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Las confirmaciones
Desde el primero de mayo de 1980, los simples sacerdotes de la fraternidad
San Pío X están «autorizados» por sus superiores para conferir el sacramento
de la Confirmación. Esta situación ha continuado incluso después de las
consagraciones de 1988. No hay ninguna duda de que estas confirmaciones
son ni más ni menos que inválidas.
Esto ha sido demostrado sin que nadie lo rebata o contraargumente en el
Cahier de Cassiciacum n. 6 (mayo 1981), pp. 1-11. El núcleo de la demostración
es el siguiente: como efecto de su carácter sacerdotal, un simple sacerdote no
tiene la potestad de confirmar: tal es la enseñanza del Concilio de Trento.
Para que pueda conferir dicho sacramento, es necesario que su potestad
sacramental sea ampliada, ya sea de manera permanente e imposible de
perder a través de la consagración episcopal, o ya sea de forma precaria por
vía del Sumo Pontífice. No hay suplencia posible, puesto que no hay ningún
fundamento real que sirva como punto de apoyo para dicha suplencia.
Hay que decir las cosas como son: esta pretensión de otorgarles a los
simples sacerdotes la potestad de confirmar pone de manifiesto una falta
total de noción acerca de qué es el orden sacramental, qué es la potestad
sacerdotal, qué es la suplencia. Es una teología improvisada para salir al
paso, sin principios ni coherencia y, por tanto, sin verdad (y, en este caso
también, sin eficacia).
Es así que, cuando el obispo «conciliar» Monseñor Lazlo rompió valero-
samente sus vínculos con la religión del Vaticano II y se unió a la fraternidad
San Pío X, se le solicitó que realizara confirmaciones, incluso a pesar de
haber sido consagrado en 1972, conforme al rito reformado y desnaturalizado
que se promulgó en 1968.
Sin embargo, a causa de la profunda perturbación que Pablo VI le infligió
al ritual y, a causa del espíritu protestante que presidió dicha revolución, era
necesario considerar previamente el serio problema de la validez de su
consagración. Esto no se hizo en absoluto.
Y, aun así, cuando se mencionó este problema, no dudaron —contra toda
la teología católica— en recurrir al concepto de suplencia para imaginar que
dichas confirmaciones podían ser válidas a pesar de todo. Como testimonio
está la siguiente carta que reproduzco aquí [traducida del francés]:
FSSPX Menzingen + 12 de agosto de 1998
Estimado X:
Gracias por enviarme una copia de El drama anglicano, el folleto del Dr.
Rama Coomaraswamy.
Habiéndolo leído rápidamente, concluyo que hay una duda acerca de la
validez de las consagraciones episcopales conferidas según el rito de
Pablo VI.
El spiritum principalem de la forma introducida por Pablo VI carece en sí
mismo de suficiente claridad y los ritos complementarios no comunican
explícitamente su significación en un sentido católico.
Con respecto a Monseñor Lazlo, nos sería difícil explicarle estas cosas. La
única solución es no pedirle que confirme ni que ordene.
Quedo de usted en Jesucristo Nuestro Señor,
+ Bernard Tissier de Mallerais
P.S. De último minuto, ¡Monseñor Lazlo ya confirmó entre nosotros! Y ha
confirmado a no pocos. Esto es evidentemente válido por suplencia de la
Iglesia (can. 209), dado que las confirmaciones de un simple sacerdote son
válidas con jurisdicción. Y no hallamos cómo señalarle su duda a Monseñor
Lazlo. Por lo tanto, ¡le rogamos silencio y discreción acerca de este asunto!
Semejante reacción es totalmente descabellada por la sencilla razón de
que a un simple sacerdote (a un no-obispo, para el caso) lo que le falta no es
un sujeto a confirmar, es la potestad sacramental para hacerlo. Ahora bien, una
suplencia no le concierne sino a una jurisdicción, es decir, a una asignación
de sujetos. Pero, ¡calladitos! Esto no debe ser comunicado a los fieles, ni
siquiera al ingenuo sacerdote adoctrinado desde hace décadas y que no pone
los medios para educarse en las fuentes de la doctrina católica: es así que
quieren «tomarles el pelo» a los fieles y que les engañan en un tema de una
gravedad indudable.
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Una falsificación del catecismo
La negativa a considerar en la integridad de la fe en acto la situación de la
Iglesia y de su autoridad ha llevado a elaborar y poner en práctica falsos
principios que llegan al extremo de invalidar los sacramentos. Para cerrar el
círculo y completar el engaño, solo resta modificar el catecismo a modo de
ocultar el asunto. Hoy en día, esto ya es cosa hecha.
En 2010, las ediciones del Courrier de Rome publicaron, auspiciadas por la
fraternidad San Pío X, una nueva traducción [francesa] del catecismo de San
Pío X (del verdadero, el de 1912). Esta edición es de bella factura; la
encuadernación, la tipografía y las ilustraciones son agradables.
Pero, si la abrimos en la pregunta número 307 (p. 104), relativa al
sacramento de la Confirmación —misma que es de nuestro interés aquí—
nos topamos con la sorpresa de una seria omisión que no puede ser fortuita.
He aquí el texto de dicha edición [traducido al español]:
¿Quién es el ministro de la Confirmación?
El ministro de la Confirmación es el Obispo y, de manera extraordinaria, el
sacerdote que haya recibido la facultad.
1
Loc. Carbignano, 36. I – 10020 Verrua-Savoia (To).
2
Maison Saint-Joseph. F – 10260 Saint-Parres-lès-Vaudes.
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Esta comisión no es, como su nombre puede hacernos creer y como sería
bueno y legítimo, la reunión de algunos miembros de la fraternidad, más
cualificados en derecho canónico y encargados de iluminar a sus cofrades o a
los fieles en materia de la ley de la Iglesia católica.
No, dicha comisión pretende ser un verdadero tribunal con autoridad en
materia de votos, de censuras y de matrimonio que tome el lugar del
Tribunal Pontificio de la Rota. La comisión se atribuye así el poder de
dispensar impedimentos matrimoniales, de declarar la nulidad canónica de
los matrimonios, de dispensar votos y de absolver censuras. El dossier
publicado en Sodalitium no deja ninguna duda acerca de este tema: los
facsímiles de formularios lo muestran muy claramente y ponen de manifiesto
que el sistema está en marcha.
Nada —ni la necesidad ni una crisis de la Iglesia— puede justificar
semejante institución, pues semejante tribunal no puede existir sino como
una emanación y un instrumento de la potestad suprema del Papa. La
gravedad de tal situación es por tanto extrema, tanto a causa del principio
que la originó como a causa de las consecuencias que ocasiona.
Las consecuencias son trágicas y fáciles de enumerar: los actos de esta
comisión carente de toda existencia legítima no pueden ser válidos en
ningún caso ni bajo ningún concepto; no tienen ningún alcance, ninguna
realidad a los ojos del Buen Dios. Por consiguiente, los matrimonios que
hayan requerido una dispensa para ser válidos, no serán válidos (es decir, que
serán inexistentes a los ojos de Dios y de su Iglesia) y lo mismo sucederá con
los matrimonios contraídos después de la pseudoanulación de un
matrimonio previo. A pesar de las pseudodispensas, los votos de castidad
perpetua seguirán siempre vigentes a los ojos de Dios y de la Iglesia.
Por tanto, estas son y serán decenas, incluso centenas de personas
arrojadas o reafirmadas en la fornicación, en el adulterio o en el sacrilegio; su
posible buena fe no las exime de la extrema gravedad de sus estados, ni
exime de la responsabilidad a los clérigos que los han bendecido y en quienes
ellos han depositado su confianza. Es una abominación pavorosa. En
consecuencia, tenemos la obligación de denunciar este trágico abuso.
Permanecer dentro de semejante sistema es aceptar hacerse de la vista gorda,
es volverse cómplice.
En cuanto al principio, es aún más trágico: se trata ni más ni menos que
de una violación al derecho divino de la Iglesia, una usurpación a la suprema
potestad del Sumo Pontífice. En definitiva, las consecuencias de los falsos
principios llegan lejos, muy lejos, demasiado lejos…
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