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La Constitución Política de la República de Chile de 1980 es el texto

constitucional chileno actualmente vigente. Fue aprobada el 8 de agosto de 1980,1 durante


la dictadura militar del general Augusto Pinochet y sometida a ratificación mediante un
plebiscito el 11 de septiembre de 1980,2 siendo promulgada el 21 de octubre del mismo año.3
Entró en vigor, en un régimen transitorio, el 11 de marzo de 1981 y, en forma plena, el 11 de
marzo de 1990.1 Ha sido reformada en 1989,5 1991,67 1994,8 1996,9 1997,101112 1999,13141516
2000,1718 2001,19 2003,20 2005,21 2007, 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015 y
2017.22
Su texto original contenía 120 artículos y 29 disposiciones transitorias.1 Tras la reforma de
2005, se fijó su texto refundido, coordinado y sistematizado mediante un decreto supremo,
conteniendo 129 artículos y 20 disposiciones transitorias.4 A enero de 2017, posee 133
artículos y 28 disposiciones transitorias.22
En abril de 2015, la presidenta Michelle Bachelet anunció que en septiembre del mismo año
iniciaría un proceso constituyente para la redacción, discusión y eventual aprobación de un
proyecto de nueva constitución, que pretendía reemplazar a la Constitución de 1980.2324 Sin
embargo, tras terminar su mandato reconoció, acerca de aquel proceso, que «no [lo] logramos
concluir».25

Historia[editar]
Origen de la Constitución[editar]

Firmas de Augusto Pinochet y de los miembros de la Junta Militar en el texto original de la Constitución
de 1980.

Luego del golpe militar del 11 de septiembre de 1973, no solo fue suspendida la Constitución
de 1925, sino que, además, se buscó crear una nueva institucionalidad completamente desde
cero. Se designó una «Comisión de Estudios de la Nueva Constitución» (CENC), más
conocida como Comisión Ortúzar, a la que se le confirió la labor de crear un anteproyecto
de constitución. El Consejo de Estado discutió e introdujo algunas modificaciones al
anteproyecto entre 1978 y 1980. Tuvieron aquí alguna participación el expresidente Jorge
Alessandri, Presidente del Consejo, y Enrique Ortúzar. Con posterioridad a la redacción
afinada por dicho cuerpo consultivo, la Junta Militar también le introdujo algunos cambios.
El texto fue, en definitiva, sometido a consideración de la ciudadanía mediante el plebiscito
nacional de 1980,26 en el que fue aprobado.27 Dicho plebiscito fue cuestionado por las
irregularidades formales de su celebración (entre otros problemas, no existían registros
electorales y la oposición se vio impedida de efectuar campaña).28 La Constitución entró en
vigencia el 11 de marzo de 1981, aunque hubo sectores de la ciudadanía que no reconocieron
su validez.

Primeros años[editar]
Entre 1981 y 1990, de acuerdo a las disposiciones transitorias fijadas por la misma
Constitución, la Junta de Gobierno asumió las funciones legislativa y constituyente —esta
última sujeta a aprobación plebiscitaria—. Augusto Pinochet asumió el cargo de presidente y,
por ende, la función de gobierno y administración del Estado. Los tribunales de
justicia continuaron ejerciendo sus funciones como venían haciendo desde el inicio de la
dictadura militar.
Finalmente, a fines de los años 1980, un grupo de partidos políticos encabezados por
la Democracia Cristiana aceptó participar en la transición establecida en la Constitución,
reconociéndola como una realidad jurídica y operando dentro del marco institucional
establecido por ella. En 1988, se puso en marcha el mecanismo previsto en la Constitución
para la sucesión de Pinochet, mediante una consulta plebiscitaria. Con el plebiscito, la
mayoría del país manifestó su rechazo a que Pinochet fuera presidente por otro periodo de
ocho años, lo que gatilló la realización de elecciones para elegir a un nuevo presidente de la
República, junto con los miembros del Congreso Nacional, en 1989.29
Previo a las elecciones parlamentarias de 1989, el gobierno, la Concertación y los partidos de
derecha consensuaron un paquete de 54 reformas a la carta fundamental, que fue aprobada
en el plebiscito del 30 de julio de 1989. Entre esto y la victoria de la concertación en
la elección presidencial, tras lo cual Patricio Aylwin asumió como presidente de Chile en 1990,
la Constitución fue reconocida por todos los sectores políticos y sociales de Chile, con la
excepción del Partido Comunista de Chile y otros grupos de izquierda extra-parlamentarios,
quienes desde entonces han clamado por su reemplazo total.

La Constitución dentro de la Transición[editar]


Firmas del presidente Ricardo Lagos y sus ministros de Estado, en el texto refundido, coordinado y
sistematizado de la Constitución de 1980, tras la reforma de 2005.

Artículo principal: Transición a la democracia (Chile)

La legitimidad de la Constitución continuó siendo cuestionada. Han existido peticiones tanto de


los representantes de la Concertación como de la izquierda extra-parlamentaria para realizar
numerosas modificaciones, algunas de ellas promulgadas con éxito.
Durante los primeros años de los gobiernos de la Concertación, fue prácticamente imposible
algún tipo de reforma sustancial debido a la oposición de los sectores de la Alianza por Chile,
pero solo durante el gobierno del Presidente Ricardo Lagos se logró llegar a un consenso
amplio para eliminar los últimos enclaves antidemocráticos de su texto original, proveniente
del dictadura militar.
Luego de varios años de discusión y de acuerdos entre ambos grupos políticos, el 14 de julio
de 2005 se llegó a un acuerdo de reforma en el Senado. Posteriormente, luego de un acuerdo
entre el Gobierno y el Congreso, el Presidente presentó inmediatamente un veto para poder
modificar 27 artículos de las reformas, las que fueron rápidamente aprobadas por ambas
cámaras del Congreso. El 16 de agosto de ese año, el Congreso Nacional de Chile en su
conjunto, reunido como Congreso Pleno, la ratificó. El resultado de la votación fue de 150
votos a favor, 3 en contra (de los senadores designados Jorge Martínez Busch, Fernando
Cordero y Julio Canessa), y una abstención (del senador Rodolfo Stange).30
El 17 de septiembre de 2005, en una ceremonia especial, fue promulgado el decreto
supremo por el cual se fijó el texto refundido, coordinado y sistematizado de la Constitución,
que incorporaba dichas reformas. Dicha ceremonia fue encabezada por el presidente Ricardo
Lagos, cuya firma del texto constitucional pasó a reemplazar la de Augusto Pinochet.

Segundo gobierno de Michelle Bachelet[editar]


El 28 de abril de 2015, la presidenta Michelle Bachelet anunció que en septiembre del mismo
año iniciaría un proceso constituyente para la redacción, discusión y eventual aprobación de
un proyecto de nueva constitución, que podría reemplazar a la Constitución de 1980.2324 El 13
de octubre de 2015, mediante una cadena nacional, la presidenta Bachelet anunció las fases
del proceso, que comenzará con instancias de educación cívica y constitucional, seguido
luego por diálogos ciudadanos, posteriormente, durante el segundo semestre de 2016, la
entrega de unas bases ciudadanas para la nueva constitución y el envío de un proyecto de
reforma constitucional para establecer un procedimiento de reemplazo constituyente, debiendo
el Congreso Nacional elegir entre cuatro mecanismos alternativos. La propuesta de nueva
constitución sería presentada durante el segundo semestre de 2017.3132 Sin embargo, tras
terminar su mandato Bachelet reconoció que «no logramos concluir a cabalidad el proceso
constituyente».25

Visión de conjunto[editar]
Se trata de un texto que conserva un buen número de tradiciones republicanas, las que han
sido correctamente actualizadas conforme a las orientaciones contemporáneas
del constitucionalismo. Así, por ejemplo, se ha conservado la tradición presidencialista de
matriz portaleana, coexistiendo con un parlamento electo. El dominio legal se ha
racionalizado, siguiendo al constitucionalismo francés de posguerra, pero ha mantenido un
papel preponderante en la definición de las bases del ordenamiento, el que se ha visto
equilibrado mediante un control de constitucionalidad de las leyes reforzado. Y, naturalmente,
el ejercicio del poder público ha parecido verse durante estos años cada vez más limitado por
los derechos fundamentales.33
Como muchos comentaristas observan, hay una paradoja cierta en esta Constitución. Se trata
probablemente del texto más respetuoso de los derechos individuales de las personas que
haya conocido la historia constitucional chilena; sin embargo, la paradoja reside en que haya
sido dictada precisamente por una dictadura militar bajo cuyo gobierno se violaron los
derechos humanos. No es casual que durante gran parte de los primeros años de vigencia del
texto, el país haya sido gobernado bajo estados de excepción constitucional que permitieron
eludir algunas reglas demasiado «restrictivas» para un gobierno no democrático y no
demasiado respetuoso, en el hecho, de las libertades públicas.33
Las críticas más visibles dirigidas en su contra recaen sobre lo que en algún momento se
llamó «enclaves autoritarios». En efecto, aún abrazando principios democráticos, no debe
olvidarse que, en un principio, la Constitución obedecía a un modelo de «democracia
protegida». En ese contexto era normal que la propagación de doctrinas que propendieran la
lucha de clases, por ejemplo, fuese considerada como un ilícito constitucional, o que se
pretendiera instaurar a nivel local mecanismos de gestión administrativa y gubernamental al
margen de recetas puramente políticas (i.e. ideológicas). Durante casi 25 años, subsistieron
algunos aspectos heredados de esa concepción política: el papel de las Fuerzas Armadas
como garantes de la institucionalidad, del Consejo de Seguridad Nacional de Chile, y la
existencia de senadores por derecho propio y otros designados, que se reputaban representar
a la Nación del mismo modo que los electos.33
A ello se suman dos factores que mantienen una grave tensión. Por una parte, la definición de
un sistema electoral que no asegura, en forma absolutamente fiel, la representación de todas
las colectividades políticas y que ha obligado a formar grandes bloques políticos, en donde las
colectividades más marginales tienen dificultad para hacerse oír. En ese contexto, la
Constitución parecería haber sido hecha para regir de una vez para siempre al país, sin
posibilidad de evolución. Por otra parte, y sumado a lo anterior, la Constitución en varias de
sus disposiciones exige mayorías parlamentarias calificadas para reformar ciertos aspectos
institucionales que son claves en la actualidad. Por ejemplo, se exige una mayoría de los 4/7
de los parlamentarios en ejercicio para reformar las votaciones, los partidos políticos,
la libertad de enseñanza, las bases de la Administración, el Congreso Nacional, el Tribunal
Constitucional, las Fuerzas Armadas, etc. Dado lo anterior, ha sido extremadamente difícil que
la mayoría democrática reforme tales instituciones cuyo régimen jurídico, en lo fundamental,
fue definido durante la dictadura militar.33
La solución a muchos de esos problemas, que existen y en algún momento han parecido
graves, pasa simplemente por una reestructuración de mecanismos de poder, como los que
se discuten actualmente y verosímilmente permitirán cambiar la Constitución.
Más allá de esa clase de observaciones, cabe preguntarse si acaso la Constitución tiene
realmente carácter democrático. No se trata de resucitar las querellas acerca de su legitimidad
de origen, sino de analizar su contenido. En efecto, en el texto mismo, en sus aspectos
dogmáticos, hay opciones ideológicas explícitas, que pueden ser discutibles y, sobre todo,
pueden limitar la libertad de acción de generaciones futuras. El principio de subsidiariedad, por
ejemplo, puede erigirse en obstáculo a la implementación de políticas asistenciales o de
servicio público más agresivas por parte del Estado. Igualmente, la importancia asignada a la
familia podría esgrimirse como argumento que impida la adaptación de las leyes a la evolución
de las costumbres. En fin, incluso un concepto aparentemente tan inocuo como el de bien
común puede ser objeto de lecturas restrictivas, que vinculen el porvenir de la sociedad
chilena a un modelo específico inmutable y frenen su evolución conforme a la apreciación más
o menos cambiante del interés general, que hagan los representantes de la Nación a través
del tiempo. La cuestión que habrá que preguntarse en el futuro es si se quiere hacer de la
Constitución chilena más un programa de gobierno que un arsenal de instrumentos a
disposición de cada gobierno o cada legislatura.33

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