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Los estilos arquitectónicos que nos han legado las antiguas civilizaciones, así como
aquellos propios de nuestros días, son en extremo numerosos. Así, podemos nombrar a
la arquitectura clásica, que agrupa a los rasgos que caracterizan a la construcción
proveniente de la antigua Grecia y a los proveniente del Imperio Romano; a
la arquitectura bizantina, que se desarrolló en el imperio homónimo luego de la caída del
Imperio Romano de Occidente hasta la toma de Constantinopla por los turcos otomanos;
a la arquitectura visigoda, que prosperó en la península Ibérica luego del siglo V; a
la arquitectura merovingia, propia de los galos de la alta Edad Media; a la arquitectura
arábiga, propia de los árabes y de gran difusión en tiempos de los califatos; a
la arquitectura románica, propia de la baja Edad Media, que aglutina estéticamente
características de construcciones de origen bizantino, persa, árabe, sirio, celta, normando
y germánico; a la arquitectura gótica, propia del Medioevo de la cristiandad, posterior al
siglo XII; a la arquitectura del Renacimiento, que retomó gran parte de las ideas del arte
clásico; a la arquitectura barroca, que se extendió principalmente del siglo XVII al siglo
XVIII en la mayoría de los países europeos; a la arquitectura neoclásica que respeta
muchos rasgos clásicos; a la arquitectura historicista, que imitaba estilos del pasado
agregándole características del siglo XIX; a la arquitectura ecléctica, que aglutinaba estilos
diversos; a la arquitectura moderna, que implica un conjunto de estilos propios del siglo
XX; y finalmente a la arquitectura posmoderna, que es una revalorización de formas del
pasado.
Mas allá del nombre de cada corriente, lo cierto es que toda renovación en materia
arquitectónica ha dejado un legado de bellos edificios dignos de ser contemplados;
algunos, provenientes de épocas remotas, todavía asombran por el ingenio con que
fueron construidos. Se advierte que la arquitectura moderna permite disponer de nuevos
materiales, con el doble fin de optimizar la calidad y seguridad, por un lado, y de reducir
la posibilidad de contaminación, por el otro.