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El miedo lo paralizó y

balbuceando trató de
explicar lo que hacía en ese
lugar. La culebra escuchó el
relato y riéndose a
carcajadas de la desdicha
del pobre hombre, le dijo:
“José, vuelve mañana a
esta misma hora y tus
problemas terminarán para
siempre, tendrás todo lo
que deseas, fortuna, dicha, fama y amor, pero llegará
el día en que deberás entregar tu alma a cambio de
esos favores”.
José no supo como llegó a su casa, simplemente
despertó pensando que todo había sido una
pesadilla. Lo recorrían sentimientos encontrados, el
miedo a enfrentar la realidad de lo vivido, y el deseo
ferviente de convertir sus miserias en lujos y
opulencia. Fue más fuerte la ambición que la
prudencia, y cuando en el pueblo de San José de
Maipo las cam-panas de la iglesia daban las doce, él
se encontraba en el lugar de la cita.
Un trueno gigantesco sacudió los cerros, mientras
los relámpagos golpeaban como látigos alumbrando
la negra noche. El cielo se puso escarlata y en el
fondo se recortó una inmensa sombra que se acercó
rauda hacia el campesino. Era el demonio que
venía en su carro de oro

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