado de pecado, es exclusivamente a través de
22 Introducción a la Teología
Cristo que las personas obtienen la salvación. Las personas del Antiguo Testamento
miraban hacia el futuro de donde venía su salvador y las personas que vivimos después
del sacrificio de Cristo miramos hacia atrás en donde encontramos a nuestro salvador.
Todo señala la obra de Cristo para salvación a través de la fe y por gracia.

ACTIVIDAD DE EVALUACIÓN
En su cuaderno de notas (físico o digital) responda las siguientes preguntas:
• ¿Qué es la teología?
• ¿Qué diferencia hay entre la teología sistemática y la teología bíblica?
• Teniendo en cuenta las cinco funciones de la teología a lo largo de la historia, ¿Cuál
cree que es la más urgente de recuperar hoy?
• ¿A qué hace referencia la revelación general y la especial? ¿Qué las diferencia?
¿Cuál es la función de cada una de ellas?
• ¿Por qué es importante la revelación redentora y cuál es su propósito?
• ¿Por qué es importante entender que Dios ha utilizado todo el contexto del ser hu-
mano para revelarse?
• ¿Cuál es la razón por la cual aceptamos como Palabra de Dios tanto el Antiguo
como Nuevo Testamento?
• ¿Qué propósito había en poner por escrito las palabras de Dios?
• ¿Qué significa que la Escritura es inspirada por Dios?
• ¿Por qué en la Biblia encontramos la seguridad que nos lle-
va a la salvación y no en otros escritos considerados como
sagrados?
Introducción a la Teología

2 LA SANTA TRINIDAD

Propósito de la lección
Comprender en qué consiste la santa Trinidad y cómo hacer frente a
las herejías emergentes.

Resultados de la lección
Al concluir esta lección el estudiante:
• Comprenderá en qué consiste la santa Trinidad.
• Identificará las tres personas que pertenecen a la santa Trinidad.
• Tomará conciencia de la necesidad de hacer frente a las herejías con
respuestas bíblicas.

Contenido
• Introducción
• Definición
• Hay un solo Dios
• Dios creador
• La Trinidad en el Antiguo Testamento
• La Trinidad en el Nuevo Testamento
• Actividad de evaluación
24 La Santa Trinidad
INTRODUCCIÓN

L a enseñanza bíblica de la Trinidad es un misterio; un misterio que


podemos enunciar pero que no podemos explicar. Sin embargo,
comprender en qué consiste el misterio de la Trinidad nos ayudará
a conocer más a Dios. A través de los siglos muchos cristianos han
reflexionado en este tema, entre ellos Agustín de Hipona, uno de los
grandes teólogos cristianos de la historia, de quien existe una historia,
no sabemos si real o ficticia, según la cual:
Un día caminaba por la orilla del mar mientras que pensaba mucho en Dios, y cómo
comprender la doctrina de la Trinidad. Cuando a lo lejos vio a un niño jugando en
la arena de la playa. El niño corría hacía el mar, llenaba un balde con agua del mar,
y volvía a donde estaba antes y vaciaba el agua en un hoyo. El niño hacía eso una
y otra vez.
Esto le dio curiosidad a Agustín, así que se acercó al niño y le preguntó: “¿Qué hac-
es?” El niño dijo: “Estoy sacando toda el agua del mar para colocarla en este hoyo”.
Agustín le dice: “¡Eso es imposible!”. La respuesta del niño fue: “Más difícil es que
llegues a entender el misterio de la Santísima Trinidad” (Sosa, 2015).
Ciertamente la enseñanza bíblica de la Trinidad es compleja: nuestro Dios es “tres per-
sonas distintas y un solo Dios verdadero”. Este concepto es imposible de comprender
para nosotros, y sin embargo es más importante de lo que pensamos.

DEFINICIÓN
La teología es la encargada de establecer un diálogo entre la revelación de Dios y la
realidad humana. Revelar es descubrir algo que estaba oculto para que pueda ser cono-
cido. Dios mismo se ha revelado, se ha dado a conocer por medio de la Escritura, ella es
su propia revelación. Por lo tanto, es el único medio por el cual podemos comprender
un poco la majestad y la complejidad de Dios.
La Biblia presenta a Dios como tres personas, pero a su vez estas tres son un solo Dios:
Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Comúnmente llamada la Trinidad. Este
término no aparece en la Biblia, sin embargo, es bíblico en el sentido que reúne toda la
enseñanza de la Biblia sobre Dios.
El concepto de la Trinidad de Dios es mucho más claro en el Nuevo Testamento. Allí
encontramos a los apóstoles expresando el concepto del Dios trino (Mt. 3:16-17, 28:19;
Lc. 10:2; Mr. 1:10-11; Jn. 3:34; 1P. 1:2). De igual manera, Pablo a menudo expresó en
sus cartas la forma trina de Dios (2Co. 1:21-22; Ga. 4:4-6; Ef. 1:3-14; 2Ts.2:13-14;
Tit.3:4-6). La iglesia naciente se vio en la necesidad de definir su doctrina por las con-
stantes herejías contra la divinidad. De ahí que, el primero en usar el término Trinidad
fue Tertuliano en el año 215 d.C. Tertuliano afirmó que los tres son uno, por el hecho
de que los tres proceden de Uno por unidad de substancia (Fabra, 2015).
La Santa Trinidad 25
El Libro de Disciplina 2015 en ¶101, afirma sobre la doctrina de la santa Trinidad:

Hay un solo Dios


El Antiguo Testamento deja claro que solo hay un Dios y fuera de Él no hay nadie
(Dt. 4:35; 39, 32:39; 1S. 7:22; Is. 44:6-8, 45:21; 1Ti. 2:15). Para el pueblo de Israel, la
unidad de Dios es fundamental: “Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único
Señor” (Dt. 6:4). Esta verdad era totalmente descabellada y chocante para las naciones
vecinas puesto que adoraban a muchísimos dioses (Milne, 2008).

Dios en el pacto que hizo con el pueblo de Israel, le exige serle fiel y adorarle única-
mente a Él porque no comportiría su gloria con nadie (Ex. 20:3-4; Dt. 28:15-68). No
obstante, el pueblo no obedeció y en innumerables ocasiones es llamado al arrepenti-
miento por medio de los profetas (Ex. 32:1-35; Jos. 24:14-23; 1R. 18:21; 2R. 1:2). En
el libro de Reyes se encuentran cantidad de referencias al tema de la idolatría que triste-
mente fue patrocinada por los mismos reyes. El autor del libro hace énfasis en que cada
nuevo rey que surgió hizo lo malo ante los ojos de Dios, y muestra que curiosamente
aquellos que sí hicieron lo bueno ante sus ojos, no quitaron los lugares altos de idolatría
(1R. 14:24, 21:2, 22:52; 2Cr. 33:2; 1R. 15:14, 2Cr. 20:33). Como consecuencia lógica
de haber fallado al pacto con Dios, los profetas anunciaron que serían llevados a escla-
vitud por causa de la idolatría (2R. 24:20-25).
La advertencia de la esclavitud no fue escuchada y como resultado, el pueblo se encon-
tró fuera de su tierra y lejos del templo. El tiempo del exilio, ayudó para que el pueblo,
junto a los líderes religiosos, cayeran en cuenta de que el estar ahí era producto de ado-
rar a otros dioses, fallando al pacto hecho por el único Dios real (Ex. 20:3-4; Dt. 13:3).
El tiempo que el pueblo pasó en cautividad ayudó para ser purificados y así eliminar
radicalmente la idolatría a los dioses paganos. Por esta razón, se hizo un especial én-
fasis en la unidad de Yahvé (Dt. 6:4). Yahvé es un término que viene del verbo hebreo
ser, que significa: quien fue, es y será (Ex. 3:14). Este verbo al traducirlo al español,
se trascribe como Yahvé. A Él debían lealtad, así que la lealtad es el corazón del pacto.
El pacto era tan importante que se repetía dos veces al día por todo el pueblo al orar la
26 La Santa Trinidad
Shemá: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es…” (Dt. 6:4). Los israelitas
aprendieron que debían adorar a Dios exclusivamente y por tal razón, tomaron decisio-
nes drásticas que les llevó a expulsar las mujeres extranjeras de la comunidad (Dt. 7:3
cf. Esd. 9:2, 10:1-10).
Aunque el Antiguo Testamento es enfático en que hay un solo Dios, deja ver
“indicaciones de una plenitud en la Divinidad que prefiguran la enseñanza
trinitaria” (Milne, 2008, pág. 99). Teniendo en cuenta que la Escritura es
una revelación progresiva y que el contexto del Antiguo Testamento era
una época politeísta, es decir, los pueblos adoraban muchos dioses, quizá
no era el mejor tiempo para revelar la Trinidad. Por esta razón, fue necesa-
rio que Dios primero purificara a su pueblo de las costumbres de la época
para darse a conocer clara y directamente.
Por ejemplo, Abraham salió de una cultura idólatra, sus padres servían a dioses extra-
ños (Gn. 11:27 cf. Jos. 24:2). Tal vez servían a Moloc Baal, un dios extraño que tenía
la cabeza de becerro, al cual se le sacrificaban los recién nacidos (Cf. Jr. 19:5-6; Ez.
20:24-26). A las familias de los recién nacidos se les tenía prohibido llorar por ellos.
Esta costumbre inmersa en la cultura de Abraham, quizá lo llevó a ver el sacrificio de
Isaac de una manera típica de la época, donde no se tenía en cuenta sus sentimientos
como padre (Gn. 22:2). Este relato del sacrificio de Isaac cumple la función de hacer
un sustituto entre los hijos primogénitos por un animal (Gn. 22:13; Ex. 13:2, 34:19-20;
Jr. 19:5-6). Es decir, un cambio en la costumbre de esa época, el animal tomaba el lugar
del hijo y se sacrificaba. Aquí observamos, matices de la obra de Cristo sustituto de la
humanidad y, por ende, matices de la Trinidad de Dios (Jn. 1:19-51).

DIOS CREADOR
La Biblia comienza dando por sentado la existencia de Dios. Él ya existía antes de la
creación del mundo (Ef. 1:4). Dios por su libre voluntad dispuso toda su creatividad
para crear el universo (Ex. 35:31-35). Con su palabra creó de la nada el universo ente-
ro, es decir, no existía nada excepto Él (Gn. 1:2; Jn. 1:1-3). El Salmo 33 expresa: “por
la palabra del SEÑOR fueron creados los cielos, y por el soplo de su boca, las estre-
llas. … porque él habló, y todo fue creado; dio una orden, y todo quedó firme” (vv. 6,
9). El apóstol Pablo también expresó que: “por medio de él fueron creadas todas las
cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o
autoridades: todo ha sido creado por medio de él y para él (Col. 1:16). Las Escrituras
contradicen radicalmente los diferentes mitos sobre de la creación, puesto que niegan
que la tierra ya existía y que los dioses derivan de ella. La Biblia enfatiza que Dios es
Dios sobre cielo, tierra, mar y todo lo existente, no hay nada ni nadie más grande que
Él.
Dios creó al ser humano a imagen y semejanza suya y lo hizo corona de su creación. El
ser humano fue puesto para gobernar la tierra en representación de Dios. Él observó la
obra de sus manos y la calificó como “buena en gran manera” (Gn. 1:31). El término
bueno, en hebreo es “ṭob”, que va más allá de bueno, es algo valioso, bello, hermoso,
precioso y agradable. La creación del universo es buena por su voluntad, nadie le obli-
gó, es una demostración del amor universal de Dios que creó todo el universo por el
poder de su palabra. Estos recursos naturales reflejan el carácter de Dios (Magallanes,
2005). Comprender a Dios como creador tiene implicaciones prácticas para nosotros:
La Santa Trinidad 27
1. No debemos rechazar el mundo físico porque Dios lo creó y es bueno.
2. El universo es muestra del amor de Dios con sus criaturas.
3. Somos administradores de los recursos que Dios creó.

Recordemos que Génesis 1 tiene como propósito mostrarnos al Dios creador, un Dios
vivo que da vida de la nada a su creación, es decir, nada existe si Él no lo crea, nada
tiene vida si no es por Él (Jn. 1:3). La creación misma tiene vida porque Dios a través
de su Palabra le da vida (Neh. 9:6). Es el mismo Dios quien sopló aliento de vida al ser
humano para que fuera un ser viviente (Gn. 2:7; Job 33:4). Él es la fuente de la vida:
“porque en ti está la fuente de la vida; en tu luz vemos la luz” (Sal. 33:6). Dios es
aliento de vida y por Él los seres humanos volvemos a
la vida y resucitaremos para vida eterna (2R. 4:18-36;
Mr. 5:39-42; Jn. 3:16, 10: 28-30, 11:25; 1P. 5:10; Ap.
11:11). Dios no solamente da vida, sino que sustenta
la vida. Fíjense en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni almacenan en
graneros; sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más
que ellas? (Mt. 6:26). Aún las aves son sustentadas por Dios, ¿cuánto más lo no hará
con sus hijos? En palabras de Milne:
Dios ha creado el universo de la nada y, por lo tanto, en cada momento “cuelga” sus-
pendido, por así decirlo, sobre el abismo de la no existencia. Si Dios llegara a retirar
su Palabra sustentadora, entonces todo ser, espiritual o material, instantáneamente
caería en la nada nuevamente y dejaría de existir. La continuidad del universo de un
momento al siguiente es, pues, un milagro tan grande y una obra tan completa de
Dios como lo fue su creación al principio. En este sentido profundo, todos vivimos
cada instante solo por la gracia de Dios (2008, pág. 111).
El Dios creador es el verdadero Dios. No hay nadie que pueda reclamar este título
de creador, sino quien da vida y sustenta toda su creación. Este Dios creador de todo
el cosmos, es el Dios que llamó a Abrahán para que fuera una nación (Gn. 14:19; Jr.
10:16). A esta nación, es decir Israel, Moisés les expresó:
A ti se te ha mostrado todo esto para que sepas que el Señor es Dios, y que no hay
otro fuera de él …Reconoce y considera seriamente hoy que el Señor es Dios arriba
en el cielo y abajo en la tierra, y que no hay otro.
Dt. 4:35

En este mismo sentido, Dios le dice al pueblo de Israel:


Ustedes son mis testigos —afirma el Señor—, son mis siervos escogidos, para que
me conozcan y crean en mí, y entiendan que yo soy. Antes de mí no hubo ningún
otro dios, ni habrá ninguno después de mí. Yo, yo soy el Señor, fuera de mí no hay
ningún otro salvador.
Is. 43:10-11

Dado que Dios fue quien creó absolutamente todo lo existente, es el único que tiene
derecho a exigir fidelidad y adoración exclusiva. Ningún dios hecho por manos de
hombre, de madera, piedra, plata, o barro puede reclamar adoración porque no crearon
el mundo; además, no hablan, no escuchan, ni oyen (Dt. 4:28; Sal. 115:14; 135). Lo que
hace a alguien merecedor de adoración, es que sea superior y que de él dependa total-
28 La Santa Trinidad
mente su existencia, es decir, que sea su creador. El único digno de ello, es Dios por-
que fuimos hechos a su imagen y semejanza. Lo absurdo de la idolatría, es que quien
hizo al dios de madera, metal o bronce termina
arrodillándose y adorando la creación de sus
propias manos. Todo lo contrario, la verdadera
adoración es donde lo creado se doblega ante su
Creador (Sal. 148). El pueblo de Israel entendió plenamente la exclusividad de
Dios después del exilio:
Así dice el Señor, el Señor Todopoderoso, rey y redentor de Israel:“Yo soy el primero
y el último; fuera de mí no hay otro dios. ¿Quién es como yo? Que lo diga. Que
declare lo que ha ocurrido desde que establecí a mi antiguo pueblo; que exponga
ante mí lo que está por venir, ¡que anuncie lo que va a suceder! No tiemblen ni se
asusten. ¿Acaso no lo anuncié y profeticé hace tiempo? Ustedes son mis testigos.
¿Hay algún Dios fuera de mí?
No, no hay otra Roca; no conozco ninguna”.

Este es el Dios verdadero que luego se encarna en Jesús para mostrarnos el camino. Por
esa razón, Jesús dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino
es por mí” (Jn. 14:6). El apóstol Pablo un doctor en la ley y estudioso de las Escrituras,
reconoció que Jesús era el verdadero Dios y mesías anunciado del Antiguo Testamento:
De modo que, en cuanto a comer lo sacrificado a los ídolos, sabemos que un ídolo
no es absolutamente nada, y que hay un solo Dios. Pues, aunque haya los así llama-
dos dioses, ya sea en el cielo o en la tierra (y por cierto que hay muchos “dioses” y
muchos “señores”), para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, de quien
todo procede y para el cual vivimos; y no hay más que un solo Señor, es decir, Jesu-
cristo, por quien todo existe y por medio del cual vivimos.
1Co. 8:4-6

Finalmente, podemos concluir que el Dios verdadero es el creador de todas las cosas
visibles e invisibles, Él es el único Dios y está en todo su derecho en exigir adoración
de los seres humanos porque somos su creación. La imagen se postra ante su hacedor.
Anteriormente, mencionamos que la santa Trinidad se encuentra a través de toda la
Escritura. Así iniciaremos mostrando la santa Trinidad en el Antiguo Testamento.

LA TRINIDAD EN EL ANTIGUO TESTAMENTO


En primer lugar, los primeros matices de la Trinidad aparecen en Génesis 1: “Hagamos
al ser humano a nuestra imagen y semejanza...”, “Y Dios creó al ser humano a su ima-
gen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó…” (Gn. 1:26-27). Nótese que
Dios se expresó en plural “hagamos” y “nuestra”, es decir, hay más de uno. El término
hebreo para referirse a Dios es “elohim” plural, es decir, “Dioses” pero se usa con el
verbo en singular “creó”, como si se tratara de un solo Dios. La traducción literalmente
sería: Dioses creó al hombre. No hay una concordancia entre el sujeto y el verbo. En
este mismo sentido sigue el texto, “Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a
imagen de Dios. Hombre y mujer los creó…”, aquí observamos que la imagen de Dios
La Santa Trinidad 29
es una, pero que a la vez es plural. De igual modo, en el Antiguo Testamento encontra-
mos ocasiones en que Dios se refiere a sí mismo en términos plurales (Gn. 1:26, 3:22,
11:7; Is. 6:8, 53:1). También, por medio del Nuevo Testamento podemos notar que,
Juan en su evangelio identifica a Jesús en la visión del profeta Isaías (Jn. 12:41). Lue-
go, encontramos referencias al Ángel del Señor que se identifica con el mismo Dios,
aunque es distinto de Él (Ex. 3:1-6; Jue. 13:2-22). Observemos:

Estando allí [Moisés], el ángel del Señor se le apareció entre las llamas de una
zarza ardiente. Moisés notó que la zarza estaba envuelta en llamas, pero que no se
consumía, así que pensó: “¡Qué increíble! Voy a ver por qué no se consume la zar-
za”. Cuando el Señor vio que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza...
No te acerques más —le dijo Dios—. Quítate las sandalias, porque estás pisando
tierra santa. Yo soy el Dios de tu padre.
Ex. 3:1-6

De igual manera, encontramos también el Espíritu de Dios que se mueve sobre las
aguas (Gn. 1:2). También, el Espíritu Santo es una característica de los ungidos de
Dios: Sansón, Saúl, David, etc. (Jue. 13:25; 1S. 10:10, 16:13). En diferentes partes del
Antiguo Testamento encontramos referencia al Espíritu de Dios (Neh. 9:20; Sal. 51:11;
139:7; Is. 63:10-14). En el Antiguo Testamento encontramos matices de la Trinidad,
pero no es un concepto que se desarrolla de manera plena. Adicional, según Milne
(2008, pág. 90). En el Antiguo Testamento también,

En el Antiguo Testamento también se habla de la sabiduría de Dios, particularmente en


Proverbios 8, como una expresión personalizada de Dios al mundo, y de la Palabra de
Dios, la declaración creativa de Dios (Sal. 33:6,9 cf. Gn.1:26). También existen profe-
cías que se identifican al largamente esperado Mesías con Dios mismo (Sal. 2; Is. 9:6).

LA TRINIDAD EN EL NUEVO TESTAMENTO


La enseñanza de la Trinidad es posible verla con mayor claridad en el Nue-
vo Testamento. Sin embargo, no deja de ser un misterio. Dios, el Verbo
se hace carne y habita entre los seres humanos, Él existía desde el prin-
cipio y todas cosas fueron hechas por Él (Jn. 1:1, 14). Juan continúa
mostrando a Jesús como Cordero de Dios y al Espíritu Santo como
Dios (Jn. 1:29-34). Jesús en el evangelio de Juan, constantemente se
identifica con el “Yo Soy” (Jn. 4:26, 10:11, 11:25 cf. Ex. 3:14). Además,
dijo que: “Mi Padre aún hoy está trabajando, y yo también trabajo” afir-
mando así que Él era Dios mismo (Jn. 5:17-8, 10:30-33). Aquí observamos
al Padre y al Hijo, pero la Trinidad es revelada más claramente cuando Jesús anunció
que sus discípulos serían aborrecidos por el mundo (Jn. 15:18-16:14). Este pasaje es
revelador, veamos la razón: “Cuando venga el Consolador, que yo [Jesús] les enviaré
de parte del Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, él testificará acerca
de mí (Jn. 15:26). Ahí vemos la santa Trinidad que se sigue mencionando a lo largo del
texto. De ahí que, la doctrina de la Trinidad se vincula con la vida y obra de Jesús como
Milne (2008, pág. 90) acota:
30 La Santa Trinidad
La enseñanza de la trinidad aparece para adaptarse al impacto de la vida y el carácter
de Jesús, a sus afirmaciones y milagros, y sobre todo a su resurrección y ascensión,
los apóstoles se vieron impulsados cada vez más a adorarlo como Dios... La realidad y
la actividad del Espíritu Santo entre ellos era claramente la presencia de Dios mismo.
En consecuencia, el carácter trinitario que Jesús les presentó (Mt. 28:19) determinó su
propia comprensión del asunto. Dios Señor era uno solo, pero distinguible en tres: Dios
el Padre, el Hijo y Espíritu Santo.

Los nombres de Jesús que prueban que es Dios


A través de las Escrituras observamos diversos pasajes que hablan de los nombres
dados a Jesús. A continuación, exploraremos los que más luz nos dan en torno a su
divinidad como Dios. En una posterior lección abordaremos otros nombres.
• Emanuel: el Antiguo Testamento anunció la venida de Jesús. Isaías lo profetizó así
“Por eso, el Señor mismo les dará una señal: La doncella concebirá y dará a luz
un hijo, y lo llamará Emanuel” (Is. 7:14). El nombre Emanuel significa “Dios con
nosotros”.
• Alfa y Omega: alfa y omega son la primera y última letra del alfabeto griego, y,
respectivamente, simbolizaban el comienzo y el final. Cuando Jesús usó ese nombre
para sí mismo, dio a entender que Él es el principio que nunca tuvo principio y el
final sin final. Todas las cosas provienen de Él y van hacia Él. La Biblia nos dice que
Jesús es, fue y será (Is. 41:4 cf. Ap. 1:8).
• Cordero de Dios: este título se refiere al sistema de sacrificios del Antiguo Testa-
mento, donde Dios aceptaba la sangre de animales como expiación por el pecado
(Jn. 1:29, 36). ¡La sangre de Jesús hizo expiación del pecado!
• Gobernador de la Creación: Cristo existió antes de la creación del mundo y es el
soberano de ella (Ap. 3:14).
• Señor: el término “Señor” se usaba exclusivamente para Jehová en el Antiguo Tes-
tamento, pero después se usó en relación a Jesucristo, lo que demuestra su divini-
dad. Como los primeros cristianos sentían libertad de adorar a Jesús, Él se convirtió
en su Señor, y ellos lo consideraban uno con Jehová. Creyeron en su divinidad y la
defendieron cuando surgieron herejías sobre su naturaleza.

El Espíritu Santo es Dios


El Espíritu Santo no es una fuerza, ni un poder ni una influencia que fluye de Dios, sino
que es Dios mismo. La doctrina de la Trinidad sostiene que Dios el creador, Jesús el
redentor y el Espíritu Santo que mora en los creyentes son Dios. En Hechos, se habla
que Ananías mintió al Espíritu Santo haciendo referencia a Dios:

—Ananías —le reclamó Pedro—, ¿cómo es posible que Satanás haya llenado tu
corazón para que le mintieras al Espíritu Santo y te quedaras con parte del dinero
que recibiste por el terreno? ¿Acaso no era tuyo antes de venderlo? Y una vez ven-
dido, ¿no estaba el dinero en tu poder? ¿Cómo se te ocurrió hacer esto? ¡No has
mentido a los hombres, sino a Dios!
Hch. 5:3-4

En varios pasajes bíblicos, se le atribuyen al Espíritu Santo atributos divinos que solo
tiene Dios el Señor. A continuación, exploraremos algunos de ellos:
La Santa Trinidad 31
• El Espíritu Santo es omnisciente:
Ahora bien, Dios nos ha revelado esto por medio de su Espíritu, pues el Espíritu lo
examina todo, hasta las profundidades de Dios. En efecto, ¿quién conoce los pen-
samientos del ser humano sino su propio espíritu que está en él? Así mismo, nadie
conoce los pensamientos de Dios sino el Espíritu de Dios.
1Co. 2:10-11
• El Espíritu Santo es omnipresente: “¿A dónde podría alejarme de tu Espíritu?¿A
dónde podría huir de tu presencia?” (Sal. 139:7).
• El Espíritu Santo es omnipotente: “No me atreveré a hablar de nada sino de lo que
Cristo ha hecho por medio de mí para que los gentiles lleguen a obedecer a Dios.
Lo ha hecho con palabras y obras, 19 mediante poderosas señales y milagros, por
el poder del Espíritu de Dios…” (Ro. 15:18-19). Los evangelios muestran que el
Hijo expulsó demonios a través del Espíritu (Mt. 12:28); que los pecadores nacen
de nuevo y entran al reino de Dios por el Espíritu (Jn. 3:3, 5); y fue el mismo Hijo
quien resucitó de los muertos por el poder del Espíritu “Y, si el Espíritu de aquel que
levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo
de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Es-
píritu, que vive en ustedes” (Ro. 8:11). Teniendo en cuenta que solo Dios puede dar
vida entonces, el Espíritu Santo es Dios.
• El Espíritu Santo es eterno: “Si esto es así, ¡cuánto más la sangre de Cristo, qui-
en por medio del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra
conciencia de las obras que conducen a la muerte, a fin de que sirvamos al Dios
viviente!” (Heb. 9:14).
• El Espíritu Santo es inseparable, distinguible y coeterno: el Padre, el Hijo y el Es-
píritu Santo siempre están en armonía. El Espíritu permite el acceso al Padre de ac-
uerdo con Efesios 2:18. El Padre, que es amor, se acerca a la humanidad sumida en
el pecado cuando envía a su Hijo. El Hijo tomó la naturaleza humana, sufrió, murió
y fue resucitado para salvar y redimir a la humanidad. El Espíritu Santo ofrece el
medio para que los pecadores puedan aceptar su plena salvación en Cristo por gracia
a través de la fe. Juntos, como un solo Dios, elaboraron este plan. Juntos decidieron
sus diferentes roles y la forma de obrar. Lo hicieron en una sola esencia. Son tres
personas, pero un solo Dios.
32 La Santa Trinidad
La Trinidad es el nombre teológico para hablar sobre la misteriosa unión y la unicidad
de Dios en tres personas: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Comprender la
Trinidad es algo sumamente complejo, por tal motivo, se ha tratado de ejemplificar con
realidades muy cercanas a los seres humanos.
1. El agua. Es una sola, pero tiene tres estados: líquido, sólido y gaseoso.
2. El huevo. Es un solo huevo, pero tiene tres partes: la cáscara, la clara y la yema.
3. Un padre o madre. Es una sola persona, pero puede cumplir tres diferentes roles
al mismo tiempo: hermano, padre e hijo; o hermana, madre e hija.

Debemos tener claro que, estas ilustraciones tienen sus limitaciones, lo que prueba
que el lenguaje humano tiene grandes limitaciones a la hora de explicar este grandioso
misterio de Dios. Por ejemplo, ni los estados del agua, ni las partes de un huevo son
una persona, y si un huevo es fertilizado, la cáscara y la clara se convierten en simples
residuos. Igual que, toda el agua que se evapora no vuelve a caer, solo 80 %. Por otro
lado, con la ilustración del padre también se presenta una dificultad. Un padre puede
tener más de tres roles, pero, si una persona tiene múltiples personalidades, la sociedad
a menudo la diagnosticará como esquizofrénica.

La Trinidad está conformada por tres Personas: Padre, Hijo y


Espíritu Santo. Dios, a través de la historia, se ha revelado
en tres etapas diferentes, esto no indica superioridad de
uno e inferioridad de otro. Dios el Padre es la Persona
que nos ha creado y que nos juzga. Jesucristo, el Dios
Hijo, es el verbo de Dios hecho hombre para darnos
la salvación. El Espíritu Santo es quien representa
personalmente al Padre y al Hijo aquí en la tierra. A
través del Espíritu, el Padre y el Hijo hacen su obra
en las vidas de la humanidad. Estas son las tres etapas por las cuales Dios ha escogi-
do revelarse a nosotros, pero esto no significa que Dios se haya revelado a sí mismo
completamente en estas tres formas. Dios todavía es un gran misterio para su creación.

La teología de la Trinidad que se ha mantenido y enseñado por un largo tiempo consiste


en “una sola sustancia divina, tres personas divinas”. Esta fórmula puede ser confusa si
no se entiende correctamente, porque puede sonar como si la iglesia adorara a tres dio-
ses. La palabra “sustancia” no contiene la idea común de un cuerpo sólido que posee
un peso y una talla. Por el contrario, la palabra sustancia tiene que ver con la naturaleza
esencial del objeto, sin ninguna connotación material.

Para la mente humana, la doctrina de la Trinidad es algo que parece imposible de com-
prender completamente. Wesley sabía muy bien esto, por eso expresó que el misterio
no reside en la existencia de tres Personas, sino que yace en que las tres personas son
una. Él descarta cualquier esfuerzo humano por entender un misterio divino. Es por
esto, la necesidad y urgencia de no confundir a las tres Personas entre sí, pero tampoco
separarlas de tal forma que creamos en tres dioses diferentes.

La iglesia naciente, fue la encargada de desarrollar una diferenciación en la unicidad de


Dios, no descartando la unidad del Ser divino. La manera en la que se pudo entender un
La Santa Trinidad 33
poco más esta disyuntiva, consistió en tener como base la forma como se desarrolló el
concepto de persona. Cuando la iglesia primitiva hablaba de una persona, en cuanto a
la persona de Cristo, no se refería a un individuo con identidad separada, sino a “aquel
cuya integridad se completa en el otro”. Es decir, cuando se referían al Padre, al Hijo y
al Espíritu, significaba que cada uno encontraba su origen e identidad en el otro”. Esto
implica que, no se puede ser padre sin tener un hijo, de manera que el Hijo de Dios es
quien hace que el Padre sea Padre, al igual que, no puede ser hijo sin tener un Padre,
así que es el Padre quien da al Hijo su título de Hijo. Pero, nuevamente nos vemos li-
mitados por el lenguaje para describir la unidad del Espíritu con el Padre y el Hijo en
este sentido lógico. La iglesia primitiva concluyó que el Hijo no es todo lo que existe
de Dios, pero que todo lo que Dios es reside en el Hijo. Se puede decir lo mismo del
Padre y del Espíritu.

Lo dicho anteriormente, es sumamente importante porque nos ayuda a entender un


poco más a Dios y la salvación. Esto significa que Dios no es una voluntad solita-
ria cuya característica principal es la omnipotencia. Al contrario, Dios es un ser cuya
esencia es el amor interpersonal. El amor consiste en una relación entre personas. Esto
significa que amor no es solamente algo que Dios hace. Es lo que Dios es: “Dios es
amor” (1Jn. 4:8,16).

En resumen, la explicación de Wesley parece ser la más honesta y razonable. Expresa


que, de una u otra manera, podemos aceptar la verdad de la existencia de Dios en tres
Personas y que, cada una de estas personas tiene una naturaleza esencial y completa su
existencia al relacionarse con las demás. La explicación de cómo Dios es tres en uno
sigue siendo un misterio que se continúa analizando y debatiendo. Quizás la analogía
más cercana a la raza humana sea el matrimonio, puesto que es una unidad; el esposo
y la esposa llegan a formar una sola carne (Gn. 2:23 cf. Mt. 19:5). Son dos personas
distintas; sin embargo, dentro del convenio sagrado del matrimonio, se convierten en
una sola carne, complementándose el uno al otro de una manera que solo se logra es-
tando en el vínculo del matrimonio. Sin embargo, debemos reconocer los límites de
las ilustraciones y del lenguaje, además, lo limitados que somos para comprender el
misterio de Dios.

La forma en que usamos la palabra “Dios”


En nuestra sociedad el término “Dios” se ha vuelto de uso común y
casi que se ha convertido en cliché. Es quizá la palabra más mal
utilizada en toda la historia de la raza humana. Por tal razón,
es vital concientizarnos del significado real de esta palabra. Al
pronunciar el nombre “Dios” estamos aludiendo al esplendor de la
divinidad del Dios que es Triuno. Es decir, cada vez que se menciona
la palabra “Dios” estamos aludiendo a la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu
Santo. Debemos tener cuidado de pensar que cuando usamos la palabra “Dios” nos
referimos exclusivamente al Padre, porque tanto Jesús como el Espíritu Santo son di-
vinos y son un solo Dios.

En la Trinidad no hay ninguna clase de subordinación; el Padre, el Hijo y el Espíritu


Santo son la misma esencia divina, pero que se pueden distinguir por sus funciones.
Una manera común de distinguir las funciones de las tres personas de la Trinidad es te-
34 La Santa Trinidad
ner al Padre como creador, al Hijo como redentor y al Espíritu Santo como santificador.
Sin embargo, Pablo nos muestra algo diferente, él atribuye: la elección al Padre (Ef.
1:4, 5, 11), la redención al Hijo (Ef. 1:3, 7, 8), y la garantía de la salvación al Espíritu
Santo (Ef. 1:13, 14) (Milne, 2008). Las funciones nos dejan distinguir la Trinidad, no
obstante, debemos recordar que:

Estas distinciones no deben oscurecer la verdad fundamental de la unidad divina por


la cual las tres personas están implicadas en la actividad de cada una; por ejemplo,
aunque la creación puede atribuírsele especialmente al Padre (Gn. 1:1), se puede aso-
ciar con el Hijo (Jn. 1:3), y con el Espíritu (Is. 40:13) (Milne, 2008, pág. 91)

De ahí que, al hablar de Jesús hablamos implícitamente del Padre y del Espíritu Santo,
y al hablar del Espíritu Santo estamos hablando del Padre y del Hijo. Aunque entender
la santa Trinidad es difícil, la aceptamos por medio de la fe y reconocemos que sigue
siendo un misterio que quizás comprenderemos cuando estemos con el Dios Trino. “La
tri-unidad de Dios es el secreto de su belleza. Si negamos esto, tenemos un Dios sin
resplandor, sin gozo y sin humor”. Finalmente, recordemos que: “El Padre, el Hijo y
el Espíritu Santo. Estas tres personas son una sola en eternidad, deidad y propósito, de
infinito poder, sabiduría y bondad” (Libro de Disciplina, ¶101, 2015).

Alguien en cierta ocasión le preguntó a Daniel Webster, el orador, cómo un hombre


de su inteligencia podía creer en la Trinidad. “¿Cómo puede un hombre de su calibre
mental creer que tres es equivalente a uno?”, le interrogaron. Webster contestó: “No
pretendo conocer completamente las matemáticas celestial ahora”. Continuó: “creemos
en la doctrina de la Trinidad no porque la podamos entender, sino porque así la Biblia
nos enseña sobre ella, y porque el Espíritu mismo da testimonio en nuestros corazones
que es así”.
La Santa Trinidad 35
ACTIVIDAD DE EVALUACIÓN
Durante la historia del cristianismo han surgido diversas herejías sobre la Trinidad. A continuación,
presentaremos una tabla donde podrá identificar el nombre, un breve resumen, y los problemas que esta
herejía plantea. Teniendo en cuenta lo visto en esta lección, y con la ayuda del siguiente vídeo: ¿Quién
es Dios?: Introducción a la Teología https://www.youtube.com/watch?v=ou4VmhJr2d4&feature=you-
tu.be

Haga defensa del concepto Trinitario. Trate de ser lo más claro, coherente y con-
ciso posible. Puede acudir a referencias bíblicas, ayudas en línea, diccionarios
teológicos, etc.

Gráfico 2.1
3 EL PADRE

Propósito de la lección
Comprender la importancia y la necesidad de entender a Dios como
Padre dentro de la Trinidad, reflexionando sobre nuestro entendimien-
to del mismo en la sociedad actual.

Resultados de la lección
Al concluir esta lección el estudiante:
• Comprenderá la función de un padre en el Antiguo Testamento.
• Reconocerá a Dios como Padre a través de la historia del pueblo de
Israel.
• Tomará conciencia de la necesidad de entender a Dios como Padre
en la actualidad.

Contenido
• Introducción
• Dios Padre en el Antiguo Testamento
• Dios Padre en el Nuevo Testamento
• Actividades de evaluación
38 El Padre
INTRODUCCIÓN
H emos visto que hay tres Personas en la Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíri-
tu Santo, y que ellas son un solo Dios. No debemos, ni podemos, separar a las
tres personas de la Trinidad, pero podemos observar las características de cada una de
ellas. En este mismo orden, el Padre se designa como la primera Persona sin rebajar
de ninguna manera la maravillosa deidad de la segunda y la Tercera Persona. Así que
pensando en esa perfecta unidad de la trinidad, observaremos las características de la
primera Persona: Dios Padre.

El concepto de Dios Padre fue cuestionado en el siglo primero por Marción, que ex-
presó que el Antiguo Testamento hablaba de un Dios sangriento, y propuso que el Dios
del Antiguo Testamento no era el mismo que el Dios Padre de Cristo. Así que Marción
fue considerado hereje y expulsado de la iglesia porque no podía ver al Dios Padre de
Cristo en el Antiguo Testamento. Hoy en día a algunos les pasa lo mismo. En muchas
ocasiones la mala lectura e interpretación de la Biblia ha hecho que no veamos al Dios
de amor en el Antiguo Testamento. De igual manera las mala experiencias con nuestro
padre terrenal ha dejado algunas marcas en nosotros y esto ha tratado de desdibujar el
rostro de Dios Padre. Por dar un ejemplo de esto mencionaré un testimonio real que les
contaré a continuación.

Jorge y María nacieron en un hogar pudiente, fueron felices en un determinado tiempo


de su infancia, ellos gozaban del amor de sus padres. Pero al pasar el tiempo, ellos
descubrieron que la relación de sus padres no iba muy bien. La relación de sus padres
se deterioró tanto que su papá cuando llegaba borracho a la casa, gritaba y golpeaba a
su mamá. Ellos trataban de calmarlo pero su papá también los golpeaba. Esto sucedió
vez tras vez; cada fin de semana llegaba borracho, gritaba y golpeaba a su mamá y de
paso a ellos por tratar de defenderla.

Jorge y María tras la impotencia de no poder hacer nada, comen-


zaron a guardarle rencor y odio a su padre. Tiempo después su
padre los abandonó y no volvió a responder por ellos, desde ese
día no volvieron a ver a su padre. El rostro del padre de amor se
desdibujó. Así que, Jorge nunca habla mucho de él, al igual que
María, pero cuando lo hace, su cara pierde emoción, su rostro
se transforma, sus cejas se arrugan, muestra unos ojos oscuros
y sin vida, y una mano que se empuña.

Como la historia de Jorge y María son muchas en Latinoamérica.


Este tipo de experiencia no nos permite entender claramente a Dios
como Padre. La mala experiencia de haber tenido un papá que golpea-
ba a nuestra mamá y nos maltrataba, hace desdibujar el rostro de Dios como Padre. De
ahí que a veces no podemos ver a Dios como Padre, o lo vemos como ese Padre lejano
y despreocupado de nosotros. A continuación presentaremos a Dios como Padre. “No
podemos saber todos los motivos por los que nuestro Padre permite que nos pasen co-
sas malas, pero, como hizo Jesús, podemos confiar en Él en esos momentos difíciles”
(Keller, Dioses que Fallan, 2015, pág. 32).
El Padre 39
DIOS PADRE EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
En el Antiguo Testamento los pueblos estaban organizados por clanes o tribus, cada
clan tenía un “padre” que se desempeñaba como el líder, el protector y preservador de
la tribu. De esta manera, el significado de la palabra hijo no consiste únicamente en lo
genético, sino en la pertenencia a dicho clan. En la cultura oriental no se podía concebir
que una tribu o clan no tuviera a alguien como “padre” (Wright, 1981). De ahí que, se
creía que los vínculos de parentesco debían incluir la obligación de defender el honor
familiar ante una afrenta (Chavalas, M. Matthews, V. & Walton, J., 2006). Este “pa-
dre”, aparece también como el pariente redentor en el Antiguo Testamento y se puede
traducir como “pariente”, “cercano”, “libertador”, “rescatador”, “el que responde por
otro” (Lv. 25:25-34), y hasta “vengador de sangre” (Nm. 35:19-27).

El pariente redentor era un pariente cercano que tenía como responsabilidad cumplir
la función de un padre, brindar protección y velar por la preservación de la tribu ante
la posible destrucción por parte de otros clanes. En este mismo sentido, Dios Padre
aparece como pariente redentor para el pueblo de Israel. Cuando los israelitas sufrían a
causa de la dura esclavitud, bajo el poder de los egipcios, ellos clamaron a Dios, Él les
escuchó y recordó el pacto que había hecho con Abraham, Isaac y Jacob (Ex. 2:23). Al
Dios acordarse del pacto que hizo con Abraham, entra a cumplir la función del pariente
redentor del pueblo de Israel y sale en su defensa (Gn. 15:13-16). Dios se revela a Moi-
sés como un Dios comprometido con su pueblo, cumple la función del pariente cercano
de Israel que quiere protegerle y preservarle ante la destrucción que están sufriendo a
manos de los egipcios. Observemos como Dios le hace entender a Moisés que él es el
pariente redentor de Israel:

Yo, por mi parte, endureceré su corazón para que no deje ir al pueblo. Entonces tú
le dirás de mi parte al faraón: “Israel es mi primogénito. Ya te he dicho que dejes ir
a mi hijo para que me rinda culto, pero tú no has querido dejar ir a mi hijo. Por lo
tanto, voy a quitarle la vida a tu primogénito”.
Ex. 4:21b-23

En este pasaje observamos a Dios como Padre que identifica a Israel como objeto de
su amor redentor. Nótese el énfasis que hace el texto al repetir en 3 ocasiones la pala-
bra “hijo”, es decir, Faraón está oprimiendo al hijo de Dios. Dios como Padre no va a
permitir que su hijo siga siendo maltratado, si Faraón no deja ir al hijo de Dios, Dios
matará a los hijos de Faraón. El término “primogénito” no quiere expresar la idea de
“único”, más bien contiene la idea del comienzo de un clan más grande. Es así que,
más adelante, otros pueblos podrán llegar a ser también los hijos de Dios por medio de
la adopción.

Dios como pariente redentor pretende defender el honor del pueblo de Israel y enfren-
tarse con el Faraón para defender a sus hijos. Además, les recuerda la promesa hecha
a Abraham, la cual implicaba entregarles la mejor tierra. Fue Moisés el encargado de
comunicarle al pueblo dicho mensaje:
40 El Padre
Así que ve y diles a los israelitas: “Yo soy el Señor, y voy a quitarles de encima la
opresión de los egipcios. Voy a librarlos de su esclavitud; voy a liberarlos con gran
despliegue de poder y con grandes actos de justicia. Haré de ustedes mi pueblo; y
yo seré su Dios. Así sabrán que yo soy el Señor su Dios, que los libró de la opresión
de los egipcios. Y los llevaré a la tierra que bajo juramento prometí darles a Abra-
ham, Isaac y Jacob. Yo, el Señor, les daré a ustedes posesión de ella”.
Ex. 6:6-8

Aquí observamos a Dios como Padre que protege y preserva


a su hijo primogénito de las manos del Faraón, Dios actúa
como pariente redentor de un pueblo esclavo. En este mis-
mo sentido, Moisés le presenta al pueblo a Dios como Pa-
dre: “eres hijo del Señor tu Dios... Eres un pueblo con-
sagrado al Señor tu Dios; el Señor te ha elegido entre
todos los pueblos de la tierra, para que fueras su posesión
exclusiva” (Dt. 14:1-2). Como se aclaró anteriormente, el
término hijo no es exclusivo del que es compatible genéti-
camente, sino por la relación al clan. Ser hijo también im-
plicaba realizar el mismo trabajo y vocación que el padre, es decir, el oficio o vocación
pasaba de generación en generación. Dios eligió al pueblo de Israel como hijo, como
un pueblo apartado y santo para que reflejara la filiación divina. Israel, como primogé-
nito, tenía la responsabilidad de traer a otros pueblos a la cobertura del Padre (Is. 43:7).

Dios, como Padre de Israel cumplió su promesa, los sacó de la tierra de esclavitud y les
entregó la tierra prometida. Notemos que Dios como Padre, en amor y cuidado hacia
su hijo, como todo un buen proveedor se encarga de darle la tierra para que ellos vivan
y disfruten de la mejor tierra como heredad (Nm. 13:27). Pero, Israel no cumplió, fue
tras otros dioses y como resultado fue llevado nuevamente a cautiverio. Sin embargo,
la infidelidad del pueblo no invalidó la fidelidad de Dios como Padre. Así que, Dios
como Padre, redentor y responsable de la familia vuelve a intervenir para rescatarlo.
Él como Padre le expresa al pueblo exiliado su sentimiento, su deseo de protegerlos y
preservarlos:

Pero ahora, oh Jacob, escucha al Señor, quien te creó.


Oh Israel, el que te formó dice:
No tengas miedo, porque he pagado tu rescate;
te he llamado por tu nombre; eres mío.
Cuando pases por aguas profundas,
yo estaré contigo.
Cuando pases por ríos de dificultad,
no te ahogarás.
Cuando pases por el fuego de la opresión,
no te quemarás;
las llamas no te consumirán.
Pues yo soy el Señor, tu Dios,
el Santo de Israel, tu Salvador.
Yo di a Egipto como rescate por tu libertad;
en tu lugar di a Etiopía y a Seba.
El Padre 41
Entregué a otros a cambio de ti.
Cambié la vida de ellos por la tuya,
porque eres muy precioso para mí.
Recibes honra, y yo te amo.
No tengas miedo, porque yo estoy contigo.
Te reuniré a ti y a tus hijos del oriente y del occidente.
Les diré al norte y al sur:
“Traigan a mis hijos e hijas de regreso a Israel
desde los rincones más lejanos de la tierra.
Traigan a todo el que me reconoce como su Dios,
porque yo los he creado para mi gloria.
Fui yo quien los formé”.
Is. 43:1-7 NTV

El pasaje muestra claramente a Dios como un Padre que ama a su hijo, que se preocupa
por su primogénito a pesar que Él ha sido infiel al pacto. Dios como Padre le expresa
su amor y misericordia al pueblo; a pesar que ellos han fallado, su amor es inamovible
y eterno (Jer. 31:3). De esta manera, Dios Padre también desea que todos le reconozcan
porque Él los ha creado. Dios quiere ser el Padre de todas las naciones.

Por otro lado, el papel de un padre también consistía en ins-


truir al hijo, esto también lo hizo Dios como Padre de Israel.
La instrucción en el Antiguo Testamento empezaba en el seno
de la familia, por esto, en Proverbios se encuentran varios ejemplos de
la figura de un padre exhortando a su hijo. El padre es visto como autori-
dad para enseñar e instruir al hijo basado en el amor: “hijo mío, escucha los avisos de
tu padre, no rechaces las instrucciones de tu madre” (Pr. 1:8). “Hijo mío, si aceptas
mis palabras y conservas mis mandatos...” (Pr. 2:1). “Hijo mío, no olvides mi instruc-
ción, conserva en la memoria mis preceptos” (Pr. 3:1). Toda la instrucción del padre
era para que el hijo aprendiera a vivir, para que tuviera una buena relación con Dios y
con el prójimo. Así también, Dios como Padre instruye a su hijo para que le vaya bien
en la vida:

Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer estos cuarenta años
por el desierto: para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones, si
guardas sus preceptos o no. Él te afligió haciéndote pasar hambre y después te ali-
mentó con el maná que tú no conocías ni conocieron tus padres para enseñarte que
el ser humano no vive solo de pan, sino de todo lo que sale de la boca de Dios. Tus
vestidos no se han gastado ni se te han hinchado los pies en estos cuarenta años,
para que reconozcas que el Señor tu Dios te ha educado, como un padre educa a
sus hijos; para que guardes los preceptos del Señor tu Dios, sigas sus caminos y lo
respetes.
Dt.8:1-6

Aquí observamos, que Dios desea instruir a su pueblo con una profunda ternura y amor
de Padre, y espera que sus hijos respondan en amor, obedeciendo sus preceptos. Él
ha creado diferentes situaciones para que todos sus hijos podamos tomar decisiones
y superarlas, de tal forma que logremos un crecimiento, pero no implica, en ninguna
medida, dejar de depender plenamente en Él. Dios como Padre los sostuvo con maná,
42 El Padre
les sacó agua de la roca, les envió codornices, hizo que su vestido no se desgastara,
todo para que ellos aprendieran a depender y confiar en Él. En ese mismo sentido, Dios
como Padre expresa:

Desde que Israel era niño, yo lo amé; de Egipto llamé a mi hijo. Pero cuanto más
lo llamaba, más se alejaba de mí... Yo fui quien enseñó a caminar a Efraín; yo fui
quien lo tomó de la mano. Pero él no quiso reconocer que yo le cuidaba. Lo atraje
con cuerdas de ternura, lo atraje con lazos de amor. Le quité de la cerviz el yugo, y
con ternura me acerqué para alimentarlo... ¿Cómo voy a dejarte, Efraím?, ¿cómo
entregarte, Israel?... Mi corazón está trastornado, y a la vez se estremecen mis
entrañas.
Os. 11:1-8, cf. Jer. 31: 20

Este pasaje deja al descubierto que Dios amó a Israel desde que era niño
y por eso lo redimió de la esclavitud. Israel fue librado porque Dios le
amó, ellos no hicieron algún mérito para que los amara. Así como el
hijo no necesita hacer ningún mérito para que el padre le ame, tampoco
Israel lo necesitó (Dt. 7:8). El texto bíblico deja al descubierto un tono de intimidad,
los sentimientos no se pueden ocultar ante tanto amor. El amor de un Padre es el amor
perfecto, puesto que con gran paciencia enseña a caminar, instruye, corrige y lleva al
hijo tomado de su mano indicándole el camino que debe seguir para que no se caiga y
se lastime, ni se extravíe. Sin embargo, aunque sus hijos se desvíen del camino, Él los
sigue amando y los corrige porque los ama, no es un Padre permisivo, mucho menos
alcahuete. Siempre busca el bienestar de sus hijos y los atrae con ternura, con lazos de
amor hacía Él (Pr. 3:12). En el texto afloran los sentimientos de inmensa ternura y com-
pasión del Padre hacia su hijo. Sin embargo, el lenguaje se queda corto para describir el
inmenso amor del Padre, por tal razón, se acude a la metáfora de una madre:

Pero dice Sion: “el Señor me ha abandonado, el Señor me ha olvidado”. “¿Acaso


olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas?
Pues aunque una de ellas llegara a olvidarse, yo no te olvido”.
Is. 49:14-15

De ahí que el salmista puede expresar: “aunque mi padre y mi madre me abandonen,


el Señor me recibirá en sus brazos” (Sal. 27:10). Todos los sentimientos buenos que
afloran en el ser humano al ser padre o madre, se le pueden atribuir a Dios. Dios usa
un tono de ternura y amor inamovible con su pueblo, les muestra un amor inmerecido
y totalmente incondicional a pesar de su pésimo comportamiento. Aun el amor de un
padre y una madre se quedan cortos para conocer el amor de Dios para con su pueblo,
Dios los ama a pesar que ellos se van conscientemente tras otros dioses.

El Antiguo Testamento usa dos metáforas para hablar de la relación de Dios con su pue-
blo, la primera es siendo Dios el Padre y su pueblo, los hijos. La segunda, es la figura
del matrimonio. Allí Dios expresa su amor, enojo y dolor por la infidelidad de su espo-
sa, su pueblo (Os. 1-3). Finalmente, podemos concluir que el lenguaje se queda corto
para expresar el amor de Dios a su pueblo, por esta razón, Dios mismo se encarna para
morir en la cruz del calvario y mostrarle el único camino al Padre (Jn. 3:16; Mt. 26:28).
El Padre 43
Dios PADRE EN EL NUEVO TESTAMENTO
En el Nuevo Testamento también observamos a Dios como Padre, pero esta vez, el Pa-
dre envía a su hijo lejos de él, donde vive, sufre y muere como todos los seres humanos,
pero que fue sin pecado (Jn. 1:14 cf. 1:29). En el momento del bautismo y la transfigu-
ración es el mismo Padre que hace alarde de su Hijo amado en quien se complace (Mt.
3:17, 17:5).
Jesús mostró celo y amor por las cosas de su Padre, alrededor de los 12 años ya subía
a Jerusalén para celebrar la pascua como un judío piadoso (Dt. 16:6). Un día Jesús se
quedó en el templo y sus padres no se dieron cuenta. Ellos volviendo al templo lo en-
contraron allí. Al verlo María le reprocha: “hijo ¿Por qué nos has hecho así? He aquí
a tu padre...” (Lc. 2:48). Y Jesús le responde con una pregunta: “¿Por qué me buscas?
¿No sabes que en la casa de mi Padre me es necesario estar?” (Lc. 2:49). A los 12
años Jesús es consiente y reconoce a Dios como Padre. Además, pone la voluntad del
Padre celestial por encima de la voluntad de padre legal. El Padre celestial lo envió y a
él debe obedecer (Jn. 5:30, 12:49).

Sin embargo, lo primero que Jesús debía saber era que es Hijo amado, en quien el Padre
se complace (Mt. 3:17). Nótese que Jesús no ha iniciado su ministerio, no ha hecho
nada cuando Dios Padre ya expresa su amor por él. Dios lo ama porque es su hijo, no
por lo que pueda llegar a hacer. Dios el Padre ama al Hijo, y al ser humano, por eso
envía a su hijo a la tierra a buscar al hijo perdido (Jn. 3:16 cf. Lc. 19:10). Al igual que
Jesús nos amó y dio su vida por nosotros (Jn. 15:13).
Jesús ilustra el amor tan grande del Padre celestial con la parábola del
“hijo perdido” donde el padre movido a misericordia sale a recibir al
hijo sin ningún tipo de reproche (Lc. 15:1-32, 19:10). Además, no
le importa correr hacia el hijo perdido y echarse sobre su cuello y
besarlo de la emoción de tenerlo nuevamente en casa (Lc. 15:20).
De igual manera no le importa entregar el mejor vestido, el anillo,
el calzado y matar el becerro gordo para recibir al hijo que derro-
chó toda su herencia. El padre está dispuesto a perdonar, a proveer
e invertir sus recursos para darle al hijo perdido, su estatus como
hijo y no dejarlo como jornalero (Lc. 15:19). Notemos que el padre
repartió toda su herencia entre los dos hijos. Así que la herencia ha sido reducida, pero
que ahora nuevamente ha declarado al hijo perdido heredero de lo que ha quedado de
la riqueza familiar. Así le sucede a todo el que cree que el Padre envió a su Hijo y le
recibe. El que cree y le recibe tiene el derecho de ser adoptado como hijo de Dios y
heredero junto con Cristo (Jn. 1:12 cf. Ef. 1:5, 11).
Sin embargo, su amor no llegó solo hasta su muerte, sino que Jesús mismo y el Padre
envían al Espíritu Santo como garantía de nuestra herencia. Jesús recurrió de nuevo a la
metáfora del padre terrenal para revelar una verdad muy profunda, si los padres siendo
malos saben dar buenas cosas a sus hijos cuando la piden, cuanto más el Padre celestial
que es más que bueno, dará el Espíritu Santo a los que lo pidan (Lc. 11:13). Ahí nueva-
mente observamos la ternura del Padre dando a su hijo necesitado. Podemos imaginar
sus manos abriéndose para dar todo don perfecto que desciende de arriba (Stg. 1:17).
El Padre celestial lleno de amor y ternura envió al Espíritu Santo para que nos consuele
44 El Padre
y nos guíe a Jesús, donde Jesús mismo nos muestra el amor del Padre (Jn. 15:25), y el
Espíritu santo nos capacita para vivir en santidad (Ro. 8:26).

El amor de la Trinidad se hace evidente, puesto que el Padre ama e


instruye (Dt. 8:5), y envía a Jesús quien también nos ama e instruye
(Jn. 14:20-24). De igual manera, el Padre y Jesús nos aman, y en-
vían al Espíritu Santo que nos ama e instruye, enseñándonos todas
las cosas y recordándonos las enseñanzas de Jesús (Jn. 14:26, Ro.
5:5). El Espíritu Santo enseña y guía a los creyentes a toda verdad (Jn. 16:13), Él nos
permite clamar: ¡Abba Padre! y Él mismo nos asegura a nuestro espíritu que somos
hijos de Dios (Ro. 8:15-16). Toda la misión de Dios es basada en el amor y la enseñan-
za (1Jn. 47-9; Ap. 3:20). A lo largo del Evangelio de Juan podemos ver la relación del
Padre con el Hijo y de estos con el Espíritu Santo, es decir, se ve presente la Trinidad
en amor que busca al ser humano.

Jesús en su vida terrenal siempre habló del Padre celestial. Él enseñó a orar al Padre de
manera que podamos tener una relación cercana y estrecha con Él, sujetando nuestra
voluntad a la suya, y pidiendo que venga su reino a la tierra. El resto de la oración es
un pedido de alimento, protección y sostén de un hijo a su padre. Dios es nuestro Padre
celestial que se preocupa no solamente por sus hijos sino por toda su creación (Mt. 6:9-
13, Lc. 11:2-4). Y él desea que los seres humanos se reconcilien con Él (Ro. 5:10-11,
Col. 1:21-23). Dios como el Padre celestial en su amor nos adopta como sus hijos y se
involucra en la providencia.

Dios como Padre se involucra en la providencia


Debemos examinar en detalle la revelación que hemos recibido sobre la providencia
de Dios como Padre. Cuando observamos su providencia, vemos que su bondad y su
poder obran en favor de su creación. Él preserva, acompaña y dirige el universo y to-
dos los seres creados, incluyendo el ser humano. Sin embargo, debemos diferenciar el
trato que Dios tiene con el universo y el trato que tiene con el ser humano, pues este
fue creado a su imagen y semejanza. El ser humano está hecho a la imagen de Dios,
esto implica que es un ser en relación, es decir, necesita estar en constante relación con
Dios su Padre, sus semejantes, con la naturaleza y consigo mismo. Es por esto que, se
hizo necesario que Dios se comunicara con el ser humano, y este supiera cuándo Dios
le está hablando. Naturalmente, solo tiene vida espiritual cuando está en una relación
directa con Dios, pero tiene algo innato dentro del ser humano que le da testimonio de
un creador.

Por lo tanto, Dios como Padre del ser humano no lo trata de la misma forma que al resto
de su creación. El ser humano es único y especial ante Dios, es el objeto de su amor
personal. Cuando Dios creó la naturaleza, la luz, el firmamento, la vegetación lo hizo a
través de su palabra. Su palabra dio vida y creó, ante su palabra lo que no existía llegó
a existir. Pero, al sexto día Dios dijo: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen y
semejanza... Y creó Dios al ser humano a su imagen…” (Gn. 1:26). El ser humano no
fue el resultado de una palabra dicha por Dios, él fue hecho con sus propias manos, con
amor de Padre. Es el único que fue creado por las manos de Dios mismo. Dios moldeó
su cuerpo físico y luego sopló en él aliento de vida para convertirlo en un ser viviente
(Gn. 2:2-7).
El Padre 45
Después de que Dios formó al ser humano a su imagen, no lo trató como un ser sin
voluntad propia, antes, le dio la libertad de obedecer o desobedecer. El ser humano fue
dotado de autonomía para elegir, y Dios, su creador en amor lo trató como un ser libre.
Muestra de esto, fue mostrarle qué había en el huerto algo que le haría daño, pero a
su vez, darle la posibilidad de elegir. “Puedes comer de todos los árboles del jardín,
pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de
él comas, ciertamente morirás” (Gn. 2:16,17). Dios le dio la libertad de comer o no,
en amor le advirtió qué perdería con esa decisión y cuáles consecuencias traería para
su vida. El ser humano decidió desobedecer a Dios, no creyó en su palabra, pero sí en
la voz de alguien más. Como muestra del amor y gracia del Señor para la humanidad
decidió expulsarlos del huerto y continuó con el plan que ya se había previsto, desde
antes de la fundación del mundo, para darnos salvación a través de su Hijo amado (Gn.
3:15 cf. Ef. 1:4).

En la historia de la caída del ser humano, Dios muestra su gran amor, Él mismo es
quien sale a buscar al ser humano que estaba escondido de su presencia. El ser humano
había desobedecido, sin embargo, Dios es quien sale en su búsqueda.
Así vemos a Dios actuar a través de la historia, sus hijos le des-
obedecen, pero es Él quien sale a su encuentro. Dios Padre nos
amó tanto que no escatimó a su Hijo amado para salvar a una
humanidad que continuamente reemplaza su amor por otros
dioses. Dios como Padre nos busca, se acerca a nosotros por
su amor (Jn. 3:16-17). Lo más maravilloso es saber que ese Dios
que nos ama intensamente, también es el dueño absoluto de todo lo que existe. Dios
preserva toda su creación, Él tiene el control de todo, Él es el único que tiene el poder
y toda la inteligencia para sustentarnos y amarnos de tal forma.

Nada escapa del control de Dios, y el ser humano cometió un error gravísimo al pen-
sar que podía controlar las cosas. Es muy fácil, hoy día tratar de controlar, dirigir y
depender solamente de nosotros, desechando a Dios y tomando dioses que fallan in-
discutiblemente. Aunque tratemos de controlar todo, no podremos hacerlo porque el
Dios Todopoderoso, que vive, piensa e interviene personalmente en el mundo, es quien
controla todas las cosas. Dios hace más que simplemente preservar su creación, él la
ama y la restaura.

En su obrar providencial, Dios Padre dirige la humanidad y la historia hacia un propó-


sito final que Él mismo controla. Tal control no debe confundirse con manipulación.
Toda la historia sucederá tal como Dios la ha planeado, pero no ha programado cada
segundo de la vida individual de cada ser humano. Dios obra en la historia para lle-
varnos a una eternidad con Él. Dios Padre invita al ser humano a ser parte de su plan,
que se cumple en y a través de Jesucristo (Mt. 26:26). El Espíritu Santo nos guía hacia
la voluntad de Dios para nuestra vida personal. Su voluntad es que cada uno llegue al
lugar que Él ha preparado para nosotros. Cristo abrió el camino para que lo sigamos
y cualquiera puede hacerlo. Ya ha conquistado la ley del pecado y la muerte, y ya está
glorificado (Hch. 7:55-56). Él está preparando una restauración completa de todas las
cosas para nosotros y el próximo evento que Dios ha revelado, que puede suceder en
cualquier momento, es el regreso de Cristo a la tierra para buscar a su pueblo.
46 El Padre
El padre y el hijo perdido (Lc. 15:15-32)
En la historia del hijo perdido, el padre espera el regreso de su hijo extraviado, cuando
lo ve cerca, sale a su encuentro y abre los brazos para recibirlo en su hogar. Igualmente,
nuestro Padre Dios espera que volvamos a casa y se regocija cuando lo hacemos. El Pa-
dre nunca toma la decisión de renunciar al hijo ni le obliga a regresar. Por el amor y la
misericordia del padre, el hijo sabe que puede regresar. No fue forzado de ninguna ma-
nera; el hijo entró en razón y regresó por decisión propia. Se humilló a sí mismo, pidió
perdón y fue aceptado en la familia otra vez, con todos los derechos y los privilegios de
un hijo. En cierto sentido, todos somos hijos de Dios porque Él nos creó; sin embargo,
no somos parte de su familia por nuestra propia rebeldía. Si no regresamos, moriremos
en la basura que ofrece el pecado y no en casa. Es por esto, que Jesús nos llama a regre-
sar al hogar, donde el Padre nos espera para recibirnos y darnos la bienvenida.

En la parábola de la oveja perdida, el pastor, después de contar su rebaño, se da cuenta


que le falta una oveja y sale a buscarla. La encontró y la trajo de regreso al redil. Esta
es una analogía de nuestro gran pastor, que busca a los que aún están perdidos. Igual-
mente, la parábola de la moneda perdida se refiere a aquellos que, a pesar de que están
en el hogar y se encuentran cómodos, están perdidos porque no son parte del plan y la
voluntad de Dios.

En la actualidad, muchos están perdidos dentro de las iglesias a las que asisten todos
los domingos, pero no conocen a Dios personalmente como su Padre celestial. Otros no
conocen a Dios como Padre porque la figura de su padre terrenal ha sido un obstáculo
para mirar a Dios Padre. Dios los busca y, si ellos lo llaman, Él los encontrará. Lo que
debemos preguntarnos es: ¿Dónde está usted? ¿Está perdido y lejos de Dios? o ¿Está
perdido y dentro de la casa como hijo mayor? El hijo mayor (los fariseos, Lc. 15:2)
criticaba al Padre por lo que estaba haciendo y no entró a la fiesta. O ¿Está disfrutando
del gozo del Padre en su presencia? ¿Hay algo que le impide acercarse a Dios como
Padre? ¿Qué es?

Tome un tiempo para pensar dónde está y si hay algo que le impide
conocer y acercarse a Dios como Padre.

Cuando abrimos nuestro corazón ante Él, con mansedumbre y que-


brantamiento, nos volvemos personas moldeables y permitimos que
su Espíritu traiga sanidad sobre nuestras heridas y nos guíe. Comenza-
mos a ver y cercarnos a Dios como Padre, a tener hambre y sed de Él y lo que Él con-
sidera correcto. Él deja escritos sus mandamientos en nuestro corazón. De esa forma,
sabemos cómo debemos vivir y obrar, ya que estamos llenos de su Espíritu.

Si es necesario tome un tiempo para perdonar a su papá terrenal. Así como Jorge y
María quebrantaron su corazón y le pidieron a Dios que implantara en sus corazones
una confianza reconfortante en su amor paternal (Keller, La Oración, 2016). Con gozo
perdonaron a su padre terrenal por todo el daño que les había causado. Ellos recibie-
ron sanidad en sus corazones y comenzaron a ver y acercarse a Dios como su Padre.
Recuerde que no podemos saber todos los motivos por los que nuestro Padre permite
que nos pasen cosas malas, pero, como hizo Jesús, podemos confiar en Él en esos mo-
mentos difíciles” (Keller, Dioses que Fallan, 2015, pág. 32). La paternidad de Dios nos
enseña que Dios conoció de antemano a todos los creyentes:
El Padre 47
Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo
aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito. Porque a los que
Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la
imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.
Ro. 8:28-29

Dios ha escogido a todas y cada una de las personas para que


sean parte de su familia y ofreció esa posibilidad a través de
su Hijo Jesucristo. Él sabe quiénes aceptarán su invitación
y quiénes la rechazarán, pero este conocimiento previo no
ha cambiado su voluntad ni sus planes. Su invitación es
para todos, en eso consiste la gracia anticipante. Incluso le da a todo ser humano la
capacidad de escoger aceptar su voluntad y su plan en Cristo o rechazar su invitación.
Él no fuerza a nadie para que tome una decisión; eso es lo que llamamos gracia libre.
¿No es grandioso saber que Él ama a todos por igual y tiene el mismo plan para todos?
Por lo tanto, Jesús murió por todos los pecadores para que tengan la posibilidad de ser
salvos. Dios siempre muestra un corazón paternal para con todas sus criaturas.

Cuando Jesús murió y derramó su sangre, hizo que la salvación estuviera disponible
para todas y cada una de las personas del mundo. El Padre no atrae a las personas con
una gracia irresistible, sino que los atrae por su amor, y ellos pueden aceptar su invita-
ción o rechazarla.

La gracia consiste en que Dios hace un ofrecimiento al ser humano, aunque este no lo
merece ni puede ganarlo, proviene solo del amor y la misericordia de Dios. ¿Cómo po-
demos decir que ama a las personas si deliberadamente niega su misericordia y gracia
a algunos sin razón? Todos los pecadores somos iguales. ¿En función de qué podría
tomar esa decisión? Iría en contra de todo lo que Dios ha revelado sobre sí mismo, en
especial, cuando consideramos la cruz. La verdad es que: “…tanto amó Dios al mundo
que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, sino que
tenga vida eterna” (Jn. 3:16). La invitación se hace a todos los seres humanos y cada
uno decide aceptarla o no.

Invitación a la intimidad con Dios como Padre


Imagine si nunca hablara con alguien a quien supuestamente ama. La persona no le
creería cuando le dice “te amo”. En el amor hay comunicación y entendimiento para
así establecer una verdadera comunión. Todas las personas tienen la capacidad de co-
municar sus pensamientos y sentimientos de diferentes formas. Del mismo modo, Dios
nos ha dado a cada uno la capacidad de responder a su amor. Podemos hablarle con
nuestra voz, pero también podemos hablarle desde nuestro corazón y mente sin decir
una palabra, en silencio.

Dios ha tomado la iniciativa de hablarnos, es Dios el que nos busca y nos habla y, por
gracia, somos capaces de responderle. Sabemos que nacemos pecadores y alejados de
la comunión con Dios, pero, a través de la obra salvadora de Jesús en la cruz, podemos
acercarnos confiadamente a Él y tener una relación con Él y hablarle. Dios Padre espe-
ra que nosotros nos acerquemos a Él como un hijo pequeño se acerca a su padre terre-
nal. El niño pequeño se acerca y le habla a su padre con toda naturalidad porque sabe
que su padre siempre tiene los brazos abiertos para Él, pues el padre lo ama. Su relación
48 El Padre
está mediada por el amor, la ternura y confianza de acercarse a Él sin ser rechazado. De
esta misma manera, Dios desea que sus hijos se acerquen con naturalidad y confianza
al Padre celestial en oración. La oración encuentra un sentido en la presencia de Dios y
reconforta el corazón de sus hijos al encontrar esperanza y experimentar la llenura del
Espíritu Santo. En palabras de Keller:

La prueba infalible de la integridad espiritual, afirma Jesús, es la vida privada de


oración. Muchas personas oran cuando se sienten obligadas por las expectativas cul-
turales o sociales, o quizás por la ansiedad que les causan las circunstancias pertur-
badoras. Aquellos que tienen una genuina relación viva con el Padre, en cambio,
tendrán un deseo interno de orar y por eso orarán aunque nada externo los presione
a hacerlo. Incluso buscarán orar durante los tiempos de aridez espiritual, cuando no
haya recompensa social o vivencial (Keller, 2016, p. 28).

ACTIVIDADES DE EVALUACIÓN
1. Medite y reflexione sobre las siguientes dos preguntas:
• ¿Cómo explicaría el amor que Dios tuvo por el pueblo de Israel?
¿A qué se debe tal amor? ¿Por qué cree que Dios no desechó
al pueblo de Israel?
• En el Antiguo Testamento se presenta a Dios como Padre,
quien protege, dirige y corrige a sus hijos, ¿cómo lo ha vis-
to obrar en su vida de esta manera?
2. Múltiples estudios muestra que la forma en que vemos o nos
relacionamos con nuestro padre terrenal, afecta la forma en que nos relacionamos
con nuestro Padre celestial. Escuche el postcast “Nadie es más importante que
papá”, por Jorge Cota, y reflexione en las preguntas. https://www.youtube.com/
watch?v=WJLYXXl31Bs
• ¿Qué fue lo que más le impactó sobre el postcast? ¿Aprendió algo nuevo?
• ¿A qué cree que se debe este alarmante problema?
• Reflexione sobre cómo se ha distorsionado la imagen de Dios por la falta de padres
que cumplan son su deber. ¿Cree que sí influye la forma de ver al padre terrenal en
la forma de relacionarme con Dios?
• Piense en qué implicaciones tiene para la sociedad la forma
como se ha tomado el papel de un padre. Luego, teniendo en
cuenta que Dios es el Padre por excelencia, medite sobre una
forma de compartirle a alguien sobre ese Padre que lo es todo y
lo llena todo.
El Padre

4 EL HIJO

Propósito de la lección
Comprender la persona y la obra de la segunda persona de la Trinidad,
el Hijo.

Resultados de la lección
Al concluir esta lección el estudiante:
• Comprenderá la persona y obra del Hijo.
• Identificará las herejías más comunes sobre la persona y obra de
Cristo.
• Tomará conciencia de la necesidad de una cristología conforme a las
Escrituras.

Contenido
• Introducción
• Dios hombre
• Jesús, nuestro gran profeta
• Jesús, nuestro gran sumo sacerdote
• Jesús, nuestro rey eterno
• Títulos de Jesús
• Actividad de evaluación
50 El Hijo
INTRODUCCIÓN
C . S. Lewis fue un hombre lleno de amigos, libros y alumnos.
Nació en 1898, y en 1925 ya enseñaba filosofía y literatura
en la universidad de Oxford. Hasta su muerte en 1963 fue un
profesor distinguido, autor de célebres ensayos, cuentos y libros
de texto. Lewis dominaba el arte de argumentar.

Lewis era ateo porque cuando era niño perdió a su madre. Él


sentía el universo como un espacio terriblemente frío y vacío,
donde la historia humana era en gran parte una secuencia de crí-
menes, guerras, enfermedades y dolor. Él expresaba: “Si piden
que crea que todo lo creado es obra de un espíritu omnipotente y misericordioso, me
veré obligado a responder que todos los testimonios apuntan en dirección contraria”.
Pues, si hubiera un Dios, el mundo creado, no sería un mundo tan débil, imperfecto y
lleno de dolor como el que vemos.

En 1917 se incorporó al frente francés de la Primera Guerra Mundial. Un año más


tarde cayó enfermo y fue enviado al hospital de Le Tréport, donde permaneció por tres
semanas. En ese tiempo Lewis leyó por primera vez un ensayo del escritor cristiano
Chesterton. Nunca había oído hablar de él ni sabía qué pretendía con sus escritos.
Lewis expresó del libro: “no pude entender demasiado bien por qué me conquistó tan
inmediatamente. Se podría esperar que mi pesimismo, mi ateísmo y mi horror hacia
el sentimentalismo hubieran hecho que fuera el autor que menos me gustara. Al leer a
Chesterton, como al leer a MacDonald, no sabía dónde me estaba metiendo”.

Sus libros y autores preferidos no compartían su visión de la vida, él expresó: “George


MacDonald había hecho por mí más que ningún escritor, pero era una pena que estuvie-
se tan obsesionado por el cristianismo. Era bueno a pesar de eso. Chesterton tenía más
sentido común que todos los escritores modernos juntos..., desdeñando, por supuesto,
de su cristianismo. Johnson era uno de los pocos autores en los que me daba la impre-
sión de que se podía confiar totalmente, pero curiosamente tenía la misma chifladura
pues creía en Dios, en Jesús que al parecer era el mito, pues nunca existió.

Sin embargo, Lewis vuelve a leer a Chesterton:


Después leí “El Hombre Eterno” de Chesterton, y por primera vez vi toda la con-
cepción cristiana de la historia expuesta de una forma que parecía tener sentido (...).
No hacía mucho que había terminado de leer el libro, cuando me ocurrió algo mucho
peor. A principios de 1926, el más convencido de todos los ateos que conocía se sentó
en mi habitación al otro lado de la chimenea y comentó que las pruebas de la histo-
ricidad de los evangelios eran sorprendentemente buenas. “Es extraño”, continuó,
“esas majaderías de Frazer sobre el Dios que muere. Extraño. Casi parece como si
realmente hubiera sucedido alguna vez”. Para comprender el fuerte impacto que me
supuso tendrías que conocer a aquel hombre (que nunca había demostrado ningún
interés por el cristianismo). Si él, el cínico de los cínicos, el más duro de los duros, no
estaba a salvo, ¿a dónde podría volverme yo? ¿Es que no había escapatoria?” (José
Ramón Ayllón, s. f.).
El Hijo 51
Lewis nos describe su situación con una imagen: “La zorra había sido expulsada del
bosque filosófico y corría por campo abierto “con todo el dolor del mundo”, sucia
y cansada, con los sabuesos pisándole los talones. Y casi todo el mundo pertenecía
allí: Platón, Dante, MacDonald, Herbert, Barfield, Tolkien, Dyson, la Alegría. En ese
tiempo siente entonces que su dios filosófico, cae y el Dios vivo empieza a agitarse y
a levantarse, se quita el sudario, se pone en pie y se convierte en una presencia viva.
Dios se limita a decir: “Yo soy el Señor”. Lewis expresa: “sintiendo, cada vez que mi
mente se apartaba del trabajo filosófico, el acercamiento continuo, forzoso, de aquél
con quien, tan encarecidamente, no deseaba encontrarme. Al final, aquél a quien te-
mía profundamente cayó sobre mí y ese día cedí, admití que Dios era Dios y, de
rodillas, oré. Hasta entonces yo había supuesto que el centro de la realidad sería algo
así como un lugar. En vez de eso, me encontré con que era una Persona”. Cuando
salimos no creía que Jesucristo fuera el Hijo de Dios, y cuando llegamos al zoológico,
sí, acepté y tuve el encuentro con el resucitado, el Dios que había sufrido y muerto
por mí (José Ramón Ayllón, s.f.).

A lo largo de la historia muchas personas han tenido el encuentro con el resucitado y


todavía lo siguen teniendo hoy. La encarnación del Hijo de Dios es fundamental para
la fe cristiana. Él ha hecho posible la comunicación del ser humano con Dios y nos ha
dado nueva vida. Nosotros como Iglesia Metodista Libre creemos que:

Dios mismo se encarnó en la persona de Jesucristo para reconciliar a la


humanidad con Dios. Concebido por el Espíritu Santo, nacido de la Virgen
María, Él reunió en sí la deidad de Dios y la humanidad del ser humano.
Jesús de Nazaret era Dios en carne humana, verdadero Dios y verdadero
hombre. Él vino para salvarnos. Por causa nuestra el Hijo de Dios sufrió,
fue crucificado, muerto y sepultado. Derramó su vida en sacrificio puro
por nuestros pecados y transgresiones. Confesamos con gratitud que él es
nuestro Salvador, el único mediador perfecto entre Dios y nosotros.

Jesucristo fue levantado victorioso de entre los muertos. Su cuerpo resucitado se hizo
más glorioso sin el obstáculo de las ordinarias limitaciones humanas. Así ascendió al
cielo. Allá está sentado a la diestra de Dios Padre como nuestro Señor exaltado donde
intercede por nosotros hasta que todos sus enemigos sean puestos bajo su completa
sujeción. Él volverá a juzgar a todas las personas. Toda rodilla se doblará y toda
lengua confesará que Jesucristo es el Señor, para la gloria de Dios el Padre (Libro de
Disciplina, ¶103, 2016).

DIOS HOMBRE
Jesús es Dios Hombre. No es solamente un Dios con cuerpo humano ni un hombre
divinizado. Todo lo que es Dios, también lo es Jesús, y todo lo que es el ser humano,
también lo es Jesús. Jesús es totalmente Dios y totalmente ser humano; Él es Dios y
ser humano al mismo tiempo. Ahora bien, es importante señalar que Jesús no existía
desde siempre con una naturaleza humana (Jn. 1:1-4, 1:14). El Hijo de Dios siempre
estuvo con el Padre y es eterno en la esencia de la Deidad. Ha existido eternamente con
52 El Hijo
el Padre y es conocido en el Antiguo Testamento como el Mesías esperado por Israel, y
en el Nuevo Testamento como Cristo. Fue el Ungido desde siempre en la Trinidad para
cumplir su rol salvador como el Dios-Hombre para venir a la tierra.

La Biblia misma nos enseña sobre la venida del Mesías, nos muestra cómo
Él sería el siervo sufriente de Jehová que asumiría la forma de un ser
humano y ejecutaría el plan de Dios. El nombre “Jesús” significa “Sal-
vador” y describe el motivo por el cual nació, vivió, murió, resucitó y
regresó a reinar como Rey de Reyes y Señor de Señores. Mateo enfa-
tiza este propósito: “…Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt. 1:21).
En este mismo sentido, Lucas afirma que la salvación es exclusivamente
por Jesús (Hch. 4:12) y Juan reconoció las palabras de Jesús de Nazaret
que dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie llega al Padre, sino por mí”
(Jn. 14:6). Si Dios no se hubiera hecho carne, no habría salvación para la humanidad
(Heb. 5:7-10).

Su título oficial es Jesucristo. Significa “el Ungido”, “el Mesías”, “el Libertador”. El
profeta Isaías anunció su venida en dos ocasiones: “Por eso, el Señor mismo les dará
una señal: La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamará Emanuel” (Is. 7:14) y:

Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará


sobre sus hombros, y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte,
Padre eterno, Príncipe de paz. Se extenderán su soberanía y su paz, y no tendrán
fin. Gobernará sobre el trono de David y sobre su reino, para establecerlo y soste-
nerlo con justicia y rectitud desde ahora y para siempre. Esto lo llevará a cabo el
celo del Señor Todopoderoso.
Is. 9:6-7

También, Juan el Bautista reconoció su llegada: “Aquí tienen el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29, 36). Jesús se encarnó para restaurar lo que se
perdió con el pecado de Adán. Jesús al hacerse humano, se identificó con nuestra hu-
manidad, nuestra naturaleza. A través de su humanidad fue perfeccionado como el
autor de la salvación (Heb. 5:9-10).

Jesús, vino a restaurar lo que se perdió con la caída y lo hizo cumpliendo el papel de
profeta, sacerdote y rey. Es nuestro profeta porque nos da a conocer la voluntad del
Padre (Jn. 5:30). Es nuestro Sumo sacerdote porque cumple el papel de interceder ante
el Padre por nosotros (1Jn. 2:1) y es nuestro rey porque nos sometemos a su señorío
guardando sus mandamientos (Jn. 14:21-24; Mt. 7:24-28). Además, vemos que Jesús
no solo es Dios, sino que también fue ser humano, y sus actos son del Dios-Hombre.

Estos oficios de Cristo como profeta, sacerdote y rey no se aplican solo a su rol de Dios
ni solo a su rol del ser humano; más bien, son obras del Dios-Hombre. Se han cometido
muchos errores al interpretar que ciertas obras eran solo de Jesús como Dios o solo de
Jesús como ser humano. La realidad es que ambos aspectos de Jesús obran juntos y
siempre están presentes.

Antes de pasar a analizar cada oficio, veamos lo que la Biblia dice sobre la humani-
dad de Jesús. Juan dice: “y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros…”
El Hijo 53
(Jn. 1:14) y, según Hebreos: “…Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre,
él también participó de lo mismo” (Heb. 2:14). Jesús tenía un cuerpo humano y un
alma humana siendo así plenamente humano. Sin embargo, su naturaleza humana no
era pecaminosa porque fue concebido del Espíritu Santo. Hay que diferenciar entre la
naturaleza humana y el pecado. La naturaleza humana fue creada sin pecado, Adán y
Eva fueron humanos sin pecado antes de la caída. Después de la caída la naturaleza
humana es dañada por el pecado. Observemos que la tentación de Adán y Eva fue ex-
terna: un fruto codiciable a sus ojos (Gn. 3:1-6), al igual que, la tentación de Jesús fue
externa: Satanás tienta a Jesús con algo codiciable (Mt. 4:1-11). Después de la caída
del ser humano, la fuente de la tentación es la naturaleza interna: cada uno es tentado
de su interior (Stg. 4:1).

Antes de terminar el tema debemos abordar el asunto del alcance de su humillación.


Leamos las palabras del apóstol Pablo al respecto:

La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús,   quien, siendo por natu-
raleza  Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse.  Por el
contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose
semejante a los seres humanos. Y, al manifestarse como ser humano, se humilló a sí
mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!
Fil. 2:5-8
Al analizar estos versículos podemos identificar los siguientes aspectos:

1. Renuncia: Jesús nunca se aferró a su derecho a ser Dios; más bien, escogió con-
vertirse en ser humano.

2. Vaciamiento o “kénosis”: Jesús no se preocupó por su reputación, sino que se va-


ció de la gloria de Dios y se auto-limitó para cumplir la voluntad de Dios en la tierra.
Nunca dejó de ser Dios, pero escogió el rol de Dios-Hombre.

3. Jesús asumió la función de siervo: se hizo ser humano y murió en la cruz. En eso
vemos la perfección de la humillación de Jesús; se convirtió en el representante de
los pecadores, al punto de la muerte en la cruz.

La “kénosis” o el despojo de su gloria, no implicó simplemente convertirse en ser


humano, sino convertirse en el Dios-Hombre. El plan de Dios siempre fue que el
Dios-Hombre fuera nuestro profeta, sacerdote y rey.

JESÚS, NUESTRO GRAN PROFETA


Los profetas del Antiguo Testamento eran los únicos que podían decir “el Señor ha
dicho así…”. De igual manera, Jesús como profeta fue quien dijo:
“Ciertamente les digo…” (Jn. 10:1,7). Es por eso que todo debe
medirse con la verdad expresada en las enseñanzas de Jesús. Los
profetas del Antiguo Testamento anunciaron la venida de Cristo,
en quien se cumplirían todas las profecías. Los profetas tenían
varias funciones, observemos algunas a continuación:
54 El Hijo
• Eran quienes daban un mensaje en nombre de Dios.
• Eran personas llamadas exclusivamente por Dios.
• Eran los encargados de llamar al arrepentimiento a las personas para que volvieran
a Dios.
• Por medio de los profetas, el pueblo se comunicaba con Dios.

Así como Moisés cumplió el rol de profeta al anunciar el mensaje que Dios envió al
Faraón, así mismo Cristo cumplió el rol de profeta cuando nos reveló el mensaje de
la salvación de Dios por su Palabra y su Espíritu. Jesús no solo proclamó el mensaje,
sino que también lo puso en práctica a través de su obediencia a la voluntad de Dios.
En el Evangelio de Juan, Jesús es citado como “Logos”, “el Verbo” o “la Palabra viva
de Dios” Él anunciaba o profetizaba la voluntad del Padre. Al igual que Él profetizó su
muerte y después lo hizo.

Jesús, el Hijo eterno de Dios, siempre ha sido el vocero de Dios, fue el vocero de Dios
en la creación, ya que vemos que, cuando Dios dijo: “Que exista...”, Dios el Hijo era
la Palabra pronunciada por medio de la cual se crearon todas las cosas. Todo lo que Él
dice sucede. Cuando Dios expresó su palabra a través de los profetas del Antiguo Testa-
mento, esa Palabra que ellos trasmitieron fue la Palabra de Dios. Era el Verbo hablando
y obrando, y todo ocurrió según las profecías. Pedro en su primera carta afirma:

Los profetas, que anunciaron la gracia reservada para ustedes, estudiaron cuidado-
samente esta salvación. Querían descubrir a qué tiempo y a cuáles circunstancias
se refería el Espíritu de Cristo, que estaba en ellos, cuando testificó de antemano
acerca de los sufrimientos de Cristo y de la gloria que vendría después de estos.
1P. 1:10-11

Los profetas no decían lo que se les venía a la mente. No, el Espíritu de Cristo estaba
presente en ellos y hablaba a través de ellos. La encarnación, cuando la Palabra se hizo
carne, fue la mayor obra profética del Hijo de Dios. En cumplimiento de la promesa,
Jesús vino y nos permitió conocer verdaderamente quién es Dios y lo que es capaz de
hacer (Jn. 1:18). Sucedieron milagros y una virgen concibió al Hijo de Dios, uno de los
mayores milagros de todos los tiempos (Mt. 1:25; Lc. 2:7; Ga. 4:4).

Cuando las personas veían a Jesús, estaban viendo a Dios mismo (Jn. 14:9). Jesús no
se había convertido en Dios, sino que era Dios encarnado (Jn. 1:14). En el Evangelio
de Juan, Jesús deja en claro que sus obras eran las obras del Padre (Jn. 5:17-20). Todo
lo que hacía Jesús, el Dios-Hombre, era lo que Dios mismo hacía a través de la Palabra
viva (Jn. 5:19-22). Lo que había sido anunciado y prometido fue hecho realidad por el
gran “Yo soy”, fue Dios que se agachó para lavarnos los pies (Jn. 1:31-20).

Jesús hablaba con la autoridad de Dios porque Él era la Palabra de


Dios y, cuando hablaba los demonios tenían que huir (Mr. 5:1-20),
los enfermos se sanaban (Mr. 1:40-45), y daba vida a los que es-
taban muertos en sus pecados (Jn. 10:10b). En el momento
que menos pensemos, le escucharemos con gran poder y au-
toridad (Ap. 22:12), y todos seremos transformados (1Co.
15:52) y tendremos cielo nuevo y tierra nueva (Ap. 21:1-2).
El Hijo 55
En todo lugar donde se predica la Palabra de Dios, su presencia y su po-
der se hacen presentes (Mt. 28:18-20). Es Dios la Palabra viva, quien
habla y obra. Cuando las personas responden y obedecen, suceden mi-
lagros, al igual que sucedía cuando Jesús estaba presente en forma
humana. El libro de Hechos es un testimonio del ministerio continuo
del Jesús viviente. La Palabra viva sigue cumpliendo su ministerio a través
de su iglesia. Hechos de los Apóstoles en realidad narra los hechos de Jesús a través
del Espíritu Santo. Las Escrituras son las Palabras de Cristo. No son solo palabras,
sino que es Jesucristo vivo que nos habla hoy. Cada vez que nosotros, como hombres
o mujeres de Dios, comunicamos su mensaje, Él se hace presente para hablar y obrar.

Podemos afirmar que Jesucristo es Dios por las siguientes razones:


1. Hizo cosas que solo Dios podía hacer: perdonar pecados, trabajar en el día de re-
poso y resucitar (Mr. 2:5-8; Jn. 5:17-18, 11:43).
2. Existía antes que Abraham, es decir, Jesús existía desde la eternidad (Jn. 8:58).
3. Jesús expresó que Él debía ser honrado igual que el Padre y que al creer en Él ten-
drían vida eterna (Jn. 5:23-24).
4. Jesús afirma que conocerlo a Él es conocer al Padre (Jn. 8:19).
5. Jesús dice que debemos creer en Él al igual que creemos en el Padre (Jn. 14:1).
6. Jesús declaró que verlo a Él equivalía a ver al Padre (Jn. 14:9).
7. Jesús recibe adoración al igual que Dios. Esto era una blasfemia para los judíos,
que no creyeron en Cristo como hijo de Dios (Mt. 8:2, 14:33, 28:17).
8. Pablo enseña que Jesús es Dios (Fil. 2:9-11; Tit. 2:13).
9. Juan el Bautista declaró que Él escuchó la voz del cielo que dijo: “Este es mi Hijo
amado en quien me complazco” (Jn. 1:33, Lc. 3:22). Al igual que, Pedro, Juan y
Jacobo (Lc. 9:35). El mismo Dios presentando y dando testimonio de su Hijo.
10. Pedro usó el título “Hijo del Dios viviente”, dando a entender que Jesús era uno
con Dios (Mt. 16:15-17).
11. Tomás confesó abiertamente: “¡Señor mío, y Dios mío!” (Jn. 20:28).
12. Jesús declaró ser “la vida”, es decir vida eterna (Jn. 11:25, 14:6).
13. Solo Dios puede juzgar a sus criaturas, y Jesús dijo que Él era el gran Juez que se
menciona en Joel y en Juan (Jl. 3:12; Jn. 5:27).
14. Dios es el gran Pastor de sus ovejas (Sal. 23), y Jesús utilizó ese título para reve-
lar que Él es el gran pastor y siempre lo ha sido y que daría su vida por las ovejas
(Jn. 10:11).
15. Jesús es el Jehová eterno, nuestro Dios (Jn. 1:1). Es Emanuel, que significa “Dios
con nosotros” (Mt. 1:23, Is. 7:14).
56 El Hijo
Como el gran profeta, Jesús no solo dijo ser Dios, Él probó que
lo era. Su venida, su muerte, su resurrección y su ascensión
prueban que Él es quien dijo ser. Además, prometió regresar
de manera visible, donde “todo ojo le verá” (Ap. 1:7). En el
Antiguo Testamento un profeta solo era genuino si sus profe-
cías se cumplían, igualmente, Jesús cumplió al darnos redención
a través de su muerte. El primer anuncio de su muerte fue cuando Dios dijo: “Pondré
enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la de ella; su simiente te aplastará
la cabeza, pero tú le morderás el talón (Gn. 3:15). Jesús ya murió y resucitó, es decir,
su profecía sí se cumplió. Él anunció esta profecía a través de su Espíritu y así predijo
el evento de la cruz.

Sin embargo, no todos lo reconocieron como profeta y, en su tierra natal, no pudo obrar
muchos milagros a causa de la falta de fe en sus palabras (Mt. 13:57-58). Fueron mu-
chas las veces que Jesús anunció su segunda venida. Ahora esperamos el cumplimiento
de su promesa: “Miren viene en las nubes, y todos lo verán con sus propios ojos…”
(Ap. 1:7). ¿Qué verán todos con sus propios ojos? Lo que verá lo podemos observar en
Apocalipsis 19:10-13,16 que expresa:

¡Adora solo a Dios! El testimonio de Jesús es el espíritu que inspira la profecía.


Luego, vi el cielo abierto; y apareció un caballo blanco, y el que lo montaba se
llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia dicta sentencia y hace la guerra. Sus ojos
resplandecen como llama de fuego, y muchas diademas ciñen su cabeza. Lleva un
nombre escrito que nadie conoce sino él mismo. Estaba vestido de una ropa teñida
en sangre; y su nombre es: el Verbo de Dios. […] Y en su vestidura y en su muslo
tiene escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores”.
Ap. 19:10-13,16

JESÚS, nuestro GRAN SUMO SACERDOTE


En el Antiguo Testamento fue necesario la intervención de los sacerdotes, ellos eran los
encargados de ofrecer los sacrificios exigidos por Dios para la expiación de los pecados
propios y de todo el pueblo. El sacerdote debía ser de la tribu de Leví, una tribu apar-
tada solamente para el servicio al Señor. En el Nuevo Testamento se presenta a Jesús
como el Gran Sumo Sacerdote. Jesús es quien presenta la ofrenda ante Dios, pero a di-
ferencia de los sacerdotes del Antiguo Testamento, Jesús se presentó a sí mismo como
el sacrificio perfecto, santo y sin mancha. Ya no necesitamos más sacerdotes, solo Jesús
puede perdonaros, librarnos y limpiarnos de todo pecado. Todos los sacerdotes y sacri-
ficios empleados en el Antiguo Testamento servían para señalar la venida del Cordero
de Dios, el Gran Sumo Sacerdote (Heb. 5:9). El libro de Hebreos afirma:

Entró una sola vez y para siempre en el Lugar Santísimo. No lo hizo con sangre
de machos cabríos y becerros, sino con su propia sangre, logrando así un rescate
eterno. […] ¡Cuánto más la sangre de Cristo, quien por medio del Espíritu eterno
se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que


El Hijo 57
conducen a la muerte, a fin de que sirvamos al Dios viviente! Por eso Cristo es
mediador de un nuevo pacto, para que los llamados reciban la herencia eterna
prometida...
Hb. 9:12,14-15.

Jesús representa al sumo sacerdote que se consagra a sí mismo para realizar la obra
de la expiación aquí en la tierra.

Por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a
través de su cuerpo; y tenemos además un gran sacerdote al frente de la familia de
Dios. Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad
que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable y exteriormente
lavados con agua pura.
Heb. 10:20-22

En Juan 17:1-5, Jesús ora por sí mismo al Padre. Reconoce la autoridad que el Padre
le ha dado para impartir vida eterna. Él sabía que su gloria, la del Padre y del Espíritu
Santo pronto se manifestarían. El problema del pecado se resolvería de una vez y para
siempre (Heb. 7:27). Jesús sería resucitado y glorificado en su ascensión y, asumiría el
control a la derecha del Padre (Hch. 7:56). Después de todo, Dios había esperado ese
momento (Gn. 3:15). Eso explica la mención al gozo puesto delante de él (Heb. 12:2).
Esta sección de Juan, es una oración muy íntima a su Padre; lo que han acordado está
por cumplirse. Toda autoridad le ha sido dada a Jesús como el Gran Sumo Sacerdote.

Jesús también oró por sus discípulos (Jn. 17:6-19). Jesús deja cla-
ro que ellos le pertenecen a Él y al Padre, y que tanto Él como el
Padre participan en esta obra sacerdotal. Jesús ora para que el
Padre proteja a sus discípulos, ya que sabe lo que tendrán que
enfrentar (Mt. 26:31; Jn. 18:1-11). Solo Judas escogió seguir su
propio camino (Mt. 27:1-5); los demás, a pesar de sus errores
(Jn. 18:25-27), se quedaron junto a Él hasta el final (Jn. 21:15-
19).

Ahora, Jesús, el Hijo, le pide a Dios el Padre que los santifique en


la verdad, diciendo: “y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos
sean santificados en la verdad” (Jn. 17:19). El verbo “santificar” usado allí significa
“consagrar”, “dedicar”, “tratar con santa reverencia”, “purificar”. La santificación es
un acto definitivo que el Padre debía obrar en ellos. En este mismo sentido, Pedro dijo
que los corazones de todos los creyentes eran purificados por la fe (Hch. 15:8-9). Ser
santos era una experiencia que solo podía suceder por el poder de Dios. Los discípulos
por sí mismos no podrían hacerlo. La santificación se hizo posible por la verdad. Jesús
es esa Verdad; lo que Él prometió se cumplió. Juan el Bautista también profetizó sobre
la venida de Jesús, cuando dijo: “…Pero está por llegar uno más poderoso que yo, a
quien ni siquiera merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él los bautizará con
el Espíritu Santo y con fuego” (Lc. 3:16). Esa es la Verdad que había sido profetizada.
Los discípulos recibirían poder, pero también serían pulidos y limpiados de todo peca-
do, y serían hechos santos por la obra de Dios. No nos libramos del pecado a medida
que maduramos, sino que ya hemos sido santificados. Ese es el enfoque de la oración
sacerdotal.
58 El Hijo
Al santificarse a sí mismo, Jesús declaró que Él siempre había sido santo. Al morir en
lugar de los pecadores, Él les permitió participar en su santidad y les concedió vida
eterna. Era necesario que esto ocurriera antes de que ellos fueran al mundo porque,
aunque ya los había comisionado, les dijo que esperaran hasta recibir poder de lo alto
(Hch. 1:8). Como bien sabemos, esta oración fue contestada en el día de Pentecostés
(Hch. 2).

Jesús también oró por todos los creyentes (Jn. 17:20-24). Pidió que todos los creyentes
fueran uno, al igual que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son uno. Dios quiere que
compartamos todo lo que Jesús es para nosotros: vida eterna, amor eterno, luz eterna,
poder eterno y pureza eterna. Lógicamente, no podemos participar de estas cualidades
en el mismo grado que las posee Dios, ya que nunca seremos pequeños dioses, pero
las tendremos en nuestro corazón en cierta medida porque seremos limpios y puros, y
caminaremos en su luz y seremos purificados continuamente por su sangre. Por esta
razón Pedro expresó: “Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como
también es santo quien los llamó; pues está escrito: Sean santos, porque yo soy santo”
(1P. 1:15-16). Nadie puede escapar de este mandamiento, Jesús a través de su muerte,
nos dio la posibilidad de ser santificados en Él mismo. Él nos dice que seamos santos,
Jesús ya hizo todo lo que se necesitábamos para acercarnos al Padre. Es después de
que somos santificados por Jesús, que podemos crecer en santidad. Las personas santas
crecen en su consagración y en su estilo de vida santo. Los que están bajo el poder de
la naturaleza pecaminosa no pueden ser santos, porque la Biblia enseña que: “…La
mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es
capaz de hacerlo. Los que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a
Dios” (Ro. 8:7-8).

JESús, nuestro REY ETERNO


En el Antiguo Testamento observamos a Dios delegando la autoridad a Adán y Eva.
Luego, observamos a los reyes de Israel que reciben la autoridad de gobernar sobre la
nación de Israel. El rey era el encargado de hacer el oficio de Dios, es decir, gobernar,
juzgar e impartir justicia al pueblo; además, era el encargado de hacer cumplir el pacto.
En el Nuevo Testamento, Jesús nació para ser rey de los judíos (Mt. 2:2), pero él rehusó
los intentos de las personas para hacerle rey terrenal con poder terrenal militar y políti-
co (Jn. 6:15). Por esa razón los fariseos preguntaban cuándo había de venir el reino de
Dios (Lc. 17:20). A través de la vida y las obras de Jesús el reino ya había llegado, pero
que los fariseos no se habían dado cuenta. De ahí que Jesús res-
pondió que el reino de Dios no vendría con advertencia porque
el reino de Dios ya estaba entre nosotros (Lc. 17:21).

Él es en realidad el verdadero rey del nuevo pueblo de Dios. Por eso no quiso reprender
a sus seguidores cuando le aclamaban en su entrada triunfal a Jerusalén: “¡Bendito el
Rey que viene en el nombre del Señor!” (Lc. 19:38; cf. vv. 39-40; Mt. 21:5; Jn. 1:49;
Hch. 17:7) (Grudem, 1994).
El Hijo 59
El reino de Dios se ha acercado con Jesús como rey del nuevo pueblo
de Dios. Jesús en el sermón del monte nos dio las leyes de su reino
(Mt. 5-7). Además, expresó que nos convertimos en ciudadanos del
reino con el nacimiento de lo alto (Jn. 3:3). El rey Jesús nos da una
nueva identidad y nos convertimos en embajadores del reino de
Dios en la tierra, para ayudar a los hombres a que se reconcilien
con Dios (2Co. 5:17-21). Recibimos su sello, el poder del Espí-
ritu Santo para vivir por Él y seguirlo. El Espíritu Santo es quien
expulsa las tinieblas de nosotros y anula el poder del pecado sobre
nuestra vida. Él se convierte en el Señor de nuestra vida y la go-
bierna con justicia, por eso nos convertimos en sus siervos y discípulos.

Este reino es el reino de Dios-Hombre, no solo por Jesús el hombre. Cuando Jesús re-
sucitó, lo hizo como el Dios-Hombre eterno (Jn. 20:27). Jesús viene a vivir y reinar en
nuestros corazones y vidas. Nos convertimos en coherederos con Él y participamos en
su vida santa y eterna ahora (Ef. 1:13-11). Además, nos convertimos en proclamadores
de su reino y esperamos la instauración definitiva de su reino en la segunda venida. En
la instauración definitiva del reino no habrá llanto ni dolor, él enjugará todo lágrima y
la muerte ya no reinará sobre los seres humanos (Ap. 21:4). El rey tendrá un dominio
absoluto sobre todos los pueblos, naciones y lenguas, todas estas se arrodillarán y lo
confesarán como rey (Fil. 2:10-11). Su reino es un gobierno eterno que nunca pasará
y su reino no será destruido jamás (Dn. 7:14). Así que nuestro rol como discípulos del
rey Jesús es anunciar proféticamente su venida, vivir una vida en obediencia a los man-
datos del rey Jesús y sacrificarnos gozosamente para servirlo.

La iglesia es la expresión del reinado universal de Jesucristo, la manifestación concreta


del reino de Dios. La iglesia es el poder del Espíritu proclamando salvación en Cristo
y plantando semillas del reino. Cada persona perteneciente a la iglesia, el cuerpo de
Cristo, siempre está dando su vida completamente por la obra del Señor, sabiendo que
su labor en el Señor no será en vano (1Co. 15:58), y Él seguirá edificando su iglesia y
extendiendo su dominio y su reino a través de nosotros.

TÍTULOS DE JESÚS
• El Mesías
“Christos” se asociaba con Jesús como nombre propio. Significa el “Ungido, el Pode-
roso y Libertador”.
• El Hijo del Hombre
Jesús usó este título para sí mismo, lo que demostró su humanidad y también la po-
sibilidad de sufrimiento. Él se identifica con los seres humanos en los sufrimientos y
tentaciones (Heb. 2:18, 5:7-10). Dios es un Dios que sufre juntamente con nosotros.
Por otro lado, usó el título para hacer referencia al Hijo del hombre en el libro de Da-
niel; aquel Hijo del hombre al que le fue dado dominio, gloria y reino sobre todas las
naciones, su dominio es un dominio eterno que nunca pasará y su reino uno que no será
destruido (Dn. 7:13-14).
60 El Hijo
• El Hijo de Dios
Este título se usaba para Israel, pero en el Nuevo Testamento se empleó
para Jesús, teniendo en cuenta que Él había venido como cabeza de un
nuevo Israel, la iglesia. También significaba que el Padre y el Hijo eran
uno solo en esencia: Dios. Jesús había venido para ser el primer ejemplo
de una nueva clase de pueblo de Dios. Tenían que ser un pueblo santo;
entonces, Él santificó a la humanidad para que pudieran llevar vidas san-
tas.
• Yo soy
Jesús usó este título para sí mismo muchas veces, lo que demostró que Él es el Dios
eterno. Este nombre se usaba solo para Jehová y habría sido una blasfemia usarlo para
cualquier otra persona. Al llamarse a sí mismo “Yo soy”, Jesús declaró que como el
“Logos”, “la palabra”, Él siempre había estado presente en Dios (Jn. 1:1).
• Jesús, el ser humano perfecto
Muchos confunden la naturaleza del ser humano con la naturaleza pecaminosa. La
naturaleza humana es buena, Dios la creó; sin embargo, cuando el ser humano pecó su
naturaleza fue contaminada con la naturaleza pecaminosa. El hecho que Jesús haya ve-
nido en carne humana, es decir, de una mujer virgen, no quiere decir, que fue pecador.
Algunos se preguntan: ¿Por qué un nacimiento virginal?
El nacimiento virginal era absolutamente necesario para que se cumpliera la profecía
anuncia por el profeta Isaías (Is. 7:14). De ahí que, es base para nuestra creencia y doc-
trina cristiana (Lc. 1:26-35). Sabemos que Jesús fue tentado y que podría haber fallado
pero que fue sin pecado. De esa forma, estuvo en condiciones de ofrecerse como nues-
tro sustituto y sufrir en nuestro lugar y así reconciliarnos con Dios. Jesús tenía todo lo
necesario y entregó su vida santa y sin pecado como ofrenda sobre el altar de Dios para
la expiación de nuestros pecados. Nadie más tenía la capacidad para hacer esto porque,
excepto Adán, todos nacieron con naturaleza pecaminosa (Ro. 5:12,19), en Jesús, Dios
se manifestó en la carne (Jn. 1:14).
Jesús vino para instaurar una nueva creación y todos los que creen en Él pueden con-
vertirse en nuevas criaturas (2Co. 5:17-21). Los seres humanos no reciben boletos para
entrar al cielo cuando reciben a Cristo; más bien, Él los cambia completamente. Él
imparte su vida, amor, poder y pureza, y los hace personas nuevas. Ya no son pecado-
res, sino un pueblo que está conectado con Dios y comparte su naturaleza. Sus cuerpos
mismos serán cambiados a semejanza de su cuerpo glorioso y vivirán por siempre con
Jesús en el mundo restaurado por Cristo. Ahora son el pueblo de Jesús, el pueblo de
Dios. Él vino a mostrarnos cómo es el “nuevo ser humano” y a hacer posible que nos
parezcamos a Él. Jesús hace posible la restauración de la imagen distorsionada de Dios
en el ser humano, la restaura cuando una persona nace de nuevo en Cristo. Dios planeó
todo esto para el ser humano antes de la caída y Cristo cumplió ese plan a través de su
obra en la cruz y su resurrección de los muertos.
• Él es el Cristo, el libertador poderoso
Fue el maravilloso poder de nuestro Dios creador el que resucitó a Jesús de los muertos.
El Hijo de Dios tuvo que hacerse ser humano y sufrir como un pecador por nuestros
pecados. Vino a morir en nuestro lugar. Él vino en forma humana, lo que demuestra que
la naturaleza humana no es pecaminosa, ya que el ser humano fue creado santo, pero
El Hijo 61
permitió que la naturaleza pecaminosa hiciera parte de él cuando cedió a la propuesta
de la serpiente, Además, Jesús como hombre, santificó al ser humano para que pueda
vivir en santidad y obediencia durante toda su vida. Jesús no tenía la naturaleza peca-
minosa de Adán, ni fue moldeado en iniquidad como todos los seres humanos, lo que
prueba que el pecado es ajeno a la naturaleza humana.
En su sufrimiento, Jesús demostró la gloria de Dios a la humanidad. También cumplió
con los requisitos de la ley; la muerte es el castigo por el pecado. En Jesús “Dios es-
taba en Cristo, reconciliando al mundo consigo mismo” (2Co. 5:19). Jesús no actuó
por cuenta propia; el Dios Trino estaba en pleno acuerdo y fue motivado por el amor.
Otro propósito de la vida de Jesús en la tierra fue destruir el poder del diablo como lo
había prometido (Gn. 3:15), perdonar la culpa del ser humano, justificarlo y hacerlo
santo ante Dios.
Esto lo logró pagando el precio con su propia muerte, el poder del pecado fue destruido,
nos dio libertad y abrió el camino de los seres humanos ante Dios. Con su resurrección
de los muertos, tomó el control pleno de toda la historia de la salvación. Jesús estuvo
dispuesto a morir y recibir maldición para que pudiéramos ser libres de todo pecado.
Como resultado, ahora somos bendecidos cuando creemos, porque la maldición ha sido
eliminada y tenemos libertad. Jesús sufrió al grado máximo por nosotros. Como hemos
visto, Jesús es el Hijo de Dios y estuvo dispuesto a pasar toda esta humillación que lo
llevó a la muerte.
• El Siervo de Dios
Isaías presenta al Mesías como el siervo y vocero de Dios (Is. 49:1–57:21). Isaías
habla como el misionero del Dios eterno y se dirige a todas las naciones. Israel en su
momento recibió de Dios la responsabilidad de alcanzar a todos los pueblos, tanto
lejanos como cercanos, con la Palabra de Dios, pero fracasaron en la tarea. Isaías pro-
fetiza mucho más de lo que sabe, ya que para él la imagen de Jesús es muy clara. El
profeta habla de Jesús como llamado desde el vientre materno. El versículo 1 anuncia
el nacimiento milagroso del Hijo de Dios. En el versículo 2, Isaías dice que la boca del
Mesías es como una espada filosa con palabras que dañan y sanan. Esta es la liberación
prometida del Dios eterno: nos muestran la llegada de la salvación y la anulación de la
ira de Dios (Is. 51:1-23).
Allí Jesús es representado como un Sacerdote que sufrió por los pecados de todo el
mundo. Él es quien presenta el sacrificio y Él mismo es el sacrificio. Es anunciado con
tanta claridad como si fuera por alguien que está parado junto a la cruz de Jesús. Este
pasaje conecta con el episodio donde Jesús lava los pies de los discípulos (Jn. 13).
Jesús se humilla y toma el rol de un esclavo. Se pone el delantal de siervo y se agacha
para lavar los pies de sus discípulos.

Intenta imaginar la situación: Dios, el creador, está arrodillado ante su creación, mien-
tras que ellos están ocupados buscando reconocimiento y esta-
tus. Eso no es todo, Judas está preparándose para traicionarlo.
Después de imaginar esta situación, pregúntese lo siguiente:
¿Ama a Jesús lo suficiente para permitirle que lo limpie y luego
coloque una toalla en sus manos para que sea su esclavo y le sir-
va a este mundo pecaminoso, necesitado y perdido?
62 El Hijo
Jesús nos purifica a pesar de que merecemos ser condenados. Jesús siempre obra con
amor y misericordia. Él quería que sus discípulos supieran que Él era el Dios-Hombre;
sin embargo, solo lo consideraban el Mesías que establecería el reino nacional judío y
gobernaría desde Jerusalén.

Los pasos de la humillación que lo convirtió en el Dios-Hombre:


1. De divino a Dios-hombre.
2. De la gloria de la humanidad creada a la afrenta de la cruz. Ya hemos hablado de su
renuncia a sí mismo, que estuvo seguida de su despojo de la gloria de Dios.
3. Dios se hizo siervo y vino a llevar la cruz para salvar a los pecadores.

Jesús fue un ejemplo de cómo seguir la voluntad de Dios cuando dijo: “no se haga
mi voluntad, sino la tuya” (Lc. 22:42). ¿Quién quiere elegir la cruz a los treinta años
de edad? Jesús renunció a todos sus derechos y se humilló para convertirse en un ser
humano que salvaría al mundo. Sin embargo, escogió auto subordinarse y hacerse obe-
diente hasta la muerte.

Finalmente, su humillación culminó cuando fue colgado como representante de los pe-
cadores en una cruz bajo maldición. Aunque era el Dios-Hombre, Jesús escogió sufrir
como un ser humano común, esto se puede evidenciar en los siguientes aspectos:
• No nació en una casa, sino en un pesebre maloliente.
• Fue circuncidado al octavo día de su nacimiento en el templo de Jerusalén, con lo
que cumplió los requisitos de la ley, incluso en la infancia.
• Fue tentado en todas las formas y así se puede identificarse con todas las pruebas
que podamos enfrentar. La vida que vivió fue santa y ese es su plan para sus nuevas
criaturas.
• Jesús tuvo hambre, sed y cansancio en muchas ocasiones, pero nunca dejó que estos
deseos lo dominaran. Más bien, Él los controló y así nos enseñó dominio propio.
• En sus tiempos de agonía, Jesús siempre confió en que el Padre lo acompañaría, lo
guaría y le daría poder. Él nos anima a hacer lo mismo; a que, en lugar de cuestionar,
aceptemos por fe la voluntad revelada de Dios.

La vida de Jesús reveló que la aflicción es parte de la vida humana y no


es un sentimiento pecaminoso. Él mismo sintió aflicción en muchas
ocasiones, Él lloró por la muerte de su amigo Lázaro (Jn. 11:35),
lloró por la destrucción que vendría a la ciudad de Jerusalén (Lc.
19:14), y también lloró cuando estaba orando en el Getsemaní (Mt.
26:38). Luego, Jesús fue traicionado por Judas. Eso también fue parte
de su humillación, ya que pudo sentir lo que es el quebranto de corazón. Jesús sintió la
agonía de la negación de Pedro y el dolor del abandono de sus discípulos cuando los
necesitaba. Aquí podemos decir que Él es un Dios que sufre juntamente con nosotros,
Él no es un Dios inmune al sufrimiento, no está mirando como observador inconmovi-
ble, alejado del sufrimiento de los seres humanos. De ahí que se identifica con nuestro
El Hijo 63
dolor y sufre con nosotros. Esto lo entendió C.S. Lewis que comprendió que cuando
su madre había muerto Dios había sufrido con él, Dios había estado allí consolando su
corazón, aunque él no lo sabía.

En sus últimas horas, Jesús no pensaba en sí mismo, sino en nosotros. Mientras estaba
en la cruz, le prometió vida eterna al ladrón y le encomendó a Juan el cuidado de su
madre. Después de esto, sintió una soledad total, pues había llegado a morir en nuestro
lugar. Imagine lo que estaba pensando en esos últimos momentos. Contra toda expec-
tativa, la vida de Jesús termina con las palabras: “Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu” (Lc. 23:46). Jesús murió y su cuerpo fue llevado a un sepulcro. Los soldados
recibieron instrucciones de sellar la piedra del sepulcro, ya que el sumo sacerdote se
había enterado que Jesús había anunciado su resurrección.

El Cristo resucitado
La resurrección de Jesús es un hecho. La presenciaron más de qui-
nientos testigos (1Co. 15:6). Piense en cómo cambiaron sus discí-
pulos una vez que lo vieron resucitado. La resurrección de Jesús
prueba que Él es la fuente de vida y que puede dar vida eterna
a todos los creyentes (1Co. 15:14-20). Dios el Padre está plena-
mente satisfecho con la obra expiatoria de Jesús en la cruz y con su
resurrección y ascensión. Su obra está consumada. Jesús ascendió al
cielo con su cuerpo humano glorificado y, cuando regrese, nosotros seremos transfor-
mados y glorificados como Él.

En este momento, Él reina sobre su reino y está sentado a la derecha de Dios, un lugar
de autoridad y poder (Hch. 7:56). Jesús nos ha encargado que le contemos al mundo su
buena noticia, mientras Él vuelve de nuevo para juzgar a vivos y muertos. En su regre-
so, habrá una separación entre los santos y los impíos, y Él establecerá el nuevo cielo y
la nueva tierra, donde reinará por la eternidad, allí no habrá llanto, ni dolor.

Sin embargo, el sufrimiento Dios lo usa para acercarnos a Dios. Lewis reflexionando
sobre el dolor, escribió: “Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra
conciencia, pero grita en nuestro dolor; el dolor es su megáfono para despertar a un
mundo sordo”. El expresó que: “El dolor como megáfono de Dios es, sin la menor
duda, un instrumento terrible. Puede conducir a una definitiva y contumaz rebelión.
Pero también puede ser la única oportunidad del malvado para corregirse. El dolor
quita el velo de la apariencia e implanta la bandera de la verdad dentro de la fortaleza
del alma rebelde” (Lewis, 1977).

Además, Dios utiliza el sufrimiento para traernos madurez (Heb. 5:8) y para producir
sus buenos propósitos en nosotros (Ro. 8:28), Pablo expresó: “considero que en nada
se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros”
(Ro. 8:18 cf. 2Co. 4:17).
64 El Hijo
ACTIVIDAD DE EVALUACIÓN
Durante la historia del cristianismo han surgido diversas herejías sobre la persona y obra de Cristo. En el
gráfico 4.1 podrá identificar el nombre de algunas de ellas; teniendo en cuenta lo visto en esta lección, y
con la ayuda del siguiente vídeo: ¿Quién es Jesucristo? Introducción a la Teología https://www.youtube.
com/watch?v=kzz8LFGRmRY, y otros materiales que quiera consultar (referencias bí-
blicas, ayudas en línea, diccionarios teológicos, etc.), complete el cuadro añadiendo
un breve resumen que describa de qué se trataba cada enseñanza, los problemas
que planteó, una argumentación de defensa del concepto bíblico y cómo se evi-
dencia en la actualidad esa herejía. Trate de ser lo más claro, coherente y conciso
posible.

Gráfico 4.1
El Hijo

LA PERSONA DEL
5 ESPÍRITU SANTO

Propósito de la lección
Comprender la persona del Espíritu Santo como es descrito en las Es-
crituras.

Resultados de la lección
Al concluir esta lección el estudiante:
• Comprenderá la persona del Espíritu Santo.
• Será consiente de la presencia activa del Espíritu Santo a través del
Antiguo Testamento, del Nuevo Testamento y en la iglesia.
• Identificará algunos errores de compresión sobre el Espíritu Santo.

Contenido
• Introducción
• La persona del Espíritu Santo
• La obra del Espíritu Santo en la Biblia
• La obra del Espíritu Santo en el creyente
• Actividad de evaluación
66 La Persona del Espíritu Santo
INTRODUCCIÓN
M e llamo Ahmad, a la edad de diecisiete años dejé el pequeño pueblo donde nací
y viajé a la ciudad de Casablanca para continuar con mis estudios secundarios,
vivir con mi tío y ayudarle en sus negocios. Allí me amoldé a lo que la mayoría hacía.
No era muy difícil encontrar mujeres y hombres de la calle. Yo entablé amistad con esta
clase de gente y pronto llegué a ser uno de ellos. Fracasé en mis exámenes y coseché
lo que había sembrado.
Un día, la esposa de mi tío encontró en mi mesa una foto donde aparecía con unas
chicas. Mi tío le escribió a mi padre pidiéndole que viniera pronto. Cuando llegó, este
me preguntó dónde había estado pasando el tiempo. “Jugando al fútbol” le dije. Él
me mostró la foto con las chicas y exclamó: “¡Vete, hijo perverso! ¡No eres digno de
tenerme como padre!” Abandoné la casa y caminé sin rumbo por las calles. Uno de
mis viejos amigos me preguntó qué me había ocurrido. Le conté lo sucedido y le dije
que no tenía nada para comer ni donde quedarme esa noche. Entonces me dijo: “no te
preocupes yo sé que debes hacer, ven conmigo para que conozcas al líder de nuestra
pandilla y trabajes con nosotros”. Logró convencerme, ya que yo no tenía ni comida
ni empleo.
El líder de la pandilla me enseñó a robar. Lo hice durante siete meses y así obtuve su-
ficiente dinero para comer, fumar y beber. Pero la policía descubrió nuestro escondite
y una vez más me encontré en la calle.
Entonces, junto con un amigo, trabajé como cargador en el mercado
de verduras. Un día le sacamos a una señora la cartera de su canasta.
Nos detuvieron y nos llevaron a la estación de policía. Confesamos que
habíamos tomado el dinero y devolvimos lo que nos quedaba. Cuando
el oficial preguntó a esta mujer si quería acusarnos formalmente, ella res-
pondió: “No. Quiero perdonarlos porque Jesús me perdonó a mí y perdona los pecados
de todos”. Estas palabras salieron con amor y gozo, y tocaron mi corazón con un efecto
perdurable. ¿Quién es Jesús? ¿Por qué perdona? Ese día pude ver en aquella mujer
algo diferente, pero no sabía qué era, con el tiempo pude comprender que era porque
el Espíritu de Dios estaba en ella, era una mujer llena del Espíritu Santo. Durante ese
tiempo muchas preguntas sin respuesta pasaron por mi mente. Desde ahí el Espíritu
Santo comenzó a trabajar en mí. Esta mujer me perdonó pero la ley no perdona como
Jesús. Me condenaron a siete meses en la cárcel. Mi padre sabía que yo estaba allí.
Cuando me dieron la libertad fue a recibirme. Con lágrimas en los ojos, le pedí que me
perdonara y él lo hizo.
Al año siguiente, mi padre me matriculó en una escuela coránica, es decir una escuela
religiosa donde me enseñaban el Corán. Accedí por complacerlo. En ese tiempo, leí
muchos libros de historia, especialmente acerca de la ocupación romana del norte de
África. Comprendí que antes que llegara el islam, la religión de nuestros antepasados
había sido el cristianismo. Los ejércitos musulmanes habían obligado a las personas a
aceptar su religión, y por eso nosotros la tenemos ahora. Esto lo usó el Espíritu Santo
para inquietarme más por Jesús. Mi corazón se llenó de dudas y dejé de rezar porque
ello nunca me había dado satisfacción espiritual. Por esta razón me consideraron irre-
ligioso, así que tuve que abandonar la escuela.
La Persona del Espíritu Santo 67
Poco después regresé a Casablanca por invitación de mi tío. Ahí conocí a un hombre
llamado Kamel, oriundo del Medio Oriente y dueño de un restaurante. Una vez, le
pregunté su opinión con respecto a la religión y me respondió: “¿Sabes, Ahmad?, soy
cristiano y no musulmán como supones”. “Pero, eres árabe le dije. ¿Acaso entre los
árabes hay cristianos?” Me respondió: “se te olvida que en la zona del Medio Oriente
hubo muchas tribus y reinos cristianos. Ustedes aquí en el norte de África piensan que
solo los europeos son cristianos, pero esa no es la verdad”. Entonces me entregó un
Nuevo Testamento para que lo leyera. Esta conversación la guió el Espíritu Santo y usó
a este hombre para que me diera la verdad revelada en la Biblia.

Cuando llegué a casa, me encerré en mi cuarto y empecé a leerlo. Lo


primero que me impactó fue el hecho de que el evangelio estaba en
árabe y que su mensaje era válido para todo el mundo y para todas las
razas. Supe con seguridad que Jesús había dicho: “Al que a mí vie-
ne, no le echo fuera” (Jn. 6:37). Muchas frases del Nuevo Testamento
acerca del amor de Cristo me habían conmovido. Por medio de ellos,
mis ojos fueron abiertos a la verdad de Dios y comencé estudios bí-
blicos con un hermano en Cristo.

Una noche después de la cena, asistí a una reunión, sin darme cuenta que un vecino
enviado por mi tío me estaba siguiendo. Cuando regresé, mi tío me atacó y a la mañana
siguiente, con el vecino, me llevó al centro de policía. El oficial preguntó qué había
robado, ya que el robo es la queja más común que reciben. No ha robado nada respon-
dió mi tío, pero lo que ha hecho es mucho más grave y debe saberse en público. Ha
negado su religión. Yo desearía que más bien hubiera robado algo; eso no sería nada en
comparación con esto.
Mi tío, desilusionado, animó a los vecinos para que me despreciaran e insultaran. Mi
único consuelo era el que provenía de las palabras del evangelio. Unos días después fui
convocado a comparecer ante un consejo compuesto por mi padre, mi tío, un vecino,
tres líderes religiosos y algunas otras personas. Oré antes de entrar allí para que Dios
me diera valor y Él me recordó: “cuando los arresten y los sometan a juicio, no se
preocupen de antemano por lo que van a decir. Solo declaren lo que se les dé a decir
en ese momento, porque no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu Santo” (Mr.
13.11). Uno de los líderes religiosos empezó la reunión dirigiéndose a mí: “escucha,
amigo mío, no aceptes otra religión. No seas tentado a cambiar, porque las consecuen-
cias son muy graves”.
Esperé a que finalizara y les contesté: “Escuchen, mis amigos. Han oído hablar de Jesús
y de sus milagros: sanó a los enfermos, calmó la tormenta, levantó a los muertos, vivió
una vida sin pecado, murió en la cruz, fue levantado de entre los muertos, ascendió al
cielo y va a regresar. ¿Quieren creer en Él?” Todos me miraron asombrados, mientras
que el líder religioso me abofeteó, regañándome enfurecido: “¿Cómo puedes abando-
nar la religión de tus padres y tus abuelos?” A esto le respondí: “La fe no se recibe como
herencia de los padres, es el resultado de la obra del Espíritu Santo” (Wootton, 1992).
En este testimonio observamos a la tercera persona de la Trinidad trabajando en un mu-
sulmán que llegó a los pies de Cristo. Conocer la tercera persona de la Trinidad
es fundamental en la doctrina cristiana. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento
dan testimonio del Espíritu Santo. En la Iglesia Metodista Libre afirmamos que:
68 La Persona del Espíritu Santo
El Espíritu Santo es la tercera persona de la Trinidad. Procediendo del Padre y del
Hijo, él es uno con ellos, la eterna Deidad, igual en divinidad, majestad y poder. Él es
Dios actuando en la creación, en la vida y en la iglesia. La encarnación y ministerio
de Jesucristo fueron consumados por el Espíritu Santo. Él continúa revelando, inter-
pretando y glorificando al Hijo.

El Espíritu Santo es el administrador de la salvación planeada por el Padre y provista


por la muerte, resurrección y ascensión del Hijo. Él es el agente activo en nuestra
convicción, regeneración, santificación y glorificación. Él es la esencia misma del
Señor, siempre presente con nosotros, morando en el creyente, asegurándolo y capa-
citándolo (Libro de Disciplina, ¶105, 2015).

De esta manera, reconocemos que el Espíritu Santo es Dios y que la santa Trinidad
es una. Sin embargo, podemos distinguir la función del Espíritu Santo en la Trinidad.
Al hablar del Espíritu Santo, Jesús mismo utilizó la metáfora del viento con el fin de
comunicar su mensaje. No podemos ver el viento, pero sí vemos evidencia de su poder
cuando las cortinas se mueven, las hojas crujen y las partículas flotan en el aire. No po-
demos ver el viento; sin embargo, lo sentimos en nuestro cuerpo.
No podemos ver el viento; aun así, oímos su rugido, o los
sonidos que hacen las puertas y las ventanas cuando
el viento las abre y las cierra. No podemos ver el
viento, pero no podemos negar su presencia y su
movimiento.

Jesús usó la metáfora del viento para describir la presencia y el obrar del Espíritu (Jn.
3:5-8), y de ese modo ayudar a Nicodemo a hacer una poderosa conexión con su estu-
dio previo de las Escrituras hebreas. En hebreo, la palabra que se traduce como “espí-
ritu” es “rúakj”. Esta palabra significa “aliento”, “espíritu” o “viento”. Jesús ayuda a
Nicodemo a comprender las formas en las que Dios y el Espíritu obran. Como miem-
bro del pueblo elegido de Dios con acceso al Antiguo Testamento, Nicodemo debería
haber podido reconocer los efectos de la presencia y la obra del Espíritu en la vida y el
ministerio de Jesús.

LA PERSONA DEL ESPÍRITU SANTO


La Biblia expresa que el Espíritu Santo es Dios, por tanto, Él es eterno. Podemos ob-
servar que cuando fue formada la tierra, Él Espíritu estaba presente, Él se movía sobre
las aguas (Gn. 1:2 cf. Heb. 9:14). Él participó en toda la obra creadora (Job 33:4 cf.
Sal. 33:6). Él es omnisciente porque todo lo examina hasta las profundidades de Dios
(1Co. 2:10-11). Él es omnipresente, su presencia está en todo momento y en todo lugar,
Dios mismo se hace presente. David comprendía muy bien esto y preguntó: “¿A dónde
podría alejarme de tu Espíritu? ¿A dónde podría huir de tu presencia?” (Sal. 139:7).
David por experiencia, sabía la respuesta a estas preguntas: ¡A ningún lugar! El Espíri-
tu no es restringido por limitaciones físicas o geográficas, pues es Dios.

El Espíritu de Dios no es una fuerza impersonal flotando por el mundo. El Espíritu es


una persona que se relaciona con la humanidad y que da testimonio del amor y la san-
La Persona del Espíritu Santo 69
tidad de Dios. Desafortunadamente, con la caída de Adán y Eva, el ser humano escogió
no tener una relación personal con Dios. De ahí que el corazón humano se corrompió
irremediablemente con pecado (Gn. 3). Los hombres y las mujeres le dieron la espalda
a Dios. Ellos contendieron o discreparon con el Espíritu. Endurecieron sus corazones
al testimonio omnipresente del Espíritu y siguieron el camino de la violencia (Gn. 4).
Esto afligió el corazón Dios (Gn. 6:6). Así que, Dios dijo: “Mi espíritu no permanecerá
en el ser humano para siempre, porque no es más que un simple mortal; por eso vivirá
solamente ciento veinte años” (Gn. 6:3).

Notemos que Dios se dolió en su corazón, pues Él es una persona. Entendamos por
persona alguien que se reconoce como un ser distinto de los demás, que es consciente
de lo que ocurre en su propio interior, que percibe y reflexiona lo que pasa en su torno
y que es dueño de sus actos (Lacueva, 1998). La Biblia nunca habla del Espíritu Santo
como de una influencia de poder misterioso ni como una fuerza que Dios ejerce en la
persona. Siempre lo describe como una persona. Observemos que él como toda persona
tiene sentimientos. Pablo nos exhorta a no contristar al Espíritu Santo (Ef. 4:30 cf. Gn.
6:3). De igual manera él como persona tiene voluntad, pues Él reparte los dones a cada
uno como Él quiere (1Co. 12:11). En esa misma línea Él es inteligente, pues examina
todo, hasta las profundidades de Dios (1Co. 2:10-11). Pero Él no se queda con lo exa-
minado, sino que nos enseña (Jn. 14:26), nos guía (Ro. 8:14) e intercede y nos ayuda
en nuestras debilidades (Ro. 8:26).

El Espíritu Santo es un ser relacional, pues habla a las personas (Hch. 1:16; 11:12;
28:26), exhorta a los cristianos (Hch. 20:22), da intencionadamente (Hch. 2:4), ayuda
a decidir ciertos asuntos en cuanto a la manera de vivir la fe (Hch. 15:28). Además da
órdenes a sus seguidores para que realicen (Hch. 8:29), al igual que llama a los líderes
y los envía como misioneros (Hch. 13:2, 4) y también prohíbe que los cristianos hagan
o entren a ciertas ciudades (Hch. 16:6). Todo esto es prueba de que el Espíritu Santo
es una persona. Esto no lo puede hacer una fuerza o energía. Además, nosotros no po-
demos mentirle a una fuerza o energía (Hch. 5:3), no podemos tentar a una fuerza o a
algo que no sea persona (Hch. 5:9). De igual manera no podemos resistir a una fuerza
o energía porque ningún ser humano ha podido resistir una fuerza que viene con poder
hacia él. ¿Quién ha podido resistir un rayo que viene con todo su poder? ¿Quién ha
podido resistir ha podido resistir un fuerte voltaje de la electricidad? Pero al Espíritu
Santo que es una persona sí lo podemos resistir (Hch. 7:51).

Hasta aquí hemos dicho que el Espíritu Santo es Dios, es eterno y no ha


sido creado, ni mucho menos subordinado al Hijo como algunos lo han
dicho. Hemos dejado en claro que el Espíritu Santo es divino y es una per-
sona que siente, se duele, tiene voluntad y hace todo lo que hace una per-
sona. Es una persona que se relaciona con los seres humanos y les enseña,
los dirige, les exhorta, les da órdenes, etc. De ahí que podemos decir que
el Espíritu Santo no es ninguna fuerza, energía o una cosa impersonal, al
contrario, hemos visto que el Espíritu Santo es una persona que nos lleva a
las profundidades de Dios.
70 La Persona del Espíritu Santo
LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO EN LA
BIBLIA
La obra del Espíritu Santo la podemos observar tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamente. En el Antiguo Testamento observamos al Espíritu actuando en personas
específicas que Dios llamaba para determinadas labores, y en el Nuevo Testamento
después de la ascensión de Jesús es derramado para todo el que cree en Él.

El Espíritu en el Antiguo Testamento


En el Antiguo Testamento encontramos ciertos personajes que evidenciaron tener el
Espíritu. Entre ellos, encontramos a Moisés (Nm. 11:17), los artesanos que constru-
yeron el templo (Ex. 35:30-35), los jueces (Jue. 1:10, 13:25;) y los profetas (Is. 61:1).
Estar llenos del Espíritu Santo implicaba:
• Aptitudes y conocimiento especial: la presencia del Espíritu en los hombres que
diseñaron y supervisaron la construcción del tabernáculo les dio un extraordinario
e instantáneo don de conocimiento, sabiduría y habilidades. “Y lo he llenado del
Espíritu de Dios, de sabiduría, inteligencia y capacidad creativa” (Ex. 31:3, 28:3;
35:30–36:2).
• Sabiduría para juzgar: Moisés necesitó asistencia para presidir sobre el pueblo de
Israel. El Espíritu fue distribuido sobre 70 ancianos de las doce tribus de modo que
pudieran discernir y resolver justamente las disputas entre la gente (Nm. 11:25).
• Fuerza y carisma extraordinarios para liderar: durante el período de los Juec-
es, Israel tuvo que atravesar repetidos ciclos de invasiones extranjeras debido a su
infidelidad hacia Dios. A pesar de esto, cada vez que el pueblo se arrepentía y clam-
aba por liberación, Dios derramaba su Espíritu en la vida de una persona que se
levantaba para liderar al pueblo y restaurar su libertad (Jue. 3:10, 11:29, 13:25 cf.
1S.16:13).
• Conocimiento profético y el llamamiento a predicar la palabra de Dios: a partir
de la división de los dos reinos, Israel y Judá, el pueblo de Dios comenzó una rebe-
lión persistente y cada vez más intensa. La Palabra de Dios fue ignorada e incluso
extraviada durante un tiempo. Dios derramó su Espíritu en ciertos individuos y así
los llamó para hablar al pueblo en su nombre. “Esa voz me dijo: ‘Hijo de hombre,
ponte en pie, que voy a hablarte’. Mientras me hablaba, el Espíritu entró en mí, hizo
que me pusiera de pie, y pude oír al que me hablaba” (Ez. 2:1-2).

A pesar de que los israelitas eran el pueblo elegido por Dios, solamente una pequeña
minoría experimentó la presencia del Espíritu. La mayoría de las personas intentaron
cumplir las leyes de Dios sin éxito alguno. Sus corazones estaban divididos y eran in-
fieles a Dios. Aún así, Dios tenía un plan para redimir a su pueblo e incluía el regalo de
su Espíritu a todo el que pusiera su fe en Él. Así que, Dios prometió su Espíritu:

Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese co-
razón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne. Infundiré mi
Espíritu en ustedes, y haré que sigan mis preceptos y obedezcan mis leyes.
Ez. 36:26-27
La Persona del Espíritu Santo 71
En este mismo sentido, el profeta Joel expresó:

Después de esto, derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano. Los hijos y
las hijas de ustedes profetizarán, tendrán sueños los ancianos y visiones los jóvenes.
En esos días derramaré mi Espíritu aun sobre los siervos y las siervas.
Jl. 2:28-29

El Espíritu Santo en el Nuevo Testamento


En el Nuevo Testamento el Espíritu es derramado sobre aquellos que ponen su fe en
Jesucristo y que caminan en obediencia en su amor. La presencia del Espíritu en la vida
de una persona le permite servir a Dios de una manera constante y poderosa. Seguir a
Dios es tener una relación con Él, y el Espíritu es quien guía a las personas a Jesús y
las ayuda en el caminar diario.

Algunas versiones de la Biblia en español, traducen “nacer de nuevo” para referirse al


nuevo nacimiento. El nuevo nacimiento se describe como la milagrosa transformación
que tiene lugar cuando las personas ponen su fe en Jesucristo. Jesús también empleó
otra manera para referirse a este evento “nacer de lo alto” (Jn. 3:3). Este nacimiento
ocurre por la obra del Espíritu Santo en la vida de una persona. En el Evangelio de
Juan, se marca un permanente contraste entre dos reinos: el reino divino, que está en
lo alto, y el reino mundano o carnal, que está abajo. A diferencia del nacimiento físico
y natural, en el nacimiento que viene de lo alto no hay ningún tipo de intervención hu-
mana. Es un regalo dado por la gracia de Dios, se recibe por la fe en Cristo a través de
la obra de su Espíritu en nuestros corazones. El nacimiento humano ocurre de manera
visible y natural, pero el nacimiento espiritual sucede en el momento de arrepentimien-
to, fe y rendición ante Dios.

El Espíritu y el nacimiento de Jesús


En Lucas 1, se registra que el Espíritu Santo descendió sobre dos mujeres,
María y Elizabeth. María fue una joven virgen elegida por Dios para
engendrar a su Hijo, Jesucristo. El poder de Dios, que va mucho
más allá de nuestra mente y comprensión, obró a través del Es-
píritu Santo e hizo posible la concepción de Jesús en la matriz de
María (Lc. 1:29-37). La segunda mujer fue Elizabeth, prima de María
y madre de Juan el Bautista. María fue a visitar a Elizabeth y al acercarse
María, el Espíritu Santo llenó a Elizabeth, la cual comenzó a hablar con gran gozo pro-
féticamente sobre el niño que María llevaba en su vientre (Lc. 1:41-45). E igualmente,
el hijo que tuvo Elizabeth, Juan el Bautista, fue lleno del Espíritu Santo para cumplir
su misión (Jn. 1:23). Antes de esto, su padre, Zacarías también fue lleno del Espíritu
Santo. Estando Zacarías en la ceremonia de circuncisión de su hijo, vino sobre él el
Espíritu Santo y profetizó sobre el ministerio de su hijo (Lc. 1:67-79).

Más adelante en Lucas, encontramos a Simeón. Se dice que él había estado caminando
en el Espíritu por muchos años. Simeón había recibido una promesa del Espíritu, no
moriría sin antes ver al Mesías. Movido por el Espíritu, Simeón fue al templo el día que
Jesús iba a ser circuncidado. Él reconoció al bebé de ocho días como el Salvador del
mundo y se dirigió a sus padres con un mensaje profético (Lc. 2:25-36).
72 La Persona del Espíritu Santo
Algunas observaciones importantes:
• El Espíritu Santo es dado a hombres y mujeres, sin importar la edad.
• El Espíritu es dado por Dios y según la directiva de Dios.
• No hay evidencia de ningún conocimiento previo por parte de los receptores de la
maravillosa llenura del Espíritu.
• Fue un regalo que les trajo gran alegría y les permitió reconocer y celebrar la inter-
vención de Dios en el espacio y el tiempo humano.
• Algunos de estos individuos recibieron el Espíritu Santo para un acontecimiento
específico, como María, o para dar mensajes proféticos, como Elizabeth y Zacarías.
Juan y Simeón, dedicados siervos del Señor, aparentemente sostuvieron una rel-
ación personal y perdurable con el Espíritu.

El Espíritu Santo en el ministerio de Jesús


La presencia del Espíritu y su poder eran pruebas fundamentales de la autenticidad de
un profeta de Dios. Por esta razón, cuando llegó el tiempo donde Jesús comenzó su
ministerio público, el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma
de una paloma (Lc. 3:22). Después de esto, el Espíritu llevó a
Jesús al desierto por 40 días (Lc. 4:1) y Jesús regresó “lleno del
Espíritu”. Fue el Espíritu Santo quien lo preparó para comenzar
su ministerio y su peregrinación hacia la cruz (Lc. 4:14). Estando
Jesús en la sinagoga de Nazaret, leyó lo siguiente:

El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas
nuevas a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista
a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a pregonar el año del favor del
Señor.
Lc. 4:18-19

El Espíritu Santo en la enseñanza de Jesús


Juan el Bautista aclaró que él bautizaba con agua, pero que Jesús bautizaría con el
Espíritu Santo y con fuego (Lc. 3:16). El bautismo que Juan hacía tocaba solo la parte
externa de las personas, pero el bautismo que Jesús haría llegaría hasta el corazón. En
Jesús se comenzó a cumplir la promesa que el Espíritu sería derramado sobre todos
los que creyeran (Jl. 2:28). Es tal la magnitud de esta promesa que aún aplica para no-
sotros hoy. Solo el Espíritu Santo puede transformar los corazones de piedra para que
sean corazones de carne que latan con el deseo de obedecer y de amar al Señor (Ez.
36:26-28). Jesús animó a los creyentes a esperar y a pedir la llegada del Espíritu Santo
como un regalo de parte de Dios: “Pues, si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas
buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se
lo pidan!” (Lc. 11:13). Jesús también aseguró que el Espíritu Santo nos enseñaría y nos
ayudaría a hablar con claridad y valentía ante las autoridades cuando Él ya no estuviera
(Lc. 12:11-12). Esta verdad la observamos en el testimonio de la introducción y todavía
está en vigencia para todos hoy.
La Persona del Espíritu Santo 73
Así como Jesús expresó los beneficios de la venida del Espíritu Santo, también dejó en
claro qué sucedería si le rechazaban o negaban. “Y todo el que pronuncie alguna pala-
bra contra el Hijo del hombre será perdonado, pero el que blasfeme contra el Espíritu
Santo no tendrá perdón” (Lc. 12:10). En toda la Biblia se habla de un solo pecado
imperdonable, la blasfemia contra el Espíritu Santo. Jesús pronunció esta declaración
en respuesta a la acusación de los fariseos que Él expulsaba a los demonios gracias a
Beelzebú, el príncipe de los demonios. Implícitamente, lo que ellos hicieron fue acusar
al Espíritu Santo de no ser Santo. ¡El Espíritu Santo es el Espíritu Santo de Dios! Ya
que tenían el Antiguo Testamento, no tenían ninguna excusa válida para no reconocer
el poder y la presencia del Espíritu Santo. Al rechazar al Espíritu, ellos rechazaron al
Hijo y al Padre. “Cuídense de la levadura de los fariseos, o sea, de la hipocresía” (Lc.
12:1). Una persona no comete blasfemia accidentalmente; es un rechazo y una nega-
ción voluntaria y desafiante del Espíritu de Dios.

Algunas observaciones importantes:


• El Espíritu Santo fue derramado sobre Jesús. Lo guió, lo acompañó y le dio poder.
• El ministerio de Jesús marcó el comienzo del prometido derramamiento del Espíritu.
• Los creyentes deben pedir y esperar recibir el regalo del Espíritu de Dios.
• El Espíritu Santo ayuda a los creyentes en tiempos de persecución y tribulaciones
enseñándoles y capacitándolos para dar testimonio de Jesús con valentía.
• El temor del Señor es el principio de la sabiduría. La falta de ejecución de esta
sabiduría puede llevar al rechazo del Espíritu y a acusaciones blasfemas de su per-
sona y obra.
• La blasfemia contra el Espíritu Santo es el único pecado imperdonable. Notemos
que los que lo rechazan son los fariseos que conocen el mover del Espíritu Santo en
el Antiguo Testamento.

LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO EN EL


CREYENTE
La primera obra del Espíritu Santo cuando creemos en Cristo es se-
llarnos (Ef. 1:13b-14). Este sello confirma nuestra salvación. La
presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas se llama “sello”
porque confirma y garantiza que somos hijos de Dios y co-here-
deros con el Señor Jesucristo (Jn. 7:37-39, Ro. 8:9-16; 2Co. 1:21-
22). Así el Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu que somos
hijos de Dios y Él nos une al cuerpo de Cristo, su iglesia. Sin embargo,
observemos la obra del Espíritu Santo de manera más detenida.

El Espíritu Santo, el consolador


La presencia personal del Espíritu es un regalo del Padre y fue Jesús quien lo pidió
por nosotros (Jn. 14:16-17). Tanto el Padre como el Hijo desean que el Espíritu sea
74 La Persona del Espíritu Santo
parte de nuestras vidas. Jesús utilizó un término único para el Espíritu “parákletos”.
Esta palabra se traduce como “Ayudador”, “Consolador”, “Consejero” o “Intercesor”.
Este nombre para el Espíritu es utilizado solamente por Jesús en el Evangelio de Juan
(14:16, 14:26, 15:26, 16:7). Este nombre dado al Espíritu indica su función; el Conse-
jero debe estar con los creyentes para asistirlos mientras ellos siguen a Dios. La palabra
“parákletos” es utilizada una vez más por Juan, al referirse a Jesús como nuestro Abo-
gado o Consejero. Jesús intercede en nuestro favor ante el Padre (1Jn. 2:1).

Otro nombre que Jesús usa para el Espíritu es “Espíritu de verdad”. Este título es utili-
zado por Jesús durante su discurso en el aposento alto (Jn. 14: 17, 15:26, 16:13) y por
Juan en su primera epístola (1Jn. 4:6). Este nombre no solo significa que el Espíritu es
veraz, sino también que el Espíritu representa y enseña la verdad. No hay engaño en Él.
En su epístola, Juan hace la distinción entre el Espíritu Santo de la verdad y el espíritu
del engaño. Rechazar la verdad de Dios es rechazar al Espíritu; rechazar al Espíritu es
rechazar la verdad de Dios. El mundo no está buscando al Espíritu ni reconoce al Espí-
ritu. Esta es la triste verdad y pone a la luz la gracia y la misericordia de Dios al enviar
a su Hijo y a su Espíritu a un mundo que no les da la bienvenida. También desafía a la
iglesia a orar y ser sabia al relacionarse con el mundo.

Jesús afirmó que el Espíritu habita en los creyentes, es decir, “permanece” en nosotros.
Este término no solamente se usa para hablar de la presencia del Espíritu, sino también
de Jesús y Dios que habitan en los creyentes y así ellos pueden permanecer (Jn. 15). El
Espíritu mora en nosotros; esa es la verdadera comunión. Al Jesús morar en nosotros
implica que tendremos una relación personal e íntima, como resultado de ser nacido de
nuevo, nacido de lo alto.

Al morar el Espíritu Santo en nosotros, esto es lo que da testimonio ante el mundo del
amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones. Recordemos el testimonio
de Ahmad, él vio algo diferente en esa mujer que expresó: “¡Quiero perdonarlos porque
Jesús me perdonó!” Una mujer llena del Espíritu de Dios.

El Espíritu Santo, el maestro


Los discípulos habían experimentado la presencia física de Jesús du-
rante su ministerio público, pero no se quedaría con ellos. ¿Cómo
continuarían aprendiendo? ¿Cómo podían asegurarse que recordarían
correctamente las palabras y las lecciones que Jesús les había ense-
ñado? La palabra “inspirado” significa literalmente “soplado por Dios”. El viento/el
aliento del Espíritu sopló en las vidas de los discípulos de Jesús. De forma similar, el
Espíritu asiste al pueblo de Dios en el presente. Nadie estudia la Biblia en soledad; el
Espíritu está presente. Es importante recordar esta verdad y, en humildad, reconocer
y solicitar la ayuda del Espíritu cuando se estudia la Palabra de Dios. A través de los
siglos, los creyentes han dado testimonio de la asistencia divina en momentos críticos
donde la Palabra de Dios fue traída a la memoria (Jn. 14:26). Los que enseñan y predi-
can la Palabra de Dios piden la unción del Espíritu, es decir, su presencia, dirección e
inspiración espiritual para que Él hable a través de sus labios.

El Espíritu Santo, el testigo


El Espíritu no solo nos recuerda y nos enseña, sino que también testifica y da prueba
de la persona de Jesús (Jn. 15:26-27). Jesús también anunció cómo el mundo habría
La Persona del Espíritu Santo 75
de rechazar tanto al Hijo como al Padre (Jn. 15:18-25). Él les dijo a sus discípulos que
ellos también serían rechazados por el mundo debido a su vínculo con Jesús. ¡Qué gran
consolación y exhortación fue para los discípulos saber que no quedarían solos como
los únicos testigos de la verdad de Jesucristo! El Espíritu Santo también continuaría
dando testimonio al mundo de la verdad del Padre y del Hijo. El testimonio del Espí-
ritu no excusa al pueblo de Dios de su responsabilidad de dar testimonio público de la
verdad del evangelio. Los creyentes debemos trabajar en conjunto con el Espíritu para
proclamar la verdad de Jesucristo.

El Espíritu Santo, el estándar de la verdad


En sus declaraciones finales, Jesús habla de la función que el
Espíritu tiene en el mundo. El Espíritu representa la verdad,
y bajo esta, el mundo será condenado y su error será reve-
lado (Jn. 16:711). Será declarado culpable. Jesús no está
diciendo que el mundo se arrepentirá como resultado de esta revelación. En ciertos
momentos, la reacción del mundo será un rechazo directo y violento hacia la verdad.
Pero gloria a Dios, porque esta luz provocará una revelación repentina y una convic-
ción de pecado que salvará a ciertas personas del mundo. Puede ser un marido que deja
de engañar a su esposa, un hijo rebelde que regresa a su casa, una mujer que pide per-
dón por lo que dijo sin pensar, un contador que devuelve el dinero que había robado, y
un pecador que se arrepiente y vuelve a Cristo. Así como le pasó a Ahmad, que estaba
perdido en los vicios de la vida pero el Espíritu Santo trabajó en él y reveló la verdad
de Cristo en su corazón y creyó en Él y estuvo dispuesto a mantener su fe.

En el Evangelio de Juan, la fe es el elemento esencial de la salvación. El no creer es pe-


cado y rebelión contra Dios. Justicia es creer en Jesús y vivir según sus normas. Jesús
vivió una vida ejemplar al mostrarnos cómo amar a Dios con todo nuestro corazón, ser,
fuerzas y mente; y cómo amar al prójimo como a nosotros mismos. Las personas serán
condenadas por haber rechazado a Jesús y haberse negado a andar por el camino de la
justicia (cf. Jn. 12:31, 14:30).

El Espíritu Santo, guía y glorifica


El Espíritu de la verdad guiará o enseñará a los creyentes la verdad de Dios y del Hijo
(Jn. 16:13-14). Juan asegura esta asistencia divina para los creyentes en su primera
epístola. Los creyentes serían capaces de reconocer la enseñanza falsa y poner a prueba
a los espíritus con la ayuda del Espíritu Santo (1Jn. 4:1). Pablo afirmó la enseñanza de
Jesús en su primera carta a la iglesia de corintio:

Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de
Dios, para que entendamos lo que por su gracia él nos ha concedido. Esto es preci-
samente de lo que hablamos, no con las palabras que enseña la sabiduría humana,
sino con las que enseña el Espíritu, de modo que expresamos verdades espirituales
en términos espirituales.
1Co. 2:12-13

El Espíritu glorificará al Señor al darlo a conocer a los creyentes y al dar testimonio de


la verdad del Dios en el mundo.
76 La Persona del Espíritu Santo
La obra del Espíritu Santo en un nuevo estilo de vida
Pablo fue llamado a predicar el evangelio a los gentiles. Las prácticas religiosas de
los pueblos gentiles estaban caracterizadas por la idolatría y la prostitución religiosa.
Pablo predicó a Cristo, su crucifixión, muerte y resurrección. Predicó al único y ver-
dadero Dios. Enseñó a los gentiles sobre el regalo de Dios, el Espíritu Santo, quien
enseñaría y guiaría a estos nuevos creyentes para que crecieran en madurez espiritual,
caminaran en obediencia santa y estuvieran preparados para el servicio en la iglesia.

Remítase a las actividades de evaluación al final de esta lección y


realice el punto 1.

El fruto del Espíritu en el creyente


Pablo enfatizó en toda su enseñanza y predicación que aquellos que
ponen su fe en Jesucristo reciben la salvación y las bendiciones del evangelio. Solo
por fe podemos recibir estos regalos, así como el don del Espíritu Santo (Ga. 3:14).
Cuando Pablo habla acerca de la transformación que ocurre en el nuevo nacimiento,
él se refiere a una relación. Una nueva relación con Dios se ha formado, es decir, nos
convertimos en hijos del Rey. Observemos lo que Pablo escribió:

Ustedes ya son hijos. Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo,


que clama: ‘¡Abba! ¡Padre!’ Así a través de Dios ya no eres más un esclavo sino un
hijo y por tanto un heredero. Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y, como eres hijo,
Dios te ha hecho también heredero”.
Ga. 4:6-7

A partir de la nueva relación con Dios se empieza un proceso donde la “la fe que actúa
mediante el amor” nos va transformando (Ga. 5:6). Este es el amor por Dios, por Jesús
y por el prójimo. La presencia del Espíritu en la vida de cada creyente crea una nueva
manera de relacionarse con Dios y con otros, la cual se caracteriza por el fruto del Es-
píritu. Cabe destacar que ese “fruto” es de una naturaleza singular. La expresión de este
fruto en la vida del creyente es tan maravillosa, tan rica y tan hermosa que requiere una
lista de palabras para describirlo. El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia,
amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio (Ga. 5:22-23). Todas las
cualidades de este fruto serán vistas particularmente en la relación y la interacción del
creyente con su comunidad. La naturaleza pecaminosa que dominaba nuestra vida an-
tes de Cristo está crucificada; esa naturaleza se ha muerto (Ga. 2:20, 5:24). El creyente
puede ahora vivir en el Espíritu, día a día, y momento a momento. Los creyentes que
viven en el Espíritu viven para complacer al Espíritu; no viven para sí mismos. El que
vive para la gloria y para el agrado del Señor cosecha una bendición eterna (Ga. 6:8).

Características de vivir en el Espíritu


Pablo explica detalladamente la necesidad de la salvación y el poder de la obra sacrifi-
cial de Cristo en la vida de aquellos que ponen su fe en Él. En el capítulo 7 de Roma-
nos, el apóstol ilustra la inclinación de la humanidad hacia la rebeldía. Esto se convier-
te en un conflicto interno dentro de la vida del creyente que desea obedecer. Aun así, el
creyente tiene asistencia divina por medio de la poderosa presencia y el compañerismo
del Espíritu Santo. El vivir en una dependencia dinámica con el Espíritu es totalmente
diferente a vivir en la esclavitud de la naturaleza pecaminosa. Hay una transformación
radical que ocurre en la mente de los que ponen su fe en Cristo.
La Persona del Espíritu Santo 77
El Espíritu Santo asiste constantemente a los creyentes para que sigan siendo fieles en
su caminar con Dios. La vida en la carne y sus deseos no tendrán más dominio sobre
aquellos que fijan su mente en el Espíritu. Pablo concluye con esta maravillosa exhor-
tación:

Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que
cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio
vivo, santo y agradable a Dios. No se amolden al mundo actual, sino sean trans-
formados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la
voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta.
Ro. 12:1-2
Gráfico 5.1 Formas de vivir contrapuestas en Romanos 8:1-27

Volamos al testimonio de Ahmad, cuando estaba allí parado dando testimonio de Cristo
y fue golpeado por el líder religioso, él expresó:

Mi oración es que mis hermanos musulmanes reconozcan personalmente que la sal-


vación se encuentra en Cristo y que Él es realmente el Hijo de Dios. Llegará el día
cuando, por la influencia del Espíritu Santo, muchas personas reconocerán que Cristo
es el Salvador del mundo.
78 La Persona del Espíritu Santo
ACTIVIDAD DE EVALUACIÓN
Teniendo en cuenta la obra del Espíritu Santo, complete la siguiente tabla.
La Persona del Espíritu Santo 79
El ESPÍRITU SANTO Y LA
6 IGLESIA

Propósito de la lección
Conocer la vitalidad de la obra del Espíritu Santo en la iglesia.

Resultados de la lección
Al concluir esta lección el estudiante:
• Comprenderá la necesidad del Espíritu Santo para ejecutar la misión.
• Identificará la obra del Espíritu en su vida y el ministerio.

Contenido
• Introducción
• El Espíritu Santo y el comienzo de la iglesia
• El Espíritu Santo y las personas
• El Espíritu Santo y la comunidad
• Actividad de evaluación
82 El Espíritu Santo y la Iglesia
INTRODUCCIÓN
J uan Wesley fue una persona como nosotros. Un hombre que
anhelaba vivir en santidad para huir de la ira venidera. De ahí
que se unió a un club santo para asegurar su santidad. En 1734,
Juan, escribió una carta dirigida a su padre en donde expresó: “mi
único objetivo en la vida es asegurar la santidad personal, porque
sin ser yo mismo santo no puedo promover la verdadera santidad
en otros” (Snyder, 2016, pág. 16). Más tarde escribió que estaba
preocupado por su propia alma, las buenas obras, visitar a los
presos y familias pobres, ayudar económicamente e iniciar clases
para niños pobres; todo esto era una expresión del deseo de buscar la santidad.

Sin embargo, Juan Wesley no tenía lo que vio en los moravos. Este grupo que viajaba
a Georgia evidenciaban en su vida la llenura del Espíritu Santo; la humildad, la manse-
dumbre y la paz aún en medio de la tormenta, fueron señales que cautivaron a Wesley.
Al volver a Inglaterra Wesley se mantuvo en contacto con los moravos, y en una de
sus reuniones tuvo la experiencia del corazón ardiente de Aldersgate. Después de esa
experiencia del corazón ardiente, Wesley como tizón prendido llevó a su comunidad a
un avivamiento.

Wesley evidenció la llenura del Espíritu Santo no solo en un puñado de experiencias


individuales y en el avivamiento espiritual de la iglesia; él también tuvo el testimonio
de la transformación de la sociedad: el contrabando disminuyó, muchos dejaron de
golpear a sus esposas y muchos llegaron a conocer a Dios. Algunos de los historiado-
res dicen que a través del ministerio de Juan Wesley, sus ayudantes y convertidos y el
Gran Despertar sobre Inglaterra que resultó, Inglaterra fue librada del terrible baño de
sangre que caracterizó la Revolución Francesa que ocurrió dos años antes de la muerte
de Wesley. Todo esto sucedió porque una persona como nosotros fue investida con el
poder del Espíritu Santo.

EL ESPÍRITU SANTO Y EL COMIENZO DE LA


IGLESIA
En los últimos días antes de su ascensión, cuando Jesús estaba enseñando, el Espíritu
Santo seguía presente, obrando en la vida de Jesús y su ministerio (Hch. 1:2). Después
de la resurrección, Jesús aseguró a los discípulos que pronto serían bautizados con el
Espíritu (Hch. 1:5). Jesús les dijo a los discípulos que ellos también recibirían el poder
del Espíritu para dar testimonio al mundo entero del mensaje del evangelio (Hch. 1:8).
Mientras esperaban el Espíritu de la promesa, ellos permanecieron juntos en oración
(Hch. 1:14), hasta que fue derramado el Espíritu Santo sobre cada uno de ellos (Hch.
2:4). El Espíritu Santo fue derramado con el propósito de empoderarlos para ser tes-
tigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra (Hch. 1:8).
Así que el Espíritu habilita en los creyentes para que den testimonio del evangelio de
Jesucristo por todo el mundo. Este principio está en el libro de disciplina que expresa:
El Espíritu Santo y la Iglesia 83
El Espíritu Santo es derramado sobre la Iglesia por el Padre y el Hijo. Él es la vida y
el poder testificador de la Iglesia. Él otorga el amor de Dios y hace real la soberanía de
Jesucristo en el creyente de modo que sus dones de la palabra y del servicio alcancen
el bien común y edifiquen a la Iglesia. En su relación con el mundo él es el Espíritu
de verdad, y su instrumento es la palabra de Dios (Libro de Disciplina 2015, ¶107).

El Espíritu es derramado sobre los creyentes


Lucas utilizó varias palabras y frases de manera indefinida para describir la entrada del
Espíritu Santo en la vida de un creyente. Una persona puede “recibir” el Espíritu o “ser
bautizada” con el Espíritu. Además, podemos decir que el Espíritu “es derramado” so-
bre el creyente. Estas expresiones esencialmente describen el mismo acontecimiento,
recibir por primera vez el don del Espíritu Santo. Sin embargo, Lucas utiliza la expre-
sión “ser llenos del Espíritu” de una manera más indeterminada, como una primera,
segunda, etc., experiencia con el Espíritu. Por ejemplo, en Hechos 2:4 dice: “Y fueron
todos llenos del Espíritu Santo…” haciendo referencia a los 120, y en Hechos 4:31
leemos “...y todos fueron llenos del Espíritu”, sabemos que por lo menos Pedro y Juan
se encontraban presentes en los dos casos.

Algunos hermanos han indicado que la señal de que una persona ha sido bautizada con
el Espíritu Santo es hablar en lenguas. Sin embargo, esta creencia no es correcta. Si
bien es cierto que posiblemente todos los que recibieron el don del Espíritu Santo el día
de pentecostés hablaron en lenguas, debemos observar lo que Pablo expresó:

A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el bien de los de-
más. A unos, Dios les da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otros, por el mismo
Espíritu, palabra de conocimiento... a otros, el discernir espíritus; a otros, el hablar
en diversas lenguas; y a otros, el interpretar lenguas.
1Co. 12:7, 10

Notemos que todas las personas tienen el Espíritu Santo pero no tienen la misma mani-
festación de los dones. De ahí que en el pasaje de Hechos, el hablar en lenguas es muy
importante para comunicar las maravillas de Dios a las naciones reunidas en Jerusalén.
¿Cuál era el bien de los demás? Que los no creyentes conocieran las maravillas de Dios
en su idioma, de manera que entendieran las buenas noticias de Jesús como salvador. El
Pentecostés se trató de la acción sobrenatural del Espíritu para llamar la atención de la
gente y eliminar la barrera del idioma de tal forma que todos los que estaban reunidos
en Jerusalén escucharan el mensaje del evangelio.

En el día de Pentecostés el Espíritu Santo fue derramado


(Hch. 2:2-4). Tres fenómenos sucedieron cuando se derra-
mó el Espíritu: pudo oírse algo como una gran ráfaga de
viento, se vieron lenguas como de fuego, y se pudo com-
prender el mensaje en distintos idiomas. El ruido como el
de una ráfaga de viento fue evidencia del Espíritu, rúakj.
El fuego es un símbolo de la presencia de Dios en toda la
Biblia (Ex. 3:1-5). Y el fuego también purifica, pues ellos
iban a ser bautizados con el Espíritu y con fuego (Mt. 3:11). Hubo un cuarto fenómeno:
Pedro recibió poder para ponerse de pie y predicar a la multitud con valentía, claridad,
elocuencia y fervor. Este es el mismo Pedro, el pescador que había negado a Cristo tres
84 El Espíritu Santo y la Iglesia
veces y que había perdido la fe al caminar sobre el agua hacia Jesús. Él seguía siendo
el mismo Pedro en el exterior, pero, en el interior estaba lleno del Espíritu Santo. La
declaración profética de Jesús se había cumplido (Hch. 1:8 cf. 2:5). Pedro concluyó su
mensaje con las buenas noticias de que todos los que se arrepienten de sus pecados y
son bautizados en el nombre de Jesucristo, reciben el don prometido del Espíritu (Hch.
2:38-39).

La iglesia recibió poder en el día de Pentecostés. El Espíritu comen-


zó a equipar, movilizar y dirigir a la iglesia para permitirle dar un
testimonio audaz de su fe en el Cristo resucitado, formar comuni-
dades unidas y llenas de amor, y permanecer firme al enfrentar per-
secución (Hch. 2:43-47, 4:32-37). Algunos miembros de la comuni-
dad recibieron liderazgos para guiar, por el Espíritu, a la comunidad a
los propósitos de Dios; algunos de estos fueron:
1. Pedro: lleno del Espíritu, recibió poder para predicar en público y refutar falsos
argumentos y acusaciones usando la Escritura (Hch. 2:14-42). La vida y el minis-
terio de Pedro después de Pentecostés revelan que había estado con Jesús y había
aprendido del mejor maestro. Al defender su fe en Jesucristo ante el sanedrín,
Pedro declaró: “nosotros somos testigos de estos acontecimientos, y también lo
es el Espíritu Santo que Dios ha dado a quienes le obedecen” (Hch. 5:32). Cu-
riosamente, esta declaración fue hecha después de la muerte de Ananías y Safira,
quienes habían sido parte de la comunidad de creyentes, pero no obedecieron al
Señor. Lo que significa que, la sola asociación con los creyentes no implica una
vida en el Espíritu. Durante la primera parte de su ministerio, Pedro se concen-
tró en predicar a los judíos de Jerusalén. No obstante, más adelante, durante una
visión en la azotea, el Espíritu Santo le encomendó a Pedro que predicara a los
gentiles, comenzando con Cornelio (Hch. 10).
2. Esteban: fue uno de los diáconos de la iglesia primitiva. Los diáconos fueron se-
leccionados para supervisar la distribución de alimentos. Fueron escogidos por ser
hombres llenos del Espíritu y de sabiduría. Esteban se convirtió en el primer mártir
de la iglesia porque proclamó audazmente la historia redentora de Dios desde su
promesa a Abraham hasta la muerte y resurrección de Jesucristo. Refiriéndose a
los acusadores de Esteban, Lucas escribió, “no podían hacer frente a la sabiduría
ni al Espíritu con que hablaba” (Hch. 6:10).
3. Felipe: el evangelista, fue guiado por el Espíritu para ir hacia el sur, por el camino
del desierto, y acercarse a un etíope eunuco. El etíope estaba leyendo Isaías mien-
tras viajaba en su carroza camino a su casa. Felipe lo condujo a Cristo y lo bautizó.
Luego de esto, el Espíritu se llevó repentinamente a Felipe para que él pudiera ir a
predicar en otras ciudades (Hch. 8:4-40).
4. Pablo: como misionero de la iglesia, mostró la dirección, la enseñanza y el poder
transformador del Espíritu Santo. Pablo fue lleno del Espíritu después de un en-
cuentro personal con Jesucristo, lo cual hizo que se arrepintiera completamente
(Hch. 9:18). Luego de esto, fue bautizado con agua y comenzó a predicar el evan-
gelio de inmediato. Recibió su llamado para ser misionero cuando el Espíritu San-
to guió al liderazgo de la iglesia en Antioquía para que lo enviaran, a él y a Bern-
abé, en un viaje misionero (Hch. 13:2-4). Incluso después de que los judíos en
El Espíritu Santo y la Iglesia 85
Antioquía incitaron una persecución en contra de Pablo y sus compañeros, “ellos
quedaron llenos de alegría y del Espíritu Santo” (Hch. 13:52). La dirección del
Espíritu fue tan decisiva para Pablo que él estaba dispuesto a volver a Jerusalén
después de su tercer viaje misionero, aun después que el Espíritu le había revelado
que le esperaban tiempos difíciles y que sería encarcelado (Hch. 20:21-24).
5. El Concilio de Jerusalén: fue el órgano que se usó para tomar decisiones frente
al difícil tema del cristianismo de los gentiles. Tuvo la autoridad para supervisar la
integridad doctrinal, ética y social de la iglesia. Este organismo puso su confianza
en la dirección y la ayuda del Espíritu Santo para tomar decisiones fundamentales.
“Nos pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros…” (Hch. 15:28).

Ahora observemos las características de un liderazgo guiado por el Espíritu son:


• Valentía y poder para predicar y defender el evangelio.
• Capacidad para estudiar, recordar, proclamar y aplicar las Escrituras a situaciones
actuales.
• Sensibilidad para seguir al Espíritu y transportarse a los lugares que el Espíritu in-
dica.
• Fervorosa confianza en Dios cuando se enfrentan a persecución.
• Continúa proclamación del mensaje del evangelio a pesar de la amenazas de muerte.
• Sabiduría para vivir, hablar y obrar.
• Dependencia diaria en la plenitud del Espíritu.

El Espíritu Santo capacita y coloca a los líderes elegidos por Dios como pastores sobre
los creyentes: “tengan cuidado de sí mismos y de todo el rebaño sobre el cual el Espíri-
tu Santo los ha puesto como obispos para pastorear la iglesia de Dios, que él adquirió
con su propia sangre” (Hch. 20:28).

Los creyentes fueron llenos del Espíritu


Dios levantó líderes, evangelistas y misioneros llenos del Espíritu
y capacitados para el ministerio público. Sin embargo, la llenura
del Espíritu Santo fue algo para todos los creyentes, no solo para un
grupo de líderes. Observemos que todos fueron llenos del Espíritu
Santo:

• Todas las personas que estaban reunidas en Pentecostés fueron llenas (posiblemente
los 120).

• Los creyentes que se juntaron en oración con Pedro y Juan: “todos fueron llenos del
Espíritu Santo, y proclamaban la palabra de Dios sin temor alguno” (Hch. 4:31).
• Los samaritanos a los que Felipe les compartió el evangelio. Luego de recibir las
noticias Pedro y Juan fueron a ellos, les impusieron las manos y oraron y recibieron
el Espíritu Santo (Hch. 8:14-17).
• De igual manera después de la conversión de Pablo, la persecución de los cristianos
disminuyó. El Espíritu Santo animó a los creyentes, y hubo nuevas personas que
se convirtieron y se agregaron a la iglesia fortalecidas por el Espíritu Santo (Hch.
9:31).
86 El Espíritu Santo y la Iglesia
• Pedro compartió las buenas nuevas de Jesucristo en el hogar de Cornelio, que era
romano y gentil. Después de recibir el Espíritu Santo, fueron bautizados con agua.
El Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban el mensaje. Los defen-
sores de la circuncisión que habían llegado con Pedro se quedaron asombrados de
que el don del Espíritu Santo se hubiera derramado también sobre los gentiles, pues
los oían hablar en lenguas y alabar a Dios.
Hch. 10:44-46
• Cuando Pablo llegó a Éfeso, se encontró con doce hombres que habían recibido el
bautismo del arrepentimiento en agua, pero nunca habían escuchado sobre el Espíri-
tu Santo. Pablo les impuso las manos y oró para que recibieran el Espíritu Santo.
Cuando Pablo les impuso las manos: “el Espíritu Santo vino sobre ellos, y empeza-
ron a hablar en lenguas y a profetizar” (Hch. 19:6).

A partir de lo anterior podemos decir que:


• Todos los creyentes deben ser llenos del Espíritu Santo.
• A veces hay evidencia exterior de esta llenura: hablar en lenguas, la profecía, dis-
cernimiento, etc.; sin embargo, la evidencia más importante es el amor (1Co. 13:1-8
cf. Ro.5:5).
• No hay un orden entre el bautismo con agua y con el Espíritu.
• El Espíritu Santo anima a la iglesia, nos enseña, nos dirige y nos concede valentía
para dar testimonio de Jesucristo.
• Es importante enseñar a los creyentes sobre el Espíritu Santo y estimularlos a ser
llenos tal como Pablo lo hizo (1Co. 12-14).

EL ESPÍRITU SANTO Y las personas


El Espíritu Santo fue el promotor e impulsador del surgimiento de la iglesia. Sin em-
bargo, su ministerio continúa vigente en la vida de cada creyente de manera particular.
Este ministerio comienza incluso desde antes que nos arrepintamos y rindamos nuestra
vida a Dios, y continúa por toda la vida. Ahora bien, el ministerio previo del Espíritu
no se limita a los creyentes sino que trabaja en toda la humanidad pero se hace efectivo
en aquellos que responden con fe a su invitación.

La obra del Espíritu Santo en el mundo


En lo referente al mundo, y más específicamente a las
personas que no creen en Jesús, la obra del Espíritu
Santo consiste en alertar las mentes humanas. Les lleva
a tomar conciencia de la condición perdida en la que se
encuentran (cf. Hch. 16:14). El Espíritu Santo lleva a
las personas para que reconozcan su pecado y confiesen
el nombre de Jesucristo (Jn. 15:26; Hch. 5:32). Jesús mismo
afirmó el ministerio específico del Espíritu Santo:
El Espíritu Santo y la Iglesia 87
Y, cuando él venga, convencerá al mundo de su error en cuanto al pecado, a la jus-
ticia y al juicio; en cuanto al pecado, porque no creen en mí; en cuanto a la justicia,
porque voy al Padre […]; y en cuanto al juicio, porque el príncipe de este mundo
ya ha sido juzgado.
Jn. 16:8-11

En el texto bíblico anterior, se mencionan algunas declaraciones específicas sobre el


ministerio del Espíritu Santo. A continuación, las exponemos:
• Convence a las personas de la realidad de su pecado. Les muestra que, si no creen
en Jesucristo, el sacrificio de Cristo no tiene sentido para ellos.
• Convence a las personas de la veracidad de las palabras dichas por Cristo. Puesto
que es así, que la resurrección y ascensión cobran el significado verdadero (cf. Ro.
1:4).
• Crea consciencia que las acciones que se tomen, sean buenas o malas, traen conse-
cuencias. Tales acciones serán expuestas en el juicio final.

Es el Espíritu Santo quien empieza el proceso que lleva a una persona a entregarse a
Cristo. Él convence de pecados, de quién es Cristo y del irremediable juicio que se
enfrentará.

La obra del Espíritu Santo en el pecador arrepentido


La obra del Espíritu Santo también consiste en regenerar a los a que
se arrepienten de sus pecados y llegan a creer en el Señor Jesucristo.
La regeneración es un término normalmente empleado para referirse
a los cambios de la naturaleza del pecador a través de la impartición
de la vida divina; en general, se habla de un “nuevo nacimiento”. Jesucristo eligió la
imagen del nacimiento para ilustrar el cambio que el Espíritu produce en un individuo
cuando este se convierte: “yo te aseguro que quien no nazca de agua y del Espíritu no
puede entrar en el reino de Dios —respondió Jesús— […] lo que nace del Espíritu es
espíritu” (Jn. 3:5).

Pablo, asimismo, atribuye la regeneración al Espíritu Santo cuando dice: “Él nos salvó,
no por nuestras propias obras de justicia, sino por su misericordia. Nos salvó mediante
el lavamiento de la regeneración y de la renovación por el Espíritu Santo” (Tit. 3:5).

Las Escrituras enseñan que nadie puede entrar en el reino del Dios hasta que nazca
de nuevo por medio del Espíritu Santo. Esta nueva vida que el Espíritu Santo imparte
a la persona que cree y se arrepiente es la vida de Dios mismo. Sin duda, el nuevo
nacimiento es un misterio, El viento sopla por donde quiere […]. Lo mismo pasa con
todo el que nace del Espíritu (Jn. 3:8). No nos corresponde a nosotros comprender el
método por el cual el Espíritu de Dios produce este milagro de una nueva creación. Sin
embargo, sí podemos conocer los efectos del nuevo nacimiento a medida que el Espí-
ritu Santo nos da testimonio de nuestra regeneración: “El Espíritu mismo le asegura a
nuestro espíritu que somos hijos de Dios” (Ro. 8:16; cf. Ga. 4:6 y 1Jn. 3:24).
88 El Espíritu Santo y la Iglesia
La obra del Espíritu Santo en el cristiano
El Espíritu Santo realiza una obra continua en los que han creído en Cristo. Es Él quien
los santifica y capacita para el servicio. La santificación es la obra de Dios por medio
de la cual el Espíritu renueva la imagen de Dios en su pueblo. Esta obra empieza con la
regeneración, pero continúa por toda la vida mediante la llenura del Espíritu Santo. A
esto, Pablo y Pedro lo describen como “la obra santificadora del Espíritu” (2Ts. 2:13;
1P. 1:2) lo que implica los siguientes aspectos:
• La separación del mundo y una dedicación a Dios (Col. 3:2,3).
• La limpieza de pecado (Hch. 15: 8,9; Ro. 6:19; 1Jn. 1:5–2:1; Sal. 51).
• La llenura y presencia continua del Espíritu en nosotros (Hch. 2:1-4; Ef. 5:18; Jn.
14:16,17). Jesús expresa la gran importancia de recibir poder como requisito para
el servicio de cualquier creyente: “Pero, cuando venga el Espíritu Santo sobre ust-
edes, recibirán poder y serán mis testigos” (Hch. 1:8).

Una y otra vez, en la iglesia del Nuevo Testamento, vemos que la obra de Cristo avan-
zaba a medida que los cristianos personalmente eran llenos y fortalecidos por el Espíri-
tu Santo (Hch. 2:1-47, 4:8-14; 4:31). La experiencia de la iglesia a lo largo de las eras
ha confirmado aún más que esto es imprescindible.

Mandato de ser llenos del Espíritu


El apóstol Pablo en la carta a la iglesia de Éfeso les escribió que no se emborracharan
con vino, porque eso les arruinaría la vida. Más bien, debían ser llenos del Espíritu
Santo (Ef. 5:18). Aquí el apóstol Pablo no está dando una sugerencia o consejo, no es
algo opcional por si quieren hacerlo. Al contrario, el verbo “sed llenos” está en modo
imperativo, es decir, es una orden, un mandato para ejecutar. Es un mandato directa-
mente del corazón de Dios para todos los cristianos. No podemos ignorar este manda-
miento tan importante porque significaría no ejecutar los deberes éticos del contexto,
es decir, no imitar a Dios como hijos amados (Ef. 5:1). Pablo nos exhorta a imitar al
Dios encarnado, a caminar como él lo hizo e incluso entregar nuestras vidas si es ne-
cesario por amor a él (Ef. 5:2). Jesús, en su vida y ministerio, fue ejemplo de la llenura
y dependencia total del Espíritu Santo (Lc .4:1,18, 4:14, 10:21). Además, Jesús enseñó
sobre el Espíritu Santo en muchas ocasiones (Lc. 11:13, 12:10, 12:12; Jn. 17), hasta les
dio órdenes por medio del Espíritu a sus discípulos para que no se fueran de Jerusalén
(Lc. 24:49; Hch. 1:2, 4).

El libro de Hechos nos muestra que los discípulos fueron llenos del Espíritu Santo
para ser testigos (Hch. 2:4 cf.1:8). En este mismo sentido, Pedro fue lleno del Espíritu
Santo para llevar el mensaje de Dios al Pueblo y ser testigo de Jesús en Jerusalén (Hch.
2:14-39, cf. 4:8). Ante la persecución y las amenazas de los gobernantes, los discípulos
oraron para recibir valor y predicar la Palabra de Dios y fueron nuevamente llenos del
Espíritu Santo (Hch. 1:14 cf. 4:31). Es interesante observar que los discípulos fueron
llenos nuevamente del Espíritu, en contraste con Ananías y Safira que fueron llenos de
Satanás (Hch. 5:3).

De ahí que, el apóstol Pablo inspirado por el Espíritu Santo da el mandamiento de ser
llenos por el Espíritu. Recordemos que Pablo fue lleno del Espíritu Santo cuando Ana-
nías, el discípulo de Jesús, le impuso las manos (Hch. 9:17). Lucas también expresa que
El Espíritu Santo y la Iglesia 89
los líderes de la iglesia le impusieron nuevamente las manos y lo enviaron al trabajo
misionero (Hch. 13:1-2). Es decir, fue lleno nuevamente del Espíritu Santo para predi-
car con valentía y autoridad (Hch. 13:9). En contraste, Pablo usa las mismas palabras
que usó Pedro para referirse a Barjesús, que estaba: “lleno de todo engaño...hijo se
Satanás” “llenó de Satanás” (Hch. 13:10 cf. 5:3).

De lo anterior podemos concluir que, si no nos llenamos de Dios, es posible que nues-
tro corazón pueda ser lleno de alguien más. Así que, “la plenitud del Espíritu no es
opcional, sino obligatoria para el cristiano” (Stott, 1977, pág. 55). El mandamiento de
ser llenos del Espíritu Santo es para todos los creyentes, al igual que, la prohibición de
no emborracharse con vino. El mandamiento no es para unos pocos ni exclusivamente
para los líderes y pastores de la iglesia, sino que es para todos, es un mandato universal
como lo expresa Stott:

La plenitud del Espíritu Santo no es privilegio solo de algunos, sino deber de todos.
Al igual que el mandato a la sobriedad y al dominio propio, este mandato de buscar
la plenitud del Espíritu está dirigido sin excepción a todo el pueblo de Dios (1977,
pág. 55).
Aunque Pablo nos manda a ser llenos del Espíritu Santo, no podemos olvidar que con-
siste en dejar que el Espíritu Santo nos llene. Para gozarnos en su plenitud debemos
entregarnos sin reservas. Sin una entrega total no podemos ser llenos. Esto tampoco
significa que somos agentes puramente pasivos en la llenura de la plenitud del Espíritu.
De la misma forma que, seríamos activos si nos emborracháramos “llenos de vino”, de
igual manera somos activos cuando somos llenos por el Espíritu Santo (Stott, 1977).
Por consiguiente, si nos vamos a llenar de la fuente de agua viva, lo debemos hacer
continuamente. Cada día debemos entregarnos sin reservas a la búsqueda de Dios, así
como lo hizo Pedro y Pablo, y ser llenos continuamente del Espíritu Santo.
Pablo, conociendo bien la importancia de ser continuamente llenos del Espíritu Santo,
enfatizó el ser “sellado” y “lleno” del Espíritu. Dos veces en la carta hace referencia
que los creyentes han sido sellados con el Espíritu Santo (Ef. 1:13; 4:30). Dios lo acep-
ta y coloca sobre él, el sello del Espíritu, para autenticarlo, señalarlo y asegurarlo como
de los suyos. Sin embargo, aunque todos los creyentes son “sellados”, no todos perma-
necen “llenos”, porque el ser sellado es algo que sucedió en algún momento, pero el ser
lleno es, o debiera ser, en el presente y de manera continua (Stott, 1977).
La clave para permanecer llenos es una vida constante de búsqueda de Dios en ora-
ción, ayuno, lectura de su Palabra y una vida de constante memorización y reflexión
de su Palabra. Pablo expresa que la Palabra de Dios more en abundancia en nosotros
(Col.3:16).

La vida llena del Espíritu


Una de las razones por las que la iglesia no crece es que no permitimos que el Espíri-
tu Santo nos llene completamente. Debemos dejar que el Espíritu nos llene y cambie
nuestro carácter con sus frutos. No solo esto, el Espíritu Santo nos cambia a través de
su palabra y nos prepara para el ministerio dándonos sus dones espirituales.

Entonces, los dones del Espíritu se deben usar en el contexto de una vida llena del
Espíritu. Hay tres errores que debemos conocer, evitar y rechazar:
90 El Espíritu Santo y la Iglesia
1. Es incorrecto creer que hablar en lenguas es la señal de estar llenos del Espíritu
Santo. Es cierto que hay tres partes en Hechos donde los discípulos hablaron en
lenguas estando llenos del Espíritu Santo (Hch. 2:4, 10:44-46, 19:6), pero también
pasó lo contrario. Hay muchas otras partes en las que los discípulos no hablaban
en lenguas. Cuando en el resto del Nuevo Testamento se dice que debemos estar
llenos del Espíritu, nunca se dice que debamos hablar en lenguas.
2. Es incorrecto creer que en la salvación recibimos a Jesús y más adelante recibimos
al Espíritu Santo. De nuevo, si bien esto parece cierto en Hechos 8:16; 10:44-46;
y 19:6, no se enseña como norma en el Nuevo Testamento. Al parecer, en estos
tres casos, se muestra la venida del Espíritu para que los apóstoles sepan que la
salvación es para todos: judíos (2:1-4), samaritanos (8:16) y gentiles (10:44-46).
El último caso muestra que lo más normal es recibir el Espíritu Santo al momento
de la salvación. El Espíritu está presente desde nuestra salvación para limpiarnos
y renovarnos.
Él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia, sino por su misericordia.
Nos salvó mediante el lavamiento de la regeneración y de la renovación por el
Espíritu Santo, el cual fue derramado abundantemente sobre nosotros por medio de
Jesucristo nuestro Salvador.
Tit. 3:5-6
3. Es incorrecto creer que el Espíritu Santo no es una persona, sino un poder. Hay
varios lugares en las Escrituras en que el Espíritu Santo es descrito como Dios
(Mt. 28:19; 2Co. 12:14; Tit 3:4-6). Las Escrituras enseñan que recibimos el Es-
píritu Santo en la salvación (Tit. 3:5-6). Si continuamos viviendo en pecado como
cristianos, esto entristece al Espíritu de Dios, que habita en nosotros (1Co. 2:10–
3:3). El Espíritu obra en nosotros y siembra el deseo de vivir una vida sin pecado
(Stg. 4:5). Entonces, debemos permitir que el Espíritu nos llene y cambie nuestro
carácter, nuestra mente y nuestro ministerio.

EL ESPÍRITU SANTO Y LA COMUNIDAD


Hemos visto que el Espíritu fue el promotor e impulsador de la iglesia, y que el Espíritu
es iniciador y sustentador de la obra en cada creyente de manera individual. Ahora ne-
cesitamos recordar que el Espíritu trata no solo, ni principalmente, con los individuos
de la iglesia sino que trata con toda ella como una comunidad. Es el Espíritu Santo
quien da vida a la iglesia, quien la sostiene y capacita para realizar la tarea encomenda-
da por Dios. (1Co. 12:13). La iglesia es capacitada con diversos dones y talentos para
el servicio de sí misma y la sociedad (1Co. 12:4-11; Ga. 5:22-23). El Espíritu Santo
ejerce su gobierno sobre la iglesia dirigiéndola en la voluntad de Dios y permitiéndole
recordar y entender toda verdad (Hch. 13:2-4, 15:28; Jn. 14:26, 16:13; 1Jn. 2:20-27).
Los dones del Espíritu fueron dados para la edificación del cuerpo entero y no para el
placer, la ventaja o la ganancia personal.

Los dones espirituales


El Espíritu Santo da a conocer y glorifica al Padre y al Hijo. Una de las maneras asom-
brosas que el Espíritu capacita a la iglesia para su misión en el mundo es la dádiva de
El Espíritu Santo y la Iglesia 91
dones espirituales. Hay cuatro pasajes en las cartas de Pablo que incluyen listas especí-
ficas de estos dones y ministerios. Pedro también mencionó los dones espirituales, pero
los simplificó al dividir los dones en dos categorías: dones para predicar y dones de
servicio. La palabra griega que se traduce como “don” es “carisma”. El adjetivo “ca-
rismático” proviene de esta palabra. Pablo utiliza una palabra adicional, “fanérosis”,
que se puede traducir como “regalo” o “manifestación” (1Co. 12:7). Los dones revelan
la presencia del Espíritu de Dios que obra en y a través de nosotros de modo que el
cuerpo de Cristo, la iglesia, sea edificado espiritualmente. A continuación, presentamos
un cuadro con las listas de dones mencionados en la Biblia.

Estas listas abordan diferentes tipos de dones. La lista de Romanos 12 se suele describir
como una lista de “funciones” (Ro. 12:4) y usa palabras de acción. La lista de Efesios
4 se puede clasificar como una lista de “ministerios” (Ef. 4:12) e identifica a los líderes
de la iglesia. La lista de 1 Corintios 12 es llamada una lista de “manifestaciones” (1Co.
12:7) y se refiere a eventos milagrosos.
92 El Espíritu Santo y la Iglesia
En 1 Corintios 12:4-6, podemos ver un énfasis en esta clasificación:
Ahora bien, hay diversos dones (Ro. 12:6), pero un mismo Espíritu. Hay diversas
maneras de servir (Ef. 4:11), pero un mismo Señor. Hay diversas funciones (1 Co.
12:8-10), pero es un mismo Dios el que hace todas las cosas en todos.

En la introducción de cada lista se detalla su uso específico. La lista en Romanos 12


presenta dones que todo cristiano puede tener. Romanos 12:6 indica que todo cristiano
tiene uno de los dones de la lista de Romanos 12. Estos dones son permanentes en la
vida del cristiano.

La lista de Efesios 4:11 presenta dones que Dios les dio a las personas (Ef. 4:8). Las
personas son líderes que Dios puso para el crecimiento de la iglesia. Esos dones son de
larga duración, pero no son permanentes y pueden cambiar.

La lista de 1 Corintios 12:8-10 presenta manifestaciones milagrosas de la presencia y


el poder de Dios (1Co. 12:7). El Espíritu decide a quién y cuándo conceder estos dones
(1Co.12:11). Son dados para situaciones específicas y pueden no ser permanentes, aun-
que Dios puede elegir enviar una manifestación a un individuo más de una vez.

Por lo tanto, es sabio motivar a los cristianos a identificar las “funcio-


nes” que poseen (Ro. 12:6-8). Cada uno debe aceptar el ministerio que
Dios le ha encomendado (Ef. 4:11), siempre que la iglesia reconozca
su liderazgo (1Ti. 4:14 y 2Ti. 1:6). El cristiano debe reconocer que
solo puede practicar el ministerio que le ha sido encomendado una
vez que la iglesia reconozca el don de Dios en él. Además, el cristia-
no debe practicar las “manifestaciones” que Dios le dé (1Co. 16:12).
La iglesia no debe fomentar una manifestación específica, sino la iden-
tificación y práctica de una o más “funciones” (1Co. 12:31 y 4:1).

Es interesante observar que el amor no es uno de los dones. El amor


por Dios y por el prójimo debe estar presente siempre, motivando y
dirigiendo el uso de los dones de acuerdo con la dirección del Espíritu Santo. Los
problemas surgen cuando los creyentes se consideran los “dueños” de los dones. La
exclusividad, superioridad, desorden, desacato y egoísmo son las actitudes que señalan
la presencia de la naturaleza carnal. La iglesia debe estar atenta e identificar cualquier
indicio donde sea la carne quien motive y use alguno de ellos.

Pablo se refirió a esta confusión y uso erróneo de los dones en su primera carta a la
iglesia de Corinto. Para ayudarles a entender la necesidad y el valor de cada persona
y su don, Pablo utilizó una comparación. Él comparó la iglesia con el cuerpo humano.
Cada parte del cuerpo humano es importante. Cada parte, grande o pequeña, visible e
invisible, tiene un propósito. El cuerpo depende de la presencia y de la función de todas
las partes para ser saludable. Si uno de los miembros sufre, los demás comparten su
sufrimiento; y, si uno de ellos recibe honor, los demás se alegran con él (1Co. 12:26).

Es por esto que, se hace necesario un cuidadoso estudio de 1 Corintios 12–14. Triste-
mente, la misma discordia, orgullo y preferencia por un don, en lugar de otros, conti-
núan causando problemas en algunas congregaciones de la actualidad. La enseñanza
de Pablo es clara y concisa:
El Espíritu Santo y la Iglesia 93
Ahora bien, hay diversos dones, pero un mismo Espíritu. Hay diversas maneras de
servir, pero un mismo Señor. Hay diversas maneras de servir, pero un mismo Señor.
Hay diversas funciones, pero es un mismo Dios el que hace todas las cosas en to-
dos. A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el bien de
los demás. A unos Dios les da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otros, por el
mismo Espíritu, palabra de conocimiento; a otros, fe por medio del mismo Espíri-
tu; a otros, y por ese mismo Espíritu, dones para sanar enfermos; a otros, poderes
milagrosos; a otros, profecía; a otros, el discernir espíritus; a otros, el hablar en
diversas lenguas; y a otros, el interpretar lenguas. Todo esto lo hace un mismo y
único Espíritu, quien reparte a cada uno según él lo determina.
1Co. 12:4-11

Los dones fueron diseñados para ser compartidos y utilizados para beneficio mutuo.
El Espíritu equipa a los creyentes para ministrar a través de actos de servicio, ense-
ñanza, proclamación de la Palabra, discernimiento, sabiduría espiritual, fe, confianza,
compasión y evangelización. Los dones del Espíritu son una enorme bendición, pero
la iglesia debe tener cuidado de no dirigir toda su atención hacia sí misma. Las pala-
bras de Jesús en Hechos 1:8 continuarán recordando
a los creyentes que el poder del Espíritu en acción
significa mucho más que el gozo y el estímulo de la
iglesia. También existe para fortalecer y capacitar a
la iglesia para que dé testimonio de su fe en Jesucris-
to con valentía a todo el mundo. Aún más, la obra
del Espíritu es personal e íntima, pues Él, el Consolador, habita en cada creyente. Los
creyentes experimentamos un nacimiento espiritual, una nueva vida donde el fruto del
Espíritu va creciendo y nuestra dependencia de Dios va a ser cada más mayor.

El fruto del Espíritu


Por otra parte, al hablar del Espíritu Santo y la comunidad, debemos ser conscientes
que sucedía en la época bíblica y sucede en la actualidad, que muchas comunidades
cristianas perdían la cabeza por los dones y se olvidaban del camino más excelente.
Una de las más grandes obras del Espíritu en la comunidad de creyentes es su fruto.

Al hablar del tema de los dones a la problemática iglesia de Corinto el apóstol Pablo
termina diciendo: “Ustedes, por su parte, ambicionen los mejores dones. Ahora les voy
a mostrar un camino más excelente” (1Co. 12:31). Entonces nos presenta el camino
superior a los dones. La vida en la iglesia cristiana no se trata de un festival de talen-
tos sino de una comunidad que testifica con sus relaciones sobre la vida impartida por
Dios. En 1 Corintios 13 se nos presenta la inutilidad de los dones, cualquiera sea su
naturaleza, si no se ejercen dentro de la vida correcta.

Ahora bien, no se trata de escoger entre amar o tener dones. Se trata de que ambos son
importantes, porque ambos son provisiones espirituales para que la iglesia cumpla su
propósito. Por eso Pablo dice: “Empéñense en seguir el amor y ambicionen los dones
espirituales…” (1Co. 14:1).

Debemos darnos cuenta que el imperativo de dones espirituales ejercidos dentro del
marco del fruto espiritual no es algo limitado a la iglesia de Corinto. Cuando Pablo
escribió a los romanos sobre los dones (Ro. 12:3-8), continuó su carta hablando del
94 El Espíritu Santo y la Iglesia
amor “El amor sea sin fingimiento…” (Ro. 12:9). Así pues que tenemos un imperativo
bíblico en este asunto.

Al hablar del fruto del Espíritu estamos haciendo referencia a lo mencionado por el
mismo apóstol Pablo al escribir a los gálatas,

En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bon-
dad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas. Los
que son de Cristo Jesús han crucificado la naturaleza pecaminosa, con sus pasiones
y deseos. Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu. No dejemos
que la vanidad nos lleve a irritarnos y a envidiarnos unos a otros.
Ga. 5:20-23

En este pasaje se les recuerda a los destinatarios la importancia de vivir vidas guia-
das por el Espíritu. Pero esto no es un asunto con implicaciones a nivel meramente
individual sino con profundas repercusiones en la comunidad eclesial de la que se es
parte. Una iglesia llena de dones pero sin el fruto del Espíritu puede dejar de ser un
pedacito del cielo en la tierra para convertirse en un anticipo de las ascuas del infierno.
Justamente esto era lo que estaba sucediendo en la iglesia de Galacia: “Pero, si siguen
mordiéndose y devorándose, tengan cuidado, no sea que acaben por destruirse unos a
otros” (Ga. 5:15).

Así pues que una de las obras del Espíritu Santo en la iglesia es llenarla de su fruto
para que esta pueda ser fiel a su naturaleza y a su misión.

La misión de Dios
Al ser llenos con el Espíritu Santo, Él nos capacita para ser testigos y ejecutar la misión
de Dios. Note que Jesús les dijo a los discípulos que no se fueran de Jerusalén hasta que
no recibieran el Espíritu Santo (Hch. 1:4, cf. Lc. 24:49). Del mismo modo que Jesús
fue lleno del Espíritu Santo para cumplir con su misión, nosotros debemos ser llenos
para ejecutar la misión. El Espíritu une la misión de Jesús con sus discípulos. El Espí-
ritu Santo es el motor de la obra misionera, el que empodera al pueblo de Dios para ser
testigo de Jesús en todo lugar. De la misma manera, todo impulso misionero en Hechos
se cumple por medio de la dirección del Espíritu Santo (Hch. 1:8; 2:4; 5:32; 8:26-29,
39; 10:19, 44; 11:12; 13:2, 4; 16:6-10 etc.). Este impulso misionero fue el que inició en
Jerusalén, pasó a Judea, luego a Samaria y hasta el fin de mundo (Hch. 9:2; 19:9, 23;
22:4; 24:14, 22). El Espíritu Santo formalizó la inclusión de los marginados al pueblo
de Dios, ejemplo fue el eunuco y los gentiles. Además, el Espíritu Santo guió el con-
cilio del edicto de Jerusalén para los gentiles (Hch. 15:28). “El don del Espíritu Santo
lleva a los discípulos a la obra misionera que no habían planificado. No es un proyecto
de los seres humanos sino un plan de Dios que se llevará a cabo por medio del Espíritu
Santo” (Davies, 1998, pág. 264).

De ahí que, para realizar la misión de Dios debemos estar llenos del Espíritu Santo,
ardiendo en su presencia. En este mismo sentido, Wesley expresó: “si el predicador está
ardiendo, los demás vendrán para ver el fuego”.
El Espíritu Santo y la Iglesia 95
ACTIVIDAD DE EVALUACIÓN
Escuche el siguiente sermón: “La iglesia llena del Espíritu Santo”
por Diego Cardona https://www.youtube.com/watch?v=axDl-
plpB8Yo Tome apuntes del sermón y escriba las formas en que
le habla a su realidad y la realidad de su iglesia. Termine en
oración.
96 Bibliografía
Bibliografía
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Bibliografía

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