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LOS COLORES DEL VOTO

Vamos a permitirnos un pequeño juego de simulación, imaginemos que las posibilidades del votante, en un
sistema clásico de sufragio, se diferenciaran por colores. Tres serían los colores determinantes, en la medida en
que significan cosas, positivas o negativas, con un nivel de claridad tal que facilita los análisis del sentido real de
una votación o, como se viene haciendo cada vez con mayor frecuencia, de un bloque de votaciones:

EL “OPACO”, cuando cada votante se decide por una de las opciones en liza de forma individual y secreta,

EL “TRANSPARENTE”, más conocido como abstención o, vulgarmente, “quedarse en casa”, cuando el votante
también toma su decisión, a saber, no molestarse en ir a votar

Y EL “BLANCO”, cuando se vota, pero la elección, en este caso, consiste en no elegir.

Dejamos fuera el VOTO “NEGRO”, o voto nulo, porque, además de no contar, como valdría para la abstención,
sólo se justifica por el error o la confusión, perfectamente perdonable, o por el desahogo o la reivindicación que ni
desahoga ni revindica.

Sin duda, el color propio del voto en cualquier proceso participativo de naturaleza electoral sería el que hemos
dado en llamar “opaco”. De manera informada, y con respeto absoluto por la decisión personal de cada cual, el
votante opta y hace expresa su opción por cualquiera de las alternativas en disputa.

Lo que parecería instalarnos en la normalidad, fundamentando el sistema, tiene sus matices y el principal es que
partimos de un modelo “ideal” de elector, a saber, conocedor del sistema democrático, conocedor de las opciones
ideológicas y del alcance de sus programas y propuestas, capaz de compensar racionalidad con experiencia y
sensación con sensibilidad, en otros términos, capaz de equilibrar inteligencia e instinto; un baño de realidad nos
demuestra que el elector general está muy lejos de reflejar ese modelo ideal. Hay electores desinformados, los
hay ajenos a los mismos procedimientos de votación, otros se dejan arrastrar por pura y dura ideología y no por
propuestas o programas., no obstante, toda esta pluralidad es parte del mismo sistema y le exige esfuerzos
complementarios de pedagogía democrática. El tema en discusión no será tanto las elecciones como la
actualización de la propia democracia.

El voto “transparente”, no teniendo relevancia en el marco cuantitativo porque sume, lo tiene, indudablemente,
por lo que resta. Del total del censo, la abstención reduce las referencias de cálculo en porcentajes y, en aplicación
de la ley d’Hont, favorece a los partidos menos votados, perjudicando a los receptores del voto mayoritario: a
mayor participación, más dificultad en lograr el porcentaje mínimo para entrar al reparto de cargos elegibles y la
necesidad de más apoyos para lograr la primera adjudicación y siguientes. En otros términos, no votar es ayudar a
las formaciones políticas que tengan menor apoyo electoral; no es de extrañar comportamientos partidistas de
formaciones que, escondiendo su interés bajo cualquier excusa peregrina, hacen campaña para que las personas
renuncien a votar. ¡Con lo que ha costado que los ciudadanos tengan voz y voto!, ¿tiene sentido tomarlo como
una carga en lugar de como un derecho? Resignadamente debemos asumir que siga “transparente” un porcentaje
del sufragio, por razones varias, y también aquí se demuestra lo improrrogable de reconsiderar el modelo de
democracia en que nos movemos.

El voto “blanco”, el voto en blanco, será uno de los mejores antídotos de la abstención y será, al mismo tiempo,
muestra de la fuerte capacidad de autocrítica que esconde el propio sistema. Baste recordar la construcción
argumental, imaginativa y ficticia, en la que José Saramago escribe su “Ensayo sobre la lucidez”, donde la pregunta
a responder sería: si el 83% del censo vota en blanco, ¿quién gana las elecciones? El voto es blanco es la crítica
más radical al propio sistema democrático tal y como nosotros lo entendemos; no hay dejación del derecho a
opinar, pero la opinión es el rechazo de todas las candidaturas sin, con ello, beneficiar a las que otros votantes
apoyen poco o mucho, en el libre ejercicio de sus mismos derechos.

Votos opacos, transparentes, blancos, incluso negros, serán determinantes para que la democracia acabe dando el
salto cualitativo que están exigiendo los nuevos tiempos. La última palabra la tienen los votantes.

Este artículo examina la filosofía política de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe y su argumentación a favor de un
populismo de izquierda. En primer lugar, demuestra que detrás de su crítica de una búsqueda ingenua de consenso,
supuestamente en el centro del pensamiento liberal, se alza un decisorismo político inspirado por Carl Schmitt.
Luego muestra cómo este decisionismo ha sido reformulado con la ayuda de la noción de indecidibilidad, basándose
en Derrida. Finalmente, el artículo enfatiza que la presunta indecisión de los conceptos y prácticas sociales conduce a
una visión balcanizada de la sociedad y hace imposible la idea misma del juicio político.

Si el 83% de la población vota en blanco, ¿quién gana las elecciones? Desde luego, quien
pierde es "esto que llamamos democracia", contesta José Saramago, Nobel de la
Literatura 1998, que el lunes presentó en Lisboa su nuevo libro, Ensayo sobre la lucidez. La
novela tiene como punto de partida el voto masivo en blanco en unas elecciones y lanza
duras críticas a los gobiernos del mundo occidental. Un libro destinado a provocar "una
polémica del diablo", según su autor.

Saramago, de 81 años, se presentó en Lisboa ante 1.500 personas. Denunció que "la
democracia está bloqueada" y que "es tan sólo un ejercicio formal". "Podemos quitar y
poner gobiernos, pero no podemos derribar el verdadero poder: las estructuras
económicas y financieras", dijo. "Los gobiernos son comisarios políticos del poder
económico", y en el FMI o en la OMC "no hay democracia", añadió.

Y cuando los políticos han dejado de servirnos, ¿cuál es la solución? "El lugar mágico del
voto en blanco", dijo Saramago, que hizo un llamamiento a este tipo de voto, pese a
formar parte de las listas de candidatos al Parlamento Europeo del Partido Comunista
Portugués.

Estado de sitio
Eso es lo que ocurre en su novela, que se publicará en España en abril (Alfaguara en
castellano y Edicions 62 en catalán). El 83% de los electores vota en blanco en unas
elecciones municipales. El poder político, al pensar sobre los motivos de estos resultados,
impone el estado de sitio y decide construir un muro para aislar a lo supuestos
conspiradores. Después se suceden los juegos de poder, la manipulación de los medios
de comunicación social y hasta un atentado organizado por el propio Gobierno en el metro
de la capital.

El objetivo de Saramago es "sacudir" y "movilizar las conciencias", al igual que "el teléfono
móvil ha disparado las conciencias de miles y miles de personas, y se convirtió en un
instrumento de movilización política imparable" en las últimas elecciones españolas.

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