Está en la página 1de 2

El primer madrazo

1. Cuando ese muchacho misterioso, que casi nunca hablaba, cruzó el parque por
la diagonal adecuada para los peatones, de pronto, lo escuchamos mentar la
madre casi como en un grito contenido que se volvió un susurro y se propagó nítido
en el aire y en el silencio que todos los demás hicimos para escuchar su deformada
y dolorida voz.
Nadie pensó que, en la casa donde vivía, él era tratado bajo ese lenguaje. Ni
siquiera él mismo había usado esa expresión ni ninguna grosería desde cuando, a
los cinco años, recibió el primer bofetón de su vida… Por decir una. Debía
escucharlas, tenía prohibido pronunciarlas.
La edad de ese recuerdo es imprecisa, al menos por ahora, para él; tal vez marca
el inicio de la niñez del muchacho. Ahora es de esas, la palabra que aparece en su
boca, en ese parque, al final de su niñez.
2. Sandra, sentada con su amiga, Pilar. Él las ve; de Sandra, la espalda. Está
sentada en la banca, a un lado del parque, muy cerca al encuentro con la diagonal.
Con Pilar sí se ven frente a frente. Sandra gira la cabeza y la devuelve de
inmediato. Se agacha, Pilar se acerca, se agachan. Ni idea de qué se dicen.
Él, el mismísimo Camilo Misterio, supone que elucubraban contra él. Entonces, en
sus vísceras, en su estómago y en su corazón se forma un madrazo, primero en su
pensamiento: “Mierda… Coño, coño… Juep…” finalmente en su boca:
¡¡¡Jueputa‼!
3. Ni Sandra ni Pilar… Ni casi nadie de esa época le volvimos a hablar. Nadie. Se
volvió inaccesible, impenetrable; sellado del alma.
Un alma

También podría gustarte