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La Socialización Del Derecho en El Código Civil de 1928 PDF
La Socialización Del Derecho en El Código Civil de 1928 PDF
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NOCIONES PRELIMINARES
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sino una obligación que tiene que cumplir. El Estado, además de las vie-
jas funciones de limitación y tutela de los derechos individuales, ha co-
menzado a desempeñar la altísima función social de ayudar al débil sin
reducir a la impotencia al fuerte, de intervenir y reglamentar las relacio-
nes jurídicas del humilde con las poderosas organizaciones productoras,
entes impersonales e inaccesibles a todo sentimiento de piedad.
Existen dos direcciones del pensamiento jurídico contemporáneo, que
mucho han contribuído para la socialización del derecho. La primera da
gran importancia al carácter funcional del Derecho, y la segunda se des-
arrolla en el sentido de considerar al Derecho como engendrado siempre
por el deber.
Se ha venido exaltando en el Derecho su aspecto de facultad, de
poder, de prerrogativa, descuidando llamar la atención sobre su aspecto
funcional, fuertemente impregnado de la noción de deber. E l Derecho no
tiene un valor absoluto, vale por su función. Todo derecho desempeña
una función que fundamentalmente se justifica por estar encaminada a
mantener la vida y su desarrollo integral y armónico.
El hombre tiene en la sociedad una función que cumplir, una tarea
que ejecutar, y éste es el fundamento de la noción de derecho. La función
social que a cada hombre toca desempeñar, tiene obligación de cumplirla,
porque con su abstención perjudicaría a la sociedad. Los actos que realice
contrarios a la función que le incumbe, deben ser socialmente reprimidos.
Por el contrario, los que ejecute para cumplir esa función, deberán ser
socialmente protegidos y garantizados. Esa protección y garantía social
constitt~yeel Derecho.
No se puede reconocer la existencia del Derecho que no traiga su
origen, al menos remota o indirectamente, de un deber, porque el derecho
se da en función de exigencias racionales que el deber impone. El hombre
tiene el deber de conservarse y de desarrollarse integral y armónicamente.
Su conservación y desarrollo exige que sean satisfechas ciertas necesidades,
y como consecuencia de ese deber nace el derecho a satisfacer sus nece-
sidades, es decir, el derecho a los medios legítimos de satisfacerlos. El
deber influye sobre el derecho, de dos distintos modos : limitando la activi-
dad de la persona que lo posee, esto es, fijando la esfera de acción de ese
derecho; segundo, constituyendo a los demás hombres en la necesidad
de respetar ese derecho, o lo que es lo mismo, asegurando la inviola-
bilidad del derecho.
No debe romperse la esfera formada por el derecho y el deber y pre-
tender que cada uno de sus fragmentos, con rotación propia, siga ruta
distinta. Se garantizan los derechos del individuo para que pueda mejor
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cumplir sus deberes. Sus deberes dan la pauta de sus derechos. Está a
punto de realizarse la profética frase de Comte: "día llegará en que nues-
tro único derecho será el derecho de cumplir nuestro deber".
Expuestos los preliminares que he juzgado indispensables para entrar
de lleno al estudio de los problemas objeto de estas pláticas, voy a ocu-
parme de la socialización del Derecho privado en nuestro Derecho positivo.
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pago de daños y perjuicios; no, aqui hay algo característico, algo pecu-
liar del Derecho de familia: quien no cumpie con sus obligaciones como
miembro y, sobre todo, como autoridad de la familia, pierde esa autoridad,
pierde esas prerrogativas, o, por lo menos, se le suspenden. El padre que
no cumple con las obligaciones que como jefe de la familia tiene, no sola-
mente se hace acreedor a ciertas sanciones, sino que preocupándose la ley
fundamentalmente por el bienestar, por el interés o por el perfecciona-
miento de la familia, lo priva de una facultad, de una prerrogativa de la
que él se ha mostrado indigno. En las otras ramas del Derecho, el que
llega a abusar de su derecho sufre la sanción, que consiste, por regla
general, en el resarcimiento de los daños y perjuicios que origina con ese
-uso abusivo del derecho; a lo más, se puede nulificar el acto; pero el titu-
lar del derecho, no por su abuso lo pierde. Y esta regla, no es aplicable
cuando se trata &l Derecho de familia: aqui el titular d e un aerecho, que
al usar de una prerrogativa no la ejerce correctamente, no solamente
sufre sanciones, sino que por indigno de tener esa prerrogativa, y no
pudiendo la familia carecer de la ayuda, de la cooperación del que ha de
ejercer esa prerrogativa, la pierde el titular, para que pase a persona ca-
pacitada para ejercitarla aptamente.
Todavía hay otra consecuencia originada de ese carácter especial que
tiene el Derecho familiar, y es que tratándose de este Derecho, la pres-
cripción ejerce una influencia casi nula. En las otras ramas del Derecho
un derecho que no se ejercita, se pierde con el transcurso del tiempo
fijado por la ley; una obligación cuyo cumplimiento no se exige, dentro
de un plazo determinado, pierde su eficacia jurídica, ya no es posible
exigir judicialmente su cumplimiento, y si se exige, el juez no condenará
si se opone la excepción correspondiente. Tratándose del Derecho familiar,
la prescripción, repito, casi es nula, casi no ejerce influencia. Un individuo
no adquiere la patria potestad porque haya ejercitado por mucho tiempo
las facultades constitutivas de la patria potestad, y no la pierde porque
no la ejerza. Si ha faltado a su obligación el que está ejerciendo la patria
potestad, la pierde, no por el transcurso del tiempo, sino por la falta de
cumplimiento de su deber.
He querido llamar la atención de ustedes sobre estas características
del Derecho familiar, porque al estudiar las otras ramas del Derecho te-
nemos que establecer comparaciones, que acabarán de poner de manifiesto
esas diferencias radicales que existen entre el Derecho de familia y otras
instituciones jurídicas.
Precisamente la poca influencia que tiene la autonomía de la voluntad
respecto de la aplicación de las normas jurídicas constitutivas del Derecho
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nido refiriendo, se cometía esta inconsecuencia, a pesar de que la mujer
hubiera contraído matrimonio bajo el régimen de separación de bienes,
no podía disponer de sus bienes inmuebles y de sus derechos reales si no
es con la autorización del esposo, por más que se decía en d Código que
bajo el régimen de separación de bienes, la propiedad y el ,goce de los
bienes pertenecían a cada uno de los cónyuges. La mujer par estar ca-
sada y en virtud de la autoridad marital, ni aun de sus bienes propios,
ni aun de aquellos bienes en los que no habíí perdido lir propiedad, que
no eran comunes, no podía disponer de ellos sin la autorización del esposo.
Estas limitaciones han desaparecido en el Código de 1928. El hom-
bre y la mujer, al contraer matrimonio, deben elegir expresamente, en
lo relativo a sus bienes, el régimen bajo el cual se casffn, y si optan por
el de sociedad conyugal, de comúp acuerdo designarán ai que debe re-
presentar a la sociedad. Si prefieren d & separación de b i s , siepdo
mayores de edad, tanto el hombre como la mujer, pwden dioponer libre-
mente y administrar también con libertad sus bienes propios.
En los Códigos de 1870 y 1884, la patria potesQd ag b ejercía la
madre sino en defecto del padre; se necesitaba que éste estuviera muerto,
para que entrara a ejercer la patria potes(ad la d r u . El padre podía,
en SU testamento, nombrarle consejeros a su esposa y madre de sus hijos, .
con el objeto de que le dieran sus opiniones, h a c o ~ j a v m par*, la te-
solución de determinados negocios, y se sancionaba al no oer oídos caos
consejeros, con la pérdida de la patria potestad, después de oír o la mu-
jer en juicio contradictorio. También se establecía que la mujer que con-
traía segundas nupcias, por ese salo hecho, perdía la patri;, potestad sobre
los hijos de su primer matrimonio. Estas íimitaciones hap desaparecido
en el Cádig~de 1928.
Conforme a los Códigos de 1870 y 18614, la mujer, aun cuando fuera
mayor de edad, si no había cumplido todavía 30 años, no podía abando-
nar la casa paterna si no era para casarse, o bien cuanda el padre, la ma-
dre o el ascendiente con quien vivía coiitrajera n w o matrimonio. Era
una exigencia injustificada, porque si se creÍa que la mujer, lo mismo
que el hombre, a los 21 años tiene la aptitud necesaria para poder dirigir
su vida jurídica, no había razón para exigir que la mujer mayor de edad,
mientras no cumpliera treinta años, permaneciera como hija de familia,
privándola de los derechos que le correspondían por haber llegado a la
mayor edad.
, La mujer, conforme a los Códigos de 1870 y 1884 no podía ejercer ,
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del delito coincidía con la época de la concepción; fuera de esos casos,
estaba prohibida la investigación de la paternidad. En estos Códigos, sin
llegar a autorizar la completa investigación de la maternidad, la permitían
en muchos casos, bastaba que el hijo tuviera la posesión de estado de hijo
natural, para concederle derecho de investigar quién era la madre, siempre
que ésta, cuando se instaurara la investigación, no estuviera casada con
hombre distinto del que se decía que era el padre. En ) Código de 1928,
no se ha llegado, como muchos pretenden que debe hacerse, a conceder
completa libertad para investigar la paternidad; pero en este Código se
han ampliado los casos de investigación de la paternidad. En los Códigos
de los años de 1870 y 1884, estaba prohibida h investigación de la pater-
nidad, fuera del caso a que me he referido. La razón de la severidad del
texto prohibitivo fué, según lo explican algunos comentaristas, porque
hubo en épocas muy cercanas a la promulgación del Código de Napoleón
l grandes escándalos en Francia a consecuencia de la investigación de la
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paternidad, porque mujeres que querían especular con el escándalo, lie-
garon a entablar acciones de investigación de paternidad que después se
vió que no tenían más objeto que obtener lucro ; y por ese temor al abuso
que podían hacer mujeres sin pudor de la investigación de la paternidad,
se ilegó a una consecuencia injusta, a una consecuencia radical; injusta,
porque privaba al hijo de un derecho, sin ser él el culpable, y radical,
porque casi cerraba la puerta a la investigación de la paternidad. Los pre-
ceptos relativos figuraron en los códigos francés, italiano, portugués, etc. ;
fueron acre y victoriosamente combatidos, y llegó a establecerse por la
jurisprudencia algunas excepciones que en rigor no cabían dentro de los
textos tan formales, tan severos, que prohibían la investigación de la pa-
ternidad.
Cuando se formó el Código de 1928 ya eran muy conocidas esas censu-
ras ; eran también conocidas las excepciones que, fundándose en principios
de equidad más que en textos legales, la jurisprudencia haya establecido
al respecto, y naturalmente que se aprovecharon todos esos datos, y en el
Código de 1928 se concede que la paternidad se investigue, no solamente
cuando ha habido rapto o violación que coincida con la época de la con-
cepción, sino también en otros casos en que hay grandes probabilidades
de saber quién es el padre.
En el Código de 1928 son cuatro los casos en que se permite la in-
vestigaci6n de la paternidad; el primero, es el que ya reconocian los Có-
digos de 1870 y 1884; el segundo, es cuando el hijo tenía la posesión de
estado de hijo natural; el tercero, es cuando un hijo nace de dos personas
que viven maritalmente, sin estar casadas, siempre que h época de la con-
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cepción coincidiera con la época en que hacían esa vida marital; y, por
Último, se concede también el derecho de investigar la paternidad, cuando
el hijo tiene una prueba que justifique esa investigación. No se quiso
abrir enteramente la puerta a la investigación de la paternidad; todavía
se abrigan
- temores, se tienen escrúpulos, más o menos fundados, de que
pudiera abusarse de ese derecho.
La investigación de la paternidad no es más que el reconocimiento
de un principio de justicia incontrovertible. Nadie discute que el que CO-
mete una falta sea responsable de las consecuencias de esa falta; nadie
discute que el que causa un daño tenga la obligación de reparar las conse-
cuencias que ese daño origine. Esto nadie lo pone en duda ; lo que se exige
es la prudente aplicación de ese principio. Se han querido evitar estos dos
extremos: negar al hijo el derecho, que sin. duda tiene, de saber quién lo
trajo al mundo, de poder exigir a quien lo ha procreado, que cumpla con
los deberes que le impone la paternidad ; pero por otra parte, se quiso que
solamente en casos en que hubiera presunciones de que se procedía justifica-
damente y no por móviles bastardos, se tuviera ese derecho. Se eligieron
los mencionados cuatro casos en que notoriamente había motivos suficien-
tes para presumir que determinada persona era el padre del hijo que quería
saber quién lo había traído al mundo, para exigirle el cumplimiento de las
obligaciones que ese hecho le imponía.
Sin embargo, no son esos todos los casos, y en la doctrina se establecen
otros más, en que está permitida la investigación de la paternidad. Es
cierto que no se dispone actualmente de pruebas directas, de pruebas in-
controvertibles que demuestren quién es el padre de la criatura. Se ha
recurrido a algunos procedimientos: examen de sangre, etc.; pero no se
ha llegado a conclusiones decisivas, pues a lo sumo las demostraciones
negativas son concluyentes. Actualmente no puede demostrarse indubi-
tablemente la paternidad de un hombre sobre un niño, sobre una criatura
determinada. Se trata de un hecho que sólo puede demostrarse indirecta-
mente, por presunciones. Aun la filiación legítima no se demuestra con
prueba directa concluyente e incontrovertible. También la filiación legítima
se apoya en presunciones: se apoya en la vida marital que hacen el padre
y la madre; en la honestidad y fidelidad de la esposa, que hace fundada-
mente suponer que no tiene relaciones sexuales más que con su esposo.
Pero estas son también presunciones, y se pregunta : ¿por qué esas presun-
ciones que se admiten para el hijo legítimo se han de desechar cuando
concurren en las uniones extramatrimoniales para el hijo que nace de esas
uniones? ¿Por qué tal severidad para el hijo nacido fuera de matrimonio,
de lo que no tiene la culpa? Y la doctrina llega lógicamente a estas con-
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madre; se afirma que la mujer que trabaja fuera del hogar, que practica
un oficio o ejerce una profesión, desatiende sus obligaciones en el hogar,
que cuida poco del esposo y de los hijos. Es necesario examinar si estas
aseveraciones son exactas. Por desgracia entre nosotros una defectuosísima
organización doméstica hace que el desempeño de las ocupaciones propias
del hogar absorban una cantidad enorme de tiempo, un gasto innecesario
de energías y un gran despilfarro de recursos económicos.
En muchos lugares las faenas domésticas exigen una atención casi
constante del ama de casa. Todavía están en uso en muchos hogares pro-
cedimientos primitivos para desempeñar los quehaceres domésticos ; toda-
vía no se ha generalizado suficientemente el empleo de muchos utensilios,
al alcance de fortunas modestas, que vuelvan menos penosas, más rápidas
y eficaces multitud de faenas del hogar. Pero por fortuna cada día se va
extendiendo más el uso de instrumentos y máquinas que ahorran trabajo
y tiempo y redimen a la mujer de penosas labores, que la hacen malgastar
su tiempo y descuidar el cultivo de su espíritu.
Las actividades desarrolladas por la. mujer fuera del hogar pueden
crear algunos problemas que el legislador ha previsto y resuelve. El Có-
digo Civil dispone que estará a cargo de la mujer la dirección y cuidado
de los trabajos del hogar; pero que puede desempeñar un empleo, ejercer
una profesión, oficio, industria o trabajo, si con ello no descuida la misión
que le está encomendada en el hogar. El marido podrá oponerse a que la
mujer se dedique a las mencionadas actividades, siempre que subvenga a
todas las necesidades de la familia y funde su oposición en causas graves
y justificadas. Si sobre el particular se suscita controversia entre los es-
posos, el juez respectivo resolverá lo que sea procedente. (Arts. 169, 170
y 171.)
En el Código Civil de 1928 se ha hecho desaparecer la subordinación
incondicional de la esposa al esposo, al poner fin a la inferioridad legal
que la mujer guardaba en el hogar.
Entre nosotros hay dos regímenes que regulan las relaciones patri-
moniales de los cónyugues: el de la sociedad legal y el de separación de
bienes. Tanto en el Código de 1870 como en el de 1884, se estableció que
cuando se celebraba el matrimonio y nada se decía respecto del régimen
bajo el cual los esposos se casaban, se suponía que era contraído bajo el
de comunidad de bienes. No se exigió a los esposos que al casarse manifes-
taran por cuál de los regímenes optaban, porque se creía que era mortifican-
te, sobre todo para la mujer que en los momentos en que iba a contraer
matrimonio, que se contraía exclusivamente por amor, se tratara de asun-
tos económicos, de asuntos en que se versaran intereses pecuniarios. Se
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debe acompañarse una lista de todos los bienes que tengan los esposos, lo
mismo que de todas sus deudas, a fin de que se sepa qué cosa es de cada uno
de los cónyuges. Ese inventario de bienes, también debe acompañarse cuando
se trate de constituir el matrimonio bajo el régimen de sociedad conyugal,
porque es necesario saber cuáles son los bienes de que se van a hacer copar-
tícipes y los gravámenes y la? deudas que tengan los cónyuges. Ha de expre-
sarse, en el sistema de comunidad de bienes, si de todas las deudas respon-
de la sociedad, si sólo de las que contraiga el marido, o .h mujer, o de
las que contraigan los dos. Esta es una modificación importante, porque
en el régimen de la sociedad legal, tal como la reglamentó el Código de
1884, se disponía expresamente que la sociedad legal respondía de las
deudas que durante el matrimonio contrajera el marido, aunque las con-
trajera sin la voluntad, sin el consentimiento de la esposa. En el actual
régimen ya no puede hacezse eso; se necesita el consentimiento manifes-
tado por la esposa, para que la sociedad legal responda de las deudas del
marido. Con la reglamentación hecha por los Códigos de 1870 y 1884 de
una manera unilateral, siempre favorable al esposo, quedó normada la sacie-
dad legal, en forma tal, que en la mayoría de las ocasiones no se tenia
en cuenta la voluntad de uno de los socios, la voluntad de la mujer. El
marido obraba como el dueño de la situación, como el amo y señor y eso
aun en los pocos casos en que consentía que su esposa compartiera la di-
rección del hogar y los cuidados y las responsabilidades de la administra-
ción de los bienes de la sociedad conyugal, podía a su arbitrio, en cual-
quier momento, recobrar su supremacía, bastando para esto que revocara
las autorizaciones, las licencias que bondadosamente había concedido.
Esta organización de la familia, tan favorable al marido, dió por re-
sultado que existieran en los códigos a que me he referido, preceptos como
éstos que voy a exponer. Se decía que la mujer debía obediencia ai marido
en todo lo relativo a las cuestiones del hogar, a la educación de los hijos,
a la administración de los bienes ;que la mujer no podía contratar, no podía
adquirir ni a título oneroso, ni a titulo lucrativo; que la mujer no podía liti-
gar, ni para continuar los litigios que habían comenzado antes del matri-
monio. En fin, la mujer no podía, sin la autorización del marido, o sin
la autorización del juez, en su caso, ejecutar ninguno de los actos impor-
tantes de su vida jurídica. Como consecuencia de este estado de subordina-
ción en que caía la mujer por razón del matrimonio, fué necesario estable-
cer la representación de la mujer por medio del marido; fué necesario
establecer las autorizaciones, las licencias del marido, ya.
que la mujer no -
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por espacio de cinco años, o que hubieran tenido hijos. No era, pues,
cualquiera unión fuera de la ley, fuera del matrimonio, la que podía con-
siderarse como concubinato, sino la que constituía una unión seria, per-
manente, muchas veces fecunda, la que podría considerarse como un ma-
trimonio de hecho. No quiso tampoco reconocer como concubinato las
relaciones que un individuo o una mujer pudieran tener con muchos in-
dividuos del sexo contrario ;no reconoció muchos concubinatos en un indi-
viduo, sino uno solo, porque quiso, hasta donde era posible, equipararlo
al matrimonio, y al matrimonio como lo hemos establecido, monógamo;
una concubina y no muchas ;cuando son muchas no hay concubinato.
En estas condiciones, y solamente en beneficio de los hijos y algunas
veces de la concubina, que era la parte débil en ,esas uniones, hizo que el
concubinato produjera algunos efectos para los hijos, a fin de establecer
la fíliación, y una filiación que ya no era distinta de los otros hijos ha-
bidos fuera del matrimonio, en cuanto a sus derechos; y respecto de la
concubina, le concedió algunos derechos hereditarios; pero siempre en
el supuesto de que no existiera la esposa, porque el legislador expresa-
mentedice que reconoce que el matrimonio es la forma legal de constituir
la familia. Admite el concubinato como un hecho que, por su frecuencia
en las clases populares, era necesario reglamentar en obvio de mayores
males.
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82 FRANCISCO H. RUIZ
la propiedad, debe aceptarse con reservas. Hay seres que no han realizado
ningún trabajo productor y por la sola razón de que necesitan vivir, tienen
derecho a los medios conducentes para satisfacer esa necesidad que cons-
tituye un deber. El niño, el decrépito, el inválido, aunque no sean produc-
tores, aunque no puedan trabajar, tienen derecho a que se les suministre
lo necesario para vivir, y no a titulo de liberalidad o limosna, sino como
verdadero derecho, que tiene por Único fundamento su imperiosa necesi-
dad de vivir, que, como dije, se impone como un deber.
Al contacto con la realidad y como consecuencia de la evolución eco-
nómica y social, el dogma de que la propiedad es un derecho absoluto, su-
frió serio quebranto, porque se comprendió que el derecho de propiedad
en cuanto a su naturaleza como derecho, no difiere esencialmente de los
otros derechos ; que su diferencia es de contenido y de fin, y que no había
razón para que escapara a la característica de todos los derechos: la rela-
tividad.
Se vi6 que si el propietario frente a los demás hombres tiene derechos,
frente a la sociedad tiene deberes, precisamente por ser propietario. Que
si el propietario utiliza su propiedad para satisfacer sus necesidades, debe
aprovecharla de manera que lejos de perjudicar beneficie a la colectividad.
Debo advertir que la propiedad enteramente substraída a toda regla-
mentación con miras sociales, no ha existido nunca en la época civilizada.
Los códigos más individualistas han establecido restricciones a la propie-
dad exigidas por el interés social, como las relaciones de vecindád, las ser-
vidumbres legales, etc. En todas las legislaciones se reconoce el impuesto
y la expropiación por causa de utilidad pública, que se fundamentan en
los fines sociales que debe cumplir la propiedad. Pero esas restricciones
son una mínima parte del contenido social de la propiedad.
L a propiedad como factor de producción, interesa no solamente al
propietario, sino también a la sociedad, cuya vida alimenta. El elemento
social debe penetrar en el concepto de la propiedad, no sólo en la forma
puramente negativa de señalar límites a la extensión y ejercicio del derecho
de propiedad ; sino también en la positiva de imponer al propietario aque-
llas obligaciones y responsabilidades que demanda el interés general. La
propiedad obliga, dice la Constitución alemana.
El propietario debe incrementar la riqueza pública, el bienestar colec-
tivo, haciendo que su propiedad no permanezca improductiva, que fruc-
tifique para él y para los demás. El propietario que no pueda o no quiera
que su propiedad satisfaga su fin racional -proveer a las necesidades de
la vida humana-, no merece ser propietario.
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84 FRANCISCO H. RUIZ
La doctrina del abuso del derecho apareció como una enérgica reacción
contra el carácter absoluto que la doctrina individualista daba al derecho
de propiedad. Por eso me ocuparé de ella brevemente.
Usar un derecho es actuarlo, es decir, ejecutarlo. El derecho tiene
para su ejercicio un límite objetivo, una esfera dentro de la cual puede
actuar, una extensión que le fija la ley. Cuando el derecho obra fuera de
esa esfera, cuando se ejercita traspasando los límites que la ley le fija,
se está actuando sin derecho, se está cometiendo un acto arbitrario e ilegal.
No hay entonces lo que técnicamente se llama abuso del derecho. El acto
es francamente antijurídico.
Cada derecho tiene un fin social que debe realizar, fin social que se
ha tenido en cuenta para que la ley garantice su existencia y su ejercicio.
Puede suceder que el acto-uso del derecho se haya mantenido dentro
de la esfera de acción fijada por la ley, que no se dé al derecho una exten-
sión mayor que la legal; pero que al ejercitarse, no se haya tenido en
cuenta, se haya contrariado el fin social a cuyo logro está destinado. No
ha habido una extralimitación del derecho, sino una desnaturalización del
derecho, porque se usa para un fin distinto de aquél por el cual y sólo
para el cual ha sido establecido y protegido. El fin antisocial perseguido
al actuar el derecho, junto con el daño que se produce al obrar de esa
manera, constituyen el abuso del derecho. El titular de un derecho debe
ejercitarlo para satisfacer sus necesidades, puesto que para eso se lo re-
conoce el todo social, la voluntad colectiva, es decir, la ley. Todo sujeto
derecho, al ejercitarlo, hace uso de una facultad que le ha sido reconocida;
pero en relación a la colectividad, tiene el deber de usar su derecho de
acuerdo con el fin social a que está destinado. Aquí encuentran ustedes
una aplicación más de la doctrina que he venido desarrollando en mis
pláticas anteriores, cuando he hablado del derecho-deber.
Aclararé con ejemplos la doctrina expuesta, y al efecto estudiaré tres
casos diferentes : Primer caso. Un propietario construye un muro dentro
de su propiedad; pero con sus cimientos invade la propiedad ajena. Al
proceder así, no está usando, ni abusando de su derecho; está sencilla-
mente obrando sin derecho, está lesionando el derecho ajeno al invadir
una propiedad que no es suya. Segundo caso. El propietario levanta un
muro dentro de su propiedad, sin invadir de manera alguna la del vecino
y ha levantado ese muro para apoyar construcciones que está haciendo.
Aquí se tiene el uso correcto del derecho de propiedad, no hay lesión
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del derecho ajeno y se usa el propio para el fin racional a .que está des-
tinado : satisfacer necesidades del dueño. Tercer caso. El propietario, como
en el caso anterior, levanta un muro dentro de su propiedad, sin invadir de
ninguna manera la ajena; pero ese muro en nada lo va a utilizar, para
nada le va a servir. Lo ha construido exclusivamente con el objeto de pri-
var a su vecino de una hermosa perspectiva, de obscurecer su propiedad
o causarle alguna otra molestia o daño, del que ningún beneficio racional
obtiene. Este tercer caso constituye un abuso del derecho. Es cierto que
no ha habido una invasión de la propiedad ajena, que el propietario ha
usado, sin extralimitarse, del derecho que tiene de hacer construcciones
dentro de su propiedad; pero ha usado de su derecho desnatural'izándolo,
contrariando el fin racional que debe cumplir y con un fin antisocial. El
derecho de propiedad no se ha usado para llenar la función que lo justifica:
satisfacer necesidades racionales del propietario.
De todos los derechos se puede hacer un uso abusivo, porque cada
derecho tiene asignado un fin racional que debe realizar.
Lo expuesto nos suministra un-criterio cierto para distinguir el daño
causado por el abuso del derecho y el daño causado por la infracción do-
losa de una obligación civil, llamada por algunos delito civil; del daño
causado por la infracción culpable, pero no dolosa, de una obligación civil
y del daño de que debe responderse por la responsabilidad del riesgo crea-
do. En los dos primeros casos hay siempre ilicitud objetiva; en el abuso del
derecho, no hay ilicitud objetiva, sólo hay ilicitud en la intención del agen-
te. En el tercer caso, el riesgo es parte integrante del derecho que se usa,
y la responsabilidad nace automáticamente como consecuencia lógica y
prevista de los riesgos que lleva consigo d uso del derecho; mientras que
en el abuso del derecho sólo nace a consecuencia de ese abuso, es algo
extrínseco al derecho que se actúa.
En el abuso del derecho no hay conflictos de derechos, no hay dos de-
rechos, uno frente al otro. Hay bn derecho que se ejercita contrariando
el fin social que ha motivado su protección, y un interés dañado, que aun-
que es legitimo, no ha recibido la protección legal que lo transforme en
derecho.
Algunos tratadistas, entre ellos Planiol, sostienen que hablar del abuso
del derecho es ilógico, porque es ilícito el abuso del derecho y lo ilícito no
puede considerarse como el ejercicio de un derecho ;que el uso cesa donde
el abuso comienza, y sólo podría haber abuso cuando se m e d e en el uso
del derecho, entonces en realidad se obra sin derecho. Es cierto, como dice
Planiol, que el abuso del derecho es un acto ilícito, pero la ilicitud puede
provenir d e p u y diferentes causas, y cuando se habla del abuso del derecho,
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(Concluirá)