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¿Será nuestro último abrazo?

Alan López

¿Será nuestro último abrazo?


Por las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México estoy vagando. No hay nada nuevo
que ver, lo mismo de siempre, extranjeros paseando, gente comprando en los locales de
alrededor, el tráfico habitual, nada fuera de lo común. Lo único sobre saliente es el clima,
está muy nublado para ser un domingo por la mañana de invierno, tal vez sea por tanta
contaminación de la ciudad. Llego al jardín frente a Bellas Artes y a mis espaldas esta la
Torre Latino, me siento en una de las jardineras para descansar un poco de mi caminata.
En el cielo veo una gran parvada sobrevolando el cielo, luego bajo la mirada y observo varios
perros callejeros corriendo, es curioso que no hay palomas como otros días. Sigo a los perros
con mi mirada y termina con el faro que está a unos metros de mí. Fijo la mirada en el faro y
este empieza a mecerse lentamente. Me pongo de pie y trato de calmarme pues parece que
va a empezar a temblar, pero no.
Se detiene el movimiento del faro cuando comienza a escucharse cómo el concreto empieza
a crujir. Un sonido tan fuerte que parece que los edificios se están desplomando, pero solo es
el suelo que rodea Bellas Artes. Voy corriendo de mi lugar hacia la avenida 5 de mayo, pues
creo que es el único lugar lejos de aquí, pero cercano para ver qué está pasando. Corro a
zancadas para estar lo más lejos posible, a la mitad de mi trayectoria escucho la caída de una
gran pieza de concreto que se estrella contra el piso.
Doy media vuelta y ya no encuentro Bellas Artes, solo una gran nube de polvo emergiendo
de un hoyo. Quedo atónito por lo que se encontraba enfrente a mis ojos, no puedo creer que
tal construcción se haya hundido por fin. Salgo de mi trance al escuchar que el suelo empieza
a romperse por debajo de mí. A unos cuantos metros el hoyo empieza a crecer cada vez más
y más, aún sin comprender mucho empiezo a alejarme poco a poco hasta que ya estaba
corriendo por mi vida.
Corro entre los coches, pues hay mucha gente corriendo por la acera, pero al ir viendo a mi
alrededor no me percato que frente a mí se avecina un mar de personas que provienen de la
Catedral. Parece ser que la Catedral se hundió al igual que Bellas Artes, me subí sobre un
carro para observar de un punto más alto a dónde podía huir. No veía ningún lugar a donde
ir, me encontraba atrapado con familias, extranjeros y vendedores corriendo de agujero a
agujero.
A lo lejos vi gente corriendo hacia la Ignacio Allende, así que tuve que regresar y tomar la
avenida e ir corriendo por toda ella. Había gente corriendo de manera contraria a mí, el Museo
de Economía se estaba cayendo poco a poco. La nube de polvo que levantó me hizo girar mi
mirada hacia la derecha y ver como un gran número de personas se reunía en metro Allende.
Seguía corriendo sin parar, mi ropa ya estaba cubierta de polvo al igual que mi rostro y
cabello.
Después empecé a oír como una lluvia de piedras y el suelo empezó a vibrar. No podía
mantener el equilibrio por tanto mover del suelo, por lo que caí. A unos segundos después de
mi caída, un chico no mayor a 17 años, me levantó del suelo.

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- ¡Güey párate! -se dirigió de una manera muy exaltada. - ¡Cabrón, párate!
Al erguirme vi como la Torre Latino se iba desplomando, el hoyo también había reclamado
aquella construcción. Me incorporé con el chico y empezamos a correr. Tuvimos que correr
una cuadra cuando el suelo se estremeció de manera tan violenta que ambos caímos al suelo.
El chico se acercó a mí y me arrastró hacia la esquina de un edificio cuando todo se volvió
oscuro. Todo el polvo del suelo se elevó e inundó las calles con una neblina grisácea.
Ambos empezamos a toser, me levanta y pone mi brazo derecho sobre sus hombros y
empieza a caminar iluminado con la luz de su celular. Hago un gran esfuerzo para volver a
correr, al fin lo logro hasta que llegamos a República de Perú cuando recibimos ayuda de
más personas. Nos subieron a una bicicleta usada por heladeros para llevarnos lejos de ahí.
El señor nos deja hasta la altura del metro Garibaldi-Lagunilla, nos ayuda a bajar y se queda
de pie atónito por lo que veía. Una capa de polvo sobre lo que se veía del Centro Histórico,
mi compañero aún tosía y yo solo permanecía acostado sobre el suelo esperando que acabara
todo ya. Quería regresar a mi casa, estar acostado en mi sillón leyendo cualquier cosa que me
hubiera dado mi vecino Gerardo, que me regala montones de libros. Eso anhelaba, pero no
podía regresar a mi departamento.
-No solo pasó aquí, pasó en otras partes de la ciudad. -dijo una mujer policía junto a nosotros-
Me acaban de decir por la radio.
- Pero ¿qué pasó? -preguntó el señor que nos llevó.
-Aún no sabemos, solo que empezaron a caerse edificios. -contestó la oficial.
El chico que me ayudó se levantó, se limpió la garganta y se marchó. Yo me levanté
rápidamente y lo empecé a seguir.
-Oye gracias por salvarme. -dije
-De nada broder…-dijo – si fuera tú me iría de esta ciudad cuanto antes.
- ¿Cómo? – pregunté.
- Sí broder, el mundo ya no nos quiere, nos mandó terremotos, tormentas para que nos
muramos. -terminó el chico, se dio media vuelta y siguió caminando.
Lo empecé a seguir.
-Disculpa, no te entiendo. -dije.
-Sí carnal, hoy es 21 de diciembre de 2012. Hoy es el fin. -mencionó sin darse la vuelta.
Me detuve y empecé a reflexionar sobre lo sucedido y en la fecha de hoy. No soy muy
creyente con las teorías que dicen del fin del mundo, pero después de lo que viví hoy, tal
parece, que mi juicio cambio. Traté de alcanzarlo, aún me siento fatigado por la carrera que
hice, por lo que fue difícil alcanzarlo.
-Oye ¿sabes dónde podría ir? -pregunté con el aliento casi vencido.

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-No hay donde ir. Lo mejor que puedes hacer es ir con tu familia y estar con ellos hasta que
todo acabe. -dijo.
-Oh, esta bien. -mencioné y me senté en el suelo.
El chico se acercó hacia mí y le expliqué que ya no tenía familia, que a los 36 murió mi mamá
y nunca conocí a mi padre. No tengo hermanos ni familiares, que estaba solo. Entonces dijo
que lo podía acompañar a Cuernavaca. Creo que le di lastima, pues no tenía yo a nadie con
quien pasar el fin del mundo. Se presentó, se llama Javier, y me dijo que lo siguiera hasta
Tepito, donde tenía un camión para irse con otras personas.

En Tepito, me da dos maletas y me dice que lo espere enfrente del mercado junto a su camión,
va por algo y regresa. Yo estaba ahí esperando, mucha gente todavía seguía conmocionada
por los agujeros que se tragaron gran parte de la ciudad. Parecía que iba a llover, empezó a
hacer mucho viento. Me acerqué a una lona donde estaban viendo las noticias, en ellas decían
que alrededor del mundo habían pasado catástrofes similares. A lado de la carpa había una
chica que se me acerca.
Se va sobre mí tratando de darme un abrazo y me pregunta por qué acompañaba Javier. Al
inicio me pareció extraño que supiera el nombre de Javier, luego sentí que ella también iría
a Cuernavaca. Le comenté que Javier me había salvado la vida de caer en los agujeros. Ella
me comentó que Javier y Don Mode, el chofer, sabían todo lo de las catástrofes, pero no les
creía hasta que el domingo en la madrugada mientras iba en el taxi escuchó que en Inglaterra
empezó a subir el nivel del agua hasta casi inundar toda la zona costera. Al inicio pensó que
era una coincidencia hasta lo sucedido hoy en la mañana.
Me pregunta mi nombre y luego ella me dice el suyo. Se llama Nadia y vivía en la vecindad
de Javier en el cuarto 15. Me habló sobre su vida, que estaba trabajando en una oficina donde
todos se odiaban, que ella esperaba que la despidieran para poder cobrar su liquidación e irse
a Los Cabos, pero ya no lo logró. Va a ir con Javier a Cuernavaca porque su hermana y él
son novios, además, su hermana y Javier son su única familia.
A lo lejos viene Javier con una nueva sudadera, nos ve a ambos y nos pide que subamos.
Dentro veo a varias personas con niños y algunos ancianos. Pienso que son vecinos de Javier
y Nadia, luego ella me confirma mi sospecha. Voy a sentarme hasta atrás donde hay cuatro
lugares disponibles.
-Yo pido ventana. -me grita y me mueve para que ella pueda sentarse junto a la ventana.
Me causa gracia su actitud infantil a pesar de las circunstancias vividas por la mañana, me
señala que me siente junto a ella. Pongo las dos maletas en al parte del equipaje y me siento
junto a ella.
Javier sube, le da una palmada en la espalda a Don Mode y enciende el camión. Da unos
pasos para llegar con una chica que tenía una mochila junto al asiento a su lado, es Cinthia
hermana de Nadia, y se sienta junto a ella. Me acomodo en mi lugar, no me desagrada que

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aun sigo sucio de tanto polvo sobre mi ropa, dudo mucho que alguien se bañe en el final de
los días.
No había contemplado la idea del porqué ir a Cuernavaca, por lo que le pregunto a Nadia.
-Pues se supone que en Cuerna viven los papás de Javier, y que tienen un rancho donde
siembran y así. Creo que él trata de hacer una pequeña comunidad de sobrevivientes, como
en esas películas gringas. Calma, Javier es buen chico. -terminó diciendo para luego
acurrucarse en su asiento a dormir.
Aún me siento lleno de polvo, aunque del trayecto para Tepito me haya limpiado, me siento
incómodo pues no estoy seguro de que Nadia pueda oler mi mal olor y ella cambie de asiento
por uno de los que están vacíos. Antes de que pase eso yo me cambio de lugar y me recuesto
en ambos asientos, tratando de acomodarme entre algunas bolsas y maletas que no había visto
ahí acomodadas.

En la México-Cuernavaca estaba lloviendo, la gente está hablando entre ella, algunos rezos
de las personas más religiosas, y otros durmiendo. Nadia está viendo por la ventana lluvia y
neblina, cobijada por un cobertor. Yo ya había regresado al asiento junto a ella, en algunos
tramos hablábamos sobre que pudo haber pasado si no hubieran acertado los mayas o sobre
lo último que habíamos conversado con nuestra familia, compañeros de trabajo, amigos.
Moría de hambre, no tenía nada en el estómago excepto un cuernito y un café que tomé en la
mañana. Así que me levanto, abro una de las maletas que me dio Javier para investigar si
había empacado comida. Nadia me sigue con la mirada y me pregunta:
- ¿Qué buscas?
- Comida. -respondí.
Entonces ella se agacha, abre su maleta y saca un paquete de galletas Marías, abre el sobre,
toma unas para ella y extiende el paquete hacia mí. Tomé unas tres galletas las llevo a mi
boca y siento que el camión empieza a moverse de lado a lado. Miro por la ventana y veo
que los árboles tienen el mismo movimiento, bajo mi mirada a Nadia y su semblante cambio.
Giro sobre mi eje para ver a la otra ventana y entonces comprendí su rostro de pánico.
Columnas de humo negro se levantaban hacia el cielo y se mezclaban con las nubes. Las
nubes se tornaron cafés hasta volverse negras en ciertas secciones. El camión se detuvo de
golpe, tiré el paquete de galletas y como pude logré sujetarme de los asientos a mi alrededor.
Fue entonces cuando una voz grita: ¡Los volcanes explotaron!
El suelo no dejaba de moverse, el camión oscilaba de izquierda a derecha, varios empezaron
a gritar como en un juego mecánico de feria. Don Mode abre la puerta del camión y empieza
a señalar y gritar que saliéramos. La gente se levanta, dejando sus pertencias y se dirige a la
salida.

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Me encuentro en el suelo; tres señoras y un niño se apresuraron en salir y terminaron


pisoteando mi cuerpo. Al término de ello, Nadia me jala del suéter y me levanta con tanta
fuerza que fui a dar con ella tirándola. El camión seguía moviéndose de lado a lado, Don
Mode va a ayudarnos. Nos levanta a ambos, nos lleva a la puerta y nos arroja afuera del
camión.
Nadia cae al asfalto, mientras yo sobre un señor que después me lanza sobre el cofre de un
auto. Levanto la mirada y observo como Don Mode sale tambaleándose un poco, fue a
levantar a Nadia del suelo. El suelo se sacudía con tanta fuerza que ruedo del cofre hacia el
acotamiento, mientras el camión se desploma sobre Nadia y Don Mode. No escucho ningún
grito, solo metal golpeando más metal.
Me paro y voy corriendo hacia los árboles, mala idea. Di tres pasos, resbalo y empiezo a
rodar cada vez más y más rápido. No logro ver nada claro, solo siento tierra húmeda en mi
rostro y constantes golpes con piedras. Me detengo gracias que mi cuerpo se estrella con un
árbol. Trato de recuperarme, pero todo me da vueltas, me limpio un poco el rostro. Con la
lluvia cada vez más fuerte me es difícil ver.
Me recargo sobre el árbol que me detuvo. Trato de levantarme de mi caída, esta vez no estaba
Javier ni Don Mode ni nadie quien pudiera salvarme. A esta altura dudo mucho que alguien
me salve. Apoye mi rostro sobre el árbol; en unos segundos escucho como algo iba
aproximándose hacia mí. Era otra persona que rodaba igual que yo, solo que esta vez no era
un árbol con el que iba a chocar, sino contra las rocas.
Con mucho dolor en mi cuerpo, me erguí, me moví para detener a aquella persona con mi
cuerpo. Enterré un poco mis pies en la tierra para tener más resistencia. Choca con mi cuerpo
y la logro sostener con mis brazos, aunque mi pie izquierdo me lo torcí. La chica que sujeté
estaba llorando, tenía una cortada en su mejilla y estaba sangrando bastante. No sabía qué
hacer, estábamos solos a la mitad de un cerro con lluvia incesante sobre nosotros. Sabía que
en cualquier momento se deslavaría el cerro y quedaríamos sepultados.
La acerco a mi pecho mientras lloraba y la abrazo. Nos quedamos ahí abrazados, por largo
tiempo. Ninguno sabía que pasaría después, pero no estábamos solos. Había una extraña
enfrente a mí y un extraño frente a ella, pero no terminaríamos solos. Después de tanto miedo
y dolor, hubo paz. Ella deja de llorar, el movimiento de la tierra empieza a mecernos, mi pie
ya no dolía, la lluvia limpio la cortada de su mejilla. Todo ya había acabado.

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