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Rey carbón, de Max

El que dijo que en el principio fue el verbo no


tenía ni idea de lo que estaba hablando. En
el principio fue el trazo. Y punto. Verbos,
predicados y espíritus santos vinieron mucho
más tarde. Así que no me vengáis con que
ese verbo era en realidad el Logos hecho
carne. Puedo imaginarme perfectamente a
Dios en la creación del mundo. ¿Y sabéis
cómo lo imagino? Recostado en un diván y
trazando en el aire las aguas, los cielos y los
pececillos con su dedo divino. La creación
nace del trazo, luego el trazo nos convierte
en dioses.

Ya sé que todo esto suena muy grandilocuente, pero no temáis, porque


este extraordinario Rey Carbón no tiene un pelo de pomposo. Es más,
es un libro de una sencillez visual apabullante, pero al mismo tiempo, y
como diría el torero, tiene muncho intríngulis.

Nos habla este Rey Carbón y cabrón del origen de la creación, no la


divina sino la terrenal. ¿De dónde nace el impulso de observar, de
reproducir y, finalmente, de imaginar? Porque, con tantos mamuts y
tantos rinocerontes lanudos que hay por ahí pastando esperando a que
los cacemos, ¿qué demonios hacían el bueno de don Cromagnon, su
vecino el señor Neanderthal y toda la pandilla de los homos nosecuantus
perdiendo el tiempo garabateando con ceniza, sangre y otras porquerías
las paredes de sus cuevas?

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