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Andrea Ocampo

PAJARITO

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Ocampo, Andrea
Pajarito / Andrea Ocampo. - 1a ed . - Rosario :
Bengala, 2016.
18 p. ; 21 x 14 cm.

ISBN 978-987-26296-1-8

1. Poesía. I. Título.
CDD A861

© 2004 Editorial Ciudad Gótica

ISBN 978-987-26296-1-8

Corrección: Luciano Trangoni

https://soundcloud.com/andreaocampo
Diseño sonoro de Franco Falistoco Araya

Comunicación con la autora:


Bengala - aeocampo@hotmail.com

Tapa: serigrafía de Silvina Maroni


silvinamaroni@gmail.com

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

Primera edición: junio de 2016

Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier


medio visual, gráfico o sonoro sin la expresa autori-
zación de la editorial y/o la autora.

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Andrea Ocampo

PAJARITO

EDICIONES
BENGALA

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Esa misma tarde
jugué el 35 a la cabeza.
Ante la conmoción busqué
con el azar suspender la angustia
hasta el sorteo.

Como si saliera ahora


de la agencia de quiniela,
el sol cayendo a plomo,
la mano en el bolsillo.
En el bolsillo las llaves enrulan
el ticket electrónico.
Vuelvo caminando
y cruzo el parque
¿todo lo que tengo cabe en un bolsillo?

El sol cae a plomo pero no


duele. El recuerdo cae
a plomo. La cabeza es de plomo
y el recuerdo duele.

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Había prometido no volver a jugar,
entre otras cosas. Entre otras cosas,
prometer hace tangible
la renuncia.
Con la palabra promesa
se obtura el deseo de realizar o no
aquello que se promete.
Porque ningún pacto existe
si no convoca la traición
como necesidad.
Nunca cumplo lo que prometo
y aun así…

Unas cuadras nomás


de la agencia
y se escuchan los pájaros.
Me hundo
en el cielo turquesa y caliente.
Hay lo mismo adentro que afuera,
continuidad espejo movimiento,
el fondo del cielo a simple vista.

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No siempre fue así,
a veces era igual
la oscuridad adentro que afuera.
Oscuro de un lado
y del otro lado más oscuridad
y cada día nuevo
era menester regar el árbol
del que iba a ahorcarme.
Pero al crecer el árbol creció también
el cielo
y la promesa cerrojo y sol.

Con la palabra misma se realiza el acto.


Per – for – man – ce.
Un truco de crucigrama. Una ofensa al azar.
Años de mala suerte.
Todavía envidio la impaciencia
del que elige prometer.

Esa misma tarde jugué el 35


a la cabeza. No a los cinco
ni a los diez. A la cabeza.

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Me dejó por sms. Dos palabras.
Mi ringtón era el canto de un pájaro.
En pesadillas lo escucho.
El sobresalto agita el ala única
del insomnio.

Juntos observábamos pájaros.


Largos ratos de silencio
y buen pulso.
Hundida en el cielo turquesa
caliente recupero el peso
de mi cuerpo.
Curiosa urgencia, asombros del hallazgo.
Binoculares
y google en el celular
para reproducir sus llamadas y reclamos.
Me dejó por sms.
Dos palabras.

Mi ringtón era el canto de un pájaro.


La primera vez. La última vez.
Intercambiamos muchas promesas

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en el medio. Estábamos siempre
lejos, y las promesas le abrían
huecos a la distancia.
Las promesas dejaban atrás
lo irremediable.
Dejar atrás el acecho
de lo que se sabe condenado
es sobreponerse.
Sobrevivir a la propia fragilidad.

Me llevabas con vos,


como un barrilete aterrado llevado por un niño,
un barrilete aterrado y feliz,
con una felicidad de espuma
capaz de subir sin enredarse
en los árboles llenos
de barriletes huérfanos.
¿Cuándo el viento los liberaría?
¿Qué tormenta daría contra el suelo
sus esqueletos de cañitas quebradas?

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Prometer arrasa con lo frágil.
Y el reclamo impaciente del pichón
estallaba cada vez
que recibía un mensaje tuyo.

Siempre estábamos lejos.


Había que organizarse al detalle,
por tierra por aire por agua.
Un interminable montaje
de dársenas y andenes.
Aeropuertos, estaciones fluviales,
terminales de buses.
Un amor de no lugar. Estar de paso.
Beso de aeropuerto.
Lugar del beso.
Estar de paso en el amor.
El beso en su sitio y el amor de paso.
Estar y estar yéndose.

Escena de despedida,
escena de reencuentro:
intercambiamos muchas promesas
en el medio.

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Sin embargo, en algún momento
alcanzábamos
cierta velocidad de crucero.
Ríos bajo cielos de igual materia
blanda, tersa,
posados en el horizonte desordenado
cantábamos.
El mundo era de plastilina,
Bordes romos deshaciéndose y armándose
con rastro de muchas manos:
huellas digitales hojas en el árbol,
manchas amarillas los benteveos.
La materia atrae su propia disolución
en la mezcla extrema.
Horas así. Días enteros así.

Al llegar a casa apreté


el ticket de la quiniela
con un imán
a la puerta de la heladera.

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Cuando era chica
pasaba cada tarde una mujer de pelo rojo.
Tenía la edad de mi abuela
y anotaba las jugadas
en los márgenes del diario.
Se hablaba de sueños presagios,
de esperanzas e injusticias
y todo se traducía a números.
Los números intérpretes
del mundo de los sueños,
reparadores de la falta.

Ante la conmoción busqué


con el azar,
un modo de suspender
hasta la hora del sorteo,
como otras tantas veces, la angustia.

Nítidos contra el fondo visible del cielo


los tordos en el árbol pelado,
un recordatorio.
Nuestro último verano,

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cuando en largos ratos
nos quedábamos en silencio
y observábamos, juntos, pájaros.

Buen pulso para perseguir


el destello fugaz entre las ramas.
Acompañar con los ojos un trino.

El último sonido del mundo


lo hará un pájaro.
El último sonido de mi mundo
será el canto de un pájaro,
esa es mi promesa.
Lo salvaje que hay en mí
se esconde desde siempre,
no hay forma
de grabar su llamada ni leer su reclamo,
al menos no para vos
que llevabas el ansia hasta la ceguera.
Pura avidez que asolaba cada instante.

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Tu voz dibujada en el cuello de la garza.
Garza que en la noche
se estira infinita en el agua de la orilla.
Ojos en la oscuridad, asedio
de invisibles animales
reptando arena abajo.
Pico. Fantasma. Hambre.

El ringtón de pájaro me detuvo


en la vereda con el sol
cayendo a plomo sobre mi cabeza.
Dos palabras por sms.
Ni siquiera contesté.
En la agencia de la esquina jugué lo que llevaba.
Porque todo lo que tengo cabe en un bolsillo.

La primera vez. La última vez.


Muchas promesas en el medio.
Jugué todo al 35, no a los cinco ni a los diez:
a la cabeza. Y lo agarré.

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Esta segunda edición del libro
Pajarito
de Andrea Ocampo
consta de 300 ejemplares y
se terminó de imprimir el 29 de junio de 2016

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Andrea Ocampo

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