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Palenques
Palenques
El cuagro
El cuagro palenquero, es una organización social por grupo etario que tiene su posible
origen durante la colonia, surgiendo con estrategia adaptativa de cuadrillas de guerra
frente a los constantes embates propiciados por ejércitos enviados por la Provincia de
Cartagena. El grupo de edad el cual ha sido de una relevancia medular en la configuración
de la sociedad palenquera actual, tiene presencia en un gran número de sociedades en
donde la guerra tiene un papel relevante en día a día de una sociedad. Como grupos de
edades, los cuagros empiezan a configurarse desde la niñez, en el momento en que niños
y niñas empiezan a jugar en la calle justo al frente de sus casas. El cuagro se encuentra
divido por géneros, o en 2 mitades como lo indica la autora, teniendo una parte femenina
y la otra masculina, ubicándose así cada uno en las dos mitades del pueblo (arriba y abajo).
Con la entrada a la pubertad, cada grupo celebra su “inauguración” y eligen un nombre
con el cual identificarse. Dicha ceremonia implica la elección de un jefe tanto en la parte
masculina como femenina, además de la elección parafernalia identificativa como
emblemas, adornos, trajes, sumados al disfrute de un baile y una comida en el cual los
hombres aportan el ñame y la yuca (cultivos de monte), mientras que las mujeres
suministran el pato y la gallina criados por estas al interior del poblado.
Lumbalú
La palabra “lumbalú” es de origen Bantú y está compuesta por dos elementos: “[…] lu
un prefijo colectivo y mbalu con el significado de melancolía, recuerdo o reflexión que
expresa el sentido de cantos de muerto” (Friedemann, 1990:53). En Palenque el lumbalú
no es únicamente un rito fúnebre lleno de ritmo y melancolía, sino que también implica
la participación del cabildo encargado de ejecutarlo (formado por hombres y mujeres),
los cuales son los poseedores del saber “musical y textual” de los cantos y el baile, y son
miembros de un cuagro cuya edad se encuentra entre los 60 y 70 años de edad. Haciendo
referencia a la importancia de los cabildos negros como escenarios de refugio negro
durante la colonia, la autora resalta la importancia de estos grupos para la preservación y
difusión de elementos socioculturales traídos de África en América, tales como las
creencias, música, instrumentos musicales, ritos, costumbres y habla. Desde la época de
Pedro Claver, se encuentran datos históricos que dan cuenta de rituales fúnebres de
esclavos los cuales contaban con la presencia del tambor, canto y baile. La autora resalta
que si tales prácticas fúnebres, las cuales eran censuradas por la sociedad eclesiástica y
las autoridades coloniales, eran realizadas por los cabildos al interior de la ciudad pese a
la represión, no es irrisorio suponer que tales prácticas se desarrollasen de igual o con
mayor frecuencia en zonas donde la sociedad colonial no hacia presencia.
En la actualidad, en San Basilio no todos los rituales fúnebres se celebran con lumbalú,
esto según la autora de debe una vez más a la fuerte discriminación interpuesta por la
sociedad Cartagenera frente a las prácticas socioculturales de esta población, los cuales
han motivo a muchos palanqueros a desestimar algunos elementos de su acervo cultural.
Frente a esta situación, la celebración del lumbalú, que anteriormente era un ritual de
honor para el muerto y su familia, hoy solo es ineludible durante las nueve noches del
cuagro lumbalú, pero por fuera de este grupo de edades, dicho ritual ya no presenta igual
relevancia y tiene que ser solicitado por aquellos que deseen tenerlo en un ritual
mortuorio. Sin embargo, ambos rituales, aquel que se realiza con lumbalú y el que no,
hacen parte de un mismo pensamiento religioso frente a muerte. Los tambores son tocados
por miembros del cabildo Lumbalú, cuyos integrantes son hombres y mujeres ancianos
pertenecientes a cuagros de las 2 mitades del pueblo (arriba y abajo). Basados en datos
etnográficos, la autora sostiene que a principios del siglo XX el cuagro lumbalú estaba
conformado por aproximadamente 38 miembros, el cual tenía por líder masculino a Pedro
Valdés (apodado Batata) el cual era el percusionista del tambor sagrado y Bartola
Navarro (Jefa del cabildo femenino), quien era la voz principal dentro de las cantoras:
“Hasta hace unos años, por entre los callejones de Palenque, el golpe del tambor sagrado
lumbalú, llamado también pechiche y percutido por Batata, el jefe del cabildo avisaba la
muerte de cualquier persona” (Friedemann, 1990:55).
Muerte y Lecos
Cuando un niño menor de 8 años muere, los palenqueros consideran que este volverá a
su estado de angelito, por lo tanto su espíritu se va directamente al cielo. Por esta razón,
se le viste de blanco, su madrina le obsequia una corona de papel, mientras que sus ojos
permanecen abiertos a diferencia de los adultos. En lo que respecta a los lecos, estos solo
se realizan durante el primer día y noche del velorio, ya que de continuar podría impedir
que el alma del niño abandone este plano terrenal y posteriormente se convierta en un
duende perverso. Cuando finalizan las labores de preparación de occiso, a este se le coloca
ya sea sobre una mesa o dentro de un ataúd con cuatro velas encendidas y con la cabeza
mirando hacia la puerta principal de la vivienda, se prepara un altar el cual es engallado
con infografía católica y otros santos populares.
En palenque la vida es concebida con la existencia de dos almas, una es aquella que se
asemeja a un hálito vital que se mueve cuando el cuerpo lo hace y perece al mismo tiempo
que último. Por su parte, la otra alma, llamada alma-sombra, la cual es posible observar
durante días soleados y noches con luna. Pese a que el cuerpo aparece como un recipiente
de dos almas, durante el ritual fúnebre la atención se concentra especialmente en el alma-
sombra y en el proceso mediante el cual dicha alma es ayudada para convertirse en
espíritu y trasegar así hacia el otro mundo. Siguiendo con la autora, durante el proceso
velatorio se puede establecer que existe una división del espacio fúnebre entre hombres y
mujeres. En lo que respecta al espacio interior de la casa, este es ocupado por las mujeres
presentes, quienes se ubican alrededor del cuarto mortuorio, cerca al ataúd y con las
espaldas pegadas a la pared, otras se ubican en el patío, mientras que algunas realizan
labores de cocina destinadas a la atención de los asistentes. Por su parte los hombres, se
ubican en las afueras de la casa, sentados en la calle que da al frente del hogar, mientras
que los niños y niñas permanecen en la calle. En los velorios que incluyen el lumbalú el
jefe del cabildo debe sentarse con su gran tambor en la puerta del cuarto mortuorio y
mirando al difunto y mostrándole con los golpes del tambor el camino al alma-sombra.