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MISTERIO DE DIOS

Alberto Múnera, S.J.


| 2019-3

TEMA 2
DIOS MISTERIO INACCESIBLE - EXISTENCIA DE DIOS.

LECTURA

1. El Dios detectado en nuestro pueblo y su real existencia

- Podemos comprobar por experiencia propia y por diálogo directo con toda clase de
personas, que la base de todo discurso religioso es la convicción que se tiene de que Dios
es un personaje realmente existente, aunque las versiones que hemos encontrado en la
mentalidad de nuestra gente nos lo presentan con características supremamente
abstractas. Pareciera que todos afirman que Dios existe, pero cada uno lo percibe a su
manera.

- Esta percepción tan diversa del personaje Dios, nos puede hacer entrar en sospecha. Por
lo menos no podemos evitar el proponernos la pregunta: ¿realmente existe un personaje
así como lo presenta nuestra mentalidad popular y nuestra tradición? Y si no existe tal como
nos lo hemos imaginado hasta ahora, ¿qué es lo que existe como Dios verdadero?

- Y viene otra pregunta importante: ¿cómo podemos demostrar la existencia de Dios, sea
el que aparece en la mentalidad popular, sea el que cada uno de nosotros propone como
tal? Posiblemente hemos utilizado múltiples argumentos para establecer la existencia de
ese Dios.

- El ateísmo ha sido considerado en nuestro mundo religioso como el gran enemigo y como
un fenómeno monstruoso que tenemos que combatir. Por supuesto, ateísmo de ese Dios
cuya existencia creemos haber demostrado. Pero ¿no tendrá alguna razón ese ateísmo?

Las cinco vías de la “demostración” de la existencia de Dios

En la "Suma Teológica", primera parte, capítulos 2 y 3, encontramos formuladas las cinco


“pruebas” tomistas de la demostración de la existencia de Dios, (conocidas como las
"cinco vías"), que se exponen a continuación:

Primera vía

Por el Movimiento:

Nos consta por los sentidos que hay seres de este mundo que se mueven; pero todo lo
que se mueve es movido por otro, y como una serie infinita de causas es imposible
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hemos de admitir la existencia de un primer motor no movido por otro, inmóvil. Y ese
primer motor inmóvil es Dios.

La primera y más clara se funda en el movimiento. Es innegable, y consta por el


testimonio de los sentidos, que en el mundo hay cosas que se mueven. Pues bien, todo
lo que se mueve es movido por otro, ya que nada se mueve más que en cuanto esta en
potencia respecto a aquello para lo que se mueve. En cambio, mover requiere estar en
acto, ya que mover no es otra cosa que hacer pasar algo de la potencia al acto, y esto
no puede hacerlo más que lo que está en acto, a la manera como lo caliente en acto, v.
gr., el fuego hace que un leño, que está caliente en potencia, pase a estar caliente en
acto. Ahora bien, no es posible que una misma cosa esté, a la vez, en acto y en potencia
respecto a lo mismo, sino respecto a cosas diversas: lo que, v. gr., es caliente en acto,
no puede ser caliente en potencia, sino que en potencia es, a la vez frío. Es, pues,
imposible que una cosa sea por lo mismo y de la misma manera motor y móvil, como
también lo es que se mueva a sí misma. Por consiguiente, todo lo que se mueve es
movido por otro. Pero, si lo que mueve a otro es, a su vez, movido, es necesario que lo
mueva un tercero, ya éste otro. Mas no se puede seguir indefinidamente, porque así no
habría un primer motor y, por consiguiente, no habría motor alguno, pues los motores
intermedios no mueven más que en virtud del movimiento que reciben del primero, lo
mismo que un bastón nada mueve si no lo impulsa la mano. Por consiguiente, es
necesario llegar a un primer motor que no sea movido por nadie, y éste es el que todos
entienden por Dios.

Segunda vía

Por la Eficiencia:

Nos consta la existencia de causas eficientes que no pueden ser causa de sí mismas,
ya que para ello tendrían que haber existido antes de existir, lo cual es imposible.
Además, tampoco podemos admitir una serie infinita de causas eficiente, por lo que tiene
que existir una primera causa eficiente incausada. Y esa causa incausada es Dios.

La segunda vía se basa en causalidad eficiente. Hallamos que en este mundo de lo


sensible hay un orden determinado entre las causas eficientes; pero no hallamos que
cosa alguna sea su propia causa, pues en tal caso habría de ser anterior a sí misma, y
esto es imposible. Ahora bien, tampoco se puede prolongar indefinidamente la serie de
las causas eficientes, porque siempre que hay causas eficientes subordinadas, la
primera es causa de la intermedia, sea una o muchas, y ésta causa de la última; y puesto
que, suprimida una causa, se suprime su efecto, si no existiese una que sea la primera,
tampoco existiría la intermedia ni la última. Si, pues, se prolongase indefinidamente la
serie de causas eficientes, no habría causa eficiente primera, y, por tanto, ni efecto último
ni causa eficiente intermedia, cosa falsa a todas luces. Por consiguiente, es necesario
que exista una causa eficiente primera, a la que todos llaman Dios.
Tercera vía
Por la Contingencia:
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Hay seres que comienzan a existir y que perecen, es decir, que no son necesarios; si
todos los seres fueran contingentes, no existiría ninguno, pero existen, por lo que deben
tener su causa, pues, en un primer ser necesario , ya que una serie causal infinita de
seres contingentes es imposible. Y este ser necesario es Dios.

La tercera vía considera el ser posible o contingente y el necesario, y puede formularse


así. Hallamos en la naturaleza cosas que pueden existir o no existir, pues vemos seres
que se producen y seres que se destruyen, y, por tanto, hay posibilidad de que existan y
de que no existan. Ahora bien, es imposible que los seres de tal condición hayan existido
siempre, ya que lo que tiene posibilidad de no ser hubo un tiempo en que no fue. Si,
pues, todas las cosas tienen la posibilidad de no ser, hubo un tiempo en que ninguna
existía. Pero, si esto es verdad, tampoco debiera existir ahora cosa alguna, porque lo
que no existe no empieza a existir más que en virtud de lo que ya existe, y, por tanto, si
nada existía, fue imposible que empezase a existir cosa alguna, y, en consecuencia,
ahora no habría nada, cosa evidentemente falsa. Por consiguiente, no todos los seres
son posibles o contingentes, sino que entre ellos forzosamente, ha de haber alguno que
sea necesario. Pero el ser necesario o tiene la razón de su necesidad en sí mismo o no
la tiene. Si su necesidad depende de otro, como no es posible, según hemos visto al
tratar de las causas eficientes, aceptar una serie indefinida de cosas necesarias, es
forzoso que exista algo que sea necesario por sí mismo y que no tenga fuera de sí la
causa de su necesidad, sino que sea causa de la necesidad de los demás, a lo cual todos
llaman Dios.

Cuarta vía

Por los Grados de perfección:

Observamos distintos grados de perfección en los seres de este mundo (bondad,


belleza,...) Y ello implica la existencia de un modelo con respecto al cual establecemos
la comparación, un ser óptimo, máximamente verdadero, un ser supremo. Y ese ser
supremo es Dios.

La cuarta vía considera los grados de perfección que hay en los seres. Vemos en los
seres que unos son más o menos buenos, verdaderos y nobles que otros, y lo mismo
sucede con las diversas cualidades. Pero el más y el menos se atribuye a las cosas
Según su diversa proximidad a lo máximo, y por esto se dice lo más caliente de lo que
más se aproxima al máximo calor. Por tanto, ha de existir algo que sea verísimo,
nobilísimo y óptimo, y por ello ente o ser supremo; pues, como dice el Filósofo, lo que es
verdad máxima es máxima entidad. Ahora bien, lo máximo en cualquier género es causa
de todo lo que en aquel género existe, y así el fuego, que tiene el máximo calor, es causa
del calor de todo lo caliente, según dice Aristóteles. Existe, por consiguiente, algo que es
para todas las cosas causa de su ser, de su bondad y de todas sus perfecciones, y a
esto llamamos Dios.

Quinta vía

Por la Finalidad:
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Observamos que seres inorgánicos actúan con un fin; pero al carecer de conocimiento e
inteligencia sólo pueden tender a un fin si son dirigidos por un ser inteligente. Luego debe
haber un ser sumamente inteligente que ordena todas las cosas naturales dirigiéndolas
a su fin. Y ese ser inteligente es Dios.

La quinta vía se toma del gobierno del mundo. Vemos, en efecto, que cosas que carecen
de conocimiento, como los cuerpos naturales, obran por un fin, como se comprueba
observando que siempre, o casi siempre, obran de la misma manera para conseguir lo
que más les conviene; por donde se comprende que no van a su fin obrando al acaso,
sino intencionadamente. Ahora bien, lo que carece de conocimiento no tiende a un fin si
no lo dirige alguien que entienda y conozca, a la manera como el arquero dirige la flecha.
Luego existe un ser inteligente que dirige todas las cosas naturales a su fin, ya éste
llamamos Dios.

TAMAYO ACOSTA, J.J., Para comprender la crisis de Dios hoy, Verbo Divino, Estella
1998,

La prueba cosmológica va del ser finito al infinito, de la contingencia a la necesidad, de la


objetividad del ser al concepto. La prueba ontológica sigue el movimiento inverso: va del
concepto al ser. (…) Del hecho de que nos forjemos un concepto o una representación de
Dios no se sigue o se deduce que Dios exista. Todo se queda en el plano conceptual. Dios
es sólo un concepto que nos creamos en nuestra mente (p. 78).

ESTRADA DÍAZ, J.A., La pregunta por Dios entre la metafísica, el nihilismo y la


religión, Desclée, Bilbao 2005

No podemos referirnos con sentido al universo como un todo, ya que formamos parte de él
y no hay ningún hecho al que podamos designar y objetivar como mundo. Hay que asumir
la extrapolación del discurso sobre el mundo y renunciar a verlo como algo contingente y
necesitado de una causa que lo fundamente y le dé consistencia, en la línea del porqué
hay algo y no nada. Si el mundo no es contingente no necesitaría una causa externa y la
misma categoría de causalidad es intramundana y no podemos aplicarla al universo en su
conjunto. El universo no necesita explicación, es algo positivo y dado, sin más. La
postulación de Dios no lo hace más explicable y apelar a Dios como principio racional no
quiere decir que exista realmente. Ni siquiera sabemos por qué todo tendría que tener una
razón suficiente para existir, ni si las cosas siempre deben ser inteligibles y tener sentido.
(p.. 377).

Tras Hume y Darwin, se resalta hoy la relatividad de un universo dinámico en proceso, la


posibilidad de entenderlo conceptualmente sin recursos a una mente superior divina, y la
necesidad de explicarlo desde principios internos de la misma evolución, sin recurrir a
agentes externos. Se puede asumir además el surgimiento del orden desde el caos y
aceptar el azar como explicación última de los orígenes y funcionamiento de la naturaleza,
contra las metafísicas deductivas anteriores. La imposibilidad de comparar el universo
existente con otro cualquiera, impide hablar de probabilidad e improbabilidad para explicar
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el orden existente. La explicación naturalista es, al menos, tan comprensible como la de


una mente divina, cuyo orden habría que explicar. (Ibid. pp. 377-378).

Las pruebas no llevan a donde queríamos fuera del ámbito de lo finito contingente
intramundano y no son conclusivas. Nos paramos en algo, supuestamente último y lo
llamamos Dios, pero es una construcción humana, que equivocadamente hemos
identificado con el dios de la tradición judeo cristiana. Dios no es el referente último
alcanzado con nuestro sistema teórico, sino que aterrizamos en un concepto construido
deductivamente por la razón. (Ibid. p. 378).

Si Dios existe, de alguna forma debemos tener noticias de su existencia y podemos hablar
de él. El problema es que la determinación de una experiencia como vivencia del Absoluto
siempre es personal, y que la articulación entre la inmanencia y la trascendencia, en la línea
de Agustín hasta Hegel, es siempre interpretación subjetiva y sociocultural sin que podamos
eliminar la proyección. Si Dios existe podemos tener alguna huella, directa o indirecta, de
él o no podríamos mencionarlo, pero la evaluación de esa vivencia como camino válido
para llegar a Dios está siempre marcada por la capacidad proyectiva y desiderativa
humana, sin que haya un test objetivo que nos permita discernir las experiencias
verdaderas de las falsas. (Ibid. p. 379).

Es decir, las pruebas tradicionales no prueban la existencia de Dios, pero sí revelan


interrogantes que surgen en la confrontación con la realidad. Es la realidad misma la que
lleva a las preguntas filosóficas, entre las cuales surge la referencia teísta como una
hipótesis posible, aunque no demostrable. La paradoja está en que por un lado somos
conscientes de los límites de la razón finita y de lo infundamentado de sus construcciones,
pero por otro lado, no podemos renunciar a ellas y rompemos la cerrazón de la inmanencia.
En contra del positivismo, la facticidad no basta, sino que buscamos explicarla en lo que
concierne a los orígenes y a su finalidad. El significado del universo para el hombre sigue
siendo una problemática actual en la que intervienen las ciencias y la filosofía. El carácter
“mítico” de nuestras afirmaciones universales sobre el sentido de la vida humana, de la
historia y del universo, va acompañado de la toma de conciencia de que tenemos que
asumir cosmovisiones y grandes relatos que nos sirven de guía, orientación y referencia
normativa. En cuanto que desbordamos la conducta instintual y nos movemos por valores,
tenemos necesidad de relatos sobre el mundo y el hombre. Así creamos los significados
que nos humanizan. La razón toma conciencia de sus límites y se prohíbe valorar el mundo
porque éste no es un objeto de la racionalidad, pero, al mismo tiempo, traspasa los límites
que ella misma se pone, trasciende y busca significados y valores a pesar de saber que no
puede fundamentarlos. Si la cultura es el intento de humanizar al animal, la metafísica está
fusionada con la cultura y el hombre sigue siendo el animal metafísico. (Ibid. p. 380).

Louis Dupré en su libro The Problem of God: argumento decisivo de que nuestras
pruebas de Dios no son pruebas.

Son pues rechazados todos los argumentos para la existencia de Dios que llegan a
conclusiones completamente acabadas mediante un proceso de mero razonamiento, aun
sin admitir el origen religioso de esa noción. Todos esos argumentos fallan de alguna
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manera por no distinguir adecuadamente lo trascendente de lo fenoménico. Tratan lo


fenoménico como si pudiera dar información positiva acerca de lo que lo trasciende, y
consideran el mundo trascendente como si fuera parte del mundo fenoménico. (pp. 1-2).

El segundo error es ilustrado por el hecho de que los argumentos, si realmente intentan
“probar” a Dios, lo reducen a un objeto, y tratan lo finito y lo infinito como si fueran
participantes iguales. (Ibid. p. 2).

Más básica aún es la falsa inteligencia de la relación entre lo finito y lo infinito como
implicada en los argumentos. Todos los argumentos ponen primero lo finito, como si eso
fuera la condición para la existencia de lo infinito. Lo finito existe, luego lo infinito tiene
también que existir. Ahora, de alguna manera, cualquier afirmación de lo trascendente hace
esto. Pero el fallo de los argumentos es que no tienen manera de corregir esta posición
inicial. ‘Lo que es especialmente notable aquí es que una forma finita de ser es aceptada
como punto de partida, y este ser finito aparece así como aquello por medio de lo cual el
Ser infinito obtiene su fundamentación. Un ser finito aparece así como la fundamentación
o base. Se da la mediación una posición que implica que la conciencia del Infinito tiene su
origen en lo finito’. Si el infinito es opuesto a lo finito, es limitado, y así cesa de ser infinito.
En vez de eso, nosotros tenemos que mostrar que lo finito está en lo infinito. Lo cual
significa que nuestra afirmación de lo finito tiene que ser seguida por una negación del ser
independiente del finito. Y esta afirmación se echa de menos en los argumentos
tradicionales, que afirman el infinito como existiendo también, yuxtaponiendo así lo finito a
lo infinito. Su punto de partida puramente fenoménico les impide negar lo finito, puesto que
su concepto de lo infinito está enteramente basado sobre lo finito. Lo infinito niega lo finito,
porque lo finito, considerado desde el punto de vista del infinito, tiene solamente
significación negativa. No porque lo finito está en lo infinito, sino porque no está. (Ibid. pp.
2-3).

El infinito niega lo finito solamente en la medida en que lo finito mismo es negativo. La


verdadera infinitud, pues, preserva lo finito dentro de sí misma; ella es la verdadera
afirmación de lo finito. Si lo finito es de alguna manera preservado dentro de lo infinito,
nuevas negaciones serán necesarias (Ibid, p. 3)

El otro error, el intento de dar un contenido positivo a lo trascendente por medio de una
consideración filosófica del mundo fenoménico, requiere un estudio más detallado de los
argumentos de la existencia de Dios. La verdad de los argumentos consiste en que
muestran la insuficiencia de lo finito y la necesidad del Ser infinito. Bajo este respecto
expresan simplemente la tendencia básica de la mente hacia la trascendencia. El error de
los argumentos es que pretenden, con una manera meramente filosófica, construir una
noción positiva de lo trascendente partiendo del mundo fenoménico. Porque la actitud
filosófica como tal no permite trascender el mundo hasta el punto de hacer afirmaciones
positivas acerca de Dios. (…) La filosofía no puede ir más allá de una noción de lo
trascendente como un mero horizonte, un límite. Su concepto de la infinitud es pura
vaciedad. En la medida en que el filósofo pretende que es algo más, ha hecho
ilegítimamente a lo finito infinito. (Ibid. p. 3).
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Rahner replicó (a Heidegger sobre estar rodeados de la nada) que una “trascendencia”
hacia la infinitud más adecuadamente explica la experiencia de finitud en la existencia
humana. La percepción de todos los seres frente al horizonte del Ser trascendente aporta
juntamente la afirmación y la negación del finito en la medida en que el infinito
inmediatamente lo constituye y lo sobre pasa. ‘La positiva ilimitación del horizonte
trascendental del conocimiento humano subraya la finitud de todo lo que no llena ese
horizonte. Consiguientemente, no es la nada lo que niega, sino la infinitud del Ser’. El
horizonte tiene que ser verdaderamente infinito (y no meramente sobrepasar objetos finitos
particulares) si nosotros hemos de conocer la finitud como tal. Así pues tiene que ser real
(y no meramente ideal) porque de otra manera tenemos, en último análisis, una
trascendencia hacia la nada, más bien que hacia el Ser trascendente. (Ibid. p. 11).

Rahner (libro de Dios amor que desciende, recoge textos de Rahner.)

Dios, FUNDAMENTO INCONDICIONADO, MISTERIO SANTO. Dios no es «algo» que,


junto con otras, cosas pueda ser incluido en un «sistema» homogéneo y conjunto.
Decimos «Dios» y pensamos la totalidad, pero no como la suma ulterior de los
fenómenos que investigamos, sino como la totalidad en su origen y fundamento
absolutos; el ser al que no se puede abarcar ni comprender, el inefable(no se puede
hablar) que está detrás, delante y por encima de la totalidad a la que pertenecemos
nosotros, con nuestro conocimiento experimental. La palabra «Dios» apunta a este
primer fundamento, que no es la suma de elementos que sostiene y frente a la cual se
encuentra, por eso mismo, creadoramente libre, sin formar con ella una «totalidad
superior». Dios significa el misterio silencioso, absoluto, incondicionado e
incomprensible. Dios significa el horizonte infinitamente lejano hacia el que están
orientados desde siempre, y de un modo trascendente e inmutable, la comprensión de
las realidades parciales, sus relaciones intermedias y su interacción. Este horizonte sigue
silencioso en su lejanía cuando todo pensamiento y acción orientados hacia él han
sucumbido a la muerte. Dios significa el fundamento incondicionado y condicionante que
es precisamente el misterio santo en su eterna inabarcabilidad. Cuando decimos «Dios»,
no debemos pensar que todos comprenden esa palabra y que el único problema sea el
de saber si realmente existe aquello que todos piensan cuando dicen «Dios». Muchas
veces, Fulano de Tal piensa con esta palabra algo que él con razón niega, porque lo
pensado no existe en realidad. Imagina, en efecto, una hipótesis de trabajo para explicar
un fenómeno particular hasta que la ciencia viene a dar la explicación correcta; o imagina
un cuco hasta que los propios niños caen en la cuenta de que no pasa nada si se comen
las golosinas. El verdadero Dios es el misterio absoluto, santo, al que sólo cabe referirse,
en adoración callada, como al fundamento silenciosamente abismal que lo fundamenta
todo: el mundo y nuestro conocimiento de la realidad. Dios es aquel más allá del cual,
en principio, no se puede llegar, porque, aun en el caso de haber descubierto una
«fórmula universal» -con la que, de hecho, ya no habría nada más que explicar-, no se
habría llegado con toda seguridad más allá de nosotros mismos; la propia fórmula
universal quedaría flotando en la infinitud del misterio precisamente en cuanto
comprendida.
- La gracia como libertad, 20-21
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A mí, en cambio, me domina y perfora el Misterio eterno, el Misterio infinito, que es algo
«totalmente distinto» de una especie de conglomerado donde se vinculan todas aquellas
cosas que aún no conocemos ni experimentamos; el Misterio, que en su infinitud y
densidad se encuentra, al mismo tiempo, en lo más exterior y en lo más interno de las
realidades separadas que componen eso que nosotros llamamos el mundo de nuestra
experiencia. Este Misterio se encuentra ahí y se expresa en la medida en que se
mantiene silencioso; ese Misterio-Secreto deja que queden serenas a un lado las
palabras y las explicaciones, porque hablar sobre el Misterio, sin más, se convierte en
palabrería sin sentido. Cuando yo me sitúo en mi interior y callo, cuando permito que las
muchas realidades concretas de mi vida se asienten en un Fundamento, cuando dejo
que todas las preguntas se vengan a centrar en la pregunta a la que no se puede
responder con las respuestas que se dan a las preguntas concretas, sino que dejo que
el Misterio infinito se exprese a sí mismo, entonces el Misterio está presente ahí; y
entonces, en último término, ya no me preocupa el hecho de que la ciencia racionalista
se crea capacitada para hablar sobre Dios de un modo escéptico. En ese momento,
estoy convencido de que no me he perdido en un «sentimiento» irracional, sino que he
llegado a situarme en el punto focal del espíritu, de la razón y de la comprensión, punto
del que brota, en último término, toda racionalidad.

- Schriften zur Theologie, XIV, 1 1

CUESTIONARIO

1. Y ¿si Dios no existiera? ¿Si tan sólo fuera un invento humano para tratar de explicar lo
que nuestra inteligencia no alcanza a detectar todavía?

2. Si Ud. tiene certeza de que Dios existe realmente, ¿en qué se basa su certeza? ¿Ha
analizado Ud. suficientemente los argumentos en que basa su certeza? Si son
absolutamente válidos, ¿cómo explicar el hecho de que muchas personas no aceptan que
Dios exista?

3. Si Dios existiera realmente, ¿permitiría tantos males para la humanidad? Si Dios existiera
realmente, ¿por qué unos nacen ricos y poderosos y otros pobres y miserables? ¿Por qué
los ricos y poderosos logran siempre lo mejor de este mundo y los pobres y miserables
solamente padecen y mueren?

4. ¿Qué cree Ud. que le importa al pueblo empobrecido que Dios exista o no exista? La
afirmación de la existencia de Dios ¿no favorece más a los ricos y poderosos porque les
garantiza que la situación actual está bien ya que ese Dios que se supone existente no
interviene para cambiarla?

5. Los sacerdotes, los religiosos y religiosas, los teólogos, los que hemos estudiado algo y
creemos poseer alguna ciencia, ¿tendemos a creernos dueños del conocimiento sobre
Dios. En eso nos basamos para sentirnos superiores frente al pueblo empobrecido e incluso
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frente al resto del mundo al que consideramos ignorante respecto a la divinidad. ¿Qué tanto
fundamento tiene esta creencia? ¿Qué tanto sabemos sobre la existencia de Dios?

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