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Igac
Mil trescientas páginas, divididas en dos pesados tomos de pasta dura, son el resultado de tres años de trabajo
que llevó a cabo el Instituto Geográfico Agustín Codazzi (Igac) para analizar el estado actual de los suelos del
país. El documento Suelos y tierras de Colombia no solo hace un diagnóstico de cómo se encuentra este
importante componente de la geografía, sino que compila valiosa información recabada durante más de 75 años
por el Instituto.
Aunque la presentación oficial del libro, esta semana, fue motivo de celebración para el Igac, no así lo fueron
sus hallazgos: ‘Colombia perdió 2,4 millones de hectáreas de bosques en 45 años’, tituló este diario, haciendo
eco de una de las cifras más alarmantes del informe, que, además, señala en sus cifras que casi la mitad del
territorio del país presenta algún grado de erosión y que de esta superficie, tres millones de hectáreas están
severamente erosionadas.
Para Juan Antonio Nieto, director del Igac, llamar la atención sobre estos puntos cobra una mayor importancia
en la actual coyuntura que atraviesa Colombia, pues entre las misiones de la entidad que preside, además del
catastro de tierras, está el estudio del desarrollo rural integral, primer punto de los acuerdos alcanzados en La
Habana entre el Gobierno y la guerrilla de las Farc.
Para Nieto, los temas de suelo, de ordenamiento productivo y ambiental son fundamentales para que el
desarrollo agrario sea exitoso, pues la publicación contiene información para que los alcaldes y gobernadores,
junto con el Gobierno Nacional, puedan trazar la línea de desarrollo que beneficie al país.
¿Qué factores, en su orden, han favorecido la deforestación durante las últimas décadas?
La ausencia de autoridades ambientales, de corporaciones autónomas regionales y la manera como, por
ejemplo, los alcaldes y directores de planeación territorial no protegen la concentración de bosques, permitiendo
que se construyan obras de infraestructura allí. Incluso, factores como la minería ilegal y los cultivos ilícitos
están siendo elementos perjudiciales para que la cobertura boscosa empiece a perderse en el país. Quizá la
guerra de estos últimos 50 años ha impedido también que el Estado pueda intervenir en esas áreas con mayor
rigor.
En el estudio se evidencia una recuperación de hectáreas entre los años 2002 y 2012...
La recuperación se ha dado en áreas intervenidas, en las que ha habido procesos de regeneración natural. Esto
es algo que pasa también en los páramos, en donde el campesino siembra papa y, como se trata de suelos
muy pobres, le alcanza para una, dos o tres cosechas. Por esa razón, ellos se van moviendo a otras tierras,
proceso durante el cual empieza la regeneración natural.
Algunos estudios han manifestado que el conflicto armado ha llegado a proteger algunas zonas de bosques y
ecosistemas. ¿Ustedes han podido evidenciarlo?
Hay una contradicción: por un lado, algunos informes oficiales muestran que en zonas donde ha estado
actuando por décadas la guerrilla, hay cultivos ilícitos. Por el otro, hay una leyenda popular que dice que las
Farc han actuado como autoridad ambiental, en el sentido de que han establecido tiempos de veda para la
pesca, la caza o la tala. Esas son dos posiciones que la historia futura del país tendrá que mirar con mayor
claridad.
¿Qué tan cierto es que el posconflicto podría imponer una presión negativa sobre reservas y ecosistemas más
delicados?
Es una realidad que algunas poblaciones se han ido asentando en áreas de bosques, y para eso el Gobierno
colombiano ha activado unos mecanismos, como la Ley 2.ª de 1959 (sobre economía forestal y conservación
de recursos naturales), que podría eventualmente permitir sustracciones en esos lugares para mitigar la
situación de las áreas protegidas.
¿Cuáles son las formas más comunes de uso inadecuado del suelo en el país?
El 28 por ciento del territorio colombiano presenta dos fenómenos: la sobreutilización y la subutilización del
suelo. Por eso, hay que alertar a las autoridades ambientales, porque puede haber erosión y colapso de las
cuencas hidrográficas. Ante un fenómeno como la Niña habría arrasamiento de cultivos. En ese sentido, cuando
el campesino tiene un suelo con vocación agrícola y lo usa para ese fin, debe tener un incentivo; pero si es todo
lo contrario y lo usa para ganadería, debe tener un desincentivo al sacrificar un recurso.
El porcentaje de área con vocación agrícola es de 22 millones de hectáreas; de ese total, y según el censo, se
están usando casi seis millones. Por otro lado, hay 15 millones de hectáreas aptas para la ganadería, pero se
están utilizando para este fin aproximadamente 35 millones