Está en la página 1de 18

ESCRITOS

Despertares.

El arcillal.

El intento.

El mar de la tranquilidad.

Excesos.

Lo bohemio del café.

Parábolas.

Temporal.

Estación.

La bicicleta amarilla.

El destino. En el bar hotel.

Hasta el sol de hoy.


Despertares

*Nota: Leer con los ojos cerrados.

La luz atraviesa el tempano de sueño. Despertar prisma. Es una costa helada, o más bien una
jungla termal; ya no tempano, tímpano; hecho vibrar por las monerías de los changos y urracas y
cotorras graciosas. Despertar melodía.

Ambos. Dos dimensiones, indescifrables, ignorantes de sí y entre sí. Despertares.

Cristalino perdido en un lago de luz infinita desglosa a tinta pupila las iridiscencias, los colores de la
vida. Conciencia afina, sólo fue un sueño. Respiro, bocanada cual si fuera la primigenia, mar
muerto hace crecida, inunda los puertos alveolares. Tañe el ejército rojo la campana corazón.
Despertar.

No. Sí bochorno, tabaco, café, mango, tierra húmeda, río, azufre, volcán; no es el Corazón de las
Tinieblas, fue sólo un sueño. Despierta paraíso.

Gama cian, grises pálidos, sal. Ópalo fuego, sílex, ceniza, obsidiana. Es sólo una mañana delicada;
imponente.

El resplandor se hace menos luz, más blanco. Helaje azul tiñe de violeta nariz y labios, hormigas
con punzones recorren las facies y las coyunturas de los dedos pasmados. Huele a mañana, la
mañana huele a frío, frío en la mañana. Despertar.

El abrigo abriga, desnudo abrigo matinal del espeso verdor tropical, insoportable tolerado,
bochorno morir, natural vivir. Olor denso frutal, pelo de animal mojado guacal. Se mueve en el
eterno devenir del río el último suspiro de la luna menguante, amanece, es día, despertar.

Despertares distintos, un solo vivir, realidad misma, distinta. Para el ojo del que mira, la nariz que
la respira, para la entraña que la siente. Del dormir riesgo morir resucita el hombre glaciar, el
hombre manglar. Resurrecciones, despertares.
El Arcillal

Qué meditaciones nuevas se pueden hacer sobre el tiempo que ya no hayan sido creídas o
pensadas. Comprobadas. Discusiones no dadas. Relatividad. Siempre la misma relatividad del
devenir. Devenir, el mismo devenir; la misma paradoja. Paradoja.

Cierto puede ser que el tiempo se empapa de humedad y como el viento se hace más lento. El
tiempo como el viento, más lento al calor. La efímera brisa. Cuánto dura el calor sino toda la vida,
vida de los que no renuncian al calor, renuncian al tiempo y al viento, en las tierras cálidas del
arcillal.

Relativa y particular Comala como eje de la ilustración y representación. La muestra. La muestra


del hoyo sin viento, sin tiempo. Moral-amoral-pícara. Largo plazo, largo largo tiempo.

No es tarde para los longevos, alcanzan al tiempo y con el cronos se sientan a ver pasar el viento
que no pasa y la espera se hace eterna, ni siquiera la muerte pasa. La vida se desespera y la pereza
regia alcanza y retrasa a la misma parca.

Como agarrando vuelta cada vez que vengo, vengo con más tiempo sobre mí, o debajo si es arena;
pero aquí la misma duna, algo menos explorada, las mismas historias con un toque distinto,
distinto sentido. Los mismos lazarillos de siempre, lentos y lúcidos los dirigen. En lo más alto, a la
luz del tiempo huyen, tal vez su sangre fría no les permite vivir al viento y al tiempo morir, sino a la
inclemente tierra que suda el humor de la furia del averno que espera a esos flojos que se quedan
a la puerta. Esperando.

Tierra, arena y tiempo que a la planta del pie quema por turnos, no hay alivio, un fresco rápido
como la voz del rumor, impersistente. Solo la brisa en un lugar donde el tiempo es lento lento, la
libertad y el viento son fugaces.

Lenta calma.

Como tortura.

Como tortuga.

Como tortuga torturada sobre el suelo techo del infierno; del desierto sin oasis, sin tiempo; sí con
arena, la arena del tiempo perdido, que ya fue suspendido, sostenido, derramado, derrochado del
reloj al viento, al tiempo. El tiempo inerte del desierto.

A la humedad lenta, como el horno lento, sol perezoso; al horno de fuego muy lento sometida una
generación de hombres sinestéticos, derretidos, confundidos, imponentes, impostores, quemados
y pálidos. Incoherencias hechas hombres; síntesis de errores y de glorias, de viejas glorias, de
glorias fútiles pero glorias; victorias vencidas y desgraciadas. De vetas rojas, bravas, pantanosas.
Tal arena consolidada, sopa de tiempo muerto, los atrapa como en una arena movediza, un arcillal
tranquilo, atascado, traicionero a saber; viciado y estéril. El Patio. Muy noble eso sí, arraigado al
tiempo que ya no vale. Colosos de barro blando, no salidos del horno ya murmuran, hablan, ya
colapsan; desean, actúan, sonríen y sienten. Sienten la desgracia, la nimia y la gloria, mientras
cambian de pie; antes del quemón. Entre la brisa. Entre la brisa cambian. Cambian sin cambiar.
Camaleón perverso.

Raíces profundas, manglares capaces. Podridos. Sequedal agreste de murmullos, rumores,


redundan rumores, críticas; La Opinión, la frustración disfrazada de reunión y nobleza. La broma
repetida y absurda, la absurda risa sin sentido, sin sentido común.

Avidez húmeda, incoherencia posible y presente. La suma de verdad e hipocresía frentera; de un


vínculo de fratria inquebrantable remendado mil veces. Rencores, odios y razones, como la arena
del mar, la arena del mal del desierto sin tiempo.

Sin tiempo el arcillal.


El Intento

La niña rosa en rosa, con blanco para no lucir muy rosa, camina por la calle comercial. El contoneo
emula al de las pasarelistas, pero como todo intento es sólo intento. Algo graciosa en ritmo
entonces, sin embargo, anda armada de una mirada seria, como si fuera segura de sí, como si
supiera algo que alguien no sabe; pero es sólo intento.

Se detiene ante una vitrina, admira un par de zapatos rosa, cual escena de museo, de corredores
de sapiencia, se inmuta frente a tal obra de arte. Se encuentra en la faz de la pericia humana. Claro
que, como en los museos, no sabe qué pensar de lo que ve, no piensa en lo que ve; es algo
sensorial, un gusto sin génesis aparente, es una experiencia estética sin sentido. Tal vez con un
sentido invisible que sólo reconoce el curador, ni siquiera el artesano. Tal cual que en un museo.

Pero Rosa no es curadora ni experta en marroquinería con especialización en canutillaje y master


en tinte y betún. Es sólo una espectadora, una aficionada; pero paradójicamente aun así se goza
del arte que no fue creado para ella. Para alguien. Para nadie.

Entra al local, sostiene el par izquierdo, lo palpa, lo huele discretamente; lo detalla cual billete
sospechoso. Los tesoros tienden a no ser tan verdaderos ni tan tesoros. Verifica, si son, o al menos
parecen ser, el juicio definitivo lo darán los peritos objetivos: sus amigas y enemigas. Los lleva.

A continuación busca la ilusión del dinero en su cartera, no alcanza, saca entonces su dinero
imaginario: la tarjeta. Ha sido recibida como reina pastel rosa desde el momento en que fue
atrapada en la vitrina, pero algo va a ocurrir en este instante, una pequeña escena en el teatro de
los roles: la muerte del amenizado cliente. Como una guillotina fría e implacable la tarjeta se
desliza en el aparato y en el cuello de la víctima. Al corto de agonía le sigue la estocada final de la
cual se encarga la misma, para que parezca un suicidio, así con el digitar de su propia clave secreta
finalmente fenece.

En ese ritual escatológico simple, en esta pequeña venta del alma, todo se transforma. El museo
de arte moderno salvaje y hermoso se convierte en un anfiteatro ruidoso, en una arena romana en
donde ya no hay más que hacer sino escapar pronto con el botín, en este caso el zapato. La sujeta
queda espantada y enemiga de la marca, ojalá no toque exigir una revancha para cobrar por un
derecho, una garantía.

Se marcha Rosa llevando una bolsa elegante que queda a su vez como su heraldo, su prestigio.
Como trofeo y pretensión sirve y también para cargar fotocopias y carpetas durante un mismo
contonear farandulero, en el intento.
El Mar de la Tranquilidad

De los lugares lunares el más inalcanzable, el único alcanzado. Lejano.

Oscuridad sin viento, sin tinieblas miedo, sin penumbra, sin incertidumbre. Tenebrosa es la noche
terrena con sus demonios y hombres, sobre todo los hombres, sus nombres y ecos desvelan.
Insomnio agonía, lágrimas calladas, delirios, susurros, silencios, suspiros, dolor y vacío; ecos y ecos.
Sombras morir.

Oh lucidez trémula, nítida, sensible; que traes tú tristeza, que eclipsas alba, con tus primeros rayos
de vida y esperanza. Despertares. Oh lucidez esquiva, duele tanto encontrarte, te esfuma la alegría
del día, tan efímera y condicional. Llegas empapada de melancolía, del turbión etéreo de ésta
esfera mundana. Sobre la faz, otro mar, una profundidad viciada y estéril, sin faro y sin anclas,
derivando en ella los corazones contritos y cansados.

Viene el barco, no hay timón, un rumbo: océano reposo. Recogidos son los náufragos, esos
soñadores despiertos, ilusores de utopías, soñadores de día, que anhelan un respiro sereno.
Sereno el de la noche que hincha las velas del navío con un suave silbido, serenata. Los muelles las
ventanas que, aunque apagadas luces y ausentes boyas, guardan a los narradores de la media
noche, a los escribanos que escrutan la niebla y a los simples observadores de estrellas. Fieles
pacientes esperantes ven ahora la luz, no fugaz, constante. Vuela la noticia durante el trasnochar,
no esperan más, llegó el fin de los viajes.

Levan travesía, asomadas las palmas a babor sienten la última brisa de la madrugada nocturna. Se
despiden las sombras y dolores, se mecen los olvidos, los recuerdos. Los remordimientos.
Agitando sus señuelos blancos, los paños de lágrimas y las fundas de almohadas, todas y todos
llenos de sollozos, lamentos, adiós consuelos mocosos. Desprendidas, reventadas son las amarras
de los puertos mortecinos, libres son los tripulantes de los odios, de los celos, de los malos
sentires y deseos.

Las auroras desdibujan los fruncires de ceño, las miradas gachas, las mejillas encalambradas y
apesadumbradas. Los nudos de garganta son desenredados por atentos y dedicados polizones
invisibles, ganándose el derecho con favores tales del periplo clandestino.

Navegar negro, no sombrío, Universo Elegante. Distante. Liviana ya sin la presión de los bares,
emergida del mar de mentiras y males, la fragata se perfila hacia los valles lunares, los mares
meridionales. Dunas de playas grises brillantes, suaves y ondulantes, reciben al casquete
argonauta. Próximo viene el destino quietud. Paz y silencio.

Los cayos abismos emprenden hondonada, avisan la llegada al paraje ulterior. Los sueños reciben
a sus arquitectos mientras los misterios y secretos; verdades, mitos y sonetos se preparan para
jugar la escena. Revelar la calma.

En un anochecer rojo, un anochecer luna eclipse, los convidados al Mar de la Tranquilidad se


rinden al sueño en las graderías del anfiteatro, gracias al y ante el sonar de una melodía eterna y
hermosa, siempre disímil, paulatina y cambiante, que a oídos y almas arrullan y encantan.
Finalmente y así dormidos, los tripulantes del buque Soledad… por fin descansan.

Excesos

Excesos y retornos. Mundo de records y de absurdos. Lograr cada vez lo más. Tratar que en el
proceso haya menos consecuencias ya no es la regla. Todo es consumible. El cuerpo y su estética
ya no es barrera para lo irreversible. Una imagen de 15 minutos, de un día basta para marcarse
para siempre. Volver al vacío. Las vidas ya no importan. No hay códigos.

Ya no hay futuro y por eso echamos reversa. Para vestirnos bien. Para hacer la ciencia como
otrora, cuando había tiempo de digerirla. Tiempo de guardar, de recordar. Ahora capturamos
miles de fotos que no vemos. La fotografía se convirtió en algo momentáneo y no para el
recuerdo. Fotos para olvidar. Cuerpos para marcar.

Qué difícil es tomar decisiones. Decidir es limitar. Hasta que nos damos cuenta que ya no hay vida
para intentar. No conseguimos nada por esperarlo todo. La oportunidad de oro. Las oportunidades
de exagerar. De ser lo más. El record, el absurdo. Excesos y retornos. Ya es muy tarde para tener
hijos. Para estudiar, para ser. Para intentar. No hay fuerzas para seguir. No hay pensión. No hay
futuros. Ni recuerdos. Ya nada vale. Ningún rostro, ninguna vida. Ni la piel, ni el cuerpo, ni la
sonrisa. Mundo implacable. Mi vida me evita vivirla. Simple espectador, de qué me estaré
perdiendo. De qué me estaré salvando.

Millones de personas mueren, cientos de animales quedan. Toneladas de basura. Millones y


millones. Nocivo. Carbono.

Verdades incómodas, insoportables. La era de la extinción de una especie que se cree inmortal y
agnóstica. Nada más pervive. Todo es papel y sol. Agua mala. Cáncer.

La nostalgia de jamás ver un mundo vacío. De no poder vivir por tener que trabajar. De entender
que no hay contrato social ni concordia. No hay convivio. No hay familia. Los amigos tienen
horarios y distancias. Generaciones de víboras. Atragantadas con sus colas. Ahogadas en su
esputo, gárgaras de éticas. Hipocresías. Identidades, personalidades. Conveniencias. Humores.
Superioridades. Vanidades. Podios.

Imposibilidades, excesos y retornos. Pero la muerte ya no tiene regreso. El principio de la verdad y


el fin de la ética. De las actuaciones. De las pretensiones. Desnudos qué diremos para cubrir
nuestras injusticias. Nuestras vanidades. Nuestros demonios, las verdades. Así nos crearon. Así
somos. Así es. Pero eso no está bien. Estás mal. Huellas de sangre. De indolencia. De prejuicio.
Culto a la personalidad, a la perfección, es el egoísmo. Pretensiones. Los grandes subordinados a la
mediocridad. Esclavos de los discursos inocuos, llenos de razón sin verdad. De carácter sin cara. Ya
no hay nada que descubrir. Todo ya es, todos ya somos. Incorrectos. Errores. Irreversibles.
Lo Bohemio del Café

Admiramos a los entes de la maestría, nos place verlos animados e inanimados.

Como por simpatía se nos transmite el aura intelectual de un ser canoso y barbudo, meciendo sus
ideas, buceando en la episteme, buscando así la lógica del mundo del cual está por el momento
absorto. Mientras realiza la acción dicha, lo observan los tomantes y sentantes del café de letras;
lo atentan caminando el pensamiento, carburando las ideas con su cigarrillo diezmado como si
fuera eterno; bajando el carbono con cafeína, alquimia de la sabiduría.

Seguramente meditará acerca de su día, de lo impotente del ser y la mente, de la irrelevancia de


sus podios y títulos insignes que no lo hacen menos miserable que cualquiera.

Los empatizantes brindan en respeto, piensan que seguramente se encuentra resolviendo las
ecuaciones que a ellos ahorra, ahorra el pensar. Helo allí, uno de los que sostiene nuestros
mundos flotantes, uno de los que resolverán por nosotros el misterio de la vida, la vida miserable.

Desde luego nadie osa interrumpir su epifanía, no por prudencia, sino porque, tal vez, los que nos
frena a aproximarnos y preguntarles a los dioses del ágora: ¿qué piensa? No es sino la comodidad
de la ignorancia y/o el riesgo del posible desencanto.

Héroes e ídolos mudos con delicia simbólica pero sin función práctica, como una de las muchas
muestras artísticas del museo constante y en movimiento, vacío, de la civilización y la evolución.
Parábolas

Había una mujer a la que no le interesaba un hombre. Ese hombre que la buscaba tímidamente.
Antipática, a veces provechosa, como todas las mujeres, se portaba con aquel que la buscaba,
mientras ella era ignorada de quienes buscaba. Un día el hombre consiguió el objeto que ella
deseaba. Se interesó, se interesó cuando el hombre le confesó que tenía lo que ella quería. Ahora
el acto de idiotez o de venganza ¿Qué será? Que el tipo ceda y se lo dé, sin importarle el rechazo
previo y el oportunismo, o que el tipo se lo muestre y le eche en cara su forma de ser mala, ahora
más mala. Interesada.

II

Un hombre en un café recuerda a la mujer que amaba. Lejos ya, más por la vida que por la
distancia. Pide lo de siempre sin tener con quién hablar, a quién contarle el día. Decide leer y
escribir un poco para no llorar, para no recordar. El olor a almendra de la víspera del invierno le
recuerda de esa vez que estuvieron juntos y fueron juntos.

Una mujer, diagonal al hombre, está sentada, esperando que su amado le hable, le escriba, le
sueñe. Pero él ya no está para ella, tal vez con otra le dice el celar, ojalá muerto la cabeza, -vivo
sólo para mí- piensa, o vivo para verlo sufrir, que me vea con otro y me vea feliz, para desgracia
del infeliz. Igual lo sigue esperando, el mensaje, la indirecta o la noticia que se casa. Lo que sea,
pero nada.

El tipo cierra el libro y suspira, ella por reflejo lo mira, se miran.

III

Una pareja vieja decide ver a sus ex. No al mismo tiempo, no mancomunado, cada cual por su
lado. Anacronismo orientado por etapas de la menopausia, o de la vida, o del amor. Chequear o
conjeturar cómo hubiesen sido sus vidas.

Primero la mujer, obvio, que celaba a su viejo hasta con la máquina contestadora; pecó primero.
Buscó a su ex antes de él, con quien casi se casa pero algo no la dejó. El prometido la dejó que
para irse de asceta, a los meses se fue a vivir con otra asceta y tuvieron 3 hijos ascetas y un
abogado exitoso y reconocido. Le dio curiosidad cuando se enteró que el hombre estaba en el
pueblo hablando de sanación. Fue y él la vio. Con un aire superior, que lo da la falsa religiosidad, el
ego espiritual, la saludó aludiendo a su belleza y preguntándole la condición del alma.

El hombre tardó un par de años en buscar a su ex. Animado por la nueva laxitud de su esposa que
ahora dedicaba más de su tiempo al yoga y menos a la paranoia; se enteró de una reunión de
pensionados de su antigua empresa, en la lista se encontraba su primera secretaria y novia, a
quien tuvo que dejar por política de empresa y necesidad de sueldo. Las mejores charlas de café
las tuvo con ella, algo más y hubiesen solucionado el meollo fiscal y las cuestiones sindicales. Fue a
la fiesta, y como si lo estuviese esperando estaba ella al pie de la máquina de café.
IV

Una joven amaba a su mejor amigo. Lo cuidaba y lo escuchaba. Sufría cada vez que le contaba
sobre sus amores, pero igual así seguía y hasta le prestaba plata para sacar a otras y le ayudaba
luego a botarlas. Un día cayó en cuenta que él a ella le gustaba. Le llegó la brillante idea cuando
ella dejó de dedicarse a él para dedicarse a ella y fue definitivo cuando ella le contó a él que estaba
saliendo con alguien.

No se confesó el amigo, lo que hizo fue hacerle la vida imposible al otro tipo hasta que quiso. La
mujer se dio cuenta y le dijo que no lo hiciera que su momento ya había pasado, ya era pasado.
Desde aquella noche, que no recuerda de la borrachera, en que la besó y le dijo que la amaba pero
que no quería dañarla ni alejarla y que además se avergonzaba. El tipo le pidió un beso. Ella se lo
negó. Desde allí no se hablan. Se cruzan casi todos los días y no se hablan.

Fue el primer beso del niño. Muy chico el niño, su primer amor y beso. Lo ganó con una
chocolatina y una tarea. Pasaron toda la tarde juntos jugando, soñando juntos de por vida
contarse los días.

Al otro día la vio, dándole un beso a otro que le dio un golosina. Pasaron toda la tarde jugando,
mientras él veía con un nudo en la garganta y un mugre en los ojos cómo éstos se soñaban juntos
de por vida.

***

Qué es eso de la vida, del amor, que son sólo diacronías y constantes conformes.
Temporal

La Rema

Los remeros cansados del río grande, del río estrecho. Del río hondo, traicionero.

El Padre lleva al hijo a pescar, le deja remar para enseñarlo a trazar el surco, entre las rocas el
surco, entre la espuma el surco, entre los surcos, rema.

En río revuelto en día soleado, en cielo azul. Rema el niño, se cae el niño. El Padre lo saca, lo seca,
lo duerme y lo mima. Lo levanta de un remazo, -rema, es tiempo-.

Confundido el niño agarra el remo, ya definidos sus músculos esta vez, templados como cadena de
ancla brava en mar profundo sus tendones. Tira la brazada, ahora más fuerte, menos niño; el
Padre sonríe, él no lo ve, está a su espalda. El Padre observa su espalda, su nueva fuerza y brío.
Sigue sonriendo avanzan.

Lanza el Padre la red, vieja pero potente red, Viejo y Sabio Padre. Encierra una pequeña cuenca en
un delta paradisíaco, azul cristalino. Despertares. El niño deja la lucha y acaricia el agua, asoma la
mano, sumerge los dedos; trazando el surco pacífico. Los peces comienzan a seguir la barca ahora
lenta, movida como un susurro quieto imperceptible; se hacen bajo la sombra escondidos del
enceguecedor y revelador sol del mediodía. Al darse cuenta de la cuenca cerrada, libres del
predador, comienzan a jugar en remolinos y burbujas los peces. Padre e hijo bajan de la barca en
el ocaso, en el mutismo. Deciden quedarse allí, en la belleza sutil y mágica del silencio esplendor.
Tiempo indefinido.

Años pasan. El niño aprendió a pescar, el Padre construyó una casa.

Llegaron a hablar entre sí con sólo silencios, el verdadero amar. El verdadero hablar. Sabiduría.
Años de silencio, de feliz silencio y sonrisas. Los gestos.

El cinema mudo y nostálgico del tiempo pasado, pero vivo; lleno del color, de los peces y el agua,
la arena y la escarpada montaña, lindero del delta, la escala de grises.

Crece el niño en el soñar de quietud. Paseándose a veces por los rápidos, con su Padre ejercitando
las coyundas y el pensamiento a la voz del Sabio.

Luego llega el día, el día ansiado. En la víspera habían comenzado a construir una barca grande. El
destino algo lejos lo ameritaba, era más el miedo que la hazaña. Luego sin miedo no hay proeza. La
victoria.

Zarpan fuera del oasis delta, fuertes, bizarros y tranquilos. Ésta vez, ésta barca, de a dos, lado a
lado reman. Saltan por una cascada turbulenta, luchan con las duras rocas. Sus remos, de madera
curada madura, rompen los filos de piedra como truenos. Al fondo, al final de la cuenca, se avista
el mar solitario, el azul profundo, el inclemente mal de mar, mar del mal.

Odisea y anochece.
Viento, sal y tormento.

Estación.

Ladrillo ahumado de la estación del tren. Estación recuerdo (olvido). Recuerdo desvanecido. El riel
apenas se ve, apenas sobre sale de la maleza valiente osada que surca el tablón. Tablón seco,
olvidado del hollín del ruido, del temblor. Los viajeros y turistas ya no transitan la línea olvidada,
por otro lado son los viajes felices. Pero la estación aún espera un último viaje.

Un último vagón que se lleve al horizonte sus últimas esperanzas. Esperanzas que sentadas grises
lamentan y esperan. Lamentan llegar tarde, nacieron tarde. Sin reloj. El tiempo.

Pasan el tiempo, pasa el tiempo.

Se miran unas a otras las esperanzas, comparten sueños y visiones. A veces sonríen, a veces solo
esperan. La alegría espanta al porvenir esquivo de la suerte y de la muerte, ¿Quién llegará
primero? ¿El vagón del albur o la muerte?

La muerte no se menciona, solo el silencio la recuerda, recuerda el olvido, qué mejor que el olvido
de la muerte.
La bicicleta amarilla.

Hizo una mañana fría, de domingo, excelente para salir a montar bicicleta. Todos los domingos lo
hacía, solo que este tipo de alicientes mueven a espantar la pereza. Los muy lluviosos no motivan
y los soleados pican. Clima perfecto para hacer una veintena de kilómetros.

Así salió ella en su bicicleta playera, amarillo chillón y manijas y asiento negros. No muy femenino,
muy como ella, funcional y descuidada; pero no tan funcional, de ser así tendría una bici
todoterreno y al menos una buena sudadera para salir. En todo caso salió, en su idea de primavera
amarilla.

Era de esas ciudades que cierran unas calles los domingos para que la gente salga con su bicicleta,
el problema es que a eso de las 10 de la mañana la gente saca a sus bebés en coches, perros
erráticos, niños en patines con menos orientación que una bolsa venteada en la calle. Hasta sillas
de ruedas obstaculizan el paso de los urbanos ciclistas de fin de semana. Entre este desorden ella
andaba su bici, pensaba ir a desayunar en la casa de su novio, el español, quien le preparaba
papas, huevos y jamón a la manera en que lo hacen ellos.

Montada en el hierro pensaba, y es que debiera existir un método de creación filosófica desde el
baño y la bicicleta, donde las ideas despegan. Pensaba en el cuento en que un gato pende de una
rama aterrando medio vecindario e invocando a los bomberos, para al momento de alzar la grúa
bajarse con la agilidad felina por el tronco de eucalipto sin problema. Un culto al ego, como esos
escritores que escriben para que los lean y no para ellos y al llegar los premios se ocultan para
dejar ese halo de misterio característico de la falsa intelectualidad.

Recuerda al escritor local, muy afamado del cual no ha leído pero lo detesta, por ello de el
contraculturismo de la juventud y por un par de pseudonoticias, y el argumento de su papá que
dice que su triunfo viene de ser un mentiroso y no de la capacidad literaria. ¿Qué quiere decir eso?
La literatura no son meras ilusiones, transformaciones a una realidad adaptada a la exaltación o la
crítica, dependiendo del autor… en fin, ese era su comentario en cada sesión de whisky con sus
amigos y también el de ella con cada porro con sus amigos.

La mañana avanzó a pie del pedal, mientras ella atravesaba el barrio burgués que tanto
detestaban ella y su papá, se largó el aguacero y tuvo que escampar en uno de estos brunchs
arribistas. Estaba lleno pero no había opción, amarró su bici a un poste y entró pidiendo mesa para
uno mientras pensaba en tomar solo un café, ni pensar en dejar el desayuno español y sobre todo
de dejarle algo a las arcas de esos elitistas. No había puesto, pero un colega ciclista viendo su afán
le dio la seña a la mesera de su puesto libre en una mesa de dos.

A regañadientes y por cortesía accedió. Cuando se sentó y organizó su aparejo, agradeció al gentil
hombre. -no es problema- le dijo. Cuando se sintió acomodada y mientras ignoraba pero asentía a
la charla formal de su anfitrión de mesa le alzó la vista a los ojos y se dio cuenta. ¡El escritor
déspota!

No estaba escribiendo, ni leyendo. Solo observaba, ahora a ella.


Usted es el escritor, alcanzó a decir su apellido en forma algo despectiva. – así es, solo que no en
ese tono-. Se dieron sus nombres. Ella trataba de ignorar lo potente de la situación.

Es el tipo de situación que imagina todo daydreamer, pero a la larga el hecho político restringe las
libertades del discurso imaginario y se supedita a esas relaciones de poder y clase. Inclusive su sola
imagen comenzó a causarle admiración. Los poderosos, sea con poco, pero famosos, siempre
tienen esa tez especial que los identifica de ser especiales.

Pida lo que quiera, dijo, ella refutó en principio formal, pero renunció a su desayuno español con
la justificación que se había sentado a comer con el nobel, el problema de la historia era la
cuestión que lo detestaba y entonces tenía la presión de llevar el momento de forma
contestataria, por ser coherente con la historia que iría a contar.

Pero el escritor no lo permitió, luego de un despliegue de sensibilidad y verbigracia convirtió a la


joven en casi una súbdita, aunque más que de sí, de la literatura.

La escritura está llena de conflictos inevitables, si escribiera para que me leyeran, lo que usted tal
vez piensa, no gozaría y sufriría al mismo tiempo del ansia de tener que expresar lo que expreso.
Mire el sentarse a darle al papel no es un hecho racional, usted es como una especie de
instrumento, de piano tocado por un ente que usa su experiencia para atravesarse en sus letras. Y
es entonces cuando sucede, que lo que escribe halla gracia a un público impensado, desconocido.
Muchos de ellos acríticos e irracionales, pero ahí están sus ovaciones y a la final nadie me
entiende. Pero escribo.

De pronto sintió que estaba a gusto y eso le disgustó. No era su naturaleza (cultura) estar en un
barrio burgués echando charlas burguesas y comiendo delicias, pero de un momento a otro sintió
placer como no otro previo.

De ahí en adelante se sentiría que no pertenecía al mundo del que venía. Se dedicó a escribir para
sí, dejo al español, salió de la casa de sus padres para estudiar literatura rusa que luego cambio
por una francesa, más exquisita.

Acorde, discorde, disímil, humano.


El Destino. En el bar hotel.

Una noche de bar, bar de hotel, porque en qué clase de bar corriente puede encontrarse el tipo de
gente decente, con títulos y cosas por decir. Charlatanes. Al menos tratándose de mujeres, una
mujer sola en un bar no es muy confiable, al menos no aquí, en un país; cualquier lugar.

El hombre de bar es paradójicamente respetable, lo mundano lo adorna, le dicen experiencia,


canas, tal vez sabiduría, viejos y jóvenes lobos solitarios. Siempre y cuando no tomen cocteles de
colores son eminencia. Bourbon, cerveza negra o ginger ale. Cigarros tabacos o cigarrillos finos. El
gañote aprende a la amargura, por los nudos y los rones la ronqueza y lo cansina de la voz que
encanta. La venia al pecado del mundano, al bohemio lo desean y luego desean dejarlo solo
mientras él añora su triste soledad.

No así la mujer de bar, si no es compañía o acompañante de tales “ilustres”, quién sabe quién
será. La maldad hecha ser. Mejor no preguntar, tal vez los más osados o los más idiotas, quién
sabe, los principiantes de bares tal vez la saquen, igual entró para salir la mujer de bar. La vida es
riesgo estupidez.

Entonces, bar de hotel, sitio decente, elegante. Privado a los viajeros, a los congresistas de
congresos de academias, los credenciales de los grandes negocios internacionales. Los que son, las
caras de las firmas elaboradas y estilizadas. Los egos. Las caras, los miembros, la élite, la clase.
Seducción ergo del filtro de alcurnia, de los que vuelan en mundo; surcan el cielo sin mirar por la
ventana. ¿Quién admira el sitio donde ya está?

Un waltz, la corte. Los cortesanos de una realeza aún indeterminada, aún incuestionablemente
noble. Visas, millas, lag, valijas vacías, mar, metrópoli. Portafolios vacíos, vidas con trecho y vacío.
Esperando.

Velada, una sola noche. La noche. La oportunidad. Un acto irrepetible, la magia. La suerte y la
magia soberanas gobernadoras de éste lugar casual. La casualidad, la primera enseña del amor,
del será? serás?

Esa sola noche en el bar hotel así:

El hombre, entre senecto y joven. La duda. Sentado, decanta, revuelve, sopla y huele ideas.
Whisky. Anclada en manos seguramente prodigiosas su testa; pose de mármol. No se confunda
con el pretencioso del café. Aquí no hay qué presumir, el bar hotel es para encontrar, descubrir,
perder, amar, jugar. Menos el jugar del ser, gracias al anonimato se puede ser; lugar de ser. El
hombre es. Sobre todo está. En el cielo es. Realmente piensa; libre y para sí.

Brisa algo, como avisando; siempre avisando el viento el seguir de un momento. Descuidado el
fuego de la chimenea merma un poco por el soplo; responde con avivato, resplandor. Él aspira
humo y a continuación desceniza el cigarro. Golpe de suerte. Sopla por la nariz y boca, cual dragón
paciente; el humo cargado de conclusiones y certezas, a la vez dudas. Allí el momento previsto,
entra la mujer.
Él toma el vaso con atento cuidado de no levantar también el portavasos, húmedo y pegado. La
sigue con los ojos por encima del trago; huele, sopla y toma. Guarda, levanta algo el rostro, traga y
remata con otra bocanada de humo. Ella entra, pero no lo percata; el capricho de su pelo le cubre
media cara, sólo viendo la barra y no la mesa del hombre mirante. Sentada ahora en silla alta, en
la barra, habla al barman; un Martini será. Portavasos. Cenicero? -Sí, cerillos? – no. Coloca el
mechero de plata sobre la barra con un gesto simpático y elegante, media sonrisa. Difícil clasificar
a la mujer que fuma. La duda.

Él deja de mirarla, se detiene en el fuego, un haz de luz y sombra a la vez de una súbita idea
cautivan su atención. Ella entonces, luego de encender su fino y delgado chicote y de un pequeño
sorbo seco de Martini procede a pasear su mirada por el ambiente del bar hotel. Lo ve. Cuánta
clase y propiedad, como si ese contexto de mesa baja, sillones émulos de tronos; tapete fino y
chimenea viva bajo el reloj, el tiempo; fueran su hogar y no un lugar de paso como lo es el bar
hotel. El porte, la silueta, la facha que el estigma del cliché ha desvirtuado, engalana al virtuoso
caballero, de los originales téngase. Vestido, chaleco, corbata, pierna cruzada; brazos abiertos
sobre el descanso de la poltrona; ancla su cabeza en el trípode de mano, con la otra sostiene su
cigarrillo y su whisky. Atento al fuego. La duda.

Él concluye su epifanía, sonríe por el satisfactorio acierto y triunfo intelectual recién logrado.
Como un ciego con el don de precisión, calcula el lugar de su libreta dentro del bolsillo posterior
de su chaqueta. Sin mirar. Sin mirarla. Deja el whisky sobre la mesa, desceniza, cambia el cigarro a
la mano que detenta la libreta luego de una suave aspirada. Suave aspirada tiende la red de humo
dentro de sí para sacar una a una sus argumentaciones; sopla y escribe con un pequeño plumín.
Dentro de su campo visual periférico y gracias al sexto sentido que sólo sirve para saber que lo
miran las personas y los fantasmas, sabe que ella lo mira.

Inseguridades no tienen lugar. Certezas a lugar. Seguros y confiados de cada rincón de sí deciden
sostener la mirada, antes que ocurra la mirada. Él es paciente, debe terminar su registro, su tesis.
Mientras tanto piensa en cómo mirar, si sonreír o semblar serio. La impresión primera, como
profesional del arte de amar, se anticipa y se prepara.

Ella lo sigue admirando, lo admira sin conocerlo, sin saberlo lo sabe. Sabe que no la evade, siente
que la sabe. Él se levanta, sin mirarla, da un paso al lado de su silla y firme en su lugar, la mira. La
mira sin gesto sin sonrisa. El tiempo. Luego con sutil venia extiende la mano señalando el segundo
trono vacío anexo a su mesa. La invita.

Ella sin gesto sin sonrisa. El tiempo. Sin prisa, da media vuelta hacia su barra, blindada en pelo que
le cubre el rostro en cascada hacia su torso. Toma el mechero y el Martini, sonríe al barman,
agraciada gratitud; y desciende elegante de la silla alta, pequeño salto al abismo. Él la espera, la
admira. Sin saberla la sabe. Es el destino.

Ella camina hacia él, revisa sus pasos de tacón mientras cual equilibrista en cuerda floja balancea
las sustancias, los vicios; copa, mechero, cigarrillo y bolsito. Dando la impresión de ser alzada
delicadamente por seres invisibles.

Llega. Apartan sus cigarros a las espaldas. El respeto. Se vuelven a mirar, sin gesto, sin palabra. Él
alza su vaso, la saluda con un brindis mudo y otra media venia. El respeto. Ella brinda; choca su
copa. Una ola de vermouth aginebrado amenaza con saltar. No lo hace. Ella controla su trago y su
sonrisa; la deja salir de labios. La admiración. La timidez respetuosa. La casualidad. El respeto. La
duda.

El destino.
Hasta el Sol de Hoy

Son horas de media tarde, el sol termina sus tareas cotidianas y cierra sus fuentes primarias para
que los paseantes lo disfruten sin abrumarse en sudor. Se dispone el astro a un receso, a disfrutar
de la vista que aún en cielo azul goza. Gozan transeúntes, gozan las mascotas, se sientan y se
echan respectivamente a la lumbre del sol receso.

Se resume el día y se planea la noche.

Una alegría posee a la villa costera, los vientos se relajan, se relaja el día, se relaja el sol y el
hombre. Un hombre caminante, camina sobre los senderos empedrados de la otrora plaza colonia,
luego, ahora, sobre la vieja y deshidratada madera del puerto. Acierta a su banca predilecta, llega
temprano al ocaso por venir de la estrella menguante.

Enciende un tabaquito, espera.

Atenta lo inusual, una inusual dama sentada al borde del final del corredor de tablas que espera,
también espera.

Igual de solitarios, igual de alegres; igual de vívida la atmósfera que los entretiene. Paralelos
desconocidos.

Él la ha visto, la contempla, lo distrae del sol preponiente, que por su parte, ya portafolio en mano,
alista el bermellón.

Eólico el capricho que le alcanza su fragancia, la delicia; sol y hombre se miran y acuerdan que hoy
atardece para ella.

La marea crece y la espanta, ella se levanta. Camina de espaldas. Cuidadosa y descalza imprime
marca de agua, huella de madera seca avivada a su vez por el calor color, color cálido crepúsculo.

Su sombra indiscreta casi lo alcanza, sin pista, sin él sospecha del nombre, de su nombre de ella.
Su sombra luego, ahora, lo abraza, ella cercana, ligero traspié, delicado vuelo y él inerte salvador
que por el sólo hecho de estar allí la recibe en brazos.

Le ordena el pelo para admirar su perfil su cuello.

Ella susurra – mi nombre es Alma, Alma Tuya, tu mi Sol, mi Sol serás de madrugada.

También podría gustarte