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Este nuevo ciclo se caracterizaría, por una parte, por la declinación, invisibilización o
estado de latencia de los que podemos denominar movimientos históricos en Chile: el
movimiento obrero, de campesinos y de pobladores. El de los estudiantes, que cuenta con
larga tradición sería la excepción, en cuanto se mantiene muy activo, aunque sin la fuerza
de su irrupción y sus demandas de los años 2006 (la denominada “revolución pingüina”) y
2011-2012 (las movilización por una “educación gratuita, pública y de calidad”). Por otra
parte, han emergido y entrado en escena tres “nuevos” movimientos con gran energía y en
algunos casos con persistente o creciente presencia pública: el movimiento mapuche; el
feminismo; y, los movimientos socio ambientales. Otros movimientos se encuentran en
zonas intermedias, por ejemplo, los movimientos territoriales en regiones, que por su
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carácter episódico, entran y salen de la escena y de la agenda pública: Punta Arenas, Aysén,
Freirina, Chiloé, entre los más importantes en la última década.
El movimiento campesino, que alcanzó gran desarrollo a fines de los años sesenta, en
medio de la Reforma Agraria y la sindicalización campesina, vivió en la dictadura los
mayores efectos de la represión y del proceso de contra reforma agraria4 que no solo
devolvió parte de las tierras expropiados a sus antiguos dueños, sino que preparó las
condiciones para el desarrollo de una nueva fase de capitalismo agrario que con los años
3 Se denominó fordismo a la producción en línea y de tareas repetitivas y especializadas que introdujo Ford
en la industria automotriz norteamericana. Al mismo tiempo se establecía una relación entre producción y
consumo que estimulaba el poder adquisitivo de las masas. El post fordismo, en cambio, elude la legislación
social estableciendo industrias en áreas donde se pueda producir a bajo costo, enfatiza en la tecnología y en
los tipos de consumidores, generando una nueva división internacional del trabajo.
4 Hugo Villela. La contra reforma agraria. Saqueo y exterminio de la clase campesina chilena, 1973 – 1976.
Manuscrito inédito.
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potenció el surgimiento de una burguesía agraria debidamente transacionalizada que
expandió el negocio de las frutas, el vino y las forestales y que transformó a grandes masas
de campesinos en pequeños productores empobrecidos y en trabajadores temporales. Con
todo, algunos sectores lograron resistir recreando economías campesinas locales y nuevas
asociaciones, especialmente de mujeres temporeras.
5 La Izquierda política chilena radical, que resistió y sobrevivió a la dictadura, en los años ochenta, puso en
práctica orientaciones y estrategias de “guerra popular” (MIR) e insurreccionales (PC), que animaron a
importantes sectores populares, especialmente pobladores y estudiantes. Estas orientaciones colapsaron hacia
fines de los ochenta en medio de la represión y de sus propios límites políticos, lo que despejó el camino para
que se hiciera hegemónica en la Oposición a los militares los sectores del centro político (especialmente a
DC) y sectores socialistas, que habían iniciado un proceso de “renovación” –a principios de los años 80- que
los llevó a distanciarse, sino abjurar, de su pasado socialista y hacerse funcionales al proceso de transición
institucional a la democracia.
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experiencia histórica o mejor aún, la historicidad de estos movimientos sociales configuró,
en gran medida, la historia social y política del siglo XX chileno. 6 Por otra parte, por más
fundamentales que hayan sido los cambios en la sociedad, trabajadores, campesinos y
pobladores siguen siendo –con todas sus modificaciones- los principales grupos sociales
populares en Chile y en sus memorias laten las temporalidades de ayer y de hoy, lo viejo y
lo nuevo, o dicho de otro modo “la provisoriedad de los tiempos”7
Podríamos seguir abundando sobre las novedades que representan estos nuevos
movimientos, tanto en términos de los sujetos que se movilizan, los temas que instalan y los
problemas de proyección política que enfrenta cada uno de ellos. La pregunta previa, sin
embargo, que parece pertinente formular es si estamos en medio de una nueva constelación
social y política, que da cuenta de nuevas contradicciones fundamentales del capitalismo
globalizado, o si se trata, más simplemente, de un nuevo ciclo de acción colectiva de
carácter local, en el actual contexto neoliberal chileno.
Esta es, por cierto, una pregunta difícil de responder, ya que nos introduce necesariamente
en los cambios que se han venido verificando en el nuevo capitalismo globalizado; las
derrotas de la izquierda y del otrora “campo socialista”, la declinación de los denominados
“gobiernos progresistas” en América Latina, y más recientemente, la crisis de “la política”
afectada por diversos procesos que interrogan su relación con la sociedad, especialmente a
6 He trabajado esta mirada al siglo XX en: El despertar de la sociedad: Los movimientos sociales en América
Latina y Chile. LOM Ediciones, 2012. Ver en particular, capitulo IV, Los movimientos sociales en el siglo XX
chileno. Pp. 73 y ss.
7 Tomo libremente esta expresión de los comentarios de Hugo Villela a este texto.
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propósito de la corrupción, que alcanzó un punto culminante en Brasil abriendo paso a
propuestas autoritarias y con rasgos fascistoides.
En el campo regional –de América Latina- la situación se ha vuelto más confusa en los
últimos años, luego de que la derecha recuperó terreno y se ha constituido en alternativa
política en Argentina, Brasil, y con variados matices en Ecuador, Perú, Paraguay y
Colombia. Venezuela quedó aislada y cercada por la derecha latinoamericana; Nicaragua
entra en una fase de regresiones autoritarias y los países centroamericanos ven
comprometidas sus economías y sus formas políticas bajo regímenes francamente corruptos
e ilegítimos, como Honduras, tanto más compleja es la situación de Guatemala e incluso
Costa Rica, que vive bajo creciente presión neoliberal. En suma, el panorama, al menos
coyuntural, no es para nada alentador para los movimientos progresistas y populares en
América Latina. La excepción podría ser Bolivia, pero hay que admitir que se trata de una
excepción relativa, en el sentido de las tensiones entre la racionalidad estatal y la de los
movimientos sociales.
Pienso que hay al menos cuatro campos de análisis y debates en la actual fase histórica,
tanto chilena como regional, que se relacionan con los datos económicos estructurales; los
cambios político institucionales; las nuevas ideologías conservadoras así como las nuevas
formas y contenidos de las luchas políticas emancipatorias.
(c) Un campo analítico, tanto más complejo es el de las ideologías y el de las “luchas
ideológicas”. Complejo porque más allá de los límites de la metáfora marxista de la
infraestructura (o base material) y la superestructura es evidente que alguna relación
es necesario establecer entre las formas de la vida material y las formas de
8 Sistemática agenda neoliberal de fines de los años ochenta
9 Como alguna vez escuché decir a una analista brasileña, “las tentaciones de palacio”, pero más en
profundidad habría que decir, el predominio del mercado sobre el Estado o la subsunción del Estado en el
mercado.
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representación que se configuran en el campo de la conciencia social. El problema
en el capitalismo globalizado tiene variadas aristas, una de las cuales se relaciona
con la emergencia de lo que Hobsbawn llamó el desarrollo, a fines del siglo XX, de
una suerte de individualismo asocial. El individualismo, sabemos, es consustancial
al capitalismo, y se ha expresado de diversos modos en su historia. Pareciera que en
la actual etapa del capitalismo latinoamericano, éste toma forma especialmente en el
consumo y pautas de consumo que se hacen extendidas y populares. La más común
es tal vez el modelo aspiracional de nuestras nuevas clases medias y de segmentos
populares, que se expresa en la propiedad de una vivienda en un barrio protegido, el
automóvil, la ropa de “marca” y los viajes de vacaciones al extranjero. Estas pautas
de consumo son al mismo tiempo pautas de estatus social. La expansión de la tarjeta
de crédito y las nuevas aplicaciones de los celulares atienden eficientemente estas
nuevas formas de consumo y de conductas sociales, favoreciendo en muchos casos
un evidente endeudamiento de los grupos indicados.
El problema, sin embargo, tiene más aristas, tanto más complejas, por ejemplo, la
contraparte de individualismo asocial es el debilitamiento de los proyectos de
cambio colectivos, el mayor de todos, el colapso del socialismo como sistema social
alternativo al capitalismo, pero también en América Latina, el distanciamiento de la
política como gestión estatal, respecto de la sociedad, o dicho de otro modo, la
distancia entre lo social y lo político.
Recientemente, la experiencia brasileña, pero no es el único caso, ha llamado la
atención sobre las ideologías conservadoras de las Iglesias Evangélicas, que
aseguraron el triunfo del candidato neofascista Jair Bolsonaro. Se sostienen estas
nuevas ideologías en valores regresivos bien precisos, por ejemplo, el rechazo al
feminismo (o como ellos lo denominan, las “ideologías de género”); el temor a la
inmigración (y los contenidos racistas que lo acompañan), pero también lo que se ha
denominado una “teología de la prosperidad”. Este modelo “popular” no es el
mismo que el de las clases medias, pero cuentan con eficientes bases comunicantes
con relación al consumo y el mercado.
En suma, se podría sostener que a mayor debilidad de proyectos colectivos más se
fortalece el individualismo, que, por otra parte refuerza las alternativas políticas
conservadoras (Argentina, Perú, Chile, Colombia y Brasil en las últimas
elecciones), amén de que el poder de seducción del mercado atenta en contra de las
tradiciones comunitarias de los sectores populares.
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–en sus diversas tendencias- y más tardíamente la socialdemocracia han sido
corrientes importantes en las luchas políticas, más relevante históricamente fue el
populismo latinoamericano, que reemerge una y otra vez por más que se le estime
superado.
La reorganización de la derecha pareciera obturar, por ahora, todas las alternativas
clásicas, tanto las provenientes del marxismo, la socialdemocracia y la de los
populismos de izquierda. Este es un dato sobre el que hay profundizar el análisis ya
que es revelador de límites de estas propuestas políticas, en particular, las que se
vinculan con el tipo de relación dependiente o de control que tienden a generar con
las clases populares así como por su fijación en el Estado que no las libera de los
fenómenos de la corrupción (el PT brasileño es el caso más reciente).
En un sentido más amplio, las propuestas emancipatorias de América Latina
comparten con otras regiones de Occidente los efectos de la crisis del socialismo
como alternativa al capitalismo y más todavía la “crisis de futuro” que se ha
extendido en el mundo occidental, que hoy toma formas en la globalización y las
disputas en el comercio mundial (USA en contra de China) y la guerra (en particular
en Oriente Medio y las conductas amenazantes de la OTAN en contra de Rusia). El
“fin de la historia”, en este sentido, proclamado en los noventa admite dos lecturas:
el triunfo del capitalismo, pero también el de los límites del capitalismo como
alternativa deseable para la humanidad.
Tal vez, América Latina, en medio de sus desventajas, cuenta con una ventaja, que
el capitalismo nunca logró superar las desigualdades ni la dominación de minorías
sobre mayorías sociales, con sus extendidas secuelas de pobreza, exclusiones,
clasismo, racismo y patriarcalismo. Desde este punto de vista, la historicidad de
nuestros pueblos está signada por sus luchas de liberación, que son las luchas por la
superación de los diversos modos de dominio y subalternización. La popularidad de
las alternativas revolucionarias, luego de la revolución cubana, de la Teología de la
Liberación, la Educación Popular y de los movimientos sociales en el último tercio
del siglo xx son todas tendencias expresivas de estas luchas.
El punto de partida para repensar alternativas políticas emancipatorias no puede ser
sino la experiencia histórica de nuestros propios pueblos, lo que supone, entre otros,
reconocer y valorar esas experiencias, repensar el papel de los intelectuales, en su
capacidad para generar conocimientos desde y con las clases populares así como la
puesta en práctica de las articulaciones políticas necesarias para recrear horizontes
políticos colectivos. Como ha indicado Valdimir Safatle, desde Brasil, para la
Izquierda implica no renunciar a tres orientaciones fundamentales: la defensa
radical del igualitarismo; la soberanía popular, y, el derecho a la resistencia.10
10 Vladimir Safatle. La izquierda que no teme decir su nombre. LOM Ediciones, Santiago, 2014
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Nuevos sujetos y nuevos desafíos de la acción colectiva
Desde el punto de vista de los nuevos sujetos involucrados –como hemos sostenido en la
Revista Cal y Canto de ECO-11 hay una visible presencia juvenil, especialmente de
activistas y profesionales jóvenes, que se desenvuelven en el ámbito de comunidades
locales, algunos medios de prensa alternativos, las denominadas “redes sociales” así como
colectivos, asociaciones y coordinaciones universitarias. Tanto mapuche como
ambientalistas tienen fuertes arraigos locales en sus respectivas comunidades, la mayoría de
ellas alejadas de Santiago, lo que por cierto influye en el impacto de sus acciones en el
nivel nacional. Sin embargo, por otra parte, estos movimientos revaloran y otorgan nuevos
sentidos políticos a la noción de territorio, que se constituye en una nueva categoría
política. Así por ejemplo, la “cuestión mapuche” dejó de ser simplemente el acceso a la
tierra, sino que se ha venido transformado en avanzar sobre el control territorial como
pueblo nación. Por su parte, los movimientos socio ambientales han alcanzado desarrollo a
lo largo de la geografía nacional, tanto así que el Instituto Nacional de Derechos Humanos
reconoció en 2012, la existencia de 97 “zonas de conflicto ambiental” de norte a sur del
país (proyectos mineros, forestales, centrales termo eléctricas, usurpación de aguas, etc.),
incluyendo las denominadas “zonas de sacrificio”.12
En el caso del feminismo, en 2017 y 2018, adquirieron la mayor visibilidad pública cuando
alcanzaron la calle (Movimiento en contra de los femicidios como el Ni una menos) y
promovieron marchas y “tomas feministas” de la mayor parte de la universidades del país,
demandando el fin del abuso y el acoso sexual así como la necesidad de avanzar hacia una
“educación no sexista” y cambios transversales en la cultura.
Por su parte, desde el punto de vista de las temáticas que instalan los nuevos movimientos,
indicamos en la Revista Cal y Canto:
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particularmente el “buen vivir” como propuesta de raíz andina y de nuestros pueblos
originarios. La memoria, el enfoque interseccional (el impacto de las diversas
dominaciones), la deconstrucción de las relaciones de poder, la necesidad de nuevas
relaciones con el Estado son todas temáticas transversales a los nuevos movimientos
sociales”13
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realidades, los movimientos ambientalistas estimulan la organización de las comunidades y
el control y defensa de sus propios territorios (“control territorial”, “soberanía territorial”
son algunas consignas de estos movimientos), estimulando el desarrollo de nuevas visiones
sobre el desarrollo, el uso comunitario de las aguas, la agroecología, la soberanía
alimentaria y el “buen vivir”.
Se trata, como se puede apreciar de temáticas de gran alcance histórico, aunque no logren
por ahora una proyección que les permita configurar una alternativa política nacional. Sin
embargo, como indicó Melucci, los movimientos sociales suelen actuar como profetas de su
tiempo17, adelantando a la sociedad procesos de crítica y cambio social que inevitablemente
deberán enfrentar.
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proceso que contribuye y colabora con las prácticas que emergen desde la sociedad civil en
la que los movimientos sociales en América Latina, son fundamentales, sino determinantes.
En el caso chileno, pesan las tradiciones históricas, sobre todo a propósito del papel y del
lugar que ocuparon los partidos políticos en sus capacidades de representación social de la
política. En efecto, al menos en el período que va desde 1930 hasta 1973, cuando el
movimiento obrero constituía el principal movimiento social –aunque en realidad
crecientemente en los sesenta, convivía con campesinos y pobladores- la tendencia fue la de
la confluencia entre partido y movimiento, lo que representaba una forma de resolver la
relación de lo social y lo político en la forma partidaria. Sin embargo, este modelo hizo
visible sus límites ya durante la Unidad Popular, cuando había que resolver dilemas
fundamentales en el proceso revolucionario que desencadenó la puesta en práctica del
programa del gobierno popular y fue completamente desarticulado por la dictadura por
medio de la represión a los partidos y el cierre del sistema político que anuló cualquier
forma de representación de demandas y el ejercicio de la democracia. En las luchas en
contra de la dictadura, los partidos, especialmente de la izquierda, buscaron recrear formas
de representación y de “conducción” de las luchas, pero se comenzaron a hacer más
visibles las grietas con los movimientos sociales que, en algunos casos, comenzaban a dar
valor político a sus propias autonomías sociales y, en otros, a poner en duda la eficacia de
las estrategias partidarias encaminadas al derrocamiento de la dictadura. Finalmente, en la
fase de transición a la democracia, en que se impusieron los partidos del centro político (la
DC en alianza con los socialistas renovados) éstos tomaron distancia de lo social, ignorando
u subordinando a los movimientos sociales que habían luchado en contra de la dictadura y
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haciendo de la política un asunto propio del Estado, las instituciones y los “políticos
profesionales”. En este nuevo contexto, la política, separada de la sociedad se fue vaciando
de contenidos sociales e identificando su interés con el interés particular de los
denominados poderes de facto: el empresariado, los militares y las iglesias. Los nuevos
contenidos de la política, tendencialmente fueron los contenidos de los poderes de facto y
débilmente, los contenidos de provenían de la sociedad y más en particular de los
movimientos sociales. En el mediano plazo, esta forma política hizo visible diversas formas
de corrupción, cuando las lógicas del mercado terminaron por invadir el Estado
convirtiendo a muchos políticos profesionales en emprendedores de su propio bienestar y
de un mayor estatus económico, en concomitancia con el interés de las empresas a la que
podían prestar servicios, tanto específicos (tratamiento de leyes, acciones de lobby, etc.)
como también de carácter general (la preservación del modelo neoliberal).
En los años 2000, la emergencia de nuevos movimientos sociales, en una primera fase,
especialmente, los del pueblo mapuche y más tarde, de los estudiantes, comenzaron a
modificar el cuadro político nacional, y plantear la necesidad de reformas sectoriales (por
ejemplo, del sistema educativo nacional) o de la Constitución para reconfigurar un sistema
político democrático, capaz de procesar los conflictos y las demandas de cambio de la
sociedad. El Movimiento “No + AFP” ha sido emblemático, en su capacidad de movilizar a
vastos sectores sociales y en sus dificultades para permear a la “clase política” y al actual
“sistema institucional” francamente refractario al cambio que afecte los intereses y
equilibrios macro económicos del modelo neoliberal.
Los nuevos movimientos sociales inevitablemente se han debido plantear muchos de los
problemas históricos y contemporáneos con la política, ya sea buscando cambios en la
legislación, en las políticas públicas, en la ampliación o preservación de derechos, pero
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también en los modos de relación con el Estado, lo que permanentemente los interroga
sobre los modos de concebir y hacer la política, así como sobre los modos de construcción
de los propios movimientos. Estas son dos dimensiones del cambio cultural y del cambio
político que no pueden caminar separadas, la crítica a la política tradicional en su formas
cupulares, de arreglos entre las elite, tecnocráticas y distantes de la sociedad y la ciudadanía
así como el valor las prácticas democráticas, afectivas, horizontales, de respeto a las
diferencias, del apañe (como indican los jóvenes), que se deben promover en el desarrollo
de los nuevos movimientos sociales.
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