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Ateísmo

El ateísmo (del griego α = sin, y Θεóς = Dios) significa en filosofía la negación de la


existencia de Dios o de su cognoscibilidad.
Por: Por Argimiro Turrado Turrado*
ATEÍSMO
Definición e historia del ateísmo
El ateísmo (del griego α = sin, y Θεóς = Dios) significa en filosofía la negación de la
existencia de Dios o de su cognoscibilidad. La simple negación de la cognoscibilidad de Dios,
que puede distinguirse del ateísmo, es conocida con el nombre de agnosticismo.
Antes del siglo XVIII el ateísmo filosófico o teórico (otra cosa es el indiferentismo práctico)
fue un fenómeno socialmente minoritario, que afectó a personas singulares o a algunos
grupos filosóficos (atomistas griegos como Demócrito, cínicos postsocráticos y epicúreos,
etc.), pero sin que llegara a difundirse sociológicamente. Con el naturalismo de la Ilustración
francesa comienza una verdadera ola de ateísmo fundado en los postulados de los más
diversos sistemas filosóficos: sensualísmo, positivismo, pragmatismo, evolucionismo,
marxismo, existencialismo, que trataremos de analizar por grupos. Puede hablarse de ateísmo
con respecto al panteísmo de Spinoza o del idealismo alemán (Fichte, Schelling, Hegel), en
la medida en que no admiten una verdadera distinción real entre el hombre y el universo por
una parte, y el Absoluto por otra.
El ateísmo ha adquirido tales proporciones, que X. Zubiri, aludiendo en esto a la teoría del
espíritu objetivo o histórico de Hegel, no duda en llamarlo el pecado histórico de nuestro
tiempo: «Es el `poder del pecado´, como factor teológico de la historia, y creo esencial sugerir
que este poder recibe formas concretas, históricas, según los tiempos. El mundo está, en cada
época, dotado de peculiares gracias y pecados. No es forzoso que una persona tenga sobre sí
el pecado de los tiempos, ni, si lo tiene, es lícito que se le impute, por ello, personalmente.
Pues bien: yo creo sinceramente que hay un ateísmo de la historia. El tiempo actual es tiempo
de ateísmo, es una época soberbia de su propio éxito. El ateísmo afecta hoy, primo et per se,
a nuestro tiempo y a nuestro mundo».
Las tres formas principales del ateísmo moderno
Algunos autores, y el mismo Concilio Vaticano II, dividen el ateísmo moderno en tres grupos
o formas de humanismo: científico, político y moral. Sus características comunes son: a) un
ateísmo de desarraigo, que no quiere plantearse siquiera el problema de Dios; prescinde
sencillamente de Él, y de ahí parte para construir sus sistemas; b) un humanismo cerrado a
toda trascendencia, que pone al hombre como principio y fin de todo.
1) Ateísmo científico. Este ateísmo puede ser definido como la supresión total de la religión,
de la fe, en aras de la ciencia de la naturaleza. Ésta –dicen- se rige por unas leyes fijas y
experimentables, aún no del todo conocidas, pero que, en cualquier caso, son absolutamente
férreas e independientes de todo ser superior. El mundo es así presentado como existente por
sí mismo, y Dios y la creación, negados. El Hombremáquina de Offroy de La Mettrie, la
Éticahedonística de Adrián Helvecio y el SistemadelaNaturaleza de Dietrich von Holbach
expresan ese ateísmo científico, empleado como arma contra Dios y la Iglesia por los
enciclopedistas franceses del siglo XVIII: D´Alembert, Maupertuis, Voltaire, Diderot. La
filosofía positivista del siglo XIX intensifica esa tendencia con autores como Vogt, Büchner,
Moleschott, Haeckel, Comte, Le Dantec, Th. H.
Huxley, así como el evolucionista Darwin y sus seguidores, y los precursores y autores del
marxismo, según veremos luego. A éstos podrían añadirse otros autores científicos o
filósofos, como Nietzsche, Hartmann, Husserl, F. Noelke, B. Russell, J. Dewey, M. P.
Berthelot, etc. Dios y la creación son expulsados del cosmos como conceptos extraños,
inútiles e ilusorios. Si a esto añadimos el pansexualismo de la escuela de Freud, que conduce
a una forma de estructuralismo en el que se niega prácticamente la libertad del individuo,
tenemos un cuadro bastante completo de la suplantación de Dios y de la Fe por la Ciencia
humana.
2) Ateísmo político: es el ateísmo marxista. En Carlos Marx (m. 1883) se entrecruzan las más
diversas tendencias filosófico-políticas, que le llevan a su célebre teoría de la alienación.
Depende en primer lugar de Hegel, cuyo método de las contradicciones asume para aplicarlo
al análisis de la vida socioeconómica, llegando así a su peculiar tesis de la historia como
producto del desarrollo material económico -en el que subsume la entera realidad- regido por
el enfrentamiento o lucha de clases. En eso ha sido precedido por L. Feuerbach que, al
oponerse al idealismo de Hegel y reducir el pensamiento a las mismas cosas pensadas,
concretas, sensibles y materiales, le proporciona las bases de su materialismo dialéctico. Con
todo, la explicación de Dios que propone Feuerbach en su obra DasWesendesChristentums
(La esencia del cristianismo, 1841), como una mera proyección de la mente humana que
sublima las cualidades y perfecciones de la esencia humana o del hombre-especie y las venera
como Dios, es considerada por Marx demasiado especulativa y abstracta. Lo mismo cabría
decir con respecto a Engels, que puso a Marx en contacto con el movimiento industrial de su
tiempo, y que define a la religión como el acto por el cual el hombre se vacía de sí mismo y
transfiere la esencia de su humanidad al fantasma de un Dios en el más allá. Marx recogió
todas esas tendencias, las ordenó y aplicó a la sociedad industrial moderna, con una filosofía
de la praxis, que concibe como omnicomprensiva. El hombre –dice- se conquista y se hace a
sí mismo mediante la transformación del mundo con el propio trabajo. Aplicando a esto el
método de los contrarios de Hegel, Marx ve lo humano y lo inhumano como dos hechos
perennes de la historia. Cuando el hombre coloca fuera de sí sus cualidades, deseos y
aspiraciones y los venera o contempla como estructuras ajenas (religión, propiedad privada,
Estado) cae en la alienación religiosa, económica, social, jurídica y política. Por eso dice:
«La miseria religiosa es, por una parte, la expresión de la miseria real y, por otra parte, la
protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura agobiada por la
desgracia, el alma de un mundo sin corazón, del mismo modo que es el espíritu de una época
sin espíritu. Es un opio para el pueblo».
Se postula así un ateísmo radical y al mismo tiempo combativo: se cae, en efecto, en el error
de sostener que la afirmación de Dios impide la realización del hombre, y se hace, por tanto,
del ateísmo un momento del proceso de humanización. Por eso, para Marx, «la historia tiene
la misión, una vez desvanecida la verdad de la vida futura, de establecer la verdad de la vida
presente. Y la primera tarea de la filosofía, que está al servicio de la historia, consiste, una
vez desenmascarada la imagen santa que representaba la renuncia del hombre a sí mismo, en
desenmascarar esta renuncia en sus formas profanas. La crítica del cielo se transforma así en
crítica de la tierra: la crítica de la religión, en crítica del derecho, y la crítica de la teología,
en crítica de la política. La crítica de la religión conduce a la doctrina de que el hombre es
para el hombre el ser supremo». Este mismo materialismo y ateísmo radicales se encuentra,
por encima de las diferencias de matiz a otros respectos, en los diversos seguidores de Marx,
como Kaustky, Lenin, Stalin, Mao Zsedong, Schaff, Lukács, Marcuse, Garaudy, etc.
3) Ateísmo moral: propio de un sector existencialista. La filosofía existencialista se
caracteriza por ser una filosofía de la existencia personal del hombre, sintetizada en la libre
elección del propio destino. Entre sus varias direcciones, hay una que se niega a admitir toda
trascendencia, y sus representantes más notables son: J. P. Sartre, Simone de Beauvoir, R.
Polin, M. Merleau-Ponty, y, en parte, A. Camus. Para Sartre, el hombre es un ser que «está
ahí de más», condenado a la libertad, es decir, a elegir su propio destino, sabiendo ya de
antemano que esto no le conducirá a nada, porque su fin es la muerte absoluta. El hombre
sartriano es un ser incurable y profundamente frustrado, de ahí que, para él, el sentimiento
que mejor revela la existencia humana es la náusea, el tedio y la angustia. La tesis de su obra
L’ÊtreetleNéant (1943) reaparece sin remedio en su Critique de la raison dialectique (1960).
Según él el ateísmo es un presupuesto existencial y debe desarraigar del hombre todo
sentimiento de culpabilidad y de pecado, reivindicando la inocencia de la condición humana.
Su única responsabilidad será externa, ante los demás, ante la historia. Dios –dice- es inútil;
sólo interesa el yo, los otros y el mundo. «Cada uno tiene que elegir su moral, y la presión de
las circunstancias es tal que no puede menos de tener que elegir una». M. Merleau-Ponty
defiende este mismo ateísmo moral, si bien de un modo más intelectualista. La antropología
vuelve a poner el destino del hombre en sus manos. La hipótesis Dios debe ser descartada,
porque no es más que un obstáculo para comprender el sentido inmanente de los
acontecimientos interhumanos. La humanidad misma tiene la responsabilidad total de su
destino, que ella misma irá forjándose libremente. Una antropología sin trascendencia ni
esperanza suplanta aquí a Dios y a todo mediador. El hombre es una pasión inútil (Sartre),
un absurdo (A. Camus), un ser que debe dedicarse a vencer el terror de la muerte inevitable
(Simone de Beauvoir) y que está-en-el-mundo para la muerte, para la nada: Sein zum Tode,
sein zum Nichts (Heidegger).
Crítica filosófica del ateísmo
En primer lugar, algunos filósofos cristianos se niegan en absoluto a admitir la posibilidad
de un verdadero ateísmo teórico, puesto que, dicen, la misma negación de Dios para
constituirse el hombre a sí mismo en una deidad o absoluto implicaría ya de rechazo la
afirmación del Absoluto. Esto irrita sobremanera a los ateos, y en realidad se impone la
admisión de la existencia de ese ateísmo teórico en el plano consciente. Con todo, estas
antropologías cerradas a la trascendencia no explican al hombre en su totalidad, puesto que
ninguna de ellas responde de hecho al interrogante de su origen y de sus anhelos, enraizados
en la misma estructura ontológico-vital de la naturaleza humana. El hombre ateo se
constituye en principio y fin de sí mismo, cuando en realidad ni es principio de sí mismo, aun
en el caso de que se considere como un eslabón más en la cadena de la evolución de la
materia, ni es fin de sí mismo, ya que la aniquilación por la muerte tampoco depende de su
libre elección.
Una crítica filosófica del ateísmo implica poner de manifiesto la inanidad de esa pretendida
autosuficiencia del mundo y del hombre, y, en ese sentido, se identifica con la demostración
filosófica de la realidad de Dios y de la creación. La crítica filosófica del ateísmo supone
entrar de lleno en el campo de la gnoseología o teoría del conocimiento, a fin de poner de
manifiesto la posibilidad de un conocimiento metafísico, trascendente, que va más allá de los
simples datos de la experiencia para captar el ser de las cosas. Ello implica, en primer lugar,
la crítica del empirismo y el positivismo, que reducen el conocimiento a conocimiento
sensible y niegan la vida propiamente intelectual, así como del agnosticismo kantiano y del
idealismo, que encierran el pensamiento humano en el interior de los estados de conciencia
vedándole el acceso a la realidad en sí. En segundo lugar, y ya que negar la verdad del
conocimiento es caer en un escepticismo absoluto, la crítica del ateísmo está relacionada con
la crítica del escepticismo, según aparece ya en los mismos diálogos agustinianos de
Casiciaco. Por eso la prueba agustiniana de la existencia de Dios, que implica a la vez la
noción de causalidad eficiente y ejemplar (teoría de la participación), y por tanto el principio
de la analogía, pasa a través del hombre y se une a la afirmación de éste como ser abocado al
conocimiento y amor de lo universal, que no puede identificarse con el hombre mismo.
Junto a esas posturas filosóficas pueden influir en la aparición del a. otros elementos, pero
son más bien factores que explican su génesis psicológica que raíces filosóficas del mismo.
Psicología del ateísmo
Son múltiples las causas que pueden influir en la génesis del ateísmo, además del medio
ambiente social y cultural en que transcurre la vida de cada individuo. Éstas pueden ser: un
sentido falso de la subjetividad, de la libertad y dignidad personales, que se creen amenazadas
ante la admisión de un Creador Absoluto; una desenfocada conciencia provocada por el
sentido de autosuficiencia que experimenta al lograr dominar a la naturaleza mediante los
éxitos de la técnica; la inmediatez de su afectividad humana, que tiende a rechazar toda
limitación o imposición extrínseca; la oscuridad del conocimiento que el hombre tiene de
Dios y, a veces, la deficiencia de las representaciones divinas propuestas por muchos
creyentes; el problema del mal en el mundo que, si se prescinde del pecado, lleva al
maniqueísmo, admitiendo un principio eterno del mal distinto y en eterna lucha con el
principio eterno del bien, o a la negación de Dios; entre estos males del mundo, algunos
hombres sienten con intensidad especial la sinrazón del mal físico y moral de los individuos
(ateísmo moral), y otros la del mal social y económico, o la miseria y la lucha de clases
(ateísmo político). Pero, en realidad, todas las formas del ateísmo implican siempre un
endiosamiento de la propia vida, aunque no siempre sea culpable en el orden moral. Es la
soberbia de la vida de que habla San Juan y que hace exclamar a X. Zubiri: el ateísmo... «es
más bien la divinización o el endiosamiento de la vida. En realidad, más que negar a Dios, el
soberbio afirma que él es Dios, que se basta totalmente a sí mismo».
Organizaciones militantes del ateísmo
Además del ateísmo marxista, comunismo y la mayor parte de los socialismos, que pueden
ser considerados como la más fuerte organización actual del ateísmo militante, hay otras
organizaciones dedicadas expresamente a combatir la idea de Dios presentándola como
contraria a la felicidad de los hombres. 1) Los Librepensadores (Freethinkers, Freidenker) :
La Unión Mundial de Librepensadores, fundada en 1880 (Bruselas); Congreso mundial en
Luxemburgo (1954). Uniones nacionales en Alemania, Suiza, Austria, Inglaterra, Suecia,
Holanda, India, Austria, Nueva Zelanda. Menos organizadas en EE. UU., México y América
del Sur, pero muy activas junto con los movimientos laicistas. La Unión de Ateos de Rusia
(tres millones y medio en 1930), oficialmente disuelta en 1941. 2) La Unión Humanista
Internacional, fundada en 1952 en Amsterdam. Especialmente activa en Holanda: Het
humanistisch Verbond (1946) y Humanitas; en EE. UU. e Inglaterra, American Humanist
Association, con su revista The Humanist. 3) Unión Monista Alemana, fundada en 1906 por
E. Haeckel, con la revista Die FregeistigeAktion; hoy poco numerosa. 4) Otras
organizaciones con una cierta fe en Dios, pero profundamente anticristianas como indican
sus mismos títulos: La Sociedad Teosófica, La Sociedad Antroposófica, Unión para el
conocimiento de Dios (panteísta), Unitarios Alemanes, La Unión para la libre representación
de la fe, Círculo de Leonhard Starck, todas ellas en los medios intelectuales de Alemania.

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