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EL DERECHO Y EL EJERCICIO DE LA ABOGACÍA EN VENEZUELA

Abg. Wladimir Paredes

A Emily

“Venezuela se constituye en un Estado democrático y


social de Derecho y de Justicia…”
(Artículo 2 de la Constitución de la República
Bolivariana de Venezuela)

I
El porqué de estas reflexiones

Como abogado, como facilitador, y especialmente como profundo apasionado por la


carrera, me venía sintiendo tentado a escribir unas líneas sobre los análisis y reflexiones
que muchos abogados y estudiantes de la carrera de abogacía en Venezuela nos hacemos
frecuentemente, como la efectividad del Estado de Derecho en Venezuela, la existencia y
respeto por sus instituciones, el ejercicio de la carrera, el respeto por las leyes y la
sensación o la confianza en la justicia y particularmente en los órganos y los
representantes de los poderes públicos. Esta tentación, se convierte en una obligación
dado que mi amada Emiliana ha decidido estudiar Derecho al graduarse de bachiller. Dada
su decisión, ha recibido múltiples advertencias o consejos para “no estudiar Derecho en un
país donde no se respeta la constitución y las leyes”, lo que me lleva advertirle ciertas
cosas, pero también a impulsar su fe y esperanza en esta hermosa carrera y en el país que
con seguridad vendrá. Por este particular motivo, es que esta líneas y reflexiones las
trataré de exponer de manera sencilla, no solo para Emily, que ya tiene conocimientos
básicos del Derecho producto de muchas de nuestras conversaciones, sino para aquellos
que están por estudiar la carrera, aquellos que están recientemente graduados1 y para
aquellos colegas que deseen leer un análisis y reflexión sin mayores objetivos o
profundidades académicas. Igualmente, considero que estas reflexiones pueden ser
compartidas con cualquier persona que no necesariamente sea abogado o esté optando
por serlo, lo que acá pretendo exponer no es de la exclusividad de una profesión o carrera,
se trata de nuestro país, se trata de nuestros derechos, se trata del contexto en el que todo
ciudadano debe convivir.

1 Acoto que este trabajo también está dedicado a mi primo hermano, Ender Contreras quien se ha graduado de Abogado a la
fecha de publicación de este ensayo.

pág. 1
Debo advertir, que este análisis y reflexión da para ocupar muchísimas páginas, pero mi
intención es simplemente expresar y someter al fuero interno del lector estas líneas para
que se haga de su propio criterio, analice y reflexione sobre lo que pretendo exponer y se
desarrolle la sana discusión y la defensa del Derecho y de la Justicia. Me disculpo con los
colegas, porque este ensayo no tiene mayores intenciones doctrinarias o bibliográficas, por
lo que mis afirmaciones u opiniones no serán motivadas o argumentadas extensamente
con doctrinas, citas o autores respectivas, de estos existe una bibliografía inmensa si se
quiere consultar a mayor profundidad y a la cual referiré en algunas notas al pie de página
en caso que los lectores quieran profundizar al respecto. Confío plenamente que los
lectores tienen el juicio, el conocimiento y la actitud necesaria para compartirlas o
rechazarlas, por lo que apelo a la lógica, al razonamiento y al apego a los valores
superiores del Derecho y la Justicia, precisamente premisas fundamentales en las que
girará esta reflexión, por lo que pudiéramos decir que el gran argumento, la gran doctrina y
la razón jurídica se encuentra en cada artículo de nuestra Constitución, a la cual no es solo
preciso acudir, sino que es obligatorio defender.

El objetivo principal de este ensayo, es repasar, analizar y evaluar a través de los principios
y valores de nuestra Constitución vigente, que son tributarios del constitucionalismo
moderno y las democracias occidentales, si en Venezuela se puede hablar de la existencia
o efectividad del Estado de Derecho que nuestra Norma Suprema establece y exige para la
realización de los fines del Estado, es decir, el desarrollo de la persona y el respeto a su
dignidad y la garantía del cumplimiento de los principios, derechos y deberes reconocidos
y consagrados en ella. Es pues, una reflexión sobre la Constitución y el Derecho que esta
ordena, tratamos de analizar y evaluar qué debemos tener y qué tenemos en la actualidad.

II
La premisa necesaria, el Estado de Derecho y la Justicia

Esta premisa, encuentra su mayor fundamento en el fragmento del artículo 2 de nuestra


Constitución de la República Bolivariana de Venezuela que he usado inmediatamente
después del título de este ensayo, es decir, de acuerdo a nuestra Carta Magna o Contrato
Social: “Venezuela se constituye en un Estado democrático y social de Derecho y de
Justicia…”, no en vano, ocupa, nada más y nada menos, que el segundo lugar de los 350
artículos del texto fundamental y con base en este se circunscribe esta breve reflexión
jurídica y política.

En términos simples y conclusivos, todo el articulado y fines del Estado Venezolano debe
necesariamente interpretarse y cumplirse bajo el artículo 2 de la Constitución, pues este
contiene los valores superiores de nuestra sociedad conformada en la forma política de
Estado que los venezolanos nos dimos con ella, de allí que el Estado de Derecho y de

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Justicia mandado en nuestra Norma Fundamental debe obedecer y hacer lo más efectivo y
materialmente posible los valores de “…la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la
solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y en general, la preeminencia de los
derechos humanos, la ética y el pluralismo político.”

En este mismo sentido, debemos tener presente que el Estado de Derecho no es una
simple declaración en la letra de la Constitución, ni es un panfleto obligado del discurso de
los políticos de turno, esta forma de Estado consiste en un sistema político y jurídico que se
hace día a día por parte de los poderes públicos y de los ciudadanos y que debe garantizar
la vida en la sociedad, principalmente a través de la garantía y goce irrenunciable de los
derechos que este consagra a favor de aquellos. El Estado de Derecho es precisamente
aquel que se forma, actúa y cambia conforme al Derecho, pues es este el que establece
las garantías de los derechos, pone límites al poder público, dirime las controversias entre
las personas, es la herramienta para alcanzar el valor superior de Justicia y de esta
depende a su vez la paz social y el desarrollo de la sociedad; sabia resulta entonces
aquella reflexión de Aristóteles que afirma “El hombre es el más noble de todos los
animales; separado del Derecho y la Justicia es el peor”.

Estado de Derecho actual es la terminación o evolución de anteriores modelos jurídico-


políticos de Estado, que se vino formando con el desarrollo de la sociedad especialmente
la occidental o eurocéntrica, desde las instituciones griegas y romanas hasta lo que
concibe como estado de derecho moderno nacido luego de la segunda guerra mundial.
Atrás quedaron las concepciones de Estado de Derecho sustancialmente formalistas,
legalistas y de orden netamente liberal, alejadas de valores ya comunes al menos en la
cultura occidental, ese modelo de Estado que permitió actuar “legalmente” al Nacional
Socialismo Alemán fue superado por el entendimiento y deseo de la humanidad de un
mundo y una civilización mejor, pues el hombre no solo evoluciona biológicamente, sino
que cambia más rápidamente en su contexto cultural y social, y de allí modela sus
instituciones políticas, jurídicas y sociales para vivir de acuerdo a nuevos valores y
costumbres que se venían tornando ya universales, reconociendo el derecho de todos a
vivir en libertad, en democracia y bajo el imperio del Derecho y de la Justicia de los cuales
ya se afirma su carácter universal; debemos afirmar, como dice el profesor español
Francisco Gonzáles Navarro que: “La Constitución resume un repertorio mínimo de
convicciones acerca del mundo, viniendo a ser el modo de una síntesis del espíritu del
tiempo. Porque “en todo momento el hombre vive en mundo de convicciones, la mayor
parte de las cuales son convicciones comunes a todos los hombres que conviven en su
época””2

2
Derecho Administrativo Español Tomo 1, Ediciones EUNSA, Pamplona, España. 1995.

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Ahora bien, el Estado democrático, social de Derecho y de Justicia que consagra nuestra
Constitución se justifica y se debe caracterizar principalmente por el seguimiento a los
valores superiores y a principios e instituciones jurídicas y políticas sin cuya existencia,
respeto y garantía no se pudiera predicar la existencia del mismo. De acuerdo a ello y dado
lo dispuesto en nuestra Constitución, Venezuela se constituye en un Estado democrático y
social de Derecho, por lo que para predicar y evidenciar su existencia efectiva, deben
existir y respetarse necesariamente los principales elementos estructurales que lo
identifican o que son su esencia, tales como la supremacía de la Constitución como norma
suprema del ordenamiento jurídico, el principio de legalidad, la separación o división de los
poderes y la garantía de tutela judicial efectiva de los derechos constitucionales
fundamentada en la independencia de los jueces.

Como se puede concluir, nuestro Estado social de Derecho se fundamenta en la presencia


y vigencia de los principios referidos y que abordaremos por separado en este artículo, lo
que debemos fijar como premisa obligatoria es que tales principios, como principios
jurídicos que resultan ser, son proposiciones fundamentales que condicionan todo el
sistema de Derecho del Estado Constitucional, a decir del profesor Antonio Canova
González3: “…se exige que impere la democracia, el pluralismo social y político; que rija
enteramente el Derecho, entendido como conjunto de normas jurídica generales,
preestablecidas, racionales y, sobre todo, respetuosas de la condición humana, con
exclusión de la voluntad de quienes ocupan coyunturalmente cargos públicos; y que los
distintos poderes públicos estén debidamente separados o, más bien, que las funciones
públicas estén repartidas entre muchas individualidades autónomas e independientes, de
modo que no hay concentración del poder sino equilibrio”.

En este contexto o deber ser jurídico-político, el abogado4 realiza su tarea, y el estudiante


de Derecho se prepara en torno a ese sistema normativo y de valores; es entonces, el
Estado democrático, social de Derecho y de Justicia el que establece las libertades y sus
límites dentro los cuales se desenvuelve el abogado, pues este es la medida de aquél y no
solo debe actuar conforme al mismo, sino que debe ser su principal protector. Podemos
afirmar que en esa teoría jurídico-política del “pacto social”, es el abogado el intérprete
calificado y especial defensor de sus cláusulas, pero también será auxiliar en el litigio que
se origine por el incumplimiento de ese pacto del cual es también parte en su condición de
ciudadano, pero también le corresponderá opinar sobre la aplicación de las normas que
conforman el ordenamiento jurídico, ya sea como abogado en su oficio o como ciudadano.
De acuerdo a esta premisa fundamental, es decir, nuestro modelo de Estado; debe el
abogado venezolano preguntarse si este existe formal y materialmente en Venezuela,

3 El modelo iberoamericano de Justicia Constitucional, Ediciones Paredes, Caracas 2012.


4
Destaco que el empleo del término abogado en su manera más amplia, por lo que dentro del mismo se debe comprender a los
fines de este trabajo a abogados, jueces, magistrados, fiscales y todos aquellos que son operadores jurídicos.

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respuesta que puede irse obteniendo a través de la revisión de sus postulados que
propone este apartado inicial, pero que se podrá profundizar a través de la evaluación de
los principios estructurales o las premisas necesarias a los que hemos referido, los cuales
representan el cúmulo de indicios o indicadores necesarios para afirmar de manera
categórica la respuesta a la pregunta que nos hemos formulado ¿Hay un Estado de
Derecho en Venezuela? ¿Qué Estado de Derecho es el que tenemos en Venezuela?, para
finalmente considerar y evaluar a qué situación o contexto se enfrentan los abogados hoy

II
La existencia y respeto a la Constitución

“Queremos la paz, pero la paz no puede ser nunca


mera ausencia de violencia, sino que debe ser
presencia y vigencia de la Constitución, sin
coacciones, extorsiones ni amenazas.”
(Fernando Savater)

El principio estructural básico y elemental del Estado de Derecho moderno que


establece el constitucionalismo moderno o neoconstitucionalismo, es la existencia y
respeto de una Constitución y su consideración de norma suprema del ordenamiento
jurídico, pues ella es fuente, justificación y mandato para todos los poderes públicos,
constituye las bases del funcionamiento del Estado, siendo también la máxima
expresión de declaración de derechos y de establecimiento de garantías para los
ciudadanos en condición de autores o herederos del pacto constitucional. De esta
premisa, podemos categóricamente afirmar que el sistema político o la forma de
Estado que no cumpla, respete y garantice lo que está dispuesto en la norma suprema
del ordenamiento jurídico, es decir, la Constitución, deja de ser un Estado de Derecho,
al menos en los términos que propugna nuestra carta magna en su artículo 2, para
convertirse sencillamente en una forma de estado dictatorial o en una tiranía en
términos jurídico-políticos.
Como ya hemos referido, la Constitución no es una simple carta de intenciones o una
plegaria de deseos, a decir de John Marshall: “La Constitución es la ley suprema, es la
ley del pueblo”, por lo que podemos decir que ella es producto del pueblo, se dicta por
voluntad del pueblo y es para el pueblo. Bajo esta premisa la Constitución no puede
adoptarse como un instrumento para uso y justificación de los representantes de los
poderes públicos con la única finalidad de perpetuar una ideología o la permanencia
frente al “poder” en su sentido político más primitivo, es decir, la dominación de otros
por la fuerza. Así, desde una perspectiva del Derecho y de los abogados, estos
actuarán en ese sistema de normas e instituciones que se crearán bajo el imperio de
la norma fundamental y del ordenamiento jurídico que conforme a ella se establezca,

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pues el valor superior de la Justicia se configura en el contexto de la Constitución, su
contenido y fines.
Ahora bien, refiriéndonos particularmente a Venezuela y específicamente a nuestra
Constitución, no podemos poner en duda su supremacía, tal como lo establece
expresamente su artículo 9, pero más allá de eso, y sin aspiraciones de hacer un
profundo análisis de sus orígenes o antecedentes, ni entrar en una valoración jurídico-
política profunda y argumentada de aquella, podemos sin duda afirmar que es una
buena Constitución; perfectible como toda obra humana, pero en ella se reflejan las
mejores corrientes y doctrinas del constitucionalismo moderno y es tributaria de
algunas de las constituciones más respetadas del mundo, tales como la española y la
alemana. Por otra parte, su elaboración y preparación contó con participación
heterogénea y con buena pluralidad política en la conformación de la Asamblea
Nacional Constituyente de 1999, reconocidos políticos, juristas, especialistas y
técnicos participaron en su elaboración y finalmente fue aprobada soberanamente con
el voto de la mayoría de la ciudadanía venezolana, lo cual la hace, al menos,
efectivamente legítima o más legítimas que las constituciones previas que ha tenido
Venezuela.
En el contexto de lo anterior, no es adecuado juzgar o hacer meros juicios de valor de
la Constitución de 1999, únicamente por el hecho de que los llamados a garantizarla y
a respetarla no lo hagan, sino que por el contrario, abusen de ella en su provecho y
particulares fines. En tal sentido, lo que parece ya innegable es el irrespeto de la
Constitución por parte de los poderes públicos asociados al denominado chavismo y
sus simpatizantes o cómplices, incluso desde su misma aprobación5. Por su parte,
sobran ejemplos, casos o antecedentes claros sobre la recurrente violación de la
Constitución tanto a través de actos formales como por vías de hecho, los cuales se
verán ejemplificados a largo de esta reflexión, puesto que el incumplimiento de la
misma también implica el irrespeto a todas las instituciones y garantías que la norma
suprema establece, especialmente aquellas garantías que se disponen para su propia
protección como resulta ser el control de la constitucionalidad, el cual debe garantizar
su verdadera existencia o vigencia, tal como afirma el profesor Antonio Canova
González6 citando a Aragón Reyes7: “El control, así, se convierte en un elemento
inseparable del concepto mismo de Constitución y, por ende, del Estado Constitución
de Derecho, pues como afirma Aragón Reyes, sin tal control “no ocurre solo que la

5 Respecto a esta aseveración, la obra Chavismo y Derecho contiene información reflexiones reveladoras sobre el punto
(capítulo 1, El pecado original). Además, su lectura es clarificadora y puede ayudar a profundizar sobre las opiniones que
expongo en este ensayo. (Chavismo y Derecho, Delgado Francisco J. Editorial Galipán. Caracas, Venezuela. 2017)
6
El modelo iberoamericano de Justicia Constitucional, Ediciones Paredes, Caracas 2012.
7 Constitución y control del poder, Ediciones Ciudad Argentina, Buenos Aires, Argentina, 1995.

pág. 6
Constitución vea debilitadas o anuladas sus garantías, o que hace difícil o imposible
su realización; ocurre, simplemente, que no hay Constitución”” .
Como podemos inferir de lo expuesto, la Constitución al ser la base y norma
fundamental del ordenamiento jurídico, implica que no solo las actuaciones de los
órganos del poder público deben sujetarse a ella, sino que toda norma que se dicte en
función y ejecución de ella debe subordinársele necesariamente, a riesgo de violarse
la norma fundamental y empezar a resquebrajarse la supremacía constitucional y el
Estado de Derecho, a lo cual habría de agregarse que llegado a este límite, deberán
hacerse efectivos los controles para la protección de la Constitución y para el control
de la constitucionalidad de las actuaciones de los poderes públicos, punto que
tocaremos en otro apartado. En este orden de ideas, es un hecho conocido y
prácticamente indudable la inconstitucional legislación que ha producido el chavismo,
cuestión que, más allá de las ensoñaciones ideológicas y las falacias legalistas
utilitarias, han sido y son parte de los problemas estructurales de Venezuela, habida
cuenta que no es solo la inconstitucionalidad de la mayoría de las leyes lo que ha
creado la destrucción de instituciones y la violación recurrente de derechos, sino el
carácter irracional, utópico y falaz de las mismas; siendo esto así, la violación
reiterada de la Constitución implica, en consecuencia, la inexistencia del Estado de
Derecho en los términos que ella misma postula.
III
El principio de separación de poderes

“Toda sociedad en la cual la garantía de los


derechos no esté asegurada, ni la separación de
poderes determinada, no tiene Constitución.”
(Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano de 1789)

Más allá de las doctrinas y opiniones acerca de la finalidad política y técnica del
principio de separación de los poderes o división de los poderes, no se tienen dudas
acerca de lo fundamental que es para el Estado de Derecho. Esta posición racional y
pacífica es la que permite hoy en día seguir hablando de dicho principio y
postulándolo como una de las instituciones donde pivota el constitucionalismo y el
Estado Democrático de Derecho en los términos que viene aspirando la cultura
política occidental. Aún resulta válida y actual aquella reflexión de Montesquieu
cuando afirmó que: "para que uno no pueda abusar del poder, es necesario que,
mediante la disposición de las cosas, el poder detenga el poder". Así, la separación o
división de poderes se ha visto como una especie de garantía que equilibra el ejercicio
del poder público a través de un sistema de pesos y contrapesos y como un principio

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consustancial a los regímenes democráticos, al punto que hoy resulta lógico e
indudable afirmar que no se puede concebir o predicar la existencia material de un
Estado Democrático de Derecho sin que se cumpla el principio o garantía de la
división de poderes.

Cónsono con lo anterior, nuestra Constitución vigente en su artículo 136 establece


que “El Poder Público se distribuye entre el Poder Municipal, el Poder Estadal y el
Poder Nacional. El Poder Público Nacional se divide en Legislativo, Ejecutivo, Judicial,
Ciudadano y Electoral. Cada una de las ramas del Poder Público tiene sus funciones
propias, pero los órganos a los que incumbe su ejercicio colaborarán entre sí en la
realización de los fines del Estado.”. En tal sentido, aun cuando la redacción de dicho
artículo pudiera resultar un tanto ambigua dado que favorece lo técnico que implica
una división o distribución de funciones, pero no una separación, una interpretación
acorde a los principios y valores de la Constitución y a nuestra tradición republicana
no debe dar lugar a dudas que nuestro sistema jurídico-político preceptúa la
separación o distribución del poder público con la finalidad de garantizar el debido
ejercicio de dicho poder y el respeto a los derechos consagrados en nuestra norma
suprema a través de los controles y limitaciones que se pueden imponer
recíprocamente los poderes públicos. Como ya referimos con anterioridad, una
exigencia del Estado Constitucional o el Estado Social de Derecho es que los poderes
públicos se encuentren separados, o lo que técnicamente resulta más idóneo, que las
funciones públicas estén distribuidas entre muchas individualidades autónomas e
independientes, de modo que no se concentre el poder, sino que se equilibre.

Desde la llegada del chavismo a Venezuela, y aun cuando puede resultar normal
cierta uniformidad político-partidista e ideológica en los poderes públicos de un nuevo
o reformado Estado como producto de una revolución, no es menos cierto que en el
caso de nuestro país ese compromiso ideológico a la “revolución bolivariana” y al
“legado del Comandante Chávez” ha terminado en una total sumisión de los poderes
públicos y sus representantes, al régimen Chavo-Madurista o al “socialismo del siglo
XXI”, lo que ha resultado en una práctica desaparición o violación del principio de
separación de poderes afectándose así muchas de las garantías constitucionales
consagradas en la Constitución. Como evidencia de esta afirmación, es un hecho
notorio e innegable que a la cabeza de los poderes públicos de la distribución
propuesta por la Constitución de 1999, es decir, Legislativo, Ejecutivo y Judicial, y los
dos nuevos, Poder Ciudadano (que comprende los órganos con autonomía funcional
como el Ministerio Público, el Defensor del Pueblo y la Contraloría General de la
República) y el Poder Electoral (Consejo Nacional Electoral), han estado personas
claramente identificadas políticamente o ideológicamente con la denominada
revolución “bolivariana”, al punto de haber sido funcionarios del Ejecutivo Nacional y

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ha sido evidente que sus decisiones o actos han tenido como fin proteger los intereses
particulares del gobierno Chavo-Madurista aun cuando estos puedan resultar
totalmente contrarios a la Constitución y al ordenamiento jurídico, de lo cual se puede
afirmar que los poderes públicos en vez de garantizar el cumplimiento de la
Constitución y ejercer sus atribuciones para el cumplimiento de los fines del Estado,
han sido un instrumento para el afianzamiento del autoritarismo y para la violación
recurrente de los derechos y garantías constitucionales.

Ante esta innegable y lamentable situación, la inferencia lógica ante la inobservancia


de las normas, principios y valores establecidos en la Constitución que instituyen la
garantía de separación o distribución de poderes como piedra angular para la
configuración y efectividad de un régimen político como democrático, propio de un
Estado de Derecho garante de los derechos y libertades, montado sobre la idea del
control del poder, es que esta se viola o incumple, por lo que se puede afirmar que no
existe tal Estado de Derecho, al menos en los términos que la norma suprema
prescribe.

IV
El principio de legalidad

“Cuando termina la ley empieza la tiranía” (Henry Fielding)

Al hilo de los principios anteriores, debemos referirnos al ya casi antiguo principio de


legalidad, aquél principio que fue uno de las principales conquistas frente al
absolutismo. Tal principio que propugna la superioridad de ley frente a las decisiones
de poderes públicos en garantía de los derechos de los ciudadanos, sigue estando en
vigencia pero con los cambios que viene exigir el Estado Constitucional como obra
acabada del Estado de la legalidad formal y la Ley como única fuente de Derecho.
Hoy parece indiscutible poner en duda dicho principio como uno de los pilares
fundamentales del moderno Estado de Derecho; en efecto, nuestra Constitución
vigente lo consagra en su artículo 137 y se verifica en otros preceptos contenidos en
otros de sus artículos8, de lo cual podemos inferir, que la presencia o referencia al
principio de legalidad a lo largo de la topografía constitucional es una evidencia de la
afirmación que hiciera el Maestro Moles Caubet, al expresar que “el principio de
legalidad no puede quedar plenamente expresado en una única norma constitucional
por cuanto domina todo el Ordenamiento Jurídico de cuya coherencia interna es factor

8
De acuerdo al profesor Carlos Luis Carrillo Artiles, al menos 21 artículos del texto constitucional refuerzan el artículo
137 de la Constitución, y por ende reconocen sin dudas el principio de legalidad. (http://www.carrilloartiles.com/wp-
content/uploads/La-ampliación-cuantitativa-del-Principio-de-Legalidad-en-la-Constitución-de-1999-Homenaje-Brewer.pdf)

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decisivo.”9

El principio de legalidad, como refiere Santiago Muñoz Machado10, sigue siendo una
noción clave en el Estado constitucional que apenas requiere justificaciones, puesto
que en su formulación, el elemento esencial sigue siendo, persistentemente, la
limitación del poder para preservar una esfera autónoma de acción y de realización de
los ciudadanos que se patenta con las limitaciones que se imponen a su vez a los
poderes públicos por orden de la Ley, pues es ella la que dicta límites de lo que estos
pueden hacer, dado que la libertad como principio esencial implica que todo lo que no
está prohibido [por Ley] está permitido y que toda limitación a esa libertad, que
podemos llamar “intervención”, debe estar autorizada previamente para que el actuar
de los órganos de los poderes públicos se ajuste a la Ley y al Derecho, todo lo cual
significa y termina en una garantía.

Como fundamento principal del principio de legalidad o de la primacía de la Ley para


la protección de las libertades de los ciudadanos y como límite al ejercicio del poder
público, se encuentra el presumido origen democrático de las leyes, es decir, su
elaboración y aprobación por parte del órgano del poder público que es representante
de la soberanía popular, el poder legislativo representado en la Asamblea Nacional,
cuerpo que tiene -o debe tener- la principal característica de que es una fuente de
representación democrática y plural, puesto que los diputados son representantes o
mandatarios de los ciudadanos que los han elegidos como tal. De tal manera, que a la
Ley se le adjudica esa legitimidad democrática –siempre regulada por la Constitución-
que le permite establecer limitaciones en el ejercicio de los Derechos y en el ejercicio
del poder.

Cabe considerar, que la primera regla o barrera defensiva para que se patente el
principio de legalidad, es que la Ley en su origen, formación y contenido final, sea
conforme a la Constitución, principal fuente del ordenamiento jurídico -y premisa sobre
la cual se puede hablar de Estado social de Derecho- por lo que toda Ley que sea
contraria o viole esa norma suprema es, en consecuencia, nula, dada que la barrera
inicial e infranqueable de los derechos y garantías de todos los ciudadanos es la Carta
Fundamental, es decir, la Constitución.

Pero como hemos venido analizando, la sola existencia del principio de legalidad en el
articulado de nuestra Norma Suprema, no es garantía de su vigencia y efectividad,
deben igualmente observarse y cumplirse otros principios y/o los controles para ello,

9
El principio de legalidad y sus implicaciones, publicaciones del Instituto de Derecho Público N ° 3, Universidad Central
de Venezuela, Caracas, 1974.
10 Tratado de Derecho Administrativo y Derecho Público General, Tomo I, Iustel, Madrid, España 2009.

pág. 10
tales como la conformidad no solo de las leyes, sino también del resto de los actos
normativos sublegales con la Constitución en virtud el principio de primacía
constitucional11, y que los mecanismos de control y garantía de constitucionalidad
cumplan con sus objetivos de protección, punto que abordaremos más adelante.

En este contexto, y aun cuando no es la finalidad de este ensayo una revisión crítica
detallada sobre la constitucionalidad de la legislación surgida con el régimen chavista-
madurista, son hechos hartamente conocidos. La flagrante y evidente
inconstitucionalidad de la mayoría de leyes dictadas con posterioridad al año 1999, al
colmo de ser, no solo abiertamente contrarias a la Constitución vigente, sino que
arbitrariamente contemplan regulaciones que busca prescindir precisamente de las
garantías constitucionales establecidas a favor de los ciudadanos y de sus libertades
públicas, con la adición que los órganos a los que corresponde el control de
protección de la constitucionalidad y la tutela frente a las normas inconstitucionales no
actúan conforme a la norma fundamental para su protección, sino que sirven de
instrumento de apoyo a sus violadores y a sus intereses. Toda esta anomalía, viene
produciendo en Venezuela el indeseado y dañino fenómeno de la arbitrariedad y
discrecionalidad de los órganos del poder público. Sobran los ejemplos de
actuaciones y “órdenes” expuestas en los medios de comunicación que terminan
mostrando el peor rostro de la decadencia del Estado de Derecho y el auténtico rostro
de quienes hoy detentan el poder público en Venezuela. Siendo esto así, si las leyes y
otros actos normativos son contrarios o violatorios a la Constitución y los órganos del
poder público actúan al margen de aquellas leyes y actos que sí resulten
constitucionales, no se puede afirmar que exista efectivamente el modelo de Estado
que traza la Carta Fundamental y en consecuencia no exista el Derecho que precisa
nuestra Constitución.

V
La garantía jurisdiccional de la Constitución y de los Derechos

“La justicia es la reina de las virtudes republicanas


y con ella se sostiene la igualdad y la libertad”
(Simón Bolívar)

Al hilo de todo lo referido con anterioridad, un punto medular es analizar y evaluar lo


que refiere a las garantías que dispone la Constitución para hacer frente a las

11A decir de Antonio Manuel Peña Freire: “…la primacía constitucional, característica del correlativo modelo de Estado
exige considerar que todo el sistema jurídico tiene su origen en la constitución, que, por lo tanto, ejerce una función
normativa respecto de todos los desarrollos posteriores que son ejecutivos de los previsto por la constitución.” (La
garantía en el Estado constitucional de derecho, editorial Trotta, Madrid, 1997)

pág. 11
violaciones que se hacen en su contra y así recuperar su vigencia y efectividad o para
las violaciones de los derechos de los ciudadanos que esta contempla. Vale destacar,
que a los principios a los cuales nos hemos referido no son una realidad per se,
constituyen aspiraciones que han tomado la forma de prescripciones o mandatos que
se deben cumplir y que forman parte de las expectativas necesarias que requiere la
sociedad para desarrollarse y vivir en una comunidad de relaciones medianamente
previsibles y se dé un ambiente sustentado en la seguridad jurídica y en la paz
pública.

Cuando se violan los principios y los valores que sustentan el Estado de social de
Derecho establecido en la Constitución, específicamente los derechos y garantías de
los ciudadanos que son causa y finalidad de ella, queda acudir a una garantía que se
puede llamar esencial; que es la posibilidad real y efectiva de acudir a los órganos
encargados de impartir justicia conforme a la Constitución y la leyes (constitucionales,
vale destacar) y lograr con su decisión (sentencia) que sus derechos sean finalmente
restituidos y las situaciones jurídicas infringidas sean reestablecidas. Para ello, es
necesario que existan los órganos judiciales llamados a cumplir esa garantía de
garantías, los cuales deben ostentar algunas características o atributos tales como su
independencia12, la formación y ética y estabilidad de los jueces y la sujeción total de
sus decisiones a la Constitución y al Derecho, y que finalmente sus decisiones sean
ejecutivas y ejecutorias como evidencia de haberse hecho justicia, cuestión que sin
duda es una de las razones por la cuales el hombre decidió vivir en sociedad y en paz
bajo el imperio del Estado y de sus reglas que conforman finalmente el Derecho. Así
pues resultan claras e indudables las palabras del maestro español, Jesús González
Pérez, cuando afirma que: “La justa paz de la comunidad únicamente es posible en la
medida en que el Estado es capaz de crear instrumentos adecuados y eficaces para
satisfacer las pretensiones que ante el mismo se formulan. Pues si los anhelos de
justicia que lleva en lo más íntimo de su ser todo hombre no encuentran satisfacción
por los cauces pacíficos instaurados por el Estado, por fuerte y brutal que sea la
máquina represiva, será desbordada por aquella búsqueda desesperada de la
justicia”13.

Esta garantía o garantía de garantías, puede verse desde dos perspectivas14; desde la
perspectiva de la justicia constitucional o justiciabilidad de la propia Constitución,
representada en la tutela que debe brindar un órgano jurisdiccional para que no se

12
Y acá de nuevo volvemos a pasearnos por el principio de separación de poderes o de funciones como pilar del Estado
Democrático y Social de Derecho.
13 El derecho a la tutela jurisdiccional, tercera edición, editorial Civitas, Madrid, 2001.
14
A los fines de este ensayo, proponemos esta perspectiva, aunque técnica y académicamente se separan el control de
la constitucionalidad o justicia constitucional de la garantía constitucional de la tutela judicial efectiva.

pág. 12
viole o menoscabe por parte de otros poderes públicos dicho pacto fundamental, en el
caso de Venezuela, por la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, a
quien corresponde de conformidad con el artículo 355 de la carta fundamental dado
que la Constitución como pacto social, origen, fundamento y garantía de los derechos
de los ciudadanos, también requiere su propia tutela judicial; se advierte, que su
irrespeto o violación, es también irrespeto o violación de todos los ciudadanos, puesto
que ella también es una decisión soberana de aquellos. En este mismo orden de
ideas, tal como expresamos con anterioridad, no se podrá afirmar la existencia de la
Constitución sino existe una garantía de protección para ella misma, es decir, la
jurisdicción constitucional, aquella de la cual el maestro García Pelayo afirmó que:
“asegura y perfecciona el Estado de Derecho, más aún, representa su “coronación””15

Desde la perspectiva de la protección jurisdiccional de los derechos de los ciudadanos


o la garantía de la tutela judicial efectiva, que es la garantía constitucional que tiene
toda persona a acudir a un juez para que se le satisfaga una pretensión de y con
justicia. En este sentido, la Constitución vigente en su artículo 26 establece que “Toda
persona tiene derecho de acceso a los órganos de administración de justicia para
hacer valer sus derechos e intereses, incluso los colectivos o difusos; a la tutela
efectiva de los mismos y a obtener con prontitud la decisión correspondiente.”, de lo
que recalca ese carácter de “garantía de las garantías” y su preponderancia en los
derechos de los ciudadanos, puesto que estos carecerían de sentido y de sustento sin
una herramienta efectiva para su protección que es como refiere Antonio Manuel Peña
Freire “la funcionalización de un poder del Estado a la garantía de derechos e
intereses legítimos de los ciudadanos a través de la corrección de la ilegitimidad del
conjunto de relaciones, procesos y actos de ejecución y producción jurídicas respecto
de los valores y principios constitucionales que informan todo el ordenamiento”16

Pero la realidad de esta garantía en Venezuela, dista de ser la que el artículo 26 de la


Constitución postula, además de la falta de estabilidad y preparación de los jueces17,
se le une la designación de estos funcionarios por su sometimiento o militancia a los
partidos o células políticas del régimen Chavista-Madurista, lo que les resta capacidad
y la libertad para proveer justicia con base a la Constitución y a las leyes, llegando
incluso a que terminen siendo no más que cómplices de las más atroces violaciones
de Derechos Humanos a través de autos y sentencias que son desde el punto de vista
formal y sustancial una vergüenza para el Derecho. A esta falta de jueces idóneos, se
le une la destrucción de la organización judicial representada en la falta o deterioro de
la infraestructura idónea tanto para los trabajadores del Poder Judicial, para los
15
El status del Tribunal Constitucional, en sus Obras Completas, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1991.
16 La garantía en el Estado constitucional de derecho, editorial Trotta, Madrid, 1997
17
Al menos en su mayoría.

pág. 13
jueces, usuarios y demás auxiliares de la justicia, lo que ha originado un mercado
negro de gestorías, trámites, impulsos y favores sustentados en la corrupción y en las
necesidades económicas de los trabajadores del Poder Judicial. Todo este penoso
panorama viene causando una falta de confianza en los órganos llamados a dirimir
controversias y administrar justicia, con lo cual la sociedad y sus ciudadanos se alejan
del Derecho y de las normas jurídicas para retornar a la oscuridad de la justicia más
primigenia y salvaje, cuestión que incide negativamente en el ejercicio de la abogacía,
puesto que los abogados dejan de ser necesarios o terminan siendo a lo sumo
gestores o conocedores de trampas y de “contactos”, puesto que el ejercicio del
Derecho se ha deformado hasta ser un oficio de resolver exigencias o trámites
documentales, como conseguir un permiso, una autorización o registro de un
organismo público.

Mención especial, merecen los “magistrados” del Tribunal Supremo de Justicia, es


decir, aquellos funcionarios que deben representar la cúspide del Poder Judicial, y los
cuales, los llamados a proteger la Constitución, es decir, los de su Sala Constitucional,
han demostrado su falta de idoneidad académica y ética para ejercer una función que
es la terminación y garantía final del Estado de Derecho. En tal sentido, ha sido
notoria la elección de los “magistrados” del Tribunal Supremo de Justicia en
contravención de lo dispuesto en el artículo 263 de la Carta Magna, además de haber
estado plagada de irregularidades y de espaldas incluso a una ley impulsada y
aprobada por el mismo régimen, como la Ley Orgánica del Tribunal de Supremo de
Justicia, al colmo de designarse magistrados con antecedentes penales o claramente
comprometidos con la tendencia política del régimen y con su plan de exterminación
de la República, al colmo de existir “magistrados” militantes o diputados del partido de
gobierno como el PSUV.

Ante esta situación, resultan entonces obvias las “sentencias” de estos magistrados
de la sala constitucional del TSJ que han venido destruyendo la Constitución,
convalidando estados de excepción que hoy son “estados de regla” y que han
coronado la desaparición de la soberanía y voluntad del pueblo venezolano
“fundamentando” la existencia de una clara, inconstitucional, básicamente indiscutible
e ilegítima asamblea nacional constituyente18 que se arroja sin limitación alguna
poderes “plenipotenciarios”, lo que en la práctica ha dejado sin Constitución a la
República a través de adefesios legales como las “leyes constitucionales” y los
“acuerdos de la plenaria”, actos mediante los cuales se está destruyendo lo poco que
18
A los fines de profundizar los fundamentos de esta afirmación véase la magnífica obra de 756 páginas con trabajos de
reconocidos autores en Derecho Constitucional y Derecho Administrativo, titulada: Estudios sobre la Asamblea Nacional
Constituyente y su inconstitucional convocatoria en 2017, Compiladores: Allan R. Brewer-Carías y Carlos García Soto,
que puede verse a través de: http://allanbrewercarias.net/site/wp-content/uploads/2017/07/ESTUDIOS-SOBRE-LA-AN-
CONSTITUYENTE-25-7-2017.pdf.

pág. 14
queda de constitucionalidad. En este sentido, estos “magistrados” y “abogados” se
han venido comportando, con el respeto del auténtico significado de la palabra jurista,
como los “juristas del horror” del nacional-socialismo de Hitler a los cuales refiere Ingo
Müller, en un libro que se torna de obligatoria lectura para los abogados
venezolanos19.

Ante esta notoria y muy sentida realidad, especialmente para los abogados, la
“garantía de garantías”, representada en la confiabilidad y la certeza que debe brindar
el sistema de justicia, resulta inexistente en Venezuela20, puesto que los tribunales y
jueces de la república, en su mayoría, son cómplices de un sistema antidemócratico y
opresor cuya función es dar estabilidad a los actos contrarios a la Constitución y que
niegan o menoscaban los derechos de los venezolanos21, al límite que los tribunales
en Venezuela también se han convertido en verdugos de la disidencia, del ejercicio de
la política y de la libertad de expresión, de allí que sobren los casos de condenas sin
sentencia o con sentencias por “traición a la Patria” y a través de las cuales se le han
violado el sacro derecho de la libertad a centenares de venezolanos.

Ante este escenario, el abogado venezolano se ve forzado actuar en un sistema de


justicia donde el Derecho y los derechos no son más que letra muerta y en el cual su
labor, es decir, procurar que se tutelen los derechos establecidos en la Constitución y
el resto del ordenamiento jurídico, se convierte en una utopía. Siendo esto así, es

19
Me refiero a la obra titulada Los Juristas del Horror, la “justicia” de Hitler: El pasado que Alemania no puede dejar
atrás, en la cual refiere a situaciones que aun cuando pasaron en la Alemania nazi, parecen estarse dando en
Venezuela; por ejemplo, refiere el prólogo a la edición española lo siguiente:
“¿Qué pasa cuando la justicia deja de ser independiente y se hace política? ¿Qué ocurre cuando la justicia se pliega a
los amos del poder de un país? En el caso de la Alemania nazi, lo que pasó fue inenarrable: No menos de seis o siete
millones de ciudadanos, hombres, mujeres y niños, asesinados en un santiamén. Millones de desplazados, de muertos
de hambre y enfermedades. Centenares de miles de ciudadanos perseguidos y martirizados. Miles de personas
inocentes privadas de sus derechos más elementales. Centenares de miles de seres humanos condenados por jueces y
fiscales que actuaban, aparentemente, bajo el imperio de la Ley. (Los Juristas del Horror, la “justicia” de Hitler: El pasado
que Alemania no puede dejar atrás, Ingo Müller, traducción de Carlos Armando Figueredo, Ediciones Rosa Mística
LTDA, 2009)
20
La práctica inexistencia de la Justicia en un país, es un claro indicador de calidad de su sistema democrático y para
calificar un Estado. Sirva la siguiente reflexión para apuntalar tal afirmación: “Por algo, entre los indicadores que se
toman en cuenta para calificar a un Estado como fallido, están la debilidad y dependencia del sistema de administración
de justicia de ese Estado. En dos de los cuatro elementos que menciona Atienza, los abogados son protagonistas
principales (todos los jueces son abogados) y en los otros dos, los profesionales del Derecho también tienen incidencia o
participación (solución de controversias y el sistema policial). Entonces, pareciera que hay una relación directa entre los
abogados y el grado de juridicidad de un Estado. A mayor exigencia tanto en la preparación como en el ejercicio
profesional de los abogados, mayor incidencia en el avance de la cultura jurídica del país. Y por supuesto, también, todo
lo contrario. A menor exigencia para ser abogado y mantenerse como abogado habilitado, menor juridicidad y por ende,
mayor impunidad. (https://www.plazapublica.com.gt/content/ubi-societas-ibi-ius)
21
Para ahondar sobre la parcialidad o complicidad del TSJ en la arbitrariedad y desconocimiento del Derecho, puede
consultarse la obra: El TSJ al servicio de la revolución: la toma, los números y los criterios del TSJ venezolano (2004-
2013), por Antonio Canova González, Luis Alfonso Herrera Orellana y Rosa E. Rodríguez Ortega. Editorial Galipán,
Caracas, 2014.

pág. 15
lógico afirmar que en Venezuela, no existe el Estado de Derecho que propugna la
norma fundamental vigente, puesto que este, como resultado de la civilidad, debe su
existencia a la necesidad y acuerdo de protección y de garantía de justicia de y para
los ciudadanos que le dan vida y lo condicionan, por lo que resulta un axioma o
verdad monumental la reflexión de Sigmund Freud: “El primer requisito de la
civilización es el de la justicia.”

VI
El Derecho y el Ejercicio de la Abogacía en Venezuela, la lucha constante
– A modo de una breve conclusión-

“Ubi societas, ubi Ius” (Donde hay sociedad hay Derecho)

Teniendo como contexto, los análisis y las reflexiones expuestas en los apartados
anteriores, podemos decir, aunque luzca contradictorio, que en Venezuela existe el
Derecho; pero un derecho en su versión más salvaje, retrógrada y ajena la civilidad y
a la justicia. Lamentablemente en nuestro país existe un “derecho” que se crea día a
día por personas arbitrarias, indolentes y algunos abogados mediocres sin el más
mínimo sentido de civilidad y respeto a los ciudadanos. Existe un “derecho”
“formalizado” con un conjunto de leyes y normas creadas en interés y uso de un
régimen cuyo despotismo en un hecho notorio y comunicacional a nivel mundial, aun
cuando algunos gobiernos que comparten sus dogmas, se empeñen en negarlo en
una especie de favor o simbiosis política, ese “derecho” que no es más que la
violación reiterada de la Constitución y de los derechos y libertades de los
venezolanos; es la negación de lo que los venezolanos queremos ser.

El “derecho” del régimen Chavista-Madurista se fundamenta en la falacia legalista;


como decir que se está en un estado de derecho y que existen leyes que se cumplen,
solo basta la cantidad de decretos, leyes y actos administrativos que son dignos de
ser recordados en la posteridad como evidencia del más claro irrespeto de las
instituciones básicas del Derecho, del constitucionalismo moderno y hasta de la razón,
como la Ley del Odio, que es una “ley constitucional”, obra de un órgano totalmente
inconstitucional que niega la Constitución, omite la voluntad soberana del pueblo y
mata la República. Hay un “derecho” en las gacetas oficiales, en los organismos
públicos, en los tribunales y los funcionarios públicos, pero no es el Derecho que debe
existir de acuerdo nuestra Norma Fundamental, no es el Derecho que los ciudadanos
venezolanos quieren y merecen, no es el Derecho que los abogados debemos
aceptar.

pág. 16
Hay una premisa que debemos tener presente, y es que el Derecho es una institución
eminentemente humanista y social, este existe porque él debe significar la paz que es
la expectativa de los ciudadanos de que sus derechos serán respetados y que, en
caso de conflicto, se administrará justicia conforme a Derecho. En Venezuela el
Derecho, o más bien las leyes, se han convertido en una herramienta de dominación,
en una fórmula de la arbitrariedad y en la voluntad de quienes detenta el Poder, se ha
convertido en burocracia laberíntica e inútil, en fuente de corrupción, en arma leguleya
de tiranos y de funcionarios arbitrarios, en el logro de un papel con la firma y un sello
de funcionario, en inagotables trámites, en vacunas; el Derecho ha dejado de ser un
instrumento de justicia y paz para convertirse en una pesadilla kafkiana que los
ciudadanos no quieren tener y de la cual los abogados queremos despertar.

Este análisis y esta opinión debe llevar a los venezolanos y especialmente a los
abogados a negar y a combatir ese “derecho” tristemente existente en Venezuela,
esto implica luchar para lograr el verdadero Derecho; ese que dibuja nuestra
Constitución, ese que vimos en las cátedras universitarias, ese que leemos en los
libros, ese que ha costado un sin número de los más diversos sacrificios a lo largo de
la historia de la humanidad de nuestra historia republicana. En este sentido, el
abogado venezolano debe saber que le toca ejercer en un ambiente hostil, ese que no
fue enseñado o referido en la universidad, el abogado debe ser estratégico y paciente
para combatir lo que no debe ser, y dar la lucha constante por el deber ser, tratando
que la verdad y el Derecho prevalezca o que en su defecto se siembre aun en las
mentes y en las decisiones que lo niegan, para que vaya germinando hasta la espera
de tiempos mejores, donde brotará para construir un país de Derecho y de justicia
real.

El abogado venezolano debe combatir la tentación y evitar la derrota de hacerse una


pieza más del sistema instituido, ello debe llevarlo a aprender y a conocer el
verdadero Derecho, aun cuando le toque tratar o enfrentarse a jueces u otros
funcionarios que lo niegan o lo desconocen, debe sobreponerse y luchar porque el
Derecho conforme a la Constitución y a nuestra tradición republicana prevalezca y eso
implica la lucha por el establecimiento de la verdad y la búsqueda infatigable del
conocimiento como única herramienta idónea para identificar la verdad. El abogado en
su hablar, en su actuar, en su escribir, en su ejercicio y en su desempeño como
ciudadano debe ser la negación y rebeldía ante el derecho que se buscan implantar
en Venezuela, un derecho simplemente utilitario a los que ostentan el poder, un
derecho de la arbitrariedad, un derecho que niega la libertad y la justicia, ese
“derecho” que niega el Derecho al que se refiere von Ihering22, es decir, aquél que
22
Rudolf von Ihering y su obra La Lucha por el Derecho, se convierte hoy en un libro que todo abogado deber leer o
releer, de allí que en esta parte hagamos un uso recurrente de las reflexiones de este insigne jurista alemán.

pág. 17
“posee y defiende el ser humano en su condición moral de existencia”, ese sin el cual
el ser humano “desciende al nivel del animal”.

También, los tiempos y el “derecho” actualmente instituido por el régimen, obligan a


una revisión y rescate de la carrera de la abogacía, pues es la oportunidad de
rescuperar y enaltecer a algunos héroes que han sido relegados por nuestra historia,
la cual se le ha dado mayor relevancia a otros héroes que ganaron la gloria por sus
acciones con la guerra y las armas (necesarias en la circunstancia histórica).
Venezuela y la libertad que se ganó en su momento histórico, no solo es producto de
Simón Bolívar23 y de otros héroes militares como Francisco de Miranda, Antonio José
de Sucre, Rafael Urdaneta, Santiago Mariño y muchos otros, es también producto de
personajes como insignes abogados como Juan Germán Roscio24, Cristóbal
Mendoza25 y Andrés Bello26 que además sembraron los valores jurídicos y
republicanos de nuestro país. En este contexto histórico, los abogados somos
llamados a ser partícipes protagónicos en la lucha por el rescate de Venezuela y el
Derecho.

Los abogados tenemos que tener presente y en nuestro favor, que nuestra carrera es
de las más antiguas de la humanidad, como refiere Remo Danovi27: “La fecha de
nacimiento [refiriéndose al abogado] no merece discusión alguna, situada en la noche
de los tiempos: “el primer hombre que defendió a su semejante contra la injustica, la
violencia o el fraude, con ayuda de la razón y de las palabras, éste fue el primer
abogado”. Así podemos decir, que hemos estado presente en las grandes luchas de la
historia de la humanidad, hemos sido testigos presenciales y protagonistas de esa
23
Bolívar quien admiró a Napoleón Bonaparte y su obra, dentro de la cual destaca la construcción y codificación del
Derecho francés, también fue un ávido jurista, redactó constituciones y leyes, de allí que el 3 de junio de 1826, la
Universidad Mayor de San Marcos de Lima, le confirió a Simón Bolívar el título de Doctor en Derecho, en ese acto "el
claustro limeño reconocía en Bolívar sus profundos conocimientos en las ciencias jurídicas, autor de leyes y de
constituciones".
24
Abogado, periodista, escritor y político y escritor fue redactor de La Gazeta de Caracas y director del Correo del
Orinoco, primer canciller, jefe del ejecutivo durante la Primera República de Venezuela, inspirador y redactor del Acta de
Proclamación de la Independencia (19 de abril de 1810), del Acta de la Independencia (5 de julio de 1811), del
Reglamento Electoral para la elección del Primer Congreso, de la Primera Constitución de Venezuela y Nuestra América,
Presidente del Congreso de Angostura de 1819 y vicepresidente de la Gran Colombia. Destaca en su haber, su obra
Triunfo de la Libertad sobre el Despotismo.
25
El abogado y político José Cristóbal Hurtado de Mendoza y Montilla fue el primer presidente de Venezuela tras la
declaración de independencia respecto del Imperio español, fue el primero en presidir el triunvirato del Poder Ejecutivo
establecido por el Congreso de 1811 y desempeñó el cargo durante poco más de un año. Vale destacar que durante
este período formó parte de la Asamblea Constitucional que diseñó y promulgó la primera Constitución de Venezuela en
diciembre de 1811. (Briceño Perozo, Mario (1999). «Vol. 3». Mendoza, Cristóbal, Diccionario de Historia de Venezuela.
Caracas: Fundación Polar.)
26
Jurista, educador, filósofo, y uno de los más importantes humanistas de América, participó activamente en el proceso
revolucionario que llevaría a la Independencia de Venezuela, en los sucesos del 19 de abril de 1810 y nombrado Oficial
Primero de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
27
La imagen del abogado y su reflejo. Editorial Bosch, S.A., Barcelona, España.

pág. 18
batalla que parece nunca acabar y que ha sido la lucha por la libertad y la justicia,
hemos sido los artífices del sistema jurídico-político que representa lo más cercano a
la a la razón, a la civilidad y al humanismo -aún con sus imperfecciones- que es la
democracia y la preminencia de los derechos humanos sobre cualquier capricho de
poder y opresión. Aunque pudiera sonar romántico y quijotesco, los abogados
debemos levantar siempre nuestra voz contra la injusticia y hacer valer el Derecho
como único medio idóneo para garantizar la paz y el ejercicio de nuestros derechos.

Como hemos referido, el esfuerzo debe apuntar a la recuperación o institucionalizar el


verdadero Derecho, aun cuando pueda resultar difícil y frustrante dada las
circunstancias que viene atravesando Venezuela. El abogado debe ser la reserva de
moralidad y ética necesaria para recuperar el país, la abogacía y el Derecho parecen
estar indefectiblemente atados a la lucha, lo cual nos lleva a referirnos nuevamente al
eminente von Ihering, cuando en su obra La Lucha por el Derecho afirma: “Si en esta
hipótesis [refiriéndose a las injusticias] el Derecho no lucha, es decir, no hace una
heroica resistencia contra aquella, se negará a sí mismo. Esta lucha durará tanto
como el mundo, porque el Derecho habrá de prevenirse siempre contra los ataques de
la injusticia. La lucha no es, pues, un elemento extraño al Derecho; antes bien, es una
parte integrante de su naturaleza una condición de su idea.”28

Considerando la reflexión del jurista alemán, el abogado venezolano debe resistir a lo


que no es Derecho, que en suma, es resistir a la injusticia, debe hacer resistencia
heroica contra la arbitrariedad y el despotismo, porque al negar el Derecho, el
abogado se negará así mismo. Pero debe tenerse presente, que esta es una lucha en
la que la victoria será fundamentada con la inteligencia, con el conocimiento y con la
razón, lo que le impone al profesional del Derecho a ser inteligente, suspicaz, a
conocer el verdadero Derecho y a ser bueno argumentando, pero todo esto se logra
con disciplina y pasión, lo que no debe perder nunca el abogado es la virtud de la fe,
por lo que finalizo estas reflexiones con necesarias y alentadoras palabras del inmortal
Eduardo Couture:

“Ten fe en el Derecho, como el mejor instrumento para la convivencia


humana; en la Justicia, como destino normal del Derecho; en la paz,
como sustitutivo bondadoso de la Justicia. Y sobre todo, ten fe en la
libertad, sin la cual no hay Derecho, ni Justicia ni paz.”

28
La Lucha por el Derecho, Editorial Heliasta, Buenos Aires Argentina, 1993.

pág. 19

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