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Mario Luna Benitez PDF
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Resumen
Este artículo aborda, con sentido crítico, algunos argumentos de la sociología
política en Colombia sobre las guerrillas en el país, en especial del período de su
emergencia. Reformula los rasgos característicos de los grupos armados y los
compara con los del M-19. Pone así en perspectiva el estudio sobre este último y
desarrolla como alternativa de enfoque su relación con varios contextos de
violencia, reconociendo continuidades y rupturas con la violencia de los años 50.
Abstract
* Sociólogo, profesor del Departamento de Ciencias Sociales, Universidad del Valle. El autor
pertenece al grupo de investigación Acción colectiva y conflicto, y el estudio del M-19 se realiza en
este marco.
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Introducción
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2 Además, el autor cita, sin profundizar y sin sacar todas las consecuencias, a Michel Dobry, un
teórico por excelencia de la fluidez política de los conflictos y de los acontecimientos políticos
(Dobry 1988).
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atinente para intentar comprender la emergencia del M-19, sus rasgos y sus
formas de acción en el conjunto de las guerrillas colombianas.
Esa dimensión sociocultural latinoamericana es apoyada en tres elementos. El
primero, la difusión del marxismo con su idea de la existencia de unas
“condiciones estructurales” favorables a la revolución. El segundo, una
influencia generalizada de la idea del Che Guevara de no esperar a la formación de
“todas las condiciones para la revolución” refiriéndose a la espera de condiciones
subjetivas de aceptación en la población de un proyecto revolucionario pues el
“foco insurreccional podía crearlas”, una idea en la que más tarde Debray
colocará el énfasis como teórico del foquismo. Por último, un dominio en las
ciencias sociales en Latinoamérica de las llamadas teorías de la dependencia.
Nada nos dice Pizarro de los tiempos de llegada y de confluencia de esos
elementos hasta formar esa ideología revolucionaria que, según él, conduce al
voluntarismo impulsor de las guerrillas. Ni siquiera un indicativo de las fechas de
publicación, de traducción y de circulación de los libros que les sirven de soporte,
aunque sabemos que esa no es la única vía de difusión y de apropiación de las
ideas. En principio pensamos que esas temporalidades fueron distintas para cada
país. Para Colombia esas publicaciones llegaron post festum, después de
formadas las guerrillas, a fines de los años 60, como el texto de Debray sobre la
Revolución en la revolución (Debray 1968). 3 La presentación de la experiencia
del Che Guevara en la Guerra de guerrillas (ibíd. 1978) 4 también fue un poco
tardía. Las teorías latinoamericanas de la dependencia llegaron a Colombia
cuando, en los albores de los años 70,5 la acción de los movimientos sociales
urbanos disminuía el ímpetu de atracción por vincularse a las guerrillas, al
declinar esa primera representación del escenario rural como eje del conflicto
social o de las armas. Es necesario pensar además en el nivel de inserción social de
esas tradiciones socioculturales e ideológicas de los partidos y grupos políticos,
marxistas o no. El asunto lleva a concluir que pueden ser otros los mecanismos a
través de los cuales avanza la apropiación de la experiencia cubana.
Nuestra crítica va más allá. Dada la naturaleza de los tres elementos, el llamado
contexto sociocultural latinoamericano queda reducido a una subjetividad de
carácter ideológico general, que compite fuertemente en el texto de Pizarro con
su llamado a considerar las condiciones nacionales. De esa manera aquel contexto
y estas condiciones experimentadas para la emergencia de la insurgencia armada,
a la hora del análisis, son reducidos a los efectos de una ideología general: el
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6 Roberto Sancho trata de equilibrar esta tendencia explicativa al proponer para la emergencia del
ELN la existencia de factores externos e internos, que supone la condicionan.
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7 Con esa tesis explica Castañeda (1994) el origen de las guerrillas, un libro no citado por Pizarro.
8 Nuestra noción de contexto social es deudora de la de contexto interactivo. Las llamadas
condiciones hacen parte de la interacción y se forman en ella. Ello no implica olvidar el papel del
tiempo y la duración y menos las dimensiones espaciales, pero considerando cómo ingresan en el
análisis del contexto.
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El MOEC se opuso al partido, […] el partido en su línea política no incluía una organización
de tipo guerrillera […] Larrota y otros intentaron repetir la episódica cubana, no la
ideología, no la estrategia sino la episódica, había que tomarse un cuartel, había que hacer
un asalto a la presidencia de la república, había que irse aunque sea a San Andrés y
Providencia y venirse en un barco […] y entonces meterse a la Sierra Nevada, vainas esas,
muy buena gente pero muy infantil en ese aspecto […] él tenía una concepción muy
simplista que no era sino meterse uno al monte, llevar una grabadora y lanzar una proclama,
tomarse una radio como habían hecho en Cuba y lanzar un manifiesto […] que el pueblo se
iba a levantar, […] que… vendría por añadidura la reacción popular y todo eso iba a ser
automático (Alameda 2005).
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9 En estos contextos donde concurren una pluralidad de actores el comportamiento de los unos se
regula y se orienta por el comportamiento de los otros de manera recíproca. En ellos no
necesariamente la interacción se cristaliza en roles sociales y pueden tener éstos mucha fluidez
(Chazel 1986, p. 253).
10 La interdependencia se caracteriza por el hecho de que cada actor afecta el conjunto de todos los
otros actores, incluso en circunstancias en que hay ausencia de interacción entre ellos (Chazel
1986, p. 253).
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En la móvil del Cauca, que se hizo con lo que fue después el Quintín Lame, pero se hizo con
gente de dirección del Cric, del Consejo Regional Indígena del Cauca […] finales del 78
[¿Vos participaste de esa experiencia?] Sí, claro […] [¿Es temprana esa vinculación del
Cric al M-19?] jú […] el M-19 prácticamente tomó la decisión […] de apoyar ese proceso
que se convirtió […] en una referencia […], en el 78 éramos una organización que tenía una
muy buena imagen […], nos convertimos en una especie de, de, de… de hada madrina
{ríe}de procesos organizativos, políticos y militares.11
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niega de inmediato el vínculo social con las clases medias urbanas en formación,
el movimiento estudiantil nacional de los años 60; ni con grupos del sindicalismo
obrero que avanzaban hacia una independencia de las centrales sindicales bajo
dominio liberal, conservador y eclesiástico; ni con los sectores populares de la
ciudad involucrados en la intención del Frente Unido del cura Camilo Torres,
intervenidos luego por los sacerdotes de la 'Teología de la liberación'.
Un indicador indirecto de la importancia de estos lazos sociales se observa al
examinar la primera fase de declive del ELN hacia 1973, que dura hasta mediados
de los años 80: su crisis no fue un resultado exclusivo de la represión militar, en
ella obró el aislamiento propiciado por la nueva oleada de movimientos sociales
urbanos, entre ellos el nuevo movimiento estudiantil y el de maestros. Éstos en los
años 70 no miraban ya hacia el campo como el escenario principal de la
resistencia y eso los separaba del ELN. Esos movimientos adoptaron unos
objetivos propios y urbanos de confrontación social y se alejaban de la ideación de
la guerrilla en el monte, disminuyendo su expectativa por el ELN. Coincide
además ese declive del ELN con la acción de algunas huelgas obreras (Vanitex,
Riopaila…) que avanzaron hacia expresiones de clase en la búsqueda de un lugar
propio en los conflictos sociales. También el progreso en la lucha de los
trabajadores estatales, hacia 1975, tiene una perspectiva distinta a la del ideal de
las armas en el campo. Era un alejamiento del ELN en un doble sentido: como
ilusión y práctica de los antiguos activistas orientados hacia la guerrilla; como
ilusión y práctica de “la acción colectiva” que en los años 60 se suponía que abría
la cobertura política y social a la acción armada en el campo.
Estas modificaciones en los movimientos sociales dejan solo al ELN por un
largo período, a lo que se suma el inicio de una fuerte crisis económica e industrial
del país. Ésta puso a la defensiva al movimiento obrero llevándolo a niveles de
desintegración de sus nódulos colectivos, individualizando a sus activistas,
muchos de los cuales fueron absorbidos por los cambios sociales y económicos
propiciados por los negocios ilegales, una absorción que fue generalizada en
muchas dimensiones de la sociedad colombiana.
Resumiendo este punto crítico, diríamos que las relaciones de los grupos
políticos, civiles o armados, con las bases sociales nombradas en sus discursos
como aquellas con las cuales se relacionan y de donde derivan su legitimación,
están asociadas a intercambios instrumentales de doble vía, al estilo de los
intercambios mercantiles. Tal como sucede en muchos ámbitos de la vida pública
del país. Las guerrillas no se proponen niveles de representación social y política
sino inserciones en las clases y grupos sociales de donde se derivan réditos,
beneficios y costos de orden instrumental. Se intercambian apoyos políticos y
logísticos por ciertos beneficios económicos, sociales y políticos como los de la
protección. De otra parte, estos intercambios se dan dentro de procesos de poder y
de exclusión social y política, que ligan con una forma de la violencia política de
los años 50. Así pues, una dimensión de la política y de la relación social que no
son nuevas.
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13 El del Epl si es un caso notable de construcción desde una ideología teórica. Ver las obras ya
citadas.
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En el caso del ELN, su primera columna se reúne en julio del 64 en San Vicente
de Chucurí, Santander del Sur, pero sale a la luz pública el 7 de enero de 1965 con
la toma de Simacota. Es una guerrilla de orientación no comunista y con
relaciones con Cuba, guerrilla que desea reeditar relaciones con la Violencia. En
su zona de implantación quisieron impulsar a sectores aldeanos y campesinos
movilizados en los 50, entre ellos buscaron “redes de apoyo” especialmente entre
los disidentes liberales de la época provenientes del gaitanismo, militantes aún
radicales y que de nuevo orientaban a los jóvenes aldeanos de los años 60 hacia la
violencia (Vargas 1992, p. 188).14 El ELN tuvo relación con jóvenes comunistas
radicales (se destaca Medina Morón por su desarrollo intelectual y político, y
como práctico a Heliodoro Ochoa) y de la izquierda disidente del Movimiento
Revolucionario Liberal,15 la Juventud del MRL, jóvenes todos fundadores. Pero
tuvo además el apoyo de una intelectualidad emergente simpatizante del
socialismo cubano, ligada en su mayoría al MRL, que le da un perfil distinto a su
horizonte de oposición al acuerdo del Frente Nacional.
Sobre el ELN algunos señalan una continuidad sin mediaciones de la violencia
anterior. Donde nosotros vemos un esfuerzo por reeditar una rebeldía radical, un
“medio violento”, por ejemplo Wickham-Crowley ve una continuidad directa,
basada en una supuesta condición favorable a la guerrilla en la masa de los
campesinos, que era la ilusión de los fundadores del ELN (Wickham-Crowley
2001, pp. 157-166). Estos eran urbanos y necesitaron de una larga crisis para
reconocer que no había apoyos campesinos automáticos. De hecho habían
actuado frente a esa masa con prudencia y hasta desconfianza. Otros como Alejo
Vargas, con mejor sentido, hace énfasis en la permanencia de los valores de las
armas, de actitudes prácticas para la violencia y de ideaciones de resistencia al
Estado. Sin embargo, presupone que esos aspectos se dan silvestres o se
transmiten en forma directa de padres a hijos en la región de Santander. Por ello
Vargas denominará el surgimiento del ELN como “la síntesis de los procesos”
(Vargas 1992, p. 183). El primero pasa por alto que la continuidad tiene aspectos
diferentes a los pragmáticos de una supuesta participación generalizada de los
campesinos. El segundo no ha explorado mucho el aspecto sociológico relevante
de la orientación que pretendía la reproducción de la violencia: su asentamiento
en cuerpos “semi-estamentales”, la familia y la vecindad local y regional.
Existió un impulso para reproducir el lugar central del conflicto político en
esas zonas, que a la vez que en torno a él podía unificar sus relaciones políticas,
desintegraría los mundos micro sociales agrarios experimentados entre el pasado
y el presente de la violencia. Se deseaba movilizar a los campesinos en un nuevo
proyecto de violencia, para enarbolarlo por los hijos de quienes de generación en
14 José Ayala, ex cabo del ejército, hombre de corte militar, formó un núcleo de jóvenes campesinos
sin claridad en lo armado, núcleo que ingresará al Eln.
15 El MRL dirigido por Alfonso López M. fue opositor al acuerdo del Frente Nacional. Esa facción
de izquierda surgió en la Convención de Girardot, mayo de 1960 (Vargas A. 1992, p. 158).
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generación, desde los años 20, habían tomado las armas, como lo indica Alejo
Vargas para los primeros militantes. Aquí examinamos ese imaginario del ELN.
Bajo la ilusión de banderas revolucionarias se asociaba la construcción de una
memoria política a la reedición de un mundo tradicional, de relaciones culturales
y sociales estrechas entre hijos, padres y abuelos, para ser atravesadas de nuevo
por la violencia. Más allá de los discursos nacionalistas y de desarrollo
económico, la guerrilla en lo micro social impulsaba hacia el pasado. Por fuera de
la eficacia de esta orientación que enfrentaba situaciones nuevas de contexto
histórico, se puede evaluar cómo a través de esos cuerpos “semi-estamentales” se
pretendía reproducir un orden social anclado en las subculturas políticas que son
obstáculo a la formación de la modernidad y que impiden el florecimiento de las
individualidades, su autonomía en la construcción de reconocimientos
personales más allá de “las cargas del pasado de violencia” familiar o local.
Será dentro de las continuidades no visibles de la anterior violencia, que el
predominio en la dirección del ELN termine en manos de sectores militaristas y
campesinos. Coincidieron campesinos de la zona de los Santanderes y jerarcas
aldeanos provenientes de regiones donde las huellas de un patriarcado
colonizador exigente de lealtades morales familiares se mezclaban con la visión
de los negocios, el cálculo en los intercambios y en las situaciones de poder, y la
religiosidad católica. Esta idea no coincide con el argumento de una “desviación
campesinista”, originada según los dirigentes del ELN en la polémica con los
comunistas sobre principios estratégicos, por volver absoluta la lucha armada y
además por reivindicar al campesinado como más combativo, ante terratenientes
y gamonales, que la clase obrera reformista, reivindicada por el partido
comunista como el actor principal (Harnecker 1988, pp. 33-36). No obstante,
nuestra hipótesis sobre la hegemonía campesina es que ella tiene una base mayor
de origen práctico (cultural antropológico) que de ideología, aunque tenía
cobertura política.
Esa hegemonía campesina es el encuentro de aspectos que sobrepasaron a los
elementos racionalizadores provenientes de miembros urbanos, con una reciente
formación ilustrada (líderes universitarios y obreros con formación). Se
impusieron los valores pragmáticos de esas jerarquías, agudizados por el
aislamiento de la selva y la montaña. Se mezclaron con valores de un ámbito
rural-aldeano individualizado en pequeñas propiedades de diverso origen. Este
era un contexto atravesado por lógicas de poder movilizadas tradicionalmente
por las clientelas de partido y por luchas ínter partidistas, que afectaron la
distribución de la tierra y los intercambios sociales reeditando oposiciones
radicales de amigo y enemigo. Además era un ámbito campesino que articulaba
una cultura de la desconfianza, de la rudeza y del machismo; en él la conscripción
militar y las armas jugaban el papel de ritual de paso a la vida adulta;
simbolizaban un poder y una superación personal, que coincidía con formas del
cristianismo rural. Éste es reforzado por la orientación del grupo, cuando los
dirigentes del ELN afirman al cristianismo como supuesto elemento de identidad
social y nacional del campesinado enrolado (Harnecker 1988, pp. 20-22).
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16 Sobre la relación entre intelectuales y política en Colombia ver Gonzalo Sánchez (1998).
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18 Aquí la noción de ideología remite a la concurrencia de ideas de origen, orden y escala diferente,
cuyo único patrón de unidad lo constituía la figura y la autoridad del líder, Bateman, quien ofrecía
argumentos apoyado más en su experiencia que en una reflexión. A la Octava Conferencia
(Putumayo, agosto de 1982) concurren una variedad de participantes con preferencias, historias e
ideologías diversas, produciendo un resultado ambiguo en su confluencia (“el sancocho
nacional”).
19 “Dentro los 10 jornaleros había un paisa de la violencia, que conocía la violencia de lo que había
pasado en los años 40, eso nos contaba todo el cuento […] del “Tiro Fijo”, “Sangre Negra”,
“chusmeros”, guerrilleros, pero que ser revolucionario es lindo a morir por una causa justa, a mi
me llamaba la atención por ese lado y qué lindo uno morir peleando pero no allí arrodillado […] el
señor nos dio como muchas orientaciones, pero como en una charla normal”, Rigo, indígena del
Putumayo, septiembre 2000.
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Conclusiones
La violencia de los años 50 reprodujo una escisión grande entre campo y
ciudad, apartando al mundo rural de las posibilidades de una modernidad política,
cultural y social, y permitiendo procesos de modernización autoritarios. Ubicada
la Violencia en esa escisión proyectó formas de impotencia y laberintos sin salida
de la resistencia política en Colombia. A pesar de las rupturas contenidas en las
nuevas voluntades de la oposición radical de izquierda y en los contextos sociales
de su definición, las guerrillas de los años 60 regresan subjetivamente a las
lógicas culturales de esa Violencia, limitando los perfiles nuevos de una
resistencia política hacia la instauración de una modernidad en el país. Las
características señaladas en el M-19 tienen el significado de intensificar la
ruptura con las lógicas de la Violencia y de colocar en un nuevo terreno la
oposición radical en Colombia, el de la demanda de una democracia participativa
moderna. Esta ubicación aminoraba los efectos regresivos de la reproducción de
esa escisión histórica entre campo y ciudad, a pesar de que la misma
intensificación de la violencia volviera a sumergir las relaciones sociales en el
esquema político de la relación amigo-enemigo.
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