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Aprendió de sus errores

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1, 2. a) ¿Qué estaba pasando por culpa de Jonás? b) ¿Qué aprenderemos con el relato de
Jonás?

JONÁS siente que ya no puede soportarlo más. No es solo por el aterrador


silbido del viento atravesando la cubierta; tampoco por el ensordecedor
estruendo de las olas rompiendo contra la borda y haciendo crujir hasta el
último rincón del barco. No, lo que más le angustia son los gritos de los
marineros luchando sin descanso por mantener la embarcación a flote. Jonás
está convencido de que van a morir... ¡y todo por culpa de él!

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El profeta se encuentra en esta situación tan desesperada porque ha cometido
un pecado contra su Dios. Pero ¿cuál? Y lo que es más importante aún, ¿está
a tiempo de arreglarlo? Al examinar el relato de Jonás, encontraremos las
respuestas a estas preguntas y aprenderemos buenas lecciones para todos
nosotros. Veremos, por ejemplo, que los siervos fieles de Dios pueden cometer
graves errores, pero también pueden rectificarlos.

Un profeta de Galilea
3-5. a) ¿En qué suele pensar la gente cuando se menciona a Jonás? b) ¿Qué detalles revela la
Biblia sobre Jonás? (Vea también la nota.) c) ¿Por qué no era nada fácil ser profeta en aquel
tiempo?

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Cuando se menciona a Jonás, la gente suele recordar únicamente sus
defectos: que desobedeció a Dios en varias ocasiones y que fue un tanto
testarudo. Sin embargo, también poseía grandes virtudes. Tengamos en cuenta
que Jehová lo eligió para ser su profeta, y no lo habría hecho si no hubiera sido
un siervo fiel y justo.

Jonás también poseía grandes virtudes


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La Biblia revela algunos detalles que nos ayudan a conocerlo
mejor (lea 2 Reyes 14:25). Por ejemplo, sabemos que procedía de Gat-héfer,
que estaba a solo cuatro kilómetros (dos millas y media) de Nazaret, el pueblo
donde unos ochocientos años después se criaría Jesús.* Jonás desempeñó su
comisión de profeta cuando el malvado rey Jeroboán II gobernaba sobre las 10
tribus del reino de Israel. Ya hacía mucho que Elías no estaba, y su sucesor,
Eliseo, había muerto durante el reinado del padre de Jeroboán II. Por medio de
estos dos profetas, Jehová había erradicado el culto de Baal, pero Israel había
vuelto a descarriarse. El país se hallaba ahora bajo un rey que persistía en
hacer “lo que era malo a los ojos de Jehová” (2 Rey. 14:24). De modo que ser
profeta en esos tiempos no debió ser fácil. Aun así, Jonás cumplió fielmente su
misión.

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Pero cierto día, su vida dio un giro inesperado: recibió un encargo divino que
le pareció extremadamente difícil. ¿Cuál fue?

“Ve a Nínive”
6. ¿Qué comisión le encargó Jehová a Jonás, y por qué era tan difícil?

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“Ve a Nínive la gran ciudad —le ordenó Jehová—, y proclama contra ella que
la maldad de ellos ha subido delante de mí.” (Jon. 1:2.) ¿Qué tenía de difícil
esta nueva comisión? Nínive —la capital de Asiria— estaba a unos
800 kilómetros (500 millas) en dirección este, y llegar allí a pie podría tomarle
un mes. Pero eso no era lo peor. Una vez en la ciudad, tendría que proclamar
la sentencia de Jehová contra los asirios, un pueblo muy conocido por su
extrema violencia y crueldad. Si la predicación de Jonás había tenido poco
éxito con el pueblo de Dios, ¿qué podía esperarse de los habitantes paganos
de la populosa Nínive? ¿Cómo le iría a un solitario siervo de Jehová en aquel
peligroso lugar, al que posteriormente se llamó “la ciudad de derramamiento de
sangre”? (Nah. 3:1, 7.)

7, 8. a) ¿Qué llegó a hacer Jonás con tal de no cumplir su comisión? b) ¿Por qué
no deberíamos pensar que Jonás era un cobarde?

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No sabemos si estos eran los temores que rondaban la mente de Jonás.
Lo que sí sabemos es cómo actuó. Jehová le dijo que fuera hacia el este, ¡y él
huyó lo más lejos posible en dirección contraria! Bajó hasta la costa, hasta el
puerto de Jope, y allí se embarcó hacia Tarsis. Según algunos comentaristas
bíblicos, esta región se encontraba en España, a nada menos que
3.500 kilómetros (2.200 millas) de Nínive. De ser así, aquel viaje al extremo
más lejano del mar Grande podía tomarle un año. Es obvio que Jonás no tenía
la más mínima intención de cumplir la comisión de Dios (lea Jonás 1:3).

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¿Es que acaso era un cobarde? No deberíamos apresurarnos a juzgarlo con
tanta dureza, pues más adelante veremos que dio muestras de gran valor.
Como cualquiera de nosotros, era un hombre imperfecto que tenía que luchar
contra sus debilidades y flaquezas (Sal. 51:5). A fin de cuentas, ¿quién puede
decir que no ha tenido miedo alguna vez?
9. ¿De qué manera es posible que nos sintamos a veces, y qué gran verdad no debemos
olvidar?

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Puede que a veces creamos que Dios nos pide cosas dificilísimas, casi
imposibles. Tal vez nos dé temor, por ejemplo, cumplir el mandato cristiano de
predicar las buenas nuevas del Reino de Dios (Mat. 24:14). En esas
circunstancias es fácil olvidar que, como dijo Jesús, “todas las cosas son
posibles para Dios” y que todo lo podremos conseguir con su ayuda y poder
(Mar. 10:27). Si alguna vez nosotros hemos perdido de vista esta gran verdad,
es probable que entendamos mejor la reacción de Jonás. Ahora bien, ¿tuvo
consecuencias lo que hizo?

Jehová disciplina al profeta


10, 11. a) ¿Qué debió pensar Jonás mientras el barco salía del puerto? b) ¿A qué peligro tuvo
que enfrentarse el barco en el que iba Jonás?

Tratemos de imaginarnos la escena. Ya a bordo de la nave —probablemente


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un barco de carga fenicio—, Jonás observa atentamente las numerosas


maniobras que el capitán y la tripulación realizan para sacar la embarcación del
puerto. La costa va desapareciendo en el horizonte, y Jonás respira aliviado
pensando que al fin está a salvo. Sin embargo, la calma no dura mucho.

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De repente, fuertes vientos comienzan a agitar el mar y a levantar olas tan
gigantescas que hasta las embarcaciones modernas parecerían de juguete.
En poco tiempo, la nave no es más que un frágil cascarón de madera perdido
en la inmensidad del océano, zarandeado de acá para allá por las enfurecidas
olas. ¿Sabría Jonás que era “Jehová mismo” quien estaba provocando “un
gran viento en el mar”? Lo que sí tenía claro es que las invocaciones de los
marineros a sus dioses no servirían de nada (Lev. 19:4). Como él mismo indicó,
la nave estaba “a punto de ser destrozada” (Jon. 1:4). El único que podía
salvarlos era Jehová. Pero ¿cómo iba a pedirle ayuda cuando estaba huyendo
de él?

12. a) ¿Por qué no deberíamos juzgar a Jonás por haberse quedado dormido durante la
tormenta? (Vea también la nota.) b) ¿Cómo reveló Jehová quién era el culpable de la
tormenta?
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Viendo que no puede hacer nada para ayudar, Jonás baja a la bodega del
barco, se acuesta en un rincón y cae profundamente dormido. * Cuando el
capitán lo encuentra, lo despierta y le dice que ruegue a su dios, como están
haciendo todos los demás. Los marineros están convencidos de que el origen
de la tormenta es sobrenatural, así que echan suertes entre los que están a
bordo para averiguar quién ha provocado la ira de los dioses. Seguro que
Jonás se pone cada vez más nervioso al ver que, uno a uno, se va descartando
a los demás hombres. Ya no puede cerrar los ojos a la realidad: es Jehová
quien ha provocado la tormenta y ahora lo está señalando a él como el
culpable por haberle desobedecido (lea Jonás 1:5-7).
13. a) ¿Qué les confesó Jonás a los marineros? b) ¿Qué les pidió Jonás a los hombres, y por
qué?

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De inmediato, Jonás les confiesa a los marineros que la culpa es de él. Les
explica que es un siervo del Dios todopoderoso, Jehová, y que se subió al
barco para huir de la comisión que su Dios le había encargado. Pero al
desobedecerlo, los ha puesto a todos en peligro. Con el terror dibujado en sus
rostros, los hombres le preguntan qué deben hacer para salvar la nave y sus
vidas. ¿Cómo reacciona Jonás? Sabe que está en sus manos librarlos de una
muerte segura. Así que, aunque le aterrorice la idea de morir ahogado en ese
mar frío y enfurecido, les pide: “Álcenme, y arrójenme al mar, y el mar se les
aquietará; porque me doy cuenta de que por causa de mí está sobre ustedes
esta gran tormenta” (Jon. 1:12).

14, 15. a) ¿Cómo podemos imitar la fe de Jonás? b) ¿Cómo respondieron los marineros a la
petición de Jonás?

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Esa no es la respuesta de un cobarde, ¿verdad? De seguro, a Jehová le
conmovió ver que Jonás fuera tan valiente y estuviera dispuesto a sacrificar su
vida. Sin duda, con ese gesto demostró tener una gran fe en Dios. Nosotros
podemos imitar su buen ejemplo al preocuparnos por el bienestar de los demás
antes que por el nuestro (Juan 13:34, 35). Cuando vemos que alguien necesita
ayuda física, emocional o espiritual, ¿nos esforzamos por dársela? En tal caso,
estaremos alegrando el corazón de Jehová.

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Quizás el gesto tan altruista de Jonás también conmoviera a los marineros,
porque al principio se negaron a arrojarlo al mar. Hicieron todo lo posible para
resistir el temporal, pero no sirvió de nada. La tormenta era cada vez más
intensa, así que no les quedó más remedio que levantar a Jonás y, pidiendo
que su Dios, Jehová, les tuviera misericordia, lo lanzaron por la borda (Jon.
1:13-15).

Obedeciendo la petición de Jonás, los marineros lo lanzaron al mar


Salvado por la misericordia divina
16, 17. Describa lo que le pasó a Jonás tras caer al mar. (Vea también las ilustraciones.)

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Jonás cae en aquel mar embravecido. Quizás distingue el barco alejándose a
través de una cortina de espuma mientras lucha para mantenerse a flote. Pero
la fuerte corriente lo arrastra sin remedio hacia el fondo, y él pierde toda
esperanza.

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Sabemos lo que sintió Jonás en esos angustiosos momentos gracias a lo que
escribió tiempo después. Allí nos cuenta algunas de las imágenes que le
vinieron a la mente. Pensó con gran tristeza que no volvería a ver el hermoso
templo de Jehová en Jerusalén. Además, mientras se hundía cada vez más,
con las algas enredándose en su cabeza, sintió que estaba bajando a lo más
profundo del mar, donde nacen las montañas. Estaba convencido de que
aquella sería su tumba (lea Jonás 2:2-6).

18, 19. Describa qué le pasó a Jonás en lo profundo del océano y explique de qué animal se
trataba y quién lo había enviado. (Vea también la nota.)
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De pronto, Jonás ve una inmensa sombra que se mueve a su lado. ¿Qué
será? Parece un ser vivo. Entonces observa que se le acerca más y más hasta
que, de repente, se abalanza sobre él y, abriendo sus enormes mandíbulas, lo
traga de un bocado.

“Jehová asignó un gran pez para que se tragara a Jonás”

Jonás debe pensar: “Aquí se acabó todo. Este sí que es el fin”. Pero, para su
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sorpresa, ¡sigue vivo! No ha sufrido ningún daño. Hasta puede respirar con
normalidad allí mismo, en lo que él imaginaba que sería su tumba. Su asombro
es mayor con cada minuto que pasa. Solo hay una explicación posible: fue
Jehová quien “asignó un gran pez para que se [lo] tragara” (Jon. 1:17).*

20. ¿Qué detalles revela sobre Jonás la oración que hizo dentro del pez?

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Pasan las horas. En medio de la más absoluta oscuridad, Jonás tiene tiempo
para poner en orden sus pensamientos y orar a Jehová. Su oración —
registrada en el capítulo 2 del libro de Jonás— nos revela más detalles sobre el
profeta. En ella hace frecuentes citas de los Salmos, lo cual indica que tiene un
gran conocimiento de las Escrituras. Sus palabras de conclusión también
muestran que posee una valiosa cualidad: la gratitud. Allí le dice a Jehová: “En
cuanto a mí, con la voz de acción de gracias ciertamente te haré sacrificio.
Lo que he prometido en voto, ciertamente pagaré. La salvación pertenece a
Jehová” (Jon. 2:9).

21. ¿Qué importante lección aprendió Jonás, y qué hecho no deberíamos olvidar nosotros?
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En aquel lugar tan fuera de lo común, “en las entrañas del pez”, Jonás
aprendió una importante lección: Jehová puede salvar a cualquier siervo suyo,
sin importar el lugar ni el momento. Nada pudo impedir que salvara a Jonás,
ni siquiera el hecho de que se encontrara en el interior de un enorme animal
marino (Jon. 1:17). Está claro que únicamente Jehová podía mantener a un
hombre sano y salvo durante tres días y tres noches en esas condiciones.
No olvidemos nunca que Jehová es el “Dios en cuya mano [nuestro] aliento
está” (Dan. 5:23). En efecto, a él le debemos nuestra mismísima existencia.
¿No es ese un buen motivo para estarle agradecidos? ¿Y qué mejor modo hay
de demostrarlo que obedeciéndole?

22, 23. a) ¿Cómo pudo Jonás mostrar su agradecimiento? b) ¿Cómo podemos imitar a Jonás
cuando cometemos errores?

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¿Y qué hizo Jonás? ¿Fue agradecido y obedeció a Jehová? Desde luego que
sí. El relato dice que, después de tres días y tres noches, la enorme criatura
marina se acercó a la costa y “vomitó a Jonás en tierra seca” (Jon. 2:10).
¿No es increíble? ¡Ni siquiera necesitó nadar para llegar a la orilla! Claro que,
una vez en la playa, tuvo que arreglárselas él mismo para salir de allí. Poco
después se le presentó la oportunidad de demostrar su agradecimiento.
En Jonás 3:1, 2 leemos: “Entonces la palabra de Jehová le ocurrió a Jonás por
segunda vez, y dijo: ‘Levántate, ve a Nínive la gran ciudad, y proclámale la
proclamación que te voy a hablar’”. ¿Qué haría el profeta?

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Sin dudarlo un instante, “se levantó y fue a Nínive según la palabra de
Jehová” (Jon. 3:3). Es obvio que aprendió de sus errores, pues obedeció de
inmediato. Vemos aquí otro aspecto en que podemos imitar al fiel Jonás.
De más está decir que todos pecamos y cometemos errores (Rom. 3:23).
La cuestión es cómo reaccionamos cuando fallamos. ¿Nos damos por
vencidos? ¿O aprendemos de nuestros errores y volvemos al buen camino?

24, 25. a) ¿Cómo vio Jonás recompensada su obediencia? b) ¿Qué recompensas le esperan a
Jonás en el futuro?
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Y Jonás, ¿vio él recompensada su obediencia? Claro que sí. Parece que más
adelante tuvo la alegría de enterarse de que los marineros lograron sobrevivir.
Como la tormenta se calmó justo después de que lo lanzaran al mar, “los
hombres empezaron a temer en gran manera a Jehová” y, llenos de gratitud,
ofrecieron un sacrificio a Jehová, y no a sus dioses falsos (Jon. 1:15, 16).

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Pero lo mejor vino siglos después. Jesús utilizó el período que Jonás pasó
dentro del pez para profetizar el tiempo que él mismo estaría muerto, es decir,
en el Seol (lea Mateo 12:38-40). Imaginémonos cómo se sentirá Jonás cuando
resucite en la Tierra: ¡qué gran honor será para él saber que el propio Jesús lo
mencionó! (Juan 5:28, 29.) Pues bien, Jehová también tiene recompensas para
nosotros. A fin de recibirlas, debemos hacer como Jonás: aprender de nuestros
errores, ser obedientes y poner los intereses ajenos antes que los nuestros.

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