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Introducción
Desde que se pusieron en marcha las columnas que partieron de Sevilla dirección
Madrid, dejaron a su paso una estela de horror y muerte. Aunque la de Badajoz fue la
matanza que más eco tuvo, gracias a la presencia de periodistas extranjeros, estas
prácticas genocidas las venían realizando en todas las poblaciones que ocupaban;
Almendralejo, Llerena, Mérida, y un largo etcétera. Como apunta Paul Preston lo que
ocurrió en Badajoz podría tomarse como una advertencia a Madrid.
La brutal represión se entiende aún menos si tenemos en cuenta que en Badajoz apenas
había habido represalias contra los elementos de derechas. De hecho las autoridades
evitaron que las enfervorizadas masas tomaran venganza por los bombardeos a que
estaba siendo sometida la población. Cuando un grupo de personas intentó asaltar la
cárcel para asesinar a las personas que estaban allí encarceladas por apoyar el golpe, los
diputados de Izquierda Republicana, Luis Pla Álvarez, Eloy Domínguez Marín y
Joaquín Vives Castrillón, junto al gobernador civil, Miguel Granados y el director de la
prisión, Miguel Pérez Blanco, lo evitaron haciendo que la Guardia de Asalto contuviera
a la muchedumbre. Los tres primeros fueron asesinados, Granados logró huir, mientras
que Pérez Blanco continúo en la ciudad prestando sus servicios a los franquistas.
Este trágico episodio de la guerra civil española ha intentado ser borrado de la memoria,
primero por los propios franquistas desde el primer momento, mintiendo y
tergiversando los hechos ocurridos en la capital pacense, como aparece en las normas de
censura dictadas por el comandante Cuesta Monereo, que en su apartado noveno dicen:
En las medidas de represión se procurará no revestirlas de frases o términos
aterradores, expresando solamente “se cumplió la justicia, “le llevaron al castigo
merecido”, “se cumplió la ley”, etc. Pero lo más indignante es que ya en democracia se
haya seguido intentado borrar las huellas de lo sucedido. En 2002 el ayuntamiento
socialista de Badajoz demolió la plaza de toros, en lugar de convertirla en lugar
emblemático de la memoria histórica. Para mayor escarnio, durante la Transición las
personas de izquierdas de Badajoz recibían amenazas de muerte; La plaza de toros de
Badajoz no se llenó de rojos la otra vez. Esta vez la llenaremos.
No sólo fue en la plaza de toros donde se produjeron los asesinatos, por todas las calles
de Badajoz corrían ríos de sangre; sangre vertida por hombres y mujeres, que en
muchos casos ni siquiera habían participado en la defensa de la ciudad; simplemente por
llevar una pulsera de oro o alguna modesta alhaja, los mercenarios moros al servicio de
Franco asesinaban sin piedad al portador. Como dijo Rafael Tenorio (TENORIO,
1979:8); […] importan menos las cifras que lo que simbolizan. Doscientos o cuatro mil
¿qué importa?, lo que realmente cuenta es el hecho de matar colectivamente a gente
indefensa. Reig Tapia define perfectamente lo que fue la matanza de Badajoz: ¿Qué
grado de insania, que perversión patológica hizo posible que dichas autoridades no
sólo no impidieran, sino que jalaran a los sádicos matarifes que se abandonaron a
semejantes sevicias y asesinatos? ¿Bajo qué código de honor militar o cristiano
actuaron?
La matanza
Surge de los asesinatos perpetrados en Badajoz por las tropas franquistas, un lugar
emblemático, la plaza toros, en ella se acometió uno de los hechos más crueles y
sangrientos de la guerra civil. El periodista francés Marcel Dany le relató a Rafael
Tenorio (TENORIO, 1979b: 128) el procedimiento: La plaza de toros sirvió de prisión
durante los primeros momentos […] No cesaban de traer nuevos presos en camiones.
Yo los vi llegar acompañados de las camisas azules de Falange […] Vi cómo los
llevaban dentro de la plaza de toros, escuché las descargas […] luego vi como sacaban
los cadáveres.
Los prisioneros eran reunidos en la arena de la plaza, allí eran ametrallados con saña por
las ametralladoras instaladas en las contrabarreras del toril. No contentos con esto, en
ocasiones los regulares y legionarios bajaban al coso y allí asesinaban a los indefensos
presos a bayonetazos. En una de estas ocasiones el miliciano Juan Gallardo Bermejo
logró arrebatar la bayoneta a uno de los legionarios-toreros y lo mató con su propia
arma. En ese momento se retiraron de la arena moros y legionarios y comenzó el
ametrallamiento de las personas allí congregadas. Uno de los que con más saña
realizaba estas prácticas era un moro llamado Muley, según testimonio de un
superviviente de la matanza, Juan Adriano Albarrán. Entre los asesinados había
milicianos, obreros, campesinos, tanto hombre como mujeres; nadie se salvaba del
salvaje furor vengativo de las tropas franquistas.
Es difícil hacerse una idea del terror que se cernió sobre la plaza de toros. El testimonio
de algunos testigos de la época solamente sirven para hacernos una pálida imagen de lo
que allí sucedió. Las ejecuciones se llevaron a cabo en la plaza de toros, habiéndose
distribuido invitaciones para el espectáculo [...] Grupos de hombres eran ametrallados
como perros de caza eran empujados al ruedo para blanco de las ametralladoras […]
En los tendidos los invitados registraban con comodidad las angustias y las muecas de
la inválida masa humana que, saliendo de su espanto, intentaba escapar a la condena
(ZUGAZAGOITIA: 124-25). En Badajoz, los facciosos han cometido el crimen más
enorme y espantoso que registra la historia. Más de tres mil antifascistas fueron
concentrados en la plaza de toros. Y, después de haber ocupado las gradas de la plaza,
los elementos oficiales, los falangistas, militares, requetés, incluso “señoritas”, empezó
el espectáculo […] (SANZ: 101-102). El periodista Marcel Dany, no vio los
fusilamientos pero si nos ha dejado la impresión que le causaron: Yo no pude ver los
fusilamientos, pero escuchaba las descargas y oía los lamentos y los gritos de las
víctimas. Además tuve tiempo de ver lo que sucedía y escuché testimonios de la gente.
Entre los prisioneros había muchas mujeres, (citado TENORIO, 1979b:128). Uno que
si estuvo en la plaza fue Francisco Moreno Martínez, así nos describe lo ocurrido: Nos
pasaron a la plaza de toros y nos alojaron en unos pasadizos debajo de las gradas y
que no había más luz que la que dejaba pasar por las ranuras o aspilleras que había en
las murallas. Al día siguiente empezaron los fusilamientos. El sistema que tenían era el
siguiente: entraba por la puerta que daba al ruedo de la plaza un cabo bajito de la
Legión y pistola en mano y cojeando porque tenía el pantalón ensangrentado como de
estar herido. Este señor contaba hasta veinte, los sacaba al ruedo, donde esperaban los
guardias civiles que componían en piquete de ejecución, por lo menos siempre que salí
allí eran guardias civiles los que fusilaban, (citado MERCHÁN)
Los asesinatos continuaron los días siguientes. Todos los días a las doce de la mañana,
en la plaza de Penacho, se producía el “espectáculo” de la ejecución de prisioneros,
amenizado con música y a la que estaban obligados a asistir los habitantes de la ciudad.
El día 20 de agosto se celebró un acto, con misa y desfile incluido, al que fue invitada
toda la población. Como culminación del “festejo” fueron fusilados dos alcaldes
republicanos de Badajoz, Juan Antonio Rodríguez Machín y Sinforiano Madroñero
Madroñero, el diputado socialista Nicolás de Pablo Hernández, en unión de ocho
compañeros y siete portugueses entregados por la policía de Salazar, dos de ellos eran
menores de 16 años. En septiembre continuaron las masacres. El día 6, cuarenta y tres
heridos que se encontraban en el hospital provincial fueron asesinados en la plaza de
toros, mediante el procedimiento de un tiro en la nuca; así lo testimonió Modesto
González Jorge, uno de sus hermanos formaba parte de ese grupo de cuarenta y tres
personas (ver VILA: 62)
Los responsables
El máximo responsable fue, sin duda, el teniente coronel Juan Yagüe. Éste ya había
tenido una destacada actuación en la feroz represión que se ejerció en Asturias tras la
revuelta de octubre de 1934. Tal era su ansia represiva que tuvo un fuerte
enfrentamiento con el general López Ochoa, cuando éste llegó a un acuerdo con los
obreros; llegándole a acusar de ser cómplice de los insurrectos. Tenía pues experiencia
en masacrar a poblaciones civiles. En Badajoz nadie puso reparos a sus crueles
represalias. En segundo lugar están los militares que mandaban las tres columnas que
entraron en Badajoz; el comandante Castejón, y los tenientes coroneles Asensio y Tello;
ellos permitieron que las tropas a su mando realizaran todo tipo de tropelías; incluso en
ocasiones las animaron.
Pero no solo fueron los militares los que tienen responsabilidad en la matanza de
Badajoz; contaron con la inestimable colaboración de falangistas, religiosos y demás
“gentes de orden”, tanto en la práctica directa de asesinatos, como en la elaboración de
las listas de los que deberían ser eliminados. El falangista Mariano Ramallo – un
sobrino suyo, Luis Ramallo, fue el primer presidente de la Junta de Extremadura-; el
sacerdote Isidro Lomba, encargado de realizar las listas de los que había que ejecutar;
Arcadio Carrasco, que irónicamente fue nombrado Marqués de la Paz y nombrado
presidente del Sindicato Vertical; Jorge Pinto, terrateniente de Olivenza, que hacia
bailar a las mujeres antes de asesinarlas abriéndolas el vientre y sacándole sus órganos;
Avelino Villalobos; Leopoldo Ríos, Antonio Ardillas, Agustín Carandell, que asesinó a
treinta y cuatro presos atados entre sí en la puerta del Ayuntamiento; el marroquí
Ahmed Mohamed Muley, que se ponía un traje de torero y asesinaba a sus víctimas
clavándoles una bayoneta en el cuello; Eduardo Esquer, que posteriormente sería
diputado en las cortes franquistas; y un largo etcétera de personas para los que la vida
humana no tenía ningún valor.
Mario Neves
Neves era un periodista portugués que actuó como corresponsal del Diario de Lisboa en
Extremadura. Fue el primero, junto al francés Jacques Berthet de Le Temps, Marcel
Dany, también francés de la Agencia Havas, y John T. Whitaker, del New York Herald
Tribune, y el fotógrafo francés, René Bru. Mario Neves no simpatizaba con las fuerzas
republicanas, aún así dio un ejemplo de honradez al denunciar las atrocidades de las que
fue testigo. En su primera crónica emitida el día 15, decía: Escenas de horror y
desolación en la ciudad conquistada por los rebeldes […] Acabo de presenciar un
espectáculo de desolación y de espanto que no se apagará de mis ojos […] Junto a las
paredes de la Comandancia Militar, la calle está salpicada de sangre […] Le
preguntamos a Yagüe si había muchos prisioneros, nos respondió que sí –y
fusilamientos… decimos nosotros. Parece ser que ha habido dos mil…; el comandante
Yagüe se sorprendió con la pregunta declara ¡No deben ser tantos! […] Estas notas
redactadas minuciosamente […] no conseguirán dar una pálida idea del espectáculo de
desolación y de horror que han visto mis ojos.
Al día siguiente remitió otra crónica al Diario de Lisboa: Nos afirman varias personas
que nos acompañan que los legionarios del Tercio y los marroquíes “regulares”
encargados de ejecutar la decisión militar deseaban conservar durante algunas horas
los cadáveres en exposición, en tal o cual punto, para que el ejemplo produzca sus
efectos.
Finalmente la crónica que envió el día 17 fue censurada por las autoridades portuguesas
que obligaron a Neves a retractarse y negar que hubiera habido alguna matanza; so pena
de ser encarcelado.2
1
Citado por Ramón Garriga en libro El general Yagüe: figura clave para conocer nuestra historia,
Barcelona, 1985
2
La crónica completa podrá ser consultada en el anexo.
Los ataques que sufrió Neves por parte de los propagandistas franquistas fue atroz. El
que dio el pistoletazo de salida para la persecución historiográfica de Mario Neves, fue
el militar británico McNeill-Moss (que también negó el bombardeo de Guernica).
Aducía el propagandista inglés que las crónicas de Neves no coincidían con las de otros
periodistas. McNeill tergiverso hasta lo indecible el artículo de Neves, por ejemplo
omitiendo párrafos que no le interesaban, como: Algunos cuerpos estaban tumbados
aquí [Puerta de la Trinidad] El mismo espectáculo se repetía en la calle san Juan,
junto a la que fueron fusilados los milicianos que habían caído en manos de los
rebeldes. Por otra parte McNeill no hizo alusión alguna al segundo despacho enviado
por Neves.
Jay Allen
El periodista norteamericano Jay Allen no estuvo en Badajoz en los primeros días, pero
su crónica sobre lo sucedido recorrió el mundo al ser una de las más impactantes
escritas durante la guerra civil española. Allen llegó a Badajoz el día 23 de agosto; su
artículo titulado Slaugther of 4.000 at Badajoz City horrors, fue publicado el día 30 por
el Chicago Tribune y el London News Chronicle Para su crónica, Allen entrevistó a
múltiples testigos de lo sucedido. Según él se asesinó a 4.000 personas, 1.800 de ellas
en tan sólo doce horas en la plaza de toros: A las cuatro de la mañana introdujeron en
la plaza por la puerta donde las cuadrillas inician el paseíllo en las corridas de toros.
Les esperaban las ametralladoras. Después de la primera noche, se calculaba que en el
extremo más alejado de la plaza la sangre había penetrado un palmo de profundidad en
el suelo. No lo pongo en duda. Mil ochocientos hombres –había también mujeres-
murieron allí en poco más de doce horas3. Hay más sangre de la que parece en mil
ochocientos cuerpos. En las fechas en que estuvo Allen en la capital pacense, aún se
producían cincuenta asesinatos por día. Allen también fue el que testimonió la ayuda del
régimen del dictador portugués Salazar a Franco; denunció que las autoridades
portuguesas entregaban a Franco a los republicanos que habían huido de Badajoz; y
como los aviones de los sublevados utilizaban los aeródromos portugueses para
bombardear las poblaciones extremeñas.
Jay Allen, al igual que Neves, sufrió los ataques de los servicios de prensa franquistas
dirigidos por Luis Bolín. Uno de los que salió en su defensa fue John T. Whitaker: Jay
Allen fue el primer corresponsal que entrevistó a Franco, y en general está considerado
como el periodista mejor informado sobre los asuntos españoles. Su narración fue
atacada y difamada por hombres pagados de un extremo a otro de Estados Unidos.
Uno de los trucos más empleados fue negar que Allen hubiera estado en Badajoz
durante la toma de la ciudad. El comunicado de Allen dice rotundamente que llegó más
tarde, que no pudo enviar un informe precedente de un testigo ocular, pero que citaba
las informaciones franquistas4
La prensa extranjera
Además de Neves y Allen, fueron varios los periodistas que enviaron sus crónicas sobre
lo sucedido a diversos medios de información europeos y americanos. El día 15 de
agosto Marcel Dany envió un telegrama a Havas: La ciudad de Badajoz ha caído esta
noche enteramente en poder de las tropas rebeldes. Ha habido ejecuciones masivas.
Ese mismo día apareció en Temps, una ampliación de la noticia: Hasta este momento
alrededor de 1.200 han sido fusilados bajo la inculpación de resistencia armada o de
graves crímenes […] Los arrestos y ejecuciones en masa, en la Plaza de Toros
continúan […] Solamente en la calle san Juan hay numerosos cuerpos […] El día 16
de agosto apareció en Le Populaire un despacho de Havas, firmado por Marcel Dany:
En la plaza del ayuntamiento, en particular, están tumbados numerosos partidarios del
gobierno que fueron alineados y ejecutados contra la pared de la catedral. Han corrido
por las aceras ríos de sangre. Por todas partes se encuentran charcos coagulados.
3
Ver crónica de Allen en el anexo
4
Publicado en We cannot escape History, Nueva York, 1943, p. 113, citado Southworth, p. 396
(citado SOUTHWWORTH: 386). No menos contundente fue otro periodista francés,
Jacques Brethet, cuyo relato publicó Temps: Los milicianos y los sospechosos
arrestados por los rebeldes han sido pasados de inmediato por las armas… cerca de
mil doscientos han sido fusilados (citado SOUTHWORTH: 386). El día 17 de agosto se
lee en los titulares del Temps: NO SON 500, SINO MÁS DE 4.000 MUERTOS. En las
páginas interiores aparecía una crónica de J. Berthet: En estos momentos [15 de agosto]
alrededor de mil doscientas personas han sido fusiladas […] Hemos visto las aceras de
la Comandancia Militar empapadas de sangre […], los arrestos y ejecuciones en masa
continúan en la Plaza de Toros. Las calles de la ciudad están acribilladas de balas,
cubiertas de vidrios, tejas y de cadáveres abandonados. Sólo en la calle san Juan hay
trescientos cuerpos […] (citado TENORIO, 1978: 9). Ese mismo día aparecía en París
Soir una crónica de Henri Danjou: Las fuerzas del Tercio hacían blanco sobre los
cadáveres, a los cuales se empezaba ya a dar sepultura. Esto es un claro ejemplo de la
crueldad sin sentido que emplearon las tropas franquistas.
5
Whitaker, obra citada, p. 113, nota 33, citado SOUTHWORTH: 397.
Varios de estos periodistas fueron posteriormente represaliados. René Bru fue detenido
por orden de Luis Bolín, la Casa Pathé para la que había realizado el reportaje
fotográfico tuvo que devolver los negativos para que fuera puesto en libertad. Marcel
Dany, fue detenido y posteriormente expulsado de Portugal por denunciar la entrega de
cincuenta y nueve civiles españoles a los franquistas por parte de las autoridades
portuguesas – ya había sido expulsado de España-. Neves fue detenido e interrogado por
la policía portuguesa y obligado a retractarse. Jean D’Esme también fue expulsado de
España. Arthur Koestler, quién en 1937 defendió la información que proporcionó Neves
frente a las insidias de McNeill-Moss, fue apartado de su labor periodística en España;
cualquier medio que diera cobertura a sus escritos perdería la corresponsalía en la zona
controlada por los sublevados.
No cabe duda que gracias a la integridad de estos periodistas la verdadera cara del
franquismo quedó al descubierto, como apunta Francisco Espinosa: La importancia de
las informaciones de los periodistas extranjeros radicaba en que de un solo golpe
habían hecho caer dos mitos: el de una guerra civilizada y el de la neutralidad
portuguesa. (ESPINOSA: 205)
Testimonios
Alfonso González Bermejo: La gente no quiere hablar por el pánico que tienen todavía
en el cuerpo, setenta años después. Aquella fue la mayor salvajada del mundo. En
Extremadura murieron más de cincuenta mil personas. Legionarios y moros violaban a
mujeres y niñas, castraban a los hombres y, sin escrúpulos, se ponían los testículos en
la boca como trofeos. La sangre corría por las calles como el agua. (citado
DISFEITO). Estas declaraciones realizadas en el 2006, podrían escucharse hoy mismo.
En las investigaciones que estoy realizando en la actualidad sobre la represión
franquista en pueblos de la comarca de Barros, me encuentro en la mayoría de las
ocasiones con la negativa de las personas que fueron testigos de la época –cada vez
quedan menos- a hablar de lo ocurrido en el año 1936 y posteriores. El miedo sigue
firmemente instalado en el pensamiento de la gente.
Un defensor de Badajoz, Manuel García Moreno, nos relata cómo fueron los últimos
momentos de la defensa: Estaba defendiendo la Puerta del Pilar el 14 de agosto y la
abandonamos cuando ya estaban encima de nosotros […], salimos por Villanueva del
Fresno y les destrozamos la columna Castejón. Cuando lo tomaron mataron a todos los
que cogieron. Los que escaparon nos contaban que los llevaban a la plaza de toros, les
colocaban banderillas como a las reses. En el cementerio mataron a dos tíos míos,
después de obligarles a cavar su propia tumba, junto con diez mujeres y dieciocho
hombres. (citado DISFEITO)
Jorge Morales: El 19 de agosto se celebró un acto cívico-militar con la presencia de los
obispos y las nuevas autoridades, y al final de la misa, ante todos los asistentes, fue
fusilado el ex alcalde republicano de la ciudad junto a otros doce compañeros.
Mientras, la banda militar amenizaba el terrible espectáculo. Los cadáveres de los
asesinados estuvieron tres días expuestos al sol, con un letrero debajo que decía “estos
son los asesinos de Badajoz”. Al hijo de un teniente que mataron los republicanos, le
preguntaron los moros que quería a cambio de la muerte de su padre, y él pidió que
liquidasen a cuatrocientas personas de los pueblos cercanos. En la finca de Los
Bonales, fue el fusilamiento; y aunque han pasado setenta años, aún queda alguna
señal que otra. (citado. DISFEITO)
Algunos historietadores han tenido la poca vergüenza de asegurar que todas las
ejecuciones llevadas a cabo en Badajoz se realizaban después de juicios sumarísimos. El
testimonio de Antonio Bahamonde Sánchez de Castro –delegado de Prensa y
propaganda de Queipo de Llano hasta enero de 1938- desmiente esta falaz aseveración.
Según su testimonio los asesinados en la plaza de toros lo fueron sin ningún tipo de
procedimiento judicial; según le transmitió a él mismo el gobernador civil de la
provincia, Díaz de Liaño, tras la marcha de Yagüe la represión la llevaron a cabo la
guardia civil y falangistas, estos últimos dirigidos por el jefe provincial, Prudencio
Landín Carrasco, y el gobernador militar Eduardo Cañizares. Se fusilaba todos los días
a las doce en punto en la plaza Menacho; el propio Cañizares le comentó a Bahamonde
el entusiasmo con el que aplaudían los fusilamientos, fascistas portugueses llegados
desde Elvas.
Historiografía franquista
Aunque ningún historiador mínimamente serio, por no decir decente, niega lo ocurrido
en Badajoz; el legado de McNeill-Moss tuvo, y tiene, amplia difusión en los
historiadores, publicistas y juntaletras neofranquistas. Por ejemplo Juan José Calleja en
su biografía – mejor dicho hagiografía- sobre el general Yagüe, se limita a decir que se
reprimía en ambos bandos y que los “rojos” (sic) tergiversaron lo ocurrido en Badajoz.
Más o menos en similares términos se manifiestan Ramón Salas Larrazábal y Martínez
Bande; ambos militares que combatieron con las tropas franquistas. De la Cierva, y su
discípulo más aventajado, Pío Moa, mantienen que se creó la leyenda de Badajoz para
tapar los asesinatos de la cárcel Modelo. En 2010 aparece el libro La matanza de
Badajoz ante los muros de la propaganda, obra de Francisco Pilo Ortiz, Fernando de la
Iglesia y Moisés Domínguez, estos “historiadores” tienen la poca vergüenza de decir
que Yagüe prohibió la entrada de periodistas para protegerles; ¿de quién? ¿de los
muertos que yacían tirados en las calles como perros?; también niegan, porque según
ellos periodistas no lo vieron, la matanza en la plaza de toros; se olvidan de mencionar
el testimonio de Berthet, que si lo oyó, porque estaba en la entrada de la plaza de toros,
y que vio como sacaban los cadáveres. También mienten cuando dicen que no hubo
entrevista de Whitaker con Yagüe, ya que esta, según ellos nunca se publicó. Se ve que
leen poco, Whitaker la publicó en su obra Prelude to world war. A witness from Spain,
publicada en Foreign Affairs, vol. 21 (1942-1943), pp. 104-106
7
Koestler fue detenido por orden de Luís Bolín, pasando varios meses encarcelado.
La auténtica leyenda de Badajoz no es otra que la puesta en circulación por la
propaganda franquista y su pretendida historiografía. (REIG TAPIA: 187)
Conclusiones
Las columnas comandadas por Yagüe fueron dejando un rastro de terror por todas las
poblaciones que iban ocupando. Si en Badajoz redoblaron sus sádicos esfuerzos fue por
la resistencia que la ciudad ofreció. Ha quedado confirmado, incluso por el mismo
Yagüe, que los asesinatos que se produjeron se hicieron sin atender a las más mínimas
normas de guerra.
El que hubiera que quemar los cadáveres con gasolina para evitar brotes epidémicos, es
una muestra de la magnitud de la matanza. Nadie que tenga un mínimo de humanidad
puede ya negar, a pesar de los intentos de todos aquellos, que “con Franco vivían
mejor”, de manipular la verdad histórica, que no es otra que en Badajoz se cometió un
genocidio.
Bibliografía sucinta
MERINO, Ignacio (2005): Se definen los frentes, en Guerra civil española. Mes a mes,
Madrid
TENORIO, Rafael (1979): Las matanzas de Badajoz, en Tiempo de Historia, nº 56, pp.
4-11
Esta es la historia más dolorosa que me ha tocado escribir. La escribo a las cuatro de la
madrugada, enfermo en cuerpo y alma, en el hediondo patio de la Pensión Central, en una de
las tortuosas calles blancas de esta empinada ciudad amurallada. Nunca más encontraré la
Pensión Central y nunca querré hacerlo.
He llegado aquí desde Badajoz, ciudad a unos kilómetros de distancia, en España. Subí a la
azotea para mirar atrás. Vi fuego. Están quemando los cuerpos. Cuatro mil hombres y mujeres
han muerto en Badajoz desde que los moros y los legionarios rebeldes del general Francisco
Franco treparan sobre los cuerpos de sus propias muertos para escalar las murallas tantas
veces empapadas de sangre.
He intentado dormir. Pero no se puede dormir en una cama sucia e incómoda, en una
habitación con la temperatura de un baño turco, castigado por mosquitos y chinches, y
atormentado por el recuerdo de lo que has visto, con el olor de la sangre en tu pelo, y con una
mujer llorando en la habitación de al lado.
- ¿Qué le pasa?- pregunté al paisano adormilado que ronda el lugar por la noche
haciendo guardia.
- ¿Y no es así?
Me rendí. Bajé al sucio patio, con sus gallinas, conejos y cerdos, para escribir esto y acabar de
una vez.
Si quiero empezar por el principio, diré que ya en Lisboa había oído siniestros rumores. Allí
todo el mundo espía a todo el mundo. Cuando salí de mi hotel a las cuatro de la tarde del 23 de
agosto, dije que iba a Estoril para probar suerte en la ruleta. Varias personas tomaron nota de
mis palabras, y espero que hayan disfrutado de su velada en Estoril.
En vez de eso, fui a la plaza del Rocío. Cogí el primer taxi que encontré y le hice dar vueltas y
vueltas hasta encontrar a un amigo portugués muy bien informado.
Cogimos el ferry que cruza el Tajo. Una vez al otro lado, le dijimos al conductor.
- A Elvas.
Entramos por una estrecha puerta blanca. Parece que eso sucedió hace años. Y después de
aquello fui a Badajoz. Creo que soy el primer periodista que pisa el lugar sin un pase de prensa
y sin el inevitable pastoreo de los rebeldes, y, desde luego, el primer periodista que fue allí
sabiendo lo que se encontraría.
Ya conocía Badajoz. Este último año he ido cuatro veces buscando información para un libro
que estoy escribiendo sobre la reforma agraria que podría haber salvado a la República
española, una República que, al margen de lo que fuera, proporcionó a España tantas escuelas
como esperanza, cosas que no había conocido en siglos.
Habían pasado nueve días desde la caída de Badajoz el 14 de agosto. Los ejércitos rebeldes la
habían abandonado ya –para sufrir una fea derrota en Medellín, si mis informes no se
equivocan, y a veces no lo hacen- y los periodistas, amamantados y vigilados de cerca por
ellos, les habían seguido.
Nueve días es mucho tiempo en términos periodísticos; Badajoz es casi historia antigua. Pero
Badajoz es uno de esos malditos lugares cuya realidad tardará en saberse. Así que no me
importaba llegar nueve días tarde, y a mi periódico tampoco.
Empezamos a conocer esa realidad antes incluso de salir del coche. Ante la puerta del hotel
había dos tamborileros portugueses que conocían a un amigo. Portugal está en vísperas de una
revolución, como siempre, y la gente parece tener muy claro quiénes son «los otros». Por eso
me llevé a su amigo.
Desde entonces, cada día se ejecuta a 50 o 100 personas. Los moros y los legionarios lo
saquean todo. Pero lo más siniestro es que la «policía internacional» portuguesa está
contraviniendo las normas internacionales y devolviendo a cientos de refugiados republicanos
a una muerte segura bajo los pelotones de fusilamiento rebeldes.
Este mismo día llegó un coche con la bandera roja y amarilla de los rebeldes. En él iban tres
falangistas, acompañados por un teniente portugués. Enfilaron por las estrechas calles hasta
llegar al hospital donde yacía el señor Granado, gobernador civil republicano de la ciudad. El
señor Granado y su comandante militar, el coronel Puigdengola, abandonaron a la milicia leal
dos días antes de que cayera Badajoz.
Los fascistas subieron corriendo las escaleras, y recorrieron un pasillo con las armas
desenfundadas, hasta entrar en la habitación del gobernador. El Dr. Pabgeno, director del
hospital se arrojó sobre su indefenso paciente y gritó pidiendo ayuda, consiguiendo salvar una
vida.
Cuando volvimos al coche, condujimos hasta Campo Mayor, a sólo siete kilómetros de Badajoz,
al otro lado de la frontera de Portugal. Un policía fronterizo muy charlatán dijo:
- Claro que los enviamos de vuelta. Son peligrosos. No podemos tener rojos en Portugal
en un momento como éste.
- Están siendo extraditados por toda la frontera, siguiendo órdenes de Lisboa –dijo en
tono beligerante.
Salimos de allí y volvimos a Elvas. Me reuní con unos amigos que eran tan portugueses como
españoles y viceversa.
- ¿Quieres ir a Badajoz?- preguntaron.
- No – les dije-. Los portugueses dicen que la frontera está cerrada y me ahorcaría.
Tenía otro motivo. A los rebeldes no les gustan los periodistas que se ocupan de los dos bandos.
Pero mis amigos se ofrecieron a llevarme y traerme sin complicaciones. Así que nos pusimos en
marcha. En un momento concreto, abandonamos de pronto la carretera para tomar por un
puente que cruzaba el río Guadiana y entramos en la ciudad donde las tropas de Wellington se
descontrolaron durante la guerra de la independencia, y que ahora sufre otra tragedia.
Estábamos en España, mis amigos eran conocidos en el lugar y el de más que iba en el coche
(un servidor) pasaba desapercibido entre ellos. No nos detuvieron.
Fuimos directos hasta el centro de Badajoz. Estas son mis notas: la catedral está intacta. No,
no lo está. Al pasar junto a ella en coche veo que ha desaparecido una parte de la torre
cuadrada.
- Los rojos tenían allí ametralladoras y nuestra artillería se vio obligada a actuar-
dijeron mis amigos.
Ayer tuvo lugar allí un fusilamiento ceremonial, simbólico. Siete importantes miembros del
frente Republicano fueron fusilados al son de una banda de música y demás fanfarria, ante
3000 personas. Todo ello para probar que los generales rebeldes no fusilan sólo a obreros y
campesinos; con el Frente Popular no hay favoritismos que valgan.
Nos detuvimos en una esquina de la calle de san Juan, demasiado estrecha para el tráfico. Por
ahí huyeron los milicianos para refugiarse en la fortaleza mora de la colina al ver que los
descendientes de sus arquitectos conseguían cruzar la puerta de la Trinidad. Fueron
sorprendidos por los legionarios que consiguieron entrar desde el río y que los mataban, a
montones en las esquinas de las calles.
Todas las tiendas parecían destrozadas. Los conquistadores las saqueaban al pasar. Los
portugueses llevan toda la semana comprando relojes y joyas por prácticamente nada. Muchas
de esas tiendas pertenecen a gente de derechas. Es el impuesto de guerra que pagan por su
salvación, me dijo con gesto huraño un oficial rebelde.
Las enormes paredes del Alcázar asoman al final de la calle de san Juan. Fue allí donde los
defensores de la ciudad, refugiados en la torre de Espantaperros, fueron asfixiados con humo y
tiroteados.
Pasamos ante una gran tienda de alimentación que parecía haber sufrido un terremoto.
- La Campana era propiedad de don Mariano, partidario de Azaña –dijo uno de mis
amigos-. La saquearon ayer, tras fusilar a Mariano.
Marcas de rifle reveladoras
Pasamos junto a la oficina de la reforma agraria, donde conocí al ingeniero Jorge Montojo el
pasado mes de junio, que se ocupaba de redistribuir las tierras, ganándose el odio de los
terratenientes, además de la enemistad de los socialistas por actuar como un técnico, siguiendo
los cánones legales estrictamente burgueses. Había tomado las armas para defender a la
República, así que…
De pronto vimos que dos falangistas detenían a un hombre robusto con roma de campesino,
sujetándolo mientras un tercero le tiraba de la camisa para desnudarle el hombro derecho. Allí
podía verse la marca azulinegra de la culata de un rifle. Seguía siendo visible una semana
después. El informe fue desfavorable y acabó en la plaza de toros.
Pasamos junto a las paredes de la plaza en cuestión. Sus paredes de piedra miraban al fértil
valle del Guadiana. Es una plaza de ladrillo rojo y yeso blanco. En ella vi antes de la guerra al
torero Juan Belmonte, en una noche como esta, vigilando la llegada de los toros. Esta noche
también llevaban a la plaza a la carne de cañón de la fiesta del día siguiente. Filas de hombres
con los brazos en alto.
Los «rojos» eran jóvenes, en su mayoría campesinos con camisa azul y mecánicos vistiendo
monos de trabajo. Todavía los estaban reuniendo. A las 4 de la madrugada los hicieron entrar
en la plaza de toros por la puerta por donde solía entrar el desfile inicial de toreros. Dentro les
esperaban las ametralladoras.
Dicen que la primera noche la sangre alcanzó un palmo de profundidad. No lo dudo. Allí se
asesinó a mil ochocientos hombres y mujeres en un plazo de doce horas. En 1.800 cuerpos hay
más sangre de la que uno imagina.
Durante las corridas, cuando un toro o algún pobre caballo sangra mucho, aparecen los
monosabios para esparcir arena limpia sobre la sangre. Pero en las tardes soleadas todavía
puede olerse la sangre. Es un olor revigorizante.
Los falangistas nos detuvieron en la entrada principal de la plaza y mis amigos hablaron con
ellos. La noche era calurosa. Había un olor en el aire. No pudo describirlo y no lo describiré.
Los monosabios tendrán mucho trabajo para hacer presentable la plaza para la siguiente
corrida. En cuanto a mí, no volverá a ver una corrida jamás.
Volvimos a la ciudad, pasando con el coche ante la nueva escuela y el nuevo instituto de Salud.
Los hombres que las construyeron están muertos, fusilados como «rojos», por querer
defenderlas.
Cadáveres que pasan días sin ser tocados
- Hasta ayer, allí había una piscina ennegrecida por la sangre –dijo uno de mis amigos-.
Allí fusilaron a los militares leales y no se llevaron sus cuerpos en varios días, para que
sirvieran de ejemplo.
Les habían dicho que salieran de las casas y, cuando salieron para recibir a los
conquistadores, los tirotearon y luego saquearon sus casas. Los moros no hacían favoritismos.
En la plaza de toros, Mario Pires perdió la cabeza durante las ejecuciones. Intentó salvar a una
preciosa niña de 15 años a la que sorprendieron con un rifle en la mano. El moro fue inflexible,
Mario vio como la disparaban. Ahora Mario está recibiendo cuidados médicos en Lisboa.
Sé que en el otro bando también han tenido lugar muchos horrores. El derechista
Almendralejo, fue crucificado, empapado en gasolina y quemado vivo. Conozco a gente que ha
visto cuerpos carbonizados. Lo sé. Sé que han muerto cientos, incluso miles, de personas a
manos de las masas vengativas. Pero también sé quién se alzó para «salvar España»
provocando así que las masas se encarnizaran en una defensa tan valiente como salvaje.
De todos modos, ahora estoy informando sobre Badajoz, donde durante el asedio, se ejecutaba
cada día a una media docena de derechistas, pero, aún así…
Conocí a los hermanos Luis y Carlos Plá, jóvenes ricos de buena familia, dueños del mejor
garaje del sudoeste de España. Eran socialistas porque creían que el partido socialista era el
instrumento para acabar con el poder de los señores feudales españoles.
- Justo antes de que entraran los moros, se enfrentaron a la multitud que quería quemar
a los 300 derechistas que había dentro de la cárcel, diciendo que iban a morir en
defensa de la República, pero que no eran asesinos. Ellos mismos les abrieron las
puertas para que escapasen.
- Los fusilaron.
- ¿Por qué?
Sin respuesta
No hay respuesta. Podían haber dejado que esas personas escaparan a Portugal, que estaba a
sólo cinco kilómetros de distancia. Pero no los dejaron.
Los rojos sufren el rigor de la justicia
Oí por radio al general Queipo de Llano decir que habían tomado Barcarrota y que trataron a
los rojos con el «rigor de la justicia». Conozco Barcarrota. En junio pasado pregunté a los
vecinos de allí si, ahora que las daban tierras, sino se convertirían en capitalistas.
- ¿Por qué?
- Porque sólo recibiremos la suficiente para nuestro uso, no la suficiente para explotar a
los demás.
- Por supuesto.
Estaba equivocado. ¿O no? En el casino, frecuentado sobre todo por ricos comerciantes y
terratenientes, se me ocurrió preguntar cuál era la situación antes de la rebelión.
- Terrible. Los campesinos cobraban 12 pesetas por una jornada de 7 horas, y nadie
podía pagarlas.
Eso es cierto. Era más de lo que podía pagar el país. Pero antes de eso cobraban entre 2 y
3 pesetas por trabajar desde el amanecer hasta el anochecer. En el casino había una
veintena de españoles con banderitas rojigualdas en la solapa, y el hecho de que estuvieran
allí me hizo pensar que no creían que Franco hubiera convertido ya a España en un lugar
seguro.
En las calles bañadas por una luna olía a jazmín, pero yo tenía otro olor en mi nariz. Un
olor dulzón, horriblemente dulzón.
Al pie de la plaza blanca, junto a una fuente, había un joven apoyado contra la pared, con
los pies cruzados, tocando la guitarra mientras cantaba con suave voz de tenor una cálida
canción de amor portuguesa.
En junio, los jóvenes de Badajoz, aún cantaban bajo los balcones. Pasará mucho tiempo
antes de que vuelvan a hacerlo.
De pronto, un coche con una bandera roja y amarilla cruzó la plaza. Nos detuvimos.
Nuestros tamborileros vinieron a nuestro encuentro.
- No lo sé
Nos iremos en cuanto haya luz. La gente que hace preguntas no es muy popular en esta
frontera. Si es que se la puede llamar frontera.
Me pongo en marcha. Quiero abandonar Badajoz al precio que sea, lo antes posible, y
prometiéndome a mí mismo que jamás volveré. Incluso si tengo que vivir muchos años del
periodismo, es seguro que nunca conoceré sucesos parecidos a los que he vivido en las
quemadas tierras españolas, y tan impresionantes que mis nervios están totalmente
destrozados. No es una cuestión de sentimentalismo ridículo y excesivo. Basta con tener una
formación moral media y estar sinceramente por encima de las pasiones de la guerra para ser
incapaz de testimoniar a sangre fría las horribles escenas de esta guerra civil, que amenaza
con devorar a España, destruyendo para siempre el amor y sembrando odios profundos.
Sin embargo, antes de abandonar esta ciudad, donde tardará en volver la paz –digo la paz y no
tranquilidad- quiero abordar otro aspecto de este acontecimiento extraordinario. Entré ayer a
las diez de la mañana. Los cuerpos que veía no eran los mismos que los que encuentro en
diferentes lugares. Las autoridades fueron las primeras en divulgar que las ejecuciones eran
muy numerosas para que todos puedan constatar el rigor de la justicia militar. ¿Qué hacen con
los cadáveres?, ¿dónde pueden enterrarlos en tan poco tiempo? ¿Quién tenía tiempo para
enterrarlos? Veo que el comandante militar que ha ocupado la ciudad no ha faltado de
encontrar una solución. Las diferentes personas a quienes me he dirigido para satisfacer mi
curiosidad parece que tienen miedo de contestarme.
Por suerte, por pura suerte, he tenido contacto con un sacerdote que, al saber que yo era
portugués, me ha acogido y desvelado este misterio; hay tantos muertos que no es posible
darles sepultura inmediatamente. Únicamente la incineración masiva podía impedir la
putrefacción de los cadáveres acumulados, que representan un gran peligro para la salud
pública. Y consistía en una macabra operación que comenzaba a las seis de la mañana, en el
cementerio, produciendo grandes nubes de humo que se elevaban de un lugar que me había
indicado como el camino del cementerio y que observaba desde Caia.
Gracias a la compañía de este amable sacerdote, que allanó todas las dificultades, pude llegar
hasta el cementerio de la ciudad, a unos dos kilómetros de distancia, en la carretera de
Olivenza. Es un sencillo cementerio provinciano, con una pared blanca clásica y una gran
puerta de hierro, que la vigilancia de los guardianes ha mantenido muy cerrada. Pero ninguna
puerta se ha cerrado hoy para nosotros gracias a la presencia de este prelado encontrado
providencialmente. Desde hace diez horas, arde el fuego. Un horrible hedor penetra en
nuestras narices hasta revolver nuestro estómago, puede oírse de cuando en cuando un
espantoso crepitar de maderas. Ningún artista, por genial que sea, podría reproducir en una
tela esta dantesca visión.
Hacia el fondo, aprovechando una desigualdad de niveles, en una fosa cavada en el suelo, hay
sobre vigas de madera atravesada, parecidas a las traviesas de las vías del tren- en una
superficie de unos cuarenta metros- más de trescientos cadáveres, la mayoría carbonizados.
Algunos cuerpos, tirados con prisas están completamente ennegrecidos, pero hay otros cuyos
brazos y piernas han escapado a las llamas alimentadas por la gasolina.
El sacerdote que nos ha guiado comprende que la escena nos repugna e intenta explicar. “Se lo
han merecido. Además es un procedimiento higiénico indispensable”.
La humareda que se levanta de este montón informe es menos densa. Aquí y allá suben
pequeñas columnas blancas dispersando en el aire, en la atmósfera descompuesta por el calor,
un olor indescriptible. Hay que marcharse. Al lado, treinta cuerpos de campesinos esperan su
turno, mientras, delante, los cuerpos de veintitrés legionarios que cayeron bajo el fuego intenso
de las ametralladoras en la brecha de la puerta de la Trinidad esperan también hora de su
solemne entierro.