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UN PASO Y, LUEGO, OTRO

SEIS MEDITACIONES DIDÁCTICAS ESCOGIDAS PARA TI

Efraín Marcilla
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Título: Un paso y, luego, otro
Autor: Efraín Marcilla

Reservados todos los derechos. Se prohíbe, sin la autorización


escrita del titular, la reproducción total o parcial de este libro, su
tratamiento informático, transmisión visual, por fotocopia, por
registro, etc.; así como la distribución mediante alquiler o
préstamo públicos.

© Efraín Marcilla

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ÍNDICE

¿Qué es la Meditación Didáctica? (página 7)

El aire que nos rodea (página 9)

El humo del tabaco (página 15)

Mirar, escuchar y recordar (página 25)

Una comprensión fundamental (página 33)

La libertad psicológica (página 41)

Descubrir que la Vida es eterna (página 49)

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¿QUÉ ES LA MEDITACIÓN DIDÁCTICA?

En la meditación tradicional, uno se sienta, respira


para relajarse y aquietarse interiormente y, luego, se concentra
en sus pensamientos para que no alteren la voluntad ni
dominen la mente.
Ahora bien, en la Meditación Didáctica uno no
necesita sentarse ni respirar de determinada forma, ni tampoco
concentrarse en sus pensamientos. En la Meditación
Didáctica, lo importante es observar y comprender cualquier
actividad mental o experiencia personal, para que, bajo ese
estado de apertura, el Amor y la Inteligencia fluyan por
nosotros.
En esa libertad psicológica imprescindible en la
Meditación Didáctica, identificada por una apasionada
intención de observar y comprender los movimientos de la
mente –nuestra personalidad de instante en instante– y la vida
en general, uno puede utilizar el pensamiento, lógica y
racionalmente, como una herramienta. Seguramente, en
muchas ocasiones, mientras uno esté meditando, descubrirá
que la herramienta abarca el contenido total de la mente, es
decir, que el pensamiento –cualquier pensamiento– nos ha
dejado hipnotizados en su propio significado, apartando por
un momento el estado de percepción y comprensión
característico de la Meditación Didáctica. Sinceramente, esto
es natural y, percibir que ha ocurrido, es señal de querer
trascender y comprender el poder sugestivo y condicionante
que muchos pensamientos tienen sobre nosotros.

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La Meditación Didáctica, coherentemente, no es un
sistema de meditación abstracto. Cuando se medita
didácticamente, se percibe realmente lo que se somete a
meditación y, además, se aprende. Por ello, uno, poco a poco,
va asumiendo enseñanzas universales; o sea, enseñanzas
objetivas que cualquier ser humano puede constatar también.
Y, de igual forma, la Meditación Didáctica no es un
sistema de meditación complejo. Cuando se medita
didácticamente, se hace de una forma sencilla y razonable,
teniendo claro que lo fundamental es comprender; porque,
cuando se comprende, se avanza; cuando existe comprensión,
existe aprendizaje. Lo realmente bello es que, en la
comprensión, surge la simpatía, la empatía, la solidaridad y un
estado incondicionado mental que posee una tremenda y
maravillosa energía.
Como en toda ciencia, si uno no comprende, no
avanza. De modo que, aplicando un poco de sentido común,
uno debe sentir que la meditación y la comprensión “caminan
juntas”; y que el Amor no puede manifestarse si no existe
comprensión.
Sencillamente, comprender es Amar. Y éste es el
propósito fundamental de la Meditación Didáctica.

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EL AIRE QUE NOS RODEA

Respiro…

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Respiro otra vez…

¿Puedo decir que el aire que respiro es mío? Quizás


podría atreverme a comentar que, cuando está dentro de mí, sí
que me pertenece; aunque me engañaría, porque, si intento
retenerlo para apoderarme de él, me ahogo. De modo que no
puedo decir que el aire que respiro es mío. Y, de igual forma,
comprendo que tampoco nadie puede añadir que el aire que
respira es de su propiedad.

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Observándolo ampliamente, comprendo que el aire es
una creación de la Vida que compartimos todos de una forma
equitativa y natural.
¿Qué ocurriría si el aire tuviera color?

Si el aire tuviera un ligero color azulado, por ejemplo,


vería claramente cómo todos los seres humanos –y la
naturaleza en sí– estamos conectados por ese aire que nos
rodea y que respiramos.
Por lo tanto, observo y comprendo que el aire es vital
para la vida en general. Porque, sin aire, no soy físicamente
nada; sin aire, no existiría la vida en este Planeta.
Es muy razonable exponer que el aire es un vínculo de
unión entre todos.

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Ahora que ya he observado eso, ¿realmente
comprendo lo que significa?
Si sigo reflexionando y meditando, me doy cuenta que
soy tan frágil físicamente como cualquiera, ya que, ante la
ausencia de aire, moriría en menos de tres minutos. También
percibo que soy tan afortunado como los demás, porque,
gracias al aire, estoy vivo.

Siendo consciente de mi respiración junto a mi hijo,


mi pareja o cualquier persona, compruebo que el aire que
respiramos todos es una bendición. De esta forma, si ejercito
un poquito la imaginación, puedo ver el aire entrar dentro de
mí y salir, así como también lo puedo imaginar entrando y
saliendo del cuerpo de mi hijo o del de los demás. Sin lugar a
dudas, el aire es nuestra vida.

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Y, ante todo esto, me pregunto: ¿qué responsabilidad
tengo con respecto al aire que nos rodea?
Sé que forma parte de mi responsabilidad, si realmente
comprendo que el aire de esta hermosa Tierra es parte común
y esencial de todos, actuar siempre para favorecer la pureza
del aire que nos rodea y que nos da la vida. Mi
responsabilidad también radica en dejar una atmósfera sana a
mis hijos y a las futuras generaciones de humanos. Esta
responsabilidad es un acto de Amor a la Tierra y a la
humanidad.

El aire nos une y, al comprender profundamente este


hecho, se produce una acción inmediata desde el Amor.

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EL HUMO DEL TABACO

Respiro…

Respiro y me pregunto…

¿Es verdad que tengo dos pulmones? Lo cierto es que,


físicamente, nunca los he visto; sin embargo, no puedo

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negarlo, no puedo discutirlo, porque es un hecho irrefutable
que el ser humano nace con dos pulmones.
De modo que tengo dos pulmones…

¿Y para qué tengo dos pulmones? Obviamente, tengo


dos pulmones para respirar. Y éste es otro hecho irrefutable.
Si pongo mis manos en mi pecho y cierro los ojos, con
un poco de imaginación y atención, puedo ver interiormente y
sentir la presencia de mis pulmones y de mi propia
respiración. Es fascinante saber que detrás de mis manos,
detrás de mi pecho –en el tórax–, están mis dos pulmones.
Son mis dos pulmones; todos tenemos dos pulmones, pero
estos son los míos.

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De igual forma, es maravilloso sentir y comprobar
cómo el aire que respiro por la nariz o por la boca llega hasta
los pulmones, hasta mis pulmones. ¿Y qué pasa después?...

Que, de ese aire, la sangre obtiene el oxigeno


necesario para procurar que todas las células del cuerpo
funcionen; y, además, que la sangre expulsa el anhídrido
carbónico fruto de la regeneración celular.
De modo que inspiro…, y el oxigeno entra en la
sangre; y espiro…, y el anhídrido carbónico sale de la sangre.
Y lo verdaderamente cierto es que es mi sangre y también son
mis células las que están implicadas en todo este proceso de la
respiración.

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¿Puedo vivir sin respirar? ¡Qué pregunta más absurda!
Porque en menos de tres minutos, si no respirara, moriría.
Como no puedo vivir sin respirar, mis pulmones son
uno de los bienes físicos más grandes de mi vida. ¿Se puede
poner precio a mis pulmones? No; rotundamente, no… Mis
pulmones no tienen precio, porque son mi vida. Sin mis
pulmones, no soy yo; y yo no soy físicamente nada sin mis
pulmones. Esto es un hecho irrefutable e indiscutible.
Entonces, ¿por qué fumo? ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué
estoy haciendo con mi vida, con mis pulmones?

Si soy muy serio, tendría que responder que, cuando


fumo, me estoy suicidando poco a poco. Pero todavía no me
creo eso, porque todavía estoy sano.
Pero ¿realmente estoy sano? ¿Están bien mis
pulmones? Si no los puedo ver, ¿cómo sé que están bien?
¿Cómo sé que el humo del tabaco, con sus más de cuatro mil
componentes químicos tóxicos, y más de sesenta
cancerígenos, no han provocado algún daño a mis
pulmones?... Creo que simplemente lo sé. Aunque esto no es
un hecho irrefutable. Éste es mi pensamiento y, como en
muchas otras ocasiones, puedo estar equivocado. Y esto sí que
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es un hecho irrefutable: que el pensamiento provoca
confusiones. Por lo tanto, no me puedo fiar de mi
pensamiento. ¿Y, entonces, qué hago?

Si con el pensamiento no puedo resolver mis dudas, no


me queda más remedio que comprender.
Es un hecho incuestionable que el humo del tabaco
provoca cáncer de pulmón y muchos más tipos de cánceres.
Eso lo comprendo; no obstante, me cuesta creer que pueda
pasarme a mí.

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¿Soy inmune al cáncer? Si digo que sí, nuevamente es
mi pensamiento el que responde; y, naturalmente, me estaría
engañando a mí mismo con mi propio pensamiento.
Ciertamente, no soy inmune al cáncer; y esto sí que es otro
hecho irrefutable.
¿Qué pasaría si tuviera cáncer? Posiblemente, estaría
cagado de miedo, pensando, incluso, en la muerte. ¿Quiero
tener cáncer? Rotundamente, no. ¿Quiero morir?
Rotundamente, no.

El cáncer y la muerte me hacen pensar en mis hijos, en


mi familia, en mis amigos, en todas las cosas que todavía no
he hecho. Se me caería la cara de vergüenza si digo que no me
importa mi familia, mis hijos, mi mujer o mis amigos; porque
sí que me importan y no quiero verlos sufrir por mi culpa.
El cáncer y la muerte me hacen pensar en el
sufrimiento físico y en el dolor emocional… Rotundamente,
no quiero tener cáncer; porque no quiero sufrir y hacer sufrir;
porque quiero vivir y ser feliz.

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Entonces, ¿cómo me enfrento a los hechos? ¿Cómo
supero mi adicción? ¿Cómo supero el hecho de que me gusta
fumar?

Está claro que, si me enfrento con mis pensamientos al


hecho de fumar, no voy a dejar de fumar. Yo sé que puedo
tener un cáncer, que me puedo morir; que si eso ocurre voy a
sufrir mucho y hacer sufrir mucho a los que me rodean; pero
esos pensamientos no tienen la suficiente fuerza para hacerme
dejar de fumar. ¿Qué puedo hacer entonces?

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Lo único que puedo hacer es ser consciente siempre
que fume; es decir, intentar comprender qué estoy haciendo
cada vez que me fumo un cigarro.
Es un hecho irrefutable que hasta ahora estoy fumando
desde la inconsciencia; por lo tanto, desde ahora voy a fumar
desde la conciencia de saber qué estoy haciendo. Así que, allá
voy…

Enciendo un cigarro… y comprendo que el aire que


respiro ya no es aire, sino humo de tabaco: el guerrero
maldito que quiere matarme… El aire, al inspirar a través
del cigarro, se transforma en humo de tabaco, que contiene
componentes químicos nocivos para la salud. Ese humo llega
a mis pulmones; no es aire lo que llega a mis pulmones, sino
humo.
Una vez que el humo llega a mis pulmones, mi sangre,
de ese humo, debe absorber el oxigeno. ¿Cuánto oxigeno
habrá en ese humo? No lo sé, pero menos que el que existe en
el aire que respiraría si no fumara. Pero es que, además, en ese
humo hay sustancias venenosas para mí.

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Y ahora espiro, ahora expulso el humo del tabaco
cargado también con el anhídrido carbónico que la sangre
devuelve a los pulmones.
Este humo nocivo ha entrado por mi boca –pasando
por la laringe, la tráquea y los bronquios– y ha llegado hasta
mis pulmones; y, luego, al expulsarlo, incluso pasa por mi
nariz. Y esto se repite en cada calada.
En cada calada, el humo del tabaco, con sus más de
cuatro mil componentes químicos tóxicos, y cancerígenos,
empaña las células que componen mi cuerpo físico: el templo
de mi espíritu, de mi vida.
En cada calada que le doy a un cigarro, visualizo y
comprendo este proceso…, y soy consciente que estoy
favoreciendo la creación de un cáncer en mi cuerpo. Soy
consciente que el guerrero maldito que quiere matarme
está ganando poco a poco la batalla de mi vida: y esto no lo
puedo consentir.

Si esta comprensión se produce con cada cigarrillo que


me fumo, finalmente sé que podré dejar de fumar pronto;
porque, indiscutiblemente, la comprensión es la energía
espiritual que todo lo vence.
Éste es mi reto…

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MIRAR, ESCUCHAR Y RECORDAR

¿Cómo puedo empezar a conocerme mentalmente, es


decir, psicológicamente? ¿Tengo que empezar a leer algún
libro en particular? ¿Debo seguir las indicaciones de alguien?
¿Qué hago?
En toda ciencia, cuando se desea comprender algo, se
comienza observando objetivamente aquello que se estudia.

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¿Y qué quiero estudiar? ¿Qué quiero conocer? Es
obvio que quiero conocerme íntegramente, es decir, desde los
tres estados del ser que me caracterizan a mí y a todos los
seres humanos. Estos tres estados del ser son: el físico, el
mental y el espiritual.

Físicamente estoy formado por este cuerpo humano.


Mentalmente me defino a través de mis recuerdos y mis
pensamientos. Y espiritualmente siento que la Comprensión,
el Amor y la Acción Correcta constituyen mi Cuerpo
Espiritual o Universal.
No obstante, como ser humano, quiero empezar a
conocerme muy racionalmente, estableciendo hechos
concretos y objetivos que cualquier persona pueda también
observar y comprender. Si esto es así, sabré, lógicamente, que
no me estoy equivocando.

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¿Por dónde empiezo entonces?

Esta pregunta me hace pensar… y, si pienso,


compruebo que no estoy observándome. De manera que me
voy a observar sin que el pensamiento me despiste.

Y, en este silencio que se ha producido –en el que he


podido sentir cierta calma interior–, me he dado cuenta que
simplemente estaba mirando a mi alrededor. Gracias al
sentido de la vista puedo ver los colores y percibir las formas

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materiales; es decir, puedo ver todo aquello que me rodea: el
mundo exterior.

¿Qué pasa si cierro los ojos?

Naturalmente, que no veo nada… Sin embargo, sí que


puedo ver algo; puedo ver interiormente aquellos recuerdos
visuales que flotan en mi mente… Lo voy a comprobar para
comprenderlo.
Si miro, por ejemplo, el ratón del ordenador y, a
continuación, cierro los ojos, compruebo que, al recordarlo,
también puedo verlo mentalmente, o sea, interiormente. De
modo que soy capaz de recordar imágenes, es decir, construir
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con mi mente, de una manera más o menos detallada, aquello
que instantes antes he podido observar a través del sentido de
la vista.

Por lo tanto, los recuerdos que proceden del acto de


mirar son visuales.
Con un poco de sentido común, me doy cuenta, y
comprendo, que a todo el mundo le sucede lo mismo. Todos
los seres humanos podemos recordar en imágenes; y esas
imágenes provienen de las impresiones que recibimos a través
del sentido de la vista.
Razonablemente, ahora puedo decir que me conozco
mentalmente un poquito más.

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Quiero seguir descubriéndome y, por ello, me
pregunto: ¿cómo son los recuerdos de los sonidos que oigo a
través del sentido auditivo?

Para llegar a la comprensión de esto, necesito


nuevamente observarme.
Y, mientras me observo, de nuevo, adviene el
silencio… y, entonces, me doy cuenta del sonido del tráfico.
El sonido del tráfico llega a mi cerebro, a mi mente; pero
resulta obvio que no puedo reproducirlo mentalmente
(recordarlo) tal y como antes he hecho con el ratón del
ordenador. Sólo puedo identificar ese sonido; es decir, saber
que se trata del sonido del tráfico. Y sé que es el sonido del
tráfico porque en su día aprendí a relacionar dicho sonido con
la circulación del los coches.
En este momento, comprendo que mi mente tiene la
facultad de construir imágenes, pero no tiene la facultad de
reproducir sonidos.
Sin embargo, observo que el lenguaje hablado es un
sonido… Si escucho a una amiga, por ejemplo, decirme que
no va a fumar más en su vida, soy consciente que puedo
recordar esa frase sonora tal cual la oigo. Mentalmente, puedo

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repetir “no voy a fumar más en mi vida” con mi voz interior; y
esos son exactamente los sonidos que acabo de escuchar de
mi amiga.

He empezado a descubrirme mentalmente y, lo


extraordinario, es que me doy cuenta que, al conocerme física,
mental y espiritualmente, también estoy conociendo al resto
de seres humanos.
En todas las personas se dan estos procesos físico-
mentales; es decir, todo el mundo, tras mirar, puede recordar
de una forma visual aquello que ha visto. Y todo el mundo,
tras oír cualquier conversación, puede recordar con su voz
interior lo que termina de escuchar hace un momento o,
naturalmente, días.

Es un acto de Amor saberse igual a los demás, porque,


desde ese mismo principio, surge la Acción Correcta y la
Bondad.

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UNA COMPRENSIÓN FUNDAMENTAL

¿Existe algo significativo que me haga distinto a otros


seres humanos? ¿Soy en algo diferente a los demás? Me
gustaría comprender, de una forma sencilla, si soy igual que
cualquier otro individuo… y, si no es así, qué me hace
distinto.

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Voy a comenzar observándome físicamente. Hasta
donde puedo ver –incluso utilizando un espejo para ello–,
compruebo que no hay nada corporal que me diferencie de los
demás. Como todos, tengo dos pies y dos piernas; tengo
glúteos y genitales; tengo un ombligo, pecho, dos brazos y
dos manos; tengo abdomen, tórax, espalda, hombros, cuello…
y una cabeza con ojos, orejas, nariz, boca y cabello.

¿Podría considerarme diferente por ser más alto o más


bajo, por tener una parte de mi cuerpo más grande o más
pequeña?
Evidentemente, no. Porque, biológica y
funcionalmente, esas partes de mi cuerpo son idénticas a las
de todo el mundo.

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¿Podría considerarme distinto por tener el pelo, los
ojos o la piel de una determinada forma o color?
Nuevamente, no. Porque la función física que
desarrollan, tanto el pelo, los ojos o la piel, es idéntica en
todas las personas.
¿Puedo decir entonces que, por ser un hombre, soy
diferente a una mujer?
Y, naturalmente, desde cualquier aspecto, sé que no.
Podría engañarme y pensar que los genitales me hacen
físicamente diferente a la mujer, pero esto es muy inmaduro,
porque eso no puede considerarse una diferencia física; ya que
el sistema reproductor del hombre y el de la mujer son
específicamente de una determinada forma.

Si profundizo un poquito más, tampoco encuentro


ninguna diferencia sustancial dentro del conjunto de órganos,

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músculos y huesos que forman parte de mi cuerpo humano.
Todos tenemos un esqueleto óseo, dos pulmones, un corazón,
intestino grueso y delgado, dos riñones, cerebro, etc.
Por lo tanto, físicamente no soy diferente al resto de
personas; y esto lo comprendo profundamente.

Y ahora me pregunto: desde el aspecto mental de mi


vida, ¿es posible encontrar alguna diferencia con respecto a
los demás?
Ésta no es una pregunta sencilla; pero, no obstante,
quiero abordarla de una forma lógica y razonable. Para ello,
primero tengo que responder a esta cuestión: ¿cuál es el centro
de la mente? ¿Desde dónde se define la mente?

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Si quiero encontrar alguna diferencia que me distinga
de los demás, considerándome mentalmente, es muy oportuno
que antes tenga claro cuál es el centro de la mente, ya que
necesito ser muy razonable en todo esto.
¿Es la memoria el centro de la mente? ¿Puedo “ser”
mentalmente sin memoria?

Creo que un ejemplo me ayudará a comprender si la


memoria es el centro de la mente; por eso, voy a mirar una
manzana…

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Antes de mirarla, esa manzana no formaba parte de mi
memoria; pero, tras mirarla, ya puedo recordarla; y esto me
demuestra que, efectivamente, he memorizado su imagen.
Si reflexiono y medito didácticamente un poquito más,
sé que, si alguien me preguntara si me voy a comer esa
manzana, esa cuestión sonora del lenguaje castellano la podría
memorizar; y, de hecho, como la he memorizado, tengo la
facultad de repetirla: “¿te vas a comer esa manzana?”… Y
resulta muy razonable y evidente exponer que, sin memoria,
no hubiera podido repetir esa frase.

De igual forma, si imagino que la manzana se


transforma mágicamente en un dado de color verde, observo y
comprendo que ese pensamiento no lo hubiera podido tener si
antes no existiera en mi memoria la imagen de la manzana y
del dado.

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Y, razonadamente, con este ejemplo también descubro
que la imaginación y el pensamiento se apoyan en la memoria
para tomar forma.
De una manera sencilla, he comprendido que la
memoria es el centro de la mente. Todos los seres humanos
tenemos la capacidad de memorizar y, absolutamente todos,
nos apoyamos en la memoria para recordar y pensar.
Esta comprensión fundamental me confirma que,
mentalmente, tampoco soy diferente de los demás.

Sé que todo el mundo puede memorizar, recordar y


pensar. A través de los cinco sentidos físicos, memorizamos
y, luego, ya podemos recordar y pensar. Y esto es así en todos
los seres humanos. Y forma parte de otra meditación el que
comprenda que los pensamientos también influyen en la
memoria; y esto también nos ocurre a todos.
Meditando didácticamente, no he encontrado ninguna
diferencia esencial que me distinga de los demás;

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coherentemente, puedo afirmar –y comprendo– que todos
somos iguales.
Y, si todos somos iguales, ¿por qué seguimos
hipnotizados en las falsas diferencias psicológicas?

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LA LIBERTAD PSICOLÓGICA

Observando el vuelo de un pájaro, me pregunto: ¿es


posible, de algún modo, experimentar esa libertad aérea que
poseen las aves?

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Como es evidente que no tengo alas para volar, para
hacerlo, para experimentar la libertad espacial que poseen los
pájaros, necesitaría, por ejemplo, un ala delta o un parapente.
Ahora bien, ¿es posible volar en sueños? Naturalmente
que sí. Yo sé que he volado como un pájaro en muchos
sueños; que ha bastado una simple carrera para alzarme
volando por encima de la gente, de los edificios o de la
naturaleza. Esos sueños son especiales y espaciales; y, al
despertar, me hacen sentir tan afortunado como un ave.

No obstante, razonablemente, comprendo que


físicamente no tengo la capacidad de volar y que sólo podría
volar como un pájaro utilizando medios para tal fin.
¿Puedo volar mentalmente? ¿Sería posible utilizar el
pensamiento para crear una vivencia interior donde volara
como un pájaro?
Claro que es posible… Si cierro los ojos para tener una
mayor percepción de los pensamientos en los que me voy a
recrear, enseguida puedo empezar a imaginar que estoy de pié

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en la barandilla del balcón. Desde ahí, extendiendo los brazos,
me impulso con un pequeño salto al exterior y comienzo a
volar. Mentalmente, puedo verme planeando por encima de
los árboles, del tráfico y de la gente que camina o está sentada
en los bancos del parque. Con un poco más de imaginación,
puedo incluso quedarme estático en el aire y, al poco tiempo,
con total tranquilidad, deslizarme, en un vuelo perfecto, hasta
el balcón de mi hogar, terminando con ello esta vivencia
interior que he construido con el pensamiento.

¿Y qué me enseña esta experiencia mental? Si lo


observo con calma, comprendo que, sin memoria, no hubiera
podido imaginar o pensar que volaba como un pájaro. Es
decir, he necesitado recordar el balcón de mi casa, la vista
aérea de la calle, cómo es el vuelo de un ave y el tráfico o el
caminar de la gente, para poder crear esa experiencia mental.
Por ello, soy consciente que, sin memoria, sin el recuerdo de

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experiencias y conocimientos pasados, no puedo pensar. Y
esto, sencillamente, constituye un hecho universal que nadie
puede negar.

Con un poco más de atención, me doy cuenta que la


experiencia mental de volar ha sido completamente visual; es
decir, que he utilizado pensamientos visuales para crear esa
película interior donde he volado como un pájaro.
¿Hay algo más que puedo aprender de esta simple
vivencia mental?
Si lo observo de nuevo, compruebo que los
pensamientos en los que me he recreado han pasado a formar
parte de mi memoria. Hace un momento, no existía en mi
memoria esa película mental que he construido pensando. Sin
embargo, tras crearla interiormente, la he memorizado; y
prueba de ello es que la puedo recordar. Por lo tanto,
comprendo que la memoria se crea a partir de los sentidos
físicos y, también, gracias al pensamiento. Puedo decir,

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entonces, que los pensamientos participan en la generación de
memoria; en mi memoria, que soy yo.

Ahora bien, ¿es real el recuerdo de haber volado


mentalmente? Razonadamente, sé que el recuerdo de haber
volado mentalmente es real; pero, sin embargo, también
razonadamente, comprendo que dicho recuerdo refleja algo
falso, algo ilusorio, pues no es cierto que yo, como ser
humano, pueda volar.
Por lo tanto, ¿está mi memoria, que no es distinta de
mí, formada o construida por experiencias y conocimientos
reales, objetivos y universales? ¿O también forman parte de
mi memoria –de mí– conocimientos ilusorios, irreales o
subjetivos?

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Si en mi memoria hay conocimientos y experiencias
ilusorias, irreales y relativas, resulta evidente exponer que,
cuando pienso al respecto, estoy equivocado. En
consecuencia, si eso es así, yo mismo, sin ser consciente, me
engaño; y, además, lo que es peor, puedo influir y engañar a
los demás cuando me apoyo y me aferro a esos conocimientos
o experiencias.

Meditando de una forma didáctica y dinámica, he


llegado a un punto importante. Porque, en un instante, he
comprendido que mi forma de ser puede estar manipulada por
grandes mentiras, que, sin embargo, yo creo que son verdad.
Así que, aplicando un poco de inteligencia, debo tomar
la decisión de deshacerme de todas las ilusiones y mentiras
que a lo largo de mi vida han contaminado mi memoria –mi
vida–. Por ello, quiero comprender y descubrir el componente
espiritual o universal de la Vida, para que, psicológicamente,
jamás me engañe ni engañe a nadie.
Con un ejercicio mental, me he dado cuenta que mi
memoria puede contener falsos conocimientos y que, en

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consecuencia, esos conocimientos falsos pueden estar
haciéndome pensar de una forma equivocada. Y al llegar a
esta comprensión, es natural que me pregunte si puedo limpiar
mi mente; es decir, si puedo recuperar la “visión universal de
la Vida”.

Y ésta es la belleza y el propósito de la Meditación


Didáctica. De una forma amena y comprensible, he
comenzado a conocerme. Todo lo que descubro en mí, como
no soy distinto de los demás, sé que también es parte de
cualquier persona; y esto, nuevamente, posee su propia
belleza.

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DESCUBRIR QUE LA VIDA ES ETERNA

Ésta es la pregunta que me hago: ¿dónde acaba el


universo?
Si me entretengo mirando el cielo y aplico un poco de
conocimiento y razonamiento, sé que estoy mirando el cielo
desde el Planeta Tierra, que a su vez se encuentra en el
Sistema Solar, y éste en la Galaxia Vía Láctea, que es una de
las miles de millones de galaxias del universo.

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Si tuviera la capacidad de volar y salir del planeta
Tierra para encontrar los límites del universo, ¿encontraría un
final, un fin espacial? Naturalmente que no… Y esto, para el
razonamiento humano, supone algo incomprensible.
¿Existe en mí algo de idéntica naturaleza? ¿Hay una
parte de mí que sea ilimitada, que no esté definida por algo
material o temporal?

Hasta donde puedo razonar y comprender, sé que mi


cuerpo físico no posee una naturaleza eterna, pues está
limitado en el tiempo y en el espacio. Mi cuerpo posee cierta
forma y dimensiones y, además, perecerá: algún día dejará de
ser. De modo que, físicamente, soy y estoy limitado.

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¿Posee mi mente una naturaliza ilimitada?... Si me
observo mentalmente, teniendo muy claro que el centro de mi
mente es la memoria, que se refleja interior y exteriormente
(comunicación y acción) a través de recuerdos y
pensamientos, puedo comprender que la naturaleza de mi
mente también es limitada, pues, con un poco de sentido
común, entiendo que mi memoria, el centro de mi mente, está
muy definida; ya que mi memoria es el producto de mi actual
vida física. Por ello, tampoco puedo decir que mi mente posea
una cualidad atemporal, infinita o ilimitada.

¿Cómo puedo sentir, saber o percibir si hay algo en mí


que posea una naturaleza ilimitada? Si esto existiera en mí, es
razonable exponer que también existe en todos los seres
humanos. Y si puedo dar con esta parte infinita de mi ser,
razonadamente, descubriré que la Vida es eterna, que estaré
vivo, desde ese estado del ser, cuando muera físicamente:
estaré vivo por toda la eternidad.
Mi dificultad, sin embargo, reside en encontrar o
comprender algo ilimitado con un cuerpo y una mente
limitada. Con mi mente, que es el resultado de la limitación de
mi cuerpo físico, de mis limitadas experiencias y
conocimientos, de unos cuantos años de vida física…, quiero

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encontrar –si es que existe– algo que no está sujeto al tiempo
ni a limitación alguna. Es exactamente lo mismo que intentar
encontrar y comprender los límites del universo: es imposible.
Porque algo limitado no puede “tocar” lo ilimitado. Sólo algo
infinito, inconmensurable, no limitado por el tiempo ni el
espacio, ni condicionado por lo material, puede “tocar o
abarcar”, es decir, puede tener cierta relación de “contacto”
con lo limitado. Exponiéndolo de una forma sencilla: la luz sí
que puede tocar o tener una relación de contacto con algún
objeto; pero el objeto no puede “llegar” a la luz.

Por ello, desde ahora no voy a buscar con mi mente


limitada aquella parte de mí que pudiera no serlo, porque es
un contrasentido. Razonadamente, podría decir que es la parte
ilimitada o espiritual de mi ser la que tiene que entrar en
contacto con mi mente y mi cuerpo.
Como quiero descubrir si poseo una naturaleza
espiritual, eterna o ilimitada, voy a quedarme quieto
físicamente y quieto mentalmente. Físicamente es fácil
quedarse en reposo, tranquilo…, pero mentalmente es más
difícil. No obstante, para que mi mente no divague en esto y
lo otro –cosa que indicaría que no está quieta–, voy a dejarla

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inmóvil en un solo pensamiento. Y este pensamiento va a ser
la imagen de una vela encendida en una habitación oscura
(recurro a este pensamiento porque sé que es muy sencillo
recrearse en él).

Y así estoy: quieto físicamente e imaginando


mentalmente una vela encendida en la oscuridad…

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Y ahora sí; ahora lo percibo, ahora lo ilimitado se
expresa en mí.
Porque, ese silencio interior que se precipita sobre mí
mientras estoy pensando en una vela encendida, ¿posee
limitaciones?
Porque, el espacio donde imagino la vela encendida y
desde donde la puedo “ver” mentalmente, interiormente,
¿posee limitaciones?
Porque, la comprensión que se precipita sobre mí,
haciéndome consciente y sabedor que lo que estoy
imaginando es algo que surge de mi memoria y de mi mente
limitada, ¿posee limitaciones?
Porque, la Inteligencia y el Amor que se expresan
desde mí para no hacerme sufrir ni dañar a nadie con ese
pensamiento, ¿posee limitaciones?
La respuesta, naturalmente, es: no. El silencio y el
espacio interior, la comprensión, el Amor y la Inteligencia no
poseen limitaciones.
De modo que, de una forma sencilla, he sentido y soy
consciente de que mi ser posee una naturaleza ilimitada,
atemporal, infinita; y este descubrimiento es trascendental.

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¿Es ese silencio, ese espacio, esa comprensión,
Inteligencia y Amor de la misma naturaleza en todos los seres
humanos?
Evidentemente, lo es.
Hasta ahora, he sido un ser de la tercera y cuarta
dimensión, un ser que se creía solamente físico y mental. Pero
he descubierto que en mí existe una naturaleza espiritual. Si
esta naturaleza espiritual actúa o se expresa desde mí,
entonces estoy en otra dimensión, en la dimensión donde no
existen diferencias; en la dimensión donde la Vida es eterna,
desde donde todos los seres humanos somos iguales.
He descubierto que la Vida, mi vida, es eterna… Y
esto posee una belleza sin igual.

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