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Alan López
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¿Será nuestro último abrazo? Alan López
- ¡Güey párate! -se dirigió de una manera muy exaltada. - ¡Cabrón, párate!
Al erguirme vi como la Torre Latino se iba desplomando, el hoyo también había reclamado
aquella construcción. Me incorporé con el chico y empezamos a correr. Tuvimos que correr
una cuadra cuando el suelo se estremeció de manera tan violenta que ambos caímos al suelo.
El chico se acercó a mí y me arrastró hacia la esquina de un edificio cuando todo se volvió
oscuro. Todo el polvo del suelo se elevó e inundó las calles con una neblina grisácea.
Ambos empezamos a toser, me levanta y pone mi brazo derecho sobre sus hombros y
empieza a caminar iluminado con la luz de su celular. Hago un gran esfuerzo para volver a
correr, al fin lo logro hasta que llegamos a República de Perú cuando recibimos ayuda de
más personas. Nos subieron a una bicicleta usada por heladeros para llevarnos lejos de ahí.
El señor nos deja hasta la altura del metro Garibaldi-Lagunilla, nos ayuda a bajar y se queda
de pie atónito por lo que veía. Una capa de polvo sobre lo que se veía del Centro Histórico,
mi compañero aún tosía y yo solo permanecía acostado sobre el suelo esperando que acabara
todo ya. Quería regresar a mi casa, estar acostado en mi sillón leyendo cualquier cosa que me
hubiera dado mi vecino Gerardo, que me regala montones de libros. Eso anhelaba, pero no
podía regresar a mi departamento.
-No solo pasó aquí, pasó en otras partes de la ciudad. -dijo una mujer policía junto a nosotros-
Me acaban de decir por la radio.
- Pero ¿qué pasó? -preguntó el señor que nos llevó.
-Aún no sabemos, solo que empezaron a caerse edificios. -contestó la oficial.
El chico que me ayudó se levantó, se limpió la garganta y se marchó. Yo me levanté
rápidamente y lo empecé a seguir.
-Oye gracias por salvarme. -dije
-De nada broder…-dijo – si fuera tú me iría de esta ciudad cuanto antes.
- ¿Cómo? – pregunté.
- Sí broder, el mundo ya no nos quiere, nos mandó terremotos, tormentas para que nos
muramos. -terminó el chico, se dio media vuelta y siguió caminando.
Lo empecé a seguir.
-Disculpa, no te entiendo. -dije.
-Sí carnal, hoy es 21 de diciembre de 2012. Hoy es el fin. -mencionó sin darse la vuelta.
Me detuve y empecé a reflexionar sobre lo sucedido y en la fecha de hoy. No soy muy
creyente con las teorías que dicen del fin del mundo, pero después de lo que viví hoy, tal
parece, que mi juicio cambio. Traté de alcanzarlo, aún me siento fatigado por la carrera que
hice, por lo que fue difícil alcanzarlo.
-Oye ¿sabes dónde podría ir? -pregunté con el aliento casi vencido.
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¿Será nuestro último abrazo? Alan López
-No hay donde ir. Lo mejor que puedes hacer es ir con tu familia y estar con ellos hasta que
todo acabe. -dijo.
-Oh, esta bien. -mencioné y me senté en el suelo.
El chico se acercó hacia mí y le expliqué que ya no tenía familia, que a los 36 murió mi mamá
y nunca conocí a mi padre. No tengo hermanos ni familiares, que estaba solo. Entonces dijo
que lo podía acompañar a Cuernavaca. Creo que le di lastima, pues no tenía yo a nadie con
quien pasar el fin del mundo. Se presentó, se llama Javier, y me dijo que lo siguiera hasta
Tepito, donde tenía un camión para irse con otras personas.
…
En Tepito, me da dos maletas y me dice que lo espere enfrente del mercado junto a su camión,
va por algo y regresa. Yo estaba ahí esperando, mucha gente todavía seguía conmocionada
por los agujeros que se tragaron gran parte de la ciudad. Parecía que iba a llover, empezó a
hacer mucho viento. Me acerqué a una lona donde estaban viendo las noticias, en ellas decían
que alrededor del mundo habían pasado catástrofes similares. A lado de la carpa había una
chica que se me acerca.
Se va sobre mí tratando de darme un abrazo y me pregunta por qué acompañaba Javier. Al
inicio me pareció extraño que supiera el nombre de Javier, luego sentí que ella también iría
a Cuernavaca. Le comenté que Javier me había salvado la vida de caer en los agujeros. Ella
me comentó que Javier y Don Mode, el chofer, sabían todo lo de las catástrofes, pero no les
creía hasta que el domingo en la madrugada mientras iba en el taxi escuchó que en Inglaterra
empezó a subir el nivel del agua hasta casi inundar toda la zona costera. Al inicio pensó que
era una coincidencia hasta lo sucedido hoy en la mañana.
Me pregunta mi nombre y luego ella me dice el suyo. Se llama Nadia y vivía en la vecindad
de Javier en el cuarto 15. Me habló sobre su vida, que estaba trabajando en una oficina donde
todos se odiaban, que ella esperaba que la despidieran para poder cobrar su liquidación e irse
a Los Cabos, pero ya no lo logró. Va a ir con Javier a Cuernavaca porque su hermana y él
son novios, además, su hermana y Javier son su única familia.
A lo lejos viene Javier con una nueva sudadera, nos ve a ambos y nos pide que subamos.
Dentro veo a varias personas con niños y algunos ancianos. Pienso que son vecinos de Javier
y Nadia, luego ella me confirma mi sospecha. Voy a sentarme hasta atrás donde hay cuatro
lugares disponibles.
-Yo pido ventana. -me grita y me mueve para que ella pueda sentarse junto a la ventana.
Me causa gracia su actitud infantil a pesar de las circunstancias vividas por la mañana, me
señala que me siente junto a ella. Pongo las dos maletas en al parte del equipaje y me siento
junto a ella.
Javier sube, le da una palmada en la espalda a Don Mode y enciende el camión. Da unos
pasos para llegar con una chica que tenía una mochila junto al asiento a su lado, es Cinthia
hermana de Nadia, y se sienta junto a ella. Me acomodo en mi lugar, no me desagrada que
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aun sigo sucio de tanto polvo sobre mi ropa, dudo mucho que alguien se bañe en el final de
los días.
No había contemplado la idea del porqué ir a Cuernavaca, por lo que le pregunto a Nadia.
-Pues se supone que en Cuerna viven los papás de Javier, y que tienen un rancho donde
siembran y así. Creo que él trata de hacer una pequeña comunidad de sobrevivientes, como
en esas películas gringas. Calma, Javier es buen chico. -terminó diciendo para luego
acurrucarse en su asiento a dormir.
Aún me siento lleno de polvo, aunque del trayecto para Tepito me haya limpiado, me siento
incómodo pues no estoy seguro de que Nadia pueda oler mi mal olor y ella cambie de asiento
por uno de los que están vacíos. Antes de que pase eso yo me cambio de lugar y me recuesto
en ambos asientos, tratando de acomodarme entre algunas bolsas y maletas que no había visto
ahí acomodadas.
…
En la México-Cuernavaca estaba lloviendo, la gente está hablando entre ella, algunos rezos
de las personas más religiosas, y otros durmiendo. Nadia está viendo por la ventana lluvia y
neblina, cobijada por un cobertor. Yo ya había regresado al asiento junto a ella, en algunos
tramos hablábamos sobre que pudo haber pasado si no hubieran acertado los mayas o sobre
lo último que habíamos conversado con nuestra familia, compañeros de trabajo, amigos.
Moría de hambre, no tenía nada en el estómago excepto un cuernito y un café que tomé en la
mañana. Así que me levanto, abro una de las maletas que me dio Javier para investigar si
había empacado comida. Nadia me sigue con la mirada y me pregunta:
- ¿Qué buscas?
- Comida. -respondí.
Entonces ella se agacha, abre su maleta y saca un paquete de galletas Marías, abre el sobre,
toma unas para ella y extiende el paquete hacia mí. Tomé unas tres galletas las llevo a mi
boca y siento que el camión empieza a moverse de lado a lado. Miro por la ventana y veo
que los árboles tienen el mismo movimiento, bajo mi mirada a Nadia y su semblante cambio.
Giro sobre mi eje para ver a la otra ventana y entonces comprendí su rostro de pánico.
Columnas de humo negro se levantaban hacia el cielo y se mezclaban con las nubes. Las
nubes se tornaron cafés hasta volverse negras en ciertas secciones. El camión se detuvo de
golpe, tiré el paquete de galletas y como pude logré sujetarme de los asientos a mi alrededor.
Fue entonces cuando una voz grita: ¡Los volcanes explotaron!
El suelo no dejaba de moverse, el camión oscilaba de izquierda a derecha, varios empezaron
a gritar como en un juego mecánico de feria. Don Mode abre la puerta del camión y empieza
a señalar y gritar que saliéramos. La gente se levanta, dejando sus pertencias y se dirige a la
salida.
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