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Para que la persona pueda desarrollarse en un entorno determinado, son necesarios ciertos
mecanismos legales, éticos y cívicos que hagan posible la conciliación entre los intereses
individuales y los colectivos. Por ejemplo, las leyes pueden fungir como acuerdos sobre
metas y procedimientos; las instituciones, como instrumentos de la sociedad para alcanzar
sus fines adoptando una actitud creativa frente a la construcción de una mejor calidad de
vida. Ya mencionamos cómo el estado de derecho pretende conciliar lo privado con lo
público.
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No existen sistemas económicos definitivos o que puedan convertirse en dogmas. Las
democracias contemporáneas se han preocupado por evitar errores de esta índole y, por
ello, se ocupan de equilibrar las relaciones entre la libertad de mercado y el sentido social.
Es posible determinar la sanidad de un sistema económico a partir del interés que muestra
en generar condiciones favorables para el buen desarrollo de los seres humanos. Las
sociedades que actúan al margen de estos intereses son proclives a la deshumanización,
caen en la autodestrucción. Es cierto que la riqueza es necesaria para procurar el bienestar
social, pero ésta debe alcanzarse de manera justa, con proyectos a largo plazo que no estén
al margen del bienestar de los trabajadores y sus familias y, en general, de toda persona
inmersa en las estructuras económicas.
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Naciones Unidas, el 70% de los conflictos en el ámbito mundial ha tenido lugar en el
interior de los países; el resto, entre naciones.
Es importante contribuir con nuestras acciones para que la vida sea más justa, digna,
solidaria, equitativa y pacífica. Lo más importante es que cada individuo se convierta en un
agente activo y creativo de la sociedad, reclamando la excelencia desde su lugar de acción,
lo cual lo convierte en responsable de la construcción de una sociedad cada vez más justa,
libre y solidaria.
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En términos generales, la responsabilidad consiste en asumir las repercusiones y alcances
de nuestros actos libres. Una organización o institución está siempre conformada por
personas individuales que se unen para lograr un objetivo o una meta específica. Esto
significa que la responsabilidad sobre las decisiones y sus consecuencias es compartida.
El deber más apremiante de la sociedad es procurar el bien de todas y cada una de las
personas que la componen. Las organizaciones e instituciones agrupan determinados
deberes para con la sociedad. En definitiva, todas deben encaminar sus acciones a que la
sociedad sea un entorno que permita a la persona alcanzar la vida lograda, desde la infancia
hasta la vejez. Para esto, cada organización e institución debe tomar conciencia de los
valores y metas hacia los cuales dirige su acción, involucrando a sus miembros en un
proyecto colectivo, promoviendo el sentido de pertenencia. De la misma forma debe
orientarse a disminuir aquello que impide a la persona desarrollarse íntegramente en su
dimensión individual, como en cada una de sus agrupaciones.
Tanto las asociaciones civiles —la familia, los grupos religiosos, las instituciones
educativas— como la empresa privada y el Estado, deben procurar la civilidad, es decir, la
participación en las tareas y proyectos comunes. Así, la sociedad puede progresar: ser cada
vez más justa y convertirse en un entorno más favorable.
10.3.1 La familia
La familia es el núcleo esencial de la constitución de la personalidad y supone el mejor
contexto para preparar a la persona a través de los cambios que se dan en la vida. Tiene la
responsabilidad de educar a través del afecto a cada uno de sus miembros, para que éstos
se integren de manera positiva, creativa y respetuosa a la sociedad; así, pueden desempeñar
un papel constructivo dentro del entorno en el que se desarrollan. Una de sus mayores
responsabilidades es contribuir a la socialización en función de los valores cívicos. Tal es
el caso de la justicia: a través de la familia los valores y conocimientos que posibilitan un
trato social justo, son transmitidos de generación en generación.
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Lo más adecuado es que la familia ayude a que sus integrantes sean autónomos,
emocionalmente equilibrados y capaces de establecer vínculos afectivos satisfactorios.
Aunque la familia no es el único entorno capaz de fomentar valores, sí es notable que es en
ella donde esta tarea se convierte en un hecho más patente. Su dinámica debe generar
armonía, comprensión y apoyo. Si lo hace, contribuye al bienestar social. Cuando por
cualquier motivo se desintegra el núcleo familiar o se vician las relaciones entre sus
integrantes, lo más recomendable es asistir a un organismo público o privado que ofrezca
el apoyo necesario para encarar estos problemas de la mejor manera.
En este sentido, la educación fortalece la autoestima. Si las personas están bien educadas,
la sociedad tendrá un gran potencial para enfrentar los retos que se le presenten y para
demandar de las instituciones lo necesario para el buen funcionamiento de las
comunidades. Una buena educación asegura una dinámica social que tiene como resultado
la disminución de la pobreza y el aumento de la justicia. Una sociedad educada permite
que la justicia se alcance de manera paulatina y genera expectativas de equidad social.
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economía y genera fuentes de trabajo. Una empresa bien enfocada debe procurar un
impacto social favorable y propositivo ante cuestiones como el medio ambiente, la
educación, los derechos humanos, la movilidad social, la pobreza, entre otros.
Las empresas deben aportar nuevas propuestas para el desarrollo social, sin perder de vista
los principios democráticos y el respeto a la pluralidad. La empresa privada también debe
establecer condiciones apropiadas para el crecimiento global, especialmente en países en
vías de desarrollo; fomentar el equilibrio social y ambiental; reconocer y promover los
derechos humanos y los valores democráticos; y por último, encontrar nuevas formas de
proteger las identidades culturales.
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El Estado se apoya en este tipo de asociaciones para fortalecer proyectos fundamentales
como el cuidado de niños y ancianos, el auxilio a países en vías de desarrollo, la protección
de animales en peligro de extinción, la conservación del ecosistema, etcétera. Para alcanzar
estos fines, las asociaciones deben trabajar conjuntamente con el Estado y con la empresa
privada, lograr alianzas y colaboraciones, y así lograr un avance ininterrumpido en la
calidad de vida.
Las asociaciones religiosas tienen el deber de promover e inculcar algunas vías para
alcanzar la vida lograda, es decir, la autorrealización de la persona teniendo en cuenta que
también es necesario respaldar la justicia, la paz y la solidaridad, que también son valores
cívicos. El Estado no está llamado a promover los máximos de virtud sino a proteger los
mínimos de justicia. Las asociaciones religiosas, en cambio, sí aspiran a los máximos de
virtud sin que ello implique un menosprecio del orden cívico. Sin embargo, esta tarea debe
desarrollarse en el marco de la pluralidad democrática.
10.3.7 El Estado
Como se ha mencionado, la mayor responsabilidad del Estado es asegurar la justicia. A
través de sus acciones —legislativas, ejecutivas y judiciales—, debe procurar que el
entorno sea conveniente para todos, en los diferentes aspectos y ámbitos necesarios para
una convivencia pacífica, agradable y conforme con la dignidad humana. Ello implica la
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defensa de los derechos humanos como mínimos de justicia universalmente requeridos e
ineludibles.
Sólo con un Estado que garantice la justicia como principio básico de convivencia, tanto en
el ámbito político como en el social, se pueden asegurar avances y mejoras en las
relaciones y condiciones de la convivencia social.
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todos por encima de cualquier otro tipo de intereses, porque es el escenario indispensable
para la realización de nuestros proyectos personales.
10.4.1 La ecología
La ecología no es un problema exclusivo de México. Es un tópico común sobre todo en las
grandes ciudades, y particularmente en zonas de fuerte impacto ambiental, como la selva
amazónica, el desierto del Sahara, áreas lacustres contaminadas, etcétera.
En ocasiones se piensa que los problemas ecológicos son propios de la ciudad. Por todos es
conocida la grave situación del Distrito Federal y del área metropolitana. Es inaudito que
por los índices de contaminación los habitantes no puedan usar su auto un día —y en
ocasiones dos— a la semana. Sin embargo, no es exagerado si consideramos los altos
niveles de smog. En la ciudad de México se ha hecho del estado de emergencia un modo de
vida; esta medida extrema amenaza con volverse “un día con auto”. Otras ciudades con
alta densidad demográfica, como Querétaro, Guadalajara y Monterrey, corren el mismo
riesgo, aunque todavía están a tiempo de evitar situaciones tan preocupantes.
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algunas personas y actores sociales. Y es que en el fondo, no somos conscientes de que en
problemas como la ecología, la frontera entre lo público y lo privado se difumina.
Los derechos de los pueblos en materia ambiental abarcan la solución a los problemas
alimenticios, demográficos, educativos y ecológicos. Conseguir el equilibrio ecológico no
ha sido sencillo. Actualmente nos enfrentamos a dos situaciones que parecen no dar cabida
a la preservación del ambiente. Por una parte, encontramos países cuya pobreza les
dificulta encontrar condiciones favorables para la vida: tienen abundantes problemas de
higiene, escasez de agua e incluso falta de alimentos. En algunos casos, la miseria los
empuja a la explotación inmoderada de algún recurso natural para asegurar la satisfacción
de necesidades básicas. Por otra parte, hay naciones altamente desarrolladas que a costa de
modernizarse también han golpeado el orden ecológico. En ellas se han contrapuesto el
desarrollo y el equilibrio natural.
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El desarrollo sostenido se refiere a la búsqueda del crecimiento económico “limpio”, es
decir, no contaminante. En otras palabras, lo ideal sería que el progreso tecnológico y el
combate a la miseria no entraran en conflicto con el cuidado ambiental. El desarrollo de las
sociedades actuales debe contemplar el bienestar de las generaciones futuras: una política
irresponsable con el ambiente intentaría justificarse bajo la consigna “salvar a los de hoy”,
aunque esto implicara aniquilar a los habitantes del mañana. El desarrollo sostenido es
precisamente el que administra los recursos actuales considerando las necesidades futuras.
Son varias las narraciones de ciencia ficción que muestran a los seres humanos del
porvenir habitando otros planetas porque éste ha sido devastado. Lo cierto es que,
independientemente de esta alternativa, si los seres humanos no aprendemos a progresar
sin destruir el ambiente, iremos estropeando todos los mundos posibles.
Parece sencillo demandar el equilibrio entre desarrollo y ecología. Esta relación debe ser
evaluada continuamente. Antes de modificar alguna de las variantes ecológicas, hemos de
preguntarnos para qué la queremos cambiar, cuál es el costo y qué tan imprescindible
resulta. Cuando la transformación técnica omite una reflexión sobre su finalidad, se está
pervirtiendo. La modernidad ha olvidado el carácter servil de la tecnología, pues ésta debe
desarrollarse en función de algo que va más allá de ella. El criterio último ha de ser el
bienestar humano.
Los grandes avances tecnológicos nos han hecho creer que somos señores de la naturaleza.
Si entendemos nuestra relación con el planeta bajo el modelo de las relaciones de
dominación, tarde o temprano el resultado será trágico. Sería ingenuo renegar de la
tecnología. Estamos tan inmersos en ella que anularla resultaría incluso cruel: ella también
ha contribuido a prolongar y mejorar la calidad de vida. La misma tecnología que hace
posible la bomba atómica, permite las operaciones a corazón abierto que tantas vidas han
salvado. El avance técnico no es despreciable de suyo. Sin embargo, su aplicación ha de
encuadrarse en una perspectiva verdaderamente humana.
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La globalización es el proceso de integración mundial en los planos social, político,
económico y cultural. Con ello se aspira a una comprensión y acercamiento entre las
diversas culturas y costumbres que existen en el planeta.
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políticas multiculturales. Este tipo de acontecimientos sociales han abierto expectativas
para una concepción de la globalización entendida no como reduccionismo cultural, sino
como unidad en la diferencia a través de un reconocimiento plenamente humano.
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Aunque el multiculturalismo reconoce las identidades culturales, no todas las propuestas
sociales son igualmente favorables: los grupos que propician la violencia y la
desintegración han de reorientar su modus operandi, y en muchas ocasiones sus idearios,
con la finalidad de incorporarse al diálogo. La alteridad no es un valor absoluto. Por
encima de las diferencias culturales están los derechos humanos.
Algunas veces las sociedades se fragmentan justo en donde deberían unirse. Por ello, es
preciso potenciar el diálogo y ampliar los acuerdos mínimos necesarios para lograr la
convivencia pacífica. Es importante considerar que tales acuerdos están respaldados por las
tradiciones, la religión, las costumbres, la cultura y la idiosincracia de cada grupo. Es
mejor solucionar los problemas a partir del diálogo que del conflicto.
Aunque la búsqueda de las similitudes en la diferencia sea ardua, hacia ella deben
orientarse los esfuerzos de la sociedad. Éste es el proyecto más viable para que la justicia,
la solidaridad, la tolerancia y la dignidad humana sean cada vez más tangibles. En este
sentido, los derechos humanos son un punto de confluencia. La condición humana y los
derechos que en ella inhieren son, quizá, una de las mejores premisas para articular un
diálogo fecundo.
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Bibliografía recomendada
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