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Los nuevos movimientos sociales

y los nuevos escenarios socio políticos de Chile y América Latina

Mario Garcés D.1

La política chilena y latinoamericana se ha visto fuertemente interrogada luego de los


sucesivos triunfos de la derecha política en elecciones presidenciales recientes, Piñera en
Chile en 2017 y Bolsonaro en Brasil, en 2018. Para quienes, como el autor de este artículo,
trabajamos tanto práctica como teóricamente con movimientos sociales, esta nueva
situación, de fortalecimiento de alternativas de derecha nos interpela en diversas
direcciones, por una parte, a propósito del lugar y el valor político de los “nuevos
movimientos sociales” así como, por otra parte, sobre el nuevo escenario en que éstos se
están desenvolviendo. En consecuencia, lo que aquí proponemos es una reflexión muy
abierta sobre ambos problemas como una invitación para pensar en los modos y los
contenidos de las luchas emancipatorias, especialmente en Chile aunque con algunas
observaciones más generales sobre América Latina.

Nuestra primera hipótesis, que surge en el contexto de actividades formativas y de


intercambio (talleres, encuentros) que venimos promoviendo desde ECO (Educación y
Comunicaciones) desde 20162, es que estamos asistiendo a un nuevo ciclo histórico de
acciones colectivas.

Este nuevo ciclo se caracterizaría, por una parte, por la declinación, invisibilización o
estado de latencia de los que podemos denominar movimientos históricos en Chile: el
movimiento obrero, de campesinos y de pobladores. El de los estudiantes, que cuenta con
larga tradición sería la excepción, en cuanto se mantiene muy activo, aunque sin la fuerza
de su irrupción y sus demandas de los años 2006 (la denominada “revolución pingüina”) y
2011-2012 (las movilización por una “educación gratuita, pública y de calidad”). Por otra
parte, han emergido y entrado en escena tres “nuevos” movimientos con gran energía y en
algunos casos con persistente o creciente presencia pública: el movimiento mapuche; el
feminismo; y, los movimientos socio ambientales. Otros movimientos se encuentran en
zonas intermedias, por ejemplo, los movimientos territoriales en regiones, que por su

1 Historiador, profesor de la Universidad de Santiago de Chile y Director de ECO, Educación y


Comunicaciones.
2 Desde 2014, pero con más sistematicidad desde 2016, ECO ha desarrollado talleres anuales con profesores,
comunicadores de radios comunitarias y organizaciones feministas. Paralelamente encuentros y dos ciclos
formativos y de intercambios sobre movimientos sociales en Chile y América Latina. Ver Revista Cal y Canto
(segundo época), números 1 al 4 en www.ongeco.cl

1
carácter episódico, entran y salen de la escena y de la agenda pública: Punta Arenas, Aysén,
Freirina, Chiloé, entre los más importantes en la última década.

Los movimientos sociales históricos

Declinación y emergencia son categorías relativas, ya que por ejemplo, el movimiento


obrero fuertemente debilitado, tanto por razones estructurales (los cambios en el modelo de
desarrollo que se verificó en dictadura y la legislación neoliberal correspondiente) como
por razones de tipo organizativo y político (la convivencia de distintas y en algunos casos
burocratizadas Centrales Sindicales) se trata de un sector social visiblemente transformado
en el tiempo reciente, con episodios de movilización sectorial importantes (forestales,
subcontratistas del cobre, salmoneros), pero con débil continuidad en el tiempo. En rigor, el
movimiento obrero chileno, que fue una referencia obligada para comprender la
historicidad de los movimientos sociales del siglo XX chileno, sufrió los mayores efectos,
primero de la represión y luego de la desindustrialización provocada por la dictadura, y más
ampliamente, hacia fines del siglo XX, por los efectos del nuevo capitalismo post fordista 3,
transnacional, globalizado y neoliberal que se impuso en Chile y América Latina. Como
veremos más adelante, ya no se trata de un “capitalismo genérico”, con orientaciones
keynesianas, sino de un nuevo ordenamiento del gran capital que en nuestro país
transformó estructuralmente la sociedad y el lugar y la gravitación del trabajo asalariado de
tipo industrial y también del sector de servicios, tanto públicos como privados. En este
nuevo contexto, el análisis de la clase obrera y en un sentido más amplio de la “clase
trabajadora” chilena se ha vuelto complejo, tanto por su diversificación y convivencia de
trabajos formales e informales, como por las dificultades para organizar sindicatos (que no
superan el 12% o 14% de los trabajadores en la etapa de la transición) así como por una
legislación restrictiva que hace del trabajo una “mercancía” desprotegida y débilmente
regulada (lo que eufemísticamente los neoliberales denominan “flexibilización del mercado
laboral).

El movimiento campesino, que alcanzó gran desarrollo a fines de los años sesenta, en
medio de la Reforma Agraria y la sindicalización campesina, vivió en la dictadura los
mayores efectos de la represión y del proceso de contra reforma agraria4 que no solo
devolvió parte de las tierras expropiados a sus antiguos dueños, sino que preparó las
condiciones para el desarrollo de una nueva fase de capitalismo agrario que con los años

3 Se denominó fordismo a la producción en línea y de tareas repetitivas y especializadas que introdujo Ford
en la industria automotriz norteamericana. Al mismo tiempo se establecía una relación entre producción y
consumo que estimulaba el poder adquisitivo de las masas. El post fordismo, en cambio, elude la legislación
social estableciendo industrias en áreas donde se pueda producir a bajo costo, enfatiza en la tecnología y en
los tipos de consumidores, generando una nueva división internacional del trabajo.
4 Hugo Villela. La contra reforma agraria. Saqueo y exterminio de la clase campesina chilena, 1973 – 1976.
Manuscrito inédito.

2
potenció el surgimiento de una burguesía agraria debidamente transacionalizada que
expandió el negocio de las frutas, el vino y las forestales y que transformó a grandes masas
de campesinos en pequeños productores empobrecidos y en trabajadores temporales. Con
todo, algunos sectores lograron resistir recreando economías campesinas locales y nuevas
asociaciones, especialmente de mujeres temporeras.

Finalmente, en el caso de los pobladores, que alcanzaron un alto protagonismo en la lucha


por la vivienda y por la creación de los barrios populares entre los años cincuenta y sesenta,
en dictadura, fueron los más activos en la multiplicación de experiencias de solidaridad
social dando lugar a nuevas formas de asociación (Comedores Populares, Bolsas de
Cesantes, Centro de Apoyo Escolar, Grupos juveniles y Culturales) y en la protesta social
en los años ochenta. Sin embargo, no lograron recrear horizontes políticos compartidos
suficientes y la transición a la democracia –de sesgos centristas, partidocráticos e
institucionales que se articuló y proyectó luego de las derrotas de la izquierda 5- obturó los
procesos de aprendizaje político que pudieron haber contribuido a democratizar la vida
social de los territorios populares y los gobiernos locales. El resultado, es que hoy
predominan en los barrios y poblaciones periféricas de nuestras grandes ciudades el
consumo, las políticas públicas compensatorias y el narcotráfico. Aun así, han persistido
agrupaciones sectoriales (Movimiento de Pobladores en Lucha; UKAMAU) y están
emergiendo nuevas agrupaciones –en distintos lugares del país, especialmente en el norte,
en ciudades como Antofagasta- que vuelven sobre los problemas de la vivienda popular en
un contexto nuevo, dominado por las empresas inmobiliarias y una débil capacidad para
influir sobre las políticas de vivienda que controla y administra el Ministerio de la Vivienda
y Urbanismo (MINVU).

En suma, es posible sostener que se ha verificado en Chile un triple debilitamiento de


movimientos sociales históricos, que no necesariamente desaparecen, sino que perviven en
estado de latencia en el sentido que se recrean bajo las nuevas condiciones económicas,
sociales y políticas de una sociedad radicalmente transformada en los últimos 40 años. Con
la noción de latencia queremos llamar la atención sobre la historicidad de los movimientos
sociales, en un doble sentido, por una parte, que hasta solo unas décadas, se trataba de
movimientos que articulaban y otorgaban sentidos colectivos a vastos sectores populares
chilenos en luchas fundamentales: la dignidad del trabajo y el rechazo a la explotación, las
disputas por la tierra y la cultura popular campesina y mapuche; la vivienda digna y un
protagonismo de base en la constitución de la ciudad y la vida social en los territorios. La

5 La Izquierda política chilena radical, que resistió y sobrevivió a la dictadura, en los años ochenta, puso en
práctica orientaciones y estrategias de “guerra popular” (MIR) e insurreccionales (PC), que animaron a
importantes sectores populares, especialmente pobladores y estudiantes. Estas orientaciones colapsaron hacia
fines de los ochenta en medio de la represión y de sus propios límites políticos, lo que despejó el camino para
que se hiciera hegemónica en la Oposición a los militares los sectores del centro político (especialmente a
DC) y sectores socialistas, que habían iniciado un proceso de “renovación” –a principios de los años 80- que
los llevó a distanciarse, sino abjurar, de su pasado socialista y hacerse funcionales al proceso de transición
institucional a la democracia.

3
experiencia histórica o mejor aún, la historicidad de estos movimientos sociales configuró,
en gran medida, la historia social y política del siglo XX chileno. 6 Por otra parte, por más
fundamentales que hayan sido los cambios en la sociedad, trabajadores, campesinos y
pobladores siguen siendo –con todas sus modificaciones- los principales grupos sociales
populares en Chile y en sus memorias laten las temporalidades de ayer y de hoy, lo viejo y
lo nuevo, o dicho de otro modo “la provisoriedad de los tiempos”7

Los “nuevos” movimientos sociales

La emergencia de “nuevos” movimientos, a que hemos hecho referencia, es también


relativa, ya que todos ellos son portadores de largas tradiciones y de sus propias memorias.
Por ejemplo, el movimiento feminista actual se reconoce como una “tercera ola feminista”
teniendo en cuenta el sufragismo de los años cuarenta y el movimiento de mujeres en
dictadura; el movimiento mapuche, tiene por cierto una larga tradición, pero a partir de los
años ochenta inició un nuevo ciclo de mayor autonomía de los partidos políticos chilenos y
con mayor énfasis en sus demandas como “pueblo-nación” y desde 1997 (intervención de
la Corporación Nacional Indígena, CONADI y quema de camiones en Lumaco, en la
Región de la Araucanía) inició una nueva fase más diversificada y radicalizada en sus
luchas; finalmente, los movimientos socio ambientales comenzaron a surgir en dictadura y
se han visto reforzados en la misma medida que el “modelo extractivista” ha puesto en
evidencia los daños al medio ambiente y a diversas comunidades locales. En suma,
mapuche, feministas y ambientalistas son movimientos nuevos, pero con su propia
historicidad y temporalidad.

Podríamos seguir abundando sobre las novedades que representan estos nuevos
movimientos, tanto en términos de los sujetos que se movilizan, los temas que instalan y los
problemas de proyección política que enfrenta cada uno de ellos. La pregunta previa, sin
embargo, que parece pertinente formular es si estamos en medio de una nueva constelación
social y política, que da cuenta de nuevas contradicciones fundamentales del capitalismo
globalizado, o si se trata, más simplemente, de un nuevo ciclo de acción colectiva de
carácter local, en el actual contexto neoliberal chileno.

Esta es, por cierto, una pregunta difícil de responder, ya que nos introduce necesariamente
en los cambios que se han venido verificando en el nuevo capitalismo globalizado; las
derrotas de la izquierda y del otrora “campo socialista”, la declinación de los denominados
“gobiernos progresistas” en América Latina, y más recientemente, la crisis de “la política”
afectada por diversos procesos que interrogan su relación con la sociedad, especialmente a

6 He trabajado esta mirada al siglo XX en: El despertar de la sociedad: Los movimientos sociales en América
Latina y Chile. LOM Ediciones, 2012. Ver en particular, capitulo IV, Los movimientos sociales en el siglo XX
chileno. Pp. 73 y ss.
7 Tomo libremente esta expresión de los comentarios de Hugo Villela a este texto.

4
propósito de la corrupción, que alcanzó un punto culminante en Brasil abriendo paso a
propuestas autoritarias y con rasgos fascistoides.

Se podría sostener que el actual capitalismo globalizado, bajo creciente hegemonía


neoliberal, marca la tónica del tiempo actual, en el cual Chile es un ejemplo avanzado y en
cierto modo, un modelo para la región. En el caso chileno, la contraparte del modelo de
capitalismo neoliberal no se constituye con claridad, en la misma medida que la izquierda
dejó de ser una referencia política significativa en el proceso de transición a la democracia.
Los procesos de recreación y rearticulación de una propuesta alternativa al neoliberalismo,
tanto en el campo social como político, han sido lentos, trabajosos y si bien tienen
expresión en los “nuevos movimientos sociales” así como en nuevas articulaciones
políticas–como el Frente Amplio- están lejos aún de representar una “alternativa política
nacional”.

En el campo regional –de América Latina- la situación se ha vuelto más confusa en los
últimos años, luego de que la derecha recuperó terreno y se ha constituido en alternativa
política en Argentina, Brasil, y con variados matices en Ecuador, Perú, Paraguay y
Colombia. Venezuela quedó aislada y cercada por la derecha latinoamericana; Nicaragua
entra en una fase de regresiones autoritarias y los países centroamericanos ven
comprometidas sus economías y sus formas políticas bajo regímenes francamente corruptos
e ilegítimos, como Honduras, tanto más compleja es la situación de Guatemala e incluso
Costa Rica, que vive bajo creciente presión neoliberal. En suma, el panorama, al menos
coyuntural, no es para nada alentador para los movimientos progresistas y populares en
América Latina. La excepción podría ser Bolivia, pero hay que admitir que se trata de una
excepción relativa, en el sentido de las tensiones entre la racionalidad estatal y la de los
movimientos sociales.

Los actuales condicionamientos históricos

Pienso que hay al menos cuatro campos de análisis y debates en la actual fase histórica,
tanto chilena como regional, que se relacionan con los datos económicos estructurales; los
cambios político institucionales; las nuevas ideologías conservadoras así como las nuevas
formas y contenidos de las luchas políticas emancipatorias.

(a) El actual capitalismo globalizado redefine la posición y la inserción de América


Latina en la economía mundial, generando un nuevo cuadro de dependencia
“neocolonial” con relación a los países del norte y a las grandes empresas
transnacionales. La denominada “financierización” del capitalismo otorga al capital
financiero una posición hegemónica con capacidad de reorganización de las
economías periféricas, que se vuelven especialmente atractivas como productoras de
materias primas, en particular en la minería y los agronegocios. Esta reorganización
debilita, sino inhibe los procesos de industrialización locales, refuerza el comercio
internacional y el “libre comercio” (mediante diversos tratados) e instala un modelo
5
“extractivista” como alternativa económica para América Latina. Este es un proceso
actualmente en curso, relativamente consolidado en algunos países y en otros forma
parte de las agendas de la nueva derecha

(b) Los estados latinoamericanos vienen sufriendo diversas transformaciones desde la


época de las dictaduras, que las transiciones a la democracia en algunos casos
modificaron y en otros acentuaron un proceso de re funcionalización del Estado al
nuevo orden mundial globalizado y neoliberal. Los cambios y adaptaciones del
Estado son, por cierto, variables, ya que si bien a fines de los ochenta se imponía el
denominado consenso de Washington,8 esta tendencia fue resistida por el ciclo de
gobiernos progresistas, especialmente en Argentina, Brasil, Ecuador, Bolivia y
Venezuela. Sin embargo, y más allá de los rendimientos económicos y sociales del
progresismo, éste convivió con los cambios estructurales, por ejemplo, con el
extractivismo, y en su actual declinación se han fortalecido las tendencias
neoliberales que hoy dominan el continente, reactualizando la agenda neoliberal,
que entre otros busca modificar el Estado. La re funcionalización del Estado al
nuevo orden mundial para nuestros países se ha traducido en un conjunto de
tendencias y ajustes que se orientan a: 1.- Una reducción de las funciones sociales
del Estado (el gobierno de Temer en Brasil, luego de la destitución de Dilma
Roussef congeló por 20 años el gasto social); 2.- La emergencia de un conjunto
diverso de estrategias de contención de la pobreza, que no afectan al modelo ni
modifican las desigualdades, sino que actúan sobre la sobrevivencia amenazada de
los pobres; 3.- Modelos de democracia representativa, que si bien favorecen algunas
formas de participación y descentralización, tendencialmente fortalecen el papel de
los partidos políticos como actores o sujetos de la gestión en el Estado con evidente
distancia de la sociedad civil o de las bases populares (una suerte de partidos
políticos para la gestión más que para la representación y la movilización de la
sociedad, lo que deriva en la necesidad de alianzas, validación de la “razón estatal”
y a juzgar por la experiencia de Argentina, Brasil, Chile y Perú, inevitablemente
estimulan la corrupción de los políticos.9); 4.- La prioridad de la gobernabilidad
como meta política que asegura la inversión y consagra diversas formas de
exclusión o control de los movimientos populares (la forma más extendida de los
estados neoliberales es la criminalización de la protesta social)

(c) Un campo analítico, tanto más complejo es el de las ideologías y el de las “luchas
ideológicas”. Complejo porque más allá de los límites de la metáfora marxista de la
infraestructura (o base material) y la superestructura es evidente que alguna relación
es necesario establecer entre las formas de la vida material y las formas de
8 Sistemática agenda neoliberal de fines de los años ochenta
9 Como alguna vez escuché decir a una analista brasileña, “las tentaciones de palacio”, pero más en
profundidad habría que decir, el predominio del mercado sobre el Estado o la subsunción del Estado en el
mercado.

6
representación que se configuran en el campo de la conciencia social. El problema
en el capitalismo globalizado tiene variadas aristas, una de las cuales se relaciona
con la emergencia de lo que Hobsbawn llamó el desarrollo, a fines del siglo XX, de
una suerte de individualismo asocial. El individualismo, sabemos, es consustancial
al capitalismo, y se ha expresado de diversos modos en su historia. Pareciera que en
la actual etapa del capitalismo latinoamericano, éste toma forma especialmente en el
consumo y pautas de consumo que se hacen extendidas y populares. La más común
es tal vez el modelo aspiracional de nuestras nuevas clases medias y de segmentos
populares, que se expresa en la propiedad de una vivienda en un barrio protegido, el
automóvil, la ropa de “marca” y los viajes de vacaciones al extranjero. Estas pautas
de consumo son al mismo tiempo pautas de estatus social. La expansión de la tarjeta
de crédito y las nuevas aplicaciones de los celulares atienden eficientemente estas
nuevas formas de consumo y de conductas sociales, favoreciendo en muchos casos
un evidente endeudamiento de los grupos indicados.
El problema, sin embargo, tiene más aristas, tanto más complejas, por ejemplo, la
contraparte de individualismo asocial es el debilitamiento de los proyectos de
cambio colectivos, el mayor de todos, el colapso del socialismo como sistema social
alternativo al capitalismo, pero también en América Latina, el distanciamiento de la
política como gestión estatal, respecto de la sociedad, o dicho de otro modo, la
distancia entre lo social y lo político.
Recientemente, la experiencia brasileña, pero no es el único caso, ha llamado la
atención sobre las ideologías conservadoras de las Iglesias Evangélicas, que
aseguraron el triunfo del candidato neofascista Jair Bolsonaro. Se sostienen estas
nuevas ideologías en valores regresivos bien precisos, por ejemplo, el rechazo al
feminismo (o como ellos lo denominan, las “ideologías de género”); el temor a la
inmigración (y los contenidos racistas que lo acompañan), pero también lo que se ha
denominado una “teología de la prosperidad”. Este modelo “popular” no es el
mismo que el de las clases medias, pero cuentan con eficientes bases comunicantes
con relación al consumo y el mercado.
En suma, se podría sostener que a mayor debilidad de proyectos colectivos más se
fortalece el individualismo, que, por otra parte refuerza las alternativas políticas
conservadoras (Argentina, Perú, Chile, Colombia y Brasil en las últimas
elecciones), amén de que el poder de seducción del mercado atenta en contra de las
tradiciones comunitarias de los sectores populares.

(d) El nuevo cuadro económico, social y político, ha influido significativamente en la


configuración de nuevas contradicciones y tensiones sociales así como en la
emergencia de nuevos sujetos y nuevas orientaciones para la acción colectiva y de
proyectos políticos emancipatorios. No obstante, en América Latina, este es un
campo siempre diverso, heterogéneo y que no se deja atrapar en las categorías
clásicas de los países centrales del capitalismo, de tal modo que si bien el marxismo

7
–en sus diversas tendencias- y más tardíamente la socialdemocracia han sido
corrientes importantes en las luchas políticas, más relevante históricamente fue el
populismo latinoamericano, que reemerge una y otra vez por más que se le estime
superado.
La reorganización de la derecha pareciera obturar, por ahora, todas las alternativas
clásicas, tanto las provenientes del marxismo, la socialdemocracia y la de los
populismos de izquierda. Este es un dato sobre el que hay profundizar el análisis ya
que es revelador de límites de estas propuestas políticas, en particular, las que se
vinculan con el tipo de relación dependiente o de control que tienden a generar con
las clases populares así como por su fijación en el Estado que no las libera de los
fenómenos de la corrupción (el PT brasileño es el caso más reciente).
En un sentido más amplio, las propuestas emancipatorias de América Latina
comparten con otras regiones de Occidente los efectos de la crisis del socialismo
como alternativa al capitalismo y más todavía la “crisis de futuro” que se ha
extendido en el mundo occidental, que hoy toma formas en la globalización y las
disputas en el comercio mundial (USA en contra de China) y la guerra (en particular
en Oriente Medio y las conductas amenazantes de la OTAN en contra de Rusia). El
“fin de la historia”, en este sentido, proclamado en los noventa admite dos lecturas:
el triunfo del capitalismo, pero también el de los límites del capitalismo como
alternativa deseable para la humanidad.
Tal vez, América Latina, en medio de sus desventajas, cuenta con una ventaja, que
el capitalismo nunca logró superar las desigualdades ni la dominación de minorías
sobre mayorías sociales, con sus extendidas secuelas de pobreza, exclusiones,
clasismo, racismo y patriarcalismo. Desde este punto de vista, la historicidad de
nuestros pueblos está signada por sus luchas de liberación, que son las luchas por la
superación de los diversos modos de dominio y subalternización. La popularidad de
las alternativas revolucionarias, luego de la revolución cubana, de la Teología de la
Liberación, la Educación Popular y de los movimientos sociales en el último tercio
del siglo xx son todas tendencias expresivas de estas luchas.
El punto de partida para repensar alternativas políticas emancipatorias no puede ser
sino la experiencia histórica de nuestros propios pueblos, lo que supone, entre otros,
reconocer y valorar esas experiencias, repensar el papel de los intelectuales, en su
capacidad para generar conocimientos desde y con las clases populares así como la
puesta en práctica de las articulaciones políticas necesarias para recrear horizontes
políticos colectivos. Como ha indicado Valdimir Safatle, desde Brasil, para la
Izquierda implica no renunciar a tres orientaciones fundamentales: la defensa
radical del igualitarismo; la soberanía popular, y, el derecho a la resistencia.10

10 Vladimir Safatle. La izquierda que no teme decir su nombre. LOM Ediciones, Santiago, 2014

8
Nuevos sujetos y nuevos desafíos de la acción colectiva

Volviendo ahora sobre nuestras proposiciones iniciales, consideremos qué novedades


representan los nuevos movimientos sociales mapuche, feministas y socio ambientales. Ya
adelantamos que comprometen a nuevos sujetos, nuevas temáticas así como viejos y
nuevos problemas de proyección política.

Desde el punto de vista de los nuevos sujetos involucrados –como hemos sostenido en la
Revista Cal y Canto de ECO-11 hay una visible presencia juvenil, especialmente de
activistas y profesionales jóvenes, que se desenvuelven en el ámbito de comunidades
locales, algunos medios de prensa alternativos, las denominadas “redes sociales” así como
colectivos, asociaciones y coordinaciones universitarias. Tanto mapuche como
ambientalistas tienen fuertes arraigos locales en sus respectivas comunidades, la mayoría de
ellas alejadas de Santiago, lo que por cierto influye en el impacto de sus acciones en el
nivel nacional. Sin embargo, por otra parte, estos movimientos revaloran y otorgan nuevos
sentidos políticos a la noción de territorio, que se constituye en una nueva categoría
política. Así por ejemplo, la “cuestión mapuche” dejó de ser simplemente el acceso a la
tierra, sino que se ha venido transformado en avanzar sobre el control territorial como
pueblo nación. Por su parte, los movimientos socio ambientales han alcanzado desarrollo a
lo largo de la geografía nacional, tanto así que el Instituto Nacional de Derechos Humanos
reconoció en 2012, la existencia de 97 “zonas de conflicto ambiental” de norte a sur del
país (proyectos mineros, forestales, centrales termo eléctricas, usurpación de aguas, etc.),
incluyendo las denominadas “zonas de sacrificio”.12

En el caso del feminismo, en 2017 y 2018, adquirieron la mayor visibilidad pública cuando
alcanzaron la calle (Movimiento en contra de los femicidios como el Ni una menos) y
promovieron marchas y “tomas feministas” de la mayor parte de la universidades del país,
demandando el fin del abuso y el acoso sexual así como la necesidad de avanzar hacia una
“educación no sexista” y cambios transversales en la cultura.

Por su parte, desde el punto de vista de las temáticas que instalan los nuevos movimientos,
indicamos en la Revista Cal y Canto:

“Las feministas luchan en contra del patriarcado, el abuso, y el sexismo y la más


radical modificación en las relaciones de género que reproducen la dominación de
los hombres sobre las mujeres; los mapuche hacen visible el carácter colonial del
Estado chileno y abogan por sus propias autonomías culturales y territoriales, por el
fin del racismo y el clasismo así como por su reconocimiento como pueblo-nación
y sus correspondientes derechos; los socio ambientalistas instalan sus propias
temáticas, como la defensa del medio ambiente, el desarrollo sustentable y
11 Ver Cal y Canto (segunda época) Nº 4, Agosto de 2018.
12 Ver en la red, Instituto Nacional de Derechos Humanos, Mapa de conflictos socio ambientales en Chile,
2012.

9
particularmente el “buen vivir” como propuesta de raíz andina y de nuestros pueblos
originarios. La memoria, el enfoque interseccional (el impacto de las diversas
dominaciones), la deconstrucción de las relaciones de poder, la necesidad de nuevas
relaciones con el Estado son todas temáticas transversales a los nuevos movimientos
sociales”13

Tres movimientos sociales y tres proposiciones fundamentales, que interrogan el conjunto


del orden social: anti-patriarcalismo; descolonización; y, anti-extractivismo. El movimiento
feminista al situar su lucha en contra del patriarcado y el patriarcalismo está denunciando
no solo asimétricas relaciones de género, sino concepciones del mundo y de la vida, valores
y prácticas que comprometen formas de dominación en el conjunto de la sociedad y con
mayor intensidad a las mujeres pobres, indígenas, afrodescendientes, migrantes,
trabajadoras y dueñas de casa. Desde este punto de vista el feminismo radical no solo es
anti-patriarcal, sino que anticapitalista y nos convoca a deconstruir (someter a análisis,
desmontar críticamente) nuestras relaciones cotidianas entre hombres y mujeres así como
las relaciones de poder en las cuales somos constituidos y que inevitablemente
naturalizamos – radicalmente los hombres- como relaciones sociales establecidas y
ratificadas por el sentido común.

El movimiento mapuche, por su parte, al ganar en autonomía, denuncia y llama la atención


sobre la relación colonial que el estado chileno ha establecido con su pueblo, relación
colonial que no solo compromete la política de despojo de su territorio por parte del Estado
chileno, desde la denominada “pacificación de a Araucanía” a fines del siglo XIX 14, sino
que en las actitudes y visiones de inferiorización racial que acompañan estas políticas.15 En
un sentido más amplio, muchos activistas sociales han incorporado la categoría
descolonización, como crítica a la cultura latinoamericana dependiente y dominante,
subordinada a visiones eurocentristas en el campo de ciencias sociales, la política, la
economía, las relaciones con la naturaleza y la propia cultura popular. De este modo, la
noción de descolonización no solo se relaciona con las demandas de los mapuche como
pueblo nación, sino que con la necesidad de recrear miradas sobre nuestras propias
sociedades nacionales fundadas en lógicas coloniales.

La crítica al extractivismo, que sostienen y levantan los movimientos socio ambientales


hacen visibles los efectos de la actual inserción dependiente de América Latina en la
economía mundial globalizada y neoliberal. Se trata de efectos directos sobre la naturaleza
(despojo, abuso, daño ambiental) y sobre las comunidades locales que ven secarse los ríos,
contaminadas las aguas, o intoxicado el aire que respiran. 16 Frente a estas nuevas
13 Revista Cal y Canto, op.cit., p. 5
14 Pablo Marimán, Sergio Caniuqueo, José Millalén y Rodrigo Levil. ¡…Escucha Winka…! Cuatro ensayos
de Historia Nacional Mapuche y un epílogo sobre el futuro. LOM Ediciones, Santiago, 2006.
15 Ver Claudio Alvarado Lincopi, “Movimiento Mapuche”. En Revista Cal y Canto Nº 4, 2018. Pp. 11-16.
16 Recientemente en Chile, en Quintero, en la zona de Valparaíso, más 300 personas han sufrido intoxicación
en diversos grados, como producto de la emanación de gases tóxicos que provocan las industrias ubicadas en

10
realidades, los movimientos ambientalistas estimulan la organización de las comunidades y
el control y defensa de sus propios territorios (“control territorial”, “soberanía territorial”
son algunas consignas de estos movimientos), estimulando el desarrollo de nuevas visiones
sobre el desarrollo, el uso comunitario de las aguas, la agroecología, la soberanía
alimentaria y el “buen vivir”.

Se trata, como se puede apreciar de temáticas de gran alcance histórico, aunque no logren
por ahora una proyección que les permita configurar una alternativa política nacional. Sin
embargo, como indicó Melucci, los movimientos sociales suelen actuar como profetas de su
tiempo17, adelantando a la sociedad procesos de crítica y cambio social que inevitablemente
deberán enfrentar.

La configuración de alternativas políticas

La configuración de una alternativa política nacional al neoliberalismo en Chile será


producto de las dinámicas de los nuevos movimientos sociales, pero no únicamente de
ellos, ya que una alternativa nacional supone la confluencia de una diversidad de actores
con importantes grados de articulación entre sí, así como con las formas políticas más
tradicionales de carácter progresista.18 Pero, más todavía, una propuesta de cambios
políticos de alcance mayor, requiere de cambios culturales capaces de influir sobre
mayorías sociales. En cierto modo, parafraseando a Gramsci, el cambio cultural precede al
cambio político.19 Este proceso que inevitablemente implica creación y producción
intelectual no es un ejercicio separado de las prácticas sociales, sino que al contrario un

esa zona, denominada “zona de sacrificio”.


17 Alberto Melucci, Acción colectiva, vida cotidiana y democracia. Ediciones El Colegio de México, 1999.
Para Melucci, los movimientos, “Denotan una transformación profunda de la lógica y de los procesos que
guían las sociedades complejas. Al igual que los profetas “hablan con anticipación”, anuncian aquello que está
teniendo lugar incluso antes que su dirección y contenido sean evidentes (…) Los movimientos
contemporáneos son profetas del presente. Lo que ellos poseen no es la fuerza del aparato, sino el poder de la
palabra. Anuncian los cambios posibles, no en el futuro distante, sino en el presente de nuestras vidas; obligan
a los poderes a mostrarse y les dan una forma y un rostro; utilizan un lenguaje que parece exclusivo de ellos,
pero dicen algo que los trasciende y hablan por todos nosotros”. P. 10-11.
18 En el Chile de hoy, se verifican procesos sociales relevantes, como el la inmigración, que está
transformando la geografía y la clase popular chilena; también movilizaciones masivas –como las que
protagonizó en 2017 el Movimiento “No + AFP” con débil impacto aún en la estructura política.
Paralelamente se verifican procesos políticos, como el que dio origen al Frente Amplio, que requiere de
maduración y desarrollo especialmente en sus vínculos y relacionamiento con los sectores populares.
19 Gramsci, a propósito de su estudio de la historia italiana sostenía como criterio metodológico, que “la
supremacía de un grupo social se manifiesta de dos modos, como “dominio” y como “dirección intelectual y
moral”, y agregaba, “Un grupo social puede e incluso debe ser dirigente aun antes de conquistar el poder
gubernamental (ésta es una de las condiciones principales para la misma conquista del poder); después,
cuando ejerce el poder y aunque lo tenga fuertemente en el puño, se vuelve dominante, pero debe seguir
siendo también “dirigente”. A. Gramsci, Cuadernos de la Cárcel Nº 19, Risorgimento Italiano. Ediciones
ERA, México, 1999, Volumen 5, p. 387.

11
proceso que contribuye y colabora con las prácticas que emergen desde la sociedad civil en
la que los movimientos sociales en América Latina, son fundamentales, sino determinantes.

Concordar horizontes de cambio cultural no significa renunciar a las luchas políticas


inmediatas, que en muchos casos son urgentes, pero puede colaborar para enfrentar de
mejor modo los viejos y nuevos problemas que deben resolver los movimientos sociales en
Chile, en el campo de su proyección política.

Los nuevos movimientos, de algún modo, se enfrentan a viejos y nuevos problemas


políticos, especialmente con relación al Estado y su necesaria autonomía. La tensión más
recurrente es trabajar con el Estado o en contra del Estado, disyuntiva real pero que muchas
veces divide y entrampa a los movimientos sociales. En más de una etapa, esta tensión dio
origen a la disyuntiva entre reforma o revolución, dilema más de una vez sesgado en el
sentido de su carga ideológica y de su débil consideración de las “relaciones de fuerza” que
se verifican en las luchas políticas. En rigor, parece más relevante preservar y proteger las
metas estratégicas de los movimientos lo que les puede permitir moverse con mayor
flexibilidad táctica. Lo estratégico de los movimientos tendrá, la mayor parte de las veces
que ver con la capacidad de modificar las relaciones sociales de poder preexistentes así
como las representaciones culturales en que ellas se fundan. Los movimientos sociales, en
este sentido, enfrentan permanentemente desafíos pedagógicos de primera importancia, que
los conecta con la memoria y las tradiciones de la Educación Popular.

En el caso chileno, pesan las tradiciones históricas, sobre todo a propósito del papel y del
lugar que ocuparon los partidos políticos en sus capacidades de representación social de la
política. En efecto, al menos en el período que va desde 1930 hasta 1973, cuando el
movimiento obrero constituía el principal movimiento social –aunque en realidad
crecientemente en los sesenta, convivía con campesinos y pobladores- la tendencia fue la de
la confluencia entre partido y movimiento, lo que representaba una forma de resolver la
relación de lo social y lo político en la forma partidaria. Sin embargo, este modelo hizo
visible sus límites ya durante la Unidad Popular, cuando había que resolver dilemas
fundamentales en el proceso revolucionario que desencadenó la puesta en práctica del
programa del gobierno popular y fue completamente desarticulado por la dictadura por
medio de la represión a los partidos y el cierre del sistema político que anuló cualquier
forma de representación de demandas y el ejercicio de la democracia. En las luchas en
contra de la dictadura, los partidos, especialmente de la izquierda, buscaron recrear formas
de representación y de “conducción” de las luchas, pero se comenzaron a hacer más
visibles las grietas con los movimientos sociales que, en algunos casos, comenzaban a dar
valor político a sus propias autonomías sociales y, en otros, a poner en duda la eficacia de
las estrategias partidarias encaminadas al derrocamiento de la dictadura. Finalmente, en la
fase de transición a la democracia, en que se impusieron los partidos del centro político (la
DC en alianza con los socialistas renovados) éstos tomaron distancia de lo social, ignorando
u subordinando a los movimientos sociales que habían luchado en contra de la dictadura y

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haciendo de la política un asunto propio del Estado, las instituciones y los “políticos
profesionales”. En este nuevo contexto, la política, separada de la sociedad se fue vaciando
de contenidos sociales e identificando su interés con el interés particular de los
denominados poderes de facto: el empresariado, los militares y las iglesias. Los nuevos
contenidos de la política, tendencialmente fueron los contenidos de los poderes de facto y
débilmente, los contenidos de provenían de la sociedad y más en particular de los
movimientos sociales. En el mediano plazo, esta forma política hizo visible diversas formas
de corrupción, cuando las lógicas del mercado terminaron por invadir el Estado
convirtiendo a muchos políticos profesionales en emprendedores de su propio bienestar y
de un mayor estatus económico, en concomitancia con el interés de las empresas a la que
podían prestar servicios, tanto específicos (tratamiento de leyes, acciones de lobby, etc.)
como también de carácter general (la preservación del modelo neoliberal).

En los años 2000, la emergencia de nuevos movimientos sociales, en una primera fase,
especialmente, los del pueblo mapuche y más tarde, de los estudiantes, comenzaron a
modificar el cuadro político nacional, y plantear la necesidad de reformas sectoriales (por
ejemplo, del sistema educativo nacional) o de la Constitución para reconfigurar un sistema
político democrático, capaz de procesar los conflictos y las demandas de cambio de la
sociedad. El Movimiento “No + AFP” ha sido emblemático, en su capacidad de movilizar a
vastos sectores sociales y en sus dificultades para permear a la “clase política” y al actual
“sistema institucional” francamente refractario al cambio que afecte los intereses y
equilibrios macro económicos del modelo neoliberal.

En tiempos más recientes, el feminismo ganó en desarrollo y alcanzó visibilidad nacional


mientras que los movimientos regionales y socioambientales han ido ocupando
crecientemente la agenda social y política, en medio de diversos conflictos ambientales que
recorren de norte a sur la geografía nacional, en particular la denominadas “zonas de
sacrificio”.

Los cambios en la subjetividad ciudadana y la mayor visibilidad de los movimientos


sociales han influido también para favorecer la emergencia de un nuevo referente político,
el Frente Amplio. Resulta sin embargo, prematuro, predecir el desarrollo de este nuevo
conglomerado, en el sentido de su efectiva capacidad para modificar los modos, pautas y
conductas del actual sistema institucional y no terminar siendo parte de él, con tonalidades
progresistas. Probablemente, la relación del Frente Amplio con los movimientos sociales
sea un asunto clave para el desarrollo de alternativas políticas nacionales, sin desconocer,
por cierto, los impulsos y los aprendizajes de autonomía que ha venido desarrollando los
movimientos sociales.

Los nuevos movimientos sociales inevitablemente se han debido plantear muchos de los
problemas históricos y contemporáneos con la política, ya sea buscando cambios en la
legislación, en las políticas públicas, en la ampliación o preservación de derechos, pero

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también en los modos de relación con el Estado, lo que permanentemente los interroga
sobre los modos de concebir y hacer la política, así como sobre los modos de construcción
de los propios movimientos. Estas son dos dimensiones del cambio cultural y del cambio
político que no pueden caminar separadas, la crítica a la política tradicional en su formas
cupulares, de arreglos entre las elite, tecnocráticas y distantes de la sociedad y la ciudadanía
así como el valor las prácticas democráticas, afectivas, horizontales, de respeto a las
diferencias, del apañe (como indican los jóvenes), que se deben promover en el desarrollo
de los nuevos movimientos sociales.

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