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Mujeres trovadoras de Dios.

Una tradición silenciada de la Europa medieval

Georgette Epiney-Burgard, especialista en lengua y literatura medioneerlandesas, y


Emilie Zum Brunn, miembro del Centro Nacional de Investigaciones Científicas de
Francia, presentan en este libro una antología de la obra de cinco mujeres ilustres del
medioevo europeo: Hildegarda de Bingen, Matilde de Magdeburgo, Beatriz de Nazaret,
Hadewijch de Amberes y Margarita Porete. Todas ellas son místicas que optan por la
escritura como vía para expresar su experiencia espiritual.

Hildegarda precede a las demás en casi un siglo, ¿cómo establecer entonces un nexo que
las una? Esto es lo que trata de resolver Zum Brunn en la introducción. Hildegarda de
Bingen es una abadesa benedictina de la alta Edad Media, mientras que las otras autoras
mencionadas son beguinas del siglo XIII y principios del XIV. El primer punto de unión
entre todas ellas es que se trata de voces femeninas capacitadas para comprender y
expresar realidades espirituales (“mejor que hombres dotados e instruidos en las cosas
del espíritu”, según expresa Lamberto de Ratisbona en La Hija de Sión, 1250). Estas
cinco mujeres dejaron constancia de poseer una densa cultura teológica y metafísica.
Sin embargo, la originalidad de sus obras reside en la integración de la doctrina en su
propia experiencia espiritual. Otro rasgo en común es la labor de reconstrucción de la
institución eclesiástica, de la Iglesia corroída por cismas y simonías, que llevan a cabo a
través de sus obras literarias, consiguiendo instaurar nuevas formas de vida cristiana.

Mientras que Hildegarda escribe aún en la lengua de la Iglesia (latín), las beguinas
toman las lenguas vulgares (flamenca, alemana y francesa) para dar voz a sus textos.
Por este motivo, las beguinas desempeñan un papel indiscutible en cuanto al acceso de
los laicos a los textos sagrados. Asimismo, junto a los trovadores y autores de canciones
de gesta, Zum Brunn afirma que se sitúan en el origen de nuestras grandes literaturas.

La mística de Hildegarda se inscribe en el marco tradicional de la teología agustiniana.


No sucede lo mismo con la mística renano-flamenca (beguina), que integra una nueva
doctrina: el retorno del alma a su realidad original en Dios. Es este el punto donde más
se distancia la abadesa de las beguinas: si para ella el alma se hace semejante a Dios en
la cima de la visión, para las otras el alma queda aniquilada con el fin de convertirse en
aquello que Dios es.

La literatura de las beguinas se caracteriza tanto por su índole especulativa como


experimental. Estas autoras fusionan la tradición del amor cortés con la metafísica del
amor divino. Desarrollan también la mística del Ser, proveniente de la doctrina
agustiniana, con la marca posterior de Guillermo de Saint-Thierry; éste fue teólogo
cisterciense del siglo XII, e introdujo en la religión latina temas de los Padres
alejandrinos ignorados en Occidente, como la teología trinitaria, que causó devoción
entre las beguinas. En resumen, Guillermo empleó la expresión “llegar a ser lo que Dios
es” (que no es lo mismo que llegar a ser Dios). En las cinco autoras estudiadas, el Alma
noble acepta todas las pruebas impuestas por Dios, representado por Dama Amor (aquí
se observa el paralelismo con la novela cortesana, en que el caballero es sometido a la
dama); el Amor queda enmarcado en esta metafísica del Ser, ligado a su vez a la
concepción trinitaria. Otro tema abarcado por estas mujeres es el de la mística negativa,
terreno en el cual se habla del alma sobrepasándose a sí misma, sin poder alcanzar
nunca la trascendencia divina.
Las beguinas, inscritas en la tradición, logran la originalidad a través de la propia
experiencia, sus propias visiones y reminiscencias. Cabe mencionar que en sus obras ya
estaban presentes muchos de los temas que más tarde tratarán otros autores tan
considerados como el Maestro Eckhart.

Tras este prolegómeno, cuya finalidad es contextualizar las cinco autoras en un marco
global, así como esbozar las características generales de la mística en la que se
adscriben Hildegarda y sus sucesoras, el texto se estructura en diez capítulos (escritos en
alternancia por Epiney-Burgard y Zum Brunn), unidos de dos en dos: el primero de
ellos se dedica a una de las autoras, entrando en los matices más específicos de su
literatura, y el siguiente comprende una breve selección de fragmentos representativos
de sus obras.

Hildegarda de Bingen (1098-1179) se impuso por su singular carisma profético y


energía reformadora. Consiguió la autorización del papa Eugenio III para publicar todo
lo que el Espíritu Santo le comunicase en sus visiones. Su fama se extendió por el
mundo entero. Sin embargo, a pesar de su cultura y su don profético, Hildegarda no
superó la concepción jerárquica feudal (afirmaba que el mundo se componía de estados
jerárquicos queridos por Dios, y este orden no se podía revocar). Su teología es
tradicional y profundamente optimista. Lo que la caracteriza es el dinamismo y la
concreción de sus visiones. En la extracción de su obra, se muestran algunas de sus
cartas a teólogos contemporáneos y algunas de sus visiones.

Matilde de Magdeburgo (1207/1210-1282/1294) proviene de un medio acomodado y


dejó su familia para responder a la llamada de Dios. Escribió una serie de poemas que
conforman escenas dialogadas entre Dios y el Alma (junto a otras figuras alegóricas),
titulados La luz resplandeciente de la Divinidad (ilustrados en el capítulo siguiente).
Criticó con acerbo la decadencia del imperio eclesiástico, ganándose muchas
enemistades. Esta autora es el nexo entre Hildegarda y las posteriores beguinas. El tema
central de su obra puede decirse que es el retorno del alma en su ser original en Dios,
desarrollado con un lenguaje espontáneo y vivaz, donde el yo juega un papel
fundamental, respondiendo en primera persona a las revelaciones espirituales.

Beatriz de Nazaret (1200-1268) fue monja cisterciense. Solo dejó escrito un breve texto,
aunque ejemplar, titulado Siete maneras de amor. Durante su juventud practicó
penitencias muy duras, tratando de llevar a cabo una emulación espiritual. El deseo es el
motor de su actitud, lindando con la locura; esto no exime de la reflexión de ese deseo
amoroso, donde la razón desempeña una actitud primordial. La meta del proceso de
Beatriz es reformar la naturaleza perturbada por el pecado y recobrar la pureza de la
creación divina, esto es, un “despojamiento de todo lo que no es Dios”. La culminación
es la paz interior, que se obtiene mediante la unión de su voluntad con la voluntad
divina. En todas sus visiones están presentes los sentidos: las sensaciones táctiles, la
audición y el gusto. Su obra conforma una síntesis de su vivencia; está escrita en prosa y
el eje estructural es el amor (con un movimiento neoplatónico).

En cuanto a Hadewijch de Amberes (hacia 1240), los detalles biográficos son escasos.
Su obra estuvo olvidada hasta el siglo XIX, y en ella se da muestra de su amplia cultura.
Se mueve en un universo espiritual muy cercano al de Beatriz. Escribió poemas,
visiones y cartas. Las poesías podrían englobarse en un único poema, con variaciones
sin fin: el amor es tratado bajo aspectos diversos, presentado como una persona cuyos
atributos se alaban. Se observan muchos paralelismos con la literatura trovadoresca del
fine amour. Las visiones se remontan a su juventud y carecen de originalidad; la
conclusión que se extrae de ellas es que el amor en la fruición solo puede poseerse en el
centro de la vida en la tierra, en el exilio y la miseria. La doctrina de Hadewijch es
ejemplarista y se centra en una cuestión central: de dónde viene y adónde va el alma,
suponiendo que está en Dios desde toda la eternidad. Hay en toda su obra una
“pedagogía del tiempo”, ligada al concepto de crecimiento. Como en Beatriz, éste
también pasa por el camino del sufrimiento.

La última autora es Margarita Porete (fallecida en 1310). Apenas quedan como


testimonios de esta mujer su obra Espejo de las almas simples anonadadas y la
documentación de los procesos a los que fue sometida por la Inquisición. El Espejo fue
considerado un texto herético, hecho que lo llevó a la hoguera junto a su autora. Los
esfuerzos de la Inquisición por detener la circulación del libro denotan su éxito.
Margarita, como ante un espejo, trató de mostrar (en lengua cortesana y a partir de un
juego escénico con personajes alegóricos) la verdad espiritual que quería enseñar: la
liberación del alma obtenida a partir de la aniquilación en Dios por amor, siendo así
transformada en Él, en otras palabras, la abolición de la voluntad individual a favor de
la voluntad divina. Su ideal fue confundido con las sectas del Libre Espíritu; ésta y otras
razones fueron las que sentenciaron su condena. En el último capítulo se cita la
Approbatio de tres clérigos acerca del Espejo y unos fragmentos del mencionado libro.

Para finalizar, Zum Brunn y Epiney-Burgard exponen una conclusión en la que se ponen
de manifiesto dos temas: “la historia perdida de la cristiandad femenina” y la
transposición, por mano de las beguinas, del amor cortés en el Amor eterno. En relación
a la primera cuestión, se habla de la ocultación (consciente) de gran parte de estas obras
femeninas debido a la extendida misoginia del período medieval, y se hace especial
hincapié en el hecho de qué es ahora, en la actualidad, cuando se debe redescubrir
aquello que quedó marginado o reprimido: “un retorno a estos valores femeninos
esenciales parece indispensable para nuestra supervivencia”. En cuanto al segundo
aspecto, es en donde cabe hablar de las místicas renano-flamencas como las mujeres
trovadoras de Dios.

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