Está en la página 1de 11

El tigre acecha a su presa

Por D.G. Laderoute

Los jardines eran el único lugar de la Ciudad Prohibida lo suficientemente tranquilo como para
permitir a Akodo Toturi reflexionar sobre sus pensamientos. El equilibrio de poder en Toshi
Ranbo había cambiado gracias a una exitosa contraofensiva; entretanto, los Unicornio habían
lanzado su propia ofensiva contra Hisu Mori Mura. Matsu Tsuko aguardaba la orden de izar
todos sus estandartes para ir a la guerra... órdenes que se vería obligado a dar. Las pesadillas
de la pobre Kaede se habían ido recrudeciendo hasta el día en que su padre abandonó
misteriosamente Otosan Uchi…
Kaede dijo que ni siquiera podía sentirle en el Vacío. ¿Cómo era eso posible, a menos que el
señor Ujina se hubiese ocultado de ella a propósito?
Ahora ella era incapaz de dormir, y el intentarlo sólo empeoraba sus dolores de cabeza y
náuseas. Toturi no podía acallar sus preocupaciones y pensamientos el tiempo suficiente como
para quedarse dormido durante más de una hora. Era como si estuviera a la deriva en una
neblina mientras sus pensamientos se retorcían sobre sí mismos, o no llevaban a ninguna parte
en absoluto.
Se detuvo a la orilla de un estanque de carpas koi rodeado de hierba impecablemente cortada.
Varios vasallos estaban sentados en un chashitsu, una casa de té con vistas al estanque, mientras
un destacamento de guardias de honor Seppun se mantenían firmes alrededor del claro.
Una figura solitaria junto al estanque ejecutaba los movimientos de una kata: El tigre acecha
a su presa, un ejercicio diseñado para acentuar la paciencia y el control mediante movimientos
lentos y deliberados que evocaban a un gran felino durante una cacería. Era una kata básica,
que se aprendía a una edad temprana y que la mayoría de los bushi usaban con frecuencia.
Pero el practicante no era un joven samurái en formación, sino Hantei XXXVIII, el mismísimo
Emperador de Rokugán.
El Emperador pasó del quinto movimiento de la kata al sexto... del sexto al séptimo. Si su posi-
ción social no se lo impidiese, habría criticado la transición en los movimientos del Emperador,
la colocación de sus pies, el ángulo de los hombros, la inclinación de la cabeza. Todos estaban
un poco fuera de lugar, los movimientos deberían ser suaves en lugar de ligeramente vacilantes,
titubeantes incluso. La katana temblaba visiblemente en sus manos. Pero no le correspondía a él
juzgar al Hijo del Cielo.
El Emperador trastabilló, perdiendo el equilibrio en mitad del octavo movimiento. Logró
recuperar el equilibrio antes de caer, se detuvo y volvió a comenzar desde el principio del séptimo
movimiento.

11
Los rostros de los asistentes y de los vasallos en la casa de té se mantuvieron pétreos, sin reve-
lar ningún signo de desaprobación ante los esfuerzos del Hantei.
—Mis disculpas, Akodo-san —dijo una voz justo detrás de Toturi—. Es lamentable que ten-
gáis que ser testigo de semejante... demostración impropia.
La voz pertenecía a Hantei Sotorii, hijo mayor del Emperador y heredero al trono. Tras él
caminaban otro par de guardias de honor, sus caras obedientemente impasibles. Toturi se inclinó
de inmediato, luego se enderezó y miró al Emperador. El Hantei de mayor edad se limitó a conti-
nuar con la kata, pero una de sus ayudantes en la casa de té, miembro de la familia Otomo, había
levantado su abanico para que le cubriese la cara. Si ella había oído por casualidad el comentario
de Sotorii, seguramente el Emperador también lo había hecho.
—Llovió el día que volví de Toshi Ranbo, alteza —dijo Toturi.
El chico frunció el ceño, perplejo. —¿Llovió...? —sacudió la cabeza—. Me temo que no os
entiendo, Akodo-san.
—Ya que parece que estáis ofreciendo disculpas en nombre de los Cielos, pensé que podría
recibir una por la lluvia que hizo que la última parte de mi viaje resultase tan desagradable.
Sotorii mantuvo una expresión imperturbable mientras reflexionaba sobre las palabras.
Toturi simplemente esperó a que el joven Hantei hablara, se marchase o continuase haciendo
lo que fuera que estuviese haciendo antes de sentir la necesidad de disculparse en nombre del
hombre cuyas acciones y palabras eran sacrosantas.
La confusión en el rostro del niño dio paso a una de comprensión repentina, y luego a una ira
fuerte y sombría. —Presumes demasiado, Akodo-san.
Toturi hizo una profunda reverencia. —Tenéis razón, por supuesto, alteza. Doy por sentado
demasiadas cosas. Doy por sentado cosas en nombre de los Cielos, que son equivocadas e indig-
nas de mí. Espero que aceptéis mis más sinceras disculpas.
La mirada de Sotorii se hizo aún más sombría. —Y yo espero que encuentres satisfactoria tu
carrera como Campeón Esmeralda, Akodo-san... mientras dure. —el joven Hantei dio la vuelta
y se alejó, con sus guardias tras él. Toturi mantuvo su reverencia hasta que Sotorii desapareció
entre un grupo de árboles sakura que cubrían uno de los senderos que se alejaban del estanque
de carpas koi.
Toturi se enderezó. No debería hacer enfadar al príncipe heredero, especialmente con todo lo que
está ocurriendo. Después de todo, era el heredero al trono. Pero el chico aún no era Emperador. Y
su posición, digna de respeto o no, no le daba derecho a hablar mal del hombre que no sólo era
el Emperador, sino también su padre…
—Akodo-san.
Toturi se volvió otra vez. El Emperador se acercó a él, limpiándose la cara con una tela blanca
como la nieve. Un joven asistente le seguía discretamente, con varios paños más.
Toturi se puso de rodillas y se postró en la hierba. El Emperador se detuvo. —Por favor,
Campeón Esmeralda, levantaos.

22
Toturi así lo hizo. —Deseabais hablar conmigo, majestad.
El Emperador asintió y continuó limpiándose la cara, reluciente de esfuerzo y sudor, como un
hombre que acabase de esforzarse duramente y durante mucho tiempo. Sí, una kata debía ser exi-
gente, pero no tanto como para dejar a su practicante con un aspecto tan.... enrojecido y agotado.
El Emperador finalmente entregó el paño al ayudante, que inmediatamente le ofreció otro.
El Emperador le hizo un gesto con la mano para que se alejase, y dijo, —Así es, Akodo-san,
pero... no aquí. Podéis esperarme en el Santuario del Kami Hantei, mientras me baño y adecento.
—Como deseéis, majestad.
Toturi hizo una reverencia y se retiró. Al hacerlo, vio que el Emperador finalmente aceptó
otro paño del ayudante, y lo usó para limpiarse una vez más el sudor de la cara.

Toturi se revolvió al arrodillarse en el Santuario de Hantei, buscando una posición más cómoda
para las piernas. Echó una mirada a la puerta por la que finalmente entraría el Emperador, y
luego levantó otro pergamino del montón que le había entregado un fervoroso heraldo de la
familia Miya. Podía intentar aplazar el papeleo hasta otro momento, cuando estuviese más
descansado, pero no tenía ni idea de cuánto tiempo debería esperar al Emperador, ni de si
alguna nueva crisis se sumaría a sus preocupaciones.
El pergamino era otro edicto que debía revisar antes de que se promulgara. Este hacía refe-
rencia a una revisión del tipo impositivo sobre la cebada. Probablemente era importante a su
modo, y ciertamente parecía estar dentro de las responsabilidades del Campeón Esmeralda, el
principal ejecutor de la ley del Emperador y por lo tanto también su principal recaudador de
impuestos. Los burócratas que lo habían redactado sin duda conocían su oficio y la necesidad de
tales detalles, así que se limitó a poner su hanko en el pergamino como muestra de aceptación, y
lo colocó a un lado de la mesa lacada. Los siguientes pergaminos eran también detalles adminis-
trativos esotéricos, tras lo que sólo quedaba un pergamino.
Toturi lo abrió... y frunció el ceño.
En la parte superior del pergamino estaban las habituales palabras de introducción: “Un
edicto...”, y nada más.
El resto del pergamino estaba tan en blanco como los muros sin adornar que le rodeaban.
Toturi dejó el pergamino a un lado. Obviamente era un error: un error que discutiría con el
funcionario Miya que le había entregado los pergaminos. Alguien pagaría muy caro un error tan
flagrante, lo cual era lamentable, pero al parecer la burocracia Imperial parecía seguir el lema
“todo lo que no es perfecto es un fracaso”…
Un suave murmullo rompió el sereno silencio al abrirse la puerta de la habitación. Toturi
había esperado a los Miya, no ver al propio Emperador entrar sin ceremonias seguido por un
joven que llevaba un ornamentado juego de té. Tras la reverencia de Toturi, el Hantei se arrodilló
sobre un cojín en el lado opuesto de la única mesa de la habitación, y luego hizo un gesto con la
mano hacia el Miya.

33
—Hace poco le he cogido el gusto al té conocido como Flor de Cristal —dijo el Emperador—,
que cultivan los estimados Dragón. Al parecer, crece en sus altas montañas, pero sólo cerca de
donde los árboles dejan paso a las nieves perpetuas. Espero que lo encontréis tan delicioso como
yo, Akodo-san.
—Estoy seguro de que lo haré, majestad —dijo Toturi, mientras el Miya preparaba el juego de
té. El Miya comenzó entonces la forma abreviada de la ceremonia del té, conocida como chakai.
Cuando terminó, Toturi sorbió la humeante infusión. Era al mismo tiempo empalagosamente
dulce y fuertemente amarga, y en general, más penetrante que agradable. Pero hizo un asenti-
miento de satisfacción hacia el Emperador, y otro hacia el Miya, que se inclinó profundamente,
recogió las piezas innecesarias del juego de té, y se retiró.
El Hantei ya no parecía tan acalorado como en el jardín. Ahora simplemente parecía cansado.
Cansado y... viejo. Como los viejos monjes con los que Toturi se había relacionado durante su
estancia en el monasterio. Incluso la manera como la taza de té temblaba en su mano....
—Bueno —dijo el Emperador, dejando la copa y señalando a la pila de pergaminos—, ¿Confío
que hayáis tenido tiempo para revisar estos documentos?
—Lo he hecho, majestad.
Damos comienzo a las minucias burocráticas... Pero el Hantei cogió el pergamino extraña-
mente vacío y lo puso sobre la mesa ante los dos.
—Decidme, Akodo-san... ¿qué os ha parecido éste?
Toturi mantuvo su rostro tan inexpresivo como el pergamino. Seguramente el Emperador era
consciente de que no había nada escrito en el papel... ¿no?
El Hantei le regaló con una leve sonrisa. —No os preocupéis, Akodo-san. Soy muy consciente
de que no tiene nada escrito. Al menos, todavía no.
—Yo... lo siento, majestad. No entiendo...
—¿Qué pensáis del príncipe Sotorii?
Esta vez, Toturi no pudo reprimir un parpadeo de sorpresa. Se tomó un momento para poner
su taza de té en la mesa. ¿Estaba probándolo el Emperador? ¿Era aquella la forma que tenía el
Hantei de sondear el carácter de su nuevo Campeón Esmeralda?
—Es... un joven decidido —dijo finalmente Toturi.
—La respuesta perfecta, por supuesto. Perfecta de la misma manera que se podría decir que
yo he fijado un nuevo estándar para la ejecución de El tigre acecha a su presa. Es cierto, pero no
necesariamente halagador.
—Majestad, yo...
El Emperador levantó una mano. —No os estoy criticando, Akodo-san. Es simplemente
una.... observación —el Hantei bajó la mirada hacia su taza de té—. Lo cierto es que mi hijo
mayor no es sólo determinado. Es arrogante y obstinado y me atrevería a decir que puede llegar
a ser cruel.
Toturi no dijo nada. Era, por supuesto, prerrogativa del Emperador decir esas cosas de su

44
hijo y heredero si así lo deseaba, pero sería inapropiado que ni siquiera el Campeón Esmeralda
hiciera algo más aparte de reconocer que lo había dicho... y puede que ni tan siquiera eso. Así
que mantuvo el rostro cuidadosamente inexpresivo y simplemente esperó a que el Emperador
continuara.
—No necesitáis responder a eso, Akodo-san —dijo el Hantei—. Hace poco os habéis enfren-
tado a la peor parte de su comportamiento —el Hantei le dedicó una leve sonrisa de arrepenti-
miento—. No es Hantei XVI, pero me temo que Sotorii no entiende el camino que sigue... y a
dónde puede llevar su viaje al resto del Imperio. Con la debida guía y tutelaje, creo que algún día
podría convertirse en un líder fuerte y capaz, pero...
—Es joven —dijo Toturi—, y los jóvenes son apasionados, a menudo en detrimento de pala-
bras y acciones más meditadas y reflexivas. Encontrar la sabiduría suficiente como para dejar de
lado la pasión es parte de la madurez.
—Ciertamente. Aprender tal sabiduría debería ser algo progresivo y gradual, demostrado por
los niños a medida que crecen y se convierten en adultos, ¿no es así? Sin embargo, en el caso de
Sotorii...
El Emperador dejó las palabras suspendidas en el apacible aire del altar. Toturi podía respon-
der Tenéis razón, majestad, no sería un buen Emperador. Sin duda ahora no, y quizás nunca. Pero
no le correspondía a Toturi, ni siquiera como Campeón Esmeralda, decir algo así. Quizás debería
simplemente reiterar que Sotorii es joven, y sí, inmaduro, pero puede ser capaz de aprender y cre-
cer. Y en cualquier caso, es vuestro heredero, majestad, así que, ¿cuál es la diferencia?
El silencio continuó, suavemente interrumpido por el irregular sonido de campanillas de
viento proveniente de algún lugar fuera del santuario. Toturi intentó frenéticamente encontrar
una respuesta, dándose cuenta de que tenía que decir... algo, aunque toda esta conversación le
pareciese en cierto modo impropia.
—Majestad —dijo finalmente Toturi—, todos hemos visto crecer a niños, convertirse en
jóvenes samuráis, y luego continuar madurando a medida que acumulan años y experiencia.
Algunos lo hacen muy rápidamente. Otros siguen un camino más... indirecto —Toturi tocó la
taza de té pero no la cogió—. Estoy seguro de que el príncipe Sotorii encontrará y seguirá el
camino correcto para él....uno que lo llevará finalmente a la sabiduría y al buen juicio.
Interiormente, Toturi hizo un gesto de dolor ante sus propias palabras. Tu esposa, Kaede, cree
que puede estar embarazada, pero aún no está segura...y aun así, te atreves a dar lecciones sobre la
maduración de los hijos. Eres presuntuoso, tal como dijo Sotorii.
Pero si el Emperador consideró presuntuosas las palabras de Toturi, no dio muestras de ello.
En vez de eso, alzó la vista de su taza de té y miró directamente a los ojos del Akodo. Toturi,
por supuesto, nunca había mantenido antes un contacto visual tan directo con el Hantei. Ahora
se dio cuenta, con sorpresa, que los ojos del Emperador estaban nublados, como si una fina y
pálida bruma cubriese el espacio detrás de sus pupilas. Pero a pesar de lo turbios que parecían,
su mirada estaba cargada de un propósito repentino.

55
—Puede que tengáis razón, Akodo-san —dijo el Emperador—. Pero no estamos hablando de
un joven samurái de uno de los clanes. Estamos hablando del heredero al trono de Rokugán, un
heredero cuyo padre parece volverse más frágil cada día —el Emperador se detuvo, y Toturi vio
como desviaba la mirada hacia el pergamino en blanco, permaneciendo allí un momento, para
luego volver a encontrarse con la suya.
—Sotorii no está lista para sentarse en ese trono. Mi corazón me dice que tal vez nunca lo
esté. Dije que era arrogante, obstinado y cruel... pero no es sólo eso. Hay una oscuridad en su
interior... una sombra proyectada en su alma por algo que no comprendo. Pero si voy a ascender
pronto a la vida eterna en Yomi, se sentará en ese trono.
Una vez más se oyó únicamente el silencio y las campanillas de viento. ¿Debería protestar
ante la sombría predicción del Emperador de su propia muerte? ¿No sonaría aquello superficial
y condescendiente? ¿Y debería mostrarme de acuerdo o en desacuerdo con la contundente
valoración que el Emperador había hecho de su propio hijo?
Sea como fuere, Toturi tenía que dar alguna respuesta. Abrió la boca, listo para decir lo que
esperaba que fueran las palabras adecuadas, pero el Emperador empezó a hablar de nuevo.
—No puedo... no permitiré que eso suceda. Ahora el Imperio necesita un gobernante fuerte,
quizás más de lo que lo ha hecho en mucho tiempo. Pero esa fuerza debe ser templada con la
razón, la reflexión y la voluntad de escuchar, reflexionar y transigir. Sotorii no es ese gobernante.
Daisetsu, mi hijo mejor, lo es.
Toturi frunció el ceño, y lo frunció cada vez más mientras meditaba sobre la senda de los pen-
samientos y palabras del Emperador. —Majestad, os ruego que me disculpéis... ¿estáis sugiriendo
nombrar al príncipe Daisetsu como vuestro heredero, en lugar de a su hermano mayor?
El Emperador cogió el pergamino que estaba en blanco a excepción de las palabras “Un
edicto”, y lo puso sobre la mesa frente a él. —No lo estoy simplemente sugiriendo, Akodo-san,
estoy declarando que esa es mi intención —alzó la vista del pergamino y la posó de nuevo en los
ojos de Toturi—. Pero eso no es todo. Mi intención es abdicar y retirarme, y dejar el trono a mi
hijo menor. Y como aún no es mayor de edad, ascenderá como Emperador bajo la guía de un
regente, alguien fuerte y capaz, que pueda ayudarle a convertirse en el gobernante que creo que
puede ser y será. Ese regente será el estimado Bayushi Shoju.

Toturi le miró fijamente.


Más tarde, reconocería haber sentido un orgullo indecoroso de no haber permitido caer su
máscara y revelar la profundidad de su asombro ante las palabras del Emperador. Pero en aquel
momento, solo pudo quedarse sentado y mirar fijamente al Hantei.
La abdicación del Emperador... sólo había ocurrido un puñado de veces a lo largo de la historia.
Sotorii pasado por alto... ¿cómo reaccionaría ese joven tempestuoso?
Daisetsu ascendiendo en su lugar, el nuevo Emperador... su genpuku tendría que ser apresurado,
lo que haría que llegase a la edad adulta antes de estar verdaderamente preparado.

66
¡Bayushi Shoju como regente!... ¡Bayushi Shoju!
Sotorii no sería Emperador. Gracias a los Kami por eso.
Pero... ¿acaso Shoju no es igual, aunque astuto en vez de cruel?
Por primera vez en su vida, no sabía a dónde llevaría ese camino. Pero como Campeón
Esmeralda, su sendero estaría inevitablemente entrelazado con él.
¿Qué voy a hacer?
—Majestad... esto es... trascendental. Me disculpo por necesitar un momento para...
considerarlo.
El Emperador asintió. —Entiendo, Akodo-san. Trascendental es una palabra excelente para
describir lo que acabo de decir.
Toturi bajó la mirada hacia su taza de té... la recogió... la dejó otra vez.
¿Bayushi Shoju...?
—Majestad —dijo, y luego se detuvo. Estaba a punto de decir la frase superficial y condescen-
diente que se abstuvo de decir hacía sólo un momento. Pero eso fue antes de que el Emperador
declarase su intención de poner al Campeón del Clan del Escorpión en el trono como regente.
Cogió aliento de nuevo, y dijo—. ¿Es esto necesario? Vuestro reinado puede ser largo y fructífero...
—¿Largo? —el Emperador le interrumpió, con una breve sonrisa irónica en la cara—. Ya ha
sido bendecido con creces. Mi dificultad con El tigre acecha a su presa es sólo un síntoma de mi
creciente dolencia... uno de los cada vez más numerosos síntomas —la sonrisa desapareció, y el
Emperador pareció aún más cansado que antes, si cabe.
—Majestad, ningún shugenja dudaría un instante en rezar por vuestra salud...
—El hombre que pide a los Cielos que se retrase su juicio ante Emma- Ō es un hombre
desafiante.
—Para ser francos, Akodo-san —continuó, moviendo una mano en dirección a los perga-
minos de la mesa—, ya no puedo leer documentos como estos. Sólo puedo tener la esperanza
de entenderlos si los escriben con letras estúpidamente grandes —el Emperador suspiró—. Y si
no soy capaz de leer, entonces debo confiar únicamente en las palabras de mis consejeros. Y un
Emperador tan confiado como para que otros perciban el mundo por él, aunque sea por necesi-
dad, es un Emperador propenso a ser manipulado.
El Hantei negó con la cabeza. —No puedo permitir que un optimismo infundado, o mi pro-
pio orgullo, se interponga en el camino de lo que sé, en mi interior, que debe ser. Estoy pen-
sando en el Imperio. Parece que todos los días llegan heraldos con noticias calamitosas de todo
Rokugán —el Emperador volvió a sonreír, pero esta vez era una sonrisa sombría y sin humor—.
Tengoku parece estarme diciendo de múltiples maneras que ha llegado el momento de retirarme.
—Eso no puedo creerlo, majestad.
—¿Cómo podéis no hacerlo, Akodo-san? Además de las muchas dificultades a las que se
enfrentan los clanes, ahora se avecina una guerra entre ellos. Incluso dejando de lado el conflicto

77
en ciernes entre vuestro propio clan y los Grulla por Toshi Ranbo, está la cuestión de Hisu
Mori Mura. El honor exigirá vengar la derrota de vuestros compatriotas en ese lugar a manos
Unicornio.
—Majestad...
—¿Lo negáis, Akodo-san?
Toturi cruzó las manos sobre su regazo. Hosokawa Tesshū había llegado a la Capital Imperial
dos días antes con noticias de la batalla, por lo que aún no había decidido como proceder. Pero...
¿lo había hecho? Con Hisu Mori Mura tan pronto después del insulto de la ruptura del compro-
miso de Shinjo Altansarnai con el daimyō Ikoma, ¿dudaba realmente que a su clan le quedara
otro remedio que pedir al trono el derecho a declarar la guerra a los Unicornio?
El Emperador sacudió lentamente la cabeza. —Por supuesto que no lo negáis, Akodo-san,
porque no podéis hacerlo. Y aunque encontrarais algún motivo para negarlo, ¿creéis de verdad
que vuestros generales, que vuestro clan, lo aceptaría?
Toturi negó finalmente con la cabeza. —No, majestad.
—Hubo un tiempo, Akodo-san, en el que creo que podría haber evitado muchos de estos
problemas que preocupan al Imperio, y mitigado los que no pudiera evitar. Pero ese tiempo ha
quedado atrás. Ahora, soy un hombre viejo, de salud delicada. Si no hago nada, Sotorii se conver-
tirá en Emperador cuando yo muera... y esa sombra que empaña su alma se extenderá, me temo,
sumergiendo al Imperio aún más en el caos y la oscuridad. No puedo permitir que eso suceda.
Toturi tomó aliento profundamente y se quedó mirando su taza de té mientras reflexionaba
sobre las palabras del Emperador. Quería seguir oponiéndose, persuadir al Emperador de que
estaba equivocado, que debía permanecer en el trono, que la abdicación y el nombramiento de su
hijo menor como heredero sería un enorme tumulto, con un resultado impredecible y peligroso
para el Imperio....
Pero.
Pero veía una profunda sabiduría en las palabras del Emperador. Sotorii era peligroso, y
de una forma que resultaba impredecible. Era más que una simple arrogancia o una naturaleza
voluble. En otra época los samuráis trataron de convencerse de que el joven que se convertiría en
Hantei XVI, el llamado Crisantemo de Acero, era simplemente arrogante y obstinado y que, con
el tiempo, se convertiría en un gobernante sabio y justo. En lugar de ello fue cruel, paranoico y
destructivo, hasta el punto de que sus propios guardias Seppun y samuráis de los clanes acabaron
matándolo en vez de arriesgarse a que su malvado reinado destrozase el Imperio por completo.
Y eso fue en una época en la que el Imperio se encontraba en un momento de relativa paz y esta-
bilidad. Si ahora ascendiese al trono un nuevo Crisantemo de Acero, podría hundir a Rokugán
en un caos del que quizás nunca se recuperaría.
Por lo tanto, abdicar y nombrar a Daisetsu su sucesor era, de hecho, la mejor decisión para
el Imperio.

88
¿Pero Bayushi Shoju como regente...?
Toturi miró al Emperador. —¿Habéis informado a alguien más de vuestras intenciones,
majestad?
—No lo he hecho. De hecho, he tomado esta decisión hace poco —el Emperador miró fija-
mente a Toturi—. Sin embargo, me gustaría escuchar vuestros pensamientos sobre esta decisión,
Campeón Esmeralda.
Toturi asintió ante el uso específico que había hecho el Emperador de su título. No deseaba
escuchar lo que Toturi el hombre tenía que decir, ni a Toturi de la familia Akodo, ni a Toturi,
Campeón del Clan del León.
—Muy bien, majestad. Veo sabiduría en esta decisión, a pesar de la posibilidad de que pro-
voque trastornos y disturbios. Creo que el príncipe Daisetsu sería un excelente Emperador... uno
que podría, con la orientación apropiada y debida, guiar al Imperio a través de esta época de
problemas y unirlo hasta llegar a una de paz y prosperidad.
—Habrá, por supuesto, quienes verán este cambio en las tradiciones como una afrenta —dijo
el Emperador—. Algunos pueden seguir siendo leales a Sotorii-san a pesar de todo.
—Es un riesgo, majestad. Pero como el vuestro, mi corazón me dice que es mejor unir al
Imperio tras el príncipe Daisetsu a su debido tiempo, que unirlo más rápidamente contra vuestro
hijo mayor.
El Emperador miró a Toturi durante un instante, y luego sirvió más té en ambas tazas. —Es
muy alentador oíros decir esto, Akodo-san. Pero es lo que no habéis dicho lo que más me interesa.
Toturi asintió. —Admito, majestad, tener profundas dudas sobre su intención de nombrar
regente al Señor Bayushi.
El Emperador bebió té. —¿Y cuál es la naturaleza de esas... dudas?
Toturi se puso tenso sin darse cuenta. Debía actuar con cautela. Ni siquiera el Campeón
Esmeralda tenía derecho a denigrar a un Campeón de clan. Además, sabía que Shoju era amigo
del Emperador. Tal vez su confidente más cercano.
—Bayushi —dijo Toturi— es, claramente, un líder fuerte y capaz para su clan. Ha situado al
Clan del Escorpión en una posición de preeminencia en el Imperio. Por eso, debe ser respetado,
incluso admirado.
El Emperador asintió y sorbió más té, pero no dijo nada.
—Mis dudas surgen de esa misma verdad —continuó Toturi—. Me preocupa que al señor
Bayushi le pueda resultar....difícil... anteponer los intereses del Imperio, y de los clanes en su
conjunto, a los del Escorpión —se detuvo, y luego se armó de valor para continuar—. E incluso
si es capaz de hacerlo, tal vez me preocupe más que otros, en posición de influenciarlo, puedan
no hacerlo.
—Habláis de la dama Kachiko.
No solo de ella, pensó Toturi, recordando como Bayushi Aramoro, el medio hermano de

99
Shoju, había intentado hacer trampas en el Torneo del Campeón Esmeralda... Pensó en otros,
en una legión de ellos... aduladores, conspiradores y manipuladores Escorpión, que tratarían de
aprovechar el hecho de que su campeón estuviese a efectos prácticos sentado en el trono.
—Es ambiciosa —dijo Toturi—. Creo que intentará explotar el poder que la regencia otorgará
a su esposo.
—¿No podría decirse lo mismo de casi cualquiera al que pudiera nombrar regente, Akodo-
san? ¿Que habrá gente en la que confíen y que puedan utilizarla para sus propios intereses? Y de
hecho... ¿no es eso ya cierto en mi caso?
¿Estaba ahora oyendo las palabras de Bayushi Kachiko? Después de todo, era la Consejera
Imperial, y podía hablar con el Emperador siempre que lo deseaba.
...un Emperador tan confiado como para que otros perciban el mundo por él, aunque sea por
necesidad, es un Emperador propenso a ser manipulado.
Sin embargo, no tenía mucho sentido seguir insistiendo. El pergamino solo había parecido
estar en blanco; el Emperador ya había decidido lo que se escribiría en él. Ahora, lo único que
podía hacer Toturi era dar forma y contener lo que estaba a punto de ser liberado sobre el Imperio.
—De nuevo, majestad, me siento humillado por vuestra sabiduría —fue todo lo que dijo
finalmente.
El Emperador asintió y pidió a un sirviente que le trajese un pincel y tinta. Cuando se los
trajeron, el Emperador los empujó, junto con el pergamino en blanco, hacia Toturi.
—De la misma forma que mis ojos han empezado a fallarme, Akodo-san, mis manos tiem-
blan demasiado como para poder escribir. Y no permitiré que un mero funcionario escriba una
misiva tan importante. Debéis escribirla por mí.
Aquella afirmación estuvo a punto de derribarlo al suelo. Una orden tan trascendental, escrita
no del puño y letra del Emperador, sino de su campeón.
¿Le considerarían los demás clanes como un manipulador? ¿Había sido ese el plan de Shoju
desde el principio?
No podía escribir aquello. Pero tampoco podía protestar ni dar voz a esas palabras. No podía
desobedecer a su señor, el Emperador.
El Emperador tenía razón, por supuesto. Ningún simple escriba o burócrata podía escribir un
documento como aquel, un documento que prometía sacudir a Rokugán con tanta fuerza como
cualquier terremoto. Y hacer que viniera del Campeón Esmeralda, en lugar del Canciller Kakita
Yoshi o de la Consejera Bayushi Kachiko... era la opción más neutral que tenía el Emperador.
Toturi tomó aliento lentamente, y apartó a un lado la taza de té. Colocó el pergamino ante él,
mojó el pincel en la tinta, y cuando el Emperador comenzó a dictar, empezó a escribir.
La tinta de su pincel parecía herir al papel como una espada, dejando rastros de sangre negra
a su paso.
¿Fue así como te sentiste, Hotaru, cuando me escribiste acerca de tu dolor? No sabías adónde

10
10
nos llevarían tus palabras, pero ya estaba hecho.
Pero estas palabras eran más pesadas que la muerte de un Campeón de clan, o de un her-
mano. Este pergamino, este trozo de papel en particular, era probablemente el más importante
que jamás escribiría. No, este pergamino sería el más importante que se escribiría, al menos
durante su vida.
“Un edicto...”
“...de Su Augusta Majestad Imperial, Hantei XXXVIII...”
Una vez terminada, la misiva era breve, apenas ocupaba la mitad de la página. Estaba escrita
claramente de la mano de Toturi, algo que Sotorii sin duda vería y reconocería.
El Emperador cogió el pergamino de manos de Toturi. —Os agradezco vuestra ayuda, Akodo-
san. Lo promulgaré mañana, en la corte —los ojos nublados del Emperador se encontraron con
los suyos—. ¿Hay algo más que deseéis discutir conmigo hoy?
—No, majestad —dijo Toturi, mirando el pergamino. Ahora mismo, no había otras palabras
que importaran más.

11
11

© 2018 Fantasy Flight Games.

También podría gustarte