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Así, formulación y evaluación son dos caras de una misma moneda.

Un proyecto no se puede
formular a menos que se sepa cómo se lo va a evaluar, porque sólo a partir de la metodología de la
evaluación es posible determinar cuál es la información que se debe recoger para su formulación.
Por otro lado, la evaluación ex-post (durante o después de la implementación del proyecto)
permite reorientar la operación, adecuando el diseño realizado o adaptándola a las condiciones
cambiantes del contexto. Asimismo posibilita aprender de la experiencia. La evaluación, entonces,
sirve de marco de referencia para la formulación de un programa o proyecto, permitiendo medir
los costos y el impacto (o los beneficios) del mismo, así como las relaciones existentes entre
ambos.

La evaluación permite tomar decisiones a través de la comparación de distintas alternativas. Tanto


en la vida cotidiana como en los proyectos, en general, sean estos sociales o productivos, públicos o
privados, se requiere de la evaluación para adoptar decisiones racionales. El significado de la
evaluación difiere según la etapa del ciclo de vida del proyecto en la que se la utilice. Si es durante
la formulación, proporciona los criterios de decisión para aceptar un proyecto específico u ordenar
las alternativas consideradas en función de las relaciones existentes entre sus costos e impacto (o
beneficio). Si se la aplica durante la operación o, inclusive, habiendo ésta concluido, permite
determinar el grado de alcance de los objetivos perseguidos, así como el costo en que se ha
incurrido.

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