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Reseña reconstructiva del texto La perspectiva de lo impolítico

Reconstrucción básica del texto


El escrito desarrollado comienza por la importancia de volver a traerá a la discusión la
trayectoria del concepto, buscando someter un significado diferente del presentado por
Mann, en su libro denominado consideraciones de lo impolítico, así como, del mismo
Massimo Cacciari, cuyo sentido es reducido a lo no político, o como el valor opuesto a la
esfera de lo política, sin embargo, tampoco busca quedarse desde la visión del modo
subrepticio de hacer política. En esta medida se erige el concepto impolítico como un
horizonte categorial esencialmente negativo, su inexpresabilidad positiva se halla ligada a
invertirse en su propio opuesto, en lo político.

Es así como se advierte de lo político a partir de lo que no representa, tanto en lo político


como en la filosofía política; esto parte de lo que Schmitt en 1986, en el catolicismo romano
y forma política, comenta sobre el afán despolitizador de la modernidad, tesis determinada
por el rechazo de la representación como aquello que liga la decisión política a la idea. Frente
este plano, Schmitt, Foucault y Heidegger, exponen lo moderno como la muerte de la
representación, y entienden que lo moderno desde Hobbes es lo que abre la historia a los
sistemas de representación (representantes-representado), pero que es desde la inmanencia
en que se presenta tal representación (de sis. Representativos), es decir, (im) aspectos que
van hacia el interior y (manere) que se quedan o permanecen allí, lo que, es más, que partir
de algo propio cuyo fin es eso mismo, donde no exista nada fuera de eso, por lo anterior, es
que refiere un vacío en el contenido, lo que la constituye como la más radical negación de la
representación de la idea. Y es, lo que se oculta en esa representación lo que va a hablar de
la alteridad, como virtud formativa y fin último de lo político, que, pese a esto, es cortado
por lo moderno, que excluye lo diferente, en búsqueda de su unidad funcional y acto
referencial, convirtiéndola así en un sistema capaz de autogobernarse, prescindiendo de una
finalidad externa (el bien) o de conexión con los sujetos.

Es en esta ruptura, que se organizan subsistemas, con el fin de no exigir convergencias ideales
y desde donde se entiende lo político como uno de ellos y desde donde radica su autonomía
frente al resto del cuadro. Todas las filosofías políticas modernas dirigidas al desenlace auto
disolutivo, hacen que solo el paradigma hobbesiano sea la línea aún vigente.

Para este segundo momento del escrito, el autor expone que, ante esta función auto-
disolutiva, es a la que reacciona la representación católica, argumentando el nexo interno
entre bien y poder, donde el bien puede ser representado por el poder y el poder, por su parte,
puede producir bien, y hasta transformar el mal por el bien. Lo anterior, es lo que será para
Roberto Esposito, (n.d.) la teología política, distinta a la teología que desde Schmitt, no es
otra cosa que el modo de cooptar conceptos de matriz teológica y ponerlas en categorías
jurídico-políticas, un ejemplo de ello es el monoteísmo, que es para Peterson, la justificación
teológica del orden existente o representación del poder, y es lo que el catolicismo político
opone a la mirada despolitiza dora de lo moderno, pero que no es visión anti-moderna, por
lo que no se opone a la técnica, y su lógica no se agota al conjunto de procedimientos técnicos.

Es entonces, esta dimensión teológica política la que salva a la modernidad y va a comprender


en su interior, la inmanencia y la trascendencia, la historia e idea, la fuerza y la autoridad.
Desde esta dimensión, cobra gran importancia significativa la valorización del poder, lo cual
es la determinación del ser, y por consiguiente del bien y es desde acá desde donde nace el
deber al poder. El poder es bien, traducción política de la cual vive, que rompe lo moderno,
lo que no hace más que condenar la a la despolitización. El monopolio de la política lo posee
la iglesia, la última isla política en el mar de la despolitización; ese monopolio busca
representar lo político en esa despolitización, lo que se consolida en utopía que es tarea y
tragedia, tarea en cuanto defender lo político y tragedia porque esta sustraído a cualquier
posibilidad de realización; ese destino trágico propone lo político una única salida, o la
representación o el océano de la despolitización, teología o secularización.

En el tercer apartado, ante estas limitaciones contrapuestas, se abre otra dirección que es la
adoptada por la forma-Estado contemporánea, cuyo fondo es al mismo tiempo, teologizado
y despolitizado, lo cual configura la copresencia que seculariza la representación católica en
el moderno sistema de representación gobernativo-parlamentario. Esto puede observarse
desde la dialéctica que abriga el Estado, el cual nace de ese proceso de desteologización, en
el que consiste la localización moderna y se enfrenta a vaciamiento de sustancia política, la
ruptura de la unidad política en poderes diferentes y su neutralización acordada.

El abandono de la antigua representación reclama otras formas de representación, donde los


intereses que aparecen como irrepresentables es ella misma representada; la técnica expresa
lo ilimitado en la voluntad de poder, provoca una nueva forma dentro de esa despolitización,
que se observa en las sociedades de mercado donde se presenta “la autonomía económica”,
la cual no se desarrolla autónomamente sino que precisa una fuerza política para conservar
condiciones dentro de las que funcionar, por lo que la despolitización es la forma que toma
lo político para que se dé el desarrollo de lo económico, produciendo así una teologización
de la despolitización, una co-presencia de los opuestos que transforma a cada uno en la
sombra contrahecha del otro.

En razón a lo anterior, frente a la despolitización como la técnica y la teología como el mito,


es que se erige lo impolítico, como apuesta contraria a esa copresencia, y desde ese espacio
de elección negativo, no propositivo, refuta la despolitización y rechaza la vieja
representación teológica política, en esa medida, se presenta como contrario a la
despolitización, a la apolítica, por lo que no niega la política, entendiendo que esta es el único
lenguaje de la realidad; no es negación pero si la negativa de lo político moderno. No
contrapone valor a lo político, de hecho, lo libera de toda valoración y observa lo político
como absoluto.
Siguiendo lo mencionado, lo impolítico es la crítica a la teología política en cuanto a la
relación que esta hace entre el poder y el bien o la verdad, esto lo hace con base a que concibe
el bien como irrepresentable por el poder, del mismo modo que no puede traducir el mal en
bien y bajo esa premisa, se diría que no acepta la teologización del poder, pero no se opone
a él como alternativa practicable, dado que no existe realidad fuera del poder. Se entiende a
su vez como la determinación extrema de lo político, establece los términos más allá de los
que hay; es silencio de poder.

Es por todo esto, que lo impolítico congrega la contradicción política de lo que es y no es,
entre la inmanencia y la trascendencia, entre el vacío y la ausencia que lo político posibilita
cuando pone en juego su propia representación, lo cual, hace a lo impolítico el lugar donde
se encuentran las distintas expresiones de una sola verdad, de una sola realidad.

Por último, lo impolítico establece a la justicia es ese espacio que no puede ser superado por
la fuerza, porque es el límite mismo de esta, y donde el único límite posible se encuentra
intrínseco a ella.

Importancia del articulo en relación al proyecto investigativo


Acercamiento directo a la variable eje de la investigación

Referencias
Esposito, R. (n.d.). La perspectiva de lo impolítico. Retrieved July 16, 2019, from
https://revistas.unc.edu.ar/index.php/NOMBRES/article/viewFile/2234/1184

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