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Referencia/Reference Chagüendo & Díaz (2019). Otra forma de concebir a la mujer en las relaciones de
Estilo/Style: pareja heterosexual. (Trabajo de grado Psicología). Universidad de San
APA 6th ed. (2010) Buenaventura Colombia, Facultad de Psicología, Cali.
Resumen
Abstract
This investigation interrogates from the historical-cultural perspective –oriented to the study of
young university women–, which are the factors that are related to the aggressive and/or violent
attitudes of a woman, positioned in the role of victimizer in a heterosexual relationship. The
relationship between cultural factors and the rol of women as perpetrators was analyzed in
situations of heterosexual relationship violence; and for that reason the factors (emotional,
familiar and economic) were identified, associated to the violent attitudes of women within those
relationships; also, some conceptions that women have about their role in the couple relationship
were characterized. And it was understood the power relationship between a woman and her
partner, and its incidence in the roles of the woman within the relationship.
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For this, the study carried out is mixed, using as instruments 35 surveys and 2 semi-structured
interviews, to university women of the city of Cali between 18 and 25 years of age, who have
executed acts of aggression in a heterosexual relationship
Introducción
La revisión de la literatura permite establecer una comprensión del objeto de estudio desde la
psicología social y la sociología. Las investigaciones giran en torno a la violencia ejercida contra
la mujer, o en algunos casos, sobre el hombre como víctima, y ciertos aportes de la significación
efectuada por los hombres alrededor de la agresión ejecutada por ellos; pero, no sobre la mujer en
el rol de agresora. Ello supone también la relevancia de indagar sobre qué sucede en la violencia
de pareja y por qué se ejerce sobre el hombre, o qué sucede cuando la mujer ha sido víctima y
pasa a ser victimaria.
Históricamente, en la sociedad occidental los hombres han sido reconocidos como figuras
poderosas y dominantes, que someten al género femenino, considerándolo más débil (Facio &
Fries, 2005). El discurso siempre es el mismo: la mujer oprimida, violentada y sometida a la
voluntad del hombre. Las autoras consideran que se ve a la mujer como única víctima de la
violencia, cuando pueden presentarse casos en los que el hombre también lo es.
Como señala Pichón (2010), los hombres maltratados son un tema tabú, en primer lugar, por el
doble sentido que ofrece la sociedad sobre los roles; en segundo lugar, las características
patriarcales de la sociedad naturalizan el ejercicio de formas de violencia, y quién es la víctima
regularmente es la mujer; ello sugiere la posibilidad de no reconocer que otros actores sociales
pueden asumir este lugar. En tercer lugar, las características culturales de los grupos sociales
pueden fluir o no a través de las instituciones y sus prácticas, por lo que no se atreven a denunciar
estos hechos, ya que los ven como algo que puede afectar su hombría; por lo cual, la percepción
común es que los hombres nunca son las víctimas de la violencia doméstica.
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El estudio de Trujano, Martínez, & Camacho (2010) señala la similitud entre los casos de las
mujeres víctimas de la violencia con los casos en los cuales es el hombre violentado, en tanto que
en principio eran pocos los casos visibles y posteriormente se fueron denunciando más; se repite
entonces la historia en el caso de los hombres en posición de víctimas, quienes poco a poco van
traspasando las barreras patriarcales y rompen el silencio en lo que concierne su situación Por
ello, argumentar con mitos sobre lo grandes y más fuertes que suelen ser ellos en contextura, y
que probablemente su pareja femenina los violenta en defensa propia, o porque ellos las
provocan, es complicar la situación con el fin de negar o justificar la violencia femenina y ello
equivale a ser cómplice de eso, a legitimarla, y a no reconocer toda la lucha feminista que se ha
dado hasta el momento en pro de la liberación de la mujer.
En relación a lo anterior, se evidencia que la poca visibilización que tiene la problemática del
hombre en posición de víctima, trae consigo otras dificultades en el orden de las políticas
públicas, al suponer que siempre el hombre será el agresor, se está desestimulando la
penalización de la violencia cuando es dirigida hacia ellos por parte de su pareja, también se debe
resaltar el hecho de que muchos hombres víctimas, “victimados” término empleado por los
autores, desconocen que hay legislaciones y mecanismos de ayuda que los amparan. (González
Galbán & Fernández de Juan, 2014, p. 137).
Para develar y entender entonces que la mujer también está en posición de ejercer un rol agresor
contra el hombre, varios investigadores se preguntaron sobre cómo significan éstos la violencia
conyugal sufrida; por otro lado, Penagos y Barragán deseaban comprender la violencia de pareja
desde la perspectiva del hombre que maltrata; coincidiendo en el importante rol desempeñado por
la sociedad, pues esta nos provee unos modelos hegemónicos de masculinidad y femineidad, por
los cuales nos regimos según nuestro sexo para poder “encajar” en ella; por esto, se espera que
los hombres den respuesta a ciertas cualidades atribuidas a su categoría social, entonces deben
ser: dominantes, fuertes y violentos. Y, es debido a este sistema de creencias la necesidad de
mantener control sobre sus parejas, a nivel social, laboral y económico, (Rojas-Andrade,
Galleguillos, Miranda, & Valencia, 2013, p. 150); (Penagos & Barragán, 2011, p. 10).
Por lo anterior, son varios los autores –como: Loinaz (2014); Salina & Zúñiga (2015); Moral de
la Rubia & López Rosales (2013), quienes se preguntaron acerca de las diferencias existentes
entre hombres y mujeres en cuanto a la conformidad que manifiestan con respecto a las
tradiciones socioculturales. Así mismo, indagan por la relación entre la cultura y violencia;
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reconociendo que la violencia contra el hombre puede no sólo justificarse en defensa propia de la
mujer, sino que también posiblemente la mujer lo ejerza como una forma de adquirir poder.
A propósito de ello, es preciso traer a colación la siguiente cita:
La violencia de género se utiliza por tanto con fines instrumentales más que expresivos, es decir,
con el objetivo de obtener más poder. En ese sentido, el ejercicio de poder no sólo incluye a
varones, sino que también implica a mujeres, y por tanto, aunque en la violencia de género el
varón suele ejercerla mayoritariamente contra las mujeres, también algunas mujeres pueden
utilizarla. Tanto los varones como las mujeres pueden querer más poder, pueden desear obtener
más dinero, avanzar en su carrera profesional, quedarse con la custodia de los hijos en casos de
separación, obtener una manutención en casos de divorcio, etcétera. Para ello pueden utilizar la
violencia como un medio de obtener aquello que desean, o entablar y mantener relaciones para
alcanzar o conservar el poder. (Toldos Romero, 2013, p. 49).
Williams, Ghandour, & Kub, 2008, discutieron las dificultades metodológicas al investigar,
específicamente cuando el tema de interés se centra en la violencia femenina perpetrada en
relaciones heterosexuales, concluyendo que es difícil ampliar los campos de investigación,
debido a las limitaciones de las pruebas y métodos empleados.
Por otro lado, Ariza (2013), estableció la prevalencia y tipología de las conductas violentas en
parejas jóvenes, ante esto, encontramos que muchos postulados feministas defienden que el
motivo de las mujeres para ejercer violencia, es en respuesta a una agresión (medida
autodefensiva), mientras que en el caso de los hombres tiene como finalidad intimidar o
controlar. Desde otra perspectiva, como la bidireccionalidad de la violencia, la incidencia
respecto a la violencia psicológica y física es similar en chicos y chicas, siendo en algunos casos
superior para ellas.
Según Peña, Zamorano, Hernández, Hernández, Vargas & Parra, citados en (Jaramillo, Holguín
& Ramírez, 2016, p. 171) expresan que en una investigación realizada en Estados Unidos en el
año 2003 por los Centros para la prevención y el control de la enfermedad (Centers for Disease
Control and Prevention, 2013) hallaron en una muestra de 15,000 realizada con jóvenes de
secundaria pertenecientes a instituciones públicas y privadas de 50 Estados y el Distrito de
Columbia, se halló que el 8,9% de los varones y el 8,8% de las mujeres manifestaron haber sido
objeto de violencia física por su pareja. Con esto, se infiere que en la población estudiada es muy
bajo el reconocimiento de la violencia en el noviazgo juvenil entre los mismos jóvenes.
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Por ello, se considera importante, entender cómo se desarrolla la violencia de pareja en los
adolescentes y cómo la mujer puede tomar el rol de agresora. De acuerdo con Riso, citado en
(Salazar, Castro, Giraldo, & Martínez, 2013) cuando en las relaciones de pareja se confunde el
enamoramiento con el amor, las personas justifica el sufrimiento afectivo y se involucran en una
relación negativa que amarga y complica la vida, porque erróneamente creen que el amor es así y
hay que hacer todo por él; en estas relaciones los individuos se ven sometidos a un gran
desgaste por sostener “solos” la relación y muchos de ellos se debilitan física y psicológicamente,
dejando de lado su personalidad y negándose a sí mismo como un legítimo otro en la convivencia
a fin de mantener una relación irracional y angustiosa. Al respecto, Tenorio (2013), discute las
razones por las cuales un joven ingresa a una relación de pareja violenta, en su ponencia apunta
el hecho de que los jóvenes tienden a pasar por alto los tipos de abuso/maltrato psicológico,
asumiendo estos comportamientos o peleas como habituales “normales”; también vincula las
relaciones familiares, la interacción con su pares y el autoestima entre los factores implicados en
las elecciones de pareja de los jóvenes, pues asegura que el entorno donde se desarrolla la víctima
y el agresor tiene un papel crucial en el desarrollo y permanencia de la violencia.
Respaldando el párrafo anterior, en un estudio realizado por el Ministerio de Salud y Protección
Social de Colombia, con el fin de profundizar en las mujeres víctimas de violencia de género
entre los 15 y 49 años, así como a sus esposos y compañeros, entre los hallazgos significativos,
encontraron que los hombres agredidos en la infancia, son propensos a replicar los
comportamientos violentos, como consecuencia, las posibilidades de ser agresor o víctima se
potencian, y aumentan la probabilidad de réplica del ejercicio de la violencia en los hijos e hijas
(Gómez López, Murad, & Calderón, 2013, p. 89).
Una vez planteadas las investigaciones encontradas en relación con nuestro tema, y en
consideración a la falta de literatura, queda pendiente el abordaje de la mujer siendo la agresora
en las relaciones de pareja. Y, a raíz del interés que nos genera este tema, nos propusimos enfocar
esta investigación en profundizar sobre el rol de la mujer en la cultura colombiana y el rol de
éstas como victimarias en las relaciones de pareja heterosexual en la ciudad de Cali, a partir de
ciertos factores culturales que hacen posibles sus actitudes violentas. Para contextualizar entonces
ésta investigación, abordaremos los siguientes referentes que hemos considerado pertinentes
pues, sus aportes son significativos para la comprensión y construcción del tema.
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2 Referentes conceptuales
Por eso, para entender la masculinidad es preciso comprender los significados y el modo en que
nuestra sociedad gestiona el orden social. (p. 5)
Como se planteó, tanto la masculinidad como la feminidad son términos socialmente
construidos, que traen consigo una serie de representaciones, pautas, restricciones y
comportamientos que permiten el establecimiento de un orden social. Es por ello que, en la
cultura, cada sexo cumple un rol de género que se le asigna, por lo cual, dependiendo del sexo se
espera que responda por ciertos comportamientos. Es decir, de una mujer se esperaría, como
hemos venido exponiendo, que sea dócil, pasiva y cumpla con las funciones domésticas; mientras
que, para el hombre el rol que desempeña es completamente distinto y ello es debido a la cultura
patriarcal de la que hacemos parte, y en la cual, el concepto “machismo” está muy arraigado.
Como afirman de la Rubida & Basurto (2016), el machismo es una ideología que defiende y
justifica la actitud dominante y superior del hombre sobre la mujer, en la cual se exaltan
cualidades masculinas como la dominancia, independencia y agresividad, mientras que se
estigmatizan las femeninas como sumisión, dependencia y debilidad.
Ahora bien, a raíz de toda la opresión de la cual la mujer ha sido protagonista a lo largo de
la historia, surge un movimiento llamado “feminismo”, como una forma de liberación; se traerá a
colación la definición de dicho concepto según (Lagarde, 1996):
La propuesta de género feminista implica una redistribución de los poderes sociales, la
transformación de los mecanismos de creación y reproducción de esos poderes, para deconstruir
la opresión y la enajenación de género y crear poderes democráticos, la construcción de procesos
para mejorar la calidad de vida de mujeres y hombres y para desarrollar opciones sociales dignas
y una cultura que se corresponda con el nuevo paradigma que pone en el centro lo humano
compuesto por las mujeres y los hombres, la igualdad y la equidad como los principios de las
relaciones de género y la construcción de calidad de vida y libertad (p. 20).
Si bien dicho movimiento no ha empoderado a la mujer por completo puesto que aún
sigue existiendo violencia y discriminación contra ella alrededor de todo el mundo, sí ha servido
para configurar nuevos cambios que le permiten a la mujer ejercer otros roles distintos a los que
la sociedad le ha impuesto durante tanto tiempo. En consecuencia, paulatinamente se ha
visibilizado el hecho de que la mujer no sólo ocupa la posición de víctima, sino que también es
posible que el hombre ocupe dicha posición una relación en la cual es la mujer la victimaria.
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Sustentando entonces ello, Sacks (2001) citado por Trujano, Martínez, & Camacho
(2010), afirma que las mujeres tienen la misma probabilidad de atacar físicamente a los hombres
en las relaciones de pareja, en contra del mito de que las mujeres sólo recurren a la violencia por
autodefensa. También Straus (2006), lo plantea en su estudio, pues señala que de forma contraria
a lo que se ha dado por sentado acerca de la mujer ejerciendo violencia en defensa suya, se han
recopilado varios estudios que evidencian que las mujeres –en igual o mayor medida-, también
ejercen violencia unilateral e inician las agresiones físicas contra el hombre. Ello se manifiesta
principalmente en las poblaciones jóvenes y posteriormente, se equilibra hasta ser similar para
ambos sexos ya en la edad adulta.
perpetrados por las parejas y exparejas. Son una minoría si los comparamos con los miles de
casos registrados por abusos, homicidios y agresiones contra la mujer; sin embargo, se hace
necesario visibilizar la otra cara de la realidad.
En la cultura colombiana se presentan habituaciones de los modos de ser mujer y hombre
en las relaciones amorosas a través de los medios de comunicación, por lo que es común para los
jóvenes normalizar estas formas de relacionamiento que están asociadas a las prácticas culturales
en las cuales viven, dando hincapié a las “relaciones tóxicas”. No solamente ejercida desde los
hombres hacia las mujeres, sino en el caso contrario; hemos podido observar el caso de un joven
(ET.J.2017), al cual su pareja femenina frecuentemente lo agrede física y psicológicamente
durante las discusiones que tienen mientras se encuentran en estado de embriaguez. Quién
además, ha manifestado que en una relación pasada, su expareja amenazaba con quitarse la vida
en caso de que él no accediera a continuar con la relación (ET.J.2017). Esto lleva entonces a
cuestionar cuáles son los límites y qué es lo que posibilita esas formas de agresión y violencia en
parejas jóvenes heterosexuales; qué tan conscientes están los involucrados sobre su estado de
vulnerabilidad, ya sea en su rol de víctima, victimario o revictimización.
La literatura evidencia que las investigaciones se han realizado en torno a la mujer
estigmatizada por el patriarcado, en casi todos los casos en el rol de víctima; se muestran escasos
reportes en los cuales las mujeres son las que ejercen violencia sobre sus parejas. En ese sentido
se formulan varias preguntas sobre por qué surge este cambio de roles y qué hace posible que sea
la mujer quien agreda en distintas formas a su pareja masculina; ¿es premeditado o en defensa
propia? Por ello, la pregunta investigativa es: ¿Cuáles son los factores culturales que se
relacionan con las actitudes violentas de mujeres jóvenes universitarias de la ciudad de Cali en las
relaciones de pareja heterosexual?
El objetivo general fue: Analizar la relación entre los factores culturales y el rol de la
mujer como victimaria, en situaciones de violencia de pareja heterosexual; y los objetivos
específicos fueron:
● Identificar los factores (emocional, familiar y económico), asociados a las
actitudes violentas de las mujeres que tienen relaciones de pareja heterosexual.
● Caracterizar algunas concepciones que tienen las mujeres acerca de su rol en una
relación de pareja.
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4 Metodología
Es una investigación constructivista (Bruner, 1960) con un enfoque mixto, que aborda
desde una perspectiva histórico-cultural el fenómeno de la violencia de pareja, orientada al
estudio de mujeres jóvenes universitarias entre los 18 y 25 años de edad, que han ejecutado actos
de agresión en relaciones de pareja heterosexual en la ciudad de Cali.
Primero se buscó información en bases de datos como Digitalia, Ebsco, ScienceDirect,
Dialnet, Redalyc, Scielo y Google Académico. Esto nos permitió profundizar alrededor de esta
temática ayudándonos reconocer la limitada información que hay sobre la mujer siendo
victimaria en relaciones de pareja, al ser mujeres jóvenes y universitarias nos interesó abordar la
investigación con población que tuviese nuestras mismas características dado a que el
acercamiento para la recolección de información sería más sencillo. Elaborado ya el estado de la
cuestión, marco referencial y los objetivos de esta investigación se llevó a cabo la construcción
del primer instrumento a utilizar (encuestas), tras ya tener las preguntas estructuradas procedimos
a su aplicación; y también, como segundo instrumento, se realizaron 2 entrevistas semi-
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estructuradas a las mujeres que evidenciaron más actitudes agresivas en las encuestas. Se
realizaron entonces, 35 encuestas a mujeres entre los 18 y 25 años estudiantes de la Universidad
San Buenaventura y la Universidad Autónoma de Occidente, ambas instituciones de la ciudad de
Cali; el único requisito era estar en una relación de duración igual o mayor a los 6 meses, de tipo
heterosexual; las encuestas y las entrevistas semi-estructuradas se codificaron, el primer
instrumento a modo de gráfica y el segundo, de rejilla a partir de las categorías de análisis:
emocional, familiar y económico. Para la elaboración de los resultados relacionamos la
información brindada por las gráficas más significativas de las encuestas y lo que Sujeto C y
Sujeto Z aportaron en las entrevistas; para su análisis nos apoyamos en los referentes
conceptuales e información histórica relacionada a las mujeres de la ciudad de Cali. Finalmente,
se hicieron las conclusiones correspondientes compilando todo el proceso investigativo.
5 Resultados
una joven respondió que tiene relaciones sexuales con su pareja, aunque este no quiera. Con
relación a las entrevistas semi-estructuradas, la Sujeto Z expresa que lo que menos le gustaría en
su relación es que se pareciese a la de su padre, dado que éste es muy controlador con su novia;
aunque, manifiesta también que le gusta que su pareja le dé cuenta de dónde está y qué está
haciendo. Por otro lado, la sujeto C indica que en su familia cada persona hace lo que quiere sin
necesidad de reportarse o estar acompañado, pero a ella le gusta que su pareja le informe con
quién está, dónde está, etc; adjudica esto a que ella y él hablan constantemente, también a que le
gusta contar con este tipo de información, para así evitar preocupaciones acerca de que le haya
sucedido algo. Puede señalarse entonces que este tipo de comportamientos -el controlar a las
parejas en el ámbito social, o doblegar su voluntad -, puede propiciar que una relación llegue a
convertirse en una relación tóxica, que lleve finalmente al cometimiento de actos agresivos.
Además de ello, el 97% de las encuestadas responden que sus familias suelen darles lo
que ellas desean, esto puede verse reflejado en que el 12% de las mujeres revelen que obligan a
sus parejas a cubrir los gastos de los momentos de recreación, el 52% manifiestan que les gusta
que les hagan regalos costosos, el 37% han obligado a su pareja a cumplir su voluntad, y también
el 34% señalan que han persuadido a su pareja de hacer un gasto innecesario. En cuanto a las
entrevistadas, la sujeto C y la sujeto Z, admitieron ser quienes toman las decisiones dentro de la
relación, ello debido a que sus parejas les otorgan el poder a ellas para ser quienes determinen
qué van a hacer, dónde van a ir, etc; aunque ambas expresaron que no les gustaba ser quien
disponía de la toma de decisiones, sujeto Z mencionó que en reiteradas ocasiones tuvo que
presionar a su pareja para que éste tomase decisiones por ambos “(...) le decía <<no, esta vez yo
no voy a decidir, decide vos hoy todo lo que vamos a hacer>>”; Sujeto Z agrega que eso ha
cambiado un poco, aunque refiere sentir que sigue implícita la responsabilidad que recae en ella
sobre ser quien toma las decisiones. Por el contrario, sujeto C declara que ambos tienen gustos
afines por lo que la toma de decisiones es más sencilla, pero que de igual forma también su pareja
le pregunta qué desea hacer ella; ambas sujetos refieren que en relaciones anteriores, de igual
forma, solían ser las que decidían siempre. Esto guarda una relación con el hecho de que sus
familias les den lo que ellas deseen, pues ambas mujeres también manifestaron que en sus
familias son muy independientes; sujeto Z dice que ella tiene un carácter rebelde y suele hacer lo
que ella quiera, y sujeto C añade que su familia siempre le ha dado la libertad de tomar sus
propias decisiones, y aunque esta respuesta la dio en relación a la elección de pareja, también
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aplica para las decisiones cotidianas; podríamos decir, según lo que sujeto Z y sujeto C han
manifestado, que les satisface por completo ser quienes tienen el poder en su relación en cuanto a
la toma de decisiones, pero al mismo tiempo por su historial familiar y sus relaciones pasadas
están acostumbradas a hacer lo que ellas desean sin consultar a nadie; el hecho de que ambas se
encuentran bajo los parámetros culturales de la sociedad caleña -y en sí la cultura colombiana-,
en la que las decisiones recaen en el hombre, influencia en que ellas sientan la necesidad de que
sea su pareja quien tome el control del poder, y por lo mismo se ven cohibidas de mostrar su
carácter dominante.
Finalmente, en cuanto a la categoría económica encontramos que, el 92% de las mujeres
contribuyen a cubrir los gastos en la relación: el 72% algunas veces y el 23% de manera
frecuente, ello puede estar relacionado con que en los hogares del 74% de las encuestadas, la
mujer prepondera en ser fuente de ingreso económico para el hogar; de igual forma, también
señalan que el padre es fuente de ingreso económico en la familia. Es decir, es posible que al ser
la figura materna de la familia una fuente de ingreso seguro, incentive en las mujeres encuestadas
el asumir ellas también los gastos en sus relaciones; como una forma de empoderamiento. Sin
embargo, en contraste con esto, algunas encuestadas refieren sentirse dependientes
económicamente de sus parejas. Esto podemos verlo reflejado en la entrevista con el sujeto C,
quien confiesa que en su relación los gastos no son tan equitativos como ella desea que fuesen,
dado a que no cuenta con la misma solvencia económica que su pareja. Ella refiere que debe
trabajar para así mismo poder gastar, pero que siempre que puede ayudar con los gastos; explica
que comenzada la relación los gastos se dividían “él gastaba su parte y yo gastaba la mía” pero al
comprometerse más en la relación las salidas aumentaron y a su vez los gastos, debido a esto, ella
no siempre tiene la disponibilidad de pagar su parte, lo cual le genera una incomodidad.
En cuanto al sujeto Z, refirió que desde el principio en su relación los gastos siempre se
dividen de forma equitativa, sin embargo, haremos énfasis en una cuestión importante: aunque
durante la entrevista haya dicho que no toma la relación de su padre como referencia, se logra
visualizar que ella habla de su relación como si fuese perfecta, procediendo exactamente igual
que su padre, es decir, se evidencia cierta identificación con él al manifestar “(...) pues mi papá
también es como yo, o sea, mi papá ante las demás personas son la pareja perfecta, nunca tienen
problemas”. Ella refiere que él es la única persona a quien acude en caso de que se hayan agotado
sus recursos personales para la solución de un problema, y lo define como un intelectual, al igual
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que ella. Debido a esa identificación con él, ella no se posiciona como una mujer sumisa -adjetivo
que ella utiliza para referirse a la pareja de su padre-, sino que, por el contrario, resalta tener un
carácter rebelde y estar acostumbrada a no tener que pedir permiso. Por lo anteriormente
expuesto acerca de querer demostrar tener una relación perfecta, como refirió en la entrevista, ya
que al hablar de las prohibiciones o problemas dentro de la relación trataba de minimizar los
acontecimientos, y que además señaló en la encuesta que frecuentemente prefería ser quien
cubría los gastos de las salidas, determinamos que en efecto no hay una equidad genuina, y el
sujeto Z es probablemente quien asume los gastos de su relación.
Ahora bien, con base en todo lo planteado anteriormente, el rol que encontramos que
asumen las mujeres dentro de sus relaciones de pareja, como se pudo evidenciar mediante las
encuestas y con las entrevistadas, es quizá un poco dominante; es decir, ellas se posicionan
activamente dentro de sus relaciones y manifiestan cierto empoderamiento. Se percibe entonces
la ruptura entre el modelo de mujer sumisa, entregada, dócil, dependiente y vulnerable que
persiste hasta hoy en día en la cultura patriarcal y la sociedad colombiana, que además perpetúa
la posición o el rol de la mujer como víctima. Así como se puede vislumbrar en las entrevistas, el
factor económico representa para ellas independencia, pues no esperan que sus parejas asuman
todos los gastos, sino que contribuyen de alguna manera; y también la crianza que han recibido es
aliciente para que ellas se sientan en libertad de ser ellas mismas, dentro de sus relaciones, sin
permitir que dobleguen sus voluntades.
Podría considerarse que ello es debido a la incidencia que tienen las relaciones de poder
establecidas dentro de la relación, entre las mujeres y sus parejas; pues, como en el caso de las
entrevistadas, ellas buscan que el poder en sus relaciones fuese igualitario, aunque quizá ellas se
han empoderado un poco más en la relación. Esperan que ambos aporten económicamente, que
ambos tengan libertad, que sean independientes, y que ambos participen en la toma de decisiones.
Sin embargo, se evidencia un contraste con el hecho de que manifiestan que en ellas recaía
principalmente la responsabilidad de la toma de decisiones, aunque trataban de que sus parejas
también tuviesen voz en ello. También, se mostraban controladoras e independientes al igual que
sus parejas, e incluso un poco más demandantes en cuanto a ello.
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6 Discusión de resultados
Así pues, tal como afirman Sacks (2001) y a su vez, Straus (2006), ambos concuerdan en
que es errado dar por sentado que las mujeres agredan a los hombres físicamente sólo para
defenderse de la agresión de éstos, por lo que, la mujer puede situarse en la misma condición de
agredir legítimamente a su pareja, de la misma forma en la que el hombre ataca a la mujer. Ello
se manifestó en las encuestas realizadas, en las cuales, la mayoría de los sujetos señaló ser
quienes empezaban las peleas, refiriendo también faltarle al respeto a sus parejas, levantarles la
voz, e incluso algunos señalaron haberles arrojado objetos o haberlos empujado; demostrando así,
que en efecto la mujer puede asumir un rol de agresora dentro de la relación de pareja, aunque
esto no implique necesariamente que ejerza violencia contra el hombre en su relación.
Sin embargo, consideramos pertinente aclarar que tratándose de situaciones recurrentes en
las cuales durante alguna discusión la mujer presente dichas actitudes como insultar a su pareja,
levantarle la voz e incluso empujarla, pueden quedarse simplemente en la etiqueta de actitudes
agresivas; pero, cuando se convierte en una cuestión constante, en la cual siempre está insultando
a su pareja, siempre le está arrojando objetos durante las peleas y siempre está levantándole la
voz, se determina que está ejerciendo violencia psicológica y física, pues el llevar a cabo dichas
prácticas de manera regular contra la pareja, es un acto premeditado con una intención; es una
decisión (Esplugues, 2007).
Dentro de las investigaciones que tomamos para nuestro marco, ninguna señalaba en sí la
estrecha relación que puede tener el ámbito familiar con los patrones de agresividad o violencia;
consideramos importante abordarla para comprender mejor nuestro problema de investigación.
Por ello, hay que estipular que la familia es la institución social principal, y dentro de ésta, por
medio de los padres se movilizan enseñanzas/aprendizajes, valores y normas, que nos introducen
a la sociedad; que nos hacen parte de ésta. En cuanto al aprendizaje entonces, según Bandura
citado en (Suárez & Zapata, 2013, p.22) en su teoría del aprendizaje social refiere que el
aprendizaje por imitación se da mediante la observación de un modelo, así dicho modelo sea una
conducta socialmente aceptada o no. Es decir que, “las familias revelan características del
contexto social, humanizan, socializan a sus miembros, desde allí son escenarios básicos para la
construcción de subjetividades, sobrellevan los proyectos de vida, producen y reproducen la
cultura” (Suárez & Zapata, 2013, p. 73). Por tanto, los padres son entonces referentes o modelos,
mediante los cuales aprendemos por observación determinados comportamientos, es decir, los
replicamos.
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7 Conclusiones
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LA MUJER COMO VICTIMARIA: OTRA FORMA DE CONCEBIRLA…………… 24