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Voces contradictorias

Vivimos en un mundo en el que hay muchas voces que buscan nuestra atención. Con todas las últimas noticias, tuits,
blogs, podcasts y los convincentes consejos de Alexa, Siri y otros, nos puede resultar difícil saber en qué voces
podemos confiar. A veces buscamos guía para nuestra vida en convocatorias abiertas, pensando que la mayoría nos
proporcionará la mejor fuente de verdad. Otras veces, “claudica[mos]… entre dos opiniones”1, sin decidirnos a ser
“frío[s] ni caliente[s]”2. En otras ocasiones, seguimos lo que nos conviene, nos concentramos en una sola voz o
asunto para guiarnos, o nos basamos exclusivamente en nuestra capacidad de pensar.
Aunque todos esos métodos pueden resultar útiles, la experiencia nos enseña que no siempre son fiables. Lo
popular no siempre es lo mejor. Quedarse indeciso entre dos opiniones no ofrece ninguna dirección. La conveniencia
pocas veces nos conduce a las cosas que importan. El fijarse en una sola voz o asunto puede afectar nuestra
capacidad de ver. El basarnos únicamente en nuestras ideas nos puede conducir a un estupor de pensamiento
excesivamente intelectual. Si no tenemos cuidado, las voces equivocadas podrían alejarnos del centro del Evangelio
y llevarnos a lugares en los que resulte difícil mantener la fe y donde no encontraremos más que vacío, amargura e
insatisfacción.

Escuchar la voz incorrecta


Permítanme demostrar lo que quiero decir con una analogía y un ejemplo de las Escrituras. Los alpinistas suelen
referirse a las altitudes superiores a ocho mil metros como la “zona de la muerte” porque, a esas alturas, no hay
suficiente oxígeno para preservar la vida. Hay un equivalente espiritual a la zona de la muerte. Si pasamos demasiado
tiempo en lugares donde hay falta de fe, las voces aparentemente bien intencionadas nos despojarán del oxígeno
espiritual que necesitamos.

En el Libro de Mormón leemos acerca de Korihor, que vivió una experiencia similar. Él disfrutaba de gran
popularidad, porque sus enseñanzas “deleitaban a la mente carnal”3. Decía que los padres y los profetas enseñaban
tradiciones insensatas con el fin de limitar la libertad y perpetuar la ignorancia4. Argumentaba que la gente debía ser
libre para hacer lo que quisiera, porque los mandamientos no son más que restricciones convenientemente ideadas5.
En su opinión, la creencia en la expiación de Jesucristo era “el efecto de una mente desvariada”, que procedía de la
creencia en un ser que no podía existir porque no podía ser visto6.
Korihor causó tanta agitación que lo llevaron ante el juez superior y el sumo sacerdote, y allí “prorrumpió en
palabras muy altaneras”, criticó a los líderes y pidió una señal. Se le mostró una señal y él quedó mudo. Entonces
Korihor se dio cuenta de que había sido engañado y, pensando en las valiosas verdades que había abandonado, se
lamentó así: “siempre [lo] he sabido”7.
Luego, Korihor anduvo mendigando alimentos hasta que murió pisoteado por un grupo de zoramitas8. El último
versículo de este relato contiene esta solemne reflexión: “… y así vemos que el diablo no amparará a sus hijos en el
postrer día, sino que los arrastra aceleradamente al infierno”9.

La voz correcta
Debido a que nuestro Padre Celestial quiere algo mejor para nosotros, Él hace posible que podamos oír Su voz. A
menudo, lo escuchamos por medio de las impresiones del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el tercer miembro de la
Trinidad. Él da testimonio del Padre y del Hijo10, fue enviado a “enseñar[nos] todas las cosas”11 y a “mostrar[nos]
todas las cosas que deb[emos] hacer”12.
El Espíritu habla a cada persona de manera distinta y es posible que, en diferentes ocasiones, Él hable a una misma
persona de maneras diferentes. Por ende, nos llevará toda la vida aprender las muchas maneras en las que Él nos
habla. A veces, Él habla a nuestra “mente y a [nuestro] corazón”13, con una voz suave, pero poderosa, que penetra
“hasta lo más profundo de los que la [oyen]”14. En otras ocasiones, Sus impresiones pueden “ocupar [nuestra]
mente” o “introducirse… en [nuestros] sentimientos”15. Otras veces, nuestro pecho arderá dentro de nosotros16 y,
en otras ocasiones, Él nos llena el alma de gozo, nos ilumina la mente17 o habla paz a nuestro turbado corazón18.
Cómo encontrar Su voz
Encontraremos la voz de nuestro Padre en muchos sitios. La encontraremos al orar, al estudiar las Escrituras y al
asistir a las reuniones de la Iglesia, al participar en análisis del Evangelio o al ir al templo. Sin duda, la encontraremos
en la conferencia este mismo fin de semana.

Hoy sostuvimos a quince hombres como profetas, videntes y reveladores. Su espiritualidad y experiencia les aportan
una perspectiva única que necesitamos desesperadamente. Sus mensajes resultan fáciles de encontrar y se
pronuncian con una claridad absoluta. Nos dicen lo que Dios quiere que sepamos, ya sea popular, o no19.
Buscar Su voz en cualquiera de esos lugares es bueno, pero buscarla en muchos de ellos es aún mejor. Y cuando la
oímos, debemos seguir la dirección que nos señala. El apóstol Santiago dijo: “… sed hacedores de la palabra, y no
tan solamente oidores”20. El presidente Thomas S. Monson enseñó en una ocasión: “Velamos. Esperamos.
Escuchamos esa voz suave y apacible. Cuando esa voz habla, las mujeres y los hombres sabios obedecen”21.

Cuando las instrucciones tardan en llegar


Al comienzo de mi vida profesional, se nos pidió a la hermana Homer y a mí que aceptáramos un cambio de
asignación laboral. En aquel momento, nos pareció una decisión importante. Estudiamos, ayunamos y oramos, pero
la respuesta tardaba en llegar. Finalmente, tomamos una decisión y seguimos adelante. Al hacerlo, nos sentimos
tranquilos y no tardamos en descubrir que fue una de las mejores decisiones que hemos tomado.
Por consiguiente, hemos aprendido que, a veces, las respuestas tardan en llegar. Esto puede ser debido a que no es
el momento correcto, quizás porque no necesitamos la respuesta o porque Dios confía en nosotros para que
tomemos la decisión. El élder Richard G. Scott enseñó que deberíamos sentir gratitud por esas ocasiones y nos hizo
esta promesa: “Cuando vives dignamente y lo que has elegido está de acuerdo con las enseñanzas del Salvador y
necesitas actuar, sigue adelante con confianza… Dios no permitirá que sigas adelante por mucho tiempo sin hacerte
sentir la impresión de que has tomado una mala decisión”22.

Debemos escoger
Por lo tanto, debemos decidir a cuál de todas esas distintas voces obedeceremos. ¿Seguiremos las voces poco
fiables que el mundo propugna? ¿O nos esforzaremos según sea necesario para permitir que la voz de nuestro Padre
nos guíe en nuestras decisiones y nos proteja del peligro? Cuanto más diligentemente busquemos Su voz, más fácil
nos resultará oírla. No es que Su voz se vuelva más fuerte, sino que aumentará nuestra capacidad para oírla. El
Salvador nos prometió que si “escucha[mos] [Sus] preceptos y presta[mos] atención a [Sus] consejos”, Él nos
“dar[á] más”23. Testifico que esta promesa es verdadera, para cada uno de nosotros.
Hace casi un año, perdimos a mi hermano mayor en un trágico accidente de auto. Los primeros años de John
estuvieron colmados de promesa y logros, pero, al ir haciéndose mayor, un cuerpo dolorido y una mente poco
cooperativa hicieron que la vida le resultara muy difícil. Aunque la sanación que él esperaba no le llegó en vida, John
mantuvo su fe, decidido a perseverar, lo mejor que pudiera, hasta el fin.

Ahora, sé que John no era perfecto, pero me he preguntado qué fue lo que le brindó esa perseverancia. Muchas
voces lo invitaron a volverse cínico, pero él decidió no hacerlo. Por el contrario, hizo todo lo que pudo por afianzar su
vida centrada en el Evangelio. Él vivió su vida así, porque sabía que así encontraría la voz de su Maestro; él vivió su
vida así, porque sabía que así es como se le enseñaría.

Conclusión
Hermanos y hermanas, en un mundo con tantas voces contradictorias, testifico que nuestro Padre Celestial ha hecho
posible que oigamos Su voz y la sigamos. Si somos diligentes, Él y Su Hijo nos darán la inspiración que buscamos, la
fortaleza que necesitamos y la felicidad que todos deseamos. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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