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Llegaba la muerte a la finca de Don Silverio y, como había un buen jolgorio, se arrimó
unos tequilas y echó buena bailada. Cuando la vio roja y entonada, Don Silverio dijo a
la calaca colorada: ―mejor llévate a mi criado. Justo por él venía ―dijo la huesuda
que le sonreía― pero como mucho tú me has agradado, te vienes conmigo nomás me
acabo este trago”. ¡Ay, pobre de Don Sileverio!, pero así son calaveras literarias: todo
es juego y agazajo, y al final nadie se salva.