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América Latina

Esta categoría incluye a los archivos históricos documentales conformados en los diversos
países de América Latina.1 El Consejo Internacional de Archivos propone que un archivo
engloba un conjunto documental producido por una persona u organismo público o privado,
que se conserva y es transmitido por su valor archivístico; así mismo, es la institución
encargada de reunir, sistematizar y conservar el material documental, además de brindar
acceso a su consulta; finalmente, la definición comprende al edificio destinado para el
resguardo del fondo.2 De manera general, un archivo puede considerarse de tipo
administrativo o histórico, según el ciclo vital de los documentos contenidos, la diferencia
entre ambos implica el tiempo que ha transcurrido entre su creación y su consulta. Cuando
el contenido informa sobre lo ocurrido 40 ó 50 años antes de su revisión, el acervo adquiere
su carácter de histórico. Cabe mencionar que la clasificación temporal varía en cada
institución archivística.
A partir de las indagaciones, puede sugerirse que el calificativo “Nacional” de un archivo
hace referencia al acopio de la documentación generada por las oficinas del poder federal o
central, mientras que el apelativo “General” sugiere la recopilación de los anteriores
expedientes más los producidos en el interior, es decir, en las provincias, estados o
departamentos de un territorio nacional. Así, puede observarse que la tendencia en los
repositorios que existen en América Latina utilizan mayormente las denominaciones:
Archivo General de la Nación (Argentina,3 Colombia,4 El
5 6 7 8
Salvador, México, Nicaragua, Uruguay, República Dominicana,9 Perú,10 y
Venezuela11 ), Archivo Nacional (Bolivia,12Brasil,13 Chile,14 Costa
Rica, Cuba, Ecuador, Honduras, Panamá, y Paraguay20 ) o Archivo General (Puerto
15 16 17 18 19

Rico21 ). Debe mencionarse también al Archivo General de Centroamérica,22 donde se


resguarda la documentación generada durante el periodo colonial en la Capitanía General
de Guatemala.
El presente artículo indaga en la trayectoria de los acervos históricos existentes en América
Latina, con la intención de proponer una lectura regional -latinoamericana- sobre sus
procesos de creación y sus características principales. En este sentido, se observa en
conjunto la función política e histórica de la preservación documental, la naturaleza de los
acervos, los procesos de su institucionalización y las finalidades principales con que son
consultados, así como su estado y tendencias actuales. La visión regional sobre los archivos
latinoamericanos puede justificarse en la experimentación de un proceso histórico
compartido respecto a la generación y el aprovechamiento de la información.
La historia común del corpus documental que aquí se analiza inició con la conquista de
América, cuando los registros de información se homogenizaron, de acuerdo al modelo
hispano o portugués. En ese primer momento, el despliegue institucional de las monarquías
ibéricas determinó una cultura archivística al normativizar que cada dependencia real
generara y resguardara sus archivos administrativos. Posteriormente, tras las guerras de
independencia hispanoamericanas y la Independencia de Brasil, este sistema de
archivonomía fue adoptado por los gobiernos emergentes quienes, aun con sus variantes
locales, sostuvieron dicho modelo de elaboración y conservación de la memoria
institucional. Esta práctica, al demostrar su eficacia, se ha mantenido en el ejercicio de
generación de documentación del Estado, cuya directriz actual apunta hacia
lademocratización de la información.

Utilidad[editar]
La conservación de la memoria histórica es una de las preocupaciones universales de la
humanidad. Debido a su amplitud y a la intencionalidad de su preservación, el resguardo de
la información requiere de un proceso selectivo en que cada sociedad condiciona aquello
que quiere recordar u olvidar de su pasado.23 Históricamente, el Estadose ha encargado de
generar, seleccionar y transmitir las huellas que testifican y legitiman sus acciones ante las
generaciones futuras, quienes a su vez asimilan o interpretan tales registros. Baste retomar
el planteamiento de Max Weber sobre la creación de documentos en la burocracia moderna:
La administración del cargo moderno se funda en documentos escritos ("archivos") que se conservan en forma
original o como proyectos. Existe, así, un personal de subalternos y escribas de toda dase. El conjunto de los
funcionarios "públicos" estables, así como el correspondiente aparato de instrumentos y archivos, integran una
"repartición"; esto mismo es lo que en la empresa privada se llama "oficina". 24

Los archivos cumplen una doble función al almacenar los testimonios de determinados
acontecimientos; en primer lugar, como comprobantes de su efectiva ejecución y en un
segundo momento, sirven como base para la reconstrucción histórica, es decir, se
convierten en las fuentes documentales que sustentan la interpretación de sucesos realizada
por un historiador.

Establecimiento[editar]
Dentro del territorio que actualmente se comprende por América Latina, el interés por
preservar la memoria tiene sus antecedentes propios en la época precolombina. No
obstante, la mayor parte de la información conservada fue producida a partir del arribo de la
cultura europea, especialmente al introducirse la escritura alfabética y el ejercicio
burocrático, principal generador de documentación oficial. Gran parte de ésta fue generada
durante el periodo colonial y recuperada por los Estados nacionales, con la intención de dar
seguimiento administrativo a todos los ámbitos sociales de los países nacientes. El nuevo
orden político creó sus propias instituciones y herramientas documentales para lograr su
funcionamiento práctico, fortalecerse a sí mismo y establecer los parámetros en que se
preservaría su memoria oficial. Años más tarde y de acuerdo al ciclo vital de los
documentos, estos registros adquirieron su carácter histórico y dieron origen a los actuales
acervos ubicados en los distintos archivos latinoamericanos. Puede señalarse que el primer
archivo regional para Hispanoamérica fue el Archivo General de Indias, establecido por la
Monarquía española, en la ciudad de Sevilla, en 1785; su creación tenía como objetivo
centralizar el manejo de información y reunirla en un solo espacio acondicionado para tal
ejercicio. Tras las independencias, los Estados nacionales fueron los nuevos interesados en
crear y controlar la documentación, proveniente de las instituciones establecidas por cada
régimen en sus territorios recién configurados. De esta manera, surgieron los primeros
repositorios de carácter nacional, antecedente inmediato de los actuales archivos
latinoamericanos.
Años más tarde y de acuerdo al ciclo vital de los documentos, estos registros adquirieron su
carácter histórico y dieron origen a los actuales acervos ubicados en los distintos archivos
latinoamericanos. Puede señalarse que el primer archivo regional para Hispanoamérica fue
el Archivo General de Indias, establecido por la Monarquía española, en la ciudad
de Sevilla, en 1785; su creación tenía como objetivo centralizar el manejo de información y
reunirla en un solo espacio acondicionado para tal ejercicio. Tras las independencias,
los Estados nacionales fueron los nuevos interesados en crear y controlar la documentación,
proveniente de las instituciones establecidas por cada régimen en sus territorios recién
configurados.25 De esta manera, surgieron los primeros repositorios de carácter nacional,
antecedente inmediato de los actuales archivos latinoamericanos.
La fase inicial de la organización de archivos nacionales y generales en América Latina
comenzó en la década de 1820 y continuó durante los tres decenios siguientes. Debido a las
inestabilidades políticas de los países emergentes, la consolidación de estas instituciones se
tornó difícil y fue necesaria una reconfiguración de la normatividad archivística, a partir de
1880, con el objetivo era conseguir el afianzamiento de los archivos como herramientas de
los Estados nacionales. Para ilustrar este proceso, puede mencionarse al Archivo General de
la Nación Argentina, fundado en 1821 y refundado en 1884; un caso similar fue el
experimentado por el Archivo de la nación boliviana, cuya instauración ocurrió en 1825 y
su posterior reorganización en 1883; un tercer ejemplo es el caso del acervo brasileño,
constituido en 1838 y reconfigurado en 1893.

Utilización y mejoramiento[editar]
Aunado a este primer periodo de los archivos latinoamericanos, puede observarse un
proceso de evolución en el aprovechamiento de los fondos documentales, donde la
información contenida, además de sustentar las acciones del Estado, se convirtió en una
fuente para la investigación histórica. Como evidencia de esta transformación se encuentra
el surgimiento de las primeras historias nacionales en América Latina, entre las que pueden
destacarse: La historia general del reino de Chile, coordinada porBenjamín Vicuña
Mackenna y publicada entre 1877-1878, así como México a través de los siglos, dirigida
por Vicente Riva Palacio y publicada en 1884.26
El proceso de profesionalización archivística, propio del siglo XX, caracterizó una tercera
etapa general de los archivos latinoamericanos. Durante la primera mitad de esta centuria,
los repositorios incorporaron y sistematizaron con mayor cuidado la documentación, se
agilizó su consulta y se generaron organismos de difusión e investigación. Además,
surgieron proyectos para la reproducción de materiales significativos del acervo y, sobre
todo, se iniciaron algunas publicaciones periódicas de contenido archivístico e histórico.
Como muestra de este fenómeno pueden mencionarse tres ejemplos: el Archivo General de
la Nación de México comenzó a publicar, en 1930, Legajos. Boletín del Archivo General
de la Nación; un evento similar ocurrió en República Dominicana, donde el Archivo
General sacó a la luz la revista Clío en 1933 y el Boletín del Archivo General de la Nación
en 1938; un tercer ejemplo puede observarse en el acervo peruano, con la aparición de la
Revista del Archivo Nacional del Perú en 1920.
En la segunda mitad del siglo XX, puede verse otra etapa en las publicaciones producidas
en los acervos latinoamericanos, enfocada en la construcción de guías e inventarios
documentales, manuales archivísticos, folletería, boletines diversos, monografías, memorias
de congresos especializados, etcétera. En esta fase, la disciplina archivística evidencia su
consolidación, a través de la catalogación óptima de los documentos, la realización de
congresos archivísticos, el surgimiento de normatividades para la homologación del
tratamiento y manejo de la información, la llegada a consensos y la creación de redes
internacionales para la mejora de los procesos de conservación y de consulta. Respecto a
este último apartado, pueden mencionarse dos ejemplos: el Programa Memoria del Mundo,
creado por la UNESCO en 1992, que impulsado por “la conciencia creciente del lamentable
estado de conservación del patrimonio documental y del deficiente acceso a éste en
distintas partes del mundo”,27 apoyó con recursos y asesoría en la ordenación de los
expedientes almacenados en toda América Latina; en segundo lugar, se encuentra la
Asociación Latinoamericana de Archivos (ALA),28 creada en 1973 como una entidad de
carácter profesional y cultural que busca servir como promotor del desarrollo archivístico
de Iberoamérica.29 Se encuentran agremiados a esta asociación todos los países
latinoamericanos, con excepción de Venezuela.
Aparte de los fondos nacionales, otros acervos privados y locales se han beneficiado de
proyectos internacionales que han permitido el resguardo documental, a través la
microfilmación y la digitalización; entre estos pueden destacarse los programas
emprendidos por FamilySearch30 y Fundación MAPFRE.31

Tendencias actuales[editar]
En América Latina, este proceso de evolución institucional es resultado del avance de dos
procesos. El primero relacionado con el desarrollo de la disciplina histórica y el segundo
ligado a la apertura legal de acceso a la información. Como se mencionó, la documentación
del pasado es la fuente primordial en el ejercicio de los historiadores y, por tal razón, el
proceso de profesionalización de la disciplina histórica ha impulsado el mejoramiento del
resguardo, manejo y acceso a la información de los archivos. Así, a partir de la segunda
mitad del siglo XX, la multiplicación de espacios de investigación ha revalorado la
importancia que tiene la preservación de los fondos documentales. Por otra parte, las
legislaciones locales han contribuido a la accesibilidad pública de la información y
permitido el tránsito a una nueva etapa, caracterizada por la descentralización de las
instituciones archivísticas, donde éstas han adquirido progresivamente un carácter
autónomo frente a los Estados nacionales.
Dada la utilidad demostrada desde su apertura, los archivos nacionales continúan
engrosando sus acervos, con la documentación generada por las administraciones actuales;
los archivos son instituciones vivas que siguen creciendo y evolucionando en sus formas de
almacenamiento y consulta, apoyadas en las nuevas tecnologías que tienden a la
digitalización de los documentos y a permitir su consulta desde plataformas virtuales.
Aunado a esto, siguen multiplicándose los esfuerzos de conservación internacional para
mejorar la preservación documental nacional. En este escenario sobresale el papel que
desde 1990 desempeña el Programa Iberarchivos-Programa ADAI,32 surgido por acuerdo
de las Cumbres Iberoamericanas de Jefes de Estado y Gobierno,33 cuyo objetivo es reforzar
la solidaridad entre los 17 países que conforman el programa.

Archivos Históricos Latinoamericanos


Fundación Inicial Renovación Última renovación

Argentina 1821 1884 n/e

Bolivia 1825 1883 n/e

Brasil 1838 1893 1911

Chile 1844 1887 1925

Colombia 1868 n/e 1989

Costa Rica 1881 1889 1969

Cuba 1840 n/e n/e

Ecuador 1884 n/e 1952

El Salvador 1824 1948 1962

Honduras 1880 n/e 1949

México 1823 n/e 1918

Nicaragua 1863 1896 n/e

Panamá 1912 n/e n/e


Archivos Históricos Latinoamericanos

Fundación Inicial Renovación Última renovación

Paraguay 1855 1871 1950

Perú 1861 n/e 1943

Puerto Rico 1856 n/e 1955

República Dominicana 1930 n/e 1935

Uruguay 1827 n/e 1926

1945
Venezuela 1836 1877

HISTORIA Y EVOLUCION DE LA ARCHIVISTICA


En la historia moderna los archivos, cuyo origen se remonta a primeras formas de
organización política, recibieron un gran impulso a raíz del surgimiento del Estado-
Nación.
España, país vanguardista en esta dirección y en lograr su unidad política con una
monarquía nacional a finales del siglo XV, desarrolló una gran tradición
documental y archivística que trasladaría a sus colonias en América. Uno de los
primeros archivos de la metrópoli fue el de la corona de Aragón, en un documento
de pleito ante la Corona de Tarragona por la posesión de unos castillos del
monarca debido a que un noble, Pedro de Luzá, los reclamaba como propios. El
rey se dirige al archivo y un documento que prueba su posesión de esos castillos.
A pesar de la fecha en la que se hace mención por primera vez del archivo, la
custodia de los documentos es anterior al s.XII, es muy probable que el archivo
reúna documentos del siglo X (afirmación de Federico Ubiña). Se confecciona el
cartulario más importante de Aragón, liber fundarum maio, con todos los
documentos del patrimonio real. La finalidad es reunir los documentos propios del
monarca y de sus antepasados y también de sus súbditos, y así crear una
memoria.

El emperador Carlos V dispuso, en 1540, la organización del Archivo de Simancas


con fines de consulta por parte de la administración, pues «el concepto y realidad
de un Estado moderno, exigía una organización administrativa con su compañera
inseparable, la burocracia, y con su correlato necesario, el archivo».

El archivero tiene orden de reclamar anualmente los registros generados por el


protonotario o jefe de la escribanía real, por los secretarios del Rey, de la Reina,
del primogénito, y su esposa si la tuviera. Estos registros se integrarían en el
Archivo, y son los documentos más importantes. El Rey sitúa a este
archivero−escribano dependiendo directamente del Canciller Mayor (que custodia
el sello real).

El MEMORIAL era un documento donde se inscriben los documentos que


ingresan en el Archivo. Se anotaba el día de entrada, el tipo de registro que
ingresaba, las fechas que abarcaba y el nombre de la persona que hacía la
entrega. En cuanto a la ordenación, era cronológica dentro de la serie, aunque no
muy precisa. La identificación se hacía a dos niveles:

- Como unidad archivística, que es como se hace actualmente, mediante una


numeración.

- Como unidad documental, se foliaba y en los folios iniciales se elaboraba un índice


generalmente alfabético.

La conservación y restauración corría a cargo del archivero, que era quién


reparaba los documentos deteriorados. Los gastos generados eran sufragados por
el derecho del sello (los particulares pagaban por poner un sello en un documento,
o por la expedición del mismo). En cuanto a la accesibilidad, es nula, ya que es un
Archivo Real y por tanto secreto, privado y personal. El único que puede pedir
documentos es el Rey, a partir de Reales Cédulas y a pesar de ello el documento
no saldrá del archivo, sino que el archivero expedirá una copia.

A partir del siglo XV el Archivero podrá expedir copias a particulares que lo


soliciten, a cambio de una remuneración. A partir de este siglo el archivo deja de
ser un archivo central, produciéndose una descentralización, debido a que se
fueron creando diversos archivos, en Barcelona, en Valencia y en Zaragoza, a
mediados de siglo, tras plantearlo en unas cortes en Calatayud, y siguiendo el
principio de procedencia territorial. Hay muchos instrumentos de descripción para
organizar la documentación:
- El Archivo del Rey, siglo XII, estaba difícil encontrar documentos, de manera que
se encarga a Raimundo de Caldes crear un libro donde se transcribieran todos los
documentos del archivo.

- Los documentos estaban almacenados en cajas o sacos. En el inventario de Pedro


Passeya se dice que los sacos estaban rotulados indicando su contenido, y estos
estaban metidos en unos 20 armarios.

- En cuanto a los cartularios, el más importante es el libro de los Feudos. Se


copiaron 951 documentos con letra muy clara y cuidada, y precedido cada uno de
un breve resumen en tinta roja.

- Lo más destacado de estos documentos es que algunos se acompañan de


miniaturas de vasallaje, que escenifican la entrada en homenaje del Rey en una
ciudad. En la portada del cartulario hay una representación de Raimundo de
Caldes escribiendo.

- Libro de los Privilegios del Temple, siglo XIII, son unos 200 y todos relativos a los
privilegios otorgados a la Orden del Temple. Contiene 5 cartularios.

- Inventario realizado por Plateo Botella con la documentación existente de la casa


de San Juan de Jerusalén en el siglo XIII.

- En el siglo XIV hay otro inventario de documentos sueltos que ingresaron en el


archivo, ya realizado por Pedro Pasella.

- De todos los registros del archivo, hasta el siglo XV, se realizaron unos índices
(por Diego García y su hijo), pero siguiendo la costumbre de la época, es decir,
indicando por el nombre y no por el apellido. Aún se conservan. También se
conserva un índice de materias, pero sólo del Patrimonio del Rey.

- Libros de registro de entrada y salida. En el siglo XIV, Ferre de Magarola abrió un


libro de registro de entrada y salida, que se continuará hasta el siglo XVI.

2.1 ARCHIVO DE INDIAS

». Cuando en 1785 Carlos III creó el Archivo General de Indias de Sevilla, que
reuniría la documentación relativa a la América española, a la función
administrativa de los archivos se agregaban los intereses de la investigación
histórica.
La maquinaria administrativa colonial hispanoamericana, caracterizada por el
centralismo, el afán reglamentarista, el intervencionismo de Estado y el
consecuente burocratismo, necesitaba el apoyo documental para su
funcionamiento y control. De ahí el temprano surgimiento de los archivos en las
sedes de los organismos del gobierno colonial y en los principales centros
urbanos.

Los documentos no son sólo considerados hechos administrativos, sino que se


valora la perspectiva histórica. Esa perspectiva la encontramos con la creación del
Cronista de Indias, que según las ordenanzas que regulan el Consejo de Indias, el
cronista debía elaborar una historia del monarca vigente, y se le debe proporcionar
toda la información documental que precise para realizar su trabajo. Esa historia
se va a intentar documentar con fuentes. Es el comienzo del método crítico. Se
acude a las fuentes del archivo para realizar una historia fiel, fidedigna sobre el
descubrimiento de América. A los monarcas les preocupa la documentación
indiana porque les permite mantener sus pruebas para respaldar los derechos del
monarca, les permite respaldar frente a otras naciones los descubrimientos
realizados.

También hay una preocupación por el propio Consejo de Indias en cuyas


ordenanzas se habla del establecimiento de un archivo central y se dice que
cuando esos documentos ya no sean útiles se envíen a Simancas.

Juan Bautista Muñoz, el Cosmógrafo mayor de Indias, será encargado de elaborar


la historia.

José de Gálvez, en 1773 entra en contacto con la documentación que hay en el


archivo de Simancas, no consigue encontrar la documentación que busca, debido
al desorden, por lo que hace una denuncia. Ello da lugar a la creación del archivo
de Indias.

Desde 1779 Juan Bautista Muñoz tenía como misión encargar la Historia del
Nuevo Mundo (para rebatir la escrita por Robertson), recorre bibliotecas y archivos
y en Simancas se encuentra un gran desastre. Ante esta segunda denuncia se
crea una comisión para habilitar un nuevo lugar para esa documentación. En 1781
una Real Orden de Carlos III funda un nuevo archivo en la Casa Lonja de Sevilla.

Con toda esa documentación se va a elaborar un verdadero tratado de archivística


para la época. En esta elaboración destaca Juan Bautista Muñoz por sus
conocimientos históricos, por su organización de los archivos etc. Las ordenanzas
datan de la época de Carlos IV, y en ellas encontramos el término archivo
refiriéndose al lugar donde se contienen los documentos, mientras que la
expresión papeles se utilizará para denominar al conjunto de documentos que
existen en ese establecimiento. Se le denominará Archivo General como depósito
que agrupa los documentos de distintas instituciones indianas. El término fardo
aparece una vez en las ordenanzas y no tiene el sentido actual. Equivalía al dinero
guardado en un arca para costear los gastos del archivo. También aparece el
término colección que equivale a nuestro fondo actual.
El funcionamiento de la Real Audiencia neogranadina a partir de 1550, dio lugar a
las series y fondos documentales que integrarían, en el siglo XIX, los archivos
nacionales de Colombia.
La referencia documental más antigua sobre el establecimiento de archivos
oficiales en Colombia, la encontramos en el Libro de Acuerdos de la Real
Audiencia de Santafé:

«(..) por cuanto en estas casas reales, con acuerdo suyo de los Oficiales Reales
de Su Majestad desde Reino, que al presente se ha hecho un aposento para
donde esté la caja real y Hacienda de Su Majestad, donde al presente está, y para
quintar el oro y plata y esmeraldas que en este Reino hay, e para que los dichos
Oficiales oigan los pleitos y diferencias tocantes a la dicha Real Hacienda,
conforme a una Cédula Real de Su Majestad que sobre ello hay y nuevamente ha
enviado, y para que en todo haya buena cuenta y razón es necesario que en el
aposento susodicho, donde la dicha caja y Tribunal está, se tenga un archivo en el
cual estén todos los papeles, cuentas y libros tocantes a la dicha Hacienda Real
después que este Reino se descubrió y los que adelante se ofrecieron e hicieren
de nuevo, porque de no sé haber hecho hasta aquí ha habido grandes
inconvenientes y no tan buen recaudo en los dichos papeles y cuentas como
convenía, y se han quemado y perdido muchos por estar en bohíos y casas de
paja,' por tanto su señoría mandaba y mandó a los dichos Oficiales Reales, que
dentro de seis días, después que les sea notificado, hagan el dicho archivo y le
pongan en el dicho aposento, junto con la dicha caja real, para que perpetuamente
estén juntos y metan en él, dentro del dicho término, por inventario, todos los
papeles, cuentas, recaudos, libros de Hacienda Real que se han hecho en este
Reino, después que se descubrió hasta el día de hoy y todo lo demás que fuere
menester tocante a la dicha Hacienda Real, y así mandó se les notifique por
auto.» 1

El interés por proteger la documentación oficial se puede evidenciar con la


siguiente cita:
«...se le ordena en una que los papeles del Acuerdo de la Audiencia de San
Francisco de Quito que hubiese en el archivo de la Audiencia de Santafé, para que
en todos tiempos conste en él, y en cumplimiento de esta real orden mando (...)
recoxa dichos papeles del paraje o depósito en que estuviesen con toda reserva
conveniente y {...) formará inventario de ellos y muy bien condicionados los pondrá
con toda guarda y custodia en el cajón o cajones, cofres u otra cosa equivalente, y
cerrados y asegurados superabundantemente y con todo el resguardo y seguridad
que conviene...»
En el año de 1777, el Virrey Manuel Antonio Flórez encargó a Pedro Quiñones, la
ordenación de las cédulas reales de los archivos de Gobierno, Contaduría y
Tribunal Eclesiástico, para facilitar su consulta.
Las disposiciones relativas a los archivos no siempre fueron cabalmente
observadas, y al desgreño y a las contingencias administrativas se sumaron los
embates de la naturaleza que han afectado la conservación de los documentos.
En 1550, un incendio originado en la casa del Secretario de la Audiencia consumió
buen número de documentos. En 1785, un terremoto dejó en muy malas
condiciones el edificio en el cual se custodiaban los documentos provenientes de
esta corporación.

El 28 de mayo del año siguiente una conflagración acaecida en el Palacio de los


Virreyes consumió buena parte de la documentación de la Audiencia. En medio de
la confusión, los documentos no consumidos por el fuego fueron sacados y
amontonados en la Plaza, tras tocándose su disposición y ordenación en los
legajos.
El cuidado y correcta disposición de los documentos oficiales y de los archivos, fue
otra preocupación de las autoridades indianas como se aprecia en el oficio dirigido
al Arzobispo de la Iglesia Metropolitana de Santafé por el Consejo Supremo de
Indias:
«...en vida de los jefes, que por curiosidad u otros motivos recojan estos papeles,
se custodien con reserva, por su fin y muerte se venden por papeles viejos, - como
ha sucedido en el caso de que se trata, y ve todos los días,' en Cuya
consecuencia ha acordado el referido supremo tribunal se encargue y ruegue a
V.S. reservadamente, como lo hago, disponga que de la Secretaria y demás
oficinas de su Diócesis no se saque ningún papel en copia ni menos original sin su
consentimiento, y ser necesario para el servicio y administración de justicia,
cuidando mucho de que en los archivos haya todo aquel método, economía y
orden que se requiere para evitar los inconvenientes apuntados, no recogiéndose
por parte de V.S. ni trayéndose papeles que deben custodiar se en ellos, o sean
parte de los expedientes, como [ha] sucedido en el caso del día...»
La documentación también fue blanca, del motín, la asonada y los avatares de la
guerra, especialmente en el proceso de Independencia. Durante la reconquista
española, en el llamado Régimen del Terror (1816-1819), el Virrey Sámano en su
huida, llevó consigo para Cartagena la documentación oficial producida por
entonces y luego dispuso que fuera trasladada a Cuba para ir a parar, años más
tarde, a varios archivos españoles. 5
A finales de 1827, la Secretaría de Guerra y Marina se dirigía a su homóloga de lo
Interior y Relaciones Exteriores, manifestando que en vista de la existencia en el
archivo del Virreinato y en los de las Secretarías de Estado de «...algunos legajos
que son inútiles, y como se necesita urgentemente papel para la construcción de
cartuchos, ésta Secretaría solicita a Ud. se sirva dar órdenes para entregar al
guarda parque la parte del archivo que crea inútil, con el objeto indicado.» 6 Por
fortuna la Secretaría se abstuvo de dar tal orden y expresó que tales documentos
«...han sido considerados por el Gobierno como importantes, no sólo por el mérito
de la antigüedad, sino porque ellos pueden suministrar datos curiosos, que si no
hacen parte de la historia del país, al menos pueden servir para el estudio de las
costumbres y el carácter de nuestros antepasados, así como del procedimiento
que seguirán en los diversos ramos de la administración pública». 7
Algunos individuos poco reconocidos por la historia, impidieron que testimonios
escritos hubiesen desaparecido para siempre. Es el caso de Don José Martínez
Carpintero, Alcalde Ordinario de Santafé, y de Don Félix José Lotero, Escribano
de Cámara, .quien se dirigió al rey de España hacia 1817 para manifestar:
«Vuestro Escribano interino de Cámara, con el respeto debido, hago presente a
Vuestra Alteza un inventario de los libros cedularios y otros papeles que de los
que encerraba el archivo secreto de este Real Acuerdo pudo librar de las tropas
del Congreso en el tiempo de la revolución Don José Martínez Carpintero, que
entonces era alcalde ordinario de esta ciudad, y de cuya orden se me entregaron
para su custodia, en la cual los he conservado desde aquel tiempo, trasladándome
a vivir en esta oficina todo el tiempo que las tropas ocuparon las casas del
Tribunal, sin embargo de hallarme gravemente herido. Igual conducta observé en
toda aquella época con el real sello de nuestro católico monarca, manteniéndolo
subterrado hasta que estrechado el canciller a su entrega, muy poco antes de
entrar en esta plaza del ejército español expuso existir en mi poder de donde se
me extrajo de orden del nombrado Tribunal de Alta Corte de Justicia. Poniendo en
la alta consideración de Vuestra Alteza este pequeño servicio, espero que Su
Superioridad me prevenga lo que con dichos papeles debo hacer, esto es si
conservarlos fuera del archivo o restituir/os a él. Santafé, 10 de abril de 1817.» 8

Terminadas las guerras de Independencia, el primer intento de organización de los


archivos del Tribunal de Cuentas, la Escribanía de Gobierno, la Secretaría de los
Virreyes y la antigua vice-presidencia, luego del incendio del palacio Virreinal, fue
acometido por Don Antonio Bernal, quien fuera archivero del Tribunal por
designación del Libertador Simón Bolívar y quien sirviera al ramo de la Hacienda
por espacio de cuarenta y cinco años.9
El criterio empleado en esta primera organización de los documentos estuvo
acorde con los principios archivísticos modernos, si nos atenemos a lo expresado
por este archivero, en un oficio dirigido al Ministro de Estado:
«...es necesario ir haciendo separación de los papeles por los tres departamentos
a que corresponden, como son, Santafé, Quito y Caracas, que componían la
demarcación del Virreinato. Hecho esto es indispensablemente necesario
dividir/os y darle a cada uno la aplicación entre los lugares y provincias de cada
Departamento para que así se haga un perfecto arreglo como el que se nos ha
prevenido. Es preciso leerlos para saber sus contenidos, clases y ramos a que
pertenecen y llevarse al mismo tiempo el correspondiente inventario para facilitar
con mayor presteza sus buscas. Este es el orden que el señor Secretario de la
Prefectura (a quien inmediatamente nos sujetó la superior comisión) nos prefijó
verbalmente.» 10
Sin embargo, la clasificación de los documentos obedeció a un criterio temático,
mientras que los conceptos modernos de la archivística enuncian como premisa la
consideración de los principios de procedencia institucional y orden original para la
clasificación.
En 1826, el Secretario de Estado del Despacho del Interior del Poder Ejecutivo,
don José Manuel Restrepo, sancionó la reglamentación relativa a los archivos de
las respectivas Secretarías de Estado. En virtud de la misma, los documentos y
libros de la Secretaría del Interior se dividirían en tres secciones: J.-Negocios
Pendientes. 2.- Archivo Secreto y 3.- Negocios Concluidos. U estas prescripciones
contienen los parámetros que darían lugar a una posterior organización de la
documentación oficial.
No obstante, sólo hasta la segunda mitad del siglo XIX el Estado legisló respecto a
la conformación de un repositorio para la documentación generada por la
administración oficial, tanto del régimen español en la Nueva Granada como del
periodo republicano.
En el año de 1866, durante la administración presidencial de Manuel Murillo Toro,
se dieron los primeros pasos para la organización del Archivo Nacional. Y fue así
como el 13 de agosto de ese año se contrataron los servicios del General Emigdio
Briceño, quien auxiliado por Manuel Briceño, su hijo, y por dos escribientes,
trabajó cerca de un año tratando de organizar el archivo del Virreinato y el de las
Secretarías de Estado.
La metodología seguida por el General Briceño para el arreglo de estos archivos,
de acuerdo con lo que le fue indicado por la Secretaría de lo Interior y Relaciones
Exteriores, consistió en
«Separar la parte relativa al Servicio Diplomático y la concerniente a Relaciones
Exteriores...». «2° Separar en dos grandes épocas el resto del Archivo, a saber:
Época Central, Época Federal, y dividir cada una de éstas en los varios ramos que
se presenten, infundiendo en cada grupo para la época central los documentos de
las diversas provincias que existieron durante ella. Respecto de la época federal,
debe mantenerse por separado el archivo de cada Estado, debidamente
clasificado». 12
Tras varios intentos de organización de la importante masa documental del
período colonial, como los realizados por los historiadores José Manuel Restrepo y
Joaquín Acosta a comienzos de la República, el Presidente Santos Acosta expidió
el decreto orgánico de los archivos nacionales el 17 de enero de 1868, disposición
que se considera el punto de partida del Archivo Nacional
Tales acciones se inscriben en el proceso de construcción del Estado-Nación, de
consolidación de la Independencia y de formación de la identidad, pues los
documentos de archivo fueron entendidos como elementos esenciales del
patrimonio cultural de la Nación y de otra parte, las corrientes historiográficas del
positivismo acentuaron el interés por los documentos como testimonios del pasado
y fuentes para la comprensión del presente y la construcción de la Historia.
El nuevo archivo estuvo conformado por la documentación procedente de la
antigua Real Audiencia y la generada por los organismos centrales de la
administración de la República. Además de los problemas técnicos relativos a la
organización archivística de la documentación y la permanente falta de recursos,
la mayor dificultad que debió afrontar el Archivo Nacional y que condicionó y limitó
de forma sustantiva sus funciones, fue la inestabilidad orgánica e institucional y la
carencia de sede.
El General Santos Acosta dispuso la reunión de los documentos de las cuatro
Secretarías de Estado -del Tesoro, de Hacienda, de lo Interior y Relaciones
Exteriores, de Guerra y Marina- en un sólo archivo y dio lugar a la Sección 4a de
la Secretaría de lo Interior y Relaciones Exteriores:
«Art. 2° Crease una sección de archivos nacionales en la Secretaría de lo Interior
y Relaciones Exteriores, a cargo de un Jefe de sección, Archivero Nacional.» 13
Más adelante se disponía:
«Art. 4° Refúndense todos los cuatro archivos de las Secretarías de Estado, y los
demás a que se refiere este Decreto, para formar los archivos nacionales a cargo
de la Sección de Archivos de la Secretaria de lo Interior y Relaciones Exteriores.»
14
El contrato con el General Briceño fue rescindido al parecer por incumplimiento de
los términos y se le pidió entregar los archivos en su poder.
En esta segunda mitad del siglo XIX se dispuso la creación de una Biblioteca de
Obras Nacionales con documentos donados por el General Santos Acosta, el
Coronel Anselmo Pineda, el escritor Manuel Ancízar y el historiador y político José
María Quijano Otero. Esta documentación, muy variada, tenía que ver en su
mayor parte con los diversos ramos de la Real Hacienda, y correspondía
principalmente al siglo XVIII y primera mitad del XIX. A los anteriores se agregó un
buen número de documentos públicos abandonados en un húmedo salón de la
Escuela Nacional de Institutoras y que fueron rescatados hacia el año de 1881 por
Luis María Cuervo con el auxilio del Secretario de Instrucción Pública, Ricardo
Becerra y trasladados a la Biblioteca Nacional, con el objeto de que conformaran
una sección denominada. «Archivo Histórico de la colonia». Según relata el señor
Cuervo, 15 se perdieron en aquella ocasión más de veinte metros cúbicos de
documentos totalmente afectados por la humedad.
Al año siguiente, el Gobierno nacional contrató los servicios del señor Cuervo,
quien entregó dos años más tarde la documentación empastada en poco más de
700 legajos y clasificada en treinta y seis materias. Este «Archivo Histórico de la
Colonia» permaneció como tal en la Biblioteca hasta 1938, cuando se le dio
traslado al Archivo Nacional y desde entonces se le conoce como la Sección
«Archivo Anexo».
Justamente por aquella época, efectuaba sus primeras visitas al Archivo Nacional
Francisco Javier Vergara y Velasco, Ingeniero graduado en Ciencias Militares y
quien durante varios años -algunos de ellos como funcionario de la Biblioteca
Nacional- elaboró varios índices, especialmente de la documentación colonial.
Fue durante el periodo presidencial del General Rafael Reyes (1904 -1909)
cuando se contrató el empaste de gran parte de la documentación, como lo
confirma Vergara y Velasco:
«El Gobierno presidido por el Excelentísimo Señor General Rafael Reyes, que tan
honda huella dejara en nuestra historia, "entre tantas medidas acertadas, como ha
realizado en bien del país, adoptó la nunca bien ponderada de ordenar; organizar
y empastar el riquísimo Archivo Nacional, la cual medida salvó de la ruina y el
extravío documentos de inestimable valor, de cuenta que a la fecha es posible
apreciarlo en lo que es, el primero de Suramérica, por lo completo de la
documentación, que lo constituye en elemento indispensable de la correcta
historia del régimen colonial y de la revolución de la Independencia, o sea de
páginas que pertenecen a la historia universal.» 16
La disposición Ejecutiva número 177 de 1907, dispuso la creación del cargo de
Inspector General de los Archivos Nacionales -Archivo Nacional, Archivo
Diplomático, Archivo del Congreso, Archivo de la Corte de Cuentas, Archivo del
Distrito capital-, recayendo esta primera designación en Enrique Álvarez Bonilla.
El Archivo fue objeto de interés nuevamente en 1920, cuando el Presidente Marco
Fidel Suárez sancionó la Ley 47, «por la cual se dictan algunas disposiciones
sobre bibliotecas, museos y archivos y sobre documentos y objetos de interés
público». Esta Ley disponía entre otras cosas, que:
«(Artículo 6°) En cada biblioteca, museo o archivo público se formará, conforme al
dictamen de las Academias y con aprobación del Gobierno, una sección especial
de libros, documentos u objetos que por su escasez, rareza o valor extraordinario
histórico y político, científico o artístico puedan llamarse únicos. Tales libros,
documentos u objetos no podrán sacarse del respectivo establecimiento, por
ningún motivo ni bajo ninguna fianza. El funcionario que violare esta prohibición
es responsable conforme a las leyes.» 17
El artículo 11 señalaba que:
«La Academia Nacional de Historia intervendrá, como cuerpo consultivo del
Gobierno, en la organización y reglamentación de los museos y archivos
públicos.» 18
Y finalmente disponía:
«Artículo 22. El Gobierno hará seleccionar cuidadosa y metódicamente todos los
mapas y cartas geogr4ficas que existan en las bibliotecas y en los archivos
nacionales. Estas cartas y mapas serán catalogadas bajo la denominación de
Mapoteca Colombiana, la cual será conservada en los archivos nacionales.» 19
Para entonces, la documentación reposaba en el edificio del convento de Santo
Domingo, que fuera una de las edificaciones más imponentes de la ciudad de
Santafé con hermosos y bien dispuestos arcos que descansaban sobre 182
columnas.
En 1936, por un absurdo vandalismo oficial, fue demolida esta reliquia
arquitectónica y al parecer se tuvo la intención de enviar el archivo al nuevo
edificio construido para la Imprenta Nacional en la calle 10 con carrera loa, frente a
la casa de mercado, pues en un oficio dirigido por el Ministro de Gobierno al
Director del Archivo, se lee:
«...desde 1931 he propuesto al Gobierno la incorporación del archivo que se
conserva en esta Biblioteca Nacional. Con esta mira, en el nuevo edificio de la
Biblioteca se había proyectado un piso donde pudieran ser reunidos todos los
archivos, pero como posteriormente se edificaron para ello varios pisos,
acondicionados, en el lote que ocupa la Imprenta Nacional, estimo, como el sr.
Zalamea, que es allí donde debe verificarse la centralización.» 20.
La Biblioteca Nacional poseía en sus instalaciones parte del acervo documental
del Archivo Nacional y al respecto el Ministro afirma:
«Ignoro en virtud de qué disposición- vino a parar a la Biblioteca esa parte del
archivo colonial y, aun cuando he procurado orientarme al respecto, lo único que
encuentro es que ya en el año de 1876 se alude a él en el Uniforme del Director
de entonces. Pienso, pues, que lo mejor sería expedir una ley en que se ordene la
centralización de todos los archivos en el nuevo edificio del Archivo Nacional.,» 21
Este traslado no se hizo efectivo, pues la documentación se llevó al Palacio de
Justicia, en donde permaneció en condiciones muy deplorables hasta 1938,
cuando se llevó al nuevo edificio construido para la Biblioteca Nacional con motivo
de la conmemoración del cuarto centenario de fundación de la capital de la
República, .
En virtud del Decreto Ejecutivo N° 205 del 30 de Enero del año anterior, el
Departamento de Archivos Nacionales, que funcionaba en el Ministerio de
Gobierno, pasó a ser dependencia del Ministerio de Educación, corno parte
integrante de la Biblioteca Nacional. Este emplazamiento fue ratificado por el
artículo 2° de la Ley 113 del21 de Diciembre de 1940, que dispuso que el Archivo
Nacional continuara instalado en este nuevo edificio, garantizando su estabilidad.
Respecto del acervo documental del Archivo que conservaba la Biblioteca
Nacional desde el siglo XIX, ello se debía a lo dispuesto por la Ley 106 de 1880, la
cual determinaba que la Biblioteca Nacional continuaría incorporada a la
Universidad y en el artículo 8 establecía lo siguiente: «Igualmente queda
incorporado en la Universidad Nacional el Archivo de la Nación, que corresponde
a la época de la Colonia, el cual estará a cargo de un empleado especial...».
A finales de 1939, el Ministro de Educación Alfonso Araujo decidió trasladar los
archivos de este Ministerio al Archivo Histórico Nacional. Los documentos se
encontraban hacinados en una pequeña pieza al sur de la ciudad, en las peores
condiciones, atacados por la humedad.
Por otra parte, una de las nuevas tareas que debía asumir el Archivo Nacional era
la de custodiar y dar al servicio los protocolos notariales anteriores a 1801
existentes en el país, los cuales le serían remitidos, según lo dispuesto por la Ley
40 de 1932.
Un aspecto interesante en cuanto a las funciones acordadas para el Archivo
Nacional, lo da el Decreto 2.032 de 1936 que dispuso la «incorporación y custodia
de los archivos nacionales pertenecientes a los Ministerios, Departamentos
Administrativos y demás oficinas públicas, con excepción de aquella parte de los
mencionados archivos que por necesitarse para su consulta inmediata o por tener
el carácter reservado, deben permanecer en las respectivas oficinas».
En la misma norma se ordenó que las dependencias enviaran sus documentos al
Archivo ordenados en legajos, debidamente rotulados, dando razón del número de
hojas y del año respectivo. Estas transferencias deberían acompañarse, además,
de una relación por duplicado, sobre los documentos objeto de la transferencia.
Por aquel entonces la consulta de documentos, de acuerdo con las funciones
asignadas al Departamento de Archivo Nacional mediante Resolución, debía ser
solicitada directamente al Ministro de Gobierno. Así, el Artículo 6° de las
disposiciones generales que sobre el particular se emitieron en noviembre de 1936
establecía que:
«Cuando se pidan copias de los documentos existentes en el Archivo Nacional, y
si se dispone su consulta a costa del interesado, éste pagará los gastos de
escribiente, a razón de $ 0.50 por hoja si se valiere de alguno de los empleados de
la oficina, siempre que se trate de documentos escritos en letra común y corriente.
Cuando tales documentos estén escritos en letra pastrana o procesal, cuya lectura
sea difícil por razón de su forma o escritura, como la de la época de la Colonia, el
valor de la copia de cada hoja será de $ 1.00. El Director General suscribirá al pie
de cada copia una nota que indique el valor de los derechos respectivos».
El mencionado artículo señalaba más adelante:
«...el interesado podrá, si lo tiene a bien, suministrar el amanuense, en
la forma indicada en el artículo 320 del Código Político y Municipal. En este
caso pagará por derechos de confrontación $ 0.20 por cada hoja».

La importancia de los archivos para la Administración y la Cultura fue tema de


reuniones de especialistas, funcionarios, intelectuales, académicos e
investigadores y, a mediados de los años treinta, muchos países latinoamericanos
se plantearon la necesidad de consolidar los Archivos Nacionales, Centrales o
Generales, para que como entes rectores del trabajo archivístico de las
dependencias oficiales, racionalizaran la producción documental y establecieran
las pautas y métodos del mismo.
Finalizando el año de 1938 fue nombrado como Jefe del Archivo Nacional el ilustre
jurisconsulto e historiador Enrique Ortega Ricaurte, quien dio un gran impulso a la
institución gracias a sus condiciones de humanista y dotes de investigador.
Asimismo promocionó con entusiasmo en Colombia y en el exterior el órgano de
difusión del Archivo, creado por la Ley 57 de 1935 con el nombre de Revista
Archivo Nacional. Se preocupó igualmente por mejorar la infraestructura técnica
del archivo, a nivel de personal y equipos.

En uno de sus numerosos informes relativos al estado de la entidad,


correspondiente al año de 1955, indicaba que el personal del Archivo estaba
compuesto por un Jefe técnico, un paleógrafo, un primer catalogador paleógrafo,
dos catalogadores, dos clasificadores, un ayudante de la sala de investigadores,
un oficial del Archivo del Ministerio de Educación Nacional, un operador de
microfilmación, un encuadernador especializado en manuscritos y una aseadora.
Según la opinión de Roscoe Hill, especialista de la Universidad de Harvard y quien
estuviera muy cerca de las tareas del connotado archivero, la labor del Dr. Ortega
Ricaurte fue una de las más destacadas y en muchos aspectos del trabajo
archivístico, como en la selección de documentos, se colocó a la vanguardia. Cita
el artículo 18 de las regulaciones:
«.. .Los papeles que el Archivero Nacional declare inútiles en el Departamento 1°
se pondrán aparte, para que los examine una comisión nombrada por el Secretario
del Interior. Hecha esta operación, se publicará una lista de ellos en el periódico
oficial, avisando que de esa fecha en tres meses serán destruidos si nadie
reclama sobre alguno de dichos documentos Si hubiere alguna reclamación, el
individuo que la haga deberá expresar en qué la funda, dirigiéndose por escrito al
Archivo Nacional.» 23
En el proceso de institucionalización y regulación de las tareas del Archivo se
expidieron los Decretos 909 de 1961 y 554 de 1964, emanados del Ministerio de
Educación, mediante los cuales se creaba y organizaba el Consejo Nacional de
Archivos Nacionales, bajo la presidencia de dicho Ministro.24
En 1968, por Decreto Ley 3.154 se creó el Instituto Colombiano de Cultura -
COLCULTURA-. El Archivo Nacional pasó a ser dependencia de este nuevo
organismo y por Acuerdo 2 de 1969, se dispuso su organización como División y
se establecieron sus funciones. Estas fueron ampliadas por el Acuerdo 3 del 7 de
Febrero de 1974.
Durante los años setenta y ochenta se dio una amplia revisión, especialmente a
nivel internacional, acerca de los objetivos y funciones de los archivos nacionales.
La creación del Consejo Internacional de Archivos en 1950, significó un apoyo
decisivo para el desarrollo de los archivos, la modernización de su trabajo, la
discusión teórica y la adopción de métodos para enfrentar la explosión documental
y el creciente volumen de la información. La organización, años más tarde, de la
Asociación Latinoamericana de Archivos, contribuiría, aún más, a la adopción de
políticas archivísticas modernas a partir de la revisión conceptual del trabajo
archivístico, la ampliación de objetivos y metas y la organización sistemática de
todas las instituciones archivísticas en casi todos los países del área. En esta
coyuntura, el Archivo Nacional de Colombia comenzó a plantear una solución
integral que le permitiera superar las múltiples limitaciones que condicionaban su
acción. En los años noventa, gracias al apoyo decidido del Presi-dente Virgilio
Barco y su gobierno, se expidió la Ley 80 de 1989 que tras convertir al Archivo
Nacional en Archivo General de la Nación, en disponer la construcción y dotación
de su sede y la organización del Sistema Nacional de Archivos, hizo del nuevo
Establecimiento Público el agente de la modernización archivística a nivel
nacional.
El nuevo archivo fue adscrito al Ministerio de Gobierno- hoy del Interior- y sus
funciones principales están orientadas a «Fijar políticas y expedir los reglamentos
necesarios para organizar la conservación y el uso adecuado del patrimonio
documental de la Nación...».25 Igualmente, debe seleccionar, organizar, conservar
y divulgar este acervo, y además, formular, orientar, coordinar y controlar la
política nacional de archivos. Asimismo, la mencionada Ley faculta al nuevo ente
para «Establecer, Organizar y dirigir el Sistema Nacional de Archivos, con el fin de
planear y coordinar la función archivística en toda la Nación salvaguardar el
patrimonio documental del país y ponerlo al servicio de la comunidad».
De esta forma se ampliaron los horizontes del Archivo y se le asignó la
responsabilidad de formular y coordinar la política archivística a nivel nacional para
los archivos activos, intermedios e históricos de la administración pública.
El nuevo edificio, que por su concepción y belleza se ha constituido en uno de los
testimonios arquitectónicos del centro de la ciudad, se integra a la nueva filosofía
del Archivo y al tiempo que conserva la memoria colectiva de la nación, suscita la
renovación teórica y meto do lógica del quehacer archivístico y proyecta al futuro
el patrimonio documental del pasado y el presente. Está ubicado en las
inmediaciones del Palacio Presidencial, en un sector aledaño al colonial barrio de
La Candelaria. Curiosamente, el emplazamiento casi coincide con los terrenos que
se destinaron en 1907 para el Archivo Nacional cuando se intentó trasladarlo,
ochenta años atrás «...una cuadra adelante del templo de Santa Bárbara». 26
El Archivo General de la Nación, con personal idóneo y comprometido, con
instalaciones adecuadas y equipamiento suficiente, ejerce un liderazgo compartido
con los archivos del país como ente rector y coordinador del Sistema Nacional. El
plan Estratégico y sus acciones buscan hacer de los archivos centros de
información, cooperar con la administración en el logro de la eficacia, la eficiencia
y la transparencia de la misma, garantizar los derechos de los ciudadanos,
promover la investigación y enriquecer el patrimonio cultural de la Nación.

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