En mi alma tu dulce humanidad Y amorosa nostalgia vespertina La perfuma de ausencia y soledad.
Amada aparicion ultradivina
Que me ciega de luz y claridad, Ayer como una rosa decembrina Y hogaño como el sol y mi heredad.
Esta noche las arpas del recuerdo
Rondarán la aflicción en que me pierdo Soñando lo que nunca ha de llegar.
Y el ángel del amor en la penumbra
La luz apagará que nos alumbra Y entonces nos pondremos a llorar. -Héctor Ocampo Marín, 50 Sonetos Saturnales, 2007 …”Pero Aragorn se detuvo, y gritó con voz tenante: “¡Venid ahora! ¡Os llamo en nombre de la Piedra Negra!” Y súbitamente, el Ejército de las Sombras, que había permanecido en la retaguardia, se precipitó como una marea gris, arrasando todo cuanto encontraba a su paso. Oí gritos y cuernos apagados, y un murmullo como de voces innumerables muy distantes; como si escuchara los ecos de alguna olvidada batalla de los Años Oscuros, en otros tiempos. Pálidas eran las espadas que allí desenvainaban; pero ignoro si las hojas morderían aún, pues los Muertos no necesitaban más armas que el miedo. Nadie se les resistía. “Trepaban a todas las naves que estaban en los diques, y pasaban por encima de las aguas a las que se encontraban ancladas; y los marineros enloquecidos de terror se arrojaban por la borda, excepto los esclavos, que estaban encadenados a los remos. Y nosotros cabalgábamos implacables entre los enemigos en fuga, arrastrándolos como hojas caídas, hasta que llegamos a la orilla. Entonces, a cada uno de los grandes navíos que aún quedaban en los muelles, Aragorn envió a uno de los Dúnedain, para que reconfortaran a los cautivos que se encontraban a bordo, y los instaran a olvidar el miedo y a recobrar la libertad. “Antes que terminara aquel día oscuro no quedaba ningún enemigo capaz de resistirnos: los que no habían perecido ahogados, huían precipitadamente rumbo al sur con la esperanza de regresar a sus tierras. Extraño y prodigioso me parecía que los designios de Mordor hubieran sido desbaratados por aquellos espectros de oscuridad y de miedo. ¡Derrotado con sus propias armas!… (Fragmento del cuento el retorno del rey, de la trilogía el señor de los anillos, de J.R. Tolkien). Entran SANSÓN y GREGORIO, de la casa de los Capuletos, armados con espada y escudo. SANSÓN-- Gregorio, te juro que no vamos a tragar saliva. GREGORIO No, que tan tragones no somos. SANSÓN Digo que si no los tragamos, se les corta el cuello. GREGORIO Sí, pero no acabemos con la soga al cuello. SANSÓN Si me provocan, yo pego rápido. GREGORIO Sí, pero a pegar no te provocan tan rápido. SANSÓN A mí me provocan los perros de los Montescos. GREGORIO Provocar es mover y ser valiente, plantarse, así que si te provocan, tú sales corriendo. SANSÓN Los perros de los Montescos me mueven a plantarme. Con un hombre o mujer de los Montescos me agarro a las paredes. GREGORIO Entonces es que te pueden, porque al débil lo empujan contra la pared. FRAGMENTO DE ROMEO Y JULIETA, WILLIAM SHAKESPEARE