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ESCLAVOS CONTEMPORÁNEOS

(Caracas, 08/08/16). Mariana Schemel Hernández

En la mente de cualquier venezolano, haya nacido en la época de Rómulo Betancourt o en la


época donde entraba la Presidencia del fallecido “de la verruga en la frente”, nunca pasó tener
que persignarse al salir a las tres de la mañana o contar los minutos, inclusive los segundos de un
reloj inteligente para prepararse para llenar un balde más de agua para lograr bañarse o lavar los
platos. A pesar de que la esclavitud fue abolida hace ya varios años, volvimos a ser esclavos; pero
esta vez de una cola, de una manguera, de un rosario en el pecho por protección y de una cartera
con 100 bolos “pal’ pasaje” y un “perol viejo por si acaso me atracan no salir tan jodido”

Para muestra un botón: No pasó hace mucho, era aún menor de edad cuando salí con mi mamá a
pasear por las calles chacaoenses cuando se consiguió, en la cola del Excelsior Gama, a una amiga
suya más chavista creo que el propio Chávez. Entre sus palabras compartidas con mi progenitora,
comentó que tenía a su marido en un lado, a su suegra en otro y a su hijo en otro. “Si no hago así,
no tengo qué coño comer”. Por primera vez vi los ojos de Chávez en el pueblo de la gente que
creyó en las no muy convincentes palabras suyas sobre su futuro sucesor arrecharse por comida.
Ojos que creyeron en pájaros preñados y ahora se arrepienten cual británico por haber votado a
favor del Brexit.

Como cualquier caminante en la zona capital (o inclusive en cualquier ciudad de Venezuela), me


doy cuenta de lo que pasa. Veo caras largas de mediodía por no conseguir nada en el automercado
luego de 9 horas de cola, pero esperanza de que “la próxima semana, o el día que le toque a
(agregue cualquier familiar sanguíneo o político), pueda conseguir algo pa’ alimentar a los míos).
Bañarse a la carrera, tener más de una linterna en la casa, se han convertido en el pan nuestro de
cada día. ¿Y qué hacemos, si estamos seguros que no pasará nada? Dice gente en las plazas
capitalinas, sin siquiera intentar buscar cambios pequeños, acostumbrada a la situación. Esclavos
contemporáneos vamos a llamarles.

Los venezolanos nos convertimos en esclavos de lo decadente, de agarrar lo que haya y sin medir
calidad ni precio. Perdimos lo bonito de decidir para acostumbrarnos, lamentablemente, a tener
que aceptar que eso es lo que hay. Lo hacemos por necesidad, porque sí, y no exigimos ni
explicaciones del por qué llegamos a esta situación ni mucho menos el cuándo esto va a cambiar.
El arrancarle la harina PAN a la bachaquera de enfrente se ha convertido en más importante que
exigirle a Maduro, a Pérez Abad o a cualquiera del gabinete ministerial que nos de comida (o le de
materia prima a los productores para ello), que arreglen el problema del agua o la electricidad, o
que al menos le metan mano dura a la inseguridad.

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