y a que tampoco siga las lastimeras y desesperanzadoras costumbres mortuorias de su pueblo.
La esposa
Maestría en heroicidad
Ezequiel 24-27 y Hebreos 6-7
“El Señor me dirigió la palabra: ‘Hijo de hombre, voy a quitarte de golpe la mujer que te deleita la vista.
Pero no llores ni hagas lamentos, ni dejes tampoco que te corran las lágrimas. Gime en silencio y no
hagas duelo por los muertos. Átate el turbante , cálzate los pies, y no te cubras la barba ni comas el pan
de duelo’. Por la mañana le hablé al pueblo, y por la tarde murió mi esposa. A la mañana siguiente hice
lo que se me había ordenado” (Ezequiel 24:15-18 NVI).
¿Cómo puedo llegar a ser un héroe? ¿Existe algún sindicato, colegio, o club donde los héroes se preparen
para sus actos heroicos? ¿Dónde puedo hacer una maestría en heroicidad? Después de mucho buscar, llegué
a la conclusión de que no existen tales escuelas. Los héroes aparecen repentinamente desde los más
diversos orígenes y sus actos heroicos son tan variados que es imposible etiquetarlos de una sola manera.
Lo que sí está claro es que el heroísmo se gatilla en medio de las tormentas, en las batallas, en donde la
necesidad de evitar una calamidad obliga a realizar un acto poco común o manifestar una virtud en sus
puntos más altos.
Graham Greene nos entregó un pequeño pero poderoso ejemplo en un pequeño ensayo que escribió sobre el
cristianismo. Allí contó la siguiente historia: “Me acuerdo de uno de mis amigos, Von Bernstorff. Antes de
la llegada de Hitler al poder, era el primer secretario de la embajada alemana en Londres. Renunció en 1933
y fue ejecutado en 1944 en Dachau, porque pertenecía a una organización secreta que había seguido
ayudando a los judíos a huir de Alemania aun durante los años de la guerra. ¡Qué extraño es el destino que
transformó en un mártir de la causa de la caridad a este gordo superficial, que amaba la buena vida y tenía
el carácter afable, con su pereza aristocrática y su afición al coñac añejo!… He aquí, pues, una paradoja que
la experiencia y la observación nos revelan: donde Dios está más presente, ahí también se encuentra su
enemigo; y al contrario, en los lugares donde el enemigo está ausente, a veces perdemos la esperanza de
encontrar a Dios”.
Somos llamados a salir de nuestro propio metro cuadrado y
ser útiles para aquellos que están a nuestro alrededor.
El héroe permanece dormido mientras no se presente la crisis. Si nos acordamos de los héroes de antaño
nos daremos cuenta de que un Bruce Wayne o un Clark Kent vivían sus bucólicas vidas como personas
comunes y corrientes hasta que el bati-teléfono sonaba, en el caso de Batman, o Clark avistaba el peligro y
corriendo se encerraba en una cabina telefónica para cambiarse el traje de simple reportero por el de
Superman. Estos héroes de fantasía solo nos dan una pista de lo que significa la verdadera heroicidad
porque ésta no radica en un traje especial con capa, poderes sobrenaturales, o una buena dosis de súper
inteligencia. Los verdaderos héroes saben que sus actos son el resultado de la reacción que se produce en el
corazón en medio del dolor y la angustia de la desesperación que, aunque sin ser propias, se toman como si
lo fueran y se lucha con todas las fuerzas para derrotarlas.
Tal es el caso de Ezequiel, quien vio probado su carácter en medio del dolor, como vemos en el texto del
encabezado. Él estaba absolutamente comprometido con la causa del Señor y fue en esos momentos de
verdadera dificultad en donde se pudo demostrar a sí mismo de lo que era capaz de hacer por su Dios. Su
esposa moría repentinamente y Dios le ordena que continúe su ministerio, le insta a sobreponerse al dolor,
muere en la tarde y a la mañana siguiente estaba usando su propia experiencia como testimonio para los
judíos. Me imagino cuanto debió llorar durante la noche mientras permanecía en la soledad de su propio e
íntimo dolor.
“Hice lo que se me había ordenado”, dijo finalmente Ezequiel. Y esta frase no ha cambiado en nada, porque
desde tiempos inmemoriales nosotros escuchamos decir a los héroes modernos: “Solo hice lo que tenía que
hacer”. Durante la guerra del Pacífico, entre Perú y Chile, muchos actos de heroicidad fortalecieron el
sentido de patria entre los pueblos que en ese momento eran rivales. Arturo Prat, el héroe chileno, arengó
así a sus tropas: “Muchachos, la contienda es desigual. Nunca se ha arriado nuestra bandera ante el
enemigo y espero que no sea esta la ocasión de hacerlo. Mientras yo viva, esa bandera flameará en su lugar,
y si yo muero, mis oficiales sabrán cumplir su deber”. Francisco Bolognesi, en el otro extremo, dijo:
“Tengo deberes sagrados que cumplir, y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”. En ambos casos, la
retirada hubiera sido la decisión más “sensata”, pero fueron los ideales, el amor, la valentía, y el rechazo a
una vida egoísta, las que imprimieron el carácter inmortal y heroico en cada uno de estos personajes.
Debemos temerle más al dolor de la inacción que al que
puedan dejar las heridas obtenidas al ayudar a los demás.
Hombres y mujeres como los héroes de nuestra historia y, más aún, los héroes de la Biblia deberían mover
nuestros corazones a seguir sus ejemplos. Pero ¿cuáles son nuestras luchas, dilemas, y dolores hoy? Quizá
solo estamos luchando por tener un televisor más grande, más likes en las redes sociales o un auto más
cómodo. Quizá estemos luchando y sufriendo por esos kilos de más que nos hacen sentir tan mal. Lo peor
aún es que muchos de nosotros nos estamos esforzando por mantenernos lo más lejos posible de cualquier
batalla o cualquier dolor que no tenga que ver con nosotros mismos y nuestras batallas por nuestro
bienestar. En un mundo apático que está arriando todas las banderas, te invito a no arriar la bandera de la
fe. Te invito a descubrir que Dios espera de nosotros un compromiso evidente con los principios del
cristianismo. Y no se trata solo de salvar la tierra de los alienígenas, ni tampoco de encontrar la cura a una
enfermedad. De lo que se trata es de salir de nuestro propio metro cuadrado y ser útiles para aquellos que
están a nuestro alrededor.
No estamos hablando de un compromiso fácil. Más bien, es uno que demanda una actitud épica y decidida.
¿Te has dado cuenta de que solo un duro día de trabajo hará que el descanso sea realmente reparador?
Cuando uno pasa el día durmiendo solo por dormir, hasta el cuerpo empieza a sentir dolor por tanto
“descanso”. De la misma manera, debemos temerle más al dolor de la inacción que al que puedan dejar las
heridas obtenidas al ayudar a los demás. Por eso, busquemos, cual quijotes, nuestras buenas batallas en el
Señor. Aunque es importante aclarar que no se trata simplemente de esperar agazapado en medio de la
noche como Spider-Man, esperando que se cometa algún delito para saltar y evitar la maldad. Por el
contrario, nosotros nos debemos a un Dios que está atento y que nos convocará para actuar en su nombre,
encontrando aquellas situaciones que el Señor espera que no dejemos pasar.
Pero lo más importante es que trabajemos para el Señor, luchemos por defender nuestras creencias y
nuestro estilo de vida cristiano, y que seamos útiles al Señor sirviendo en medio de los que sufren y los
necesitados. Al final, hay algo bastante claro. El Señor está atento a que esta actitud forme parte de nuestras
vidas. “Porque Dios no es injusto como para olvidarse de las obras y del amor que, para su gloria, ustedes
han mostrado sirviendo a los santos, como lo siguen haciendo. Deseamos, sin embargo, que cada uno de
ustedes siga mostrando el mismo empeño hasta la realización final y completa de su esperanza. No sean
perezosos; más bien, imiten a quienes por su fe y paciencia heredan las promesas” (Heb. 6:10-12 NVI).