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Palenques

Durante 2 siglos, la ciudad de Cartagena fue el principal puerto esclavista en el caribe y


durante 3 siglos experimentó un continuo acto de cimarronaje, los cuales derivaron en
asentamiento de negros prófugos de la colonia, mejor conocidos como Palenques.
Palenque de San Basilio, es una población negra ubicada a 70 km de Cartagena detrás de
los Montes de María, que para el año de 1990 (año en que se reporta la publicación del
texto) tenía aproximadamente 4000 habitantes (Friedemann, 1990). Siguiendo a la
autora, en términos históricos, Palenque hace su aparición por primera vez en
documentos coloniales, para el año de 1713, debido a un acercamiento propiciado por la
Gobernación de Cartagena, el cual buscada pactar un acuerdo de paz con el pueblo
cimarrón. Frente a esta fecha propuesta por Friedemann, Macfarlane (1991) sostiene que
previo a esta fecha existió un primer acuerdo de paz fallido entre la gobernación de
Cartagena y esta población cimarrona para el año de 1680, pero que debido a diversas
presiones ejercidas por los propietarios de esclavos se perturbo la negociación.
La rupturas de las negociaciones, conllevó a fuertes enfrentamientos entre los
palenqueros y la gobernación de Cartagena, los cuales cesaron luego de varios intentos
fallidos de erradicación, los cuales conllevaron a nuevamente a la mesa de negociaciones,
en la fecha primeramente mencionada, a los representantes de ambas partes. En dichos
acuerdos, tanto en el fallido de 1680 como en el exitoso de 1713, los de San Basilio se
comprometían a no aceptar en su poblado a negros prófugos que buscaran refugio. A
cambio de este compromiso, la gobernación de Cartagena le reconocía al pueblo
palenquero el territorio que ya se encontraban ocupando, permitiéndoles vivir bajo su
propia organización social y política:
“En esta época, entre 1713 y 1717, el obispo de Cartagena, respaldado por las
autoridades provinciales, organizó un tratado con las comunidades negras de
la Sierra de Mana, concediéndoles la libertad y un perdón general con el
requisito de que rehusaran permitir que los nuevos fugitivos se sumaran a la
población palenquera ya establecida. Esta comunidad, que llegó a ser conocida
con el nombre de Palenque de San Basilio, es el mejor ejemplo conocido de
un compromiso oficial con cimarrones en la sociedad colonial […]”
(Mcfarlane, 1991: 58).
A finales del siglo XVIII, los pueblos cimarrones del Caribe colombiano habían
experimentado una variedad de procesos que afectaban su composición poblacional.
Entre estos procesos, se resalta la influencia de las poblaciones negras traídas de África a
través de la trata esclavistas; además, de aquellos que resultaron de la compra de esclavos
dentro del comercio interno de las Américas. Siguiendo a Nicolás del Castillo (1982), el
autor señala que en lo relacionado con el comercio negrero, existieron al menos 5 periodos
que van desde 1533 a 1811, en cual el predominio de las culturas negras de África traídas
al nuevo mundo varió de la siguiente manera:
“[…] hasta mediados del siglo XVI es del grupo yolof, procedente de
Senegambia, región del África occidental que en ese período fue fuente
principal de esclavos. A partir de entonces y hasta la mitad del siglo XVII,
gente de Congo y Angola así denominadas constituyen mayoría. De ahí en
adelante, hasta los primeros decenios del siglo XIX figura la costa central
llamada en ese tiempo Costa de Esclavos, con la preponderancia de los grupos
Arara, Mina y Carabalí, compartida en el último segmento de 1740 a 1811 con
gente de las regiones de Congo y Angola.” (Friedemann, 1990: 52).
De esta forma, la variada procedencia de las poblaciones esclavas traídas de África,
permite inferir que la composición de los diversos palenque que existieron a lo largo de
la colonia, eran de carácter multiétnico. Frente a esta situación, la autora se pregunta sobre
cuál era el dominio cultural y étnico que tenía Palenque en 1713 (fecha de su primer
reporte en datos históricos). La autora se pregunta lo anterior, dado que para el año de
1954, fecha en la cual Aquiles Escalante realiza el primer trabajo etnográfico sobre San
Basilio de Palenque, estos trabajos etnográficos empezaron a mostrar “[…] la prevalencia
Ki-Kongo y Ki-mbundo del conglomerado lingüístico bantú proveniente de zonas del
Zaire occidental y Angola septentrional (Congo y Angola) (Escalante y Bickerton 1971,
Granda 1978, Schwegler 1989)” (Friedemann, 1990: 52).
La autora señala, que la singularidad de San Basilio frente a otros palenques existentes
a lo largo de la colonia, radica en haberse mantenido en una suerte de estado de
cimarronaje (sin desconocer la necesidad del contacto con la sociedad colonial), mientras
que otras comunidades cimarronas fueron arrasadas o difuminadas durante las guerras de
independencia con España y/o durante el proceso de abolición de la esclavitud a mediados
del siglo XVIII. Sin embargo, Palenque se mantuvo renuente a aceptar interferencias
políticas, manejando así sus cultivos, ganado, tierras comunales y legitimando su propio
gobierno liderado por un capitán. Frente a esta política de no intervencionismo,
Friedemann (1990) trae un ejemplo en el cual queda claro la reticencia del pueblo
palenquero frente a cualquier acto de intervención proveniente de la colonia:
“En 1774 cuando la Gobernación envió al teniente coronel Antonio de la Torre
Miranda para realizar un censo de poblaciones de la provincia de Cartagena,
los palenqueros le hicieron saber que su situación estaba arreglada desde 1713
y que no aceptarían interferencia alguna. De esta suerte, el dicho teniente
coronel aunque no llegó hasta las tierras del Palenque de San Basilio, sí
consignó su existencia en su Noticia Individual sobre poblaciones en la
provincia de Cartagena rendida en 1789, donde textualmente anotó su
localización a tres leguas de Gambote, un poblado sobre el Canal del Dique
[…]”(Friedemann, 1990: 51-52).
Otro importante factor el cual contribuyó de manera relevante a la prevalencia de
Palenque a través del tiempo, fue su ubicación geográfica y su estado de incomunicación
hasta entrados 1950, sumado a la discriminación socioracial agresiva y enaltecida por las
elites cartageneras, las cuales invitaron a refugiarse más en su comunidad y permanecer
en una suerte de ostracismo. Lo anterior, permitió que la población palenquera lograse
preservar importantes elementos de su configuración social y cultural tales como los
cuagros, su lengua e interesantes rituales fúnebres. Sin embargo, para la fecha de 1990,
año en que aparece publicado el artículo referenciado, Friedemann expresa con
preocupación como aquellos elementos socioculturales característicos de la población
palenquera, los cuales habían logrado sobrevivir al periodo colonial, guerras
independentista y a la fragua y consolidación de república, se encontraban viviendo un
proceso de debilitamiento en su papel como elementos configuradores de la identidad
del pueblo de Palenque, producto de la discriminación proyectada por la sociedad
cartagenera hacia sus prácticas sociales y simbólicas, sumado al poderoso embate de la
modernidad, a través de los medios (o mediadores) de comunicación y su poderosa
campaña globalizante y homogeneizadora prácticas, gustos y formas de pensar el mundo.
Teniendo en cuenta lo anterior, revisaremos algunas dinámicas de las poblaciones
cimarronas durante la colonia, a través de los trabajos de María Cristina Navarrete () y
Anthony Mcfarlane (1991) para luego traer a la narrativa algunas prácticas culturales de
San Basilio de Palenque, las cuales describió etnográficamente por Nina S. De
Friedemann en su artículo de 1990, titulado Lumbalú: ritos de la muerte en San Basilio
De Palenque, Colombia.
Los esclavos
Como se mencionó al principio del texto, la ciudad colonial de Cartagena fue durante el
siglo XVI el puerto esclavita más importante de lo que hoy se identifica como América
del sur, desde donde se abastecían los principales centros esclavistas de la Nueva
Granada, además de fungir como una relevante factoría para el tráfico esclavista de todo
el continente (Macfarlane, 1991). La población esclava de la Nueva Granada, era utilizada
tanto en zonas urbanas como rurales, principalmente en sectores en donde la población
indígena había experimentado una significativa debacle demográfica. Por esta razón, la
población esclava se había asentado con mayor fuerza en algunas regiones de la colonia,
constituyéndose así en la fuerza motora, tanto social y como económica, de estos sectores.
Para principios del siglo XVII, el puerto de Cartagena recibía un aproximado de 13 a 14
navíos sobre cargados con 300 o 400 personas africanas, de las cuales durante el viaje
podrían morir un porcentaje que oscilaba entre las 40 o 50 almas y en ocasiones llegando
a rozar la cifra de los 90 fallecimientos. Según las cartas annuas de 1609 en la ciudad de
Cartagena y en provincias cercanas se reportaba un aproximado 8000 esclavos, mientras
que se afirmaba la casi nula presencia de población aborigen. Acá se hace valido anotar,
que la población indígena tenía mayor presencia en otras zonas de la región (Navarrete,).
La autora resalta, que para la época el número de la población esclava que llegaba al
puerto de Cartagena para ser distribuida en otras regiones, giraba en torno de los 4000 o
5000 cautivos anuales, siendo una estadística muy elevada, pero pequeña frente a los
12000 africanos expropiados de su tierra que partían hacia un destino incierto.
Mcfarlane (1991), señala que para el censo de 1780, la población esclava ubicada en la
Nueva Granada era de alrededor de 65.000 personas, lo cual correspondía a 7.6% de la
población en general que contaba con un total de 8.55.000 almas, que se encontraban
conformadas principalmente por mestizos (44%), blancos (31%) e indígenas (18%). Es
importante resaltar, que la población esclava se encontraba distribuida de forma desigual
a lo largo del territorio colonial, presentándose en algunos sectores variaciones
significativa en lo relacionado con el aporte porcentual que cada grupo poblacional
aportaba a la paleta de colores racializada. Por ejemplo, en los altiplanos inter andinos
caracterizados por ser tierras altas y templadas, en donde había una considerable
población indígena que por motivos del cruce de razas que dio paso a una preponderante
población mestiza, mientras que reportaba un número del esclavos que oscilada entre el
uno y dos por ciento de la población general, dependiendo de la zona observada
(Colmenares, 1990).
Por su parte en las provincias del Norte de la actual Colombia, la población esclava
contaba con mayor relevancia en las trazas estadísticas, reportando para la provincia de
Santa Marta un 10% de su población, mientras que para la provincia de Cartagena
aportaba un 8% del total de los habitantes de la provincia. El 50% de la población esclava
de esta provincia se encontraba en la ciudad de Cartagena (Mcfarlane, 1991). Sin
embargo, y siguiendo al mismo autor, la población esclava más grande se encontraba en
las zonas en donde la actividad minera se constituía en una actividad económica y social
relevante. Por ejemplo, en las provincias de Popayán y Antioquía, en donde la población
esclava reportaban una veintena porcentual frente al total de la población. Sin embargo,
en las zonas en donde los reales de minas gozaban de mayor actividad extractiva, la
población esclava era mucho más elevada o semejante a la población libre –la cual estaba
mayoritariamente atravesada por el cruce de razas-, mientras que la población blanca era
bastante reducida (Almario, 2009).
Mcfarlane (1991), resalta que en las diversas regiones de la actual Colombia, como en
aquellas otras zonas de América, en donde la trata negra tuvo vigencia, la resistencia de
la población negra fue una constante desde que la esclavitud tuvo sus inicios en el “nuevo
continente” durante el siglo XVI. La esclavitud en sus diferentes matices, despertó en la
población esclavizada diversas formas de insurrección, ya fuera intentando escapar de sus
explotadores o ejerciendo otras formas de resistencia más pasivas frente a estos últimos.
Como lo resalta el autor, ya estando en las postrimerías del siglo XVI, el cimarronaje se
había convertido en un problema para la sociedad española, especialmente en la región
Caribe. Los fugados, no “[…] sólo privaban a los propietarios de esclavos de su
"propiedad", sino que, formando comunidades fugitivas o palenques constituían una
amenaza para la estabilidad de la misma sociedad esclavista. Esta modalidad de
resistencia persistió a través de todo el período colonial” (Mcfarlane, 1991: 55).
Cimarronaje y palenques en la colonia
A lo largo de la Nueva Granada, en donde hubo presencia esclava, los actos de fuga
hicieron presencia, algunas veces realizados tanto de forma individual como colectiva.
Las intenciones de los prófugos de la colonia podían ir desde la búsqueda radical de la
libertad (individual o colectiva), o como estrategia de presión y negociación contra sus
opresores (Mcfarlane, 1991). Por lo general, estas negociaciones los esclavizados solían
solicitar garantías a sus amos para su regreso, entre estas solicitudes solían encontrarse el
no ser castigados en caso de volver con sus amos, negación al maltrato, mejora en la
condiciones alimentarías, vestuario, higiene y en algunos casos no ser separados de sus
esposas y familias en caso de ser vendidos a otros propietarios (Mcfarlane, 1991).
Siguiendo con el autor, el “cimarronismo a gran escala”, ese que involucraba a prófugos
de distintas regiones de África, con la intención de generar asentamientos por fuera del
radar del régimen colonial, tuvo presencia en el territorio neogranadino desde el principio
de su historia y fue una constante preocupación hasta el fin de sus días:
“[…] los esclavos eran impulsados a escapar por miedo y malos tratos o por
la necesidad de proteger derechos consuetudinarios; podían sentirse atraídos
hacia la huida por el sueño de una libertad más allá de los límites del régimen
esclavista; podían escapar individual o colectivamente; podían buscar algún
refugio temporal o lanzarse hacia una permanente liberación de la
servidumbre. Cualquiera que fuese la forma escogida de escape, todos los
fugitivos en el siglo XVIII expresaban algún grado de resistencia hacia una
condición de esclavitud” (Mcfarlane, 1991: 59).
Estas expresiones de lucha y resistencia en búsqueda de la libertad se concretaron durante
la colonia por medio del cimarronaje y su consolidación (a veces efectiva a veces no, a
veces de larga vida y en muchas ocasiones de cortad duración) espacial, política,
económica y sociocultural a través de palenques. Más allá de su eficacia o duración,
Navarrete () exalta que el cimarronaje y los palenques fueron la máxima y más constante
expresión de “libertad” esclava en la provincia de Cartagena durante el siglo XVI,
resaltado que si bien nunca pretendieron la abolición del sistema esclavista, lograron
convertirse en un constante dolor de cabeza para las autoridades e instituciones de la
provincia, al punto de llegar a ponerlos en muchas oportunidades en jaque, obligándolos
a la negoción y a la firma de acuerdos de paz con las poblaciones esclavas en ejercicio
de su autonomía y libertad:
“La información acerca de estos palenques es muy escasa, pero está claro el
hecho de que para finales del siglo XVII había varias comunidades cimarronas
bien establecidas en las tierras alejadas de las vecinas provincias de Cartagena
y Santa Marta. Estas comunidades, de base agrícola, estaban organizadas en
asentamientos estables bajo un liderazgo político y militar muy bien definido
y, algunas veces, estaban ordenadas de acuerdo con orígenes tribales o étnicos
africanos. La gente de los palenques equipada con arcos, flechas y armas de
fuego, protegía sus asentamientos con empalizadas y fosos escondidos y,
generalmente, sus habitantes parecen haber inspirado más temor que amistad
entre los habitantes indígenas locales” (Mcfarlane, 1991: 57).
En concordancia con Mcfarlane (1991), Navarrete resalta que sobre las poblaciones
palenqueras existe poca documentación histórica sobre estas poblaciones negras, pero
resalta que dependiendo del tiempo de existencia de los palenques podían fijarse ciertas
tendencias sociales entre un grupo con poca edad de creación, frente a un grupo con una
vigencia de larga data. Por ejemplo, El palenque de la Matudera, fue un palenque de muy
corta vigencia, dado que existió por aproximadamente 20 años, con una población de 120
habitantes los cuales en su mayoría eran hombres y ubicados en la serranía de Luruaco.
En lo que respecta a su subsistencia, esta dependía mayoritariamente de la pesca, la caza,
la recolección, el intercambio y el pillaje. Dada su población mayoritariamente masculina,
los secuestros de mujeres en poblados indígenas eran una constante, situación la cual solía
hacer tensa las relaciones entre palanqueros e indígenas.
Por su parte, el palente de San Miguel Arcángel, fue un palenque de una larga data,
gozando de un intervalo temporal de 100 años y llegando a contar con una significativa
población de 600 habitantes en el siglo XVII. La autora resalta que los palenques de larga
data, con el de San Miguel Arcángel, lograban madurar una estructura sociocultural,
económica y política la cual hacia aparentemente el pillaje para abastecerse o el robo de
mujeres indígenas para equilibrar la ausencia de féminas al interior del poblado. El uso
de la violencia, resalta Navarrete, estaba más relacionado con la defensa del territorio
frente a la emergencia de posibles amenazas. La vida al interior de los palenques no era
del todo armónica y que existían sus diferencias entre sus miembros, pero pese a esto, la
existente conexión entre sus miembros a través de un sentido de libertada y autonomía,
les permitió generar espacios culturales en común (sin desconocer las diversas culturas
provenientes de África que podían cohabitar al interior de un palenque), espacios de
socialización, actividades económicas y desarrollo político, con el firme propósito de
darle continuidad y supervivencia a los palenques.
En lo que respecta a la relación entre los palenques y las autoridades coloniales, María
Cristina Navarrete () señala lo que se puede considerar como dos posiciones por parte
de la sociedad colonial en lo relacionado con estas poblaciones de prófugos. Por un lado,
se tiene la posición de la corona española y sus autoridades coloniales en territorio
neogranadino; mientras que por el otro lado, se encontraban los intereses de los
esclavistas y de los vecinos prestantes de la provincia de Cartagena. Desde la visión de
la colonia y sus autoridades, por lo general se apreció una intención conciliadora con los
cimarrones, procurando el cese de hostilidades, solicitando el retorno de nuevos esclavos
fugados y contemplando la posibilidad de generar nuevos adeptos a la corona y a la
iglesia, mientras que los palenques exigían el reconocimiento de su autoridad y cierta
autonomía.
Es este punto es importante señalar, que los cimarrones jamás expresaron una política que
propendiera a la abolición de la esclavitud, ya que su lucha iba ligada más hacia el respeto
a la libertad y autonomía de su palenque (Navarrete,). Siguiendo con la autora, esta
resalta que los intereses de los locales, esclavistas y hacendados, difería de los interés de
la corona y sus instituciones en el nuevo mundo, ya que para ellos el reconocimiento de
palenques como lugares libres, implicaba unos riesgo para el sistema esclavita pues
motivaba a la fuga como mecanismo legitimo para alcanzar su libertad y de paso un
contundente golpe a sus intereses económicos. En este punto Navarrete deja claro, que si
bien en muchas ocasiones se lograron entablar acuerdos de paz entre el orden colonial y
la población esclava insurrecta, la mayoría de estas negociaciones pacificas al final fueron
poco respetadas, mientras que en muchos otros momentos, el régimen opto por la acción
bélica pese al alto costo que esta implicaba, motivada por la presión ejercida sobre las
instituciones administrativas por los vecinos importantes de la provincia. Frente a este
hecho, Mcfarlane (1991) anota:
“En los años de 1570 se llevó a cabo una expedición española en contra de
estas comunidades fugitivas en la provincia de Cartagena y, a fines de los años
de 1590 se introdujo una legislación draconiana, esfuerzo para reducir el flujo
de los prófugos de la ciudad de Cartagena y para combatir las depredaciones
de las bandas de fugitivos en sus vecindades. En los inicios del nuevo siglo,
se hicieron renovados esfuerzos para extirpar los palenques en la provincia,
hasta que las autoridades españolas, desilusionadas por su fracaso,
concedieron algunos privilegios y cierta autonomía a un poderoso grupo de
fugitivos, que más tarde llegaría a formar el famoso Palenque de San Basilio”
(Mcfarlane, 1991: 56).
Navarrete se opone a la tradicional idea de que los palenques eran islas cimarronas ajenas
a la sociedad colonial; contrario a esto, la autora propone que los palenques tanto de corta
como de larga duración sostuvieron a lo largo de su existencia diferentes tipos de
relaciones con la sociedad imperante y que pese a su anhelo de libertad jamás lograron
desligarse completamente del contacto con el régimen opresor. Las poblaciones
cimarronas, mantuvieron un vínculo estrecho y permanente con familiares y esclavos que
habitaban villas o estancias cercanas, las cuales servían de fuentes de información sobre
lo que sucedía en los poblados y sobre las posibles acciones militares a emprender en
contra de los palenques por el régimen colonial. De igual forma, mantuvieron contactos
comerciales con las poblaciones indígenas y con hacendados los cuales permitían el
intercambio comercial con los cimarrones e inclusive contratando su mano de obra para
laborar en las haciendas. Este tipo relaciones entre hacendados esclavistas y cimarrones,
podría traducirse de igual manera en un pacto de no agresión o incitación a otros esclavos
para fugarse y vincularse a los palenques. De igual forma, los palenques no lograron
siempre generar en su interior todos los elementos necesarios para su supervivencia, por
esta razón, siempre mantuvieron una relación comercial con los poblados de blancos, para
obtener, ropas, armas, herramientas y demás elementos los cuales les era imposible
fabricar con sus propias manos.

El cuagro
El cuagro palenquero, es una organización social por grupo etario que tiene su posible
origen durante la colonia, surgiendo con estrategia adaptativa de cuadrillas de guerra
frente a los constantes embates propiciados por ejércitos enviados por la Provincia de
Cartagena. El grupo de edad el cual ha sido de una relevancia medular en la configuración
de la sociedad palenquera actual, tiene presencia en un gran número de sociedades en
donde la guerra tiene un papel relevante en día a día de una sociedad. Como grupos de
edades, los cuagros empiezan a configurarse desde la niñez, en el momento en que niños
y niñas empiezan a jugar en la calle justo al frente de sus casas. El cuagro se encuentra
divido por géneros, o en 2 mitades como lo indica la autora, teniendo una parte femenina
y la otra masculina, ubicándose así cada uno en las dos mitades del pueblo (arriba y abajo).
Con la entrada a la pubertad, cada grupo celebra su “inauguración” y eligen un nombre
con el cual identificarse. Dicha ceremonia implica la elección de un jefe tanto en la parte
masculina como femenina, además de la elección parafernalia identificativa como
emblemas, adornos, trajes, sumados al disfrute de un baile y una comida en el cual los
hombres aportan el ñame y la yuca (cultivos de monte), mientras que las mujeres
suministran el pato y la gallina criados por estas al interior del poblado.
Lumbalú
La palabra “lumbalú” es de origen Bantú y está compuesta por dos elementos: “[…] lu
un prefijo colectivo y mbalu con el significado de melancolía, recuerdo o reflexión que
expresa el sentido de cantos de muerto” (Friedemann, 1990:53). En Palenque el lumbalú
no es únicamente un rito fúnebre lleno de ritmo y melancolía, sino que también implica
la participación del cabildo encargado de ejecutarlo (formado por hombres y mujeres),
los cuales son los poseedores del saber “musical y textual” de los cantos y el baile, y son
miembros de un cuagro cuya edad se encuentra entre los 60 y 70 años de edad. Haciendo
referencia a la importancia de los cabildos negros como escenarios de refugio negro
durante la colonia, la autora resalta la importancia de estos grupos para la preservación y
difusión de elementos socioculturales traídos de África en América, tales como las
creencias, música, instrumentos musicales, ritos, costumbres y habla. Desde la época de
Pedro Claver, se encuentran datos históricos que dan cuenta de rituales fúnebres de
esclavos los cuales contaban con la presencia del tambor, canto y baile. La autora resalta
que si tales prácticas fúnebres, las cuales eran censuradas por la sociedad eclesiástica y
las autoridades coloniales, eran realizadas por los cabildos al interior de la ciudad pese a
la represión, no es irrisorio suponer que tales prácticas se desarrollasen de igual o con
mayor frecuencia en zonas donde la sociedad colonial no hacia presencia.

En la actualidad, en San Basilio no todos los rituales fúnebres se celebran con lumbalú,
esto según la autora de debe una vez más a la fuerte discriminación interpuesta por la
sociedad Cartagenera frente a las prácticas socioculturales de esta población, los cuales
han motivo a muchos palanqueros a desestimar algunos elementos de su acervo cultural.
Frente a esta situación, la celebración del lumbalú, que anteriormente era un ritual de
honor para el muerto y su familia, hoy solo es ineludible durante las nueve noches del
cuagro lumbalú, pero por fuera de este grupo de edades, dicho ritual ya no presenta igual
relevancia y tiene que ser solicitado por aquellos que deseen tenerlo en un ritual
mortuorio. Sin embargo, ambos rituales, aquel que se realiza con lumbalú y el que no,
hacen parte de un mismo pensamiento religioso frente a muerte. Los tambores son tocados
por miembros del cabildo Lumbalú, cuyos integrantes son hombres y mujeres ancianos
pertenecientes a cuagros de las 2 mitades del pueblo (arriba y abajo). Basados en datos
etnográficos, la autora sostiene que a principios del siglo XX el cuagro lumbalú estaba
conformado por aproximadamente 38 miembros, el cual tenía por líder masculino a Pedro
Valdés (apodado Batata) el cual era el percusionista del tambor sagrado y Bartola
Navarro (Jefa del cabildo femenino), quien era la voz principal dentro de las cantoras:
“Hasta hace unos años, por entre los callejones de Palenque, el golpe del tambor sagrado
lumbalú, llamado también pechiche y percutido por Batata, el jefe del cabildo avisaba la
muerte de cualquier persona” (Friedemann, 1990:55).

Muerte y Lecos

En el devenir de la vida diaria en palenque, las mujeres ancianas aun hablan de la


“prenuncia” que es un pájaro negro que en su vuelo ronda la casa de un futuro finado
(anuncia). Partiendo por las decodificaciones realizadas por Schwegler (1989) acerca de
las canciones del lumbalú, emerge la figura en diversos versos con la “[…] voz bantú
ilombo y también con tambolombo, cuyos significados semánticos de oscuridad y maldad
corresponden a la narrativa e interpretación palenquera sobre la muerte” (Friedemann,
1990:55). Cuando una persona finaliza su vida, las mujeres que se encuentran cerca del
cadáver dan inicio al rito de los lecos que son lamentos combinados con gritos donde se
agrega o inscribe el nombre de la persona muerta. Pero los lecos no se limitan únicamente
a lamentos orales relacionados con el difunto, si no que incluyen una expresión corporal
de dolor y angustia en mujeres de distintas edades, las cuales recorren el pueblo
comunicando el deceso entre quejas. Según Friedemann, los lecos se inician de forma
paralela con la preparación del cadáver, la cual varía dependiendo del sexo, la edad e
incluso la virginidad femenina. Cuando finalizan las labores de preparación de occiso, a
este se le coloca ya sea sobre una mesa o dentro de un ataúd con cuatro velas encendidas
y con la cabeza mirando hacia la puerta principal de la vivienda, se prepara un altar que
es engallado con iconografía católica y otros santos populares.

“Los orificios del cuerpo se cubren con esperma derretida, se le cierran


los ojos y se procede a vestido con el mejor de sus trajes,
preferiblemente de color blanco. Si se trata de una mujer virgen, una
flor roja en la boca es el símbolo de una maternidad nunca realizada. Si
es apenas una niña adolescente también lucirá flores rojas y sus manos
estarán entrecruzadas sobre el pecho. Durante el velorio, a todos los
difuntos se les mantiene la boca cerrada con un paño amarrado a la
cabeza. Pero antes de salir al cementerio debe retirársele para permitirle
iniciar su nuevo camino sin impedimentos que coarten la posibilidad de
hablar o de comer”

Cuando un niño menor de 8 años muere, los palenqueros consideran que este volverá a
su estado de angelito, por lo tanto su espíritu se va directamente al cielo. Por esta razón,
se le viste de blanco, su madrina le obsequia una corona de papel, mientras que sus ojos
permanecen abiertos a diferencia de los adultos. En lo que respecta a los lecos, estos solo
se realizan durante el primer día y noche del velorio, ya que de continuar podría impedir
que el alma del niño abandone este plano terrenal y posteriormente se convierta en un
duende perverso. Cuando finalizan las labores de preparación de occiso, a este se le coloca
ya sea sobre una mesa o dentro de un ataúd con cuatro velas encendidas y con la cabeza
mirando hacia la puerta principal de la vivienda, se prepara un altar el cual es engallado
con infografía católica y otros santos populares.

Muerte y baile de muerto

En palenque la vida es concebida con la existencia de dos almas, una es aquella que se
asemeja a un hálito vital que se mueve cuando el cuerpo lo hace y perece al mismo tiempo
que último. Por su parte, la otra alma, llamada alma-sombra, la cual es posible observar
durante días soleados y noches con luna. Pese a que el cuerpo aparece como un recipiente
de dos almas, durante el ritual fúnebre la atención se concentra especialmente en el alma-
sombra y en el proceso mediante el cual dicha alma es ayudada para convertirse en
espíritu y trasegar así hacia el otro mundo. Siguiendo con la autora, durante el proceso
velatorio se puede establecer que existe una división del espacio fúnebre entre hombres y
mujeres. En lo que respecta al espacio interior de la casa, este es ocupado por las mujeres
presentes, quienes se ubican alrededor del cuarto mortuorio, cerca al ataúd y con las
espaldas pegadas a la pared, otras se ubican en el patío, mientras que algunas realizan
labores de cocina destinadas a la atención de los asistentes. Por su parte los hombres, se
ubican en las afueras de la casa, sentados en la calle que da al frente del hogar, mientras
que los niños y niñas permanecen en la calle. En los velorios que incluyen el lumbalú el
jefe del cabildo debe sentarse con su gran tambor en la puerta del cuarto mortuorio y
mirando al difunto y mostrándole con los golpes del tambor el camino al alma-sombra.

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