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PARTE 1 DEL HOMBRE CAP. 13 CAPITULO XII De la conpicién waturat del Género Humano, en lo que Concierne a su Felicidad y su Miseria La Naturaleza ha hecho a los hombres tan iguales en las facultades del cuerpo y del espiritu que, si bien un hombre es, a veces, evidentemente, mis fuerte de cuerpo 0 mas sagaz de nto que otro, cuando se considera en conjunto, la entre hombre y hombre no es tan importante que uno pueda reclamar, a base de ella, para si mismo, un bene- ficio cualquiera al que otro no pueda aspirar como él. En efecto, por lo que respecta a la fuerza corporal, el mas débil tiene bastante fuerza para matar al mis fuerte, ya sea me- diante secretas maquinaciones 0 confederindose con otro que se halle en el mismo peligro que él se encuentra, En cuanto a las facultades mentales (si se prescinde de Jas artes fundadas sobre las palabras, y, en particular, de la destreza en actuar segtin reglas generales ¢ is se lama ciencia, arte que pocos tienen, y aun pocas cosas, ya que no se trata de una facultad innata, 0 na- cida con nosotros, ni alcanzada, como la prudencia, mi perseguimos algo distinto) yo encuentro an una igualdad mis grande, entre los hombres, que en Jo referente a la fuerza, Porque la prudencia no es sino experienc hombres alcanzan por igual, en tiempos aquellas cosas a Ins cuales se consagran por igual. Lo que sca puede hacer incresble tal igualdad, no es sino un vano concepto de la propia sabidurfa, que a mayor parte de los horebres piensan poscer en mis alto grado que el comin de las gentes, es decir, que todos los hombres con excepcién de ellos mis- mos y de unos pocos mas a quienes reconocen su val por la fama de que gozan o por Ja coincidencia con ellos mismos. Tal es, en efecto, la naturaleza de los hombres que 100 PARTE 1 DEL HOMBRE CaP. 13 si bien reconocen que otros son més sagaces, mis elocuentes © mis cultos, dificilmente Iegan a creer que haya muchos tan sabios como ellos mismos, ya que cada uno ve su propio talento a Ja mano, y el de los demas hombres a distancia. Pero esto 3 lo que mejor prucba que los hombres son en este punto mis bien iguales que desiguales. No hay, en efecto y de or~ dinario, un signo més claro de distrib al de una cosa, que el hecho de que cada hombre esté satisfecho con Ia por én que le corresponde. De esta igualdad en cuanto a Ja capacidad se deriva Ja jgualdad de esperanza respecto a Ja consecucién de nuestros fines. Esta es la causa de que si dos hombres desean la misma cosa, y en modo alguno pueden disfrutarla ambos, se vuelven enemigos, y en el camino que conduce al fin (que es, princi- palmente, su propia conservacién y a veces su delectacién tan sélo) tratan de aniquilarse 0 sojuzgarse uno a otro. De aqui que un agresor no teme otra cosa que el poder singular de otro hombre; si alguien planta, siembra, construye 0 posee un lugar conveniente, cabe probablemente esperar que vengan otros, con sus fuerzas unidas, para desposeerle y privarle, no sélo del fruto de su trabajo, sino también de su vida o de su libertad. Y el invasor, a st vez, se encuentra en el mismo peligro con respecto 2 otros. Dada esta situacién de desconfianza mutua, ningtin proze- dimiento tan razonable que un hombre se proteja 2 s{ mismo, como la anticipacién, es decir, el dominar por medio de la fuerza o por la astucia 0 todos Jos hombres que pueda, durante el tiempo preciso, hasta que ningtin otro poder sea capaz de amenazarle. Esto no es otra cosa sino lo que requiere su propia conservacién, y es generalmente permitido, Como algunos se complacen en contemplar su propio poder cn los actos de conquista, prosiguiéndolos més alli de lo que sa seguridad requiere, otros, que en diferentes circunstancias serfan felices manteniéndose dentro de limites modestos, si no aumentan su fuerza por medio de la invasi6n, no podrin sub sistir, durante mucho tiempo, si se sitéan solamente en plan defensivo. Por consiguiente siendo necesario, para Ia conser- vacén de un hombre, aumentar su dominio sobre los seme- jantes, se le debe permitir también, ror PARTE 1 DEL HOMBRE car, 13 ‘Ademis, los hombres no experimentan placer ninguno (si- no, por el contrario, un gran desagrado) reuniéndose, cuando no existe un poder capaz de imponerse a todos ellos. En efecto, cada hombre considera que su compafiero debe valorarlo del mismo modo que él se valora a si mismo. Y en presencia de todos Jos signos de desprecio o subestimaciéa, procura natu- ralmente, en la medida en que puede atreverse a ello (lo que centre quienes no reconocen ningin poder comiin que los su‘ete, es suficiente para hacer que se destruyan uno a otro), aran- car una mayor estimacién de sus contendientes, infligiéndoles algtin daiio, y de los demas por el ejemplo. Asi hallamos en la naturaleza del hombre tres causas prin- cipales de discordia, Primera, la competencia; segunda, la des- confianza; tercera, la gloria. [62] La primera causa impulsa a los hombres a atacarse para Jograr un beneficio; la segunda, para lograr seguridad; Ia ter- cera, para ganar reputacién. La primera hace uso de la violencia para convertirse en duefia de las personas, mujeres, nifios y ganados de otros hombres; 1a segunda, para defenderlos; la tercera, recurre a Ja fuerza por motivos insignific una palabra, una sonrisa, una opinién distinta, como cualquier otro signo de subestimacién, ya sea directamente en sus per- sonas 0 de modo indirecto en su descenden: en su nacién, en su profesié Con todo ello es mani los hombres viven sin un poder comin que los atemorice a todos, se hallan en Ia condicién estado que se denomina guerra; una guerra tal que es la de todos contra todos. Porque Ia GuERRA no consiste solamente en batallar, en el acto de lu- char, sino que se da durante el lapso de tiempo en que la sta de modo suficiente. Por ello la nocién del tiempo debe ser tenida en cuenta respecto a la naturaleza de Iz guerra, como respecto a la naturaleza del clima. En efecto, asi como la naturaleza del mal tiempo no radica en uno o dos chubascos, sino en Ja propensién a Hever durante varios dias, asi In naturaleza de la guerra consiste no ya en Ia lucha actual, sino en la disposicién manifiesta a ella durante todo el tiempo en que no hay seguridad de lo contrario, Todo el tiempo restante es de paz. 102 PARTE IT DEL ESTADO cap. 30 Por consiguiente, todo aquello que es consustancial a un mpo de guerra, durante el cual cada hombre es enemigo de demas, es natural también en el tiempo en que los hombres seguridad que Ja que su propia fuerza y su wencién pueden proporcionarles. En’ una situacién no existe oportunidad para 1a industria, ya que su fruto es incierto; por consiguiente no hay cultivo de la tierra, i ni uso de Jos articulos que pueden ser importados por mar, es confortables, ni instrumentos para mover y remover las cosas que requieren mucha fuerza, ni cémputo del tiempo, edad; y lo que es peor de todo, existe continuo temor y peligro de muerte violenta; y Ja vida del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve. A quien no pondere estas cosas puede parecerle extraiio que Ia Naturaleza venga a disociar y haga a los hombres aptos para invadir y destruirse mutuamente; y puedé ocurrir que no confiando en esta inferencia basada en las pasiones, desee, acaso, verla confirmada por Ja experiencia, Haced, pues, que se con sidere a si mismo; cuando emprende una jornada, se procura armas y trata de ir bien acompafiado; cuando va a dormir cierra hhs puertas; cuando se halla en su propia casa, echa la lave jo esto aun sabiendo que existen leyes y fun- armados para vengar todos los dafios que pinidn tiene, asi, de sus conciudadanos, cuando armado; de sus vecinos, cuando cierra sus puertas; de y sirvientes, cuando cierra sus arcas? ¢No significa esto acusar a la humanidad con sus actos, como yo lo hago con nis palabras? Ahora bien, ninguno de nosotros acusa con ello ala naturaleza humana, Los deseos y otras pasiones del hombre ro son pecados, en s{ mismos; tampoco lo son los actos que de las pasiones proceden hasta que consta que una ley las prohibe: que los hombres no pueden conocer las leyes antes, de que sean hechas, ni puede hacerse una ley hasta que los hombres se pongan de acuerdo con respecto a la persona que debe promulgarla. [63] caso puede pensarse que nunca existié un tiempo 0 con- en que se dieta una guerra semejante, y, en efecto, yo creo que nunca ocurtié generalmente asf, en el mundo entero; 103 PARTE 1 DEL HOMBRE car. 13 pero existen varios lugares donde viven ahora de ese modo, Los pueblos salvajes en varias comarcas de América, si se exceptia el régimen de pequefias familias cuya concordia depende de la concupiscencia natural, carecen de gobierno en absoluto, y vi actualmente en ese estado bestial a cualquier modo que sea, puede percibirse cual sera el género de vida cuando no exista un poder comtin que temer, pues el régimen de vida de los hombres que antes vivian bajo un go- bierno pacifico, suele degenerar en una guerra civil, un tiempo en que los hombres particulares se hallaran en una situaci6n de guerra de uno contra otro, en todas las épocas, los reyes y personas re- vestidas con autoridad soberana, celosos de su independercia, de continua enemistad, en la situacién y postura de los gladiadores, con Ias armas asestadas y los ojos fijos uno en otro. Es decir, con sus fuertes guarniciones y ca- fiones en guardia en Jas fronteras de sus reinos, con espias entre sus vecinos, todo lo cual implica tina actitud de guerra. Fero como a la vez defienden también la industria de sus stibditos, no resulta de esto aquella miseria que acompafia a Ja libertad de Jos hombres particulares. En esta guerra de todos contra todos, se da una consecuen- que nada puede ser injusto. Las nociones de derecho e ile- ia e injusticia estén fuera de lugar. Donde no hay poder comin, la ley no existe: donde no hay ley, no aay justicia, En Ja guerra, la fuerza y el fraude son las dos virtu- des cardinales. J € injusticia, no son facultades ni del distincién entre twyo y mio; s6lo pertenece a cada uno lo que puede tomar, y sélo en tanto que puede conservarlo, Todo ello puede afirmarse de esa miserable condicién en que el homsre se encuentra por obra de Ia simple naturaleza, si bien tiene una cierta posibilidad de superar ese estado, en parte por sus pasiones, en parte por su razéa. 104. PARTE 1 DEL HOMBRE CaP. 13, Las pasiones que inclinan a los hombres a Ia paz son el temor ala muerte, el deseo de Jas cosas que son necesarias para una vida confortable, y la esperanza de obtenerlas por medio del trabajo. La razén sugiere adecuadas normas de paz, a las cuales pueden Hegar los hombres por mutuo consenso. Estas normas son las que, por otra parte, se Haman leyes de naturaleza: a ellas voy a referirme, mas particularmente, en los dos capitulos siguientes. [64] 105 PARTE I DEL HOMBRE cap. 14 CAPITULO XIV De la Primera y de la Segunda LEYES NATURALES, ¥y de los conrraros EJ perectto pr warunateza, lo que los escritores Haman cominmente jus naturale, ¢s la libertad que cada hombre tiene de usar su propio poder como quiera, para Ia conservacién de su propia naturaleza, es decir, de su propia vida; y por consi- guiente, para hacer todo aquello que su propio juicio y razén lere como los medios mas aptos para lograr ese fin. yr ipERTAD se entiende, de acuerdo con el significado de la palabra, la ausencia de impedimentos externos, npedimentos que con frecuencia reducen parte del poder que un hombre tiene de hacer lo que quiere; pero no pueden impe- que use el poder que le resta, de acuerdo con lo que su io y razén le dicten. Ley de naturaleza (lex naturalis) es un precepto o norma general, establecida por la razdn, en virtud de Ja cual se pro- hibe a un hombre hacer lo que pucde destruir su vida o pri- varle de los medios de conservarla} o bien, o1 mediante lo cual piensa que pueda quedar su n preservada. Aunque quienes se ocupan de estas cuestiones acostumbran confundir jus y lex, derecho y ley, precise distinguir esos términos, porque el pEREcHO consiste en Ia li- bertad de hacer o de omitir, mientras que Ia Ley determina y obliga a una de esas di difieren tanto como la obligacién ‘| patibles cuando se refieren a una misma materia. La condicién del hombre (tal como se ha manifestado en el capitulo precedente) es una condicién de guerra de todos contra todos, en la cual cada uno esté gobernado por su propia razén, no existiendo nada, de lo que pueda hacer uso, que no le sirva de instrumento para proteger su vida contra sus 106 PARTE 1 DEL HOMBRE enemigos. De aquf se sigue que, en semejante co hombre tiene derecho a hacer cualquiera cosa, incluso cuerpo de los demis. Y, por consiguiente, mientras persiste exe derecho natural de cada uno con respecto a todas las cosas, no puede haber seguridad para nadie (por fuerte o sabio que sea) de existir durante todo el tiempo que ordinariamente a Naturaleza permite vivir a los hombres. De aqu un precepto o regla general de la razén, en virtud de la cual cada hombre debe esforzarse por la paz, mientras tiene la esperanza de lograrla; y cuando no puede obtenerla, debe buscar y utilizar todas las ayudas 'y ventajas de la guerra. La primera fase de esta regla contiene a Jey primera y funda- mental de naturaleza, a saber: buscar la paz y seguirla, La segunda, Ja suma del derecho de naturaleza, e3 decir: defen- dernos a nosotros mismos, por todos los medios posibles. De esta ley fundamental de naturaleza, mediante Ja cual se ordena a los hombres que tiendan hacia Ia paz, se deriva esta segunda ley: que uno acceda, si los demés consienten también, y mientras se considere necesario para la paz.y [65] defensa de si mismo, a renunciar este derecho a todas las cosas y a satisfacerse con la misma libertad, frente a los demés hombres, que les sea concedida a los demés con respecto a él mismo. En efecto, mientras uno mantenga su derecho de hacer cuanto le agrade, los hombres se encuentran en situacién de guerra, Y si los demas no quieren renunciar a ese derecho como él, 40 existe razén para que nadie se despoje de dicha atribucién, porque ello mas bien que disponerse a la paz significarfa ofre. cerse a si mismo como presa (a lo que no esté obligado ningfin hombre). Tal es la ley del Evangelio: Lo que pretendais que los demés os hagan a vosotros, hacedlo vosotros a ellos. Y esta otra ley de la humanidad entera: Quod sibi fieri non vis, slieri ne feceris, Renunciar un derecho a cierta cosa es despojarse a si nnismo de la libertad de impedir 2 otro el beneficio del propio derecho a la cosa en cuestién. \En efecto, renuncia9 atandona su derecho, no da a otro hombre un derecho que ‘ste iltimo hombre no tuviera antes. No hay nada 2 que un hombre no tenga derecho por naturaleza: solamente se aparta del camino de otro para que éste pueda gozar de su propio 107 PARTE 1 DEL HOMBRE car. 14 derecho original sin obsticulo suyo, y sin impedimento ajen ‘Asi que el efecto causado a otro hombre por Ia renuncia derecho de. alguien, es, en Gerto modo, disminucién de los impedimentos para’ el uso de su propio derecho originari Se abandona un derecho bien sea por simple renunciacién 0 por transferencia a otra persona, Por simple renunciaci cuando el cedente no se preocupa de la persona benefisinds por si renuncia. Por TRANSFERENCIA cuando desea que el be- neficio revaiga cn una 0 varias personas determinadas. Cuando tuna persona ha abandonado o transferido su derecho por cual- quiera de estos dos modos, dicese que esti OBLIGADO 0 L1GADO 2 no impedir el beneficio resultante a aquel a quien se con- cede o abandona el derecho. Debe aquél, y es su debe:, no hacer nulo por su voluntad este acto, Si el impedimento so- breviene, prodiicese INJUSTICIA 0 INJURL to que es sine jure, ya que el derecho se renuncié o transfirié anteriormente. ‘Asi que la injuria o injusticia, en las controversias terrenales, es algo semejante a lo que en las disputas de los escoldsticos se llamaba absurdo, Considérase, en efecto, absurdo al hecho de contradecir lo que uno mantenia inicialmente: asf, también, en el mundo se denomina injusticia e injuria al hecho de cmitir voluntariamente aquello que en un princi se hubiera hecho. El procedimiento mediante el cual al renuncia o transfiere simplemente su derecho es una declara- cién o expresién, mediante signo voluntario y suficiente, de que hace esa renuncia o transferencia, o de que ha renut o transferido la cosa a quien la acepta. Estos signos son o meras palabras o simples acciones; 0 (como a menudo ocirre) las dos cosas, acciones y palabras. Unas y otras cosas son los azos por medio de los cuales los hombres se sujetan y obli- gan: lazos cuya fuerza no estriba en su propia naturaleza (porque nada se rompe tan fécilmente como la palabra de un ser humano), sino en el temor de alguna mala consecvencia resultante de’ Ia ruptura. Cuando alguien transfiere su derecho, o renuncia a él, Jo hace en consideracién a cierto derecho que recfprocamente Te ha sido transferido, [66] 0 por algiin otro bien que de ello espera. Tratase, en efecto, de un acto voluntario, y el objeto de los actos voluntarios de cualquier hombre es slgsin 108 PARTE I DEL HOMBRE car, 14 le que de ello pueda derivarse bien alguno para Lo mismo puede decirse de las lesiones, la da ser que nadie puede di op , cuando ve inte palabras u otros fin que dichos ignoraba cémo debian interpretarse tales palabras y acciones. La mutua transferencia de derechos es lo que los hombres aman contra’ Existe una diferencia entre transferencia del derecho a la y transferencia o tradicién, es decir, entrega de la cosa misma. En efecto, Ia cosa puede ser entregada a la vez que se c el derecho, como cuando se compra y ve nero contante y sonante, o se cambian bienes o tierras. Tam- puede ser entregada Ia cosa algtin tiempo después. Por otro lado, uno de los contratantes, a su vez, puede Ia cosa convenida y dejar que el otro realice su como a quien ha de cumplir una obligacién en tiempo venidero se le otorga un crédito, su cumplimiento se lama observancia de promesa, 0 fe; y Ia falta de cumplimiento, cuando es vo- luntaria, violacién de fe. Cuando Ia transfer ia de derecho no es mutua, sino que 109 PARTE 1 DEL HOMBRE cap. 14 una de Jas partes transfiere, con la esperanza de ganar con ello Ia amistad o el servicio de otra, 0 de sus a con la esperanza de ganar reputaciin de persona caritativa 0 mag- nanima; o para liberar su animo de la pena de la compasién, con Ia esperanza de una recompensa en el cielo, entonces se trata de un contiato, sino de Donaci6n, Limeratipan 6 oracta: todas estas palabras significan una y la misma cosa, Los signos del contrato son o bien expresos 0 por inferen- cia. Son signos expresos las palabras emunciadas con la inte- ican. Tales palabras son o bien de tiempo presente 0 pasado, como yo doy, yo otorgo, vo he da do, yo he otorgado, yo quiero que esto sea tuyos o de car’ futuro, como yo daré, yo otorgaré: estas palabras de caric- ter futuro entrafian una PROMESA, Los signos por inferencia son, a veces, palabras, [67] a veces consecuencia del si secuencia de accion una accién, En te signo arguye la voluntad del contratante, Las simples palabras, cuando se refieren de ‘abstenerse de Iquier contrat un que de modo suficente ralidad y, por tanto, no son obliga se refieren al tiempo venidero, como: Mafana daré, son un signo de que no he dado ain, y, por consiguiente, de que mi sido transferido, sino que se mantiene hasta que lo transfiera por algin otro acto. Pero si las palabras hacen relacién al tiempo presente o pasado, como: Yo he dado o doy pera entregar mariana, entonces mi derecho de mafiana se cede hoy, y esto ocurre por virtud de las palabras, aunque no existe de mi voluntad. ¥ existe una gran diferencia jana y Yo te lo daré mafiana, Porque la frase Yo quiero, en significa un acto de voluntad presente, mientras que en la ‘iltima significa la promesa de un aco de voluntad, venidero. En consecuencia, las primeras palabras son de presente, pero transfieren un derecho futuro; las sltimas son de futuro, pero nada transtieren. Ahora bien, si, ademis 110 PARTE 1 DEL HOMBRE car. 14 de las palabras, existen otros signos de la voluntad de trans- derecho, entonces, aunque la donacién sea libre, puede considerarse otorgada por palabras de futuro, Si una persona ofrece un premio para el primero que Megue a una determi- re, ¥ aunque las palabras se re el derecho se transfiere, porque si el inte- c entendiesen de ese modo, no las hubiera enunciado asi, En los transfiérese el derecho no sélo cuando palabras o pasado, sino cuando per- tenecen al futuro, porque todo contrato es mutua traslacién 0 cambio de derecho. P i fen se limita a pro- meter, porque ha reci de aquel 2 quien causa en la compra y en la venta, y en otros actos contractuales, una promest es equivalente a un pacto, y tal razén es obligato jue quien cumple primero un contrato MERECE jento del contrato ‘0 como algo de- Fido. Coando se ofree a vatios un premio, para entregarlo solamente al ganador, o se arrojan monedas én un grupo, para que de el i centonces se’ trata de una liberalidad, y el hecho de ganar 0 de tomar las re- es merecerlas y tenerlas como Cosa DE que el derecho se transfiere al proponer el premi s monedas, aunque no quede determinado el beneficiario, sino cuando el certamen se realiza. Pero entre estas dos clases de mérito existe In diferenci de que en el cntrato yo merezco le ic e solamente deriva de la generosidad del donante. En el con- trato yo merezco de los contratantes que se despojen de su derecho [68] mientras que en el caso de la donacién yo no metezco que el donante renuncie a su derecho, sino que, una vex desposeido de él, ese derecho sea mio, mis bien que de otros. Tal me parece ser el significado de la distincién esco- 1 PARTE 1 DEL HOMBRE cap. 14 listica entre meritum congrui y meritum condigni. En efecto, habiendo prometido la Omnipotencia divina el Parafso a aque- los hombres (cegados por los deseos carnales) que pueden pa- sar por este mundo de acuerdo con los preceptos y limitacones prescritos por El, dicese que quienes asi proceden merecen el Paraiso ex congruo. Pero como nadie puede demandar un derecho a ello por su propia rectitud o por algtn poder que en si mismo posea, sino, solamente, por la libre gracia de . se afirma que nadie puede merecer el Paraiso ex coudig- no. Tal creo que es el significado de esa distincién; pero sobre ello discuten no estin de acuerdo acerca de sus propios términos técnicos, sino en como los puede reclamarlo, y merece el premio, como cosa debida. Cuando se hace un pacto en que las partes no Hegan a jento en el momento presente, tuna en otra, en Ia condicién de mera naturaleza (que es una situacién de guerra de todos contra todos) cualquiera sospecha razonable es motivo de nulidad. Pero cuando existe un poder comin sobre ambos contratantes, con derecho y fuerza sufi- ciente para obligar al cumplimiento, el pacto no es mulo, En efecto, quien cumple primero no tiene seguridad de que el otro cumplira después, ya que los lazos de las palabras son de- jo débiles para refrenar la ambicién humana, la avari la célera y otras pasiones de los hombres, si éstos no sienten el temor de un poder coercitivo; poder que no cabe suponer exis- tente en Ia condicign de mera naturaleza, en que todos los hombres son iguales y jueces de Ja rectitud de sus. propios temores. Por ello quien cumple primero se confia a su amigo, contrariamente al derecho, que nunca debié abandonar, de de- fender su vida y sus m i Pero en un Estado civil donde existe un poder apto para constrefiir a quienes, de otro modo, violarfan su palabra, dicho temor ya no es razonable, y por tal razén quien en virtud del pacto viene obligado a‘cumplir primero, tiene el deber de hacerlo asi. 12 PARTE 1 DEL HOMBRE cap, 14 La causa del temor que invalida semejante pacto, debe ser, siempre, algo que emana del pacto establecido, como algéin hecho nuevo w otro signo de Ja volunta en ningfin otro caso puede considerarse mulo el pacto. En efecto, lo que no puede impedir a un hombre prometer, no puede ad~ mitirse que sea un obsticulo para cumplir. ; : la y cuanto crece sobre it. Quien vende un molino no puede desviar la corriente Jo mueve. Quienes dan a un hombre el derecho de go- nar, en plena soberania, se comprende que le transfieren dd idar impuestos para mantener un € y de pagar magistrados para la administracién de justicia porque como len nuestro lenguaje, no entienden ni aceptan wana [69] tra de derecho, ni pueden transferir un derecho a otro: por ello no hay pacto, sin excepci Ha su nombre g do no sabriamos si nuestros pactos han s consecuencia, quienes hacen voto de alguna cosa contraria ez, lo hacen en vano, como que es injus- ertarse con votos semejantes. Y si alguna cosa es orde- nada por In ley de naturaleza, lo que obliga no es el voto, sino la ley, ’ La materia w objeto de un pact 4 deliberacién (en efecto, el pact és decir, un acto —el iiltimo acto— de deliberacién), comprende que eal jue se juzgn posible de realizar por quien pacta. En consecuencia, prometer lo que se sabe que es imposible, no es pacto, Pero si se prueba ult 2 ble algo que se iempre, algo sometido un acto de la voluntad, PARTE 1 DEL HOMBRE CaP. 14 De dos maneras quedan los hombres liberados de sus pac- tos: por cumplimiento o por remisién de los mismos. El cumplimiento es el fin natural de Ja obligacién; 1a remisién Ia restitucién de Ja libertad, puesto que consiste en unt re- transferencia del derecho en que la obligacién consiste. Los pactos estipulados por temor, en la condicién de mera ni 2, son obligatorios. Por ejemplo, si yo pacto el pago de un rescate por ver conservada mi vida por un enenigo, quedo obligado por ello. En efecto, se trata de un pacto en que uno recibe el beneficio de Ja vidas el otro contratante ‘ecibe dinero o prestaciones, a cambio de ello; por consiguiente, donde (como ocurre en Ia condicién de naturaleza pura y ple) no existe otra ley que prohiba el cumplimiento, el pacto es vilido, Por esta causa los prisioneros de guerra que se comprometen al pago de su rescate, estin obligados a abo- narlo, Y si wn principe débil hace una paz desventajosa con otro mis fuerte, por temor a él, se obliga a respetarla, a menos (como antes ya hemos dicho) que surja algén nuevo motivo de temor para renovar 1a guerra. Incluso en los Estados, si yo me viese forzado a librarme de un ladrén prometiéndole dinero, estarfa obligado a pagarle, a menos que la Ley dvil me exonerara de ello. Porque todo wuanto yo puedo hacer egalmente sin obligacién, puedo estipularlo también legal- mente por miedo; y lo que yo legalmente estipule, legalmente no puedo quebrantarlo. Un pacto anterior anula otro ulterior. En efecto, cuando uno ha transferido su derecho a una persona en el dia de hoy, no puede transferirlo a otra, mafiana; por consiguiente, la dl- tima promesa no se efecttia conforme a derecho; es decir, es nula, Un pacto de no defenderme a mi mismo con Ja fuerza contra la fuerza, es siempre nulo, pues, tal como he mani- festado anteriormente, ningtin hombre puede transferir c des- pojarse de su derecho de protegerse a si mismo de la muerte, las lesiones o el encarcelamiento. El anhelo de evitar esos males es la dinica finalidad de despojarse [70] de un derecho, y; por consiguiente, la promesa de no resistir a la fuerza no trans- ficre derecho alguno, ni es obligatoria en ningiim pacto. En 14 PARTE 1 DEL HOMBRE cap. 14 efecto, aunque un hombre pueda pactar Jo siguiente: Si no hago esto 0 aguello, matadme; no puede pactar esto otro: Sino hago esto 0 aquello, no resistiré cuando vengais a ma-~ sarme. El hombre escoge por naturaleza el mal menor, que es el peligro de muerte que hay en Ia resistencia, con prefe- rencia a otro peligro mas grande, el de una muerte presente y Gerta, si no resiste. Y Ia certidumbre de ello est’ reconocida por todos, del mismo modo que se conduce a los criminales a Ja prisin y a la ejecucién, entre hombres armados, a pesar de que tales ales han reconocido la ley que les condena. Por Ja misma razén es invalido un pacto para acusarse a si mismo, sin garantfa de perdén. En efecto, es condicién de naturaleza que cuando un Hombre es juez no existe lugar para Ia acusacién. En el Estado éivil, la acusacién va seguida del castigo, y, siendo fuerza, nadie esta obligado a tolerarlo sin resistencia. Otro tanto puede asegurarse respecto de la acusacién de aquellos por cuya condena queda un hombre en ha miseria, como, por ejemplo, por Ja acusacién de un padre, esposa_o bienhechor. En efecto, el testimonio de semejante zcusador, cuando no ha sido dado voluntariamente, se. pre sume que esta corrompido por naturaleza, y, como tal, no es admisible: en consecuencia, cuando no se ha de prestar crédito al testimonio de un hombre, éste no esti obligado a darlo. {, las acusaciones arrancadas por medio de tortura no se reputan como testimonios. La tortura sélo puede usarse como medio de conjetura y esclarecimiento en un ulterior examen y busca de ta verdad. Lo que en tal caso se confiesa tiende, sélo, a aliviar al torturado, no a informar a los torturadores: por consiguiente, no puede tener el crédito de un testimonio suficiente. En efecto, quien se entrega a si mismo como resul- tado de una acusacién, verdadera o falsa, lo hace para tener el derecho de conservar- su propia vid: Como la fuerza de las palabras, débiles —como antes ad- verti— para mantener a los. hombres en el cumplimiento de sus pactos, €s muy pequefia, existen en Ja naturaleza humana dos elementos auxiliares que cabe imaginar para robustecerla. Unos temen las consecuencias de quebrantar su palabra, o sien- ten Ja gloria u orgullo de serles innecesario faltar a ella. Este Ultimo caso implica una generosidad que raramente se encuen- 115 PARTE 1 DEL HOMBRE ca, 14 tra, en particular en quienes codician riquezas, mando o pla- ceres sensuales; y ellos son la mayor parte del género humano. La pasién que mueve esos sentimientos es el miedo, sentido hacia dos objetos generales: uno, el poder de los espiritus es; otro, el poder de los hombres a quienes con ello se perjudica. De estos dos poderes, aunque el primero sea grande, el temor que inspira el iiltimo es, cominmente, temor del primero es, en cada ser humano; su pro- naturaleza cH hombre antes que jmponer a los hombres el carpi nto de sus promesas, porque en la condicién de mera na- turaleza, la desigualdad del poder no se discierne sino en Ja eventualidad de la lucha. Asi, en el tiempo anterior a la lad civil, o en Ia interrupeidn que ésta sufre por causa de guerra, nada puede robustecer un convenio de paz, esti- pulado contra las tentaciones de Ia avaricia, de la ambicidn, de las pasiones 0 de otros poderosos deseos, sino el temer de este poder invisible al que todos veneran como a un dios, y al que todos temen como vengador de su perfidia. Por con- siguiente, todo cuanto puede hacerse [71] entre dos hombres no estan sujetos al poder civil, es inducirse uno a o:r0 a jurar por el Dios que temen. Este JURAMENTO es wna forma Ue expresion, agregada a una promesa por medio de Ia cual quien promete significa que, en el caso de no cumplir, re- nuncia ala gracie de su Dios, y pide que sobre él recaiga su venganza, La forma del juramento pagano era ésta: Que Jii- piter me mate, como yo mato a este animal. Nuestra forma cs ésta: Si hago esto y aquello, vdlgame Dios. ¥ asi, por los ritos y ceremonia’ que cada uno ust en su propia religién, el temor de quebrantar la fe puede hacerse mis grande. De aqui se deduce que un juramento efectuado segiin otra forma o rito, es vano para quien jura, y no es juramento, Y no puede jurarse por cosa alguna si el que jura no piensa en Dios, Porque aunque, a veces, los hombres suelen jurar por sus reyes, movidos por temor @ adulacién, con ello ‘no dan a entender sino que les atribuyen honor divino. Por otro lado, jurar por Dios, innecesariamente; no es sino profanar su nom inves y jurar por otras cosas, como los hombres hacen habi- 116 PARTE 1 DEL HOMBRE cap. 14 e €7 sus coloquios, no es jurar, sino practicar una cosrambre, fomentada por el exceso de vehemencia en . En efecto, cuando un pacto es legal, obliga ante los ajos de Dios, lo mismo sin juramento que con él: cuando es seal, no obliga en absoluto, aunque esté confirmado por un juramento, 17 PARTE 1 DEL HOMBRE car. 15 CAPITULO xv De Otras Leyes de Naturaleza De esta ley de Naturaleza, segiin Ia cual estamos obligndos a transferir a otros aquellos derechos que, retenidos, pertur- ban Ja paz de la humanidad, se deduce una tercera ley, a saber: Que los hombres cumplan los pactos que han celebrado. Sin cllo, los pactos son vanos, y no contienen sino palabras vacias, y subsistiendo el derecho de todos los hombres a todas las cosas, seguimos hallandonos en situacién de guerra. En esta ley de naturaleza consiste In fuente y origen ée fa susricia. En efecto, donde no ha existido un pacto, no se ha wansferido ningtin derecho, y todos los hombres tienen dere- cho a todas las cosas: por tanto, ninguna accién puede ser in- jjusta. Pero cuando se ha hecho un pacto, romperlo es injasto. La definicién de myusticta no es otra sino ésta: el incumpli- niento de un pacto. En consecuencia, lo que no es injusto es justo. Ahora bien, como Ios pactos de mutua confianza, cuando existe el temor de un incumplimiento por una cualquiera de las partes (como hemos dicho en el capitulo anterior), son nulos, aunque el origen de Ja justicia sea 1a estipulecién de pactos, no puede haber actualmente injusticia hasta que se climine Ia causa de tal temor, cosa que no puede hacerse mientras los hombres se encuentran en la condicién natural de guerra. Por tanto, antes de que puedan tener un adecuado ugar las denominaciones de justo e injusto, debe existir un po- der coercitivo que compela a los hombres, igualmente, al cum- plimiento de sus pactos, por el temor de algin castigo mis grande que el beneficio que esperan [72] del quebrantamisnto Ge su compromiso, y de otra parte para robustecer esa pro- piedad que adquieren los hombres por mutuo contrato, en recompensa del derecho universal que abandonan: tal poder no existe antes de erigirse el Estado. Eso mismo puede dedu- 118 PARTE 1 DEL HOMBRE CaP. 15 deducirse, también, de la definicién que de Ia justicia hacen los’escolisticos cuando dicen que la justicia es la ‘volun- tad constante de dar a cada uno lo suyo. Por tanto, donde no hay swyo, es decir, donde no hay propiedad, no hay injusti- cas y donde no se ha erigido un poder coercitivo, es decir, donde no existe un Estado, no hay propiedad. Todos los hom byes tienen derecho a todas las cosas, y por tanto donde no hay Estado, nada es injusto. Asi, que Ia naturaleza de la justicia consiste en la observanca de pactos validos: ahora bien, la validez de los pactos no comienza sino con la constitucién de un poder civil suficiente para compeler a los hombres a obser- varlos. Es entonces, también, cuando comienza Ia propiedad. Los necios tienen Ja conviccién intima de que no existe «st cost que se Hama justicia, y, a veces, lo expresan también paladinamente, alegando con toda seriedad que estando‘enco- mendada la conservacién y el bienestar de todos los hombres 1 su propio cuidado, no puede existir razén alguna en virtud de la cual un hombre cualquiera deje de hacer aquello que 41 imagina conducente a tal fin, En consecuencia, hacer 0 no hacer, observar o no observar los pactos, no implica proceder contra In razén, cuando conduce al beneficio propio. No se niega con ello que-existan pactos, que a veces se quebranten ya veces se observen; y que tal quebranto de los mismos se denomine injusticia, y justicia a la observancia de ellos, Sola- mente se discute si la injusticia, dejando aparte el temor de Dios (ya que los necios intimamente creen que Dios no existe) no puede cohonestarse, a veces, con la razén que dicta a cada uno su propio bien, y particularmente cuando conduce a ua beneficio tal, que sitde al hombre en condiciin de despreciar no solamente el ultraje y los reproches, sino también el poder de otros hombres. El reino de Dios puede ganarse por la Violencia: pero qué ocurrirfa si se pudiera lograr por Ia vio- lencia injusta? {Irfa contra la razén obtenerlo asf, cuando és imposible que de ello resulte algin daiio para sf propio? Y si no va contra la razén, no va contra ta justicia: de otro modo la justicia no puede ser aprobada como cosa buena. A base de razonamientos: como éstos, la perversidad triunfante logrado el nombre de virtud, y algunos que en todas las emis cosas desaprobaron Ia violacién de Ia fe, Ja han consi. 119 PARTE 1 DEL HOMBRE cap, 15 derado tolerable cuando se trata de ganar un reino. Los pa- Banos crefan que Saturno habia sido depuesto por su hijo Jti- Piter; péro crefan, también, que el mismo Jipiter era el ven- gador de Ja injusticia. Algo anélogo se enctientra en un escrito juridico, en los comentarios de Coke, sobre Litleton, cuando afirma Io siguiente: Aunque el legitimo heredero de Ja corona esté convicto de traicién, Ja corona debe corresponderle, sin embargo; pero eo instante la deposicién tiene que ser formu- iada, De estos ejemplos, cualquiera podria inferir con razén que si el heredero aparente de un reino da muerte al rey actual, aunque sea su padre, podré denominarse a este acto injusticia, o darsele cualquier otro nombre, pero nunca podria decirse que va contra la raz6n, si se advierte que todas las acciones. volunta enden al beneficio del mis- mo, y que se consideran como mas razonables aquellas acciones que més ficilmente conducen a s. No obstante, bien clara es la falsedad de este especioso razonamiento. No podrian existir, pues, promesas mutuas, cuando no existe seguridad de cumplimiento por ninguna de las dos partes, como ocurre en el caso de que no exista un poder civil erigido sobre quienes prometen; semejantes promesas no pueden «on- siderarse como pactos. Ahora bien, cuando una de las partes cumplido ya su promesa, 0 cuando existe un poder que Je obligue al cumplimiento, la cuestién se reduce, entonces, a determinar si es 0 no contra la razéns es decir, contra el bene- ficio que la otra parte obtiene de cumplir y dejar de cumplir. ¥ yo digo que no es contra razén, Para probar este aserto, tenemos que considerar: Primero, que si un hombre hace una cosa que, en cuanto puede preverse o calcularse, tiende a su propia destruccién, aunque un accidente cualquiera, inesperado para él, pueda cambiarlo, al acaccer, en un acto para él bene- cioso, tales acontecimientos no hacen razonable 0 juiciose st acto. En segundo lugar, que en situaciin de guerra, cuando cada hombre es un enemigo para los demis, por la falta de un poder comin que los mantenga a todos a raya, nadie pusde contar con que su propia fuerza o destreza le proteja suficien- temente contra Ja destruccién, sin recurtir a alianzas, de las cuales cada uno espera la misma defensa que los demis, Por quien considere razonable engafiar a los que le 120 PARTE 1 DEL HOMBRE CaP. 15 ayudan, no puede razonablemente esperar otros medios de Ivacién que los que pueda lograr con su propia fuerza, En consecuencia, quien quebranta su pacto y declara, a la vez, que puede hacer tal cosa con razin, no puede ser tolerado en ninguna sociedad que una a los hombres para la paz y |i defensa, a no ser por el error de quienes lo admiten; ni, ha~ biendo sido admitido, puede continuarse admitiéndole, cuando se advierte el peligro del error. Estos errores no pueden ser computados razonablemente entre los medios de seguridad: el resultado es que, si se deja fuera o es expulsado de la sociedad, cl hombre perece, y si vive en sociedad es por el error de Jos demas hombres, error que él no puede prever, ni hacer del mismo. Van, en consecuencia, esos errores razén de su conservacién; y asi, todas aquellas per~ no contribuyen a su destruccién, sélo perdonan por rancia de lo que a ellos mismos les conviene. Por lo que respecta a ganar, por cualquier medio, la se- gura y perpetua felicidad del cielo, dicha pretensién es frivola: no hay sino un camino imaginable para ello, y éste no consiste en quebrantar, sino en cumplir lo pactado. Es contrario a la razén alcanzar Ja soberanfa por Ja re~ belién: porque a pesar de que se alcanzara, es manifiesto que, conforme a la raz6n, no puede esperarse que sea asi, sino antes al contrarios y porque al ganarla en esa forma, se ensefia a otros a hacer lo propio. Por consiguiente, Ja justicia, es decir, Ih observancia del pacto, es una regla de razéa en virtud de la cual se nos prohibe hacer cualquiera cosa susceptible de des- truir nuestra vida: es, por Jo tanto, una ley de naturaleza, Algunos van mis lejos todavia, y no quieren que Ja ley de naturaleza implique aquellas reglas que conducen a la con- servacién de la vida humana sobre Ja tierra, sino para aleanzar une felicidad eterna después de Ja muerte, Piensan que el que- brantamiento del pacto puede conducir a ello, y en consecuen- cia son justos y razonables (son asi quienes piensan que es un acto’ [74] meritorio matar o deponer, o rebelarse contra e! poder soberano constituido sobre ellos, por su propio con- sentimiento), Ahora bien, como no existe conocimiento natu- ral del estado del hombre después de la muerte, y mucho me- nos de Ia recompensa que entonces se dari a quienes quebran- rar PARTE 1 DEL HOMBRE CaP. 15 ten la fe, sino solamente una creencia fundada en lo que dicen otros hombres que ¢ {én de conocimientos sobre naturales por medio directo o indirecto, quebrantar la f2 no puede denominarse un precepto de Ia razin o de la Naturaleza, Otros, estando de acuerdo en que es una ley de natursleza , sin embargo, excepcién de de los hereyes y otros que no te para lib causa debe Los nombres de justo ¢ inju hombres, significan una cosa, y yen a las acciones. Cuando se in consecuencia, un hombre nto puede de que todas sus accione preocup: un hombre hombres significa la misma rectos y hombres que cosa que justo € injusto. Un hombre justo no perder este titulo porque realice una ow njustas que procedan de pasiones repentinas, o de s respecto las fo galanura (raras veces hallada) en virtud de la cual resulta Gespreciable atribuir el bienestar de la vida al fraude 0 quebrantamiento de una promesa. Esta justicia de la conducta es lo que se significa cuando la justicia se lama virtud, y Ia injusticia vicio. Ahora bien, la justicia de las acciones hace que 2 Jos hom bres no se les denomine justos, sino inocensess y la injusicia 122 PARTE I DEL HOMBRE car. 15, de las mismas (lo que se Mama injuria) hace que les sea asignada Ja calificacién de cstlpables. ‘A su vez, Ja injusticia de la conducta es Ia disposicién o aptitud para hacer injurias; es injusticia antes de que se pro- ceda a In accién, y sin esperar a que un individuo cualquiera a injuriado. Ahora bien, la injusticia de una accién (es decir, fh injuria) supone una persona individval injuriada; en con” aquella con la cual se hizo el pacto. Por tanto, en casos, la injuria ¢s recibida por un hombre y el dafio da de rechazo sobre otro. Tal es el caso que ocurre cuando el ordena a su criado que entregue dinero a un extrait. sta orden no se realiza, la injuria se hace al dueiio a quien se habia obligado a obédecer, pero el daiio redunda erjuicio del extrafio, respecto al cual el criado no te mn, ¥ a quien, por consiguiente, no podia injuriar, Asi stados [75] los particulares pueden perdonarse unos os sus deudas, pero no los robos u otras, violencias qu les perjudiquen: en efecto, la falta de pago de una deuda constittiye una injuria para los interesados, pero el robo y la njurias hechas 2 la personalidad de un Estado. Cualquiera cosa que se haga a un hombre, de acuerdo con su propia voluntad, significada a quien realiza el acto, no es i quél. En efecto, si quien la hace no ha re- nunciado, por medio de un pacto anterior, su derecho origi acer lo que le agrade, no hay quebrantamiento del pacto y, en consecuencia, no se le hace injuria. Y si, por | trario, ese pacto anterior existe, el hecho de que el ofendidl se pacto, ¥, por consiguiente, no constituye injuria. Los escritores dividen Ja justicia de Ins acciones en con ativa y distributiva: la primera, dicen, consiste en una aritmética, la Gltima en una proporcién geométri causa sitian Ia justicia conmutativa en Ia igualdad alor de Jas cosas contratadas, y la distributiva en la dis- cin de iguales beneficios a hombres de igual mérito. Se- \justicia vender mas caro que compramos, 0 dar a un hombre mis de lo que merece. El valor de todas las cosas contratadas se mide por Ja apetencia de Jos contratantes, por consiguiente, el justo valor ex el que convienen en dar 123 PARTE | DEL HOMBRE cab. 15 El mérito (aparte de Jo que es segin el pacto, en el que el cumplimiento de una parte hace acreedor al cumplimiente por Ja otra, y cae bajo la justicia conmutativa, y no distributiva) no es debido por justicia, sino que constituye solamente una recompensa de la gracia. Portal razén no es exacta esta dis nn en el sentido en que suele ser expuesta. Hablande con propiedad, Ia justicia conmutativa es la justicia de un contra tante, es decir, el cumplimiento de un pacto en materia de compra 0 venta; o el arrendamiepto y la aceptacién de él; el prestar y el pedir prestado; el cambio y el trueque, y otros actos contractuales. stributiva es la justicia de un arbitro, esto es, r Jo que es justo. Mereciendo Ia confianza crigido en arbitro, si responde a esa confiznea, e distribuye a cada uno lo que le es propio: ésta es, n efecto, distribucién justa, y puede denominarse (aunque Ys con propiedad meyor, pies Del mismo modo que Ja justicia depende de un pacto antecedente, depende la Grarrup de una gracia antecedente, s decir, de una liberalidad anterior. Esta es la cuarta ley de naturaleza, que puede expresarse en esta forma: Que quien reciba un beneficio de otro por mera gracia, se esfuerce en lograr que quien lo hizo no tenga motivo raxonable para arrepentirse voluntariamente de ello. En efecto, nadie da sino intencién de hacerse bien a sf mismo, porque Ia donacién ¢s voluntaria, y el objeto de todos los actos voluntario: es, para cualquier hombre, su propio bien. Si los hombres ad- vierten que su propésito ha de quedar frustrado, no habré comienzo de benevolencia 0 confianza ni, por consiguiente, de mutua ayuda, ni de reconciliacién de un hombre con etro Y asi continuaré permaneciendo todavia en situacién de guerra, Jo cual es contrario a la ley primera y fundamental de natu- Jeza que ordena a los hombres buscar Ja paz. El quebranta- 10 de esta ley [76] se llama ingratitud, y tiene a misma a gracia que la injusticia tiene con la obligasién 124. PARTE I DEL HOMBRE car. 75, Una quinta ley de naturaleza es la compracencta, es decir, que cade uno se esfuerce por acomodarse a los demés. Para comprender esta ley podemos considerar que existe en los hom- bres aptitud para la sociedad, una diversidad de la naturaleza que surge de su diversidad de afectos; algo similar a lo que advertimos en las piedras que se juntan para construir un edi ficio. En efecto, del mismo modo que cuando una piedra con za ¢ itregularidad de forma, quita a las otras mis ficil hacerla plana, lo cual impide utilizarla en la construe- climinada por los constructores como inaprovechable y perturbadora: asf también un hombre que, por su aspereza ratural, pretendiera retener aquellas cosas que para si mismo son superfluas y para otros necesarias, y que en Ia ceguera de jones no pudiera ser corregido, debe ser abandonado © expulsado de Ja sociedad como hostil a ella. Si advertimos que cada hombre, no s6lo por derecho sino por necesidad na ral, se considera apto para proponerse y obtener cuanto es su conservacién, quien se oponga a ello por su- ‘os, es culpable de la lucha que sobrevenga, y, yor consiguiente, hace algo que es contrario a la ley funda- mental de naturaleza que ordena buscar la poz. Quienes ob- van esta ley pueden ser Iamados sociantes (los latinos Ios Iamaban commodi): lo contrario de sociable es rigido, insociable, intratable. Una sexta ley de naturaleza es la siguiente: Que, dando zarantia del tiempo futuro, deben ser perdonadas las ofensas patadas de quienes, arrepintiéndose, deseen ser perdonados. En efecto, el perdén no es otra cosa sino garantia de paz, la cual cuando se garantiza a quien persevera en su hostilidad, do; no garantizada a aquel que da garan- es signo de aversin a Ja paz y, por consiguiente, contraria'a la Jey de naturaleza, Una séptima ley es gue en las venganzas (es decir, en Ja devolucién de mal por mal) los hombres no consideren la magnitud del mal pasado, sino la grandeza del bien venidero. En virtud de ella nos es prohibido infligir castigos con cual- ir al ofensor o servir de jos demés. Ast, esta ley es consiguiente a la anterior 2 125 PARTE 1 DEL HOMBRE cap. 15 ella, que ordena el perdén a base de Ja seguridad del tiempo futuro. En cambio, la venganza sin respeto: al ejemplo y al provecho venidero es un triunfo o glorificacién a base del Gaiio que se hace a otro, y no tiende a ningin fin, porque el fin es siempre algo venidero, y una glorificacién que no se propone ningin fin es pura vanagloria y contraria a la razéns y hacer dafio sin raz6n tiende a engendrar la guerra, lo cual va contra la ley de Naturaleza y, por lo comiin, se distingue con el nombre de crueldad. Como todos los signos de odio o de disputa provocan a Jucha, hasta el punto de que muchos hombres prefieren mis bien aventurar su vida que renunciar a In venganza, en ocavo lugar podemos establecer como ley de naturaleza el precxpto de que ningtin hombre, por medio de actos, palabras, cont nente 0 gesto manifieste odio 0 desprecio a otro. El quebran- tamiento de esta ley se denomiina cominmente contumelia La cuestién relativa a cual es el mejor hombre, no tiene lugar en la condicién de mera naturaleza, ya que en ella, co- mo anteriormente hemos manifestado, todos los hombres son iguales. [77] La desigualdad que ahora exista hi troducida por las leyes civiles. Yo sé que Aristételes, en el pri- mer libro de su Politica, para fundamentar su doctrina, con- idera que los hombres son, por naturaleza, unos més’ aptos para mandar, a saber, los mis sabios (entre los cuales se con- idera él mismo por su filosofia); otros, para servir (refi idose a aquellos que tienen cuerpos robustos, pero que no i de duefio y de ido. no fueran establecidas por consentimiento entre los hombres, sino por diferencias de talento, lo cual no va solt- mente contra la razén, sino también contra Ja experiencia, En efecto, pocos son tan insensatos que no estimen prefei bernar ellos mismos que ser gobernados por otros; ni juicio suyo son sabios y luchan, por Ja fuerza, con quienes desconfian de su propia sabidurfa, alcanzan siempre, o con ire- cnencia, o en Iz mayorfa de los casos, la vietoria. Si la Netu- raleza ha hecho iguales a los hombres, esta igualdad debe ser reconocida, y del mismo modo debe ser admitida dicha igual- dad si la Naturaleza ha hecho a los hombres desiguales, puesto we 10s hombres que se consideran a sf mismos iguales no 126 son PARTE 1 DEL HOMBRE cap. 15 entran en condiciones de paz sino cuando se les trata como tales. Y en consecuencia, como novena ley de naturaleza sitio é&ta: gue cada uno reconozca a los demés como iguales suyos por naturaleza. El quebrantamiento de este precepto es el or- gallo. De esta ley depende otra: gue al iniciarse condiciones de paz, nadie exija reservarse algin derecho que él mismo no se tvendria a ver reservado por cualquier otro. Del mismo modo que es necesario para todos los hombres que buscan Ja paz renunciar a ciertos derechos de naturaleza, es decir, no tener libertad para hacer todo aquello que Jes plazca, es necesario también, por otra parte, para Iz vida del hombre, retener alguno de esos derechos, como el de gobernar sus propios cuerpos, el de disfrutar del aire, del agua, del movimiento, de las vias para trasladarse de un lugar a otro, y todas aquellas otras cosas sin Jas cuales un hombre no puede vivir 0 por lo wos no puede vivir bien. Si en este caso, al establecerse Ia paz, exigen los hombres para sf mismos aquello que no hu- bieran reconocido a Ios demas, contrarian Ia ley precedente, la cual ordena el reconocimiento de la igualdad natural, y, en ccuencia, también, contra la ley de Naturaleza. Quienes servan esta ley, los denominamos modesios, y quienes I gen, arrogantes. Los griegos Iamaban aeovekia a la vio- Iacion de’ esta ley: ese término implica un deseo de tener una porcién superior a la que corresponde, Por otra parte, si a un hombre se le encomienda jungar entre otros dos, es un precepto de Ia ley de naturaleza que proceda con equidad entre ellos. Sin esto, solo la guerra pue- de determinar las controversias de los hombres. Por tanto, quien es parcial en sus juicios, hace cuanto esti a su alcance para que los hombres aborrezcan el recurso a jueces y Arbitros ¥; por consiguiente (contra la ley fundamental de naturaleza), esto es cause de guerra. La observancia de esta ley que ordena una distribucién igual, a cada hombre, de lo que por razén le pertenece, se denomina Equipap y, como antes he dicho, justicia distributiva: su violacién, acepcidn de personas, xgoownolmya, De elllo se sigue otra ley: gue aguellas cosas que no pueden ser divididas se disfruten en comin, si pueden serlo; 'y si la 127 PARTE 1 DEL HOMBRE caP. 15 cantidad de la cosa lo permite, sin limites en otro caso, Pro- porcionalmente al nimero de quienes tienen derecho a ella. que prescribe equidad, requiere que el derecho absoluto, (siendo el uso alterna) la primera posesidn, sea determinada por la suerte. Esa distribuc en dos clases de suerte: ardisral y natu que se estipula entre los competidores: primogenitura (lo que los griegos jo cual significa dado por suerte) 0 primer establevimionto, consecuencia, aquellas cosas que 1 divididas, deben adjudi al primogé bie como medio, y para la interces ducto. Aunque los hombi estion de derecho. En consecuencia, mie disputa no se avengan mutuamente a la no ‘4 haber paz entre ellas. Fste ot se someten, se Hama An que quienes estin en controversia, sometan su derecho al jaicio de su drbitro. Consider: que se presume que cl s las cosas de acuerdo con su propio beneficio, nadie es y como Ia igualdad per a falta de rbitro adecuado, si uno juez, también debe admitirse el otr de ctro, cuya sentencia 128 PARTE 1 DEL HOMBRE CaP. 15, subsiste la controversia, es decir, Ia causa de guerra, contra Ia ley de naturaleza, Por Ja misma razén, en una causa cualquiera nadie puede ser admitido como rbitro si para él resulta aparentemente un mayor provecho, honor o placer, de Ja victoria de una parte que de la de otra; porque entonces recibe una liberalidad (y una Hiberalidad inconfesable); y nadie puede ser obligado confiar en él. Y ello es causa también de que se perpetie la controversia y 1h situacién de guerra, contrariamente a la Jey de naturaleza. En una controversia de hecho, como el juez no puede cicer_ més a uno que a otro (sino hay otros argumentos) debera conceder crédito a un terceros 0 a un tercero y a un cuartos 0 mis, Porque, de lo contrario, la cuestién queda in- decisa 'y abandonada a’ la fuerza, contrariamente a Ja ley de naturaleza. Estas son las leyes de naturaleza que imponen la paz co- mo medio de conservacién de las multitudes humanas, y que sslo conciernen a la doctrina de la sociedad civil. Existen otras cosas que tienden a la destruccién de los hombres individual mente, como Ia embriaguez. y otras manifestaciones de Ia in temperancia, las cuales pueden ser inclufdas, por consigu entre las cosas prohibidas por Ia ley de naturalezas ahora 10 es nece- [79] sario mencionarlas, ni son muy pertinentes en este lugar, Acaso piieda parecer lo que sigue una deduccién excesi mente sutil de las leyes de naturaleza, para que todos se percaten de ella; pero como la mayor parte de los hombres estin demasiado ocupados en buscar el sustento, y el resto son ido negligentes para comprender, precisa hacer inexcu- sable e inteligible a todos los hombres, incluso a los m capaces, que son factores de una misma suma; Jo cual puede expresarse diciendo: No hagas a otro lo que no querrias que te hicieran a ti, Esto significa que al aprender las leyes de mturaleza y cuando se confrontan las acciones de otros hom- bres con Jas de uno mismo, y parecen ser aquéllas de mucho peso, Jo que procede es colocar las acciones ajenas en el otro platillo de Ia balanza, y Jas propias en lugar de ellas, con ob- 129 PARTE 1 DEL HOMBRE car. 15 jeto de que nuestras pasiones y el egofsmo no puedan afiadir nada a la ponderacién; entonces, ninguna de estas leyes de naturaleza dejara de parecer muy razonable. Las leyes de naturaleza obligan in foro interno, es decir, van ligadas a un deseo de verlas realizadas; en cambio, no siempre obligan in foro externo, es decir, en cuanto a su apli- cacién. En efecto, quien sea correcto y tratable, y cumpla cuanto promete, en el lugar y tiempo en que ningin otro lo harfa, se sacrifica a los demas y procura su ruina cierta, contraria mente al fundamento de todas las leyes de naturaleza que tienden a la conservacién de ésta. En cambio, quien teniendo garantia suficiente de que los demas observaran respecto a él Jas mismas leyes, no las observa, a su vez, no busca Ja paz sino la guerra, y, por consiguiente, la destruccién de su natu- raleza por In violencia, Todas aquellas leyes que obligan in foro interno, pusden ser quebrantadas no sélo por un hecho contrario a la ley, sino también por un hecho de acuerdo con ella, si alguien lo’ ima~ gina contrario. Porque aunque su accién, en este caso, esté de acuerdo con la ley, su propésito era contrario a ella; lo cual constituye una infraccién cuando la obligacién es in foro interno, Las leyes de naturaleza, son inmutables y eternas, porque Ja injusticia, la ingratitud, Ia arrogancia, el orgullo, la iniqui- dad y Ia desigualdad o acepci6n de personas, y todo lo res- ante, munca pueden ser cosa legitima, Porque nunca podri currir que la guerra conserve la vida, y Ia paz 4a destruya, Las mismas leyes, como solamente obligan a un deszo y esfuerzo, a juicio mio un esfuerzo genuino y contante, resul- tan faciles de ser observadas. No requieren sino esfuerzo; quien se propone su cumplimiento, las realiza, y quien realiza Ia ley es justo. La ciencia que de ellas se ocupa es la verdadera y auténtica Filosofia moral. Porque la Filosofia moral no es otra cost sino la ciencia de lo que es 2ueno y malo en la conversicién yen la sociedad humana. Bueno y malo son nombres que sig- nifican nuestros apetitos y aversiones, que son diferentes segin Jos distintos temperamentos, usos y doctrinas de los hombres, Diversos hombres difieren no solamente en su juicio respecto 130 PARTE I DEL HOMBRE caP. 15, a la sensacién de Jo que es agradable y desagradable, al gusto, al olfato, al oido, al tacto y a la vista, sino también respecto alo que, en las acciones de Ja vida coriente, esta de acuerdo fo en desacuerdo con la razén, Incluso el mismo hombre, en tiempos diversos, difiere de si mismo, y una vez ensalza, es decir, Hama bueno, a lo que otra vez desprecia y lama malo; [80] de donde surgen disputa & controversias y, en i término, guerras. Por consiguiente, un hombre se halla en la condicién de mera naturaleza (que es condicién de guerra), jentras el apetito personal es Ja medida de lo bueno y de lo Por ello, también, todos los hombres convienen en que Ja paz es buena, y que lo son igualmente las vias o medios de alcanzarla, que (como he mostrado anteriormente) son Ja jus- ticia, Ia gratitud, la modestia, la equidad, la misericordia, etc., y el resto de Jas leyes de naturaleza, es decir, las virtudes morales; son malos, en cambio, sus contrarios, los vicios. Ahora bien, Ia Ciencia de la virtud y'del vicio es la Filosofia moral, Y, por tanto, la verdadera doctrina de las leyes de naturaleza ¢s la verdadlera Filosofia moral. Aunque los escritores de Fi- losoffa moral reconocen Jas mismas virtudes y vicios, como no advierten en qué consiste su bondad ni por qué son elogiadas como medios de una vida pacifica, sociable y regalada, la hacen consistir en una mediocridad de Jas pasiones: como si no fuera Ja causa, sino el grado de Ia intrepidez, lo que constituyera 1a fortaleza; 0 no fuese el motivo sino la cantidad de una dadiva, Jo que constituyera Ia liberalidad. Estos dictados de Ja razén suelen ser denominados leyes por Jos hombres; pero impropiamente, porque no son sino conclusiones 0 teoremas relatives a lo que conduce a Ja con- servacin y defensa de los seres humanos, mientras que Iz ley, propiamente, es Ia palabra de quien por “derecho tiene mando sobre los demas. Si, ademas, consideramos los mismos teoremas como expresados en la palabra de Dios, que por derecho manda sabre todas las cosas, entonces son propiamente Iamadas leyes. 131

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