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Ocho armas desconocidas y letales de la

época de los Tercios de Flandes


Entre picas, alabardas, dagas, ballestas, arcabuces,
mosquetes, rodelas y espadas roperas también se
colaron armas extrañas, en muchos casos prototipos o
exclusivas de algunas zonas geográficas
A mediados del siglo XV se produjo una revolución en la forma de hacer la
guerra en Europa con la introducción de las armas de pólvora y el creciente
protagonismo de las armas de aspas, que recuperando el espíritu de las falanges griegas
limitaron aún más el concurso de la caballería pesada en las batallas.

Una cita del autor clásico Tibulo (siglo I a. C.), con la que empieza la película de
culto «El oficio de las armas» (2001), sintetiza la melancolía que, a principios de siglo
xvi, se extendió entre los condotieros, que veían cómo un cobarde con un arcabuz a 50
metros podía acabar incluso con el más valeroso guerrero:

«¿Quién fue el primero que inventó las espantosas armas? Desde aquel
momento hubo estragos y guerras y se abrió un camino más corto a la cruel muerte.
¡Aun así, el miserable no tiene la culpa! Somos nosotros los que usamos mal aquello
que él nos dio para defendernos de las feroces fieras»

Entre picas, alabardas, dagas, ballestas, arcabuces, mosquetes, rodelas y espadas


roperas también se colaron armas extrañas, en muchos casos prototipos o exclusivas de
algunas zonas geográficas, cuyos creadores tal vez soñaron un día con revolucionar los
campos de batalla como lo habían hecho los cañones. Porque, ya se sabe, el que no
arriesga no gana.

En su página de Facebook, el periodista y divulgador histórico Juan Molina


Fernández, que participa en recreaciones con algunas de estas armas, se ha propuesto
recoger los casos más extremos y extravagantes, algunos letales y otros tan poco
operativas como un misil norcoreano, con objeto de alumbrar un campo poco explorado
por la historiografía y tan minado de mitos.

Martillo de lucerna

Uno de los citados es el martillo de lucerna o martillo enastado, que


básicamente es una alabarda que usa una cabeza de martillo de guerra en vez de una
hacha. La altura que alcanzaban este arma era similar a una alabarda, entre 1,80 y 2,50
metros, del mismo modo que también su uso era parecido: una servía para cortar y la
otra para martillear armaduras gruesas. Su nombre surgió probablemente por la
localidad suiza de Lucerna, referente en la fabricación de armas enastadas en el siglo
XVI tanto por número como por calidad.
En el cuadro de Tiziano, Alocución del marqués
del Vasto, se puede ver claramente un martillo de lucerna

Como señala Molina Fernández, es frecuente encontrar ejemplos de martillos de


lucerna en representaciones pictóricas de las guardias personales de maestres de campo
y entre cuerpos de alabarderos (especialmente alemanes y suizos), lo que no quita que
también pueden verse versiones baratas entre milicias, que engarzaban «martillos
pilones» en sus astas para improvisar estas armas de impacto letal.

La ahlspiess y el candeliere

Igual de poco conocidas son la ahlspiess y el candeliere, también armas de astas


extendidas en la zona austríaco-alemana a partir de la segunda mitad del siglo XV. La
moharra (su punta de lanza) de ambas está compuesta por una larga hoja de punzón
de alrededor de un metro en cuya base se solía asentar una rodela protectora para la
mano. El ahlspiess, cuya asta mide entre 1,6 metros y 1,8 metros, era muy apreciada
por su alcance en batalla, unos 2,5 a 2,8 metros, pensada para atravesar protecciones
blindadas. El candeliere, en cambio, empleaba una asta mucho más corta llegando a lo
sumo a un metro y ochenta centímetros. Su uso más habitual era en torneos y duelos con
armadura del siglo XVI.

Dos caballeros se enfrentan con candeliere en la


corte de Maximilano I.

Según explica Molina Fernández es una de las entradas sobre armas raras, el
probable origen de ambas armas está en la evolución de una lanza corta para enfrentarse
a hombres de armas a pie, de modo que el candeliere sería el «arma madre» del
ahlspiess, diseñada para enfrentarse a los coseletes de las primeras filas de un cuadro de
picas con un arma de la longitud normal de una pica común. Estas armas fueron
desapareciendo de los campos de batalla cuando lo hicieron los coseletes completos,
esto es, cuando el poder de penetración de las armas de fuego dejaron sin empleo a las
armaduras de metal. Conforme ganaron precisión los cañones, se hizo más
recomendable moverse rápido que esperar blindado los cañonazos.
La estrella del alba

La estrella del alba, también conocida como hisopo porque a algunos les
recordaba al objeto litúrgico con el que se lanza agua bendita, se suele vincular
exclusivamente a la Edad Media, pero la realidad es que fue un arma muy utilizada en
tiempos de los Tercios de Flandes, especialmente en la zona de Centroeuropa y el norte.
Se trata de un arma compuesta por un asta (de una longitud de entre 1,50 y 1,80 metros)
con un extremo más ancho o bien con una cabeza metálica en el extremo, que además
tiene púas por toda su zona de ataque y una punta de lanza. En resumen, una mezcla
entre una lanza y una maza a dos manos.

Las milicias y demás ejércitos de reemplazo recurrieron a estas estrellas debido a


su fácil manejo en entornos urbanos y estrechos, véase callejuelas o trincheras. No
obstante, consta el uso por soldados profesionales de modelos más sofisticados y
pulidos en determinadas circunstancias.

El mangual y el mayal

Dentro de la misma familia que la estrella del alba, pero con cadenas, deriva el
mangual (también llamado látigo de armas) y el mayal. Al igual que la anterior, también
el mangual y el mayal se suelen vincular erróneamente a la Edad Media, cuando la
realidad es que la mayoría de los ejemplares que hoy se conservan proceden de los
siglos XVI y XVII. Incluso en ese periodo eran, como reseña Molina Fernández en su
página, armas relativamente raras, salvo quizás el mayal de guerra, aunque fueron muy
representado en tratados alemanes del siglo XVI.

Concretamente son varas a la que se añade una o varias cadenas de longitud


variable y, en su extremo, un peso para golpear con fuerza al enemigo. Si la vara es
corta (entre 50 cm y 1 metro), se denomina mangual, y si es larga (entre 1,5 y 1,8
metros), mayal.

Por su menor longitud, el mangual solía utilizarse como arma de caballería,


mientras que el mayal, solía ser un arma de infantería. La zona europea con más
aceptación de este arma fue el centro y el este de Europa, donde las milicias los
producían con facilidad añadiendo púas a un mayor agrícola, aunque su uso en batallas
fue limitado a zonas de difícil acceso.

El órgano

En una lista de armas raras del Siglo de Oro no puede faltar un represente de la
artillería. Molina Fernández cita, entre otros, el órgano o ribadoquín por sus peculiares
características. Esta pieza de artillería formada por más de cuatro tubos estaba diseñado
para lanzar una descarga de pólvora a corta distancia contra tropas en cercanía. Su uso
más propicio era, por tanto, en la defensa de fortificaciones, en brechas de muralla o
zonas especialmente estrechas, donde las tropas enemigas no podían maniobrar para
evitar la descarga. No en vano, su punto débil procedía de su lentitud de recarga, que
con el tiempo se mecanizó y perfeccionó algo. A mediados del siglo XVII, estas armas
fueron sustituidas paulatinamente por armas más polivalentes como cañones armados
con botes de metralla.

Espadas gemelas

La escuela de esgrima española exigía el torso de frente, las piernas separadas, y


la mano que no empuñara espada mejor que usara daga, capa, rodela o incluso
sombrero, con tal de no tenerla desocupada. Era preferible quedarse manco de la
izquierda que dejar un cadáver con manos de pianista, frente a la escuela francesa que
empleaba la zurda para equilibrar el cuerpo. Italia, en la línea de la escuela española,
desarrolló gran predicamento el uso de dos espadas gemelas. Según las crónicas de la
batalla de Lepanto, Alejandro Farnesio, medio español, medio italiano, luchó sobre
una galera musulmana, junto al soldado español Alonso Dávalos, ganando palmo a
palmo de la embarcación con esta técnica de la doble espada.

Retrato del joven Alejandro durante su estancia en


Madrid

Para llevar a cabo esta técnica eran necesarias dos espadas de guarniciones
simples diseñadas para engarzarse entre sí en sus mangos de tal forma que pueden
envainarse en la misma vaina como si fueran una misma espada, pero en realidad son
dos. Como recuerda Molina Fernández, «la habilidad y destreza necesarias para usar
dos espadas a la vez es más elevado que con otras armas por lo que la mayoría de
esgrimistas preferían la clásica daga de mano izquierda o un broquel». Para gustos, los
colores.

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